Capítulo 84

Junto a los terrenos de caza de la mansión Berryworth, había un campo de tiro de tamaño moderado. Fue construido para usarse cuando cazar no era una opción, pero en la práctica, casi nunca se había usado. Nadie en la finca tenía tanto interés en perfeccionar sus habilidades de tiro como para venir aquí. Simplemente lo dejaron como estaba, era demasiado problemático deshacerse de él, y solo ahora por fin encontró un propósito.

Entre las diversas armas de fuego guardadas en la mansión, Philip había encontrado una pequeña pistola. Hecha de caoba oscura y metal, a Dimus le parecía más un juguete. Pero para Liv sería diferente.

Desde el momento en que entró al campo de tiro, la expresión de Liv fue todo menos agradable. En retrospectiva, nunca pareció gustarle la violencia ni nada excesivamente agresivo.

Sin embargo, como era probable que en el futuro le afectaran más cosas, no había garantía de que una conversación pacífica siempre solucionara todo.

—Tómala.

Liv, que había estado mirando alrededor del campo de tiro con una expresión dudosa, retrocedió cuando vio el arma colocada frente a ella.

—¿Yo?

—Sí, tú, maestra. No uso una pistola tan pequeña.

—¿Por qué la repentina pistola…?

Liv frunció el ceño, como si intentara adivinar la intención de Dimus. Tras un momento, expresó con cautela su suposición.

—¿Quiere que le acompañe a cazar?

—Dudo que alguna vez llegue el día en que puedas manejar un rifle.

Dimus respondió con una risita, y Liv apretó los labios con torpeza. Aunque no se equivocaba, que se lo dijera directamente pareció irritarla un poco. Dimus, sonriendo inconscientemente mientras la observaba, señaló la pistola.

—Ni siquiera podrías atrapar un conejo con una pistola tan pequeña como esta.

—Entonces, ¿por qué me hace sostener un arma que ni siquiera puede atrapar un conejo?

—Porque incluso si no puedes atrapar un conejo, al menos podrías ahuyentar a una rata.

Las mujeres solían usar pistolas pequeñas como armas de defensa personal. Tan pequeñas que podían llevarse en un bolso, solo tenían capacidad para dos balas y un alcance efectivo muy corto, pero eran fáciles de manejar, lo cual era una ventaja. Liv probablemente no tendría problemas para aprender a usarla.

—A juzgar por lo que he visto, tienes bastantes molestias rondando a tu alrededor.

Por supuesto, los que vigilaban a Liv eran la gente de Dimus, y sus movimientos estaban limitados a las áreas que él permitía.

Así que esto era menos para ahuyentar a los ladrones y más para lidiar con parásitos como esa niña Eleonore o ese pintor deudor. O cualquier otra rata que pudiera aparecer en el futuro.

—Tienes que ganar tiempo suficiente para que pueda venir a rescatarte.

Liv parecía absorta en sus pensamientos. Probablemente recordaba la atención que había recibido en la ópera. Pronto pareció comprender por qué podría necesitar la pistola pequeña.

Liv tomó el arma con cautela y expresión de curiosidad.

—Es más ligera de lo que esperaba.

—No tiene balas ahora mismo.

Liv, que había dudado en hacer algo después de recogerlo, finalmente comenzó a darle vueltas al arma en sus manos, examinándola.

Dimus la tomó de la muñeca, atrayendo su mano hacia sí. Corrigió su torpe agarre, guiando el cañón hacia su abdomen. Liv, sobresaltada, intentó resistirse, pero no pudo igualar la fuerza de Dimus.

—El alcance no es largo, así que si quieres el máximo efecto, necesitas disparar lo más cerca posible. Escóndela en la manga y apunta a un punto vital sin previo aviso. Algo como... aquí.

Sobreponiendo su dedo al de ella, apretó el gatillo. El arma emitió un chasquido. Aunque sabía que no había balas, Liv se estremeció y aflojó el agarre. Dimus chasqueó la lengua ligeramente y le dio una advertencia.

—En una situación real, nunca debes soltarla.

La pistola seguía presionada contra el abdomen de Dimus. Como el cañón era tan corto, la distancia entre Dimus y Liv también era extremadamente corta. De pie tan cerca, Dimus podía observar hasta el más mínimo cambio en la expresión de Liv.

Liv frunció el ceño como si quisiera tirar el arma de inmediato, pero Dimus le sujetó la mano con firmeza, dejándola sin otra opción que sujetarla. Finalmente, se rindió, suspirando.

—No puedo creer que algo tan pequeño pueda lastimar a una persona.

—Si se utiliza para hacer daño o para defenderse, depende de la persona que lo sostiene. —Dimus bajó la cabeza ligeramente—. Si no quieres que esta pistola lastime a nadie, no lo hará. Así que no hay por qué temerle a un simple trozo de metal.

Liv, que había estado mirando fijamente la pistola en su mano, levantó lentamente la cabeza. Como Dimus estaba tan inclinado, al levantar la vista, sus labios casi se rozaron.

Dimus se había acostado con ella en la mansión Langess justo la noche anterior. No había pasado ni un día entero, pero estar tan cerca de nuevo lo conmovió. Había planeado enviarla a casa hoy.

Justo cuando estaba a punto de bajar aún más la cabeza para presionar sus labios contra los de ella, Liv habló, su suave aliento rozándolo.

—¿Qué tipo de arma tenía usted, marqués?

Dimus se detuvo en seco.

—Tengo curiosidad. ¿En qué ejército estuvo? Parece tan capaz, ¿por qué está aquí? ¿Y por qué nadie sabe nada de su pasado?

—¿Algo de eso importa?

—Es sólo un deseo egoísta de saber más sobre usted, marqués.

Mientras sus labios apenas entreabiertos se movían, exhaló cálidos suspiros. Dimus no se apartó ni inició el beso, manteniéndose cerca. Entrecerró los ojos.

—Cuanto más sabes, más riesgos innecesarios surgen.

Liv no tenía forma de descubrir su pasado a menos que Dimus se lo contara directamente. Carecía de la posición social y la riqueza necesarias para indagar en su historia. Quizás por eso su curiosidad era aún más intensa.

¿Compartía ella la misma ilusión que todos los demás? ¿Que era un intrigante bastardo real escondido?

—Siempre pensé que había vivido su vida como gobernante, marqués.

—La mayoría de la gente piensa eso.

Dimus sabía cómo se percibía su apariencia. Se había beneficiado enormemente de ella a lo largo de su vida, usándola a menudo para conseguir fácilmente lo que quería. A menos que hablara de ello, nadie imaginaría una versión de Dimus nacida en las calles, vagando en busca de un lugar al que pertenecer.

Como no había necesidad de corregir los conceptos erróneos de nadie, Dimus nunca le había contado a nadie sobre su pasado.

—Pero ahora pienso lo contrario.

Dimus se inclinó ligeramente hacia atrás para encontrar la mirada de Liv.

—Si hubiera vivido gobernando a los demás, no tendría esas cicatrices. Quizás tuvo una vida aún más dura de lo que imaginaba.

«¿Ella me tiene lástima?»

El pensamiento cruzó su mente un instante antes de desvanecerse. No había rastro de compasión en los ojos de Liv.

Después de todo, dada su propia situación, no tenía tiempo para compadecerse de él. Era absurdo que él siquiera pensara eso, conociendo su pasado.

Si no es compasión, ¿por qué sacar a relucir su pasado tan de repente?

—Entonces, ¿qué estás tratando de decir?

—Me encuentro siendo codiciosa. La rosa parece estar más cerca de lo que pensaba, casi a mi alcance.

Dimus se apartó por completo de Liv. Cuando le soltó la mano, ella bajó lentamente la pistola.

—Parece que sólo eres valiente cuando se trata de mí, maestra.

Hasta hace un momento, lo único que deseaba era posponer esta práctica de tiro, pero ahora su mente parecía sorprendentemente despejada. Dimus sonrió con cinismo.

—Mostrar valentía de forma imprudente no es más que una locura. —Miró con indiferencia el campo de tiro—. Si sacamos algunos objetivos apropiados y te dejamos disparar, le cogerás el truco. —Con voz distante, Dimus añadió—: Mis cicatrices son simplemente restos de batallas, de las muchas guerras que se libraron aquí y allá. Como dijiste, me he acostumbrado a la muerte y siempre he estado cerca de ella. No hay nada especial en esos momentos.

Liv captó rápidamente las señales. Al darse cuenta del claro límite en las palabras de Dimus, decidió no insistir más y se concentró en la pistola que tenía en la mano.

Su cabeza ligeramente inclinada parecía sutilmente abatida, pero mientras supiera cuándo retirarse, no importaba.

—No hay necesidad de ser valiente todo el tiempo. Incluso obedecer bien las órdenes te convierte en un excelente soldado, así que no te desanimes.

Ella no respondió. En cambio, Liv le ofreció una leve sonrisa amarga.

En algún momento, el marqués había comenzado a asignarle a Liv varias tareas para realizar en la mansión.

Ahora, al encontrarse inesperadamente pasando otra noche fuera de casa, le encargaron ayudarlo con el baño. Liv consideró que, si continuaba alojándose en la mansión Langess, estas serían probablemente sus tareas: ayudar al marqués a vestirse, ayudarlo con el baño y compartir su cama. De vez en cuando, ponerse la ropa y las joyas que él le compraba y pasar tiempo con él.

Liv ahora comprendía que Dimus era extremadamente reacio a exponer su cuerpo desnudo a los demás. En ese sentido, le parecía especial que le confiara tareas como vestirlo y bañarlo. Aun así, no estaba segura de si esto era motivo de alegría.

A través de estas tareas, Liv percibía vívidamente cómo Dimus la definía. Aunque nunca pronunciaba las palabras, cada situación dejaba inequívocamente clara su percepción de ella.

—Realmente no tienes talento para servir, maestra.

Sobresaltada por la voz baja, Liv recobró el sentido. El marqués, reclinado en la bañera, la observaba en silencio desde el borde.

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