Capítulo 86

La puerta temblaba como si estuviera a punto de romperse, y cada vez, Charlotte gemía, agarrándose el pecho.

Dietrich se tragó su angustia, sabiendo que no había nada que pudiera hacer para ayudar.

—Deja de llorar…por favor.

Las palabras de Charlotte salieron entrecortadas, como si no soportara verlo llorar. Dietrich quería recomponerse, parecer más presentable por ella, pero cuanto más intentaba controlar sus emociones, más se enredaban.

Su respiración se hizo más pesada que antes.

Ella lo observó en silencio, presionando su mano contra su pecho.

—Tengo algo que decirte, Dietrich.

Charlotte levantó un delgado brazo y secó suavemente las lágrimas que se aferraban a sus mejillas.

Dietrich escuchó atentamente sus palabras.

Sus ojos azules eran tan hermosos. Él amaba sus ojos. Deseaba tenerlos para sí.

Entonces, le acarició la mejilla. Cada sensación que tocaba su mano era preciosa.

—No te preocupes. No voy a morir.

Charlotte intentó tranquilizarlo, pero Dietrich sintió que el calor en sus manos pronto desaparecería.

Cuando pensó en ello, se dio cuenta de que estaba familiarizado con ese tipo de sentimiento.

Cuando era niño, sintió lo mismo cuando su madre lo abandonó.

Ella sólo le había dicho palabras amables, ocultándole el hecho de que estaba a punto de quedarse atrás.

Pero a veces puedes sentir la verdad incluso si nadie te la dice.

Esta fue una de esas ocasiones.

Finalmente, Charlotte puso en palabras el terror que había estado carcomiendo el fondo de la mente de Dietrich y le dio un nombre.

—Dietrich, una vez que salga por esa puerta, me vas a matar.

Las horribles palabras que escaparon de sus labios hicieron que los ojos de Dietrich se abrieran de par en par.

Eso nunca podría pasar.

¿Cómo era ella, precisamente, la que se atrevía a decir algo así?

Ella lo sabía. Sabía cuánto la amaba, cuánto estaba dispuesto a dejarlo todo por ella.

¿Cómo pudo decirle algo así?

—Charlotte, ¿qué estás diciendo…?

Quería creer que había escuchado mal.

Él era débil.

Al entrar en este lugar, se topó con un monstruo y alucinó. Al llegar al tercer piso, fue manipulado por los no muertos, alterando sus recuerdos.

Estaba tan débil que siempre veía y oía cosas que no existían. Esto tenía que ser igual. Debía serlo.

Su mente era tan tontamente frágil que ahora lo había llevado al punto de imaginar que la mujer que amaba estaba diciendo esas cosas extrañas.

Cuando se dio cuenta de esto, Dietrich sonrió alegremente.

Se sintió aliviado. Muy aliviado.

Pero pronto, bajó la cabeza, aferrándose desesperadamente a su mano y enterrando su rostro contra ella.

Apenas podía respirar.

Charlotte era la que sufría, pero parecía como si él fuera el que estaba muriendo.

Charlotte clavó el último clavo en el ataúd del sufrido Dietrich.

—Mátame.

—Charlotte, por favor no digas cosas así…

En ese momento, Dietrich sintió un extraño poder recorriendo su cuerpo.

Se sentía similar a la fuerza que Charlotte había usado para hechizarlo antes... pero no, esto era mucho más fuerte.

No… no podría ser.

Sentía como si sus manos ya no fueran suyas.

Dietrich apretó y aflojó sus manos rígidas, una y otra vez.

Tenía miedo de que sus movimientos cesaran.

Aún ajeno a lo que se avecinaba, el hombre podía sentir un terror acechante.

Era como arrastrarse por un pasaje estrecho en el campo de batalla, sin saber nunca cuándo el enemigo podría detectarlo.

Estaba tan oscuro que no podía ver ni un centímetro por delante. Un solo paso y sería atrapado por las garras del enemigo.

Entonces Charlotte le acarició la mejilla, como instándolo a concentrarse.

—Aunque muera, no derrames ni una sola lágrima.

Sacudió la cabeza con fuerza. Ya había llorado abiertamente, pero ahora fingía no haberlo hecho.

El miedo que se acercaba le hizo hacer esto.

—Yo… yo no estaba llorando.

A ella no le gustaba verlo llorar. Así que él tenía que sonreír, pasara lo que pasara.

—Bien. No llores, igual que ahora.

Dietrich forzó sus labios para sonreír.

Ella odiaba cuando él lloraba.

Si él hacía algo que a ella no le gustaba, podría abandonarlo, tal como cuando era un niño.

El niño que había sido abandonado por su madre había vagado por las calles durante mucho tiempo.

Cada día, buscaba restos de comida y veía a otros niños morir de hambre, jurándose a sí mismo que él nunca terminaría así.

Dietrich tenía un secreto.

Un secreto que había enterrado en lo más profundo de sus recuerdos, engañándose incluso a sí mismo.

Su primer acto de asesinato ocurrió antes de entrar al templo.

Fue un día de su infancia, cuando vagaba por las calles.

Ese día tuvo la suerte de poder mendigar con éxito y conseguir un trozo de pan.

Pero tan pronto como lo tuvo, otros que lo estaban observando se unieron para atacarlo y se lo robaron.

Ese día, Dietrich no estaba en su sano juicio.

El niño, que llevaba tres días muriendo de hambre, estaba cegado por el miedo a morir. Desesperado, recogió una piedra cercana.

Y con él, golpeó hasta la muerte a un niño un poco mayor, un acto presenciado por un sacerdote, quien luego se interesó en él.

Así fue como Dietrich se convirtió en un niño del templo.

—No puedo… vivir sin ti…

¿En qué se diferenciaba esto de antes?

Si ella no estuviera, él la desearía a ella, a aquella que ya no estaba a su lado.

Estaría condenado a una vida miserable, mendigando sin cesar.

Sería un infierno ineludible, donde la esperanza sería imposible de alcanzar.

—Charlotte, Charlotte…

—Ni siquiera digas mi nombre.

Ella fue deliberadamente cruel.

Mientras luchaba por pronunciar su nombre, como si se negara a su orden, fue como si una piedra presionara su lengua y su nombre no pudiera salir.

—Y cuando salgas de esta mansión, olvidarás todo lo que pasó aquí.

«No. No hagas esto. ¿No podríamos encontrar una manera de enfrentar esta crisis juntos, aquí mismo, en este mismo lugar?»

En ese momento, Dietrich se arrepintió de su pasado.

Cuando ella le pidió que se fuera, él debería haberla escuchado. Debería haberse ido con ella y haber encontrado una manera de vivir juntos.

Si así fuera, este infierno, esta pesadilla, tal vez nunca habría sucedido.

—Me olvidarás.

—Por favor…

Él rogó. Pero ella nunca le escuchó.

—Por última vez…

—¡Detente!

Finalmente gritó. Era raro que le levantara la voz.

Cuando estalló el áspero sonido, Charlotte se estremeció y cerró los ojos con fuerza, y Dietrich inmediatamente cerró la boca.

Las gotas de sudor frío que corrían por su frente revelaban cuánto estaba sufriendo.

—Por favor, detente, por favor…

Se arrodilló ante ella y le suplicó. Rogándole que dejara de hablar.

Como ella le había ordenado, ya no podía pronunciar su nombre. Ni siquiera se le permitió derramar lágrimas por ella.

Ahora quería borrar incluso sus recuerdos.

—¿Tan gravemente te he hecho daño?

Él sabía que la forma en que había intentado protegerla había sido equivocada.

Mirando hacia atrás, tal vez lo había presentido desde el principio.

Que ese día llegaría.

Quizás por eso se había aferrado tan desesperadamente.

Pero al final ella no le concedería su deseo.

—Cuando te vayas, esto es lo que dirás. Repite después de mí, Dietrich.

Dietrich finalmente hundió la espada en su corazón.

—¡Waaaah!

Estallaron vítores.

¿A quién animaban? Parecía que se ahogaba bajo el sonido.

Él quería llorar.

Pero a causa de la maldición que ella había puesto sobre él, su interior se sentía seco y arrugado, y no le llegaban lágrimas a los ojos.

—¡Sir Dietrich está vivo!

Deseaba no serlo.

Su mano que sostenía la espada temblaba violentamente.

—No te preocupes, Dietrich. Aunque me apuñales, volveré a la vida.

Eso fue lo que ella dijo.

Dietrich agarró la empuñadura de la espada con tanta fuerza que sus venas se hincharon, esperando que ella reviviera.

Tenía miedo de que alguna fuerza le obligara a blandir la espada de nuevo, así que apretó los dientes y se aferró.

Él estaba esperando que ella se levantara.

Pero como ella no se movía, se arrodilló lentamente y, con manos temblorosas, le tomó el pulso.

…No había ninguno… Ella no estaba respirando.

¿Estaba fingiendo estar muerta?

«…No puedes hacerme esto. Esto no puede estar pasando Tú… ¿quién eres? Eres, debes ser…»

Dietrich intentó obligarse a recordar, pero no se le ocurrió nada.

Cha…

Tenía que recordar.

Él tenía que hacerlo.

El hombre sacó una daga de su abrigo y se la clavó en el brazo.

«Charlotte».

Se grabó el nombre en el brazo. La sangre fluyó y su carne se desgarró, pero él continuó.

Tenía que recordar.

Él nunca podría olvidarlo.

—¿Sir Dietrich?

La gente a su alrededor observaba a Dietrich con expresión desconcertada. Pero él no les prestó atención.

Él sólo quería mirarla.

Pero su hechizo aún no había terminado.

Él no quería hacerlo.

Él nunca quiso decirlo.

Se mordió la lengua con fuerza, intentando no hablar. La sangre le goteaba por las comisuras de la boca.

Se resistió con todas sus fuerzas, pero al final sus labios se abrieron a la fuerza.

—…Ahora debemos quemar al demonio.

«No. Esto no está bien. ¿Por qué me haces esto? ¿Qué hice tan mal?»

—Quemar…

«Por favor no lo hagas».

—Y esparcir las cenizas sobre este lugar…

Preferiría haberse clavado la daga en la garganta.

—Matar al demonio… por completo.

 

Athena: Ay… lo ha hecho para salvarte. Pero estás completamente perdido de la cabeza.

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