Maru LC Maru LC

Heridas pasadas y futuras

Entre luz y sombra Capítulo 2

II

Era ya el atardecer cuando escuché que los soldados pasaban cerca de mi escondite.

—¡Debería estar por aquí!

—¡Idiota! ¡Se cayó desde esa altura! Lo más normal es la haya arrastrado la corriente.

—¿Nadie la vio salir del agua?

Intentando no hacer ningún ruido, modulé la respiración y mantuve la postura. Apreté los dientes, pues el dolor en mi cuerpo me hacía dificultoso el no exclamar un quejido lastimero. Pero sabía que mi vida dependía prácticamente de esto, así que me mantuve ahí, en la misma posición, observando entre las hojas, rezando porque nadie me descubriera.

—Deberíamos haber traído a los perros —dijo uno, frustrado.

—O mejor deberíamos haberle acertado con alguna de las flechas.

—¿Quién iba a sobrevivir a una caída como esa? ¿O luego a la naturaleza? No es más que una niña de, ¿ocho años?

—Independientemente de eso, deberíamos asegurarnos de que ha muerto.

Me mantuve escuchando la conversación cual estatua, anotando mentalmente cada palabra y dato que pudiera servirme para mi inminente futuro, mientras seguía orando por mantener mi aparente invisibilidad.

—Deberíamos seguir el río. Tal vez encontremos algo —intervino otro de los soldados—. No es más que una cría que no tiene manera de sobrevivir. O se ha ahogado, o morirá de las heridas o sucumbirá a la naturaleza. Vamos.

—Si tuviéramos un mago Sekht con nosotros…

Pasaron entonces los minutos, tal vez las horas, un tiempo que pasaba tan lentamente que cada segundo parecía una eternidad. Pero, de hecho, tras escuchar el sonido de charlas, pisadas, matorrales siendo removidos, sonidos metálicos y relinchos de caballos… todo se calmó. El silencio cubrió el área y poco a poco los sonidos propios del bosque comenzaron a protagonizar de nuevo el entorno.

El sonido de las hojas y ramas al mecerse con la brisa primaveral, el caudal del río con el agua corriente y burbujeante al estrellarse contra las rocas, los pequeños insectos que chirriaban y los animales que se movían con elegancia.

Todo se notaba en calma, pero en movimiento al mismo tiempo.

Y me quedé ahí, en ese agujero entre matorrales que había improvisado para que no me descubrieran, borrando mis huellas del río, asegurándome que no había ni un rastro de cabello, de tela, de piel, sangre o lo que fuera que pudiera hacer que me descubrieran. Y mientras aguantaba las lágrimas por el dolor, cavé simulando esa madriguera, entre esos matorrales, sin que llamara la atención, sin que fuese notable, sin que pareciera que había estado ahí. Todo mientras rogaba a los cielos que me diese tiempo antes de que bajaran desde ese acantilado, pues mi ya debilitado cuerpo no podría correr, no podría escalar, no podría luchar.

No podría sobrevivir si me descubrían. Así que usé todo el ingenio del que fui capaz, de mi mente que estaba mezclada entre la yo de nueve años y la joven adulta.

Ah… porque esto no lo haría una niña de nueve años. Menos una noble. Menos una princesa.

Pero es que… no lo era. No en acto al menos. No en mis recuerdos futuros. O… ¿debería decir pasados?

Todo seguía siendo muy confuso…

Pero, independientemente de todo eso, sabía que tenía que esconderme, escapar, sobrevivir. Por eso hice todo aquello, por eso me quedé en el más absoluto silencio hasta que ya no escuché ni una sola presencia humana pasado mucho, mucho tiempo.

Y, aunque tuve mucho tiempo para pensar, no fue hasta que por fin salí de mi escondrijo, que las cosas empezaron a acelerarse de nuevo en mi cabeza.

Así, herida, adolorida y sangrando todavía, anduve hasta la vereda del río sintiéndome cada vez más cansada, tanto física como mentalmente.

Me quedé mirando de nuevo ese rostro que se reflejaba en el agua. Un rostro aniñado, de apariencia frágil como una linda muñeca, aunque escondido entre la suciedad y sangre que arrastraba.

Frunciendo el ceño y mordiéndome el labio inferior, sumergí mis pequeñas manos en esa agua que, aunque ya empezaba a hacer ese calor primaveral, continuaba helada al tacto; y comencé a lavar mi rostro, mis brazos, mi pelo, mis piernas… todo aquello que aún tenía una mezcla de suciedad y sangre, un signo de lo que había ocurrido hacía tan poco tiempo.

Y, aunque eso provocaba que las heridas, contusiones y magulladuras me hicieran jadear, continué con el lavado exhaustivo. Poco a poco, la tierra, sangre y suciedad se fueron desprendiendo de mí, dejando a la vista el verdadero daño provocado a este joven cuerpo.

Tenía un tobillo algo hinchado, posiblemente a consecuencia de una de las caídas, pero no parecía ser muy incapacitante. También presentaba varios cortes superficiales en los brazos y otro en el abdomen, así como en el lado derecho del cuello. La herida más profunda fue provocada por esa flecha que rozó mi brazo derecho, pero no había profundado lo suficiente como para hacer una lesión peligrosa, más allá de posibles infecciones si no tenía cuidado. Por otro lado, estaba segura de que mi cuerpo se cubriría de múltiples moratones; algunos de hecho comenzaban a notarse bajo mi piel pálida y me dolía cada movimiento de mi cuerpo entumecido.

Suspirando, desgarré la parte inferior del vestido, aprovechando que ya se había roto en uno de sus bajos y lavé lo mejor que pude esas prendas, para envolverlas posteriormente sobre las heridas a modo de venda cuando se secaran un poco.

Una vez terminada la tarea, volví a prestar atención a mi imagen, observándola durante un rato.

Era increíble y común al mismo tiempo… ¿eh?

Sonreí con tristeza ante la imagen que se reflejaba de una niña que miraba con unos ojos que no se correspondían a su edad.

¿Cómo era todo esto posible? Aún me costaba entenderlo.

¿De verdad era real? Ah… supongo que el dolor que sentía me recordaba constantemente que eso era así. Y… lo era, definitivamente esta cara aniñada, este cuerpo, estos ojos cansados… eran reales. Era yo, y al mismo tiempo, parecía sacado de mucho, mucho tiempo atrás. Una imagen del pasado, superpuesta a otra que ahora no veía. Un futuro.

O eso parecía.

Me quedé mirando así a esa chica reflejada en el agua, una niña de apariencia delicada y llena de rasguños que no encajaba bien con ese vestido, antes glamuroso, ahora hecho jirones. De contextura delgada y frágil, con piel nívea ahora salpicada de magulladuras, combinaba bien con un rostro redondo con facciones finas, de bonitos labios rosados, nariz pequeña pero grandes ojos de un intenso color negro que contrastaba con su largo y extraño pelo plateado, único y característico. Delatador. Y peligroso.

Estrujé con frustración ese pelo, hermoso y único, pero que tantas malas vivencias sentía que me había dejado. Porque era un símbolo que había sido mi yugo a lo largo de toda mi vida. Y de mi gente.

Me mordí los labios, recordando, asentando, asimilando todo lo que aún se venía a mi mente. El significado de todo. El dolor que todo ello me provocaba, la incredulidad y la confusión.

Aflojé la tensión de mis dedos sobre mi cabello y exhalé un suspiro, liberando la tensión acumulada. Porque, era momento de aceptarlo. Que esto era real, pero lo que recordaba también. Era demasiado detallado, demasiado vívido, demasiado visceral en mis emociones como para que fuera un mal sueño. Porque… aún podía sentir el dolor de la daga que atravesó mi corazón, llevándome a una muerte segura y agónica. Ese dolor, esa desesperación, ese frío… solo podía ser real.

Yo… había vivido otro tiempo. Más años. Una vida llena de dificultades, de miedo, de miseria. Pero también de lucha, de justicia, de rebelión, de esperanza. Había luchado, había deseado, había amado… y me habían traicionado.

Miré al cielo del atardecer, recordando aquellas vivencias.

Probablemente… todo comenzase con este día. Con la persecución, con la muerte de mis padres. Ese fue el comienzo de mi miseria. Ahora podía inferirlo. Y mis recuerdos, mi nombre, mis vivencias… ahora se habían hecho uno.

Yo… era una princesa. Pero, nunca lo supe.

Parece extraño, ¿verdad? Sí, a priori, puedes pensar que así lo era. ¿Cómo no iba a saberlo si era plenamente consciente? Pues… porque mi primer recuerdo pasado databa de una niña sin nombre, sin familia, sin pasado y deambulando por las calles sin rumbo fijo.

Ese fue mi comienzo. Un lienzo en blanco del que no sabía absolutamente nada. Una niña huérfana o abandonada que había perdido todos sus recuerdos y que no tenía a dónde ir. Y de alguna manera, alguien me recogió, acabando como prácticamente una esclava dentro de un burdel de la ciudad de Trastamar, no muy lejos de la capital del reino de Skialda, mi lugar de origen. Y no supe nada más… solo mi humilde y sucia ascendencia Aurum, como bien indicaba mi pelo plateado, símbolo de mi raza, una raza antaño gloriosa, hoy oprimida y perseguida. Y por ello, el motivo de muchos de mis problemas.

Y ahora podía añadir también que mi familia era motivo de otras muchas cosas. Pero eso no lo supe en el pasado… o futuro. Según se mire.

Pero al final, lo que recordaba no era una vida de princesa, sino el de una esclava siendo criada desde su niñez hasta su adultez temprana en un burdel de cierto reconocimiento, esquivando de mil maneras posibles el ser abusada, ya fuera por los de mi raza, por simples humanos o por los Sekht, los seres más poderosos, nuestros dueños y opresores.

Al final, todo se basaba en eso. Oprimidos y opresores. Esclavos y señores. Y a mí me había tocado jugar en la parte más desfavorecida, en el peor escenario, sin recuerdos, sin oportunidades. Sin nada. Y además… marcada, maldecida y temerosa de ser encontrada.

Me llevé una mano hacia el hombro derecho inconscientemente, buscando una marca que sabía, no tenía en este momento. Pero que, aparecería, a su debido tiempo. Me mordí los labios solo de pensarlo. ¿Cuánto tiempo tenía? ¿Dos? ¿Tres años? Pero un día, aparecería. Y ese día, todo sería más difícil. El ocultarlo, mi protección, mi vida.

Al final, todo se había hecho más difícil, por si ya lo era poco ser una Aurum viviendo en un burdel.

Hasta que… apareció él.

Fruncí el ceño; una imagen borrosa y obtusa que quería venir a mi memoria, pero no conseguía hacerlo del todo. Recordaba su altura, su cuerpo bien formado, esos ojos tan hipnóticos como rubíes y su pelo tan blanco plateado como el mío.

—Ah… Alexander —susurré.

Sí, ese era su nombre. El nombre de la persona que hizo que mi vida miserable cambiara para siempre, dándome un objetivo, un por qué, un motivo para cambiar las cosas. Para cambiar yo misma. Un hombre destinado a grandes cosas. Mi salvador, mi amigo. Y…

Sacudí la cabeza, reprimiendo el dolor de cabeza que me atenazaba y suspiré. Ah… Bueno, hubo una persona que dio mucho por mí, y yo por él. Una persona que parecía ser el destinatario de una muy antigua profecía. Una que decía que nos liberaría a todos. Y yo pude ver cómo se alzaba, cómo se abría paso ante el desastre, cómo se hacía un nombre entre tanta inmundicia.

Pero no fui capaz de ver el final de su obra.

Me llevé la mano a mi pecho, buscando un dolor remanente que se había desvanecido, aunque cierta sensación de vacío todavía continuaba.

Suspiré de nuevo y miré mi silueta en el agua, ahogada en las emociones en recuerdos velados. Había tantas cosas que se me pasaban por la cabeza, pero, al mismo tiempo, no parecía poder hilar todos esos recuerdos. Como si todo estuviera opacado tras una cortina que no se dejaba apartar.

Abrí y cerré los ojos, intentando organizar de nuevo todo lo que sabía, lo que me venía a la mente.

Una vida anterior con un final trágico, de eso estaba completamente segura. Aunque no pudiera recordar exactamente cómo o por qué, lo sabía; la tristeza contenida y una sensación de rabia fría me lo decían.

Algo había pasado, pero… no sabía bien el qué.

—Concéntrate, Hecaterine —me dije a mí misma.

El sonido de mi nombre me hizo fruncir el ceño de nuevo. Mi nombre… sí, mi nombre, el de la princesa del reino de Skialda, Hecaterine Vargyrian. Ahora podía saberlo con certeza, pero, antes en… en mi primera vida, no sabía que era así. Como niña sin nombre, sin recuerdos ni familia, me apodaron como Erika. Ese fue mi nombre durante la mayor parte de mi vida, y ese fue el nombre por el que se dirigieron a mí hasta el final.

Sin embargo, ahora, no podía sentir ese nombre como mío completamente. ¿Era porque tenía los recuerdos de mi niñez mucho más nítidos ahora? Miré hacia ese pasado e imágenes diferentes de un palacio, sirvientes, un jardín de ensueño, los grandes templos, doncellas, mascotas… y unos padres que me trataban con todo el amor del mundo. Unos padres que dieron su vida por mí.

Noté un nudo opresivo en la garganta que escondía todo el pesar y tristeza que me golpeó de repente, consciente de lo que una vez perdí y nunca supe y que ahora había vuelto a perder, sin poder hacer nada por evitarlo.

¿Cómo debía combatir contra eso? Sentía que una parte de mí se había podido completar, pero ese saber ahora me hacía daño, pues esto, lo que había perdido, y como una broma del cruel destino, seguía estando relacionado con mi propia vida pasada. Posiblemente todo estuviera relacionado.

¿Por eso había regresado?

Me mordí los labios, intentando una vez más controlar todas las emociones negativas que me consumían, pero era difícil, muy difícil. Cuando la primera lágrima se deslizó por mi mejilla, fue como si abrieran un grifo, pues otras se precipitaron poco después, y luego otra, y otra; un reguero de lágrimas recorrió mi infantil rostro y, poco después, los jadeos lastimeros y llenos de tristeza fueron lo único que pude oír en medio de todo ese espacio, pues sentía que la tristeza iba a tragarme de un momento a otro.

Porque sentía que había perdido el doble. Sentía que había muerto en vano, que mi vida pasada fue una mentira, un gesto cruel del destino, una vida esperanzada en alcanzar un bien mayor que me fue arrebatado de forma vil. Sentía que la mujer que era en mi interior había sufrido mucho, había perdido muchas cosas, hasta su identidad; que le había costado crear una nueva, sentirse útil, huir de sus miedos, ser una luchadora, una superviviente. Pero todo se deshizo… en un momento. Y también, la niña que era ahora, esa parte que me habían arrancado antes, ahora formaba parte de mí con mucha fuerza y, lejos de poder estar feliz de recordar, sentía una sensación de pérdida, de tristeza, soledad y vacío que dolía como ese puñal que me clavaron en mi primera vida.

Las heridas del pasado y de un futuro incierto me pisaban, me hundían.

Y parecía que nada podría cerrarlas.

No se cuánto tiempo tardé en calmarme.

Podía ver las primeras estrellas asomarse en el crepúsculo tumbada en el suelo, ya sin más lágrimas que derramar ni sonidos que formar. Me sentía muy, muy cansada. Pero también me sentía más calmada, casi en paz conmigo misma. Toda esa tristeza sangrante, la emotividad, el dolor palpitante se habían aplacado, dejando una paz que parecía no sentir en mucho tiempo. Me había dado tiempo para dejar fluir todas esas emociones que había estado conteniendo durante más tiempo del que una vez debí. Y también me había dejado tiempo suficiente para entender y organizar toda esa información que me había avasallado, viéndolo ahora todo mucho más claro.

Y con un objetivo a seguir.

Cuando abrí los ojos tras un largo suspiro, pude decir que ahora sabía quién era y qué debía hacer.

Era Hecaterine Liria Vargyrian, la princesa del reino de Skialda; el reino de los Aurum… y también de los caídos. Una princesa lejana, pues solo era la primera y única hija del segundo príncipe del reino, Cassius Tybar Vargyrian, y único hermano vivo del rey de Skialda. Una princesa traicionada por los suyos que perdió a sus padres mientras intentaban escapar de la muerte, pues el imperio de Xerizar, nuestro opresor y enemigo, quiso acabar con nuestra familia y asegurar nuestro sometimiento completo, matando a unos y dejando como rehén a mi prima y única heredera al trono.

Todo por una profecía. Todo por algo muy, muy antiguo. Una promesa de un salvador que liberaría a mi raza de su calvario. Un salvador que, al parecer, el emperador de Xerizar temía. Y por eso quiso acabar con casi toda la familia real de Skialda.

Yo simplemente fui un cabo suelto que se escapó en el proceso, pero perdiendo prácticamente todo con ello, incluida mi memoria.

Sin poder recordar nada, en mi primera vida, acabé en la ciudad de Trastamar, una de las ciudades de Skialda controladas por el imperio, vendida a una de las casas del placer con mayor reputación de la ciudad. Allí sobreviví durante mi infancia y la mayor parte de mi adolescencia. Podía sonar horrible, pero, dentro de las atrocidades que había ahí fuera, podía decir que tuve suerte, pues, aunque con fines a servir a clientes futuros, las cortesanas del lugar me trataron como si fuera su familia y me criaron de la mejor forma que supieron. No podía negar que pasé por malos momentos, pero, sobreviví. Y pensé que esa sería mi vida hasta que conocí a un joven a la edad de diecinueve años, el hombre que pondría toda mi vida del revés y sería también un hito para la historia del mundo: Alexander.

Criado como un Aurum más en un pueblo cerca de la frontera del imperio de Xerizar, Alexander era un chico inteligente, hermoso y atlético ducho en las artes de la guerra que, tras descubrir su posible identidad, comenzó a moverse en busca de venganza. Y es que, con pelo plateado propio de nuestra raza y los ojos del mismo color rubí sangre de la familia imperial, el joven descubrió que en realidad era hijo ilegítimo del emperador de Xerizar. Y, lo más importante, era el hijo de la otrora princesa de Skialda, Eleonor Ryhar Vargyrian, la hermana de mi padre y del rey del reino de los Aurum. Dicha princesa fue llevada hace años allí como posible alianza matrimonial, pero solo fue esclavizada y repudiada, muriendo posteriormente de una posible enfermedad, aunque luego se supo que fue durante el parto. La doncella personal de la princesa consiguió escapar del palacio imperial, pues sabía que el emperador, de saber que un híbrido de Aurum y Sekth, su raza superior, había nacido, no habría dudado en matarlo.

De esa manera, fue criado lejos de la discordia y el horror del palacio sin saber quién era realmente, hasta que su nana en su lecho de muerte le contó la verdad. Alexander siempre había destacado por su físico y sus habilidades, y, además, llevado por su odio hacia los Sekth y su naturaleza heroica, no tardó en determinarse y empezar su andanza para liberar a nuestro pueblo.

En sus comienzos fue cuando me encontró a mí, la pobre Erika, una chica sin recuerdos Aurum que vivía en un burdel en espera a ser vendida al mejor postor. Diría que ese encuentro fue muy fortuito, pues nos encontramos mientras él huía de unos soldados que lo perseguían por haber defendido a unos aureanos. Contra lo que se supone que debía hacer, lo escondí y sané sus heridas, para después intentar convencerlo que me llevara con él, pues era buena en las artes médicas y no quería ver cómo mi vida continuaba derrumbándose en ese lugar.

Comenzó así nuestro viaje, liberando ciudades, dando esperanza, consiguiendo un nombre, encontrando aliados. Empezaron a llamarlo el “Elegido de la Diosa”, aquel que según la leyenda nos salvaría a todos los Aurum. Y por cómo seguíamos… hasta yo lo creí.

Nuestras hazañas llegaron incluso a la familia real de Skialda, con quien conseguimos contactar tras mucho esfuerzo. O podría decir que fue algo mutuo, pues la casa real ansiaba esa venganza tanto como nosotros; aún esperaban recuperar a su adorada Athanasia, la hija que les habían arrebatado. Y, con Alexander ahora, pensaron que podría ser verdad que el salvador realmente había llegado.

La Revolución comenzó a forjarse de verdad entonces.

No hacía falta decir que los reyes, mis tíos, nunca me reconocieron. Debería pensar ahora que era normal, ¿no? Se suponía que estaba muerta, aunque, en fin, supongo que ahora cierta decepción me recorría de arriba abajo si me paraba a pensarlo. Porque algo… algo sí debía tener de diferente respecto a los demás. Pero una chica que ni siquiera los recordaba no les hizo pensar que podría ser su sobrina supuestamente muerta.

Pero a él si le vieron el parecido con alguien. Con su pelo plateado y sus ojos del color del rubí, acabaron recordando la princesa Eleonor y su muerte. Ahí fue cuando descubrí que él era el hijo ilegítimo del emperador. Y también pude entender por qué Alexander era tan poderoso.

Alexander no era simplemente aclamado por ser un gran guerrero, sino porque también tenía magia en su interior, una muy poderosa, pues era capaz de controlar a voluntad los cuatro elementos de la naturaleza, algo inaudito en los últimos siglos. La magia no era poseída por los Aurum, de quienes se decía que habían sido bañados por el poder divino, pero los Sekht sí que fueron bendecidos por el poder de la magia.

Siempre supe que Alexander era un híbrido, pero no me imaginé que era descendiente del propio emperador.

Recordaba que en ese momento me sentí herida al haberme ocultado esa verdad, pero, yo misma había tenido ciertos secretos con él, así que… lo acepté. Como siempre había aceptado todo de él. Para ese entonces, era bastante consciente de los sentimientos que empezaban a recorrerme la mente, pero como siempre, los fui enterrando. Por miedo, por timidez, porque no era el momento. Porque había otras cosas más importantes… y porque no estaba segura.

Con esos sentimientos ocultos, acepté acompañarlo para seguir con el plan que habíamos trazado: la de destruir la casa imperial desde dentro.

Cambiamos nuestro aspecto para fundirnos con los Sekht y mundanos, pues ambos teníamos ojos poco comunes para los arueanos, lo que nos permitió en varias ocasiones despistar al enemigo. Y esta vez, el engaño iba a ser mayor. Nos presentamos ante la capital imperial como el hijo perdido que no sabía que tenía y poseedor de un poder demoledor.

Podría habernos matado en ese momento, de verdad pensé que lo haría. Sin embargo, se interesó por él y lo acogió en su seno.

Y puede que ese… fuera el comienzo de mis pesadillas.

Ya que allí estaba él.

Con un físico comparable al de Alexander, pelo rojo y ojos de un poderoso color rubí, él se metió bajo mi piel desde ese momento.

Y lo consumiría todo.

El día que conocí a “La Muerte Roja”, sentí que mi destino dio un giro.

El día que mi vida se cruzó con Reinhard Abaddon Heimdell, el príncipe heredero del imperio, la maldición que me perseguía me recordó lo injusta que era mi existencia.

Y lo rápido que se acabaría si me descubrían.

Leer más
Maru LC Maru LC

Regresión

Entre Luz y Sombra Capítulo 1

I

El dolor se apoderó al instante de mí.

La cabeza daba vueltas, el dolor punzante y agudo atravesó mi cráneo mientras notaba mi cuerpo caer y rodar por el suelo. Laceraciones y contusiones hirieron mi cuerpo a cada golpe con el suelo; sintiendo cada roca hundirse en mi piel mientras continuaba mi caída.

Tras varios metros, mi cuerpo finalmente chocó con algo duro y resistente en la espalda, haciéndome perder la respiración por unos segundos.

Mis ojos se abrieron entonces.

La visión borrosa manchada de sangre me hizo sentir mayor mareo; la cabeza parecía que me iba a explotar. Parpadeé un par de veces mientras, dolorida y sintiendo el cuerpo pesado, me llevé una mano temblorosa a mi rostro, despejando así la pobre visión de la sangre que bajaba por la frente hacia mis ojos.

El suelo de tierra y polvo se hizo visible poco a poco, haciéndose más nítido a cada parpadeo. Tosí espantosamente cuando intenté que el aire entrase con regularidad a mis pulmones, apoyándome a cuatro patas cual cervatillo recién nacido.

El aire parecía quemar mis entrañas, que se sacudían por la vida. Varias lágrimas cayeron al suelo a la vez que el líquido escarlata.

Una de mis manos falló, ocasionando mi caída al suelo de nuevo, acompañado de una nueva muestra de dolor y náuseas que se agolpaban en mi ya castigado cuerpo.

—Ah… Ah…

Varios gemidos sacudieron mi garganta entre tosido y quejido y una nueva punzada en mi cabeza me hizo gritar de dolor, a la vez que varias imágenes se sucedían en mi mente. Imágenes que no podía llegar a entender.

Había sangre, mucha muchísima sangre. Casi podía oler el olor metálico mezclado con la podredumbre, pues entre esa sangre había miles de cadáveres. Una guerra, una plaga, la muerte se paseaba en ese escenario mientras el cielo parecía llover en bolas de fuego. Había tantos gritos, tanto sufrimiento, tanta desesperación… sin esperanza.

Y una voz, una voz que me llamaba…

Volví a gritar, retorciéndome en el suelo mientras esas escenas taladraban mi cabeza sin parar.

Una espada, un grito, un ruego…

Unos ojos refulgentes cual amatistas.

—Sálvanos… a todos.

Esa voz masculina, que parecía alejarse en mi memoria, me hizo abrir los ojos de nuevo, conmocionada.

—Ah… Ah…

Un cielo en el momento del atardecer me dio la bienvenida mientras mi vista volvía a enfocarse, aún mareada y afectada por los golpes. Los sonidos comenzaron a llegar a mi alrededor, comenzando a ser consciente de ellos.

Relinchos de caballos, el sonido de algo al romperse, gritos de personas, el choque del metal, pasos corriendo…

Aturdida, giré la cabeza, solo para ver una escena abrumadora.

Varias personas estaban de pie, luchando entre sí. Dos partes enfrentadas, atuendos que había visto varias veces a lo largo de mi vida… Uno de ellos hace mucho tiempo. Oh… ¿de verdad era así?

Parecía que esa batalla a muerte, con la sangre derramándose sin cesar, se había establecido aparentemente tras una persecución, viendo el cómo había varias personas no combatientes en el suelo sin moverse, mientras que otras, miraban con terror aquel baile mortal que las rodeaba.

De entre todo ese frenesí, algo captó mi atención.

Un caballo yacía en el suelo, aparentemente herido por la posición extraña de su pata que le impedía levantarse. El sonido lastimero de dolor del animal hacía encoger el corazón. Pero, lo que me hizo fijar la vista, fue el cuerpo que había debajo del animal. Una figura esbelta de mujer, inmóvil y de un impresionante cabello plateado destacaba entre el escenario.

Sintiendo todo mi cuerpo temblar, me levanté con todo mi esfuerzo, no sin antes desplomarme un par de veces por mi débil y magullado cuerpo. Sin embargo, una necesidad imperiosa me hizo arrastrarme hasta ese lugar.

Un rostro hermoso, pero magullado, se dejaba ver de lado, apoyado en el suelo y con los ojos cerrados. Un rostro de una mujer que estaría en mediados de sus veinte, de facciones dulces y equilibrados, aún con las heridas en él y la sangre que lo teñía parcialmente. Una mujer hermosa sin dudarlo.

Antes de que me diera cuenta, mis manos temblorosas apartaron el pelo platino, dejándome ver al completo su rostro; un rostro que me hizo sentir ganas de llorar, de alegría, de alivio, de nostalgia y tristeza a partes iguales. Un rostro que… de alguna manera sentía que hacía tiempo que no veía pero que, al mismo tiempo, se sentía demasiado familiar y diario.

—Madre… —susurré, notando que las lágrimas comenzaban a bajar por mis mejillas.

En ese momento, sus ojos se abrieron, mostrando al mundo unos irises azules brillantes cual piedra preciosa aguamarina, unos ojos al principio cansados, luego alertas y doloridos.

—He… Hecaterine… —susurró con voz ronca y magullada, lejos de esa voz cantarina y dulce que acumulaba en mis recuerdos.

—Madre, madre… —dije entre sollozos y con una mezcla de sentimientos que no podía llegar a discernir—. Yo, yo…

Contraje el rostro en un gesto de dolor al sentir ese dolor punzante de nuevo en la cabeza, haciéndome sentir como si alguien estuviera martilleando mi cabeza. Y esas imágenes de nuevo, volvieron a mi mente.

Una niña feliz en una hermosa mansión, un palacio, ojos que parecían joyas. Y una matanza, una persecución, el accidente… y luego la nada.

—¿De dónde saliste tú…? —Podía escuchar esa voz lejana en mi memoria.

La sensación de soledad, el dolor, la tristeza… ese encuentro, esa casualidad, el comienzo de un viaje…

Lágrimas que reflejaban el dolor físico y el emocional que me invadían se deslizaron por mis mejillas mientras conseguía enfocar la vista, mirando a esa hermosa mujer que, sabía que había visto todos los días, pero que no podía evitar sentir que la había perdido hace mucho tiempo.

¿Qué me estaba pasando?

¿Era esto un sueño? No, más bien debía ser una pesadilla. Pero, ¿por qué se sentía tan real?

—Ah… Todo se ha… complicado… —consiguió decir previo a toser, haciéndome volver a la realidad.

Esa mujer… mi madre, estaba en muy mal estado. La caída del caballo y el aplastamiento debían haberle lesionado órganos importantes. Una sensación de urgencia se apoderó de mí, mientras alzaba mis manos temblorosas hacia ella.

—No, no hables… Yo… te sacaré… —dije alterada.

Al momento, comencé a empujar al caballo con la mayor fuerza de la que era capaz y a tirar de mi madre, pero mi fuerza no parecía ser suficiente como para poder hacer algo útil.

—No… Hecaterine. Eres demasiado pequeña como para hacerlo… —dijo mientras tosía sangre, algo que me hizo palidecer.

—No, no… ¿Qué…?

Sin pensar mucho, continué tirando de mi madre, sin éxito. Comenzaba a sentirme desesperada ante esa situación, viendo a lo lejos esa batalla encarnizada, sin ver ayuda por alguna parte, y yo intentando tirar de mi madre sin conseguir nada.

—¡Agh! —grité del esfuerzo, maldiciendo.

«¿Por qué estas pequeñas manos no tienen fuerza suficiente?» Pensé con frustración, mirando mis pálidas extremidades que recordaban a las de una niña.

Fue entonces, cuando me percaté de lo extraño que sonaba eso.

—Espera…

Abrí los ojos con fuerza, paralizada por ese detalle. Pequeñas… mis manos eran pequeñas, como… antaño. No, como… ¿siempre? Yo… no debería extrañarme de esto. Siempre fue así… ¿verdad?

¿Era… así?

Rápidamente, miré hacia abajo, encontrándome con un cuerpo que me resultaba familiar, pero lejano. Un cuerpo liviano, menudo y pálido sin cicatrices, con un bonito vestido verde y dorado que ahora se había ensuciado de polvo y sangre. Un atuendo que me resultaba familiar, pero que al mismo tiempo me parecía un recuerdo lejano. Igual que este cuerpo, igual que esta mujer, como esta situación.

—¿Qué…?

De nuevo, miré mis manos aniñadas y temblorosas para acto seguido mirar a mi progenitora, la imagen constante de algo cercano y distante al mismo tiempo.

El dolor atravesó mi cabeza, llevando mis manos a mi cabeza, ahogando un grito mientras hincaba las uñas en el cuero cabelludo.

¿Qué era todo esto?

Y las imágenes volvieron a atormentarme. Recuerdos felices que sabía que no fueron hace demasiado tiempo pero que, también sentía que se habían desvanecido hace mucho tiempo.

Una familia feliz de cabellos plateados… todo parecía ir bien. Hasta que alguien entró en sus vidas. El padre murió defendiendo a su esposa e hija, ellas huyeron pero en la persecución la mujer cae del caballo y…

Fue asesinada.

¿Por qué…?

Agarré aún con más fuerza mi cabeza mientras temblaba, no pudiendo aguantar todo lo que estaba viendo, todo lo que estaba sintiendo… recordando.

Una infancia solitaria, unos recuerdos vacuos. No había palacios o eventos majestuosos… se venía a la cabeza ese suelo con la alfombra andrajosa de un burdel, lejos de aquí. Una chica sin familia que creció sin recordar quién era…

Oh, ¿qué fue eso? ¿Quién era él?

Esos ojos del color de la amatista… ¿quién me sacó de allí?

Varias imágenes vinieron a mi memoria, haciéndome gritar de dolor de nuevo, como si la cabeza me fuera a estallar. Imágenes de guerra, de sangre, de pérdidas y de… mí, con un puñal en el pecho, cayendo sin vida junto a unos ojos aterradores pero preciosos… que me miraban en su desesperación.

Momentáneamente, sentí ese dolor insoportable en mi corazón junto a ese deseo inútil de luchar por ese aire que no entraba a mis pulmones, esa visión oscureciéndose… y ese deseo de vivir destruyéndose.

Ese recuerdo de la muerte atravesándome.

Sin fuerza, caí de rodillas al suelo, agolpada por todas esas sensaciones que me oprimían, mientras sentía y recordaba…

El recuerdo de la muerte.

Mi muerte.

Ahogué un grito de dolor, de miedo y desesperación mientras las imágenes se iban acomodando en mi cabeza, de esos últimos recuerdos borrosos mientras mi visión se apagaba antes de caer en la nada, antes de realizar mi último aliento. Y desaparecer.

—Ah… Ah…

Buscando el aire desesperadamente mientras intentaba ocultar una herida en mi pecho que ahora no existía, miré al mundo completamente diferente a como lo hacía hace un momento. Porque yo… había muerto.

No, no era posible.

De nuevo, miré mi pecho infantil intacto, sin heridas en el pecho ni ninguna daga atravesándolo, sin sangre manando del mismo, sin la vida escapándose entre mis dedos. Pero, aún podía sentir ese dolor, como si me atravesara, como si intentase arrastrarme hacia el infierno.

«No, no… ¿Qué es esto? Yo, yo… Mi vida, yo… Yo he»

—…terine… —Una tos quejumbrosa me hizo fijar la vista de nuevo, devolviéndome al presente; a ese escenario extraño.

Devolví la mirada hacia esa mujer de aspecto cada vez más moribundo, ese rostro conocido, pero que no veía desde hace años, ese rostro que sabía no le quedaba mucho tiempo.

—Escúchame, hija… —dijo mi madre con las fuerzas que le quedaban—. Tienes que huir. Te persiguen a ti. —Tosió de nuevo, escapándose un hilo de sangre entre sus labios—. Tienes que… vivir.

—¿Qué…?

Confundida, busqué las palabras mientras aún me sujetaba el pecho, buscándole sentido a todo lo que estaba ocurriendo. Porque nada de esto lo tenía.

Nada de esto tenía que estar sucediendo. No era posible. No era lógico. Era como si…

—¡Hecaterine! —gritó mi madre, quien ahora me agarraba de las mangas del vestido con sus últimas fuerzas—. Reacciona. Tienes que salir, ¿me oyes? Yo… Hija… —sollozó; sus manos temblaban mientras me agarraban—. Corre… Y… Busca el Templo del Alma. Allí… podrás continuar.

¿El Templo del Alma? ¿Qué quería decir? ¿Para qué…?

—¡Princesa! —Escuché entonces en la distancia.

Girándome, pude observar a un hombre de mediana edad, ataviado en un uniforme militar bien conocido, que se dirigía hacia nosotras. Mi primera reacción fue la de querer retroceder, pero el rostro de alivio que vi en mi familiar me hizo mantenerme inmóvil, sin saber qué hacer.

—Oh, por la diosa, su alteza… —Se lamentó el hombre, arrodillándose hacia mi madre.

—Lo siento Aaron —dijo la mujer, con una sonrisa débil—. Compliqué las cosas…

—¡No digáis eso, su alteza! —dijo consternado el hombre, el cual se veía sufrir en su rostro por lo que veía.

—L-Llévate a… Hecaterine… —dijo mi madre, buscando las palabras mientras buscaba aire—. Sabes… que no me queda mucho…

—Su alteza.

—Haz lo que te digo… Es una orden, Aaron —dijo ella mientras hacía esfuerzos por hablar.

—Como deseéis, alteza —respondió finalmente el militar tras unos segundos en silencio, apretando los puños.

Acto seguido, el hombre me miró con seriedad y fue hasta a mí. Inconscientemente, retrocedí un poco, mientras miraba alternativamente a la mujer moribunda y al hombre.

—No, no… —dije en voz baja, negando con la cabeza.

—Debemos irnos, su excelencia —dijo Aaron, que intentó suavizar la voz cuando llegó hasta a mí.

—No, mi madre… ¡No! —grité, fintando y llegando de nuevo hasta ella, agarrando una de sus manos y tirando con fuerza, sin éxito.

Confundida, asustada e impotente, sentí que las lágrimas caían sobre mis mejillas mientras caía de rodillas, ya sin saber exactamente por qué, pues las emociones y los recuerdos se agolpaban cual losa sobre este pequeño cuerpo, conocido y desconocido al mismo tiempo.

—Sé fuerte —dijo entonces mi madre, con una leve sonrisa que acompañaba a sus ojos tristes enjoyados, las lágrimas cayendo por ellos, mientras me acariciaba una última vez las mejillas; se sentía como una despedida—. Ponte a salvo. Crece bien y… busca el templo. ¿Me entiendes, Hecaterine? Es muy importante. —Sonrió levemente cuando asentí, en silencio—. Te quiero, hija.

Esa última sonrisa y sus lágrimas fue lo último que vi antes de que Aaron me agarrara de la cintura y me alejase de allí.

—¡No! —grité—. ¡Madre!

Pero, no importó cuánto gritara o llorara, incluso pataleara, el fuerte brazo del soldado no me soltó. Así, en medio de una batalla, de una persecución, comenzamos a alejarnos de ese lugar de muerte, dejando allí, lo último que me quedaba de mi vida, lo último que había podido recordar… para perderlo de nuevo.

—Cerrad los ojos, su alteza.

Impotente, me aferré con fuerza a ese hombre que se alejaba cada vez más, que luchaba y fintaba de los enemigos mientras, sin obedecer, veía la masacre que allí se cernía, a kilómetros de una gran ciudad que se visualizaba al fondo, sobre colinas rodeadas por un denso bosque… al que nos dirigíamos.

—Agarraos con fuerza —dijo Aaron mientras me sentaba en un caballo, aparentemente de alguno de los enemigos.

¿Desde cuándo se había manchado tanto su atuendo de sangre? ¿Y yo?

Como si viera todo ajena al suceso, me dejé llevar cual saco de grano, y me quedé con la mirada perdida, mientras recorríamos el bosque a toda velocidad, con el sonido de nuestros perseguidores detrás.

Los gritos de órdenes, las voces amenazantes, el silbido de las flechas al dispararse, el sonido de los cascos de los caballos en su galope, las ramas que se partían a nuestro paso… Y el relincho doloroso del caballo cuando una flecha atravesó una de sus patas.

—¡Maldición!

Fue una caída que casi pude ver a cámara lenta. El cómo Aaron recondujo al caballo en un último momento antes de caer, cómo me apretó entre sus brazos, buscando protegerme, cómo esos enemigos con cara de triunfo se retorcieron cuando nos vieron desaparecer al caer por un terraplén, los giros, el crujido de cosas rompiéndose, el aire abandonando mis pulmones por el impacto, el cómo me deslicé de entre los brazos del caballero cuando caímos al suelo finalmente.

Sentí que alguien me levantaba mientras aún todo me daba vueltas, mientras el dolor me hacía recordar que todo esto estaba pasando, mientras, adolorida, comenzaba a correr, tropezando, cayendo y volviendo a levantarme mientras me instaban a seguir adelante.

Mientras todo seguía moviéndose sin parar.

¿Qué… era todo esto? ¿Por qué?

Esto… era una pesadilla. Simplemente una pesadilla horrible. Tan, tan real…

Madre, padre… qué… ¿por qué? Parte de mí me decía que hasta hace unos días estábamos en nuestro jardín disfrutando de un picnic los tres. Fue un día agradable, con el sol bañando mi vestido vaporoso y que tanto me gustaba… porque me… gustaba sentirme así de bonita. Porque me gustaba sentirme apreciada por ellos.

Entonces… Por qué… ¿Por qué tenía todas esas imágenes que no encajaban?

Mientras corría por ese bosque espeso, buscando el aire para continuar un paso más, sintiendo que a ese joven y débil cuerpo le quedaba pocas energías, sabiendo que esas heridas podrían ser más dolorosas a futuro… No era capaz de comprenderlo.

Por qué.

Mi vida armoniosa… se estaba mezclando con otras cosas que… no entendía y al mismo tiempo sí. Cosas que no podían haber pasado, pero que sentía que sí. Recordaba que sí, sentía… que sí.

Una vida atribulada, un pasado que no recordaba entonces, una búsqueda de cambio, de justicia, una cruel guerra… una muerte trágica.

Pasado, presente y futuro se intentaban entremezclar entre sí haciéndome confundir qué era real y qué no.

¿Era verdad todo eso? ¿O lo era esa sensación de pérdida y muerte? La sensación del corazón dejando de latir, la oscuridad viniendo a mis ojos, el vacío… Hasta que volví aquí.

Pero, ¿había vuelto?

De nuevo, un golpe, un grito. Alguien me abrazó y empujó. Caímos juntos, rodamos, sentí ese dolor punzante en todo el cuerpo.

—¡Princesa, cof, cof…! ¡Tenemos que ir…!

Ah… Nunca sabría qué es lo que dijo Aaron, pues una flecha se clavó en su cuello. Podía ver la punta de esa flecha atravesando su garganta mientras me protegía para que no saliera herida. Gotas de sangre cayeron sobre mí, sobre mi rostro, mi vestido, mis brazos.

Aaron boqueó, intentando hablar, o tal vez buscando que algo de aire entrase a sus pulmones, pero me pareció distinguir que sus labios querían decir “corre”.

Y, cuando su cuerpo perdió fuerza y cayó de rodillas, eso hice. Seguí corriendo desesperadamente por ese bosque, sorteando árboles, piedras, raíces y algunas flechas que intentaban acabar con mi existencia. Ahogué un grito cuando una de ellas me rozó uno de los brazos, pero seguí corriendo. Corrí todo lo que pude, manteniendo en mi cabeza las únicas cosas que me servían ahora mismo: la voz de mi madre, y esa extraña voz que me decía que… los salvara.

Así que seguí corriendo en una súplica por mi vida, en un ruego porque todo… fuera diferente.

Por eso, cuando llegué a ese acantilado, hice lo único que podía hacer.

Pude oír los gritos de los soldados que me perseguían cuando salté. Podía imaginar que no esperaban que una niña se atreviese a saltar de tanta altura hacia una muerte casi segura, pues el río metros abajo podía matarme igualmente.

Sin embargo, entre morir a manos de esos guerreros o arriesgarme a una mínima oportunidad, supongo que la respuesta era clara.

Por eso, cuando caí al agua y mi cuerpo se hundió sobre esa agua clara pero profunda… sentí como si todo se congelara a mi alrededor.

En ese momento, ahí, envuelta en agua, todo pareció hacerse más tranquilo, más silencioso, más solitario.

Ah…

Todo era tan, tan confuso.

Ya no sabía ni quién era yo misma. Tantas imágenes entrelazadas entre sí… tanto estrés, tanta urgencia. Sentía que solo quería descansar. Sí, eso era lo que más quería. Sin embargo, bien sabía que mi vida iba a estar lejos de lo que deseaba en estos instantes.

Puede que nunca pudiera tener ese descanso, pues… parecía que ni siquiera tras la muerte podría.

Porque, una vez más, ¿qué era todo esto?

Tantas cosas que sentía que eran confusas, poco a poco parecían amoldarse en mi cabeza. Recuerdos de mi niñez, algo que pensé en otro momento que no existía para mí, ahora era vívido en mi memoria y, momentos que parecían lejanos y venideros, se sacudían en mi memoria igualmente.

Porque esta era yo… y a la vez no. Era una niña, y al mismo tiempo una adulta. Era una princesa… y al mismo tiempo una plebeya.

Pensé que una vez me llamé Erika, pero eso fue porque no recordaba. Pensé que no tenía una familia, pero eso fue porque no lo sabía. Y pensé que estaba en el lado correcto… pero también fui traicionada.

Creía que todo se había acabado, pero, esto… había vuelto a comenzar de nuevo.

Y entonces… no podía ocurrir de nuevo.

Por eso, y con todas las fuerzas que me quedaban, salí a la superficie tras ser arrastrada por el agua. Por eso nadé hasta la orilla con desesperación, y por eso, hubo sorpresa y a la vez no al contemplar ese rostro reflejado en agua.

Porque ya lo había visto, todos los días de mi vida. Antes y ahora, pero… también hace mucho tiempo.

Porque esta era yo.

Hecaterine, princesa del reino de Skialda.

Y había regresado en el tiempo tras mi muerte.

Leer más
Maru LC Maru LC

Prólogo

Entre Luz y Sombra Prólogo

Oh, mi diosa; Diosa Arethisa, diosa de la luz, de la vida, de los virtuosos, de la humanidad… y de los desamparados.

Oh, aquella que anhelaba la justicia, que creía en la buena voluntad, quien fue herida, mutilada y encerrada… aquella que juró venganza y lanzó una promesa, una profecía, una justicia divina.

Una maldición.

Aquella a la que sirvo… y por la que tenía que alcanzar mi propósito.

Por la injusticia, el horror, las guerras, la muerte; por mi pueblo, por mi familia, por mis seres queridos… por mí.

Ah… pero, diosa mía.

Me temo que, al final, te equivocaste de persona.

Alzada con tus rasgos, con el fulgor de mis ojos, la ascendencia de mi familia, el poder en mi espíritu y… la oportunidad milagrosa concedida, no puedo negar el propósito oculto. Sin embargo, no hizo falta más que mi egoísta y tonta alma para hacer que todo se viniera abajo.

Lejos de ser digna de llevar a cabo la profecía, tus deseos, tus designios, yo… no soy más que una hereje.

Una apóstata, una blasfema, una sacrílega… una traidora. A ti, y a toda mi raza.

Ah… ¿desde cuándo resultó ser así? No fui consciente de ello hasta que ya estaba completamente absorbida. ¿Fue su esencia? ¿Su cuerpo, su personalidad, su sonrisa, su rostro? ¿Esos ojos que debería considerar malditos?

Malditos, como mi marca, maldito, como mi pueblo. Un demonio a sus ojos, y para mí… ya no sabía lo que significaba. O puede que lo supiera desde hace mucho tiempo.

Y por eso, ahora este era mi destino.

Por eso… lo siento, Diosa Arethisa. Lo siento de verdad. Por fallarte, por no ser capaz de ser más fuerte, por dudar, por flaquear, por caer, por no ser capaz de odiar a quien debía… y entregarle mi corazón de esta manera.

Pero, ¿estaba bien? Supongo que, en el fondo de mi alma, sé que lo haría de nuevo. Hace ya tiempo que no soy capaz de distinguir entre este bando de buenos y malos. Y ya… no podría hacer las cosas como se suponían que tenían que ser. Pero no me importaba.

Tal vez por eso estaba conforme con este final, sabiendo que por mis acciones, mi vida iba a acabarse pronto. Pero bien sabía, que lo volvería a hacer.

Debía admitir que mi corazón y mi alma pertenecían ya a lo que muchos consideraban el diablo. Pero… estaba bien. Estaba bien con eso.

Por eso mismo, por todos mis errores… lo siento mucho, mi diosa. Siento no haber podido ser la elegida prometida.

Lo siento por haber aceptado esos brazos, esa oscuridad, esos ojos… que me tragaban hasta hacerme sentir completa.

Acepto la condena de mi alma, lo asumo y… lo comprendo.

Solo espero que puedas perdonarme.

Leer más