Capítulo 113

El cañón del arma presionó con fuerza su abdomen cubierto de cicatrices. Liv, pálida, separó sus labios temblorosos.

—Por qué…

Su rabia era extraña.

Perseguir a su amante fugitiva hasta la lejana Adelinde ya era incomprensible. Llevarla al agotamiento, negándole el descanso necesario durante días... bueno, siempre había deseado su cuerpo, así que eso tenía sentido.

Pero ofrecer su propio cuerpo a la boca de un arma, un acto tan extremo, era sencillamente insensato.

—¿Qué quiere?

—Tú.

La respuesta llegó rápidamente, como si respondiera a una pregunta que sólo se había hecho a ella misma.

—Tú, viva.

Liv, con la mirada perdida, levantó lentamente la vista. El rostro de Dimus estaba frío y endurecido, reflejando su desconcierto.

Al ver su expresión, Dimus torció los labios.

—Qué débil. Pensar que con un temperamento como el tuyo lograste meterle una bala en la pierna a ese bastardo.

—¿Quién?

—Tu antiguo amante.

Las palabras no eran difíciles de entender, pero no podía encontrarles sentido.

¿Viejo amante?

Después de un tiempo, Liv finalmente recordó a la persona a la que había disparado recientemente. Solo había disparado a un ser humano una vez, así que, naturalmente, Dimus debía de referirse a Jacques Karin.

Pero lo que la desconcertaba era por qué describía a Jacques como su antiguo amante.

Alguien dijo que la amante del marqués Dietrion huyó porque extrañaba a su antiguo amor.

—¿Un antiguo amante? Nunca tuve uno.

—Claro que no, ya que eres demasiado valiosa para que alguien como yo pueda permitírtelo. Nadie podría jamás igualar tus estándares.

La expresión de Liv se endureció ante su sarcasmo mordaz. Se humedeció los labios con la lengua antes de hablar con voz cansada:

—Si se le pasa la ira, ¿me dejará ir?

—Ya te dije cómo escapar. —Dimus todavía tenía un firme agarre en su mano—. Dispara.

Liv se mordió el labio con fuerza. Una oleada de ira incomprensible la invadió.

—¿De verdad cree que podría hacer eso?

—¿No puedes?

Dimus realmente parecía confundido.

—Lograste hacérselo a Jacques Karin. Podrías hacer lo mismo ahora.

—¿Cree que usted y él son iguales?

—¿En qué somos diferentes? Te escapaste de mí con tanta facilidad.

Liv percibió el resentimiento y la acusación en sus palabras. Era más que la ira de alguien que perdía algo; era casi como la furia de alguien que ha sido abandonado.

Abandonado. Ni una sola vez, mientras huía, Liv pensó que lo estaba abandonando. No era alguien a quien pudiera abandonar. Si acaso, habría sido él quien la abandonó.

Estaba enfadada. Era Dimus quien había definido su relación, usándola a su antojo. Y, sin embargo, allí estaba él, actuando como si él hubiera sido el perjudicado, como si ella, de alguna manera, lo hubiera controlado.

—Si fuera como él, no habría huido.

Su voz transmitía resentimiento.

—Si no hubiera sentido nada por usted, como sentí por él, podría haberle disparado con la misma facilidad.

Liv se zafó de su mano con fuerza, tirando al suelo el arma que sostenía. Apretando los dientes, miró a Dimus.

—Corrí porque no podía soportarlo.

Él fue quien la lastimó, entonces ¿cómo podría resentirla como si él fuera el herido?

La ira que sentía aumentó naturalmente.

—Usted eres quien me dijo que conociera mi lugar, marqués.

Por eso había intentado encontrar su lugar y renunciar a sus deseos. Tuvo que dejarlo porque no podía hacerlo estando a su lado.

Las emociones de Liv se desbordaron y su respiración se aceleró. El hecho de haber reprimido siempre sus sentimientos hacía que expresar incluso esta pequeña emoción fuera difícil y abrumador.

Tratando de recuperar el control de sí misma, respiró profundamente, pero Dimus la agarró por la barbilla, obligándola a sostener su mirada.

—Te dije que te enojaras.

—¿Cómo pude…?

—Lo aceptaré.

Se mordió con fuerza el labio tembloroso, pero el dolor no la ayudó a controlar sus emociones. Tenía la vista borrosa y las lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Tú…

¿Te gusto? ¿O me amas?

Antes, esas preguntas le salían con facilidad a los labios, pero ahora se sentían insoportablemente pesadas, imposibles de expresar. A diferencia de antes, cuando no tenía expectativas, ahora anhelaba una respuesta concreta.

Una vez más, Dimus estuvo a su lado en el momento que más lo necesitaba.

En ese momento ella quería resentirlo.

«¿Cómo es posible que del cuerpo de una persona salga tanta agua?»

Liv lloró hasta desmayarse. Thierry, que la esperaba fuera de la mansión, la examinó y le explicó que el agotamiento del viaje, sumado a la falta de alimentación durante días, había debilitado gravemente su salud.

—¿Es en serio?

—Solo necesita descansar mucho y comer bien. No parece que haya vivido bien durante sus viajes.

—…Apenas dormía y apenas comía.

Corida respondió con voz hosca, mirando a Liv. Miró a su hermana, pálida en la cama, y ​​luego se giró lentamente hacia Dimus.

Era prácticamente la primera vez que Corida se enfrentaba a Dimus cara a cara. Lo había visto de lejos y había leído muchos informes sobre él, pero eso era todo.

Corida se estremeció al encontrarse con la fría mirada de Dimus, pero parecía tener algo que decir, pues sus labios se movían vacilantes. Pareció forcejear un buen rato antes de finalmente mirar a Dimus con determinación.

—Mi hermana vale mucho más.

Ella intentaba sonar amenazante, pero Dimus lo encontró más patético que cualquier otra cosa.

Cuando Dimus no respondió y simplemente la miró fijamente, Corida volvió a hablar con voz firme.

—Siempre estoy del lado de mi hermana.

—¿No es eso natural? —Dimus frunció el ceño y su voz sonó gélida—- Ella te crio, dedicándote toda su vida. Sería una pena que no lo reconocieras.

—Nunca olvidaría su sacrificio, pero, aunque lo hiciera, ¿qué le importaría, marqués? Esto es entre mi hermana y yo.

Claramente ella era la hermana de Liv Rodaise.

La irritación de Dimus se intensificó ante la respuesta insolente de Corida. Thierry, percibiendo la creciente tensión, apartó a Corida con suavidad.

—Dejemos que el paciente descanse.

Al menos Thierry fue bastante perspicaz.

Mientras Dimus pensaba esto, Corida replicó con terquedad:

—¿Solo yo? ¿Y él qué?

—El marqués se marchará solo.

—¿Por qué debería irme y confiar en que él también se irá?

Los ojos de Corida se abrieron de par en par. Parecía que, si bien se había rendido voluntariamente al enfrentarse a Adolf, seguía desconfiando de Dimus.

Tenía sentido. Corida había estado esperando ansiosamente afuera mientras Dimus y Liv permanecían recluidos en la mansión durante días. Cuando las puertas finalmente se abrieron, Liv se había desmayado y la mansión era un desastre. Por supuesto, Corida estaba en shock.

No es que comprender sus sentimientos significara que Dimus tenía la intención de tratarla con amabilidad.

—Supongo que tu hermana no te dijo quién te mantuvo con vida —preguntó Dimus con frialdad, y Corida se tensó visiblemente. No podía negar que le debía la vida a su ayuda.

Con la boca bien cerrada, Corida finalmente murmuró con voz temblorosa:

—Se lo pagaré.

La desconfianza y la cautela en sus ojos se habían suavizado un poco, pero su determinación permaneció.

—Lo lograré y lo pagaré todo, ¡así que no me use para amenazar a mi hermana!

—Sácala.

—¡Si hace sufrir a mi hermana no me quedaré de brazos cruzados!

Thierry dejó escapar un suspiro de dolor mientras apartaba a Corida. Su voz fuerte hizo que a Dimus le doliera la cabeza, y chasqueó la lengua con fastidio. Una vez que la puerta se cerró tras Corida y Thierry, la habitación finalmente quedó en silencio.

Dimus habitualmente tomaba un cigarro pero luego se detenía.

Liv dormía plácidamente en la cama. Siempre se había movido en silencio, pero ahora incluso su respiración era tan débil que él tenía que escuchar con atención para oírla.

Antes le gustaba cómo se movía casi sin presencia, pero ahora el silencio le molestaba. Quería que despertara pronto, que llorara, que gritara o hiciera cualquier cosa para romper el silencio.

—¿Qué quiere?

Había respondido que la deseaba, pero esa respuesta le pareció insuficiente. Este deseo era diferente de los demás objetos que había acumulado en el sótano.

—Usted eres quien me dijo que conociera mi lugar, marqués.

Philip tenía razón. Su trato con ella ya superaba con creces el de una amante. Era incluso más inapropiado que el de una prostituta.

Dimus pasó los dedos por la demacrada mejilla de Liv y se mordió la lengua.

Él quería saber.

—Si fuera como él, no habría huido.

¿Qué lo hacía diferente de Jacques Karin?

—Si no hubiera sentido nada por usted, como sentí por él, podría haberle disparado con la misma facilidad.

¿Cómo se llamaba la emoción que sintió?

Si pudiera escuchar esa respuesta, tal vez finalmente podría poner nombre a sus propias emociones también.

 

Athena: Ay por dios, qué inútil social.

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