Capítulo 63

—Por fin has llegado.

— “Por fin has llegado”, dices, ¿como si me estuvieras esperando?

Fue altamente sospechoso.

—¿Fuiste tú quien abrió la escalera?

—¿Y si lo hiciera?

—¿Quién eres tú para haberlo abierto?

—¿Quieres algo de mí?

Lidiar con los no muertos en el tercer piso ya era un dolor de cabeza, y ahora había aparecido otra entidad sospechosa.

—¿Quién eres?

Instintivamente abracé contra mi pecho el libro ahora innecesario.

Fue una acción reflexiva.

—No hay necesidad de ser tan cautelosa. Te ayudé allá atrás, ¿verdad?

La “voz” sonaba herida.

—Ese es el problema. Que me hayas ayudado.

—¿Por qué?

—Porque no sé la razón detrás de tu amabilidad.

—¿Qué tal si entras primero? Es mejor que hablar afuera, ¿no?

¿Entrar? ¿Abrir esa puerta solitaria?

Era tan sospechoso que me pregunté si el pomo de la puerta podría estar envenenado.

—Hablemos un momento. O podrías salir, eso tampoco estaría mal.

—Mmm. Eso sería difícil.

—No puedes salir, ¿verdad?

Disparé a ciegas, pero ¿podría ser cierto que realmente no podía salir?

—Oh. ¿Me llamaste porque no puedes salir y quieres que te abra la puerta?

¿Qué podría haber allí?

Cuanto más alto llegaras en esta mansión, mayor sería la dificultad.

El tercer piso fue duro y abrumador para mí. Ni siquiera podía imaginar cuánto más difícil sería el cuarto.

Ya no quería que jugaran más conmigo así que me mantuve alerta.

En ese momento escuché una risa desde dentro, como burlándose de mí.

—En realidad no es eso.

—Debes querer algo de mí. Abriste la escalera para que pudiera subir.

—¿Crees que abrir la escalera es gran cosa? ¿Esperas una gran recompensa?

¿Abrir la escalera no es gran cosa?

…Algunas personas estaban desesperadas por llegar hasta aquí, y fue desalentador escuchar eso.

—Entonces, ¿estás diciendo que me enviaste aquí para divertirme?

—Bueno, parcialmente.

¿Qué clase de truco era éste?

—¿Quién eres? ¿De verdad eres el administrador del cuarto piso?

—Sí.

La voz irradiaba una confianza arrogante. Ni siquiera había conocido al administrador del tercer piso, y aquí estaba, conociendo primero al administrador del cuarto.

¡Qué divertido!

—Tengo una propuesta para ti.

—¿Una propuesta?

—Charlotte, sé lo que quieres.  Te daré lo que quieres si me das lo que yo quiero. Esa es mi propuesta.

¿Sabes lo que quiero?

Sonreí con suficiencia.

—¿Qué quiero? Dudo que puedas darme algo.

—Quieres que ese hombre se vaya de esta mansión. ¿Me equivoco?

—No. Tienes razón. Sabes exactamente lo que quiero, pero ¿dices que puedes dármelo?

—Sí.

—No mientas. Solo hay una salida: Dietrich tiene que encontrar la Sala de la Verdad para poder salir.

No me interesan esos trucos.

—No miento. Simplemente no sabías lo contrario.

—¿Estás diciendo que hay otra manera?

—Sí.

—¿Cuál es el método?

—Decirte eso rompería el trato. Tú también tienes que hacer lo que quiero.

—¿Qué deseas?

—No es difícil. Solo necesito que alguien abra esta puerta.

—Si abro esta puerta, ¿aprenderé cómo sacar a Dietrich?

«¿Esto es real?»

Era tan simple. Sentía que todas las dificultades que había soportado fueron en vano.

Había aprendido a las duras penas en la vida.

Todo tenía un precio.

Si te sentías atraído por algo simple y rápido, es posible que terminaras pagando un precio más alto más adelante.

—Sospechas de mí.

No respondí.

Era una decisión difícil de tomar de inmediato.

—Te aseguro que te desesperarás más. Llegará un día en que te aferrarás desesperadamente a mí.

Con esas palabras, una luz blanca y brillante se extendió por el cuarto piso. Entrecerré los ojos ante la luz cegadora.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba en el tercer piso.

Como si hubiera soñado.

Pero ya fuera un buen o un mal sueño, siempre había alguien que te devolvía a la realidad.

Para mí, ese alguien era Dietrich, que me observaba con los no muertos.

—¿Estás aquí para matarme?

Dietrich me miró en silencio. En su mano, el extracto del diario de S que había vislumbrado antes.

—Viniste a matarme, pero escuchaste lo que dije.

Sabía que lo estaban manipulando, pero la situación actual seguía siendo frustrante.

Pude comprender hasta cierto punto cómo se sintió Dietrich cuando quedó atrapado por primera vez en esta mansión.

¿No era similar a ser atacado sin hacer nada?

Me toqué el pelo. ¿Cómo podría ponerle esto en la muñeca?

—¿Cómo escapaste?

—¿No fuiste tú quien dijo que soy un no-muerto? Esto es pan comido para mí.

—Alguien de afuera te abrió. ¿Tienes algún cómplice?

Me di cuenta de una cosa más.

El Dietrich actual no recordaba a Noah.

—¡Qué haces, Dietrich! ¡Date prisa y mata a esa mujer!

—¡Sí! Acordamos atraparla y matarla esta vez.

Influenciado por sus palabras, Dietrich aferró su espada. Pero no se atrevió a hacerme daño, y la punta de la espada no me apuntaba.

Los no muertos comenzaron a susurrar palabras cada vez más extremas al oído de Dietrich.

—¿Estás planeando abandonarnos “otra vez”?

—Aún lo recordamos. Fue por tu débil decisión que morimos.

—¡Deberías habernos protegido! ¡Morimos porque no pudiste protegernos!

—Dietrich, si esos son tus amigos, seguro que tienes grandes amigos.

—¿Qué quieres decir con eso?

Era exactamente como estaba escrito en el libro.

Estos fueron los traumas de Dietrich. Atacar sus puntos vulnerables.

Fiel a la naturaleza de Dietrich, parecía sentirse culpable por no poder proteger a sus amigos.

Quienquiera que controlara a estos no-muertos claramente explotaba esa debilidad.

Una cosa que no entendía era por qué me convirtieron en la ex pareja de Dietrich.

¿No sería más fácil demonizarme desde el principio?

—Escucha lo que dicen. Te culpan de todo lo que les pasó. ¿No te conviene? Ahora alguien más carga con la culpa de sus errores.

—¡Demonio! ¡No es eso! ¡Morimos porque Dietrich no pudo protegernos!

—¿Por qué Dietrich debería haberos protegido? Sobrevivir depende de cada uno. Deberíais culparos por no haber podido sobrevivir. ¿Os mató Dietrich?

Los no-muertos se congelaron al unísono.

—No tenéis nada que decir, ¿verdad?

—…Para, para.

Incluso en ese momento, este hombre tonto estaba tratando de proteger a los no-muertos que lo estaban engañando.

La punta de su espada apuntaba hacia mí.

¿Fuerza de voluntad? ¡Menudo chiste!

Era una frase que no le sentaba nada bien a Dietrich.

Esto planteaba una pregunta.

Cuando Erik me atacó, la mansión me protegió.

¿Haría lo mismo esta vez?

«Bien. Cocíname, destripa mi carne, haz lo que quieras».

Me puse el pelo detrás de la oreja y me acerqué a él.

—Eres un hombre tonto.

Lo llamé con calma y me paré lo suficientemente cerca para que nuestras respiraciones se mezclaran.

—Dijiste que los protegerías. Lo que tienes que hacer es no matarme aquí.

Agarré la muñeca de Dietrich arbitrariamente. Intentó zafarse, sorprendido, pero le clavé las uñas en la mano y lo sujeté con fuerza.

—Escúchame atentamente.

Lentamente envolví mi cabello alrededor de la muñeca de Dietrich.

—Eres inteligente. Tienes criterio. No eres un niño. Así que descubre la verdad. Que te hayan manipulado la memoria no significa que hayas perdido el criterio.

No sé qué pasó antes de que Dietrich entrara en esta mansión. Pero puedo decir que pasó mucho tiempo revolcándose en la autocompasión y perdiendo el tiempo.

—…Charlotte.

En ese momento, una chispa de claridad apareció en los ojos, antes apagados, de Dietrich.

—Yo…

Empezó a hablar cuando…

—¡Dietrich!

Un no-muerto cercano gritó su nombre con dureza.

—¡Te seguí a ese campo de batalla porque confié en ti! ¡Solo confié en ti! Y morí a manos de un niño soldado que salvaste. ¡Por tu culpa!

En ese momento Dietrich se quitó la mano de encima.

El cabello que le rodeaba la muñeca se soltó.

—¡Porque salvaste a ese chico! ¡Morí! ¡Yo!  Tenía una hermana enferma, ¡y tú, con tu compasión equivocada, me hiciste morir! ¡Hiciste que dejara atrás a mi anciana madre!

Las palabras del no-muerto, explotando las debilidades de Dietrich, nublaron una vez más los ojos morados de Dietrich.

—¡Rápido, levanta la espada! No repitas el mismo error, Dietrich.

En ese momento Dietrich, como si estuviera poseído, apuntó nuevamente su espada a mi cuello.

Me mordí el labio con frustración.

Pensé que con envolverle la muñeca con mi pelo sería suficiente, pero no. ¿Qué hago entonces?

Fue entonces.

[La Mentalidad de Acero está deshabilitada temporalmente.]

De repente, apareció una ventana del sistema.

[Mentalidad de acero: APAGADA]

[No se sabe cuándo volverá a funcionar.]

 

Athena: A la mierda, estás jodida.

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