Hay que buscar respuestas
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 9
IX
Tardó varios minutos en ponerse en marcha.
Estuvo un tiempo breve mirando en la dirección por la que me había marchado; pareció pensarse en si ir tras de mí o no, pero al final se quedó en el mismo sitio, rodeada de la muerte que había provocado y poniéndose al día con sus propios pensamientos.
Debería haberme ido, pero no pude evitar quedarme observando entre las sombras del bosque a la joven que, muy a mi pesar, captaría la atención de todos próximamente. Supongo que ahí podía incluirme a mí mismo.
Aunque no pude evitarlo.
Cuando el suelo tembló, sabía que algo había acontecido, que todo había comenzado de nuevo. Antes de darme cuenta, había comenzado a moverme para ver a qué, o más bien, quién se había debido. Y admitía que me había sorprendido, para variar. Aunque no en el buen sentido de la palabra.
¿Qué me esperaba? Tal vez alguien más fuerte, más grande, más sabio… ¿más adulto? Era posible que la imagen que tenía en mi cabeza no se correspondió con la realidad.
Por eso no me gustaba hacerme expectativas. Te predisponen a algo que muy probablemente no se cumpliera.
Pero es que esta vez, fue inevitable. Porque, ¿qué hacía una chiquilla como esa saliendo de los confines del templo?
Cuando la encontré mientras se secaba a la orilla del lago tuve mis recelos; debía ser una coincidencia. Pero el arco no dejaba margen de duda y luego la breve interacción con ella me lo había confirmado.
Debería sentirme decepcionado, pero probablemente ni tuviera que sentirme así, dadas las circunstancias. Siguiendo la estadística, moriría pronto, como lo habían hecho los demás antes que ella. Antes o después.
Y si le añadíamos todo lo demás… puede que más pronto que tarde. Casi parecía un milagro que lo hubiera conseguido.
Distaba mucho de los otros. Era completamente diferente.
Por los dioses, ni siquiera llegaría a la veintena. Era más frágil, más gentil e inocente que el resto. Me bastó verla a la cara durante unos segundos para percatarme de que no era capaz de ocultar lo que sentía; esos ojos oscuros eran demasiado expresivos para esconder lo que clamaban por decir. Y no solo sus ojos. La tensión de su cuerpo, el leve temblor que intentaba ocultar, esos labios carnosos en un leve intento de mostrar seguridad. Todo me decía que tenía miedo, pero que debía seguir adelante.
Al menos coraje no parecía faltarle.
Y tal vez, suerte, si es que había llegado hasta aquí.
Incluso había conseguido que me moviera para salvarla. Aunque lo más probable era que no debí hacer eso.
De nada serviría salvarla ahora si luego se encontraba con una situación igual o peor que la de antes.
Y seguramente se metería de lleno en una. Ahora, quisiera o no, todo iba a girar en torno a ella. Se daría cuenta, esperaba que más pronto que tarde. Aquellos que querían salir de aquí querrían todo de ella y, si se encontraba con las personas equivocadas, lo más seguro era que las cosas no acabaran bien. Ya fuera con sus seres queridos o ella misma.
Esa chica… No sabía dónde se había metido ni lo que significaba lo que había hecho. No sabía que se había puesto un objetivo en la nuca. No sabía siquiera dónde estaba, ni por qué, ni cómo salir.
Y este lugar no tenía cabida para nada como eso. El desconocimiento era una debilidad, igual que las ilusiones y la esperanza. La bondad te podía matar.
La clemencia acabaría con su existencia si no tomaba las elecciones correctas llegado el momento. Y la isla dejaba sacar tu parte más instintiva, más animal… y tu yo real.
Esperaba entonces ver cómo se las arreglaba en la siguiente prueba que le esperaba, esta vez lejos de templos, de estrategias e inquinas arcanas. Esta vez era una lección de vida y que probablemente definiría si sería capaz de seguir adelante o no.
De lo contrario, esta sería la última vez que nos viéramos; ya estaría compartiendo lecho con el resto que perecieron antes que ella.
Y todo volvería a empezar de nuevo. A la espera de alguien lo bastante digno para conseguirlo.
Sin embargo, hacía mucho, mucho tiempo que nadie había salido del templo de la diosa con vida, algo nada habitual en ese lugar.
«Eso solo te recuerda que, en efecto, es caritativa y empática. Eso solo puede matarla si no hay nada más que la respalde», me recordé.
Habría que esperar y ver. Solo el tiempo lo diría.
Y esta vez, no habría ningún salvador que la ayudase.
Hice una mueca al recordar esos ojos almendrados, tan oscuros que parecían negros pero que, irónicamente, parecían irradiar luz y vida a montones.
¿Cuánto tardaría esa luz en abandonarlos? ¿Cuánto tardaría este lugar en arrebatarle una parte de su ser?
«Podría haber sido otro», pensé mientras me alejaba. «Es una pena. Pero ya está hecho.»
Solo podía desearle suerte.
La rama que acabó golpeando mi cara me hizo volver al presente.
Llevaba un largo tiempo pensando en todo lo que había ocurrido hacía tan solo menos de una hora. Las manchas de sangre ya habían comenzado a secarse, pero el recuerdo de lo que había visto no se borraba de mi cabeza. El ataque, los muertos, el extraño salvador. Esa conversación que encerraba más preguntas.
Había tardado un rato en ponerme en marcha. Un tiempo en el que había mirado esos cadáveres con ojos temblorosos y estómago revuelto. Un tiempo que tuve que poner mis pensamientos en orden después de ver que ese hombre no parecía que volvería para matarme. Al menos, por ahora.
Y cuando estuve lo suficientemente calmada como para que mis piernas me sujetasen, hice lo que me dijeron: buscar ese río y seguir su cauce.
Tal vez te preguntarías si eso era lo correcto. Podía ser una trampa, podía ser peligroso, podían ser muchas cosas que me gritaban con luces de colores que era una mala idea. Sin embargo, junto la indicación de ir al oeste, no tenía más pistas o indicaciones. Y, siendo sincera, creía que ese hombre, si quisiera matarme lo podría haber hecho en ese momento. No necesitaba tenderme una trampa ni nada por el estilo.
Me había advertido de las personas (supongo que eso lo incluía a él) pero por ahora no le veía sentido a mandarme a una muerte segura después de haberme salvado. Para eso, que lo hiciera antes, ¿no? A menos que fuera uno de esos sádicos a los que les gustaba jugar con sus presas antes de matarlas.
Mejor eliminaba eso de mi cabeza.
Aunque… bueno, no me había dado esa impresión. Y sería una pena que un hombre tan guapo estuviera loco. Pero tampoco podía descartar aquí nada. Puede que yo misma me volviese loca si seguía experimentando todo tipo de episodios sangrientos.
—Y si piensas que estás en una única isla, es que estás más perdida de lo que pensaba.
—Puede que tú quieras salir, pero hay otros que quieren cosas muy diferentes. Y tú les vas a interesar.
—Las personas con las que está no van a buscar su bienestar, mucho menos el tuyo.
Me mordí el labio al recordar esas palabras, acompañándome una sensación de inquietud y malestar difíciles de ignorar.
No podía evitar sentir que, por mucho que me molestara, tenía razón: estaba perdida. No sabía dónde estaba, qué estaba pasando alrededor, por qué las personas eran hostiles, qué facciones había, cuántas islas (al parecer) había, ciudades, templos, aliados… y enemigos.
«No sé nada», me dije llena de frustración.
Me estaba moviendo por inercia, por la propia supervivencia. No había tenido tiempo de indagar en nada más. Ese hombre había sido prácticamente la primera persona que me había dado algún tipo de información real, si era cierta. Y supongo que la intuición me hacía creer que sí lo era. Lo que me dejaba intranquila con la parte que había dicho en que yo iba a ser un interés para varias personas.
¿Quiénes? ¿Habitantes de la isla? ¿Supervivientes? ¿Esos fanáticos? Lo que me llevaba a otra pregunta. ¿Dónde encajaba Martin y su grupo de supervivientes en todo esto? En su momento, prácticamente no me dio mucha información, pero la situación tampoco es que fuera la mejor. Pero lo que había dicho ese hombre había sembrado dudas en mí.
¿Quienes eran Martin y su grupo?
Si la información que el salvador desconocido era cierta, no debería tardar en averiguarlo. El problema surgiría si tuviera razón. Entonces, ¿qué debería hacer?
Apreté con fuerza el arco, sabiendo que no tenía muchas opciones. Pero tal vez debería esconder el arco ornamentado y esa pieza que había conseguido en el templo. Si era por eso por lo que me buscarían diferentes personas… sería mejor ser precavida.
Había pensado hasta en deshacerme de ello, pero si mi salvador tenía razón, lo que había hecho en el templo también era clave para salir de aquí; supongo que los objetos servirían como un propósito también. ¿Cómo? Pues ni idea. Todavía, al menos. Tendría que descubrirlo.
Según la nueva información, había más islas. Más templos.
«Al oeste, había dicho al oeste», me recordé.
Tendría que comprobar eso también más tarde. Y sondear primero a Martin y sus compañeros. Si eran amigos o enemigos, tenía que descubrirlo rápido. Y, sobre todo, sacar de ahí a Alex si fuera cierto lo último. Por no hablar de encontrar a Adriana, que se supone que debía estar aún en la ciudad.
Apreté el paso y continué el cauce del río, decidida.
Tardé bastante tiempo, y por la distancia seguramente me alejé bastante de la ciudad, pero, cuando ya el sol caía, me encontré con las primeras huellas de actividad humana en la zona.
Alguna trampa, algún árbol cortado, algunos soportes para antorchas, un camino… y lo que parecía una cabaña de madera medio derruida y cubierta de maleza al fondo.
Me acerqué con cautela, arco cargado, y atenta ante cualquier ruido que pudiera parecerme una amenaza. Pero no había nada ni nadie allí.
Entré en la cabaña, esperando encontrarme cualquier enemigo, pero, de nuevo, todo seguía vacío. Sin embargo, sí que había evidencia de que hubiera personas ahí hasta hace poco. Un camastro, una mesa, una silla y varios objetos desperdigados. También había restos de una fogata apagada fuera y lo que parecían objetos de cocina rudimentarios.
Alguien estuvo aquí, pero ahora no se encontraba. Tampoco es que esto pareciera un campamento al uso.
El camino parecía continuar paralelo al río. Tal vez lo que buscaba estaba más allá.
Antes de continuar por ese camino, me paré a investigar un poco la casa, que seguramente había vivido tiempos mejores. No había armas útiles ahí dentro, aunque sí encontré un carcaj con flechas, munición que no dudé en llevarme.
Entre el resto de cosas, hubo un cuaderno que me llamó la atención. Sí, un cuaderno, viejo y con los lomos marrones desgastados por el tiempo, las páginas ya amarillas. Lo cogí con cuidado, llena de curiosidad por saber qué habría dentro.
Por fortuna, el contenido era legible para mí, pues estaba escrito con una caligrafía entendible y en inglés. Por los trazos, me atravería a decir que fue escrito por un hombre, pero no podía asegurarlo. Estaba escrito por fechas, algunas páginas se habían emborronado por diferentes manchas, pero otras se mantenían en buen estado.
«Esto… ¿Es de 1997?»
Sorprendida, parpadeé un par de veces, acariciando la página mientras leía lo que aquella persona del pasado había escrito, probablemente nervioso y asustado.
[28 de septiembre de 1997.
Todos han muerto.
Después del accidente, los pocos que sobrevivimos nos adentramos en esta isla.
El barco quedó tan destrozado que decían que sería imposible repararlo. Así que nos metimos en ese bosque, selva o lo que fuera para buscar otra forma de salir, de hacer una balsa, algo.
Maldición, no deberíamos haber hecho eso.
Ahora todos han muerto, y solo quedo yo. Hugh fue el último en morir. En ser asesinado.
Esos locos cabrones nos dieron caza como si fuéramos animales. Locos sedientos de sangre sacados de cualquier secta digna de película de terror. No sé qué rezan, qué pretenden o por qué lo hacen.
Maldita sea, ni siquiera sé qué cojones pasa en esta isla.
¿Cómo puede exisitir algo así y que nadie lo supiera hasta ahora? Ahora mismo siento que estoy en el mismo infierno. Como si este lugar estuviera maldito.
Pero no pienso dejar que me maten. Antes los mataré yo a ellos.
No pienso acabar como mis compañeros.]
Leí aquel fragmento congelado en el tiempo con cierta angustia. Esa persona había vivido algo horrible hace tantos años y vio morir a sus compañeros. No pude evitar empatizar, recordando mis primeros momentos en este lugar, el sacrificio de esos locos en la cueva, la mujer asesinada, las persecuciones… Yo también había pensado que esto parecía sacado de cualquier película de terror.
«¿Qué habría pasado con él?»
Miré por encima otras fechas del mismo año, misma letra. Luego otras más distanciadas, luego otra letra.
Tragué saliva y cerré el cuaderno con un nudo en el pecho.
«Ya lo leeré después», me dije mientras lo guardaba en la mochila.
Probablemente tuviera algún tipo de información que me sirviera. Pero… no me sentía con ánimos de leer eso ahora. Más tarde, cuando encontrara a Alejandro.
Sin perder más tiempo, salí de la cabaña y continué por el río, pensando en el cuaderno y en las palabras que reflejaban el dolor, miedo e ira de una persona que pasó por algo similar a mí mucho tiempo atrás. Cuando yo no era más que una niña pequeña.
¿Cuántas otras personas habrían acabado aquí? ¿Por qué no se había descubierto este lugar? Un barco que desaparecía saldría probablemente en los noticiarios; se harían barridas de búsqueda. ¿Y no encontraron este lugar? Pero un avión siniestrado también salía a nivel mundial como tragedia. Y nadie nos había encontrado. Habían pasado días, pero no había visto ningún tipo de actividad. ¿Por qué?
¿Y Martin y los suyos? ¿Cuánto tiempo llevaban aquí?
A cada pregunta que me hacía, más extraño me parecía lo que rodeaba a este lugar. Y menos lógico. De acuerdo, a lo largo de mi vida había encontrado noticias alarmantes sobre aviones desaparecidos en el mar, o barcos, en diferentes partes del mundo. Si me paraba a pensarlo era posible que incluso alguno fuera por el Atlántico, pero… No era normal, ¿verdad?
Tendría que preguntar más a Martin.
Pero para eso, primero tendría que llegar hasta él.
Tardé una media hora más en encontrar actividad humana, cuando el sol ya se había puesto y la luz del crepúsculo empezababa ser insuficiente para ver.
El trayecto se había hecho más escarpado, como un desfiladero por el que pasaba el río, teniendo que ascender para seguir el camino, que, por las luces de las antorchas a lo lejos, dejaba vislumbrar una pequeña aldea arriba, estratégicamente situada para observar a los que se acercaban desde abajo.
Me moví despacio y guardé momentáneamente el arco, pues no quería resultar amenazadora. Esperaba que nadie me disparase.
Sabía que no tardaron en verme, pues escuché gritos al fondo que parecían ordenar y organizar, apareciendo poco después un par de hombres apuntándome con… ¡¿un rifle?!
«¿Qué cojones?»
Subí las manos al momento y retrocedí un par de pasos, asustada.
—¡No soy un enemigo! —grité, primero en español y luego en inglés—. ¡Soy una de las supervivientes del avión del otro día! Ayudé a Martin en la ciudad a escapar. ¡Estoy buscando a mi amigo!
El par de hombres frunció el ceño y me miraron con suspicacia, luego se pusieron a decir algo que no llegué a entender y volvieron a mirarme, pero bajando un poco el arma.
—¿Eres la chica de la que hablaba ese tipo? El rubio que vino con Martin —dijo en inglés.
—¡Sí! —asentí, la voz algo más chillona por los nervios de lo que me gustaría—. Nos separamos cuando nos perseguían y yo… —callé lo último que iba a decir, pues “entré en el templo” no me pareció lo más sensato en ese momento. No mientras las palabras de mi salvador desconocido continuaran en mi mente.
Los hombres, de unos treinta y tantos años, parecieron pensarse durante un rato qué hacer conmigo. Los dos llevaban ropa a camino entre la moderna y la antigua, con refuerzos de cuero y protecciones que les daban más echura a su cuerpo ya trabajado por el ejercicio. El de la derecha tenía tez morena y pelo oscuro corto con barba espesa, mientras que el otro tenía la piel algo más blanca y pelo castaño, también corto. Ambos me parecían igual de intimidantes, sobre todo con esas armas.
—Síguenos —acabó diciendo el moreno, dándose la vuelta.
Yo obedecí de inmediato, intentando que no se notara en exceso mi nerviosismo.
Pronto pude ver lo que había en esa aldea/campamento, vislumbrando varias casas hechas de madera en buen estado y a diferentes alturas en el terreno, un campo de entrenamiento, una zona que parecía un campo de cultivo, una especie de plaza central y un par de edificios más grandes que parecían públicos.
Me dirigieron hacia uno de esos últimos edificios, pasando entre varias personas, tanto hombres como mujeres, que hacían sus tareas diarias y que me miraron sin ningún tipo de disimulo. Conté al menos unas dieciocho personas allí.
Cuando entramos al edificio, me encontré con una especie de reunión donde estaban Martin, un par de hombres más y… Alejandro.
—¿Athena? —preguntó, al principio confundido pero después se le iluminó el rostro—. ¡Estás bien!
Se levantó de su asiento y no tardó un segundo en abrazarme.
—Tú también —respondí devolviéndole el abrazo y sintiendo un gran alivio en mi interior. Al menos, estaba ileso.
—¿Qué pasó? —preguntó cuando nos separamos un poco—. Cuando nos desviamos en la ciudad, no sabía qué pasaría. Y luego ese temblor… Estaba muy preocupado. ¿Dónde estuviste? —me miró de arriba abajo—. ¿Estás herida? La sangre…
—No es mía, en su mayoría —me apresuré a responder—. Estoy bien, solo son rasguños.
—¿Segura? —No pareció creerme mucho mientras me revisaba de arriba abajo, suspirando al final, viendo que no tenía una gran herida mortal—. Además… Ahora tienes una mochila. ¡Y dos arcos! —exclamó.
—Yo… —Mis ojos se dirigieron momentáneamente a Martin, que me miraba con cierta sopresa que no tardó en disimular un segundo después—. Tuve que darles esquinazo como pude.
—¿En el templo? —preguntó entonces Martin.
Noté que se me secaba la garganta. Lo sabía. Algo sabía de ese lugar. Si no, no me hubiera preguntado por el templo tan directamente.
Desvié la mirada hacia él, una muestra de sorpresa y suspicacia. Las palabras de aquel extraño volvían a mi mente como un acosador decidido a hacerme dudar. ¡Pero es que dudaba de todo! De él, de Martin, de este lugar. Pero no podía evitar creer que lo que me había dicho podía tener sentido.
«Bueno, primero recojamos información y decide por ti misma», me dije.
Había cosas que no podía ocultar para siempre de todas formas.
—Sí —respondí finalmente, frunciendo el ceño—. ¿Cómo lo sabes?
—Ese arco no es nada común —dijo señalando con la cabeza hacia el arco ornamentado—. Además, ese temblor no fue normal.
—¿Qué tiene que ver eso con el templo? —preguntó entonces Alejandro, que también se mostró interesado y, por cómo me apretaba uno de los brazos, tenso.
—Todo —dijo Martin, que nos veía con una mirada inquisitiva—. Cada vez que entra alguien a un templo y sale con vida, ocurre un fenómeno similar.
—¿Por qué? —pregunté.
El hombre pareció pensárselo durante un momento, analizándonos con su mirada, pensando en algo que difícilmente podría descifrar. Al final, exhaló un suspiro y nos miró con una mayor calma en sus ojos y también, menos dureza.
—Primero, ¿por qué no entras y descansas un poco? —dijo—. También querrás lavarte para quitarte los restos de sangre y suciedad. Ha debido de ser duro.
Parpadeé, sorprendida. Tal vez me esperaba otro tipo de respuesta, una más directa o una expresión más feroz. Parte de mí pensaba que se mostraría como el típico malvado que decía que no me mostraría nada y me encerraría en una mazmorra.
Aunque no tuviera ningún tipo de argumento para pensar en ello. Solo lo que me había dicho un tipo que, si bien me había salvado de una mala muerte, no sabía nada más.
Sin embargo, no es que estuviera muy de acuerdo con este tipo de evasión.
—Más tarde hablaremos y responderé a tus preguntas —habló entonces, como si pudiera leer mis pensamientos—. Seguro que tendrás muchas.
Asentí, sin saber qué más decir por ahora. Sí que estaba cansada, física y mentalmente.
—Puedo acompañarla —se ofreció Alejandro.
—Está bien —aceptó Martin—. Hablemos en la cena; tendremos mucho que contar.
Tras una rápida despedida, seguí a Alejandro hacia el exterior, dejándome guiar por la pequeña aldea mientras seguía sumida en mis pensamientos. Por su parte, mi amigo se mantuvo en silencio unos pasos por delante de mí, tal vez hablando consigo mismo también o dándome espacio. Tras un par de minutos, llegamos a una cabaña de madera de una sola planta a la que no dudó entrar.
Con cierta curiosidad, entré tras él al edificio, iluminado en su interior por la luz natural. No tenía más que una habitación principal con mobiliario básico y cocina sacada de la edad media y otra más pequeña que se usaba como dormitorio donde había tres camastros individuales.
—Podrás quedarte aquí, supongo —habló entonces Alex, girándose hacia mí—. Me dejaron esta cabaña para mí cuando llegué, y, por lo pronto, no hay nadie más.
—¿Te dejaron… este lugar? —pregunté, extrañada.
—Antes pertenecía a otros miembros del grupo, pero fallecieron en la ciudad —respondió a modo explicativo—. Supongo que no importaba entonces darle este techo a un forastero mientras tanto.
—Comprendo —asentí.
Nos quedamos mirándonos durante unos instantes, sin saber bien qué hacer o decir, hasta que, de repente, Alejandro se lanzó hacia mí y me dio un abrazo, esta vez, mucho más largo y cálido que el anterior.
—Creí que te había pasado algo horrible —dijo, su voz muy cerca de mi oído—. Cuando nos separamos y no pudimos encontrarte, cuando pasaron días... Creí que... Dios, Athena —me estrechó más contra sí—, temí lo peor.
—Pero estoy bien —respondí, devolviendo el abrazo, mi cara apoyada en su pecho; se sentía cálido—. Y te encontré.
—De nuevo —puntualizó él, deshaciendo el abrazo para mirarme a la cara, ambos manos sobre mis hombros—. Me has encontrado dos veces. Y cada vez más herida… y armada. —Sonrió—. ¿Qué es lo que ha pasado?
Me mordí los labios, pensando en todo lo que había ocurrido, lo que había visto y vivido. La inquietud que sentía.
Decidí contárselo todo, largo y tendido. La persecución, el interior del templo, la prueba, los lobos, la cierva, la gran estatua, el mapa, el artefacto… todo. Incluida mi casi muerte y mi salvador isleño desconocido.
Cuando acabé, Alejandro era una mezcla de asombro, preocupación y reflexión. Yo lo miraba, expectante mientras le daba vueltas a ese artefacto que traje conmigo.
—¿Crees que pueda tener razón? —preguntó tras sopesarlo todo.
—No lo sé —negué con la cabeza—. Es difícil tener certezas cuando no hay pruebas de nada.
—Si ese extraño dijera la verdad, entonces hay más islas —frunció los labios y el ceño—-. Y no solo eso, sino que hay más templos como ese, probablemente con más cosas como las que viviste y este tipo de reliquias. —Dio otra vuelta al objeto—. Y no solo eso, sino que son la clave para salir de aquí. ¿Qué tiene eso que ver con salir de aquí?
—No lo sé —repetí, apesadumbrada—. Ojalá lo supiera.
—Todo eso me perturba, pero, aún más que podamos —bajó más la voz— estar rodeados de personas que quieran hacernos daño.
—¿Crees que puedan hacérnoslo? —Comencé a ponerme nerviosa.
—Solo sé que este grupo es uno militarizado, organizado y que se basan por reglas estrictas —explicó—. En el tiempo que llevo aquí he podido ver que parecen buscar algo mientras sobreviven al día a día. Y que cuando ocurrió el terremoto, salió una partida de búsqueda. Cuando volvieron, pude escuchar algo en relación al templo. Y que la ciudad estaba descontrolada. —Hizo una pausa—. Nunca creí que fuera por ti.
—Ya… yo tampoco creí que provocaría algo grande.
—Sea lo que sea, a ellos les importa —continuó Alex—. Se veían inquietos, como si necesitaran información precisa de lo que había pasado.
La inquietud se asentó en mi pecho, recordando lo que me advirtió aquel desconocido: que yo les iba a interesar. Tragué saliva inconscientemente.
—También hay algo que me llama la atención —dijo mi amigo—. Si lo que hay ahí dentro, en esos templos, es necesario para salir por… por lo que sea, ¿por qué no lo han hecho ya?
—Yo… —Lo miré, pensando en ese detalle—. Es verdad que dentro había cadáveres, más o menos antiguos. Tal vez no sea tan sencillo de lograr. Además, habrá varios de ellos.
Aunque decir eso siendo yo la que había pasado esa prueba me parecía irrisorio. No me consideraba precisamente la más preparada para realizar nada de esto. Casi había sido un milagro… como había dicho mi salvador, por mucho que me molestara.
Pero era verdad que había personas mucho más preparadas a nivel físico que yo. Aunque, la prueba al final no había sido solo física. Precisba de conocimientos mitológicos previos. Lo que me hacía pregutarme cómo podrían ser el resto de pruebas.
—No dudo de ello —coincidió Alejandro—. Pero aun así, ¿nadie de todos estos hombres habría sido capaz de conseguirlo? ¿Cuántos templos hay? ¿Cuántos quedan por hacer?
—Yo también me he preguntado lo mismo, en realidad —admití.
—Es lo que deberíamos averiguar. Y entonces, ver si podemos o no fiarnos de ellos. Ver si tiene ese tipo razón o no. —Miró hacia el exterior por una de las ventanas; las personas seguían haciendo sus quehaceres sin prestarnos atención—. Por ahora han sido amables con nosotros; también he escuchado de otros hombres que siempre que hay alguien nuevo por aquí intentan acogerlo y darle un oficio mientras se busca la forma de salir, algún día.
—¿No preguntaste por qué no hicieron un barco o algo así?
—Fue de lo primero —respondió, frunciendo el ceño—. Me dijeron que los que lo intentaron nunca regresaron o que, poco después, un desastre los traía de vuelta. Muertos, en su mayoría. No es que me dieran mucha información, pero, algunos parecen pensar que este lugar está maldito.
—Eso no tiene sentido —dije, confundida.
—Ya, tal vez solo sean delirios de gente que lleva aquí demasiado tiempo o visto demasiados horrores —suspiró—. En cualquier caso, deberíamos primero recavar información y contrastarla con lo poco que te dijo ese tipo.
—Sí… vale, vale —asentí—. En la cena.
—Empecemos por ahí. Aunque —me miró de arriba abajo—, tal vez quieras lavarte un poco. Hay un río con un estanque cerca. Y puede que haya algo de ropa. Intenta relajarte un poco y ya seguiremos con esto más tarde. Ahora ya no estarás sola como entonces.
—Gracias, Alex. —Le sonreí con sinceridad.
—Te enseñaré el camino —dijo mientras agarraba una tela y un jabón rudimentario.
Un poco más calmada que antes, seguí a mi amigo con la cabeza aún dándole vueltas a las cosas.
Esperaba que ese baño me despejara la mente lo suficiente como para armar un plan rápido y no me dejase llevar por el miedo o la sugestión.
Pero algo, tal vez mi instinto, me decía que algo no estaba bien. Y que este lugar era solo el principio.
Más perdida de lo que crees
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 8
VIII
El descenso por la larga escalinata se me hizo largo y solitario. Rodeada de las luces de las antorchas y sin ninguna compañía, descendí lentamente, al acecho de cualquier peligro o trampa que amenazase mi vida. Sin embargo, todo fue tranquilo y sin incidentes hasta el piso inferior, donde se abría un nuevo pasillo con una puerta grande de al menos tres metro de altura en su fondo.
La puerta cerrada era de madera rojiza, suavemente pulida y con grabados naturales. En su centro, el símbolo del arco y la flecha, dnde probablemente debería estar el pomo o aldaba, llamaba la atención por sus decoraciones doradas.
Con cuidado, acaricié la madera, tan antigua pero que se mantenía en perfecto estado. No había cerraduras ni tampoco vi cerrojos. ¿Estaría cerrada desde dentro? Apoyé una palma sobre la puerta, que estaba sorprendentemente tibia al tacto. Me mordí el labio, pensando qué hacer, pues no sabía si habría otra forma de entrar o cómo abrirla. Empujé un poco, escuchando un leve crujido, lo que me hizo fruncir el ceño.
¿Podría…?
Puse esta vez ambas manos en la puerta y comencé a empujar con todas mis fuerzas, asentando la base de mis piernas. Sorprendentemente, la puerta pareció querer moverse. Continué empujando y, poco a poco, la puerta cedió y se abrió.
«Ahora me siento como cualquier personaje de From Software abriendo puertas, me burlé internamente.»
Hasta que fijé la mirada en la gran sala que tenía detrás.
La sala era bastante grande y luminosa, como si los rayos del sol pudieran llegar desde la gran bóveda de su fondo y las antorchas incandescentes me dieran la bienvenida. La estancia te sobrecogía de una manera completamente diferente a las que había visto antes, pues, ahora, podía sentir una magnificencia superior. Rectangular y acabada en semicírculo en su fondo, todo hacía que tu mirada se enforara en el frente, con un pasillo de varios metros y suelo marmóleo decorado con diferentes esculturas caídas, simulando la pérdida en la batalla o la veneración; todo ello custodiado con grandes columnas corintias que sujetaban un techo abovedado, plagado de relieves de carácter naturalista; para al final encontrarnos con la escalinata que daba paso a la zona principal de la sala. Sobre esa parte semicircular y tras ascender por una escalinara custodiada por dos amazonas, se hallaba la diosa. En un altar de mármol y adornos en oro, se alzaba una estatua enorme de la diosa artemisa con su pelo tenzado, su arco preparado para disparar y su vestido de estilo griego, tan hermosa pero imponente y peligrosa. Sobre su cabeza, se encumbraba una gran bóveda que dejaba entrar la luz por diferentes orificios, plagando a la estatua y a la estancia con ello, de luz.
Me quedé mirando unos minutos la sala, a la estatua, a todo, completamente sorprendida y en absoluta admiración. Era una esplendorosa obra de arte. No recordaba haber podido ver algo igual alguna vez. Simplemente era preciosa.
Anduve lentamente por la sala, recorriendo el pasillo; casi parecía una heroína que se dirigía por su paseo de la fama a recibir su premio por la victoria. Y en parte, así me sentía, pues, había logrado superar este reto, ¿no?
Sobrecogida por la sensación de divinidad de la sala, subí las escaleras sin apartar la mirada de la hermosa diosa que sujetaba su arco, lista para acabar con cualquier enemigo que se le cruzara. Había visto varias imágenes y estatuas de la diosa, pero, si tuviera que elegir una para pensar que fuera la diosa Artemisa, habría sido esta imagen; la gracilidad, belleza y fuerza que irradiaba no tenía parangón. Sentía que una diosa de la caza debía verse de esa manera.
Una vez en lo alto de la escalinata, me quedé observando un rato más la estatua hasta que desvié la mirada hacia el pequeño altar a sus pies que me había pasado desapercibido hasta el momento, pero que, ahora, llamó mi atención.
Mediría poco más de una metro y algo de altura, como un prisma de base cuadrada. En sus paredes había dibujado un grabado que parecía simular un mapa. Me mordí el labio, estudiando el grabado, que era bastante detallado. Representaba un archipiélago de disposición circular compuesto por trece islas. La más grande estaba en su centro, y a norteoeste y sureste otras dos islas la rodeaban. Más externamente, estas dos estaban rodeadas de otras tres, y, más externas, había otras siete islas, algo más pequeñas que el resto. Aparte de esa disposición, lo que más me llamó la atención es que cada círculo de islas parecía estar conectado entre sí por líneas; tal vez puentes. Y varias de esas islas, comunicaban con las interiores, estableciendo así una comunicación radial y circular entre todo el archipiélago. Una de las islas, de más al sur y externa, destacaba entre el mapa por verse más grande que el resto, presentando un excavado con forma de arco.
¿Era esto una isla? Bueno, tendría sentido. Pero, ¿un archipiélago?
Frunciendo el ceño, desvié la mirada hacia lo que había encima del altar, resultando ser una pieza metálica más o menos igual de grande que la palma de mi mano, de apariencia broncínea, forma de arco y flecha, siendo la punta de esta lo que parecía una piedra preciosa verde refulgente. Un poco indecisa, alargué la mano y cogí la pieza, casi esperando a que la habitación comenzase a derruirse, pero no pasó nada. Me quedé esperando durante uno par de minutos tensos, pero, siguió sin pasar nada.
Me mordí los labios, sin saber bien qué hacer. Me decidí a recorrer esa parte de la sala, pues era posible que esto fuera una pieza de algo más grande. Al poco, en uno de los laterales, vi una ranura con la misma forma que el objeto que había conseguido, por lo que, tras pensarlo un poco y esperando que no fuera una trampa, introduje la pieza en ese lugar. No tardó en escucharse un resorte, y con ello, un cambio en el altar. Ahora el mapa se había hundido, solo dejando la isla con el símbolo de la diosa en superficie. Con cuidado, la agarré, giré para ajustarla al espacio que había detrás y, tas contener el aire, la empujé y encajé.
Fue entonces cuando todo empezó a temblar.
Ahogué un grito, pues todo comenzó a sacudirse y, para evitar caerme, me sujeté al altar.
«Dios, que no se caiga nada, que no se derrumbe nada, que no se abra el suelo…» Sollocé internamente mientras luchaba por no caer al suelo por la sacudida.
Pero, sorprendentemente, nada pasó tras ese terremoto. Serían segundos o minutos, pero para mí fueron eternos hasta que todo se calmó de nuevo. Temblorosa y asustada, pero viva, continué aferrándome al altar hasta que gané algo más de fuerza en las piernas.
—¿Qué ha sido eso? —dije en tono lastimero, observando ansiosamente todo lo que me rodeaba.
Aunque, para mi sorpresa, no encontré desperfectos en la estructura a simple vista. Cuando pasó un poco más de tiempo, me solté del altar y anduve hasta sobre el que estaba la estatua de la diosa, que ahora tenía una abertura en su interior.
—No creo que ese temblor haya sido provocado por esto… ¿no? —pregunté a la estancia vacía con bastantes dudas.
¿Habría sido casualidad? Tendría más lógica que el mecanismo hubiera accionado lo que tenía ahora frente a mí, pero no ese temblor de tierra. ¿Sería casualidad? Fruncí el ceño, inquieta, pues ya nada me parecía casualidad en este lugar.
Debería salir de aquí. Cuanto antes.
Por lo pronto, llegué hasta la abertura, o pequeña estancia, que había dentro del pilastro, y, de nuevo, quedé sorprendida por lo que allí encontré. Había dos pequeños pilastros con dos objetos. El de la derecha era un hermoso arco de madera con remates metálicos en tonos plateados y pequeñas incrustraciones de piedras preciosas verdes que le daban un aspecto fino y elegante que contrastaba con su resistencia y fuerza, como pude comprobar. Era el arco más bonito que había visto nunca.
Por otro lado, en el otro pilastro había un objeto metálico, de tonos plateados y dorados que tenía una forma similar a la… ¿isla?. La isla que se veía en el mapa y que, como allí, tenía el símbolo de la diosa Artemisa tallado en ella. Una esmeralda (supongo que lo era), decoraba la punta de la flecha.
Me lo pensé un poco, pero, al final recogí la pieza, sin saber muy bien qué hacer con ella.
El arco me lo quedé como nueva arma y el objeto, tras revisar la gran sala varias veces, lo guardé en la mochila, pues no sabía qué uso podría tener.
Y, lo más importante para mí: había aparecido un nuevo pasillo que permitía abandonar la sala.
Esperanzada, pero con cuidado, me adentré en el corredor, dejando atrás así la estancia, y con ello, esperaba que también estuviera más cerca de la salida. Admito que hice unas fotos con el móvil antes de marcharme; me gustaría poder recordar eso a futuro. Si es que el móvil no moría de alguna manera antes.
Ya en el pasadizo, anduve con cuidado, buscando cualquier posible trampa que pudiera sorprenderme o acabar con mi existencia; iluminando con cuidado con la luz de la antorcha que había recogido en la sala de la diosa antes de meterme aquí. Pero sorprendentemente, todo resultó bastante tranquilo, sin peligros que acecharan, ni tampoco ninguna muestra de que alguien hubiera pasado por ahí en mucho, mucho tiempo. El polvo, las telarañas y el olor a humedad vetusta me lo dejaban bastante claro.
Pasó así bastante tiempo; no sabría definir cuánto, en el que anduve sin parar por el largo corredor, recorriendo sus giros, sus ascensos y bajadas hasta que, finalmente, a lo lejos, escuché lo que parecía ser agua corriente. Con cautela, me dirigí hacia ese sonido hasta que llegué al final del recorrido.
Al principio, miré confundida y luego enfadada al percatarme de que era un callejón sin salida, pero, observando mejor, la piedra estaba tallada, y al lado había una palanca que, tras un ligero temblor, abrió la pared, descubriendo así la luz del sol… y la visión del agua caer.
—¿Qué..?
Una cortina de agua caía con fuerza a varios metros de mí, envolviendo la cueva que daba al exterior. Sonreí un poco ante semejante truco; esconder una salida de un templo antiguo tras una cascada. Bastante ingenioso en realidad.
Me acerqué hasta la cascada, que, salvo la luz, no dejaba ver lo que había detrás, y, por consiguiente, seguramente tampoco dejaba ver donde yo me encontraba desde el otro lado. Toqué el agua, notando su fuerza y frescor. Seguramente tendría que atravesarla para continuar, pues en esa pequeña cueva no había otro camino que el de vuelta al templo.
Primero metí la mano, y luego el brazo, sin quedarme claro que salía al otro lado. Lancé una roca que encontré en la cueva, y supongo que pasó al otro lado porque no escuché que chocara contra un muro, pero con el sonido del agua corriente tampoco podría saberlo bien.
Suspiré y me aseguré que la mochila, carcaj y arcos estuvieran bien sujetos, y, tras pillar carrerilla, salté hacia la catarata. Noté cómo el agua me empujaba hacia abajo cuando atravesé la columna de agua, pero no me estampé contra ninguna pared, sino que caí al agua y me hundí en ella.
Tardé unos segundos en ubicarme, pero no tardé en moverme y salir a la superficie.
Estaba fuera de nuevo.
Sonreí al ver la luz del sol, el cielo y la naturaleza que me rodeba.
—¡Sí! —celebré mientras chapoteaba, reconociendo el lugar en el que estaba.
Se parecía mucho a ese lago al que caí por la cascada, antes de llegar a esa ciudad.
«Debo de haber dado un gran rodeo…»
Sin perder más tiempo, me dirigí hacia la orilla y salí del agua. Me tumbé en el suelo, sintiendo de repente un gran cansancio por todo lo que había ocurrido. Me reí un poco, entre cansada y aliviada. Y sorprendida, pues aún me resultaba increíble haber conseguido salir de allí con vida. Y ahora tenía armas de largo alcance; podría defenderme de otra manera. Aunque, tendría que practicar mucho más todavía.
Y lo más importante, tenía que encontrar a Alejandro y al resto de mis amigos. Si es que seguían con vida.
«¿Dónde habrá ido Alex?»
No me había permitido pensar demasiado en mi amigo, pues mi situación no es que fuera la mejor de todas. Pero ahora que había salido…
«Tengo que buscarlo. Tengo que encontrarlos.»
Pero necesitaba descansar aunque fuera un poco, o estaría demasiado exhausta para continuar.
De manera que me quedé ahí durante un tiempo, secándome al sol, aunque no tardé en levantarme para buscar una sombra, pues de otra forma, seguramente me quemaría con el sol. Desventajas de tener la piel demasiado pálida.
Sentada bajo la sombra de uno de los árboles cerca del lago, contemplé durante un largo tiempo el paisaje, que parecía en calma e invitaba al descanso.
Consumida por el agotamiento, no tardé en quedarme dormida, con el remanente de mis preocupaciones acosándome entre sueños.
Ya era por la tarde cuando desperté.
Diría que cuando lo hice me sentí renovada, pero más bien me consumió la culpabilidad por no haberme puesto antes en marcha y buscar a mis amigos. No sabía cómo estarían, si necesitaban ayuda o si les habría pasado algo terrible.
Entonces, agobiada y preocupada, me puse en marcha hacia la ciudad, guiada por la imagen distante del templo de Artemisa en la cima de esa colina visible en la distancia, como hice la primera vez. Realmente no es que supiera hacia dónde debía ir ni qué pistas seguir, o si habría alguna, pero tendría que descubrir qué había pasado con mi amigo. Y saber qué habría sido de los demás.
Solo esperaba que Alejandro pudiera haber escapado.
Puede que por esas preocupaciones en mente, por estar enfocada en otras cosas, por la rapidez o por mi propia inexperiencia, no me di cuenta de lo que iba a pasar.
Cuando quise darme cuenta, sonó un chasquido, mi pie izquierdo se hundió momentáneamente y luego una fuerza tiró de él hacia arriba a toda velocidad, dejándome suspendida en el aire boca abajo.
«¿Qué…? ¿Qué…?»
Completamentente confundida y desubicada, miré hacia arriba. Mi pie estaba envuelto en una cuerda, como esas trampas para conejos, y me mantenía al menos a un metro del suelo. La mochila, el carcaj y los arcos cayeron al suelo sin que me diese tiempo a agarrarlos; y comencé a escuchar sonidos alrededor.
¡Había caído en una trampa!
Mascullé una maldición y miré alrededor, nerviosa y temerosa de que apareciese cualquier persona o animal. Cuando escuché voces humanas, el pánico me invadió por un momento, haciéndome sacudir como pez fuera del agua.
—Joder, joder. Piensa, ¡piensa!
Apartándome el pelo suelto que me entorpecía la visión, busqué algo que me pudiera servir, descubriendo la daga sujeta a la pierna. Sin pensarlo, la agarré y me retorcí sobre mí misma doblando la cintura para alcanzar la pierna y comenzar a cortar la cuerda.
Diría que fui rápida al hacerlo, pero me pareció una eternidad; cada corte se me hacía más largo. Pero, finalmente, conseguí cortar la cuerda y, como era de esperar, caí al suelo prácticamente de boca; solo los brazos impidieron que me estampara la cara contra el suelo.
No por ello resultó menos doloroso. Pero me levanté lo más rápido que pude… para sentir que me golpeaban en la espalda y me caía de rodillas al suelo. Justo después, alguien me inmovilizó, me quitó mi arma y me agarró por los hombros, poniéndome un cuchillo en el cuello.
Cuando alcé la vista, tres hombres, vestidos como aquellos locos de la cueva esa de los sacrificios, aparecieron frente a mí. Cuatro, si contábamos con el que me sujetaba. Los miré horrorizada, sin saber qué estaban diciendo en ese extraño idioma, pero por sus expresiones, estaban claramente satisfechos de su captura. Y sus ojos mostraban al mismo tiempo, una sed loca por la sangre que me hacía temblar. La mirada de unos lunáticos, como los que vi en esa cueva.
—No, por favor, no…
Noté el filo del cuchillo más cerca de mi piel, y yo callé, aterrorizada. ¿Qué podía hacer para salir de aquí? No veía salida posible. ¿Iba a morir? Dios, no quería morir. Después de todo, ¿ahora? Me mordí el labio y miré con los ojos frenéticos, buscando alguna ayuda, algo que hacer que pudiera liberarme, defenderme, lo que fuera. Pero no lo encontré. Me retorcí un poco, pero solo sirvió para notar más cerca ese cuchillo junto a un leve escozor en el cuello; un hilo de sangre resbalando por él. Estaba acabada.
Me quedé ahí, paralizada y consumida por el miedo, viendo a esos locos discutir entre sí hasta que volvieron su vista a mí y sacaron sus dagas, acercándose.
¿Sería esto rápido? ¿Dolería mucho? ¿De verdad no podía hacer nada?
Creí que lloraría, pero los ojos estaban muy abiertos, secos, consumidos por el miedo y la impresión, la incredulidad, la sensación de injusticia.
Al final, decidí cerrar los ojos, no queriendo ver cuándo me mataban, escuchando mi corazón asalvajado que luchaba por vivir. Me estremecí cuando se movió el aire alrededor cuando uno alzó su daga para matarme y esperé el golpe.
Pero lo que noté fue la sensación de un líquido caer sobre mí. Una gota, otra y luego otra. Y la puñalada no llegó. La fuerza que me apresaba se debilitó y el cuchillo resbaló hacia el suelo. Cuando abrí los ojos, contuve la respiración.
Aquel que iba a matarme tenía ahora una flecha clavada en el cuello; podía escuchar los gorgoteos que hacía al pasar su sangre por la garganta, a escaparse de su boca. Se llevó la mano al cuello, intentando respirar, pero poco después cayó al suelo, inerte, mientras un charco de sangre se formaba a su alrededor.
Y sobre mí… mi captor se había deslizado hacia mi izquierda, cayendo al suelo con una flecha clavada en su cráneo; podía verla sobresalir de su frente. Lo que había caído sobre mí era la sangre que se resbaló de su herida mortal.
Como si todo se hubiera ralentizado, miré una y otra vez a los cuerpos, sin saber bien qué había pasado, para luego mirar a los otros dos vivos, que parecían tan sorprendidos como yo misma. Pero, al contrario de mí, comenzarona gritar enfadados y se dispusieron a atacar.
Y fue cuando apareció.
Surgiendo entre la maleza, apareció un hombre a una velocidad que casi pareció sobrehumana, parando el ataque que, sin duda, me hubiera matado de no haberme movido a tiempo.
Con una agilidad y gracilidad envidiables, desarmó al hombre y lo golpeó, alejándolo de mí. Desenvainó una de sus espadas y se dirigió hacia ambos, comenzando así un enfrentamiento de dos contra uno. Sin embargo, al extraño no pareció importale, pues se movió con la elegancia y fluidez de un guerrero altamente experimentado, fintando y bloqueando con facilidad los ataques y defendiéndose con fiereza. Parecía un baile, un baile mortal donde el guerrero captaba toda la atención. Casi pareció no importarme cuando acabó con las vidas de ese par de lunáticos, de forma eficaz, pero brutal. Los dos cuerpos cayeron al suelo casi al mismo tiempo y, entonces, él se giró hacia mí.
Podría decir muchas cosas, pero, al principio, me quedé sin aliento y con la mente en blanco.
Era alto, probablemente un metro ochenta y algo, de constitución fibrosa y tonificada como buen guerrero que parecía. Iba vestido como tal, con ropajes antiguos que podrían recordar a los soldados griegos, aunque su pecho estaba cubierto y tenía varias protecciones de cuero y metal; los pantalones eran recios, con botas y grebas que lo protegían, así como en los antebrazos. Su piel, de un exquisito color broncíneo, se dejaba entrever en las zonas expuestas.
Pero fue su rostro lo que me dejó sin aliento, embelesada, y puede que hipnotizada.
Debía tener una edad similar a la mía. Tenía un rostro equilibrado, con pelo negro azabache brillante, algo ondulado y despeinado que no llegaba a taparle las orejas, que daban ganas de acariciarlo de lo suave que parecía. Sus labios eran carnosos, envueltos en misterio y seriedad, pero que atraían y daban ganas de besar; casi me daban ganas de imaginar cómo sería su sonrisa. La barbilla estaba levemente partida, aunque casi no se notaba, pues una fina barba incipiente la disimulaba; la nariz era recta, equilibrada y sin ningún tipo de anomalía, enmarcando un par de ojos almendrados penetrantes, poderosos y únicos de un extraño color dorado que casi parecía brillar junto a unas vetas plateadas que recordabana al mercurio líquido. Unos ojos atrapantes y colmados de inteligencia.
Debía ser el hombre más hermoso que había visto en mi vida. Daba igual que lo acabara visto luchar y matar a cuatro personas, daba igual que estuviera cubierto de sangre y que aún sujetara su espada, o que llevara varios cuchillos y un arco. Su aura emanaba peligro, pero eso lo hacía parecer más interesante, más misterioso. Mi mirada se iba a cada leve movimiento, hacia cada tensión de esos músculos trabajados, hacia esa mirada crítica que me analizaba.
¿Era esto lo que llamaban un dios griego? Porque si no, no sabía qué podría serlo.
Parpadeé varias veces, intentando salir de ese trance, de esa hipnosis al ver a un hombre tan sumamente atractivo. Por dios, ¿qué me estaba pasando? Parpadeé otro tanto y negué con la cabeza, pidiéndome varias veces que reaccionara.
¿Qué narices estaba haciendo? Por muy guapo que fuera, este tío podría matarme en cualquier momento y ni siquiera se despeinaría al hacerlo. Me bastaba ver esa pelea de antes para saber que no tenía ni una oportunidad contra él.
Así que sí, era guapo, guapísimo, pero puede que estuviera ante otro que querría matarme. Y mucho más peligroso.
Aunque, me había salvado, ¿no? Lo había hecho. Eso creo. Pero aquí nada podía darlo por sentado.
Como si de un resorte se tratara, me levanté a toda velocidad, decidiéndome entre si salir corriendo o qué. En menos de un segundo, alcancé la daga que se me había arrebatado y me quedé mirando al hombre, que se había mantenido en la misma posición, observándome.
Su cuerpo parecía más relajado que antes; no agarraba con fuerza la espada, pero estaba segura que eso podría cambiar en el momento en que quisiera atacar. ¿Solo me estaba analizando? Aunque seguramente no tardaría en concluir que no era una amenaza para él.
La vista se me fue hacia la mochila y mi armamento durante un segundo, y él pareció quedarse mirando durante más tiempo de la cuenta el arco ornamentado, entornando levemente los ojos. ¿Sabría de dónde provenía?
Tragué saliva, congelada en el sitio. ¿Debía correr o quedarme ahí? ¿Qué me daba más posibilidades de sobrevivir? ¿Debería agarrar mis cosas? ¿Las querría él? ¿Qué intenciones tenía? ¿Podría…?
—No voy a hacerte daño.
Una voz grave y con presencia interrumpió mis pensamientos. Me quedé mirando al hombre, pensando durante varios segundos si había sido él quien había hablado. Era una voz algo baja, grave y poderosa, con un curioso acento que no sabía clasificar, pero que de alguna manera le daba un toque especial y atrayente a su lenguaje.
—¿Q-Qué? —farfullé, sin saber qué decir o hacer. ¿Y por qué este hombre sabía hablar español?
Durante un momento, el hombre pareció mirarme como si estuviera frente a alguien estúpido y luego hizo una media sonrisa, aunque sus ojos se mantuvieorn serios y vigilantes.
—No voy a hacerte daño —repitió, en ese acento único—. ¿Estás bien? —preguntó, señalándose el cuello.
—S-Sí —respondí, más rápido de lo debido mientras tocaba mi propio cuello herido. No parecía algo profundo—. Eso creo.
Él asintió, sin parar de observarme. Su mirada me ponía nerviosa, pero lentamente, recogí el resto de mis cosas y me las fui acomodando a la espalda, poco a poco. Él continuó en su posición.
—Gracias —dije finalmente—, por salvarme.
—Parecía que necesitabas un poco de ayuda —asintió, pasando la mirada por los cadáveres del suelo—. Esos fanáticos de los Uránides creen que alcanzarán la salvación ofreciendo la sangre de sus sacrificios —dijo con desprecio, negando con la cabeza—. Artes arcaicas y oscuras sin ningún tipo de beneficio real más allá de satisfacer su propia ansia de sangre.
Qué… macabro. Tragué saliva involuntariamente tras escucharlo. Aunque eso me confirmaba que de verdad había una secta que se movía por estos lugares. ¿Estaba la población de aquí en contra de esos tipos? Ese parecía ser el caso.
—Los de la ciudad… ¿No son de esa secta? —pregunté con cuidado.
—¿Ellos? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la ciudad—. No. Ellos son meros ciudadanos que intentan sobrevivir en su día a día. Pero no les gustan los forasteros. Son muy conservadores en sus costumbres e intimidad; no aceptarán a nadie que consideren una amenaza externa.
No me pasó por alto que habló como “ellos” no “nosotros”. Entonces, ¿de dónde había aparecido este hombre? ¿Qué hacía aquí? ¿Y qué intenciones tenía?
—Ya… Ya me di cuenta —respondí, recordando los eventos pasados—. Se llevaron a uno de mis amigos. No les pareció bien que intentara liberarlo.
—¿Por eso acabaste en el templo? —preguntó, lanzando una pregunta directa. Entonces, sí sabía de dónde venía ese arco. ¿Cómo? ¿Por qué?—. Aunque no suelen acercarse allí.
—Fue un accidente. —Más o menos—. Mientras huíamos, nos separamos y yo acabé dirigiéndome al templo. Esos cazadores no me siguieron escaleras arriba. Y…
—Entraste —terminó por mí, observándome meticulosamente—. Pero saliste.
—Sí, salí —confirmé.
—¿Sabes lo que has hecho? —preguntó con voz calmada, pero podía notarse ese deje de acusación y frialdad.
—¿Lo que he… hecho? —murmuré, demasiado consternada como para darme cuenta que tal vez no debería mostrar mis emociones de esa manera.
Sentí un estremecimiento y un escalofrío recorrió mi espalda. Sentí que la boca se me secaba y que el nerviosismo se apoderaba de mí. ¿Qué había hecho? Yo solo me había visto envuelta en algo que no busqué y solo quería salir de ahí. ¿Algo de lo que había pasado en el templo había sido importante? ¿Había hecho algo malo?
Tragué saliva seca, temerosa. A ese templo no habían querido subir los cazadores. El templo estaba lleno de trampas y pruebas que podrían haberme matado. Pero pensé al final que tal vez solo estaba pasando un desafío o lo que fuera por como se habían sucedido las cosas. Pero, ¿estaría equivocada?
El hombre suspiró, probablemente dándose cuenta que no tenía ni idea de lo que podría haber hecho.
—Seguramente notaste ese temblor antes, ¿verdad?
Asentí, un levísimo y rígido movimiento de mi cabeza. ¿Yo había provocado eso? ¿Cómo?
«¡El mecanismo…! ¡Tal vez fue ese mecanismo!»
—Has iniciado todo. Muchísimo tiempo después —continuó, enigmático.
—¿Qué significa eso? Yo… yo… ¿Hice algo mal? —pregunté, preocupada.
Me recordaba a esas cosas en las historias cuando liberadas sin querer al demonio, al mal en la tierra, la cuenta atrás para el fin del mundo. Cosas así. No habría hecho nada como eso, ¿no?
—Tal vez sí, tal vez no. Depende de cómo se mire —dijo sin darme una respuesta clara, por lo cual lo odié un poco—. Pero si lo que estás buscando es salir de aquí, tal vez sea un comienzo.
—¿Qué?
—Por tus ropas probablemente provengas de ese… accidente de hace días —explicó, dejándome saber sus cabilaciones—. No conoces el lugar, no sabes moverte por la flora, no sabes lo que hacen las personas de aquí. —Hizo una mueca—. Casi un milagro que estés de una pieza. Aunque —volvió a mirarme de arriba abajo—, tal vez no, dados los resultados. Y si lo que quieres es salir de aquí y volver a casa, solo hay una manera. Y esos lugares, pueden resultarte útiles.
—¿Esos… lugares? —pregunté, con miles de preguntas en mis ojos.
—Hay varios templos a lo largo de las ciudades principales —me explicó, casi en tono aburrido—. Allí puede que encuentres lo que necesites. O la muerte —se encogió de hombros levemente.
Me quedé con la mente en blanco momentáneamente, asumiendo lo que me había dicho. Una forma de salir, en varios templos, en distintas ciudades.
—Pero… no lo entiendo. ¿Qué tienen que ver unos templos con poder salir de esta isla?
Escuché una risa, una baja y sarcástica. El hombre parecía mirarme como si viera a un animal pequeño y frágil a punto de ser devorado por algo.
—Este lugar no es normal —comenzó a decir, mirándome con esos ojos extraños—. Ya deberías haberte dado cuenta. Y si piensas que estás en una única isla, es que estás más perdida de lo que pensaba. Lo que has visto solo es el principio. Ahora que se ha abierto el paso a otras islas… Bueno, deberías ir al oeste y descubrirlo.
Me molesté ante sus palabras, pues parecía burlarse de mí por información que no tenía. ¿Varias islas? ¿Al oeste había otra? ¿Que estaba más perdida de lo que pensaba?
—¿Por qué no me lo cuentas todo simplemente si tan perdida estoy? —hablé, más enfadada cada vez; parecía habérseme olvidado por un momento la espada que sujetaba—. ¿Y por qué sabes todo esto?
—Vivo aquí —contestó, encogiéndose de hombros de nuevo—. Es normal que lo sepa. Y deberías tener cuidado.
—¿Con qué? —pregunté, tensa y en espera que dijera que con él o algo así.
—Con todos los que quieran algo diferente a ti —respondió, acercándose a mí. Ya estábamos a un escaso metro de distancia—. Puede que tú quieras salir, pero hay otros que quieren cosas muy diferentes. Y tú les vas a interesar.
—¿Por lo que encontré ahí dentro? —inquirí con recelo.
—Entre otras cosas —fue lo que respondió.
Después, dio un paso atrás, y después otro, hasta que se dio la vuelta, al parecer, decidido a marcharse.
—Tal vez deberías darte prisa y encontrar a ese amigo tuyo —dijo entonces, girando su rostro hacia mí—. Las personas con las que está no van a buscar su bienestar, mucho menos el tuyo.
—¿Qué…? ¿Lo viste? ¿Viste a Alejandro? —pregunté, frenética ante esa nueva información.
—Un chico y una chica, con el grupo de ese tal…
—¿Martin? —Él solo se encogió de hombros por respuesta.
—Deberías darte prisa si quieres dar con ellos —dijo finalmente—. Sigue el río desde el lago y llegarás a su campamento.
Volvió a darse la vuelta y comenzó a andar de nuevo, decidido a marcharse.
Entonces, ¿iba a irse sin más después de salvarme? ¿No quería nada? ¿Me había ayudado sin más y luego me había soltado toda esa información? ¿Por qué? ¿Era verdad siquiera? Y había visto a mis amigos, pero…
Una sensación de inquietud me recorrió de arriba abajo al recordar a Martin mientras las palabras de mi (por ahora) salvador me recorrieron la mente. Pero, ¿podía fiarme de él?
—¡Eh! ¡Espera! —grité cuando lo perdí de vista—. Aún no…
Pero, cuando me adentré de nuevo en esa maleza ya no había nadie allí, había desaparecido.
Me quedé sola, rodeada de la esencia de la muerte que había dejado y muchas más preguntas sin responder. Aunque, con todo, la que más me vino a la mente fue una.
¿Quién era él?
Ni siquiera me dijo su nombre.
Presa y cazador
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 7
VII
—Maldición.
Mi voz quedó sepultada en medio del silencio atronador de ese templo, vacío, frío y solitario. Me mordí el labio, apoyada contra esa enorme puerta que no cedería ante cualquiera de mis esfuerzos. Me dejé caer, sentándome en el suelo de mármol, frío y vetusto, mirando hacia la inmensidad de la gran estancia, iluminada por aquellas antorchas.
—¿Y ahora qué?
La pregunta quedó hecha al aire, sin esperar respuesta alguna. Suspiré, levantándome finalmente tras llegar a la conclusión de que quedándome quieta no llegaría a nada, como cada cosa que había ocurrido desde que desperté en este lugar.
Primero tendría que descubrir si este lugar estaba vacío o había alguien más en su interior. Debería haber alguien, ¿no? Si no, ¿cómo se habían cerrado las puertas? ¿O sería un mecanismo extraño de esos como los que pasaban en las historias de ficción? No recordaba que los griegos o romanos tuvieran este tipo de mecanismos para cerrar puertas, aunque bien sabido era que había trampas en diferentes criptas que dejaban encerrados a los que allí se atrevían a entrar… ¿Era esto una de esas situaciones?
Me giré de nuevo hacia las grandes puertas, buscando algo que indicase que había activado algún tipo de trampa que me hubiera dejado encerrada, pero no fui capaz de encontrar nada. Si no era así… alguien debería haber. No tendría sentido de otra manera… ¿verdad?
Con cierta preocupación interior, me dispuse a recorrer la estancia para buscar algún tipo de información útil.
Como ya observé desde el principio, este lugar era enorme, aunque, para mi sorpresa, sorprendentemente vacuo también, y, dentro de mis limitaciones de conocimientos de historia, el estilo arquitectónico y artístico era claramente grecorromano. Era bastante amplio, con la nave central tras el pronaos, o vestíbulo, ocupando la mayor parte del espacio y en el fondo se entreveía el opistódomo, la sala posterior a la nave principal.
Este templo era algo inusual, ya que estaba cubierto completamente por paredes tras haber pasado la pilastra de columnas y no estar abierto, lo que le daba un aspecto más hermético. El pronaos tras las puertas estaba revestido de columnas más estrechas que las exteriores, sin más decoración que su capitel corintio y los apliques de las antorchas. Al avanzar, llegábamos a la naos, o nave principal, la zona más importante del templo. Era muy amplia, de techos altos, de al menos quince metros de altura, con dos filas de columnas (estas más grandes) dispuestas en hilera y paralelas a la disposición del templo hasta llegar al altar principal. En la nao, sí que podía ver colores, relieves, grabados que le daban un aspecto mucho más rico, pero al mismo tiempo, solemne a la gran estructura. Sin embargo, lo que más llamaba la atención era la ausencia de lo que debería haber en dicha nave: la estatua de la deidad a la que estaba dedicado aquel templo. Extrañada, me acerqué hasta el gran altar, de al menos dos metros de altura, donde había varias oraciones escritas en… ¿griego? Reconocía algunos símbolos, pero no estaba segura del todo de la escritura que estaba viendo. Sorprendida por aquello, alcé una mano, tocando las palabras talladas y deslizándola por la piedra antigua, hasta el símbolo grabado y embellecido en oro en el que podía identificarse un arco y flechas.
—Arco y flechas… —dije con tono pensativo, mirando de nuevo las letras que no podía leer.
Probablemente describirían de qué iba todo esto, pero no conocía las lenguas antiguas. Prestar atención a los estudios de mi padre me habrían venido bien en este momento. Suspiré un poco frustrada por esa falta de información que podría ser importante.
Desvié la mirada hacia la región posterior, la otra sala separada del templo. Despacio, me dirigí allí, solo para confirmar finalmente que no había nadie en este edificio, salvo yo. No sabía si eso me hacía sentir aliviada o frustrada. El opistódomo era amplio también, aunque mucho más pequeño que la nave principal, probablemente un tercio de la misma. Sin embargo, era con mucha diferencia, la más rica a nivel artístico. Igual que el resto de la edificación, la estancia estaba revestida de paredes, y se accedía a ella tras atravesar un portón custodiado por columnas a los lados y un enrejado dorado que representaba elementos naturalísticos como hojas, raíces, flores o plumas. Pasando la entrada, la sala tampoco tenía gran mobiliario interior, como pasaba en el resto del edificio, pero sí que se podían ver algunos, resaltando lo que parecía ser dos altares en ambos extremos de la estancia y varios arcones y lámparas. Igualmente, llamaban la atención las paredes, que estaban bellamente decoradas con escenas que recordaban a los típicos eventos de caza.
Recorrí la estancia, admirando cada detalle hasta que llegué a uno de los altares, concretamente, el que estaba más a la derecha. Este altar era más pequeño, con una altura más accesible, pero tampoco sustentaba ninguna estatua. En lugar de eso, lo que había era un…
—¿Un carcaj?
Fruncí el ceño, extrañada porque algo así estuviera en un templo. ¿Era algún tipo de reliquia? Pensativa, me di la vuelta y anduve hasta el otro altar, donde esta vez, pude ver un arco, de aspecto antiguo pero resistente. Era bonito, con algunos grabados naturalistas y un par de plumas de decoración atadas en uno de los extremos con cuerdas rojas.
Suspiré. ¿Qué significaba esto? ¿Ofrendas, tesoros, reliquias? En los altares también había algo escrito, pero no supe qué significaba nada de nada. Cambié mi atención a los arcones que había en la sala, esperanzada por encontrar algo que me permitiese salir de aquí. Con dificultad, abrí el primero de los tres baúles metálicos, que, esperaba, no apareciese un monstruo listo para comerme o una maldición que me fundiera.
«¿Gracias por darme estos pensamientos, Dark Souls?», pensé con cierta sorna cuando el interior fue visible para mí.
Ah… pero no, no esperaba que este templo me ofreciera un evento como uno de esos videojuegos que tanto sufría pero que adoraba cual masoquista. Esto no era un mundo de fantasía épica. Y el interior del arcón solo fue… una flecha.
—¿Qué?
Parpadeé varias veces, intentando ubicar el sentido de este objeto en un arcón tan pesado. No es que esperara algo muy especial (tal vez una llave o algo) pero esto me resultó… decepcionante. En serio, una flecha. Vale, era una flecha bonita, con decorados en bronce y morado, y el estar colocada sobre un cojín rojizo le daba más majestuosidad, pero… nada más.
Con la intuición de que en los otros arcones no habría cosas de mi agrado, los abrí uno tras otro. Para encontrarme… más flechas. Una en cada arcón, y una con diferentes características y colores: la del arcón del centro en colores dorado y azul; la de la derecha, plata y verde.
—Debe significar algo… Es que… No tiene sentido —dije mientras miraba de nuevo hacia los altares.
Flechas, un carcaj y un arco. Pero nada más en la sala. Me puse a dar vueltas, pensando qué hacer. ¿Podría usar todo esto para salir de alguna manera? O al menos, tendría otra cosa con la que defenderme. No es que supiera precisamente usar un arco, pero… podría practicar. Era mejor que no tener nada.
Sin pensar mucho más, me acerqué al altar que más cerca tenía y agarré el carcaj. Pero fue entonces, cuando el suelo tembló, haciéndome sujetarme momentáneamente al altar para no perder el equilibrio. Y luego, vi en el otro extremo de la sala que, para mi sorpresa, el otro altar estaba bajando… para ocultarse en el suelo.
Eché a correr, con el carcaj aún sin colocar en la espalda, pero no llegué a tiempo para agarrar el arma; prácticamente se me escapó entre los dedos antes de hundirse en el suelo para desaparecer como si nunca hubiera estado ahí.
—¿Qué…? ¿Qué cojones? —casi grité de frustración.
Pero, ¿qué acababa de pasar? ¿Por qué? Enfadada, me levanté del suelo y miré a mi espalda, donde estaba el otro altar, aún en su posición. Desconocía si en aquellas letras antiguas describía qué narices había hecho, pero ahora solo quería golpear y maldecir mi ignorancia. ¿Y si lo que había hecho ahora estaba mal? ¿Y si había provocado algo que me perjudicaría? Que hubiera acabado sin arma no me daba ningún tipo de tranquilidad. Rápidamente me fui hacia la nave principal para ver si había pasado algo más, pero nada había cambiado. Ni nadie había aparecido. Aunque eso no sabía si me reconfortaba o no.
Volviendo a la sala posterior, me quedé mirando los tres arcones con sus flechas, nada segura sobre lo que significaba o tenía que hacer. Antes había recogido el carcaj y había desaparecido el arco, como si hubiera tenido que elegir algo. ¿Pasaría lo mismo si me quedaba con alguna de las flechas? Y entonces, ¿qué significaba eso? Miré los arcones, por si pudiera tener algún tipo de pista. Aunque, ¿pista de qué? Suspirando, miré el símbolo principal de cada baúl, siendo de izquierda a derecha: un compás, una espada y un ojo.
¿Qué me quería decir todo esto? Miré alternativamente las tres flechas, sus símbolos, el carcaj, el altar donde estuvo el arco. Todo…
—Tiene que ver con la caza —susurré en la inmensidad de la estancia.
De repente, sentí como si se me encendiera la bombilla. Arco, flechas, un carcaj, el símbolo del altar, las decoraciones naturalistas… incluso creía haber visto un símbolo en el portón externo que se parecía al de dentro. Y estando en un templo de aspecto griego, solo había una deidad a la que se le rindiera culto.
—Artemisa.
El nombre salió de mi garganta como si encajara, resonando con musicalidad dentro del edificio. Si no estaba equivocada, esto era un templo dedicado a la diosa de la caza griega. Admiré de nuevo la estancia, viendo los grabados que representaban eventos de caza con nuevos ojos; una verdad que se me estaba escapando a plena vista todo el tiempo. Me reí un poco de mi propia estupidez por no haber caído antes.
—Así que seguramente esto es un templo dedicado a la diosa Artemisa… —dije con tono pensativo, mirando de nuevo las flechas—. Entonces, ¿qué significáis cada una?
No sabía qué significaba el carcaj o el arco más allá que utensilios para usar en la caza, pero eso ya era algo tarde para mí. Por más que quisiera, no iba a entender el texto. Y los símbolos de los arcones… Una espada, un compás y un ojo. Una espada podía significar fuerza, muerte, destreza. Un compás… antiguamente se había usado también como símbolo de precisión. Y el ojo… ¿visión? ¿Tal vez percepción? Todo eso me recordaba a posibles atributos de la caza. ¿Sería eso? ¿Elegir algo de eso? ¿Para qué? Se me vino a la mente aquellos momentos en las historias en las que el personaje tenía que elegir algo antes de que comenzase una prueba o desafío. Tragué saliva, esperando que no fuera nada de eso. Porque, seamos claros, si pasaba algo como… un jefe final, una pelea, un desafío de lo que fuera, no tenía ni idea de usar un arco bien e iba a morir bien pronto de ser así. Casi podía ver al monstruo gigante que me aplastaría con lo que fuera antes de moverme siquiera de mi sitio.
«Demasiada imaginación, Athena», me regañé, intentando calmarme.
Sea lo que fuere tenía que avanzar, y seguramente eso implicaba elegir una de las flechas. El para qué, tendría que descubrirlo más tarde. Entonces, ¿destreza, precisión o percepción? Si es que eso significaba cada símbolo y no me estaba equivocando estrepitosamente. En caso de ser una prueba, no sabía qué mejor convenía, pero para mí misma… La fuerza, destreza, resistencia o lo que fueran, estaban bien, pero si fallaba todo lo que apuntase no me serviría de nada. Y si no me daba cuenta de lo que tenía alrededor pues cualquier cosa se me escaparía o mataría. Tras pensarlo mucho, alargué la mano izquierda y agarré la flecha del arcón del compás.
«Por favor, que no aparezca un monstruo gigante para matarme. Por favor, que no aparezca nada, por favor…»
—¡Ay!
Un grito de dolor me hizo soltar la flecha y sujetarme la mano izquierda herida, al mismo tiempo que los otros dos arcones se cerraban de golpe. No necesitaba imaginación para saber que ya no podría volver a abrirlos. Igualmente, el sonido de algo metálico, un ruido sordo y alto, se hizo eco a mi espalda.
Me quedé quieta durante unos instantes, mirando al suelo, a la flecha, sin saber si voltearme, salir corriendo o qué. Al final, miré hacia atrás, temerosa, pero no vi nada diferente a priori. Miré de nuevo la flecha, ahora en el suelo, y la pequeña raja que tenía en la palma izquierda, poco profunda, pero lo suficiente para que sangrase un poco. Observé la flecha, viendo el espolón con el que me había cortado. Sentí que me ponía pálida (más de lo que era). ¿Y si me acababa de envenenar de alguna manera? Ay, dios mío.
—No, no, no, no —la respiración se me hizo superficial y rápida mientras sentía el miedo y la ansiedad apoderarse de mí. Dios, ¿iba a morir?
Comencé a temblar ante la posible idea, y me quedé ahí parada durante lo que me parecieron unos eternos segundos, o tal vez minutos, hasta que conseguí calmar algo la mente.
«A ver, sea lo que sea… Ya no puedo hacer nada. Puede que no sea nada, me siento igual que siempre y en caso de que fuera algo malo, puede que haya un antídoto y… y parada aquí voy a perder el tiempo.»
Cogí aire varias veces, un último ejercicio de calma, y miré la herida de nuevo, que ya había dejado de sangrar. Escocía un poco, pero era soportable. Ah… tenía que moverme. Con cuidado, recogí la flecha y la puse dentro del carcaj, que ya tenía a la espalda, y me di la vuelta. Tenía que ver qué había sido ese sonido de antes.
La verdad, no tardé mucho en ver qué había cambiado. El altar grande de la nave principal había cambiado. O, mejor dicho, el símbolo que allí había se había salido como con un resorte. Me acerqué al símbolo y, tras pensarlo un poco, comencé a girarlo hasta que ahí un clic, volviendo a presionarlo hacia la roca después. Entonces, sentí otro temblor, retrocediendo. Y… joder. Esto ya empezaba a parecerse a Indiana Jones o algo. Unas escaleras subterráneas se habían abierto ante mí.
—Hay que joderse…
Sí, este lugar no dejaba de sorprenderme.
¿Debería decir que lo que fue pasando a continuación era algo cliché?
Tras bajar las escaleras se vino un corredor antiguo con aspecto de no haber visto a nadie en mucho tiempo, lleno de polvo, telarañas (por dios y todo lo que amaba, que no viese ninguna araña) y el olor a humedad y aire enrarecido. El pasillo esta vez no estaba iluminado por antorchas, aunque estaban los apliques, así que lo hice yo con una de las antorchas de fuera. Y menos mal, porque así pude ver, no solo por dónde iba a los grabados escondidos entre las telarañas, sino también los restos de cadáveres, fallecidos hace mucho tiempo. Por qué, podrías preguntar. Pues por las trampas mortales que habían sido activadas a lo largo de los diferentes corredores. Pinchos, mazas, suelos que se caen, trampas que te atrapaban el pie para que luego apareciera del techo algo que te atravesaría, etc. ¿Por qué no me daba la vuelta? Pues porque no había salida. No, la puerta de fuera del templo no se movió ni había cambiado nada; ya lo había intentado. Al menos, esas trampas ya habían sido activadas previamente. Aunque lamentaba por los que allí habían caído antes que yo. Aunque, he de decir que alguna de ellas, aún estuvo activa, pero al menos, pude activarlas con seguridad antes de que me hicieran algo, o escapé de ellas…
—¡Mierda! —exclamé mientras llegaba hasta suelo firme, antes de que me cayera al abismo, un abismo con pinchos.
Bueno, casi todas.
Llamando a la calma, respiré hondo varias veces y continué por el corredor. Tras unos esqueletos más y trampas, pude vislumbrar al fondo una luz, una luz que parecía venir de la luna. Con cuidado, anduve hasta allí, llegando hasta una sala circula con una cúpula con un agujero que dejaba entrar la luz de la noche. Desde la entrada, pude ver que un surco que recorría toda la sala, con un líquido oscuro en su interior.
«¿Podría ser…?»
Dejándome llevar por instinto y, para qué engañarnos, lo que había visto en pelis y juegos, acerqué el fuego de la antorcha al líquido y… ¡bum! El fuego se extendió poco a poco hasta iluminar toda la sala. Aceite, como había supuesto.
Ahora que la sala era iluminada por las llamas, pude ver que la sala tenía en su centro un altar vacío y varios grabados en las paredes. Dichos grabados volvían a representar eventos de caza, aunque esta vez parecían representar una escena. Según las ilustraciones, lo que parecía un cazador se movía por el bosque cazando diferentes animales, pero uno en concreto fue deseo para la diosa Artemisa: un ciervo (dorado, según los colores desgastados del grabado). El cazador persiguió al ciervo atravesando diferentes peligros hasta que le dio caza, ofreciéndoselo como sacrificio a la diosa, quien le recompensaba con un arco dorado.
Interesada por la posible historia, me acerqué al altar, que, como los de arriba, tenían algo escrito en idioma que no podía siquiera leer. Chasqueé la lengua con frustración y miré el resto de la piedra, encontrando una abertura… que tenía forma de flecha.
—¿Oh?
Con cuidado, saqué la flecha que tenía en el carcaj. Parecía al final un objeto más ceremonial que para el ataque. Supongo que su peso y el aspecto me debía haber dado esa pista. No lo pensé mucho y coloqué la flecha en la abertura, provocando poco después una perturbación en la sala, abriendo enfrente una puerta… ¿al exterior? La luz de la noche se filtró desde ese lugar. Curiosa por lo que habría allí, me acerqué hacia la posible salida, ahogando un sonido de asombro cuando vislumbré el exterior.
En efecto, lo que parecía una salida conectaba con el exterior… aparentemente. Bajando una gran escalinata, bajábamos hacia un bosque enorme, pero que estaba encerrado en el interior de una especie de hoyo o cráter excavado en la piedra de cientos de metros de altitud. Y en su centro, se erigía una edificación que parecía otro templo, similar al que había entrado, aunque más pequeño. Probablemente tuviera que ir allí.
Esperaba que allí estuviera de verdad mi escape.
Estaba cansada.
Y sentí lo realmente cansada que estaba cuando, después de haber recorrido durante un tiempo que me pareció interminable ese bosque, correr mientras escuchaba el sonido de lobos, huir de lo que podría ser cualquier depredador, atravesar corrientes de agua y rezar varias veces por mi vida, llegué al dichoso nuevo templo, rodeado de fogatas de fuego incandescente y vi que, oh, estaba cerrado. A cal y canto.
No pude evitar que mis piernas flaquearan y me viniese abajo. Estaba muy, muy cansada. Apenas debía haber dormido desde que desperté de la cueva esa, y excepto la triste manzana que conseguí en la ciudad no había ingerido nada. Sentía el cuerpo temblar, por agotamiento, miedo, frío e impotencia al ser consciente de mi precaria situación.
Me quedé ahí, apoyada sobre el altar que había poco antes de la entrada cerrada del edificio, contemplando la nada y sumiéndome en la autocompasión. Al menos, durante un rato.
—Ah… —suspiré, cerrando los ojos antes de fijar la vista de nuevo en el mural de la entrada, con el símbolo de la diosa de la caza y las astas de un venado.
Apoyé la cabeza sobre la piedra fría del altar, que, por los dibujos que había visto antes en él, imaginaba que era el lugar donde debía ofrecer la presa, el sacrificio o lo que fuera. Me reí un poco, sin saber si era eso mejor que llorar. Tenía sentido que, si había que pasar una prueba de la diosa Artemisa, tuviera que ver con la caza. Vamos, estaba escrito y señalado por todas partes. Pero, ahora mismo, sabiendo que no tenía conocimientos de caza, que estaba en un lugar donde habría depredadores, sin salida aparente y, cansada y con un hambre voraz… ¿qué posibilidades tenía? Por no tener, ni siquiera tenía un arco. Ni flechas. A lo mejor no moría en una trampa, pero moriría de hambre si no era capaz de sustentarme con nada.
Estaba jodida. Y lo sabía, que era peor. Pero también sabía que si me quedaba sin hacer nada, era cuando sucumbiría.
«Al menos, intentemos buscar algo que llevarme a la boca.»
Con dolor en todo el cuerpo, me levanté y tragué saliva seca, intentando pensar. El cielo estaba despejado y podían verse las estrellas y la luna, por lo que no parecía que fuese a llover o algo así. Lo primero que empecé a hacer, era una hoguera. Aunque estaba al descubierto, el fuego solía evadir a las bestias, por lo que serviría para calentarme y estar algo más segura. Tras recoger varias ramas y hojarasca, juntar piedras y adecentar el terreno para evitar provocar un incendio, prendí mi primera fogata con la antorcha que aún portaba. Un primer logro, al menos.
Después, recorrí un poco el bosque hasta llegar a uno de los arroyos que había encontrado. Me eché agua en la cara y bebí, despejando un poco la cabeza. Y después, me puse a buscar algo que comer. Si tenía que cazar algo, primero para la diosa, primero tendría que alimentarme. Comencé así mi búsqueda alimentaria, rebuscando atentamente por cualquier lugar. He de decir que me hubiera gustado haber leído algo de plantas, de herbología o lo que fuera. Desde luego, no me comería ninguna seta, por si acaso.
Lo cierto es que casi grito de felicidad cuando encontré unos manzanos. Las manzanas volvían a salvarme. Cogí unas cuantas y las guardé en el carcaj (no es que tuviera otro sitio) y continué mi búsqueda mientras me iba comiendo la segunda. También encontré algunas higueras, perales, naranjos y vides, por lo que recogí todo lo que pude mientras luchaba por no llorar de la emoción. Afortunadamente, no me perdí, ya que el templo se veía por los alrededores, pues estaba en una disposición alta que permitía verlo cuando no estaba muy alejada. Cuando regresé a la hoguera, me senté y me puse a comer, disfrutando el dulzor de la fruta, descansando un poco también mientras comía.
Probablemente me quedé también un poco adormilada, pues no me di cuenta de que algo se acercaba hasta que no escuché el crujido de una rama al romperse. Fue entonces cuando mi atención volvió al bosque, ahora silencioso, demasiado, con el único sonido del chisporroteo del fuego y mi respiración como interlocutores.
Y… los vi. Cuatro pares de ojos, brillantes en la oscuridad, me observaban.
El primer instinto me hizo crisparme y querer salir corriendo, pero, al contrario, me quedé ahí, muy quieta y conteniendo la respiración. Lentamente, las bestias salieron a la luz, mostrando cuatro lobos grandes y feroces que parecían observarme con voracidad. Despacio, me levanté y agarré una de las ramas ardientes de la hoguera, a la vez que desenfundaba la daga de la pierna.
—Tranquila, tranquila…
Retrocedí unos pasos mientras ellos avanzaban intentando rodearme.
«¿El fuego mantiene alejadas a las fieras? ¡A estas no, joder! ¿Por qué tiene que pasarme todo a mí?»
El sudor frío y nervioso bajó por mi espalda y un leve temblor hacía titilar la llama de la antorcha improvisada; los nudillos de las manos, pálidos por la fuerza con la que sostenía mis armas. Solté el aire retenido a la vez que ellos sus gruñidos, dispuestos a atacarme en cualquier momento: era una presa apetitosa que no dudarían en aprovechar. Pero yo no estaba dispuesta a dejárselo tan fácil.
—¡Eh! ¡Atrás! —grité, enfadada y asustada por todo esto.
Moví el palo de fuego hacia los lobos, que retrocedieron momentáneamente, tal vez sorprendidos por la nueva situación, mas no tardaron en gruñir de nuevo y enseñar los dientes. El primero que atacó, fue golpeado por el fuego del palo, haciéndolo gemir y asustarse (y yo grité de miedo), pero eso no hizo que los demás se acobardaran. Así que, tras esquivar precariamente otro ataque, hice lo único que se me ocurrió ya: correr.
Ya había sido perseguida antes, pero esta vez, la sensación de urgencia era mucho mayor. ¡Esas bocas llenas de dientes afilados me destrozarían sin dudarlo si me atrapaban! El corazón iba a salírseme del pecho, los pulmones me ardían y mi ya cansado cuerpo estaba haciendo lo posible por continuar; los sentidos agudizados, la piel perlada, la vista agudizada, los sonidos más penetrantes. ¿Era así como se sentía una presa mientras la perseguían? En mi mente ahora solo podía pensar en correr, saltar, esquivar, huir. Ni siquiera pude gritar cuando sentí un gruñido muy cerca.
—¡Ah!
En mi huida desesperada, no me di cuenta de que me había ido por un lugar en descenso, y no me percaté hasta que estuve prácticamente encima de un desnivel bastante grande que, si caía por él, seguramente acabaría magullada en el mejor de los casos. Y cuando fui a desviarme, ya era demasiado tarde. Algo se abalanzó contra mí, pero, para infortunio de ambos, el impulso nos hizo caer por el terraplén. Un amasijo de extremidades, pelo y dientes caímos por la pendiente, rodando y golpeándonos. En plena caída, no fui muy consciente de lo que ocurría, solo sentí el impacto, el giro y confusión, hasta que caí en suelo firme, separada de mi atacante.
Y lo peor, no tenía tiempo para quedarme ahí llorando por el dolor de los traumatismos. Incorporé el torso y busqué con la mirada la daga, que estaba a unos metros de mí, cerca de esa bestia que comenzaba a levantarse, algo aturdida. Sin perder tiempo, y resistiendo el dolor, me levanté y fui hasta la daga, justo antes de escuchar un gruñido amenazador, sin tiempo para apartarme antes de que me atacase de nuevo esa bestia furiosa. Ahogué un grito de terror mientras me sentía caer al suelo de nuevo, esta vez con el lobo y sus fauces demasiado cerca. Desesperada, me retorcí y peleé todo lo que pude para que esos dientes no alcanzaran mi cuello y, llevada por el instinto y el miedo, solo actué. Apuñalé con la daga en cuanto tuve oportunidad, provocando un gemido de dolor al lobo. Y no fue una, sino dos, tres, las suficientes hasta que la fuerza del animal cedió y pude patearlo y levantarme para poner distancia. El animal no tardó en caer, abatido. Y pasaron segundos, tal vez un par de minutos, hasta que volví a moverme, temblorosa y cubierta de sangre del lobo.
—Ah, ja, ja, ja…
Una risa nerviosa salió de mis labios mientras las lágrimas estaban en el borde de mis ojos, amenazantes. No sabía si sentirme aliviada, aterrorizada o qué. Había estado a punto de morir devorada, perseguida por unos lobos y si no hubiera sido por esa daga, ahora sería su comida.
Un aullido, metros más arriba, me hizo desviar la mirada. Los otros lobos me miraban arriba del terraplén, enseñando los dientes.
Fruncí los labios, frustrada, asustada, cansada. Aún estaba en peligro. Ni siquiera tenía tiempo para pensar o hundirme en la autocompasión. Pasé un brazo por mi cara, para apartarme el sudor y la suciedad y, controlando la respiración, me di la vuelta y seguí corriendo, aprovechando la única ventaja que tenía ahora. Por suerte en esa caída, solo estaba magullada, no incapacitada.
Me mantuve en movimiento, atravesando el terreno, pasando un arroyo, entre los árboles, todo lo lejos que pudiera en medio de esa oscuridad nocturna hasta que ya no volví a escuchar a esos depredadores. Y pasó tiempo, ya caminando, sin encontrar ninguna bestia más. Poco a poco, la adrenalina fue abandonando mi cuerpo y el cansancio fue apoderándose de él. No sé cuánto tiempo estuve caminando, pero paré cuando vi lo que parecía ser una…
—¿Una cueva?
Cautelosa, me acerqué a ella, pues no sabía si podría haber cualquier animal dentro. Era habitual que los animales usaran este tipo de lugares como refugio. Pero hubo algo que me llamó más la atención. Había luz saliendo del interior de la cueva.
—¿Qué…?
¿Habría alguien ahí dentro? Y si así fuera, ¿sería amigo o enemigo? Tragué saliva y apreté más la daga que no había vuelto a envainar, y, muy despacio, me acerqué a la luz, entrando en el lugar.
La cueva era algo angosta y no había mucho espacio, pero pronto se abrió para dar lugar a un espacio más amplio y… trabajado, por así decirlo. Había apliques con antorchas encendidas (de ahí la luz, supongo), un grabado con un arco y otros que no entendí demasiado. Al final, había un pequeño altar que, por algún motivo, estaba rodeado de lanzas y, sobre algunas de ellas, descansaba el cuerpo de una persona, ya muerta tiempo ha, pues su cuerpo no era más que piel y huesos enclaustrados en ropa relativamente moderna. El hombre además había llevado una mochila pequeña, aún sujeta a su espalda. Desde cerca, pude ver que había sido alanceado en tórax y abdomen. Esperaba que hubiera muerto pronto… por el bien de su sufrimiento. Sobre el altar, ya no había nada, pues parece que, con el movimiento, lo que hubiera ahí había sido lanzado al suelo. Un arco de madera, sencillo y sin florituras, estaba en el suelo.
Un tesoro envenenado. Y parece ser que muy traicionero. Con cuidado, lo recogí y me aparté del altar todo lo que pude, esperando que no ocurriese nada como le había ocurrido al anterior visitante de la cueva. Pero no ocurrió nada. Por suerte.
Prudente, desvié la mirada otra vez hacia el cuerpo. Mis ojos se fijaron de nuevo en esa mochila que llevaba. No era muy grande, pero tenía varios bolsillos y compartimentos. Podría ser útil… después de un lavado, si es que no estaba en muy mal estado.
—Lo siento —dije al cuerpo muerto hace tiempo, antes de que me pusiera a trastear con sus antiguas ropas.
No fue muy agradable mover todo para sacarle la mochila, sobre todo por el crujido de huesos y rotura de piel seca, pero al final conseguí hacerme con la mochila, tosiendo por el polvo que removí en el proceso. Afortunadamente, parece que podría usar la mochila sin problemas.
Una vez terminado ahí lo que podía hacer, me di la vuelta y me senté apoyada en la primera pared de la cueva que me pareció, completamente agotada. Necesitaba un descanso, aunque fuera durante un momento. Después podría continuar. Ahora tenía un arco y tal vez podría comenzar realmente con esta prueba, o lo que fuera esto. Y tal vez cazar comida. Necesitaba algo más que fruta…
Pero por ahora, solo necesitaba un momento.
No pasó nada de tiempo para que cayera plácidamente en los brazos de Morfeo.
Chasqueé la lengua cuando erré el disparo de nuevo. Y, desafortunadamente para mí, ese pájaro tan apetitoso se percató de ello y salió volando, huyendo y dejándome con cara de tonta. No intenté ir tras él; ya había aprendido que no serviría de nada.
Solté una maldición hacia el cielo azul brillante, frustrada.
Tenía hambre, y no había conseguido nada que llevarme a la boca todavía. Y el seguir en movimiento no me ayudaba en nada a calmar mi estómago.
Había despertado bien entrado ya el día y, al menos, me sentía bastante renovada, aunque eso no significaba que no me doliera todo el cuerpo. Tenía unas agujetas que me hacían maldecir cada vez que mi cuerpo se movía, por no hablar de los moretones que empezaban a aparecer en mi piel pálida. Pero por mucho que me doliera todo, eso no significaba que pudiera quedarme ahí sin hacer nada. Así que salí, buscando la manera de salir, de comer, de sobrevivir, de lo que fuera. Y… bueno, por ahora, podía decir algunas cosas.
La primera, que había varias cuevas parecidas a la que encontré anoche repartidas por ese gran bosque, y que algunas de ellas contenían arcos, otras, carcajes, otras, flechas y otras, tesoros que no sabía para qué podían servir. Y, como anécdota, unas cuevas equipaban trampas y otras no. Sinceramente, solo me hice con las flechas, pues no estaba interesada en el resto de cosas. Y no quería cargarme con nada innecesario.
La segunda, había animales de todo tipo por aquí, tanto posibles presas como depredadores. Ya había podido ver lobos, un oso, ciervos, zorros, conejos y diferentes aves.
La tercera, había comenzado a reconocer el terreno y conseguí volver al templo central del bosque, aunque para mi mala suerte, la hoguera se había apagado. Pero, para eso me había llevado una antorcha de una de las cuevas.
Y cuarta… Aprender a usar un arco era difícil. Muy difícil. Había tardado bastante tiempo simplemente en conseguir disparar una flecha, y más aún que fuese en la dirección que planeaba. Pero he de decir que estaba progresando, aunque me estaban empezando a salir heridas en las manos. Tendría que vendarlas en algún momento. Al menos, el anterior tiro estuvo muy cerca de mi presa.
Pasó un poco de tiempo hasta que vislumbré otro animal que me hizo desear armar una fogata ahí mismo. Un conejo se había acercado a uno de los arroyos que ya había empezado a vigilar y, muy despacio y haciendo el menor ruido posible, me dispuse a intentarlo de nuevo.
Calmé los nervios y el ansia por conseguirlo, la presión interna y moderé la respiración. Acompasándola, tensé el arco aplicando la fuerza que ya había comenzado a medir y apunté al objetivo. Y tras unos segundos, disparé. Y esta vez, mi perseverancia dio sus frutos. La flecha dio en el blanco.
—¡Sí! —exclamé, llena de alegría.
Corrí hasta la presa, que había sido herida de gravedad. No tardé en cambiar la expresión de alegría por otra de pena y cierto arrepentimiento. Nunca me había gustado el sufrimiento, ni mío ni ajeno, y ver a un animal sufriendo por lo que yo había hecho me causaba pesar.
—Lo siento… —dije, cerrando los ojos un momento.
Pero esto era lo que tenía que hacer para seguir. Cuando los abrí de nuevo, la mirada pasó a una más decidida y, sin perder tiempo, acabé con el sufrimiento del animal con la daga. Tragué saliva, pues no dejaba de ser algo desagradable, pero continué mi labor.
Pasado un tiempo, un tiempo que seguramente se quedaría en mi memoria por mucho tiempo, estaba saboreando esa carne tras haber sido desollada, desangrada y preparada en el fuego. El hambre era tal que ni siquiera me importó si el conejo podría haber estado enfermo o lo que fuera; tampoco que no hubiera hecho esto nunca. Después de al menos dos días, esta fue la mejor comida que había probado. Y el hecho de que la hubiera conseguido con mis propias manos lo hacía más sabroso.
De esa manera, con la mente despejada y con el estómago lleno, volví a mi búsqueda de… lo que se supusiera que tenía que hacer.
A lo mejor podía resultar exagerado, pero nada como haber tenido una comida decente y haber dormido para poder pensar con claridad. Si ya no sintiera mi cuerpo dolorido, sería genial, pero no podía tenerlo todo.
Recapitulando todo lo que había visto y la situación en la que me encontraba, estaba claro que me había metido en un templo que contenía una especie de prueba o desafío en su interior. Si no estaba equivocada, estaba en relación con a la diosa griega Artemisa, la diosa de la caza (aunque no su única representación) y este bosque escondía un desafío que aún no había cumplido. Antes de entrar había visto esos grabados de caza y un ciervo, y en algunas cuevas pude ver otros dibujos donde se veía algo similar. Si teníamos en cuenta que en ese templo central del bosque había un altar, ¿significaba eso que debía ofrecer una presa en sacrificio? ¿Un ciervo, como aparecía en el grabado? Varios mitos de Artemisa tenían animales como protagonistas, los ciervos entre ellos.
Desde luego, todo esto era una prueba de supervivencia y destreza, algo que no sabía si cumplía. Aunque hasta ahora me había mantenido, más o menos. Ya había estado al borde de la muerte varias veces, pero había perseverado. Pero todo esto me hacia pensar si no estaba solo ante el inicio de algo peor. Desde que desperté en este sitio desconocido tras el accidente, no habían dejado de pasar cosas que hasta ahora nunca creí que fuese posible vivir para mí. Y todo parecía volverse más extraño cada vez. Este lugar no era una prueba más que ello. Y… hasta ahora, nunca había acabado con la vida de ningún animal, y eso ya me había resultado incómodo a grandes rasgos. Ambas veces por supervivencia, pero por motivos completamente distintos. Una parte de mí se preguntaba preocupaba si esto no iría escalando a otros niveles de violencia. Porque, desgraciadamente, es lo que me parecía.
Pensando en ello, anduve por ese bosque, prestando atención a todo lo que fui cruzándome a mi paso y con arco y flecha preparados en caso de que fuera necesario. Pasó un tiempo así, ensimismada en mis pensamientos, vislumbrando animales, escondiéndome de peligros y encontrándome restos de personas antes que yo que fallaron en su misión… hasta que lo encontré.
De alguna manera, lo supe en cuanto lo vi. A varios metros de mí, cerca de uno de los arroyos que atravesaban este lugar y, como un ser mágico sacado de cualquier cuento de hadas, encontré una cierva cuyo pelaje parecía brillar como el oro, bebiendo pacíficamente esa agua cristalina. El tiempo pareció detenerse durante un tiempo mientras admiraba a tan preciosa criatura. ¿De verdad podía existir algo así? No había escuchado nunca que un ciervo pudiera tener un pelaje como ese. ¿Alguna alteración genética? O tal vez este sitio estuviera hecho para que no parara de encontrar cosas extrañas. Pero una cosa me quedó clara: este animal era el que tenía que ver con este reto. Un ciervo de pelajes dorados, tal como se había visto en los grabados de las paredes. Teniendo en cuenta la diosa, mitología, grabados y mis armas, parecía claro lo que debía hacer.
Un trofeo digno de una diosa de la caza.
Me mordí el labio, pensando sobre lo que debía hacer a continuación. Si mi hipótesis era cierta, debería cazar a ese animal y ofrecerlo en ese altar del templo con la esperanza de que se abrieran las puertas y… ¿encontrar una salida? Sinceramente, esto no dejaba de ser un lugar en el que había acabado buscando salir del templo. No es que me interesara nada de lo que había ahí dentro. Aunque posiblemente este lugar había atraído a otras personas por otros motivos antes, a juzgar por los cadáveres y restos humanos que había ido encontrando en mi travesía por aquí. Y que antes de llegar aquí mis perseguidores no hubieran subido hasta el templo me hacía creer en algún tipo de motivo siniestro.
Pero ya no podía hacer nada. Solo tenía que centrarme en continuar, en salir. Mis ojos se enfocaron de nuevo en la hermosa criatura, con un aura mucho más agorera que antes. Tensé el arco y modulé la respiración de nuevo, concentrándome. Mi resistencia de apuntado no era mucha porque no tenía la suficiente fuerza, así que tenía que hacerlo con rapidez.
Sin embargo, cuando la cierva me localizó entre la maleza, se quedó mirándome fijamente sin huir, como si esos ojos pudieran atravesarme y juzgarme. Esta vez, sin esas ansias por la comida, me sentí perturbada y culpable, lo que, al final, me hizo errar el tiro. La cierva salió corriendo poco después.
—Mierda —maldije, echando a correr detrás de ella.
Perseguí a la cierva a través del bosque con la mayor velocidad de la que fui capaz, intentando incluso disparar alguna flecha que la alcanzara, pero fue un fracaso. Al final, perdí al animal pasados unos minutos, y yo acabé resollando, tratando de recuperar el aliento.
Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba.
Así pasó otro día.
Fue un día largo y duro, donde no alcancé mi objetivo, ya fuera porque perdí al ciervo varias veces o porque me encontré con otros animales que entorpecieron mi labor… y amenazaron mi vida. Esto se había vuelto en un duelo entre el bosque y yo, donde la naturaleza era mi adversario, y yo a veces era su presa y otras su cazadora.
Había tenido que seguir practicando, corriendo, escondiéndome, alimentándome y defendiéndome. Si era sincera, la tensión interna que sentía no me había dejado descansar en ningún momento, incluso cuando decidí dormir en otra de las cuevas, intentando esconderme para no ser comida para lobos cuando durmiera. Al menos, había mejorado considerablemente usando el arco desde la primera vez, aunque ahora tenía varias heridas que había tenido que vendar con telas que había ido recogiendo y lavado previamente. ¿Tal vez era sorprendentemente buena en esto? Bueno, más o menos. Pero era verdad que había mejorado bastante; mi segunda comida carnívora fue más rápida y precisa de conseguir.
Pero eso no me hizo conseguir la presa más grande. Lo cual era algo irónico ya que debería ser más fácil al tener más superficie para disparar. Pero no fue el caso. Entre mis dudas siempre que tenía que disparar, la perspicacia y rapidez del herbívoro, no había conseguido un ataque certero. Que estuviera gordita no me había ayudado en nada, lo cual era aún más frustrante. Aunque eso no me había hecho desfallecer. Y ahora, de nuevo, tenía a la cierva en el punto de mira. Sin embargo, por undécima vez, esto no iba a resultar como yo quería. Mientras apuntaba, un gruñido se escuchó por los alrededores, haciendo que, tanto mi supuesta presa como yo comenzásemos a mirar alrededor. El vello se me erizó completamente y la sensación de peligro se apoderaron de mí. Inmóvil, me quedé esperando hasta que vi aparecer desde diferentes puntos a tres lobos, seguramente hambrientos, que aparecieron rodeando a la cierva.
Casi ahogo un grito, pues, ¿serían los lobos que me persiguieron el otro día? Pero no podía estar segura, claro. De lo que sí estaba era que estaban dispuestos a abalanzarse sobre la cierva en cuanto tuvieran oportunidad. Y… sinceramente, entonces eso podría dejarme fuera de este reto, ¿no?
«No pienso quedarme aquí porque estos bichos se coman lo que debo cazar.»
Así que no lo pensé demasiado. Cuando vi que uno de esos lobos estaba demasiado cerca, disparé, y esta vez, acerté. No fue un tiro mortal, pero sí lo suficiente para que el lobo quedase relativamente incapacitado. La cierva corrió, los lobos también y… pues yo también.
¿Había pensado alguna vez que sería yo la que persiguiera a unos lobos? No, la verdad es que no. Pero aquí estábamos. De alguna manera, conseguí alcanzar a otro de los lobos, aunque no lo suficientemente bien como para dejarlo fuera de combate. Eh, pero lo hice en movimiento; ¿no era eso genial? Al menos, a mí me lo pareció.
Seguí corriendo hasta que finalmente los lobos acorralaron a la cierva, sin muchas más posibilidades de huida. Y yo, con el cuerpo cansado y buscando aire, no tenía mucho tiempo. Disparé al que me pareció más peligroso para el herbívoro en ese momento, consiguiendo primero herirlo, y después cabrearlo.
—Ah… Mierda.
Era normal que se voltearan para acabar conmigo, pero eso me dejó en una situación más peligrosa.
Tragué saliva, tensa ante cualquier movimiento de los animales. Pero no es que tuviera que pensar mucho sobre lo que iba a pasar. Rápida, cargué de nuevo una flecha y disparé al lobo que se encontraba más cerca de mí. Ese fue el comienzo de una nueva batalla por mi vida.
Otro de los lobos cargó contra mí sin que me diera tiempo a preparar otra flecha. La esquiva fue precaria pero escapé por los pelos de esos dientes. El otro lobo se recuperó del ataque, pues solo le había dado en el lomo y no muy profundo, vertiendo su ira hacia mí. Retrocedí, disparando esta vez. La flecha le dio de pleno en la cabeza, provocando un cambio brusco de su trayectoria y cayendo al suelo, muerto. Sin tiempo para horrorizarme por la imagen escabrosa, me giré para evitar el siguiente ataque, pero fui lenta y noté que una de esas zarpas me hería el brazo derecho, aunque superficialmente. Ahogué un gemido de dolor, agarrando más fuerte el arco y agarrando otra flecha, que fue directa hacia el tercer lobo que estaba a punto de lanzarse sobre la cierva. No fue un disparo letal, pero fue suficiente para que no se moviera más. Fintando y esquivando un par de ataques más, disparé a mi último atacante, acabando con él finalmente.
Con los nervios a flor de piel, desvié la mirada hacia el lobo que seguía vivo, agonizante y gimiendo por sus heridas. Apreté los labios, sintiendo de nuevo una punzada de culpa. Saqué la daga, sabiendo que no podía hacer otra cosa que acabar con su sufrimiento.
Cuando la bestia dejó de respirar, caí de rodillas al suelo, agotada, física y mentalmente. De nuevo, sentí ese nudo en la garganta, esas ganas de llorar ante todo lo que estaba pasando. Por Dios, yo no tendría que estar viviendo estas cosas. No me había preparado nunca para algo así. Yo solo era una chica normal que había querido irse de vacaciones. ¿Desde cuándo me había convertido en una cazadora? ¿Cuántas veces había rotado entre el rol de presa y cazador? ¿Por qué tenía que hacer esto? ¿Conseguiría salir de aquí haciendo todo esto?
Me miré las manos manchadas de sangre, temblorosas por mi inestabilidad emocional y también por el cansancio. Dolían, estaban heridas por el tiro con el arco, se sentían magulladas y rígidas. ¿Cuándo mejoraría todo esto?
«Tengo que salir de aquí», volví a decirme; el mantra que repetía para intentar estabilizarme. Tenía que hacerlo, tenía que volver con Alejandro, buscar a mis amigos, buscar una salida. Volver a casa. Todo lo estaba haciendo por ello. Para avanzar, para sobrevivir.
Apreté los dientes y cerré los ojos, buscando esa tranquilidad que necesitaba mientras mi corazón iba remitiendo en su carrera hasta una velocidad más acompasada. Cuando abrí los ojos, todo estaba más tranquilo.
Me levanté, mirando de soslayo los lobos que iban a acabar con mi presa objetivo original, la cual, había escapado en cuanto había podido. Sin lobos ya rodeándola, era sencillo, claro. Suspiré, imaginando que tendría que encontrar a ese animal dorado de nuevo. Me puse a caminar por el lugar por el que creía que había huido, pero lenta y pesarosa.
Pasado poco tiempo, escuché un sonido extraño. Parecía el de un animal… que no sabía si estaba sufriendo o qué. Algo curiosa, me acerqué hacia el sonido, descubriendo para mi sorpresa a la cierva tirada en el suelo y con aspecto de estar sufriendo. Respiraba muy rápido tumbada de lado mientras jadeaba. El animal se dio cuenta de mi existencia, pero no pareció importarle demasiado en ese momento, lo cual era más extraño. No parecía herida tampoco, entonces, ¿qué le pasaba?
Me rasqué un poco la cabeza mientras observaba la escena, confundida. No podía ser que lo que se supone que tenía que cazar se presentara ahora de esta manera, ¿no? Tenía el arco cargado, preparada para disparar e incluso apunté a la cierva, pero… No me sentía bien mientras me miraba de esa manera, como si buscara ayuda.
—Ah, demonios —murmuré, frustrada ante mi propia inseguridad e incomodidad.
Me puse el arco a la espalda y guardé la flecha, acercándome al animal dorado. Este bajó la cabeza, respirando rápidamente. Parecía tranquilo con mi presencia ahora. ¿Era porque había decidido no matarlo… por ahora? Examiné su cuerpo, que en efecto, parecía encontrarse bien. Solo estaba muy gorda. Examinando más de cerca, había un líquido cerca de sus cuartos traseros.
—¿Qué…? ¡Ah! —La bombilla se me encendió en la cabeza—. ¿Estás embarazada?
Alguna vez había visto a perras parir, y me recordaba un poco a esa situación ahora que lo pensaba. Por eso estaba tan gordita a nivel abdominal.
«¿Qué clase de broma es esta?» Pensé mientras veía como empezaba a trabajar el animal.
Me quedé observando, sin saber bien qué hacer. Decidí darle su espacio, pues sabía que los animales no querían compañía en estos momentos; solo me quedé pendiente por si pasaba algo o venía algún deprepador. Pasado un tiempo, un cervatillo tembloroso estaba siendo cuidado por su madre.
—Buena chica —dije mientras le daba unas palmaditas en la cabeza. A la cierva no pareció molestarle el gesto.
Sonreí, mirando la tierna escena. Y me alegré por no haber disparado antes. Me sentiría bastante mal si hubiera hecho eso.
«Ah, ¿y ahora qué? No sé salir de aquí.» Me lamenté.
¿Habría más ciervos por aquí? Bueno, tenía que haber. Si no, no habría estado embarazada la cierva. Tendría que buscarlo, aunque me desagradara la idea. Entendía la caza por comer o en defensa, pero por otras causas me hacía sentir culpable. Aunque con esa mentalidad probablemente no llegaría lejos.
Pensaría en ello más tarde. Por ahora me quedé mirando a esos dos; incluso aplaudí cuando el cervatillo se puso en pie. Yo también me levanté, pues debería moverme a otro lugar en breve. Si ya la cría podía correr, entonces podrían escapar si había otra amenaza.
—Que os vaya bien —les deseé, dándome la vuelta para irme.
Sin embargo, pronto fui interceptada por la recién madre, asustándome en el proceso.
—¿Q-Qué? —pregunté, mirando esos ojos negros que me observaban—. Ya me voy. No os haré daño.
Los animales se volvían territoriales con sus crías. ¿Iba a atacarme? ¿Tenía que correr? Pero, sorprendentemente, el animal adelantó una de sus patas y luego bajó la cabeza. Casi parecía una reverencia. ¿Una forma de decir gracias, tal vez?
—Oh… No ha sido nada —contesté, como si el animal me fuese a entenderme, aunque esos ojos parecían inteligentes.
Poco después el animal se giró y anduvo unos pasos, girándose después de nuevo, como haciéndome gestos. ¿Quería que la siguiera? Un poco confundida, fui hacia ella, y el animal comenzó a andar lentamente, su cría al lado. Quise irme como hacia otro lado, pero la cierva volvió a instarme a seguirla, así que al final, cedí siguiéndola a través del bosque.
Estuve caminando durante un largo tiempo mientras atravesábamos el bosque. Al principio no sabía dónde nos dirigíamos, pero cuando vi en mi campo de visión las piedras del templo, no pude evitar sospechar. Lentamente, nos acercamos en esa dirección, hasta que se me hizo evidente que era allí a donde nos dirigíamos. Guardándome mis pensamientos, simplemente seguí a los ciervos pacientemente hasta que llegamos al templo.
Allí las cosas no habían cambiado: seguía cerrado y los restos de mi antigua fogata ya se habían consumido. La cierva rodeó dichas cenizas y ase dirigió al altar, donde pareció hacer otra reverencia, seguida de su cervatillo. Al principio no sabía muy bien qué hacian, pero pasado un tiempo, un temblor, seguido de un ruido de piedra moverse me hizo devolver la mirada a la puerta sellada. Me quedé boquiabierta, viendo que esta se había abierto.
—¿Q-Qué? ¿Cómo es posible?
Anonadada, me acerqué hasta allí, donde los dos ciervos parecían esperar y, cuando me vieron lo suficientemente cerca, entraron.
«¿Qué está pasando? ¿Qué sentido tiene esto»
Parpadeé varias veces, viendo cómo los animales entraban tranquilamente en el interior. Al final, lo seguí sin entender nada. Pensé que tendría la misma conformación que cualquier templo, pero me descubrí recorriendo un pasillo oscuro iluminado por antorchas cuyos soportes representaban diferentes elementos de la naturaleza. Las paredes parecían evocar el mismo significado, surmergiéndote en una oda a la biósfera. Continuamos hasta encontrar una estancia más amplia que representaba diferentes escenas de caza donde se podía ver una hermosa mujer de ojos verdosos y pelo castaño entrenzado con un arco. En otras, la misma mujer sostenía una red, o una lira, o una lanza, o estaba rodeada de animales o de jóvenes atendiendo un parte. En algunas escenas parecía alguien misericordiosa, como cuando estaba con los animales o las mujeres, en otras parecía castigar a quienes habían osado ofenderla.
—La diosa Artemisa —me oí decir, asombrada por la belleza de los grabados.
Me llamó la atención que fuera representada con una trenza, o en algunas ocasiones con el pelo suelto. Creía recordar que en la iconografía que acostumbraba a ver siempre la había visto con el pelo recogido en un moño. Era preciosa; un equilibrio de belleza y dureza.
Miré a los ciervos, que se habían colocado en dos pequeños pedestales, observándome. Curiosa, me dirigí hacia el tercer pedestal existente, que, tras pasado un tiempo, se hundió en el suelo, apareciendo posteriormente una escalera oculta descendente.
Los ciervos entonces se movieron de su posición, acercándose a mí. Ambos me miraron, como esperando algo. Yo pasé la mirada por la estancia, los pedestales, la escalera y los animales, sonriendo al final tras analizar esas imágenes.
La diosa de la caza… pero no solo ello.
—Según la mitología, Artemisa también era la diosa de los animales salvajes, doncellas, virginidad… o los partos. Ella misma ayudó a su madre a que su hermano naciera.
Alargué la mano hacia la cierva, que inclinó la cabeza para que la acariciase.
—Nunca fue un tema de caza, ¿verdad?
Un templo dedicado a la diosa de la caza, su rango más conocido, pero no el único. Había muchas historias de la diosa y en muchas de ellas, de hecho, se había castigado a los humanos por haber cazado a un animal de forma injusta, o porque era su favorito o por algún tipo de ofensa. Poner a un ciervo dorado, precioso y además en espera de maternidad… solo era un cebo. Un cebo muy traicionero. ¿Qué hubiera pasado si la hubiese cazado? ¿Me quedaría aquí para siempre? ¿O tal vez algo peor?
Suspiré aliviada, acariciando el suave pelaje del venado. Tal vez la verdadera prueba era algo más profundo que solo cazar un animal. O… quién sabe. Lo que sí me quedaba claro era que todo esto... era extraordinario.
—Gracias —dije hacia el animal, quien pareció asentir tras sostenerme la mirada y luego, procedió a retirarse lentamente, abandonando la estancia con su cría.
Un favor a cambio de otro, ¿no?
Cuando desaparecieron de la estancia, devolví mi mirada a la escalinata descendente. ¿Qué me esperaba más abajo? Tomé un poco de aire y di el primer paso.
Esperaba que mi salida de este lugar estuviera cerca de verdad.
Libéralos
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 6
VI
¿Cuánto tiempo nos quedamos congelados cuando nos percatamos de lo que pasaba? Posiblemente segundos, pero se sintieron una eternidad mientras miraba alternativamente a mi amigo y la escalera hasta que decidí moverme.
Lancé la antorcha hacia la celda de Alejandro y salí corriendo, quedándome pegada a la pared de las escaleras, rezando porque quienquiera que bajase en ese momento, no se percatara de mi presencia y simplemente fuera hacia las celdas. Por su parte, Alex empezó a apagar la antorcha con lo primero que encontró, despertando así a su compañero de celda.
El hombre de mediana edad no tardó en verme, pero, pareciendo comprender la situación con rapidez, caminó hasta mi amigo e hizo un leve gesto de asentimiento.
Así pasó otro tiempo, segundos con sabor a horas mientras escuchaba los pasos y voces más cerca; yo en la pared y los otros dos en su celda. Intenté suprimir lo máximo posible mi respiración, mis movimientos, hasta el sonido de mi corazón, hasta que finalmente, entraron. Hice acopio de todo mi autocontrol para no moverme o hacer sonido alguno cuando aparecieron: dos hombres de mediana edad, uno más corpulento que otro, que iban vestidos con lo que podía ser atuendo militar de hace mucho, mucho tiempo. Hablaban en un idioma que ya sabía desconocido, y se dirigieron hacia el fondo sin prestar mucha atención al resto. El qué hacían aquí pronto me fue respondido, pues, mientras parecían dirigirse hacia los prisioneros, luego les lanzaron un saco y lo que parecía una bota de agua. Comida. Para eso habían venido.
Pero lo más importantes era que parecían no haberme visto.
Me quedé ahí, como una estatua mientras los veía hablar, reírse, decirle algo que enfadó al compañero de celda de Alex y que empezaran a discutir... En ese momento, veo unas llaves que cuelgan del cinturón de uno de los carceleros. ¿Podrían ser las llaves que necesito? Fruncí el ceño mientras pensaba en eso. Ah, ¿qué debería hacer? ¿Debería arriesgarme a cogerlas? Alejandro desvió por un momento la mirada hacia mí diciéndome con ella claramente que me fuera al leer mis intenciones, pero, ahora que lo había encontrado… ¿de verdad iba a irme así sin más?
«Las probabilidades de fracaso son muy altas, Athena», me decía una voz. «¡No puedes dejarlo aquí!», me decía otra. Y no tenía mucho tiempo para pensarlo.
Y no lo hice mucho. Negando lentamente con la cabeza hacia mi amigo, me puse en marcha.
Con el mayor sigilo de la que era capaz, anduve lentamente hacia ellos, colocándome a su espalda, mientras Alex y su compañero, que ya habían visto mis movimientos, empezaron a armar más jaleo para evitar que se giraran hacia mí. En medio de todo mi nerviosismo y la adrenalina que hacía retumbar mi corazón, conseguí ponerme detrás del hombre que tenía las llaves, que estaban sujetas al cinturón. Con un leve temblor en la mano, fui a coger las llaves aprovechando que habían comenzado a forcejear.
«¡Sí, sí, sí!», grité en silencio mientras apretaba las llaves en mi mano.
Sin perder tiempo, retrocedí, pensando qué hacer. ¿Debería lanzarles las llaves? ¿Esconderme arriba y que ellos pasaran…?
Entonces, una voz masculina desconocida y enfadada a mi espalda me hizo girarme… y que se me cayera el alma a los pies.
Un tercer hombre había aparecido en la escalera.
Todo pareció detenerse durante un segundo. El hombre mirándome, los otros dos carceleros de repente percatándose de mi existencia, mi amigo, su compañero y el resto de encarcelados paralizados momentáneamente…
Hasta que el compañero de Alejandro se movió de nuevo, atizando con lo que fue mi antorcha a uno de los hombres.
«No, no, no, no, ¡no!»
Todo se sucedió muy rápido. El nuevo hombre se abalanzó sobre mí, yo corrí, el otro hombre forcejeaba con el compañero de celda de Alejandro y este último parecía intentar agarrar al hombre que antes tenía las llaves.
—¡Alex! —exclamé, lanzando las llaves antes de que ese hombre me placara.
La caída al suelo fue dolorosa y sentí que el hombro izquierdo se resintió, así como el dolor en la herida del mismo brazo pareció abrirse, haciéndome querer gritar. Sin embargo, la necesidad del momento ni siquiera me hizo capaz de soltar algún sonido. El hombre se puso a horcajadas sobre mí, hablando con rabia sobre algo que no podía entender, pero, claramente podía ver en sus facciones duras y ojos marrones que esto no podía acabar bien para mí si no me lo quitaba de encima rápido. Pataleé, pero era mucho más fuerte que yo y mis golpes no le hacían demasiado daño. Desesperada, seguí moviéndome mientras él intentaba inmovilizarme; el golpe de una bofetada me hizo caer la cabeza al suelo, aturdida por el dolor y la falta de aire. ¡¿Me estaba estrangulando?! Fue entonces cuando un brillo entre la luz escasa de la mazmorra captó mi atención y… no lo pensé demasiado. Agarré la daga que se me había caído con la mano izquierda y rajé lo primero que encontré.
El hombre gritó, liberándome el brazo que tenía agarrado y el cuello, echándose hacia atrás momentáneamente, permitiéndome golpearlo y patearlo, zafándome de él y levantarme. Antes de que pudiera hacer nada, fui hacia él, haciendo un corte en un brazo y abdomen para luego golpearlo en el abdomen con una patada. Pero algo me golpeó desde el lado, haciéndome perder el equilibrio a mi izquierda, pero no lo suficiente como para no conseguir evitar al hombre que se me venía encima.
¿Ahora eran dos contra una?
Retrocedí un poco, estudiando brevemente a los dos hombres, el herido y el enfadado, que se disponían a seguir peleando. Y así, no enzarzamos en una breve pelea que acabó conmigo en el suelo de nuevo y la daga escapándose entre los dedos.
—¡Athena! —escuché gritar a Alejandro, que apareció en mi campo de visión, placando a uno de esos tipos.
Ya se habían liberado de la celda ¿eh? No tardé en levantarme gracias a la nueva conmoción. El tercer hombre había sido abatido y ahora el compañero de celda de Alejandro se unía a la pelea, recogiendo antes mi daga y lanzándose a por ellos con furia. Yo me quedé mirando esa escena momentáneamente, pues se veía bastante brutal, pero no tardé en moverme para abrir el resto de celdas. Cuantos más fuésemos, más fácil para nosotros.
Y así fue. Otro par de hombres se unió a la pelea. Fue cuestión de tiempo que al final, los carceleros fueran reducidos, perdiendo el conocimiento tras ser golpeados con rudeza. Cuando Alejandro, sudando y algo magullado se volteó y miró hacia mí, sentí que la tensión acumulada se liberaba un poco.
—Athena, ¿estás bien? —me preguntó, colocando sus manos sobre mis hombros—. Tu cuello, tu cara…
—Estoy bien —contesté, llevándome momentáneamente una mano al cuello, donde el otro hombre había intentado estrangularme antes—. Solo dejará un moretón momentáneo.
—Joder —dijo negando con la cabeza—. Nos has liberado. Athena, eso fue muy peligroso.
—Tenía que sacarte de ahí.
—Pero… joder, cuando vi que caías al suelo… Casi me volví loco —continuó, evidentemente enfadado—. Pero, te debo una. Todos.
Sonreí como respuesta, aliviada. Sí… los había liberado, a todos. De una forma muy temeraria y nada segura para mí; el dolor de los golpes era prueba de ello. Pero, lo había hecho. Lo había conseguido.
—Te debemos mucho, chica —dijo de repente una voz.
A espaldas de Alejandro, su compañero de celda me habló con agradecimiento en su semblante. Era de mediana edad, blanco, moreno de ojos marrones y barba de varios días. Vestía ropas desgastadas, con pantalones marrones, camiseta y botas.
—Soy Martin —dijo con un acento inglés, tendiendo la mano, que le estreché—. Llevo en estas islas desde hace un tiempo. Debes ser uno de los amigos de Alex.
—Sí… así es. Mucho gusto.
—El gusto es nuestro —respondió con una media sonrisa—. Estábamos bastante jodidos. Nos has librado de una buena.
—Me alegro de haber podido ayudar.
—Deberás curarte esa herida —dice, señalando con la cabeza la herida abierta de mi brazo—. Y esto —continuó, mostrándome la daga ceremonial—, ¿de dónde lo sacaste?
—Antes de llegar aquí me topé con unos tipos… Una secta, no sé qué eran. Tuve suerte de salir —respondí, con cierta inquietud.
—Si es lo que creo, sí. Esos tipos secuestran gente y los sacrifican a sus dioses.
—¿Dioses…?
—¡¿Qué?! Athena, ¿dónde acabaste? —exclamó Alejandro—. ¿Eran ese tipo de fanáticos?
—Lo importante es que salí —dije quitándole importancia; no quería pensar demasiado en lo que vi allí ahora.
—Y también debemos salir de aquí —dijo Martin—. No tardarán en venir a ver qué pasa.
—Hay bastantes ahí arriba —añadí—. Yo accedí desde el primer piso, por una ventana…
—Movámonos —ordenó Martin, claramente haciéndose líder de grupo y movilizándonos.
La mayoría de personas comenzaron a seguir a Martin, pero yo me quedé momentáneamente mirando la estancia, a los hombres que quedaron inconscientes. Aunque heridos, respiraban de manera relativamente regular, y no parecía que sus heridas fueran muy graves. Sobrevivirían. Suspiré, decidida a seguir al resto, pero se me ocurrió algo antes de irme. Con cautela, me acerqué a los hombres y rebusqué superficialmente en sus ropas, buscando algo que pudiera ser útil.
—Athena, ¿qué…?
—Toma —dije, tendiéndole un cuchillo de combate que llevaba uno de los carceleros. Supongo que no tuvo tiempo de usarlo antes de que lo noqueasen.
Alejandro agarró el cuchillo en silencio, comprendiendo lo que estaba haciendo y después agarró la correa que sujetaba el cuchillo a la pierna. Yo me quedé con otra que tenía otro de los tipos y me la ajusté. No encontré más armas.
—Bien pensado —asintió mi amigo, ahora también armado.
—Tantos libros y videojuegos tenían que darme ideas —bromeé torpemente.
Sin perder más tiempo tras eso, salimos de esa cárcel subterránea. Éramos un total de siete personas, y poco a poco fuimos ascendiendo hacia el corredor por el que vine, que, para mi alegría, estaba vacío. Los sonidos de los hombres en el piso superior nos comenzaron a llegar conforme avanzábamos hacia las escaleras del fondo.
—Parece que todavía están ocupados en la cena —escuché a Martin, que ahora habló en inglés con otro hombre—. Podemos pillarlos desprevenidos.
¿Cómo pensábamos salir de aquí exactamente? Ya había sido para mí complicado entrar sin ser vista, pero, ¿cómo íbamos a salir siete personas sin que nadie se diera cuenta? Era cuestión de tiempo que alguien se percatase que tres de sus compañeros no habían regresado. Y ahí dentro había muchos hombres fuertes y armados. Me mordí el carrillo, inquieta por la situación. Miré hacia mi amigo, que se mantenía cerca de mí, vigilante; luego posé mi mirada en Martin, que llevaba aún sujeta la daga que yo había conseguido en mis huidas varias. Fruncí el ceño un poco, no escapándoseme ese hecho, y un poco molesta. No es que fuera mía, pero la había conseguido, traído y me había servido de protección, así que no me parecía correcto quedarme sin ella de repente.
—Disculpa —le dije en voz baja en inglés, adelantándome un poco—. ¿Cómo piensas que salgamos de aquí?
Martin se paró momentáneamente y me miró, como estudiándome.
—Lo mejor sería intentar escapar de forma similar a como entraste —respondió—. Pero es posible que seamos descubiertos, por lo que tendríamos que distraerlos lo suficiente como para poder escapar. —hace una pausa—. Varios de mis hombres ya deben saber que estoy aquí, así que es cuestión de tiempo que haya una conmoción aquí dentro.
—¿Tus hombres? —pregunté, inquieta. Lo hacía sonar como si fuera un tipo de organización o algo así.
—Varios supervivientes nos hemos ido organizando en pequeñas comunidades —se encogió de hombros, respondiendo a mis dudas—. Es normal que nos ayudemos entre nosotros.
—Pero esta gente —señalé el lugar y luego a la daga—, no parecen simples supervivientes.
—No —negó con la cabeza—. Los que nos retienen aquí son lugareños, residentes de este lugar abandonado de la civilización que conocemos. No suelen fiarse de los extraños y hay unas comunidades más hostiles que otras con los extranjeros. Y los otros —alzó la daga—, son otro tipo de autóctonos pero que son hostiles con todo aquel ajeno a su doctrina, sean extranjeros o residentes.
Fruncí el ceño, analizando lo que me había dicho. Según eso, había diferentes pobladores con un tipo de comportamiento distintos e intenciones variables. Pero Alejandro, yo, o posiblemente esta gente no éramos una amenaza para nadie. Entonces, ¿solo por desconfiar de los extraños ya éramos encarcelados?
—Os explicaré a ti y a tu amigo lo que sé, pero hasta ahora, lo mejor será que nos movamos, antes de que nos veamos envueltos en una lucha en una ratonera como esta —espetó con impaciencia, claramente no parecía gustarle que le cuestionaran—. Y toma —añadió, lanzándome la daga—, parece que le tienes aprecio —soltó con cierta sorna, lo que hizo que me sonrojara un poco.
¿Se había dado cuenta de que había estado mirando el objeto con demasiada intensidad? Suspiré para mis adentros, pero, al final, la había conseguido de vuelta, así que no me importaba demasiado. Esta vez, la guardé en la correa recién adquirida colocada en mi pierna derecha y continué el camino designado por Martin, pensando en lo que había dicho, aunque probablemente muchas de las preguntas que tenía tendrían que esperar a ser respondidas.
¿Cuántos pobladores había? ¿Quiénes eran hostiles y asesinos? ¿Cuántos así había repartidos por el territorio? ¿Dónde estábamos exactamente? ¿Todos estos autóctonos estaban aquí desde siempre o han ido formando una sociedad personas que llegaron aquí por distintos motivos? Y si fueran una población original, ¿eran descendientes de las antiguas civilizaciones clásicas? Toda la arquitectura que había visto recordaba a la griega y romana, pero, ¿estaría en lo cierto? Y de ser así, ¿cómo habían llegado aquí? Supuestamente estábamos lejos de su zona de influencia. Y el otro grupo de sectarios, ¿de dónde venían? Tantas preguntas me estaban haciendo que me doliera la cabeza. ¿O sería por la pelea de antes? Negué levemente con la cabeza, devolviéndome al presente, donde estábamos subiendo ahora, muy lentamente, las escaleras que me llevaron hasta aquí previamente, y por donde se escuchaba mucho más jaleo que antes.
Martin y varios hombres habían subido bastante más, casi para ver lo que ocurría en la planta baja, donde parecían continuar con charlas, comida y otras cuestiones. Miré a la avanzadilla, expectante por saber qué es lo que harían. Desde luego, lo último que quería era verme envuelta en una pelea mayor, porque, sinceramente, no pensaba que tuviéramos mucha oportunidad. ¿Estarían cerca esos hombres de los que habló Martin? Independientemente de eso, no tenían por qué saber que estábamos aquí.
Al final, tras parecer enarbolar una estrategia en su mente, Martin nos hizo un gesto de silencio y señaló hacia arriba, para acto seguido comenzar a subir sin hacer ruido, y aprovechando el entretenimiento de los hombres.
Un hombre subió poco después, y tras él, Alejandro y yo. Cuánto tiempo estuve rezando porque nadie se voltease hacia nosotros no voy a contarlo, pero conseguimos subir al primer piso. De nuevo, estaba en el lugar de inicio para mí.
Miré por la ventana por la que vine, vislumbrando la cuerda que me sirvió de puente, para después mirar inevitablemente hacia el gran templo que vigilaba la ciudad, que seguía pareciéndome igual de imponente que cuando lo vi antes.
—¿Usaste eso para entrar? —preguntó Martin, sacándome de mi ensimismamiento.
—Sí —asentí—, accedí desde los tejados y me deslicé por ahí.
Desvié la mirada momentáneamente hacia mi amigo, que se veía impresionado. Aunque supongo que el haber acabado aquí y viviendo todo lo que había pasado hasta ahora, ya debía parecérselo; incluso a mí me lo parecía.
Martin no tardó en mirar por la ventana los alrededores, asintiendo finalmente con la cabeza.
—No hay actividad ahora prácticamente. Podemos usar esto para escapar también, pero iremos de dos en dos como mucho para evitar que ceda la cuerda.
Y acto seguido, se lanzó hacia la cuerda puente antes de que pudiera decir cualquier cosa. Entrecerré un poco los ojos, pero luego simplemente suspiré y me crucé de brazos. Cómo no, el primero. De alguna manera me molestó, pero no hice ningún comentario al respecto. Solo lo miré, y luego al otro hombre que estaba antes que nosotros, que empezó a cruzar cuando el primero llegó a la mitad de recorrido.
—Cuando salgamos de aquí —dije en un susurro, miedosa que mi voz pudiera ser escuchada por los otros de abajo—, tenemos que buscar al resto. Ver cómo podemos salir…
—Hablaremos de eso cuando estemos a salvo —respondió a Alejandro, haciéndome un gesto hacia la ventana—. Tú primero.
Miré la cuerda por la que entré aquí en un inicio, tragando saliva ante la expectativa de volver a cruzar. Otra vez el mismo nerviosismo.
—Vale, vale… —murmuré mientras me encaramaba a la ventana, y después, comencé el recorrido.
Como ya lo había hecho antes, no me resultó desconocido, pero intentando hacerlo con seguridad y rapidez. Pero, un ruido fuerte me hizo pararme momentáneamente. Ruido de golpes, de algo cayéndose. Luego, comenzaron los gritos, enfadados, desesperados, de lucha. Miré hacia el edificio, haciéndome que se me cayera el alma a los pies. A través de las ventanas podía ver el movimiento de personas, los objetos de un lado a otro, y a mi amigo mirando con ansiedad contenida. Nos habían descubierto.
«No, no, no. ¡Joder!»
Sin pensarlo, me deslicé por esa cuerda con más brío y ansiedad. Tenía que moverme para que Alejandro escapara también y el resto de las personas. Cuando llegué más o menos a la mitad, sentí una perturbación que me hizo perder un momento mi agarre seguro. Alejandro había comenzado a moverse. Bien. Seguí avanzando, sintiendo que el pánico iba en ascenso, sobre todo cuando noté ruido en la calle, sobre todo cuando… ¡una puta flecha me pasó rozando!
«Joder, joder, joder.»
Apresuré aún más el deslizamiento, la urgencia retumbando en mi corazón. Obviamente sabía que esto podía pasar, ¡pero no me esperaba que tan pronto y que la muerte estuviera rondándome de nuevo! Aceleré todo lo posible, notando las manos que se resentían por el movimiento y que me ardía el brazo donde se me había abierto la herida antes, pero no cesé en mis movimientos.
—¡Vamos, Athena! —escuché gritar a Alejandro, que había ido recortando distancia.
Una nueva sacudida me hizo balancearme y llenarme de terror por un momento. ¿Alguien más había empezado a cruzar? Sin pararme a mirar, recorrí los pocos metros que me faltaban hasta el edificio objetivo, sintiendo un gran alivio cuando noté que las manos de alguien, Martin o el otro hombre, me ayudaron a subir al tejado.
—¡Vamos, vamos! —dijo uno en inglés—. ¡Al suelo! —gritó, tirando de mí para tumbarme en el suelo, notando el silbido poco después de una flecha pasando donde antes estaba yo.
Joder.
—¡Deprisa! —escuché decir—. ¡Tenemos que irnos!
—¿Qué pasa con los que siguen dentro? —pregunté, aún agazapada.
—Nosotros solos no podremos con todos los guardianes —negó Martin con la cabeza.
—Pero…
—¡Rápido! —gritó el otro hombre, hacia quienes cruzaban—. ¡Van a cortar la cuerda!
¡¿Qué?! ¿Qué estaba diciendo?
Rápidamente me giré y alcé la mirada, para ver a mi amigo, que le quedaban poco más de tres metros y a otro hombre que cruzaba más alejado, desesperados, y, al fondo, un hombre de los enemigos había empezado a cortar la cuerda. El edificio de donde los saqué era un caos, y la calle, empezaba a llenarse de guardianes.
—¡Corre, Alex, corre! —grité con todas mis fuerzas.
Y entonces, empezó a caer.
—¡No!
Me lancé hacia el borde del edificio y agarré la cuerda, seguida de un golpe contra el muro y un quejido lastimero, pero la cuerda siguió tensa. Martin y el otro hombre vinieron hasta mí y tiraron de la cuerda, escuchando el sonido de las flechas cerca de nosotros. Finalmente, alzamos a Alejandro, que parecía ileso tras un rapidísimo vistazo. El otro hombre que también cruzó, sin embargo, se había estrellado contra el suelo, y varios captores habían ido por él.
—¡Larguémonos! —gritó Martin, comenzando a correr.
Y sin perder tiempo, así comenzó nuestra carrera por los tejados, mientras un grupo de soldados de la ciudad empezó a perseguirnos.
Y no, si me lo preguntaran, nunca pensé que estaría haciendo nada de esto en mi vida. De hecho, me reiría si cualquiera me lo dijera. Pero aquí estaba, de noche en una ciudad antigua desconocida, corriendo por los tejados de las casas mientras era perseguida por unos tipos que parecían haber salido siglos atrás de cualquier historia épica. Y debía ser la adrenalina o lo que fuera, pero no lo estábamos haciendo mal. Edificio tras otro, nos alejábamos de ese edificio de guardia mientras intentábamos seguir a Martin, que parecía tener un rumbo fijo.
Lo peor era que continuaba nuestra persecución, con ataques incluidos.
«¡¿Podrían dejar de lanzarnos flechas?!» grité internamente, saltando al siguiente edificio.
—¡Cuidado! —gritó Alejandro mientras me daba un empujón, evitando así la trayectoria de otro proyectil.
Casi caigo al suelo, pero conseguí conservar el equilibrio y seguir corriendo.
—¡Gracias! —grité, con el corazón y la respiración a mil; la garganta me ardía del esfuerzo.
—¡Algunos tejados son endebles! Debemos tener cuidado —advirtió.
Aunque eso pareció invocar al desastre, pues, poco después sentí que mi cuerpo simplemente se hundía tras un crujido similar al de pisar paja húmeda. Ni siquiera me dio tiempo a gritar cuando caí, hundiendo el techo de esa casa. Me golpeé varias veces con cosas que, no me quedó muy claro si amortiguaron la caída o no, pero al final, toqué el suelo en una sucesión de pies, rodillas, plancha.
—Ugh…
Gemí y luego tosí por el polvo que había levantado.
«Dios, ¿por qué tengo que vivir todo esto? ¿No podía ser más fácil? ¿Qué será lo siguiente?», me quejé internamente mientras levantaba y apartaba los escombros. Aunque dolorida, no parecía estar más lisiada que antes, solo más contusiones y futuros cardenales en mi piel.
—¡Athena! ¡Athena!
—¡Estoy bien! —grité tras un nuevo tosido—. ¡Saldré enseguida!
Vislumbré en la oscuridad la casa, que se componía de al parecer de dos plantas, y yo estaba en la primera. Sin perder tiempo, corrí por la casa, bajé las escaleras y casi muero de un infarto al ver allí a un par de personas, civiles aparentemente, que se habían despertado con el estruendo. Dimos un pequeño grito conjunto, luego me llevé un dedo a los labios, pidiendo silencio.
—Lo siento, perdón… perdón por el destrozo —me disculpé, sabiendo que no me entenderían, pero aún así lo dije.
Y salí corriendo de allí, antes de que se les ocurriera atacarme con cualquier cosa. El patio no era muy grande, y la puerta fue fácil de abrir desde dentro. Ya en la calle, busqué con avidez por dónde continuar.
—¡Athena! —Alejandro me llamó desde arriba, con una cara que dejaba clara su preocupación y nerviosismo—. ¡Corre! ¡Se acercan!
—¡Intentaré no perderos el paso!
La carrera por las calles de esta ciudad antigua grecorromana continuó con el objetivo de hacer que acabase vomitando mis entrañas del esfuerzo. Pero, aunque me ardía la garganta y el cuerpo me gritaba de dolor por el cansancio que se iba acumulando, sabía que si paraba, era mi fin. Así que corrí, corrí entre esas calles, esquivé objetos, me fundí entre las sombras mientras huía desesperadamente de esos tipos.
Sinceramente, no tardé en perderme. Ya no sabía dónde estaba, dónde debía ir o cuál era la mejor salida. Al menos esperaba no estar dando vueltas en círculos.
Al final, llegué a una zona conocida: la plaza del mercado.
Resollando, tomé un poco de aire y paré momentáneamente, pensando qué hacer. No sabía qué dirección tomar o dónde estarían los otros. Me giré hacia la gran avenida que tenía a mi espalda, custodiada tras una larga escalinata el imponente templo que reinaba sobre la ciudad. Parecía llamar con su presencia.
Pero tuve que voltearme en cuanto escuché de nuevo gritos furiosos sedientos de caza. Maldije y, ahogando mi cansancio, eché a correr de nuevo. Tenía que poner toda la distancia que fuera posible entre ellos y yo, y sin pensar, simplemente corrí y corrí, cambiando la trayectoria de vez en cuando para que fuera más difícil darme con flechas, saltando obstáculos, recorriendo toda una larga avenida decorada con estatuas sacada de cualquier película histórica épica, sabiendo que, al final, me dirigía hacia ese enorme templo. ¿Tendría un lugar para escapar ahí? Ni siquiera lo sabía, pero ya no podía hacer otra cosa. Cuando mis pies tocaron el primer escalón que me llevaba a la majestuosa edificación, deseé desfallecer por un momento, pues me ardían los pulmones. Pero seguí moviéndome. Subí cada peldaño, ascendiendo, huyendo de lo que me parecía ya una muerte segura si me atrapaban.
Tropecé y me golpeé una rodilla con un escalón, haciéndome ahogar un jadeo de dolor. Ya estaba cerca, no podía parar aquí. Me levanté con esfuerzo, sintiendo mis músculos temblar y, antes de reanudar el recorrido, miré hacia atrás. Y no pude evitar quedarme quieta, confundida.
Para mi sorpresa, mis perseguidores se habían quedado atrás, en concreto, en el inicio de las escaleras. Me miraban desde lo lejos, sus armas en descanso, expectantes.
—Qué…
Fruncí el ceño y los labios, analizando la rara situación. Pero en cuanto vi que uno parecía querer tensar el arco, volví a retomar mi ascenso, y esta vez no paré hasta que estuve en la cima, a las puertas del gran templo, el cual se erigía a lo largo de una colina e invadiendo todo el terreno, con una altura demasiado elevada para dejarse caer sin romperse algo o matarse. Maldiciendo para mis adentros, miré alternativamente el templo y las escaleras con los enemigos abajo, la única salida posible.
Claramente no podría volver, no hasta que no se marcharan esos hombres. Y el edificio… Tragué saliva, observando la imponente entrada. Ya desde la distancia se veía enorme, pero a sus pies era sobrecogedor. La entrada podría medir perfectamente cinco metros de altura, y las columnas que rodeaban el edificio necesitarían como diez personas tomadas de las manos para rodearlas. La entrada estaba abierta, y estaba iluminada por antorchas colocadas en bellos soportes de pared.
Estas eran mis opciones: dentro o la escalera del horror.
Podría ir dentro y ver si desde allí podía haber otra salida, pero, el hecho de que no hubieran subido esos hombres hasta aquí me perturbaba. ¿Era porque no se podía dar caza o detener a nadie en los terrenos del templo o era por algo más… perverso? ¿Habría sacerdotes ahí dentro? ¿Me ayudarían o no? ¿Y si eran como los fanáticos esos? ¿Estaba esto en uso para empezar? Tragué saliva, nerviosa y sintiendo que algo no iba bien del todo. ¿Era instinto o había visto demasiadas películas?
—No tengo más opciones… —dije tras tomar aire.
Finalmente, entre nerviosa y suspicaz, entré lentamente al interior del gran edificio, con el corazón retumbando en mis oídos. La estancia principal se me presentó bajo la luz de las antorchas, colocadas estratégicamente para que se iluminara toda la estancia, que estaba ricamente decorada con grabados y escritos; y en la sala central, donde imaginaba que debía haber la típica estatua grande, había una especie de monolito con una inscripción.
Curiosa, fui a ver qué era eso exactamente, pero un ruido hizo que me voltease… y me llenase de terror.
—¡No!
Corrí lo más rápido que pude, pero ya era tarde. Las grandes puertas del templo se cerraron justo cuando llegué hasta ellas. Asustada y desesperada, golpeé la puerta e intenté tirar de ella, siendo completamente inútil. Nada se movió.
—No, no…
Me llevé las manos a la cabeza, mirando alrededor, buscando ayuda, una salida. Lo que fuera. Pero solo me acompañaba allí el inquietante silencio del lugar.
Sí, debía ser el instinto lo que me hablaba antes. Y ahora… ¿qué?
Estaba encerrada.
Vestigios Antiguos
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 5
V
Empezaba a sorprenderme que no hubiera aparecido nada que me asaltase por el camino.
Pero más allá de mi hambre, miedo y cansancio… solo estaba yo en ese bosque frondoso. Poco a poco, fui avanzando entre la vegetación en dirección a donde pensaba que estaría ese edificio que había visto a lo lejos. Y por ahora, no me había encontrado con nada que pudiera suponer un peligro, aparentemente.
Desgraciadamente, tampoco había encontrado algo que fuera comestible. O al menos, algo que pudiese identificar correctamente. No sabía en el fondo en qué tipo de bioma me encontraba, y quién sabe si podría haber algo tóxico si lo ingiriera. Aunque sería cuanto menos irónico morirse por una planta venenosa después de haber sobrevivido a un accidente de avión, una secta extraña y una caída en cascada.
En fin, no quería arriesgarme innecesariamente.
Aunque el tema de la comida era algo de suma importancia. Sobre todo, a mayor tiempo que pasaba. Y ahora que tenía un momento de mayor tranquilidad (y un estómago rugiendo) esa preocupación empezó a llenarme la cabeza. De nada serviría sobrevivir a todo lo anterior si al final me moría de hambre, o intoxicada, o cualquier cosa que tuviera que ver con la comida.
Yo no sabía cazar, no sabía casi nada de botánica, no había encendido nunca un fuego sola. Tampoco es que supiera hacer refugios, ahora que lo pensaba.
Joder, pues seguía bien jodida.
«Al menos, no hace frío», pensé mientras me apartaba el pelo de la cara, que estaba a medio secar.
Aún tenía la ropa húmeda y otras zonas como el pelo, pero el movimiento y el tiempo cálido estaban ayudando a que se secara más rápido y sin que yo me pusiera a temblar. Agradecía que hubiéramos elegido el tiempo de finales de verano-principios de otoño al invierno o algo así. La situación ya era lo suficientemente mala como para tener que vivirla rodeada de frío.
Supongo que algo bueno tenía que intentar sacar de todo esto. Aunque fuera una migaja. O me volvería loca.
Ahogando un suspiro, anduve entre el bosque, sintiendo el sonido propio del mismo mientras intentaba organizar todos mis pensamientos. A medida que avanzaba, cambiaba unas preguntas por otras, unos miedos y esperanzas por otros, pero nada tenía respuesta. Al menos, por ahora.
La comida, los peligros, los supervivientes, el edificio, los restos de objetos desperdigados, los fanáticos… Ah, sentía que me iba a explotar la cabeza.
La miríada de pensamiento se frenó momentáneamente cuando volvía a encontrarme el río, que ahora tendría unos tres metros de caudal y me llegaría por la cintura de profundidad. Miré alrededor, por si pudiera haberme desviado del camino, pero no me parecía haber cambiado la dirección desde que me introduje en el bosque.
«Probablemente esté zigzagueando el río», quise creer.
Cuando levanté la mirada del agua, la sorpresa inundó mi rostro. A unos metros, un puente de piedra, antiguo y en relativo buen estado, permitía cruzar el paso de agua.
«Un puente… ¿aquí?»
Miré la estructura, pensando si sería segura o no para cruzar. El puente parecía consistente, de piedra, aunque tapado parcialmente por la vegetación, dando una mayor sensación de antigüedad y abandono.
Emití y leve suspiro mientras me dirigía al lugar, reflexionando sobre si debería sorprenderme más que estuviera esto aquí o no. Pero supongo que entonces esto daba más veracidad al edificio que vi…
Ah, dios, ¿dónde estaba? ¿Por qué estaba esto aquí? Entonces, ¿había alguien aquí? Esto parecía muy antiguo, y ese edificio también. Entonces, ¿era una civilización antigua? Pero entonces, los fanáticos de antes, ¿provenían de esto, o era posterior?
Las preguntas volvían a acumularse en mi mente, pero no podía más que soltar hipótesis sobre lo que había visto sin ningún tipo de certeza. Solo podía afirmar que aquí, estuviera donde estuviese, había gente. Pero, no sabía nada más.
—¿Sería buena idea continuar? —me pregunté mientras dirigía momentáneamente la mirada hacia el agua.
Fue entonces cuando me percaté de mi aspecto, que se reflejaba parcialmente en esa agua en movimiento. Ya lo había visto tenuemente en el lago, pero era ahora cuando me paré de verdad a ver mi aspecto en esa agua que pasaba más lento.
Aunque no nítido del todo, podía ver mi cuerpo sobresalir del puente, un cuerpo que, desde que paró de crecer allá por los dieciséis, se quedó estancado poco más arriba del metro cincuenta. Llevaba tiempo que había comenzado a tomarme el ejercicio más en serio para huir del estrés laboral, pero aún así seguía viéndose sin mucha tonificación, manteniendo la forma en reloj de arena. La piel llamaba la atención debido a su extrema blancura y salpicada de pequeños lunares en diferentes zonas del cuerpo, con sus problemas consecuentes con el sol que la hacían muy sensible a los rayos solares.
La ropa se veía menos sucia que antes después del baño, y, aunque solo era visible de cintura para arriba, era notable que la camiseta había pasado por días mejores. En los brazos, podía ver varios rasguños, así como la herida más profunda del izquierdo, que me recordaba de vez en cuando su existencia por el escozor y dolor que provocaba el roce o movimiento.
El rostro era redondeado, de características suaves y dulces que me hacían parecer (desde siempre) más joven que la edad real, lo que me daba cierto aspecto aniñado. La boca era pequeña, de labios carnosos y sonrosados, nariz pequeña salpicada de pecas junto a las mejillas. Los ojos eran almendrados, de un profundo marrón oscuro que se confundía con las pupilas, todo ello rodeado de pestañas largas y rectas. Las cejas, rectas y no muy espesas, no solían verse por el flequillo recto que tapaba mi frente, pero ahora, medio mojado el pelo, estaba algo despeinado, que tenía un bonito color caoba rojizo, ondulado y que caía en cascada hasta media espalda. Aunque ahora, más bien se veía como un nido para pájaros.
Aunque, lo que más llamó mi atención, no fue mi aspecto desaliñado, sino el cansancio y miedo que pude ver en mis ojos, el nerviosismo en mis labios fruncidos.
Ah… vaya aspecto tenía.
No pude evitar esbozar una media sonrisa irónica ante la vista, la situación, el escenario que se representaba ante mí.
Siempre había imaginado cómo sería vivir una aventura, pero no me imaginé vivir este tipo de cosas realmente. Y… no sabía aún qué más me podía encontrar.
Suspiré y me pasé una mano por el pelo, en un intento de adecentarlo un poco, tocando así los pendientes que tenía en mi oreja izquierda. Mi mano se quedó sobre uno de ellos, el más reciente y único que me hice ya de adulta. Inevitablemente, me acordé de Edith, quien, en una guardia, mientras estábamos aburridas porque no teníamos mucho que hacer, me hizo el agujero de ese pendiente, y yo le hice a ella uno de los múltiples agujeros que tenía en la oreja.
Me reí un poco al pensar en ello. Mientras yo tenía un total de tres agujeros contando mis dos orejas, ella tendría diez por lo menos. Siempre le habían gustado los pendientes. Igual que a Aina…
Noté que las lágrimas se acumulaban en mis ojos al pensar en mis amigas, al recordar un momento que me parecía tan simple… y tan bonito ahora mismo.
Dios, ¿estarían bien? ¿Estarían bien todos? O habrían…
Sacudí la cabeza, negando que el pensamiento se pasara por mi mente.
Apreté los puños, buscando recomponerme, buscando la forma de seguir por ese lugar, buscando la forma de encontrar una salida a todo lo que sentía.
Desvié entonces la mirada y, buscando esa determinación, retomé la caminata, abandonando mi reflejo y ese puente antiguo que, quién sabía cuántas cosas habría visto.
Pasó bastante tiempo hasta que llegué a mi destino. Más del que pensaba.
Ya estaba empezando a anochecer cuando volví a encontrarme con restos que parecían corresponderse con obra humana. Y no fue difícil… siguiendo la especie de camino de tierra que se formaba desde el puente, lo cual me hacía pensar que la zona debía ser transitada. Si no, la vegetación debería haber cubierto todo, ¿no?
Aunque esas dudas se resolvieron pronto pues, una vez empecé a ver más ruinas, escuché otros ruidos diferentes a los de la naturaleza común que me habían acompañado hasta entonces.
Y cuando a lo lejos vislumbré fuego… no lo dudé. Me escondí en el primer sitio que pillé.
No es que yo fuera una experta en camuflaje o el sigilo, pero las experiencias que tuve desde que salí de ese avión accidentado no eran las mejores, así que hice lo posible por que nadie me viese mientras avanzaba entre los matorrales hacia la luz.
Y, una vez más, me quedé asombrada por lo que vi.
Ante mí, se extendía una ciudad.
Pero, no era una ciudad cualquiera, no, era algo vetusto, antiguo y que parecía trasladarte miles de años en la historia.
En medio de ese bosque, se erigían edificios de piedra blanca de varios metros de altura engarzados entre las plantas, las calles con adoquines y mosaicos se distribuían de ahí para allá mientras diferentes personas caminaban por sus calles.
Los edificios más numerosos recordaban a las típicas casas de una o dos plantas que había visto en libros de historia años atrás, de donde entraban y salían personas, que terminaban sus quehaceres en su día a día. Pero, sin duda, lo que hacía que alzaras la mirada y te quedaras boquiabierta, eran los grandes edificios, altos, llenos de columnas, de arcos, de cúpulas que te llevaban a otra época junto a sus desperfectos, algunas paredes derruidas, su paso del tiempo…
Dios, ¿dónde estaba?
Miré entre la maleza a las personas, que a priori, tenían rasgos occidentales mediterráneos y que vestían ropas a caballo entre lo moderno y lo antiguo, con túnicas y togas, pero también con pantalones y camisetas primitivas. Por no hablar de los objetos que llevaban algunos: libros, cántaros, arcos, cuchillos…
¿Qué… era todo esto?
Parpadeé un par de veces, buscando explicaciones.
¿Estaba soñando? Pero, el dolor al pellizcarme el brazo me hizo pensar lo contrario.
¿Había retrocedido en el tiempo? A ver, había leído muchas cosas de esas, de que tras un accidente se podía acabar en el pasado o algo así. Porque transmigrar a otro mundo… Bueno, tenía mi aspecto de siempre, por lo que no estaba en otro cuerpo, y además conservaba mis cosas. ¿Haber ido a otro mundo sin más?
Eso… ¿podría ser? No, pero… estaba con las cosas del avión… Agh, demonios.
Con los ojos bien abiertos, volví a mirar hacia esa ciudad desconocida y tragué saliva.
Porque… la otra opción. La otra opción era que siguiera en mi mundo, claro, pero… en algún lugar desconocido y apartado de la mano de dios con personas que no conocen el mundo civilizado. Y… y, por dios, ¿por qué parecía todo sacado de una civilización griega?
¡Eso eran edificios, ruinas de aspecto completamente griego! Griego o romano… o lo que fuera, ¡pero era una arquitectura como eso! Solo que mucho más conservado y… ¡con gente viviendo ahí!
En serio, ¿dónde cojones estaba?
Quería gritar, pero me abstuve mientras seguía mirando el lugar con la mente a mil por hora.
Mi vida se había convertido en una broma desde el momento en que me monté en ese avión. Porque, de verdad, ¿qué más cosas me quedaban por ver? Ahogué una risa nerviosa, mirando a los transeúntes a lo lejos, pensando qué hacer.
Porque, vale, independientemente de lo increíble que me pareciera esto, eso no iba a hacer que desapareciera. Entonces, asimílalo ya cuanto antes, Athena.
Entonces… una ciudad, sí. Una ciudad que parecía influenciada por arte y cultura greco-romanas por lo pronto. A ver, esta gente se movía mucho y los griegos tuvieron muchas colonias por ahí. ¿Habrían tenido alguna en algún sitio del que no se tenían registros?
«Si se supiera que había una colonia tan lejos, lo habría sabido. Papá se hubiera encargado de ello», pensé mientras analizaba de nuevo el lugar.
Sin embargo, por mucho que me devanara los sesos buscando en mis recuerdos, no me sonaba nada de ello. Y algo como eso, mi padre, un historiador apasionado, me hubiera hablado de ello de conocerse.
Sea lo que fuere, probablemente no llegara a una conclusión verdadera solo mirando esto.
La pregunta ahora era: ¿la gente de aquí eran enemigos o posibles aliados?
Revisé la ropa de las gentes que veía por ahí, y, a simple vista, no era similar a los ropajes de las personas que había visto en la cueva, pero, eso no significaba mucho realmente, ya que parecían llevar ropas ceremoniales, mientras que estos parecían más… ¿cazadores? No tenían por qué ser incompatibles si pertenecían a la misma comunidad.
Aunque estaba alejado una zona de otra.
Me mordí el labio inferior, pensando qué hacer.
Estaba anocheciendo, no tenía comida, no tenía armas más allá de esa daga, estaba en un ambiente que no sabía si era hostil o no y, no sabía realmente sobrevivir por mí misma ahí fuera.
¿Me la jugaba y entraba a la ciudad? ¿Podría pasar desapercibida?
Mi ropa y mi aspecto ya de por sí, llamaría la atención, pues mi piel era bastante pálida y el pelo no era el más común. Y no es como si ensuciarme para esconder eso fuera a ayudar realmente.
Entonces, tendría que moverme a hurtadillas.
No es como si fuera la maestra del sigilo, pero por ahora, funcionaba.
Me estaba moviendo poco a poco por las calles de la ciudad, sorteando personas, lugares concurridos, ocultando lo mejor que podía mi presencia.
¿Los videojuegos servían para algo al final?
En fin, por ahora miraba escondida detrás de unos sacos y cajas una plaza donde claramente estaba el mercado, pues había múltiples puestos de comida, lo que parecía una herrería, artesanos… Además, todo estaba entre edificios grandes, que, aunque no sabía su utilidad, debían ser importantes.
Ah… de verdad parecía que me hubiera metido en una simulación de algo.
Distraída mirando a la gente que empezaba a guardar sus mercancías tras el final de la jornada, me llevé a la boca una manzana que había conseguido previamente del suelo. Y la verdad, creo que era la mejor comida que me había servido en mucho tiempo.
Disfrutando de mi pequeña victoria, examiné el lugar mientras las personas iban y venían. Ya se había hecho de noche, y todo estaba iluminado por antorchas; los mercaderes se irían pronto y las calles quedarían mucho más desiertas.
Así que esperé con la mayor paciencia posible, hasta que, finalmente, la plaza se quedó prácticamente vacía.
Fue entonces, cuando no vi a nadie cerca que salí de mi escondrijo hacia la plaza, donde aún quedaban los vestigios del mercado, no sin antes mirar varias veces alrededor por si hubiese alguien por ahí que notase mi presencia.
Giré varias veces sobre mí misma, admirando la arquitectura del lugar, la belleza arcaica, los vestigios de algo muy antiguo que seguía en pie y convivía con humanos hoy en día. Me sentí como si estuviera en otra época por un momento porque, probablemente fueran los edificios de este tipo mejor conservados que hubiera visto jamás, pues, aunque algunos mostraban evidentes cambios por las inclemencias y el paso del tiempo, seguramente las personas que vivían aquí habían intentado conservar los edificios de la mejor manera posible.
Así que me quedé ahí durante unos minutos, mirando la plaza, los mosaicos, los edificios y la disposición arquitectónica que, claramente hacían de este lugar el centro de la ciudad, seguramente. Y que conectaba por una ancha avenida ascendente hacia el edificio que debía ser el más grande de todos con diferencia y que correspondía seguramente con el que vi en la distancia, ahora mucho más cercano.
De construcción rectangular y a varios metros por encima del resto de la ciudad al que se accedía por escalinatas custodiadas por diferentes estatuas que portaban antorchas, constituyendo parte de la acrópolis, se erigía un imponente edificio de más de diez metros de altura y más de cincuenta de largo, rodeado en todo su perímetro por enormes columnas estriadas acabadas sobre su fuste con capiteles de estilo corintio y arquitrabes decorados con frescos. El resto del entablamento estaba decorado con frisos en forma de estatuas femeninas (¿simulando sacerdotisas?) y sobre la cornisa, la cubierta destacaba por las imágenes que había sobre su frontón, que emulaban la escena de varios animales y una mujer en su centro, todo ello.
Era una maravilla. Un edificio precioso, una gran riqueza arquitectónica que por su apariencia parecía ser un, un…
—Templo… —susurré maravillada ante la imagen.
Tragué saliva, admirando esa obra de arte desconocida para el resto del mundo. Nunca, nunca… había visto nada igual. No se conservaba algo así en nada que conociera. Y ahora, en esa plaza y viendo ese templo custodiado justo antes por un par de estatuas que mostraban dos jinetes a caballo… era… era hermoso.
«Dios, a papá le encantaría poder ver esto…», pensé con una pequeña sonrisa, tal vez la primera que hacía real desde que desperté en este lugar.
Pensando en ello, saqué el teléfono móvil, sorprendiéndome en que aún estuviera vivo tras haberse secado y, sin pararme demasiado, saqué una foto al templo, y a la plaza y edificios en general.
Me sentí un poco estúpida, pero, si salía de aquí… tal vez, tal vez… pudiera mostrarlo.
Con ese pequeño positivismo y esperanza, volví a guardar el móvil, no sin antes comprobar que, efectivamente, seguía sin señal.
—Vale… ¿y ahora qué? —murmuré, devolviendo de nuevo mi atención a lo que debía.
Pasé la mirada por el lugar, deteniéndome sobre donde habían estado los antiguos puestos comerciales, donde había algunas cajas y sacos desperdigados. Me fui hacia allí, comenzando a investigar sobre ello, buscando algo útil, aunque al final solo pude encontrar un par de frutas más y algún cesto con telas y utensilios.
Desanimada, me comí la fruta sin perder más tiempo, pensando dónde debería ir para pasar la noche.
Fue entonces cuando un ruido captó mi atención. Voces, pasos, ruidos metálicos.
Sin pensarlo, me escondí entre las cajas, con un pequeño resquicio para ver parcialmente la plaza. Poco tiempo después, vi surgir varias personas de una de las calles. A diferencia de los ciudadanos que había visto previamente, estos tenían una vestimenta claramente más militar, con ropajes recios, protectores metálicos y armas en sus cintos. Habría como seis de ellos, y llevaban consigo otras tres personas, que a diferencia de los otros estos parecían prisioneros, pues iban maniatados y en el centro de la patrulla.
Pero lo que más captó mi atención fue la vestimenta de estos prisioneros, pues… ¡eran ropas modernas! Sorprendida, miré con más detalle a esas personas, que podrían estar más cercanas a mí de lo que pensaba.
Eran tres hombres, dos de mediana edad y uno un adulto joven. Al principio me resultaron desconocidos, pero después, fruncí el ceño al ver la camiseta del joven. Y… ese pelo rubio, esa facies de seductor, los ojos azules…
Casi salto de la sorpresa de mi escondite, tapándome la boca para evitar soltar cualquier grito.
«¡Alex, Alex!»
¡Alejandro estaba vivo! No podía creerlo. Estaba vivo, estaba vivo y se le veía bien. No parecía herido de gravedad, estaba… estaba bien.
Sentí que las lágrimas de alivio luchaban por salir de mis ojos mientras mi cuerpo luchaba por cesar su temblor emocional.
Dios, dios. Mi amigo, mi amigo Alejandro estaba vivo. Había… había sobrevivido.
Luché cien veces por no salir de ahí mientras el cerebro me trabajaba a mil por hora. ¿Dónde había aterrizado? ¿Cómo lo habían atrapado? ¿Qué había pasado? Y, ¿dónde estaba Adriana? Viajaban juntos en el avión. ¿Estaba bien? ¿Se habían separado? ¿Había ocurrido algo? O…
Negué con la cabeza, incapaz de pensar en ello.
Las respuestas a mis preguntas solo las podría responder él. Y… y tenía que sacarlo de ahí si las quería.
Ahora podía tener varias cosas claras. Uno, sabía que uno de mis amigos había sobrevivido. Dos, era posible que hubiese más. Tres, los residentes de este lugar no eran acogedores como ya sospeché antes. Cuatro, si quería salir de aquí con Alejandro, no podía dejar que me viesen.
Así que, cuando doblaron la esquina de la plaza, me levanté y corrí hacia ellos, a una distancia prudente.
«¿A dónde los llevan?», me pregunté mientras los observaba escondida tras una esquina.
Ya habíamos recorrido varias calles, que, a diferencia de las principales, eran en su mayoría estrechas, angostas y poco iluminadas. En algunas de ellas, la pequeña patrulla tenía que pasar en fila mientras custodiaban a sus prisioneros. De vez en cuando, escuchaba alguna palabra, pero entre la distancia y el idioma, no pude saber qué decían.
¿Qué idioma estaban hablando? Me era desconocido. Y, seamos sinceras, aunque fuera griego o cualquier otra cosa, no sabría ni lo que era porque no lo había escuchado. Además, que vivieran en una zona con esta estética no los hacía hablar obligatoriamente eso, ¿no? En cualquier caso, no pude saber qué decían.
Mantuve la distancia de seguridad, escondiéndome así varias veces cuando notaba que alguno se giraba hacia atrás para revisar. ¿Notarían que alguien los seguía? Rezaba por que no fuera así, pues me complicaría mucho las cosas, seguramente.
De esa manera, avanzamos hasta un edificio grande que se encontraba en una explanada, que parecía más institucional que el resto, y que estaba custodiado por lo que parecían guardias en su periferia. ¿Sería un edificio gubernamental? ¿Una especie de edificio militar o algo así?
Vi cómo entraba el grupo en el interior, y cómo se cerraron las puertas. Los que estaban fuera continuaron con su guardia.
Mierda. Lo tenía difícil.
Mi amigo estaba ahí dentro. Y no sabía qué pretendían hacer con él y los otros prisioneros ahí dentro. Pero no esperaba que fuese algo bueno. Pero dentro de un edificio tan vigilado como ese… ¿cómo iba a entrar? No tenía más que un cuchillo conmigo, no tenía unas habilidades físicas extraordinarias, no es que fuera un fenómeno en el sigilo o infiltración, y mucho menos tenía cualquier cosa para disfrazarme.
Lo único que podría tener a mi favor era que tenía conocimientos de defensa personal, pero eso no serviría de mucho contra varios enemigos a la vez y armados.
Sí, lo tenía complicado.
«¿Qué puedo hacer?», pensé mientras miraba alrededor.
Fue entonces cuando me percaté en que algunos edificios estaban relativamente cerca del que me interesaba y que había varias cuerdas que unían un edificio con este, donde había varios estandartes y antorchas. Si llegara hasta allí, ¿podría usarlo como puente?
Me mordí los labios y cerré los ojos, buscando la determinación y valentía que necesitaba. Y cuando los abrí, me puse a trazar un plan.
Las casas seguían un patrón similar: una casa de dos plantas con un patio, todo ello rodeado por un muro. Si consiguiera acceder a una y alcanzar el tejado, tal vez pudiera moverme entre un edificio y otro hasta alcanzar el de la cuerda.
Así que me puse a buscar una forma de acceder a una de las casas, que, tras estudiarlo durante un tiempo, decidí escalar uno de los muros usando cajas y lo que fui encontrando para hacer una especie de muro escalable, hasta que finalmente pude alzarme por el bajo muro de una de las casas.
«Ah… ¿Qué estoy haciendo?», me dije mientras me alzaba, accediendo a la casa.
Me puse a andar sobre el tejadillo, bordeando lo que sería el patio principal, hacia una de las paredes de la casa en cuestión, que se comunicaba con un tejadillo algo más bajo que el resto. Con cuidado de no resbalar, subí al tejado y, posteriormente me dirigí hacia la parte más alta, subiendo poco a poco y usando las cornisas y salientes de la piedra para alzarme.
Cuando estuve finalmente en lo alto de la casa, solté un suspiro y miré el resto de los tejados de las casas. Como pensaba, podría moverme si tenía cuidado de un edificio a otro.
—Vale, vale…
Podía hacerlo. Solo tenía que ir con cuidado.
Y así, poco a poco, comencé a moverme entre edificios, saltando de un lado a otro y sin hacer el menor ruido posible. Ahogué un grito cuando me resbalé y caí sobre uno de las techumbres, rodando hasta quedar demasiado cerca de una cornisa. Pero me mordí el labio, busqué fuerza y me levanté de nuevo, agarrándome al tejado como si la vida me fuera en ello. Bueno, puede que en parte lo fuera, si caía de mala manera desde estos tres metros de altura.
—Puedo hacerlo. Puedo hacerlo…
Continué avanzando bajo la luz de la noche, bajo esa luna silente que veía mis movimientos mientras intentaba acercarme a ese edificio de guardia donde mantenían a Alejandro. Donde se encontraba la primera esperanza desde que había despertado en este lugar indómito.
No dudé cuando tuve que saltar un metro para salvar una de esas calles estrechas y celebré cuando pisé el tejado objetivo, al mismo tiempo que suspiraba de alivio por no haber caído varios metros al suelo. Y también sentí ese subidón de adrenalina cuando me vi tan cerca del edificio.
Ah… ¿Qué clase de Assassin’s Creed era este?
Me reí por lo bajo al pensarlo mientras fijaba la vista en esa cuerda que probablemente me llevaría al edificio.
Tras un par de edificios más, estuve lo suficientemente cerca como para ver a los guardias y sus movimientos. Me agaché y desde lo alto del edificio, observé los alrededores y estudié la situación.
«Tal vez una capa con capucha no me vendría mal ahora, ¿eh?», bromeé internamente.
A lo mejor sí había jugado demasiados videojuegos.
Intentando quitarle tensión a mi yo interior, pues estaba con una ansiedad creciente por momentos, miré una vez más el edificio militar y a las gentes que lo custodiaban. Ahora estaba en el edificio más cercano desde el que podría acceder al objetivo si era capaz de moverme por una de las cuerdas que los unían, si es que no caía o no hacía ruido o no hacía caer alguna de las antorchas y estandartes que colgaban de ella.
«Esto… ¿soportará mi peso?», pensé mientras examinaba la cuerda, que en realidad era doble y cada una tendría el grosor de mis muñecas.
Esperaba que fuera suficiente. Bueno, tampoco es que pesara mucho, en realidad. Y también recé por que en este momento ninguno de los guardias alzase la vista. O estaría perdida. Esto me separaba de mi objetivo unos diez metros, pero podría hacerlo.
Un poco temblorosa al principio pero con decisión al final, coloqué mis manos sobre las cuerdas y poco a poco, avancé sobre ellas hasta quedarme completamente suspendida, lo suficientemente despacio para evitar que se bambolearan y llamase la atención de los de abajo. Y así, poco a poco e imitando un poco mis comienzos en este lugar, comencé a deslizarme lo más suavemente posible por las cuerdas.
«Debo parecer un perezoso caminando por una rama de árbol», me dije mientras me arrastraba.
Pero, aunque fue lento y sentía que el corazón podría escucharlo cualquiera en un radio de veinte metros, lo cierto es que conseguí avanzar sin contratiempos, llegando a la repisa bajo la ventana correspondiente.
Antes de lanzarme hacia dentro (que era lo que me pedía el cuerpo por miedo a caer) miré sigilosamente el interior, viendo solo un pasillo sin escuchar movimiento. Al final, y tras suspirar de alivio y miedo juntos, me alcé por la ventana.
Bien, estaba dentro.
Lo primero que hice fue revisar de nuevo rápidamente el lugar, pero no se escuchaba ni un paso y el corredor estaba vacío, solo viéndose un par de entradas de habitaciones a su largo, una puerta al fondo y unas escaleras que subían al segundo piso y descendían.
¿Por dónde debería ir primero?
Si esto era un edificio militar o una especie de comisaría, cárcel o lo que fuera, dudaba que dejasen a los prisioneros en las plantas superiores. Probablemente eso estuviera destinado a habitaciones, despachos u otros menesteres. Por lo tanto, era posible que tuviera que bajar para ver a Alejandro.
¿Cuántas personas habría aquí dentro? ¿Cómo de vigilado estaría esto…?
Ugh, tal vez había más huecos en este plan de los que debería. Obviamente no tenía conocimiento de eso. Ni la estructura del lugar, ni nada. Probablemente me estaba metiendo en la boca del lobo por dejarme llevar.
Pero… ya era tarde.
Con cuidado, me puse a deambular por el corredor y, sin hacer ruido, abrí lo más suavemente posible la primera puerta que encontré. Estaba vacía, pero, como había pensado anteriormente, era una habitación con tres camas individuales, un par de muebles y enseres desperdigados. Tras pensarlo un poco, me puse a revisar el lugar, por si encontrara algo útil, aunque solo encontré una pera (que me empecé a comer en el momento), ropa masculina que no me quedaría bien y… una especie de cinturón con varios bolsillos. ¡Esto podría ser útil!
Me lo ajusté rápidamente y vi si podía colgar ahí de alguna manera la daga, pero no vi posibilidad. Al menos, ahora podría guardar cosas que no fueran muy grandes.
Tras revisar que no hubiera nadie fuera, continué por el pasillo hacia las escaleras, aunque antes decidí hacer lo mismo en la otra habitación que me pillaba de paso, siendo una habitación análoga a la anterior. Aunque en esta no encontré nada que pudiera servirme en este momento.
Así que la siguiente parada, fue la escalera. Ya desde el rellano se podían escuchar voces que provenían desde abajo, lo que ya me hacía pensar que el problema para mí se encontraba en dicha zona. Pensé si debería subir primero a revisar, pero, al final me decidí por echar un vistazo abajo.
Agradecí que los escalones no fuesen de madera, pues un crujido de una madera vieja en esta situación sería garrafal. Muy despacio y en cuclillas, descendí los escalones y me apegué lo máximo posible a las sombras intentando hacerme más pequeña y desaparecer para que nadie me viese. Cuando bajé al primer rellano, pude ver el piso de abajo.
Lo que podía ver desde ahí era una sala grande, con varias mesas y sillas, armarios y diferentes armeros cerca de la entrada. No podía ver otras estancias desde aquí, pero podía ver algunos hombres que hablaban entre sí. Obviamente, no entendía nada. Aunque con el ruido ambiente y voces, no creía que lo escuchara, aun así.
Poco a poco, bajé hacia la planta baja, manteniéndome en la oscuridad y sin hacer ruido. A cada paso que daba, pude ver un poco más de la estancia. Era amplia, con un total de unos once hombres, que parecían hablar de sus cosas y otros bebían y comían. Suponía que era momento de cenar, o algo así. Muy despacio, me acerqué hacia el otro lado de la escalera, pues parecía descender otro piso más hacia el sótano. Solo tenía que hacer lo posible para que nadie me viese, porque entonces sí que estaría bien jodida.
«Ni siquiera sé si Alex puede estar ahí abajo», me recordé a mí misma mientras me deslizaba lentamente hacia abajo pegándome lo más posible a la pared.
Rezando porque nadie me hubiese visto y tampoco hubiese nadie abajo, avancé por las escaleras, dejando atrás esa planta baja ruidosa y recordándome por decimocuarta vez que esto era una locura. Pero, aún así, continué.
No tardó en envolverme un ambiente más oscuro, iluminado por antorchas colgadas en la pared. Estaba más fresco que respecto a arriba, probablemente porque ahora estaba un nivel más bajo del suelo y porque las paredes eran de piedra.
«Supongo que esto empieza a parecerse a lo que busco», pensé, intentando animarme.
Anduve por el corredor, buscando a mi amigo. O a cualquier persona viva no potencialmente hostil.
¿Por dónde debería ir? El pasillo se bifurcaba a derecha e izquierda y había varias habitaciones en las que podría haber algo.
De repente, unas voces me hicieron dar un respingo y haciéndome despertar de mis pensamientos. Voces masculinas, dos, ininteligibles para mí y… que se acercaban.
A punto de entrar en pánico, miré alrededor para ver dónde podría esconderme. Y lo que tenía más cerca, era una puerta. Sin pensarlo, entré lo más rápido que pude y sin hacer ruido.
Sin saber si quedarme ahí o esconderme más, me quedé tras la puerta, intentando escuchar más allá que mi retumbante corazón y respiración. Poco después, escuché pasos firmes junto a las voces, que, tras unos segundos, pude notar que se alejaban… hasta desaparecer poco después.
—Ah…
Exhalé el aire que no sabía que contenía mientras me deslizaba hacia abajo, sentándome en el suelo mientras mi cuerpo temblaba lentamente por el nerviosismo y tensión mantenida.
Esto estuvo muy cerca. Esta vez había tenido suerte.
—Ah… Tengo que darme prisa —me dije mientras me ponía de pie, centrándome por primera vez en la habitación en la que había entrado.
La primera habitación que encontré parecía un almacén, pero pude ver varias armas también colocadas cuidadosamente a modo de armero. Armas que, tenía que decir, parecían sacadas de cualquier edad antigua: espadas, hachas, lanzas, dagas… Desde luego no iba a encontrar por aquí un arma de fuego o cualquier cosa moderna.
«Es como si hubiera retrocedido cientos o miles de años…» Pensé mientras admiraba las armas.
Pensé en si llevarme alguna, pero, no sabría manejarlas y, tras examinarlas un poco, parecía haber dado con las armas que estaban pendientes de reparación, pues algunas estaban melladas, otras rotas o desgastadas.
Tras un suspiro, abandoné la habitación y, tras comprobar que no había nadie, continué mi búsqueda.
Decidí darme brío y no entretenerme demasiado, mirando con el mayor silencio posible por cada habitación, más no encontré nada más allá que almacenes y lo que parecía una pequeña bodega, una sala que, por la sangre reseca, el olor y los instrumentos colgados parecía una sala de tortura, vacía ahora afortunadamente.
Con el estómago algo descompuesto de pensar en ello, mantuve mi andar por el pasillo, encontrándome otra escalera descendente de piedra, más estrecha y angosta. Armándome de valor, cogí una de las antorchas cercanas y bajé.
No tardé en darme cuenta de que probablemente había llegado al lugar que buscaba pues, lo primero que vi al bajar fue un pasillo de unos veinte metros de largo con varias habitaciones pequeñas separadas entre sí por barrotes.
«Celdas.»
Tragando saliva, anduve lentamente por la zona, buscando detenidamente si había alguien ahí. No parecía haber algún guardia alrededor, pero decidí no bajar la guardia, expectante ante cualquier ruido mientras avanzaba.
Había varias celdas vacías, pero otras sí que contenían personas, algunas con ropas pintorescas y desconocidas, otras más normales para mi realidad habitual; algunos dormían, otros no se movían, otros comenzaron a hablar en idiomas que no comprendían mientras me miraban. Pasé rápidamente por las celdas, buscando, hasta que…
—¿Athena?
Una voz me llamó por mi nombre. Una voz conocida.
Rápidamente, me giré en dirección a esa voz e iluminé el lugar con la antorcha, encontrándome entonces con un rostro conocido, que me miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido.
—Alex… ¡Alex!
Prácticamente corrí hasta que esos barrotes me cortaron el paso. Mi amigo, la primera persona conocida que veía desde el accidente, estaba viva. Se me escapó un sollozo entre aliviado y lastimero mientras lo observaba, encerrado en ese lugar alejado de la mano de dios.
Dios… Estaba vivo.
Casi no lo había creído cuando lo vi en la ciudad, pero ahora lo tenía en frente, mirándome con la misma ansiedad, alivio y preguntas que yo tenía. Y, aunque estaba encarcelado, parecía… bien.
Se veía desaliñado, con la ropa sucia y una manga de la camisa, antes azul, ahora gris por la suciedad, se había roto. No veía heridas evidentes en su cuerpo, salvo algún rasguño y lo que parecía un moretón en uno de sus pómulos. ¿Le habrían pegado? Su rostro se veía más o menos como siempre, con sus bonitos ojos azules enfocando la atención y el pelo rubio despeinado. Pero… estaba bien.
Me mordí el labio inferior, intentando buscar las palabras, evitando que se derramaran lágrimas del estrés, del alivio, del miedo. Pero, por primera vez desde que desperté en este lugar tras el accidente, no me sentía tan abandonada y sola. Dios, no sabía que me sentía de esa manera hasta que no lo vi frente a mí.
Exhalé el aire y parpadeé mientras desviaba la vista momentáneamente, agarrando esos barrotes, gestionando las mil emociones, pero al final, salió una leve risa nerviosa mientras lo miraba y una pequeña lágrima se escapaba por mi ojo derecho.
—Estás… vivo —dije finalmente—. Dios, estás vivo. Creí que… creí que… —ahogué un sollozo y negué con la cabeza, intentando calmarte—. Ah… Estás horrible.
—Mira quién fue a hablar —dijo él, riéndose también con los nervios a flor de piel mientras se aferraba a los barrotes también.
Nuestros cuerpos estaban a escasos centímetros, pero al mismo tiempo, separados por algo inmanejable en ese momento. Qué frustrante.
—¿Estás bien? —conseguí decir—. ¿Cómo, cómo…? Dios, ¿cómo sobreviviste?
—Aún no lo sé si soy sincero —respondió él, algo más calmado que yo, pero podía notar su nerviosismo en los gestos—. Todo fue tan confuso, loco y… extraordinario. Me recuerdo caer y luego… desperté en medio de un bosque.
—También yo… Oh, joder, es increíble. —Lo miré durante un momento, como buscando que no desapareciera de repente y todo fuera una ilusión—. Pero… ¿qué pasó? ¿Cómo te capturaron? ¿Estás herido? ¿Te han hecho algo? ¿Has encontrado a alguien más…? —Comencé a hacer una marabunta de preguntas, hasta que otra me vino a la mente y entré en pánico—. ¡¿Dónde está Adriana?! Viajabais juntos en el avión. ¿Ella, ella…? Oh dios mío…
—Athena, calma, calma —me interrumpió él, cogiéndome los brazos que había ahora llevado a mi cara—. Ella también está viva.
—¿Qué…?
—Los dos despertamos juntos. Otro… otro milagro más, supongo —dijo él, como si aún no se lo creyera del todo—. Pero cuando nos emboscaron, nos separaron a hombres y mujeres. No sé dónde se la llevaron.
—Ah… Por favor, espero que esté bien… —dije llena de preocupación mezclada con alivio. Tendríamos que buscarla una vez lo sacara de aquí—. ¿Hay más supervivientes?
—De los nuestros no lo sé —dijo negando con la cabeza—. Cuando nos capturaron nos juntamos con otras personas, algunas puede que de nuestro avión, otras claramente llevan aquí más tiempo. Como él —señaló a un hombre que estaba detrás, adormilado—. Se llama Martin. Lo poco que sé es que es americano y lleva aquí un tiempo, también tras un accidente. Y por lo que me ha contado, parece que hay más gente por aquí que ha llegado de forma similar. Aparte, están los lugareños.
¿Otros accidentes? ¿Más gente? ¿Lugareños? Fruncí el ceño, asimilando la información que me estaba dando.
—¿Sabe dónde estamos? —pregunté.
—No realmente, al parecer. Pero, sí que estamos lejos de la civilización.
—Eso no es nada bueno.
—Y por lo que sé, la gente de aquí no suele ser muy amigable. Sobre todo, con los extraños.
—Lo sé… he podido verlo yo misma —respondí, recordando con un escalofrío la experiencia en aquellas cuevas—. Oh, dios, este lugar es de locos. Todo… es de locos.
—Pareciera sacado de una peli de ficción.
—O un videojuego —me reí, nerviosa.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó, cambiando de tema.
—Te vi. Llegué a esta ciudad después de huir de… de cazadores, asesinos… lo que fuera. Pero eran como fanáticos de algo. Ahí conseguí esto —expliqué mientras recogía del suelo la daga que había dejado caer—. Y tras caer por una cascada, seguí el camino hasta aquí. Luego te vi y os seguí… Luego me colé como pude por una cuerda sobre los edificios.
—¿Fanáticos? ¿Una cascada? ¿Una cuerda? Athena, ¿qué cojones?
—Ya, a mí también me gustaría que fuera una fantasía inventada —suspiré.
—Supongo que las heridas tienen historia —dijo con preocupación.
—Estoy bien —dije, intentando quitarle importancia—. Lo importante es que llegué hasta aquí, que estás bien y que… dios, es que no me puedo creer que te haya encontrado.
—También yo. También yo —dijo con dulzura, intentando calmar mis nervios.
—Y los demás…
—Los encontraremos —me cortó—. Habrá también una posibilidad. Si nos hemos encontrado, puede que los demás también hayan sobrevivido. No pierdas la esperanza, por poca que sea.
—Ah… —exhalé el aire, asintiendo, aferrándome a esa pequeña posibilidad—. Vale, vale. —Hice una pausa y cerré los ojos, buscando determinación—. Pero primero tengo que sacarte de aquí. ¿No hay llaves o algo?
—Puede que estén colgadas por ahí —dijo Alejandro mientras miraba hacia una de las paredes.
—Te sacaré de aquí. Solo…
Pero un ruido me hizo ahogar un grito, devolviéndome a la realidad que había dejado de prestar atención.
Pisadas, voces, una luz que provenía de las escaleras.
Alguien se acercaba.
Huida Pasada por Agua
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 4
IV
El agua fría paralizó momentáneamente todo mi cuerpo.
El sonido se volvió más tenue, lejano, pero tormentoso. La vista se volvió tumultuosa y cerré los ojos momentáneamente mientras sentía que ese frío punzante me atravesaba todo el cuerpo a la vez que sentía la impotencia al sentirme arrastrada por una corriente imposible de parar.
Sentí que daba vueltas, que me golpeaba en ese cúmulo corriente de agua mientras mi cuerpo aullaba de dolor y mis instintos me gritaban que el aire brillaba por su ausencia en mis pulmones.
Cuando abrí los ojos y vi la luz mientras giraba y avanzaba, solo pude moverme por instinto y, cuando conseguí salir a la superficie, el sonido desesperado que salió por mis labios metió aire a mis agónicos pulmones.
Tosí, para luego hundirme y girar de nuevo al golpearme con una roca.
Ese fue el comienzo de otro tipo de lucha.
Una lucha mucho más salvaje e instintiva. Giraba, me golpeaba, me hundía y rebotaba para salir de nuevo buscando el más mínimo resquicio de aire para no ahogarme en esas aguas tormentosas. Cuando me golpeé de nuevo, sentí cómo todo mi cuerpo se estremecía sobre esa roca, más agradecí que me parara en ese momento, apoyándome en ella y busqué la superficie de nuevo.
El sonido ahogado de mi garganta se fundió entre el agua corriente. Los dedos de las manos se clavaron como si me fuera la vida en ello mientras intentaba sacar parte de mi torso hacia fuera, luchando contra esa fuerza acuática.
Desesperada, miré alrededor, rodeada de esa masa de agua turbulenta, de rocas y restos vegetales que eran desplazados por el agua. El bosque continuaba acompañando al río y, desgraciadamente, no había más rocas o algo a lo que asirme lo suficientemente de la orilla como para no ser arrastrada, pues no hacía pie y no podría nadar contracorriente lo suficientemente fuerte.
¿Había sido esto una malísima idea?
Sin saber si llorar, reírme o qué, miré desesperadamente a todos lados, buscando cómo salir de aquí. Fue entonces cuando me percaté que aún no había soltado esa daga con la que había huido, y que mi mano derecha seguía aferrada a ella, sorprendentemente.
Otra cosa más con lo que pensar qué hacer.
Aunque no tuve mucho tiempo para pensar.
Unos gritos enfadados y masculinos se escucharon entre el sonido del río enfurecido.
¿Aún me seguían esos tipos? ¿Cuánto había avanzado en este río?
¿Qué debía hacer?
—Mierda… mierda… joder.
Mi voz salió más cansada, lastimera y desesperada de lo que me hubiera gustado. Estando ahí solo estaba invitando a la gente a que me disparase cual diana.
Mis opciones eran limitadas de nuevo.
Pero entre morir seguro o tal vez no pero sí muy probablemente, solo podía quedarme con esa segunda opción.
Así que me solté de la roca y seguí el río, dejándome llevar por las aguas rápidas.
Traté de mantenerme a flote lo máximo posible, al menos, la cabeza, siendo ahora un poco más conseguido que antes. Aunque no tanto el esquivar e ir moviéndome por esas aguas peligrosas que me sacudían. El río era profundo, caudaloso y feroz, haciendo que mi cuerpo se moviera en sus rápidos sin cesar. Conseguí esquivar rocas, ramas, raíces y… objetos. Trozos de metal de diferente índole y forma, algunos se veían muy puntiagudos.
Ahogué un grito mientras pasaba muy cerca de algo que podría haberme ensartado con demasiada facilidad de no haberme conseguido apartarme.
¿Eran restos de avión? ¿O de qué era eso?
Sin poder pararme mucho a pensar en ello, esquivé como pude lo que me iba encontrando al mismo tiempo que luchaba por mantenerme a flote.
Solté el aire entre dolorida y cansada cuando mi cuerpo chocó contra una roca anclada en el caudal del río. Ya sin tener muy claro si tenía fuerzas o no, utilicé ese momento para descansar momentáneamente, soportando los litros de agua que se chocaban contra mí. Miré alrededor, percatándome de que había fragmentos de cosas desperdigadas por doquier, algunas en tierra y otras en el agua. Tal vez sí que eran restos del avión en el que viajaba.
El pensamiento fugaz sobre posibles supervivientes rondó mi cabeza, pero el hilo ideas se rompió cuando algo chocó contra mí. ¿Una rama, un tronco? ¿Restos de lo que fuera?
Ah, no lo sabía. Solo supe que lo que fuese, me arrancó de mi leve zona de confort momentánea y me arrastró de nuevo por ese río, más rápido y furioso a medida que avanzaba.
Escupí el agua que casi me trago y saqué la cabeza todo lo que pude para respirar cuando encontré de nuevo la superficie y mirar si había más peligros cercanos.
Ah… Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba muy, muy jodida.
Antes me dije que tenía que elegir entre morir seguro y morir muy probablemente. Bueno, tal vez eso se acabara de incrementar ahora mismo. Porque iba, arrastrada por esa masa de agua, hacia una caída en cascada.
Desesperada, comencé a nadar a contracorriente y hacia orilla/primera roca/lo que fuera para asirme, mientras al mismo tiempo se me venían a la mente todas esas escenas de películas y videojuegos en las que pasaba esto.
De hecho, por alguna estúpida razón se me vino a la memoria la escena esa de la película del “Emperador y sus locuras”, esa en la que Cuzco y Pacha caían por la catarata. Por dios, ¿en serio mi mente tenía que recordar eso en este momento? Al menos ellos estaban sobre un maldito tronco y, usaban esa escena sacada de los clichés de películas para que te rías. Pero, ¡HOLA, MENTE! ¡TÚ NO TIENES TRONCO!
Y… ¡sorpresa! Esto era una puta realidad. Y lo más probable es que me muriera si caía por ahí. Por la altura, porque el fondo no fuese lo suficientemente profundo para amortiguar la caída, porque me aplastara algo encima, porque perdiera el conocimiento y me ahogase…
«¡Maldición, maldición! ¡Esto no puede estar pasando!»
Continué nadando a la desesperada mientras luchaba contracorriente, sabiendo que cada vez me alejaba más de la orilla y me acercaba más a ese abismo. Y al final, cuando vi que me seguía acercando al borde más y más, supe que no había nada que hacer. Iba a caer.
«¡Este es mi fin!»
Grité cuando sentí esa sensación de ingravidez momentánea, para luego darme cuenta de que caía; mi cuerpo se precipitaba rodeada de una masa de agua inquebrantable. Miles de pensamientos se me pasaron por la mente mientras caía dando vueltas sobre mí misma, pero el más activo de todos fue ese que se repetía incansablemente que no quería morir.
Al final, llegó el impacto; el dolor fue menor del que esperaba, pues había conseguido ponerme en posición vertical al final, pero aun así, sentí que se me clavaban agujas en la piel. Luego, me hundí. Sentí que mi cuerpo se hundió, que todo se volvió un poco más oscuro, que el sonido se hizo menos estridente y mi mente pareció apagarse por un momento, aturdida, sumida en esa parcial tranquilidad subacuática.
Pero las alarmas fisiológicas volvieron a activarse y abrí los ojos.
Estaba rodeada de agua. Estaría como unos tres metros bajo el agua, rodeada de plantas acuáticas, rocas y restos vegetales y artificiales hundidos. Con cierta parsimonia, revisé a mi alrededor, viendo mis cuatro extremidades intactas; parpadeé otro par de veces reseteando mi cabeza… hasta que comencé a sentir el dolor en el pecho por la falta de aire. Fue entonces cuando mi cuerpo se movió, buscando la superficie, aire.
Exhalé a la desesperada en cuanto sentí el aire en mi cara, para luego toser y escupir el agua que había tragado. Con la respiración agitada, roté sobre mí misma, viendo que tenía la cascada a mi espalda.
«Madre mía»…, pensé mientras miraba con horror el salto de agua.
Eso serían por lo menos unos setenta metros. Por lo menos. Desde mi posición ahora podía ver la imponente cascada, que tendría unos diez metros de envergadura y una altura que daba miedo con solo verla.
¿De verdad había caído desde esa altura? Y aún más sorprendente, ¿había sobrevivido?
Me salió una risita histérica mientras miraba esa obra salvaje de la naturaleza, agradeciendo a la fuerza del universo que me había ayudado, una vez más.
Mi cuerpo resentido comenzó a quejarse, siendo entonces cuando miré a otro lugar, buscando la orilla más cercana. Parece que había caído a una especie de lago, pues el agua era más tranquila y había bastante más anchura y profundidad. Estaba rodeada de bosque, y podía ver la continuación del río, pero mis ojos se fueron al primer lugar que vi para salir de esta masa de agua.
Así que me puse a nadar lo más rápido que pude hasta la orilla. Cuando toqué tierra, mi cuerpo se derrumbó, y me quedé ahí, tumbada y con el corazón a mil, la ropa pegada, la piel helada y la respiración agitada, sintiendo la estabilidad de la tierra bajo mis palmas.
Y así me quedé unos minutos, esperando que mi cuerpo dejase de temblar, que el corazón volviese a la normalidad, que mis párpados tuvieran la fuerza para abrirse de nuevo, y sobre todo, que mi cabeza dejase de pensar.
Estaba agotada, asustada, desesperada, histérica…
Y viva.
Aun con todo pronóstico, seguía viva.
Me agarré a ese pensamiento, mientras notaba que una lágrima se escapaba de esos párpados cerrados.
No sabría decir cuánto tiempo estuve ahí tirada, mirando el cielo de la tarde mientras buscaba la paz interior que sentía perdida, pero probablemente fue más tiempo del que debía para mi propia seguridad. Sin embargo, me quedé ahí, sintiéndome un todo con el paisaje, con la naturaleza calma que me envolvía, con el único sonido del agua al caer por la cascada envolviendo el ambiente.
Al cabo del tiempo, mi mente volvió a sumirse en la tranquilidad; los nervios a flor de piel se habían desintegrado, la adrenalina ya había abandonado mi cuerpo. Aunque el dolor y el cansancio aún me acompañaban fielmente. Sentía el cuerpo entumecido y, ahora que había parado durante un tiempo, noté que todo el estrés y el ejercicio anterior me golpeaban con crueldad. Pero todo ello no dejaba de ser un recuerdo de mi realidad, de mi supervivencia, de que aún vivía después de todo.
Suspiré al hacerme consciente de ese hecho, sin saber si reír o llorar.
Esto era de locos. Todo lo que había visto y vivido en tan poco tiempo se me hacía inverosímil. Un accidente de avión, un secuestro, locos sacados de vete a saber dónde haciendo sacrificios, persecuciones, una caída por una cascada. ¿En serio me había enfrentado a todo eso?
Y, sin embargo, había sucedido. Todo era real.
Debería sentirme agradecida por mi suerte (porque no era más que pura suerte), pero sabía que esto no había acabado, que aún quedaba mucho por venir y que, visto lo visto, puede que ni siquiera lo que había visto hasta ahora fuese lo peor. Y eso, oh, dios mío, eso me aterraba.
Mis problemas iniciales (búsqueda de comunicaciones, supervivientes, comida, etc), no habían cambiado, sino que se habían incrementado. Y si ya sabía que lo tenía difícil, ¿qué debía esperar ahora?
Porque, recapitulando todo lo que sabía, sí, había gente viviendo en este lugar. Pero eran un atajo de locos fanáticos que ni siquiera hablaban mi idioma y lo que habían intentado hacer conmigo era matarme para vete a saber qué.
Dios, ¿dónde demonios estaba? No se me ocurría ningún lugar donde ocurrieran estas cosas a día de hoy. Bueno, sabía de algunas tribus nativas de Asia o América, pero, ¡no estaba allí! Además los rasgos eran occidentales, entonces, no me cuadraba mucho todo esto.
La única idea aproximada que podía hacerme era de algún lugar del Océano Atlántico no demasiado lejos de Europa. Pero, la zona de las Islas Azores y tal ya se había pasado, ¿no? Y no recordaba que por dichos lugares pasaran este tipo de cosas.
Maldije internamente por no saber exactamente qué había pasado, qué estaba pasando, dónde narices estaba. Porque lo que vi, aunque fueran personas, distaba de lo que parecía ser civilizado. Aunque, esos símbolos, la ornamentación de las zonas, la vestimenta… parecía algo elaborado. ¿Qué clase de civilización desconocida me había encontrado? A menos que pudiera encontrarme con alguien que no quisiera matarme y que supiera de todo esto, seguiría en la ignorancia.
Vale, había encontrado gente, gente que me quería matar pero gente a fin de cuentas. No sabía dónde estaba, no sabía si habría algún lugar donde poder comunicarme con el exterior, no sabía si había supervivientes y no sabía qué tipo de peligros naturales me rodeaban. Y… No sabía dónde iba a conseguir comida.
Fui consciente de esa necesidad básica cuando comenzó a rugirme la tripa. Los problemas seguían persiguiéndome.
Y, además, en algún momento se volvería de noche. ¿Dónde iba a refugiarme?
Estaba centrando mis pensamientos en cosas como los locos esos, la gente, la comunicación con mi país, pero, no me había parado a pensar en lo más básico. Agua, comida, refugio, descanso. No conseguiría nada de lo primero si no me encargaba de lo segundo antes.
Y para eso, no podía quedarme aquí tumbada eternamente.
Con ese pensamiento y resolución, me levanté con todo el dolor de mi cuerpo. De nuevo, miré hacia la cascada, recordando una vez más desde dónde había caído. Era un salto de agua considerable y estaba rodeado de un muro de roca vertical por el que era difícil de bajar. Esperaba que eso retrasase a mis perseguidores. Aunque a lo mejor se habían dado por vencidos. Esperaba que fuera esa última opción.
Desde el muro y la cascada, se venía este “lago” a continuación, que dejaba un espacio más abierto entre la vegetación que recordaba a los bosques europeos caducifolios, llenos de frondosidad y matorrales. El lago se continuaba con el caudal del río, que seguía en su descenso, aunque a una velocidad más pausada. El terreno se seguía viendo un tanto intrincado y desnivelado. Por el terreno debía estar en medio de un lugar montañoso.
Pero hubo algo que captó mi atención. Entre la maleza y a lo lejos, se veía una formación rocosa que era diferente al resto. Estaba cubierta parcialmente por la vegetación, dando la sensación de haber estado abandonado o al menos, descuidado, durante mucho, mucho tiempo. Sin embargo, lo que la hacía destacar y ser diferente es que parecía…
—Un edificio.
Una emoción extraña me hizo saltar un latido mientras miraba con asombro la estructura. Solo podía ver una pequeña parte entre los árboles, pero se veía una especie de edificio a lo lejos hecho de piedra ennegrecida con el paso del tiempo y abrazado por las enredaderas y la maleza, pero me dejaba ver lo suficiente como para hacerme imaginar esos edificios antiguos de civilizaciones pasadas hace mucho tiempo desaparecidas.
Parpadeé un par de veces y exhalé el aire, que había estado conteniendo.
—¿Dónde… estoy?
¿Estaba viendo bien o el haber consumido tanta fantasía de aventuras me estaba afectando? Parpadeé de nuevo como para asimilar que lo que veían mis ojos era correcto y no me lo estaba imaginando por el cansancio o la complicada situación actual. Pero no, parecía que, en efecto, había una edificación antigua al fondo, tal vez a unos quinientos metros de distancia.
Tragué saliva y apreté los puños, reorganizando de nuevo mis pensamientos. Que yo recordara, no había este tipo de cosas en medio del Atlántico. Pero, como tampoco lo de los ritos y esas cosas.
Y me vino la pregunta clave en cuestión. ¿Debería acercarme allí o no?
No tenía conocimiento de nada sobre este lugar, y no sabía qué podría haber allí. Nada, algo abandonado, animales, personas… No sabía nada. Pero, ¿qué opciones tenía? Un bosque desconocido, esperar aquí a que cualquier cosa me encontrase (o nada) o ir hacia allí. Así que miré alrededor y, tras negar varias veces con la cabeza y suspirar, comencé a caminar.
Cada paso era un recuerdo de que estaba muy cansada, pero, no es como si pudiera hacer mucho más. Más allá del cansancio y de las heridas que ya había visto tras el accidente, no parecía haber sufrido ninguna más. Al menos ahora la herida del brazo y los rasguños se habían lavado con el agua… esperaba que eso no fuese a hacer nada malo. Ah… cómo me gustaría poder tener mi kit médico que estaba en mi maleta. Como buena médico y algo exagerada, me había preparado un kit con el que, literalmente, podría haber operado a alguien si quisiera. Antisépticos, analgésicos, antibióticos, suturas, adrenalina, corticoides, sueros, antieméticos, gasas, material quirúrgico, vendas, hemostáticos… Creo que a falta de medicación para anestesiar correctamente a alguien, había de todo, casi. Bueno, tal vez no era un poco exagerada, sino mucho. Eso me decían mis amigos. Pero, siempre me decía que no se sabía cuándo lo podía necesitar. Y… ¡ahora me vendría genial! Bueno, tal vez no tanto ahora pero sí más adelante. O quién sabe. Nunca había tenido que utilizarlo en realidad.
Pensando en ello, me llevé la mano a los bolsillos de los pantalones, todavía mojados, percatándome de que aún llevaba el teléfono móvil conmigo. Curiosa por si aún seguía con vida, lo saqué, para descubrir que aún se encendía, increíblemente. Se suponía que era resistente al agua. ¿Debía felicitar a la empresa por ello? Bueno, no. Seguía siendo inútil en estos momentos. Lo volví a guardar y continué bordeando el lago, con la vista puesta en dirección al edificio, que se me perdería próximamente en cuanto me adentrase en el bosque.
Algo captó mi atención a lo lejos, pues la luz del sol provocaba cierto brillo resplandeciente en la orilla. Me acerqué con curiosidad, para descubrir para mi sorpresa, la daga que me llevé de la cueva mientras huía, ahora, limpia y sin ningún rastro de sangre.
«Vaya, ni siquiera había pensado en él.»
Lo recogí y lo observé de nuevo. La hoja estaba afilada, mediría como quince centímetros y el mango era de… ¿de qué era? Parecía de metal, un metal dorado pero no me parecía oro. Estaba enjoyado y tenía también adornos en alabastro, o eso me parecía. Era una daga bastante bonita; era una pena que la hubiera visto usarse para algo tan horrible.
Pero, por el momento, podría serme útil. Así que me la quedaría.
Y así, daga en mano, comencé a caminar por el bosque, sorteando el río que ahora discurría de una forma más lenta y menos profunda que antes, en dirección a un lugar que no sabía qué me depararía.
Sacrificio errático
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 3
III
Este dolor se me hacía familiar.
El dolor punzante, el martilleo en la cabeza, esa sensación de náuseas… Como si te hubieran dado un golpe. Oh, bueno, ¿no era eso lo que había pasado?
Exhalé un pequeño gemido de dolor mientras la consciencia volvía a mí poco a poco y una sensación de alerta creciente se iba apoderando de mí mientras intentaba recordar todo a la mayor brevedad posible.
Hubo un accidente de avión, sobreviví, había un cadáver a mi lado, bajé de un árbol con éxito y mientras lo celebraba… algo me golpeó. Sí, algo me había golpeado la cabeza. Y algo se había movido rápidamente antes de eso.
Y… me habían arrastrado. En esa semiinconsciencia había sentido, soñado… que me arrastraban a algún lugar.
Ah… Entonces, ¿dónde estaba ahora?
Abrí los ojos, con más rapidez de la que debía, haciéndome parpadear mientras estos se adaptaban a la luz… o a la falta de ella.
Hicieron falta varios intentos para que mis ojos enfocaran correctamente, que se adaptaran a esa luz tenue y que mi cabeza se adaptara a ese dolor remanente de cabeza.
Tal vez en otras circunstancias me habría empezado a preocupar por el traumatismo craneoencefálico. Pero esto se alejaba mucho de una situación habitual.
Con los ojos bien abiertos y moderando la respiración lo mejor que supe hacer, miré con temor este nuevo lugar, iluminado únicamente por la luz del fuego en varias antorchas ubicadas en esa pared de piedra. O mejor debería decir, en esa cueva.
La estructura irregular de piedra tallada por la naturaleza, esa humedad fresca y las sombras que creo el fuego hacían que este lugar pareciera sacada de una película de supervivencia… o de una mazmorra medieval. Y lo de medieval iba porque… ¡estaba atada con cuerdas a unas argollas de metal!
—Esto no puede ser verdad —susurré.
Desvié la mirada, viendo así que mis brazos, separados en T, estaban atados y que me mantenían en esa posición de rodillas y para nada cómoda.
Solté una pequeña risa, sin dar crédito de lo que estaba pasando.
¿En serio esto ocurría después de lo del accidente de avión? No, venga, en serio. ¿Dónde estaba la cámara oculta? Esto no podía ser verdad.
Esto ya se estaba pasando de castaño oscuro.
¿Qué posibilidades había de sobrevivir a un accidente mortal y que luego alguien te secuestrara y te llevara a una cueva?
Apreté los dientes mientras maldecía internamente, sin saber si reír o llorar, sin saber si debía aceptar la realidad o prefería pensar que era un sueño o una broma.
Pero bien sabía, como ya había experimentado antes, que todo era real. Y el dolor siempre estaba ahí para recordármelo. Eso, y esta postura incómoda.
—Vale, vale… Calmémonos…
Me dije eso para calmar la ansiedad creciente, pero, seamos sinceros, ¿cómo iba a estar calmada en una situación como esta? Tenía unas ganas de gritar enormes y de pedir ayuda y de salir corriendo de aquí. Porque que alguien te diese un golpe por la espalda, te dejara inconsciente y te atara en un lugar que a saber dónde estaba, no era normal, y mucho menos auguraba algo bueno.
Entonces, podía gritar y pedir ayuda, pero posiblemente nadie me escuchara y, si lo hiciera, ¿quién no me decía que sería el loco ese que me había traído hasta aquí?
La sensación de peligro inminente se acrecentó en mi interior; el corazón ya se escuchaba en mis oídos y la adrenalina estaría recorriendo mi cuerpo con voracidad.
Las películas e historias que había leído sobre aventuras donde se encontraban caníbales en islas desiertas o locos de distinta índole recorrían mi mente como un recordatorio cruel de lo que podría pasarme. Porque, repito, esto de estar atada no era ninguna forma de cortesía normal ni mucho menos.
Así que, entre el miedo que me carcomía y la ansiedad malamente controlada, llegué a una conclusión de nuevo: tenía que salir de aquí.
Y antes de que nadie llegase hasta mí.
Mi cerebro se puso a trabajar rápidamente. ¿Cómo iba a salir de aquí? La estancia no era muy grande, y estaba yo sola rodeada de la piedra excavada y un par de antorchas en las paredes. Se veía una salida de la estancia y poco más salvo otras cadenas que no retenían a nadie.
Entonces, primero, tendría que soltarme.
Miré las cadenas y las cuerdas que ataban mis muñecas a las argollas. Estaban separadas entre sí, pero podían moverse con relativa facilidad, aunque no lo suficiente como para que mi boca llegase a ellas, al menos, no en esta postura.
Sintiendo las piernas algo resentidas por la posición, me levanté haciendo el menor ruido posible.
No me sentí mareada o me aumentó el dolor de cabeza, lo cual parecía ser buena señal. La preocupación de una lesión por un traumatismo craneoencefálico estaba ahí, pero claramente esas preocupaciones tendrían que esperar para después. Por el momento, parecía estar de la misma manera que cuando desperté tras el accidente de avión.
Ah… Ya pensaría de nuevo en todo eso… cuando saliera de aquí. Ahora sabía que no podía perder el tiempo dejándome llevar por el miedo del primer despertar, pues, la situación era seguramente más problemática que antes.
Volviendo a las tareas pendientes, pude ver que ahora podía acercar un poco más las manos al estar de pie, aunque seguían sin llegar a tocarse entre sí. Sin embargo, si me estiraba un poco e inclinaba el cuerpo hacia un lado puede que si pudiera agarrar la cuerda con la boca.
Las cuerdas estaban apretadas, y dolía si hacía fricción contra las cuerdas, pero claramente no podía quedarme esperando a que se aflojaran solas. Comencé a girar la muñeca derecha y a hacer fuerza hacia abajo para intentar aflojarla, a la vez que me estiraba para alcanzar con los dientes esa cuerda roñosa.
Así comenzó un trabajo de tira y afloja en el que acabé con la dentadura algo molesta y la piel de la muñeca resentida y algo escoriada, pero tras unos minutos, pude liberar esa mano finalmente.
Con un grito silencioso de júbilo, moví la mano adolorida pero libre y, sin perder más tiempo, me puse a desatar la otra mano aún cautiva.
Cuando finalmente estuve libre del todo, suspiré de alivio mientras hacía movimientos rotatorios con las muñecas. La derecha estaba más magullada, pero solo tendría que tener cuidado con no meterla en lugares sucios.
Ojalá tuviera desinfectante y vendas. Ya empezaba a tener más heridas de las que me gustaría. Sin embargo, esas preocupaciones tendrían que esperar. Ahora, tenía que continuar con lo más urgente: salir de aquí.
Manteniendo esa determinación, eché un último vistazo a la estancia, sin encontrar nada útil que pudiera servirme más allá de esas antorchas. Con el mayor silencio posible, me acerqué a la salida de la habitación primitiva, no encontrando a nadie en el pasillo oscuro que se encontraba a continuación, salvo por algunas antorchas más.
Fruncí el ceño y exhalé el aire, calculando mi próximo movimiento. ¿No había nada con lo que defenderme? Ante el nulo mobiliario de mi celda primitiva, rebusqué entre mis ropas (como si fuera a encontrar algo), pero no encontré nada más que el teléfono móvil.
¿El móvil?
Dios, había olvidad por completo que lo tenía ahí. Con un nerviosismo al límite en segundos no tardé en sacarlo. Tenía un 91% de batería todavía, y no parecía roto en absoluto. Sin embargo, tras quitar el modo avión, no me encontré con ningún tipo de cobertura y mucho menos una red a internet.
—Mierda…
Casi sentí que se me escapaban las fuerzas y el alma de nuevo, junto a unas ligeras, pero crecientes ganas de llorar.
Ah… pero qué esperaba. En un lugar desconocido y en una cueva, además. Mínimo tendría que salir de aquí si quería averiguar si de verdad había algún tipo de posible comunicación por el teléfono móvil.
Apreté los dientes, apagué el móvil y respiré hondo, sabiendo que, aunque tuviera miedo y estuviera desesperada por dentro, no llegaría a nada si me quedaba aquí. Así que, agarré una de las antorchas y comencé a caminar por ese pasillo excavado en la piedra, examinando todo con cuidado, pues tenía la sensación de que en cualquier momento alguien podría aparecer y abalanzarse contra mí.
Esta vez no podía pillarme desprevenida.
Fui encontrándome con otras estancias similares a las que yo había estado hace un momento, aunque sin nadie en su interior, hasta que, finalmente, llegué hasta una estancia más iluminada y grande.
Pero eso solo casi me hace gritar de horror, o querer vomitar. O ambas.
Poniéndome la mano libre en la boca para ahogar cualquier sonido, desvié la mirada momentáneamente para asimilar aquello.
En esa estancia más circular, custodiada por antorchas en sus paredes, había una especie de altar engastado en la piedra, y sobre él… la grotesca imagen de alguien abierto en canal y amarrado con los brazos en cruz, mientras lo que quedaba de la sangre que goteaba del cadáver caía en un balde de cerámica.
¿Qué narices era todo eso?
Con los sentidos a flor de piel junto a mi cordura, miré en todas direcciones preparada para encontrar a cualquier loco, pero no había nadie en la estancia. Solo yo, y ese pobre hombre mutilado.
Pasaron unos segundos hasta que fui capaz de controlar la respiración y el temblor de mi cuerpo que demostraba el horror que sentía, mientras mi mente me chillaba que saliera de ahí corriendo lo más rápido que pudiera.
—Joder…
Me quedé mirando durante unos segundos esa imagen, entre paralizada y al borde del ataque de nervios, asumiendo lo que estaba viendo. Y lo que significaba.
No sabía dónde estaba, cuántos supervivientes habría, si estaba en una zona cercana a la civilización o si por el contrario estaba más sola de lo que creía. Pero una cosa estaba clara, y es que había personas desquiciadas y peligrosas, y que mi vida corría claramente peligro si permanecía por más tiempo en este lugar.
Miré de nuevo toda la estancia, percatándome en esa especie de sábanas amarillentas que colgaban a ambos lados del cuerpo, como si de estandartes se trataran. Había sangre en ellos, formando símbolos extraños y otros también marcados en la piedra.
Esto no era una simple muerte. Parecía un sacrificio.
¿A qué? No quería ni saberlo.
Me acerqué un poco al altar, pasando mi mirada por la zona por si hubiese algún objeto que pudiera usar como arma, pero no encontré nada más allá de ese balde lleno de líquido carmesí.
Tragué saliva y pasé la mirada hacia las otras dos salidas de la estancia, en frente de donde yo había venido.
¿Por dónde debería ir?
Me mordí el labio e, insegura, decidí irme por el camino de la izquierda, rezando por que fuera el camino correcto para salir de aquí. Y sobre todo, que no me encontrase a nadie más ahí.
«Ese cuerpo aún estaba fresco», me sorprendí pensando mientras avanzaba.
La imagen nauseabunda no se iba de mi mente.
Por dios, ¿quién en su sano juicio haría algo como eso? ¿Y para qué? ¿Fanáticos religiosos de lo que fuera? ¿Caníbales? ¿Algún tipo de ajusticiamiento extraño? Sea lo que fuere, debió ser horrible. Solo esperaba que hubieran matado a esa persona de la forma más rápida posible. De lo contrario, eso habría sido una auténtica tortura y sufrimiento. Y… me recordaba que podría ser mi destino si no me movía rápido.
Con ese temor y angustia presentes, me moví rápido por la cueva, deseosa de hallar una salida y poner tierra de por medio de este lugar. Miles de preguntas sin respuesta y miedos me acosaban a cada paso, el corazón me palpitaba con fuerza y cada latido era escuchado en mis oídos; los sentidos agudizados.
Anduve así, cautelosa pero rápida, pasando por diferentes estancias y otros lugares (sin pasarme desapercibidos la sangre del suelo o símbolos dibujados con ella en las paredes), buscando una salida u… otros prisioneros. Podría haber otros prisioneros, ¿no? Como yo, alguien podría haber acabado en esta situación. O como aquel hombre.
Un grito me hizo pararme en seco. Casi sentí que se me paraba el corazón ante ello. Pero al momento, otro grito desesperado, femenino y que parecía escucharse a lo lejos, hizo que se me erizara el vello.
«Eso… viene del fondo, ¿verdad?»
Completamente tensa, avancé con mayor cautela, hacia esos gritos que se iban haciendo más cercanos.
¿Debería echar a correr hacia el otro lado? Probar por la otra entrada. Es lo que probablemente era lo más sensato. Pero, esa persona que gritaba podría necesitar ayuda. A mí no me gustaría que me dejasen a mi suerte si estuviera en el otro lado. ¿Y si era alguien que conocía?
Ah… esto era una estupidez hacia mi supervivencia, o eso gritaba gran parte de mí.
Con ese tipo de pensamientos, me acerqué cada vez más hacia esos gritos llenos de terror, hacia esa luz que veía al fondo. Cuando estuve en el umbral de entrada, pensé durante varios segundos de nuevo si debería salir corriendo. Había dejado la antorcha un poco más atrás para que no se viera en la entrada ni notaran mi presencia; o esperaba que no, al menos. Volteándome de nuevo para ver que no había nadie a mi espalda ni en ese pasillo, tragué saliva y asomé la cabeza lentamente a través del umbral de entrada.
Era otra estancia circular, aunque más grande, similar a la anterior, con esa especie de estandarte con simbología sangrienta, antorchas y cadenas. Pero lo que captó mi atención de verdad fue el altar que había en el centro, frente a una estatua de un ente femenino al que no podía verle la cara por mi posición, aunque parecía estar vestida con ropajes de la edad antigua. Al lado del altar podía ver el cadáver de un hombre que había sido desnudado y asesinado de una puñalada en el pecho. Sus ojos entreabiertos miraban en mi dirección, lo cual me hizo estremecer. Y lo peor, y que se llevó del todo mi atención una vez me percaté de lo que estaba pasando, estaba en el altar. Un hombre, ataviado con una ropa extraña y una máscara dorada parecía recitar algo incomprensible para mí mientras sostenía un puñal en alto, y que estaba dirigido hacia una mujer joven, completamente desnuda y atada a ese altar con cadenas mientras gritaba llena de desesperación.
¿Qué… qué era todo esto?
—¡Noooooo! ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!
¿Qué era todo esto que parecía sacado de una película de terror?
—¡No quiero morir! ¡Ayuda! ¡No!
No, en serio. ¿Dónde estaba la cámara oculta? No podía ser real. No… Esta situación, los gritos, la escena, las palabras ininteligibles, el muerto, la daga que comenzó a descender… ¡QUÉ ERA TODO ESTO!
—¡No!
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Mi grito y el de la mujer se superpusieron cuando la hoja de esa daga atravesó la carne, el pecho, de esa mujer. Mi brazo estaba extendido queriendo impedir lo que acababa de pasar, y mi escondite, revelado. La mujer emitió un jadeo seguido de un gorgoteo, temblores, el sonido de una respiración agónica y encharcada con sollozos débiles… y luego, nada.
Completamente en shock por lo que acababa de ver, miré unos segundos hacia esa pobre chica, la sangre comenzando a gotear de ese altar de piedra y después a esos ojos a través de la máscara, vivos, llenos de sorpresa, pero de determinación y dureza, que me miraban.
Ahogué un jadeo al percatarme de lo que acababa de hacer, de haberme expuesto de esa manera. Di un paso atrás, completamente confundida, asustada y con mil alarmas en mi cabeza saltando en mi cabeza.
Ese hombre era alto y corpulento, sus ropajes eran raros, y no podía vislumbrar de su cara nada más allá que esos ojos verdes fríos que me escrutaban.
Tragué saliva y retrocedí otro paso al mismo tiempo que ese hombre, que tenía su piel aceitunada y su ropa manchadas por la sangre, sacaba esa daga del pecho de la chica y daba un paso. Hacia mí.
No dudé ni un segundo en darme la vuelta y salir corriendo por donde había venido. Pateé la antorcha que estaba en el suelo hacia atrás para ponerla en el camino y corrí por ese corredor con la máxima velocidad que me permitían mis piernas mientras ese hombre me perseguía diciendo algo en un idioma que no pude llegar a comprender. Pero eso solo me hacía sentir más miedo.
«Joder, joder, joder. La ha matado. Ese tipo ha matado a esa chica sin dudarlo», me dije mientras atravesaba ese pasillo.
Había sido testigo de un asesinato a sangre fría. En una especie de ritual sacrificial. O lo que fuera. Dios, ¡esto era de locos!
Casi me estampo con el otro altar de la otra habitación por mi velocidad, esquivándolo en el último momento. Y menos mal, porque mi perseguidor casi me alcanza en ese momento con esa daga, fallando en el último momento.
Lo miré durante un segundo con los ojos como platos.
Dios, ¡iba a matarme!
Ahogué un grito cuando se abalanzó de nuevo contra mí con un nuevo ataque con esa arma mortífera. Lo esquivé de nuevo, aunque esa cosa pasó más cerca de lo que habría querido de mí.
Tenía que ir por el otro corredor, pero si el hombre corría más que yo tendría pocas oportunidades en un sitio tan estrecho.
El asesino volvió a decir algo inteligible para mis oídos, pero por su tono parecía enfadado. Supongo que no debía haberle gustado que saliera de mi celda, por así llamarlo.
—¡Déjame en paz! —grité llena de furia y miedo a partes iguales—. ¡Loco bastardo!
Me respondió de nuevo en ese idioma desconocido antes de atacarme de nuevo. Era rápido, pero sus movimientos eran predecibles, por lo que conseguí esquivarlo de nuevo. Sin embargo, si no cambiaba la situación, me iba a acorralar.
«Joder, joder. ¡Piensa!»
En la sala del sacrificio había visto otra salida diferente por la que había venido, y aquí había otro corredor no investigado. No sabía dónde estaría la salida y ahora tenía un lunático con un arma dispuesto a matarme. Y, además, quién sabía si habría más.
El corazón me iba a estallar de la ansiedad. Mi vida colgaba de un hilo y un paso en falso podría llevarme al otro barrio. Y una cosa tenía clara, correr no era la solución con más posibilidades de supervivencia.
Así que, en el siguiente ataque, volví a esquivar, pero no de la misma manera.
«Vamos, se supone que entrenaste para si alguna vez pasaba esto.»
Bloqueé el ataque descendente y me fui hacia su costado, golpeando con todas mis fuerzas su rodilla derecha. El hombre gritó y vi cómo caía hacia el lado. Antes de que pudiera reaccionar, no dudé en patearle el costado para que cayese. Un nuevo movimiento, un nuevo golpe, un crujido en el brazo junto a un grito lastimero… y finalmente, una patada en la cabeza.
—Ah, ah…
Cogí el cuchillo ceremonial y me alejé del hombre, con la respiración agitada y el corazón a punto de salírseme del pecho.
¿Estaba muerto? Le había golpeado fuerte en la cabeza para dejarlo inconsciente… No, estaba respirando, y dudaba que le hubiese dado tan fuerte como para eso en el fondo. La fuerza nunca había sido mi fuerte. Pero, estaba fuera de juego por el momento.
—Joder…
Por dios, el haber entrenado artes marciales desde niña por fin sirvió para algo. Y ojalá nunca hubiera tenido que haberlo utilizado.
Noté que la fuerza de mis piernas se desvanecía mientras se apoderaban de mí unas ganas de llorar enormes. Casi acabo muerta a cuchilladas por una persona. Tras sobrevivir a un accidente de avión. En un lugar desconocido. Dentro de una cueva.
«Dios, esto es de locos.»
Intenté por todos los medios posibles llamar a la calma, a la poca sangre fría que me quedase, a lo que necesitaba para tener el control en estos momentos.
Tenía que salir de aquí. Ya.
Me obligué a ponerme de pie y, sin perder más tiempo, eché a correr por el otro pasillo por el que no había ido antes, llevándome conmigo esa daga y otra antorcha.
Recorrí el túnel hasta el otro lado, llegando a otra sala, que parecía una zona de almacenaje. Y con otras dos salidas.
¿Sería muy grande la cueva? ¿Sería laberíntica?
Me mordí el labio inferior, llena de frustración y ansiedad. Pero pasé a investigar un poco esa estancia. Era más alta que el resto, con varias estalactitas en el techo de las que algunas colgaban cuerdas con lo que parecían restos animales y humanos. En las paredes de la sala no había tanta simbología, sino que abundaban objetos varios de distinta índole, algunos se veían antiguos y otros más modernos, algo que me hacía pensar que, o bien estas personas recogían objetos de otros accidentes o bien eran más avanzados de lo que parecían por su actuar y vestir.
¿Estaba pensando demasiado?
Sabiendo que no tendría respuesta certera, anduve por la sala, centrándome en buscar una salida más que otra cosa. Y prestando atención a cada sonido.
Al final, decidí continuar por uno de los túneles que salían de la sala y continué con mi exploración. Así continué varios minutos, pasando de túnel en túnel, giro tras giro, y estancia tras estancia, guiándome por esos símbolos extraños que iba viendo para saber que no estaba yendo en círculos. Y en los sacrificios que estaban colgados en cada altar…
Si esto no era una pesadilla o una historia de terror, era una realidad demasiado cruel. ¿Dónde habíamos caído? No recordaba para nada de una tribu, civilización o lo que fuera que cometieran este tipo de asesinatos en el Atlántico. ¿Una secta? Tampoco me sonaba… a menos que estuviera muy escondida.
«¿Por qué hacen esto?», me pregunté mientras observaba en la última sala encontrada a un pobre hombre colgado por las muñecas en cruz, ya fallecido. Tenía varios cortes mortales, y símbolos dibujados en la piel.
Repasé en mi mente los símbolos que conocía, pero no llegué a una conclusión plausible. Tras un suspiro, me giré para continuar mi camino. ¿Estaría muy lejos la salida?
Reanudé la caminata por el siguiente túnel, y, con el tiempo, me pareció escuchar un sonido similar al del agua corriente. Se escuchaba algo lejano, y no sabía si sería de fuera o dentro, pero hizo que mi corazón se acelerara un poco por la esperanza. Apreté el paso, llegando hasta el final del túnel para llegar a otra pequeña estancia.
«Hay dos caminos. ¿Izquierda o derecha?»
De repente, un sonido sibilante me hizo encogerme y apartarme, para ver entonces cómo algo se estrellaba contra la pared, muy cerca de donde yo había estado hace un momento.
«¿Qué…?»
Me giré, justo para ver a dos tipos como el que había enfrentado antes, con cara de muy pocos amigos y un hacha y lo que parecía un cuchillo largo. Cuando empezaron a gritar algo que no entendí, yo no me paré por más tiempo.
Simplemente eché a correr.
Y aumenté la velocidad todo lo que pude y más cuando oí que empezaban a perseguirme, bastante enfadados, mientras gritaban cosas ininteligibles para mí.
«Joder, joder, joder, ¡joder!», me dije a mí misma mientras giraba para meterme en otro túnel.
¿Podía tener más mala suerte? Una leve vista atrás fue suficiente para que el corazón se saltara un latido, pues esos tipos enarbolaban sus armas como si fueran a lanzarlas contra mí. Si me daban, era mujer muerta.
Volví a girar a la primera oportunidad, atravesé una sala, tiré los objetos que encontré para entorpecerles el paso, hice todo lo que pude para evitar a esos tipos que acabarían conmigo en cuanto pudieran.
Ahogué un grito cuando esquivé por los pelos esa hacha que me lanzaron. El corazón iba a salírseme por la boca. Y estaban más cerca; perdía distancia, me atraparían.
Cuando llegué a una nueva sala, había otros dos hombres ahí. Se me cayó el alma a los pies cuando me percaté de ello, pero giré en dirección opuesta de la habitación para poner distancia. Resollando, miré a todos lados, percatándome en que parecía otra sala ritual. Había varios cuencos con llamas en su interior, al igual que un altar, simbología y cadáveres.
¿Qué podía hacer? La salida estaba frente a mí, pero me atraparían antes de atravesarla.
«Mierda… joder.»
Así que, sin pensar mucho, hice lo primero que se me ocurrió. Mientras venían a por mí, fui hacia el altar y tiré un par de esos cuencos, que, si no estaba equivocaba estarían rellenos de aceite. Así que se esparció el líquido alrededor y con ello, las llamas.
Los hombres gritaron enfadados, a saber, si por lo que había hecho o por qué. Y así, tiré un cuenco más hacia un estandarte para hacer más fuego, mientras corría hacia la salida de la estancia. Lancé la antorcha en el proceso. Me precipité hacia afuera de la sala, siguiendo ese sonido de agua corriente, buscando desesperadamente escapar y rezando porque esto me diera algo de tiempo, agarrando otra de esas antorchas que iluminaban los pasillos.
Cuando volví a escuchar gritos y pisadas a mi espalda, vi la luz al final. Yéndome la vida en ello, apreté más el paso aún si cabe, utilizando mis últimas fuerzas para ganar esa distancia, la salida, la vida, lo que fuera.
La luz del sol al principio quemó mis ojos, cegándome momentáneamente, pero solo tuve un par de segundos para acostumbrarme a ello. Ese ambiente boscoso me saludó de nuevo. Pero no tuve tiempo de sentir alivio, pues esos asesinos me perseguían todavía. Así que me adentré a ese bosque, siguiendo el sonido del agua.
No pude evitar el grito cuando una flecha se hincó en un árbol a mi lado. ¿Ahora había arcos? Quería gritar, llorar, maldecir, pero no tenía tiempo de eso más que correr. Salté la maleza, esquivé troncos, ramas, raíces, sentí que mi piel se arañaba con esas zarzas, pero no importaba. La antorcha se había apagado en mi carrera, así que la tiré hacia atrás cuando parecía que un tipo iba a alcanzarme.
Y fue entonces cuando llegué al río. Lo vi mientras corría, caudaloso, rápido y violento. Aguas poco tranquilizadoras y que hacían un sonido ensordecedor. Y yo me dirigía hacia allí a toda velocidad.
Era una locura. Sabía que lo era.
Pero, tenía muy pocas opciones. Y tampoco podía pensar en nada más.
Así que, al borde del colapso, llena de miedo, desesperación pero esperanzada por cualquier resquicio que me dejara vivir, me lancé al agua.
Despertar
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 2
II
La cabeza parecía estar a punto de estallar.
Un dolor punzante y opresivo a la par me estaba sacudiendo de entre la negrura de los sueños, y, a medida que iba recobrando la consciencia, el martilleo interno en mi cráneo me revolvía las entrañas.
Intenté abrir los ojos momentáneamente, pero el gesto solo me hizo querer gemir de dolor, pues la leve luz pareció quemar mis retinas y sentí como si todo me diera vueltas. No sabía dónde estaba, todo comenzó a dar vueltas, el mareo y la inestabilidad me dieron unas náuseas y malestar que me hizo comenzar a sudar y jadear.
Poco a poco, junto a ese golpeteo en la cabeza que comenzaba a dudar en si sería mi propio corazón y la respiración agitada, comenzaron a venirse varios fragmentos a mi memoria.
Un avión, un viaje, la conversación antes de la tormenta, los rayos, la caída…
El accidente.
Fue entonces cuando abrí los ojos de par en par.
Como antes, sentí como si apuñalaban mi par de globos oculares, haciéndome parpadear y anegarse en lágrimas mientras se ajustaban a la luz, mientras todo dejaba de dar vueltas y se iba asentando poco a poco; la visión haciéndose cada vez más nítida y precisa.
¿Qué había pasado? ¿Qué era todo esto?
Lo recordaba. El accidente; el avión en llamas y partiéndose en dos, la caída desde las alturas en medio de la negrura de la noche.
Todo se había tornado negro y… pensé que había muerto.
Joder, ¿estaba muerta? ¿Era esto el más allá? ¿Existía eso entonces?
Pero todo me dolía horrores, ¿debería ser así?
A medida que fui siendo consciente de mí misma de nuevo, pude ir sintiendo cada vez más los mensajes de dolor y urgencia que me mandaba mi cuerpo. El corazón acelerado, la respiración agitada, el dolor de cabeza, la vista cansada, la sensación de mareo, un dolor lacerante en el brazo izquierdo y… sentir como si me hubiera pasado un camión por encima. Todo mi cuerpo se sentía entumecido, dolorido y… extraño.
El abdomen me molestaba, tiraba de mí hacia arriba mientras el resto del cuerpo se mecía… suspendido.
¿Suspendido? ¿Qué…?
Parpadeé otras cuantas veces, para enfocar la vista y, cuando finalmente pude vislumbrar qué era todo esto… Solo tuve más dudas, y una ansiedad creciente.
—Oh, dios… —dije con voz pequeña, casi un susurro, mientras veía anonadada el suelo.
A varios metros de altura.
Estaba colgada.
Podía ver mis extremidades suspendidas hacia abajo, mientras que mi cuerpo estaba sujeto al asiento del avión por el cinturón de seguridad.
Cuando fui realmente consciente de la situación, ahogué un grito y me retorcí en el asiento, intentando ascender y hallar un apoyo, algo que me sujetara más que esa simple tira de metal y tela. Pero, no había nada como eso.
—¿Q-Qué es todo esto? Dios, dios, dios…
Sintiéndome cada vez más nerviosa, me aferré a ese cinturón mientras mi cuerpo comenzaba a temblar y a hiperventilar.
Estaba colgando, de un lugar, después de un accidente de avión.
No, en serio, ¿qué era todo esto? ¿De verdad no estaba muerta? ¿Era esto una broma del más allá? No, eso no tenía sentido.
Era demasiado real como para eso.
Y, si era real, entonces significaba que el accidente… el avión… ¿Había sobrevivido?
Me salió una risa nerviosa mientras me intentaba sujetar con fuerza al cinturón, mi piernas balanceándose en el vacío. Oh, todo era tan confuso, tan irreal. Pero… ahí estaba, no me despertaba si era un sueño, dolía todo como para que fuera un simple sueño.
Tenía sueños vívidos, pero nada comparado a esto.
—No, claro que no… —susurré mientras continuaba esa pequeña risa histérica.
Debía estar al borde del ataque de ansiedad.
Aguantando el temblor de mi cuerpo, comencé a fijarme en los detalles de alrededor. Parece que estaba colgada, y, por cómo estaba rodeada de maleza y varias ramas a mi alrededor, parece que había quedado atascada en un gran árbol.
Supongo que… eso era bueno, o habría sido aplastada al caer al suelo.
—Vale… vale…
Me mordí el labio inferior, que también temblaba, buscando el sentido a todo.
El avión se había roto, y recordaba que mientras caía se fue despedazando. Ese avión era muy grande, así que puede que se rompiese en varios fragmentos. Desvié mi mirada a la izquierda, encontrándome así con lo que quedaba de ese entramado metálico y plástico del avión. Ya no había ventana pues había estallado en mil pedazos y… ahora podía entender por qué sentía como si me hubieran rajado el brazo.
Porque lo estaba.
Solté un breve gemido lastimero, mirando esa manga levemente desgarrada y esa herida en el brazo, con un rastro de sangre ya seca y coagulada que había bajado por el brazo hasta llegar a la mano. Apreté los labios mientras miraba esa herida provocada por esos cristales rotos, que, afortunadamente, parecían solo haber pasado superficialmente por la piel, en su mayoría al menos, lo suficiente como para no haberse quedado esquirlas dentro de la herida. Sin embargo, era la típica herida que precisaría puntos para mejorar curación y resultado.
Exhalando el aire lo más despacio que podía en ese momento, continué mirando alrededor. Estaba sujeta a un árbol, porque el embalaje del avión que había continuado conmigo se había quedado atascado entre las ramas. ¿Aguantarían esas ramas? ¿A cuánta altura estaba?
Dios, ni siquiera quedaba el suelo del avión. ¿Se desprendería el resto?
Suspiré y me mordí los labios con fuerza, añadiendo problemas en mi situación actual. Un accidente de avión, colgada de un árbol, una herida, y…
Un cadáver.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH!
Supongo que ahí sí perdí el poco control que me quedaba. Porque, en cuanto giré la cabeza a mi derecha, había una persona a mi lado, el acompañante de vuelo que estuvo sentado a mi lado, muerto.
¿Y cómo lo sabía? Joder, porque una de esas ramas del maldito árbol lo había atravesado por la garganta.
—¡No, no, no! Dios, no. ¿Por qué?
Comencé a gritar como una loca histérica mientras me intentaba sujetar a mi asiento, al cinturón, a cualquier cosa que me hiciera sentir relativamente segura mientras intentaba apartarme de la escena grotesca que tenía al lado y las lágrimas caían por mis mejillas.
Grité con todas mis fuerzas mientras sentía que se podría desgarrar mi garganta, perdiendo el control completamente de mis emociones y mi cuerpo, que lloraba y temblaba casi al borde de la convulsión, desesperada y aterrada.
—No, dios, dios… Dios… Ah… Dios…
Ya no sabía si lloraba, reía, gritaba o solo buscaba aire que entrase en mis pulmones. Mil imágenes y pensamientos hurgaban en mi cabeza, haciéndome sentir más y más miserable, más pequeña dentro de esta fatídica realidad. Porque, así era.
Dios, tenía un muerto al lado digno de imagen de cualquier escena de terror después de despertarme tras un accidente del cual casi habría dicho que era imposible sobrevivir. Y encima estaba colgada a unos cinco metros de altura, sobre algo que no creía que fuera muy sólido, en un lugar desconocido, sin saber si podría tener cualquier tipo de lesión más grave que no hubiera visto o, simplemente, sin saber si era la única superviviente en un lugar que ni siquiera sabía cuál era.
Y con un muerto al lado. Ya había dicho eso, ¿no?
Bueno, creo que todo esto justificaba mi estado de nervios actual. Porque, ¿qué narices iba a hacer ahora? Esto era una locura, una pesadilla. ¿Por qué me estaba pasando esto a mí? ¿Qué clase de broma del mundo era esta? ¿De verdad tenía que pasar por esto?
Por dios, ni siquiera sabía si debía estar agradecida o maldecir. Tal vez había sobrevivido para morir después de una forma mucho peor. Porque, ¿qué iba a ser de mí?
Continué llorando y temblando durante quién sabe cuánto mientras me dejaba llevar por las emociones, por mis miedos, hasta que, poco a poco me fui quedando sin energía, sin más lágrimas que derramar, la garganta dolorida y el aire quemando mis pulmones, que comenzaron a aceptar el aire con un ritmo más normalizado.
Al final, el temblor cesó y con ello, me quedé quieta mirando al suelo lejano, suspendida y con la mirada perdida. Tal vez me quedara así durante otros cuantos minutos, mirando a la nada mientras los engranajes de mi cabeza parecían moverse poco a poco.
Ah… todo parecía tan irreal. En serio… ¿Por qué? Era tan sorprendente, había pasado lo que parecía imposible.
Pero… era real.
Todo había pasado. Lo sentía, lo recordaba, lo… estaba viviendo. Seguía aquí, como bien indicaba mi fuerte corazón con su latir.
Estaba… viva.
Sí, lo estaba. Por extraño y milagroso que pareciera, lo estaba.
Una última lágrima salió de mis ojos, sumida en esa sensación. Dios, de verdad… era algo que no podía creer del todo. Lo que viví ayer hasta que perdí la consciencia, ese miedo, esa sensación de derrota, de pérdida, el horror al saber que iba a morir con total seguridad. Pero… no fue así.
Simplemente, ¿cómo podía ser cierto?
No paraba de hacerme esa pregunta mientras continuaba mirando al suelo, mientras el labio inferior temblaba, mientras unas últimas lágrimas silenciosas caían. Y fue cuando me di cuenta de que me sentía aliviada. Porque, ¿qué iba a ser si no? Había sobrevivido a lo imposible. Dios, no quería morir, había sentido tantos arrepentimientos, tanta rabia al saber que se acababa, tanto miedo… que verme ahora en esta situación me generaba hasta alivio.
¿Tenía sentido? Estaba colgada de forma peligrosa, al lado de un cadáver, en un lugar que no sabía ni cuál era y sin saber siquiera qué posibilidades de sobrevivir tenía, o si alguno de mis amigos podría haber tenido suerte como yo, o más gente del avión. ¿Qué posibilidades había?
Pero, por ahora, joder, solo estaba aliviada. Porque estaba viva, porque había tenido la mayor suerte de mi vida, porque sabía que de haber estado en otro asiento podría haber sido yo la que fuera atravesada hasta morir por esa rama, porque dentro de este sinsentido sacado de cualquier película o videojuego, había sobrevivido a esta tragedia.
Y no sabía lo que vendría después, y eso me hacía sentir pavor, pero, por ahora, solo quise abrazarme a mí misma mientras lloraba por saber que estaba viva.
Sí… eso era lo que de verdad sentía ahora.
Así que me permití quedarme así tanto tiempo como necesitara, asimilando todo, calmando mi mente, dejándome sentir y fluir todas esas emociones tan intensas, esa fragilidad que me azotaba en la inmensidad de lo que me era desconocido y tendría que enfrentar más adelante. Solo sentir, dejarme llevar.
Ah… y hubo un momento en que al final, todo se calmó. A medida que mi mente se fue haciendo más clara, todo comenzó a volver lentamente a su ser. Mi corazón desbocado halló su ritmo constante y sereno aunque fuerte, la respiración se volvió más profunda y lenta, el temblor desapareció y la visión se estabilizó, retirando con mis manos las últimas lágrimas que me quedaban.
Y cuando volví a abrir los ojos, ya no era mi parte más histérica la que me controlaba. Ahora, volvía a ser yo.
Inhalé una gran bocanada de aire y, haciendo una línea con mis labios apretados, miré hacia el suelo, que parecía tan lejano ahora mientras me mantenía colgada.
Miré momentáneamente a mis costados, evitando mirar más hacia el cadáver que estaba a mi lado derecho, reconociendo el entorno. Pero solo estaba este trozo de avión con los asientos y lo que podía ver del árbol, con varias ramas y hojas cerca.
Suspiré mientras intentaba mover los engranajes de mi cabeza.
¿Qué debería hacer ahora?
Si bien por fin había aceptado el hecho de haber sobrevivido a un accidente de avión de una manera que ya les gustaría a las películas de Hollywood, ¿qué venía ahora?
Verdaderamente, ni siquiera tenía algún tipo de información útil. ¿Sabía alguien que el avión se había estrellado? Era lo más probable. Oh, dios, esto saldría en todos los medios seguramente. Ah… Mi familia. Estarían desesperados en cuanto se enteraran de lo ocurrido.
Tenía que conseguir hacerles saber que estaba bien. Urgentemente. Varias escenas de lo que podría pasar en casa se me vinieron a la memoria.
—Oh, dios…
Sintiendo que la ansiedad volvía a amenazar con apoderarse de mí, intenté respirar hondo varias veces, tratando de echar esos pensamientos de mi mente. Sí… estarían muy preocupados, pero no podía hacer nada ahora. Solo… intentar salir de aquí para poder demostrar que estaba bien. Pero si me quedaba aquí pensando solo en ello, no llegaría a nada.
Eso me llevaba a pensar en lo siguiente. ¿Dónde estaba? Lo poco que me dejaba ver mi posición parecía un bosque… no sabía definir qué tipo. Hacía buena temperatura, y no me notaba frío o calor, pero eso no me daba mucha información. ¿No estábamos sobrevolando el Atlántico cuando ocurrió todo? No estábamos lejos de Europa realmente, pero, qué sabía yo. ¿Había posibilidad de haber caído en un lugar con población cerca? Ojalá fuera así. De esa manera los problemas podían resolverse pronto.
Aunque para eso, de ser cierto, tendrían que encontrarme primero. Y si era así, ¿tardarían mucho?
Me quedé mirando mi posición un momento, y luego suspiré. Independientemente de eso, no sabía siquiera si había población, mucho menos cuándo podrían venir a por mí o incluso si eso era posible. Entonces, dudaba que fuera seguro quedarme así a la espera. Esto podría caerse en algún momento, o algún animal podría venir aquí.
¿Habría animales peligrosos en esta zona? Se me hizo un nudo en la garganta al pensar en ello, pero como todo, era difícil de saberlo. Y era más difícil saber si estaría más segura aquí arriba que en el suelo.
Bueno, desde luego, en el suelo podría atender necesidades básicas, aquí arriba no. Menos escapar si algo peligroso viniese.
Y otra cosa importante… ¿habría más gente como yo aquí? No era tan loco pensar que podría haber más supervivientes, ¿no? Si yo lo había hecho, podría haber otros que también, ¿verdad? ¿Podrían mis amigos haber sobrevivido entonces?
La sola idea de pensar en ello hizo que mis ojos amenazaran con lágrimas de nuevo.
Dios, ojalá fuese cierto.
Si yo lo había hecho, alguien más podría haberlo hecho también, ¿no?
Sacudí la cabeza, intentando ignorar a la vocecilla interna que me decía lo contrario, o que podrían haber sobrevivido otras personas que no fueran ellos.
Me mordí los labios de nuevo, intentando mantener la cabeza despejada, quedándome solo con lo que sabía.
Vale, sí, había sobrevivido. No sabía dónde estaba, pero parecía ser en una especia de bosque a varios metros de altura. Desconocía si habría supervivientes o una población cercana, estaba herida (aunque superficialmente) y pronto tendría otras necesidades más allá de quedarme aquí esperando.
En conclusión…
—Tengo que salir de aquí —murmuré mientras alzaba la mirada.
Y tendría que comenzar bajando de este lugar. Fruncí los labios de nuevo mientras analizaba lo que tenía alrededor. Restos del ensamblaje del avión, dos asientos de avión con y… Miré finalmente de nuevo la imagen grotesca que tenía justo a mi derecha, ahora que me encontraba algo más calmada.
Solté el aire con lentitud y tragué saliva, buscando mantener esa calma en el fondo algo fingida.
—Ah…
Bueno, ¿se supone que había visto cosas peores?
Intenté recordar en mi mente cuál podría haber sido el paciente politraumatizado más gore que hubiera presenciado, pero admitía que estaba difícil. A ver, ¿quién va a llegar con una rama atravesándole la garganta? Vale, una vez vi uno con un cristal en el cuello, pero era un contexto diferente en una situación mucho más controlada.
Y ese vivió… desde luego.
En fin… solo esperaba que esta pobre persona no hubiera sufrido mucho en su lecho de muerte. Este hombre además viajaba con su familia en el avión; ¿qué habría sido de ellos?
De repente me sentí bastante apenada, sabiendo el desenlace fatal del padre de familia, y sin poder saber siquiera si el resto de su familia habría sobrevivido o habría tenido también un mal final. Me quedé observando así durante un momento, pensativa y, en parte, guardando ese minuto de silencio por la vida de esta persona, que, desgraciadamente, ya no volvería a respirar.
Después, y sabiendo que tenía que continuar, intenté fijar mi atención en esa rama asesina, salpicada de sangre y que se continuaba hacia el árbol. Parecía lo suficientemente grande y gruesa como para soportar más peso, o al menos, se iba ensanchando lo suficiente como para no poder abarcarla entre mis dos manos, o eso estimaba. Probablemente podría estar de pie sin problemas ahí. De lo contrario, se habría roto ya como otras ramas de alrededor, ¿no?
Estiré el brazo derecho, pudiendo agarrar la rama desde esta posición incómoda. Parecía firme.
Miré hacia el suelo de nuevo y tragué saliva. Estaba bastante alto. Una caída desde aquí seguramente me haría bastante daño y me aseguraría algunos huesos rotos, en el mejor de los casos. Busqué con la mirada otras ramas por debajo, pero parecían más pequeñas y lejanas; o algunas se habían roto por el accidente.
La posibilidad más verosímil que veía por ahora era conseguir aferrarme a esa rama asesina y enganchada a ella, ir poco a poco hasta el tronco principal y ya desde ahí, buscar otra manera de continuar el descenso.
Pero, ¿sería capaz? Tendría que agarrarme con una mano mientras con la otra me desabrocho el cinturón, que era mi único seguro por el momento. Después, alzarme con la fuerza que tenía para conseguir también aferrarme con las piernas a la rama cual oso perezoso. Y ya desde ahí moverme. Por no hablar que tendría que intentar darme la vuelta para quedar con mi cuerpo hacia arriba.
Tragué saliva, visualizando la estrategia en mi mente.
Podía salir todo mal. Es que podía simplemente caerme en el momento en que no fuera capaz de sostenerme desde el principio.
Miré de nuevo hacia abajo, recorriéndome un escalofrío. Tragué saliva y apreté con fuerza mis manos alrededor el cinturón de seguridad. ¿Y si me quedaba aquí…? Pero suspiré al momento, sabiendo que no era una opción realmente, no al menos si quería avanzar de alguna manera.
Miré de nuevo esa rama ensangrentada y me mordí los labios. ¿Podría hacerlo?
No, no era una posibilidad. Tenía que hacerlo. O de lo contrario, tendría fatales consecuencias. Y no es como que hubiese muchas opciones.
Alcé de nuevo mi mano derecha y pasé el brazo alrededor de la rama, agarrándome con toda la fuerza de la que era capaz. Esperaba que la adrenalina y mi mediocre entrenamiento en gimnasio sirvieran. Tenían que servir.
—Vale… vale… —murmuré mientras me intentaba dar ánimos.
Eché un último vistazo alrededor y un adiós silencioso al que fue mi compañero de asiento en el avión, esperando no acabar de una forma similar a la suya. Respiré hondo varias veces hasta que conseguí calmar un poco ese temor y nerviosismo anticipatorios, y cuando el leve temblor en mi mano izquierda desapareció y solo me concentré en el fuerte sonido de mi corazón, fue cuando deshice el seguro del cinturón.
Sentí que el corazón me daba un vuelco cuando noté que la gravedad ejercía su fuerza contra mi cuerpo, al mismo tiempo que mi brazo izquierdo se movió con la mayor rapidez posible hacia la rama, quedándome así suspendida de ella, y agarrada simplemente con la fuerza de mis brazos. La sensación de quemazón al arañarme los brazos con la madera y el dolor de mantener mi cuerpo de esa manera no se superpusieron a mi terror por caer. Así que, sacando todas las fuerzas que tenía, me balanceé hasta alzar las piernas y asirme con ellas también a la rama, de manera que ahora tenía algo más de apoyo.
Sabiendo que no tenía mucho tiempo antes de que mi cuerpo se cansase, comencé a reptar por esa rama de la forma más rápida pero segura posible, alejándome poco a poco de esos restos del avión hasta llegar hasta el tronco del árbol.
—Vale, ¿y ahora?
Tenía que darme la vuelta. Estaba sujeta a la rama por debajo, y ya no podía continuar más hacia delante. Ladeé un poco la cabeza para mirar mejor lo que tenía delante, no siendo más allá que el tronco y el nacimiento de la rama. Apretando los dientes, me acerqué un poco más al tronco del árbol y, tras pensarlo intensamente durante escasos segundos, liberé la pierna derecha y la apoyé en el tronco.
—Dios, que funcione…
Agarrándome con toda la fuerza que tenía en los brazos, comencé a intentar girarme mientras me apoyaba en el tronco, primero con una pierna, después con las dos, y, lentamente, sudando y rezando todo lo que me sabía, fui girando poco a poco hasta finalmente quedarme sobre la rama.
Solté todo el aire que tenía contenido y me quedé así, con el torso apoyado y los brazos aún abrazando la rama mientras los sentía temblar ligeramente por el esfuerzo y la adrenalina corriendo por mis venas.
—Vale, vale… Lo hice… —me dije finalmente, incorporándome y apoyando la espalda sobre el tronco.
Exhalé un largo suspiro de alivio, que luego se transformó en uno de incomodidad cuando alcé la mirada y vi lo que tenía en frente. Ahora la imagen de esa rama atravesando la garganta del compañero de asiento estaba justo frente a mí, a un par de metros.
Las emociones que me habían sacudido antes volvían a amenazarme de nuevo, pero en esta ocasión, todo acabó con una extraña calma mientras miraba ese cruel final. Los ojos cerrados, pero la boca manchada de sangre y caída hacia delante, apoyándose casi en la rama que había acabado con su vida, con la sangre y algunos restos sólidos salpicados en la ropa y la rama. Ahora podía ver que incluso la mía estaba salpicada en su parte derecha y probablemente, parte de mi rostro, igual que el brazo derecho.
De alguna forma sabía que esa imagen no la olvidaría jamás.
Aunque, bueno, todo esto sería difícil de olvidar, ¿no? Y qué otras cosas vería, solo bajando lo sabría.
Desvié la mirada finalmente, observando las posibilidades y alrededores. Había varias ramas de similar envergadura por debajo, y a los lados, pero a una altura de unos dos metros ya no había más, por lo que, si la mejor idea era ir bajando poco a poco de una rama a otra, al final tendría que dejarme caer al suelo. Pero claro, no era lo mismo caerse desde cinco metros que dejarse caer colgada de dos.
Tras creer recuperarme lo suficiente y apoyada en el tronco, decidí cuál sería la próxima rama sobre la que asirme para descender, decantándome por una que estaba a mi izquierda, que no parecía demasiado lejana ni baja. Así que, de nuevo, con mucho cuidado, miedo y rezando lo que me sabía, procedí a continuar mi travesía, apoyada en el tronco y estirando el pie hasta tocar la rama, que parecía estable. Primero un pie, después deslizar el cuerpo, mantener el equilibrio… me repetí todo mentalmente mientras hice ese trabajo, un paso tras otro, una rama tras otra. Hasta que ya no pude descender más y solo quedaba esa última rama y después, el suelo.
Así que, tras otro largo suspiro e infundirme fuerzas internamente, esta vez me volteé para apoyar el torso sobre la rama y deslizarme hacia abajo hasta quedarme colgada de mis brazos para finalmente soltarme y dejarme caer al suelo.
El impacto me hizo sentir resentida y un poco dolorida, perdiendo un poco el equilibrio, pero sin llegar a caer. Pero… ahí estaba. Cuando sentí el suelo firme bajo mis pies y que estaba de una pieza… joder, tuve que dejarme caer al suelo de rodillas porque me fallaron las fuerzas.
Entre aliviada, orgullosa de mí misma y aún asustada, miré hacia arriba del árbol por el que había descendido, dejando atrás esos restos del avión.
De verdad lo había hecho. Había conseguido descender. No había subido a árboles y mucho menos bajarlos; esto para mí era toda una hazaña en la situación en la que había ocurrido.
Así que me quedé así, mirando hacia arriba y asimilando de nuevo todo lo que había hecho que ahora me parecía increíble. Tal vez para alguien acostumbrado al gimnasio no tanto, pero yo no era de esas, al menos no mucho.
De seguro me dolería luego todo cuando mi cuerpo se enfriara y bajara la tensión del momento.
—Ah…
Suspirando, me puse de pie. En realidad, sabía que debía moverme cuanto antes de ese lugar. Y por más que quisiera un descanso tendría que ser después.
—A fin de cuentas, en un ambiente así podría aparecer cualquier…
En ese momento, el sonido de la maleza al moverse me hizo voltear al instante, poniéndome los nervios a flor de piel.
¿Qué había sido eso?
No sería raro que hubiese animales cerca, y dado que no sabía siquiera qué tipo de bioma era este, podría aparecerme cualquier cosa. Podría ser peligroso.
—Ah…
Nerviosa, miré alternativamente al lugar del sonido y hacia el árbol, y luego alrededor, sollozando internamente porque ahí arriba no podía atacarme algo del suelo.
¿Debía huir? ¿Debía enfrentarme a eso? ¿Investigarlo? Ah, dios, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho y que mi cuerpo se iba a romper de la tensión.
Y cuando me decidí por correr…
No sé qué fue más rápido, ese movimiento, el ruido, el grito, o el dolor repentino.
Pero… no pude saberlo.
Solo noté que caía al suelo al compás de mi mente, que se tiñó primero de rojo… y luego de negro.
Caída
Una ciudad de sangre y mentiras Capítulo 1
I
Con un leve suspiro de cansancio, cerré el libro que estaba leyendo y, sintiendo la tirantez en el lado derecho del cuello, me estiré un poco dentro de este pequeño asiento de avión, intentando así aliviar el dolor creciente que se alojaba ya en mis agarrotados músculos. Aunque he de decir que no surtió mucho efecto.
Exhalando otro suspiro, que contenía más frustración que el anterior, me acomodé lo mejor que pude en mi asiento y dirigí la mirada hacia la persona que tenía a mi lado, completamente dormida.
Era un hombre de mediana edad que llevaba dormido como dos horas y que, claramente, tenía un mejor descanso que el mío. Observé de reojo su postura relajada, su cabeza ladeada apoyada en el cabecero del asiento y su rostro, que reflejaba tranquilidad; al contrario de lo que podía ver un poco más allá, en el pasillo central, donde la que imaginaba era su esposa intentaba controlar a los dos hijos que se acababan de despertar.
Solo esperaba que no viniesen hacia acá como previamente… No, no tenía paciencia para los niños.
Apretando un poco más el agarre del libro en mis manos, alcé un poco la cabeza y busqué con la mirada el lugar en el que deberían estar sentados el resto de mis amigos, que, por problemas en el checking del vuelo, habíamos acabado separados. Y sí, yo era la única que había acabado sola en medio de este largo vuelo.
Si me preguntaran no es que esperaba hablar durante todo el viaje (por eso el libro, a fin de cuentas) pero esperaba poder estar al lado de alguien que conocía y tener algún tipo de conversación. Sin embargo, la suerte no estuvo de mi lado. Y no es como si fuera a quejarme por ello, ya que eso significaría separar a otro de mis amigos si ocupara mi puesto.
Pensando en ello, vislumbré a mis amigos desperdigados por el avión, separados en parejas entre sí. Maldita aerolínea y maldita nuestra suerte. A varias filas de distancia pude vislumbrar la cabeza alta de Alejandro, que compartía asiento con Adriana y, que por sus posiciones seguramente estarían dormidos también. Al otro extremo creía ver a Victoria y León, aunque no estaba segura. Y atrás, hacia la cola, Sofía y Marcos descansaban plácidamente como buena pareja que hacían. Más tranquilos que Victoria y León, desde luego. También en la cola, pero al otro extremo, identifiqué a Héctor y Carmen, que parecían estar hablando apasionadamente sobre algún tema que debía interesarles mucho y, finalmente, al otro lado del pasillo opuestas a mí, se encontraba la última pareja de amigos, Edith y Aina, que, definitivamente, se habían dormido, aunque, ¿tal vez la guardia que tuvieron el día anterior tendría que ver?
Mis resis pequeñas trabajaban mucho.
Con ese pensamiento en mente, desvié la mirada hacia la ventanilla, que solo mostraba un cielo ennegrecido por la noche, para luego mirar que la señal que indicaba que debíamos permanecer sentados y con el cinturón abrochado estaba apagado, un indicativo más que válido para estirar un poco las piernas.
Así que, dejando el libro con cuidado en mi asiento, y haciendo todo lo posible para no molestar al hombre que se sentaba a mi lado, salí a uno de los pasillos del avión. Y, tras un nuevo suspiro al sentir mis extremidades un poco entumecidas, comencé a caminar por ese avión grande y transatlántico que, esperaba con ganas, nos llevaría a mis amigos y a mí a un viaje que esperaba que fuera espectacular.
Porque sí, por eso estaba metida en ese avión durante más de diez horas de vuelo, por mis ansiadas vacaciones.
Después de un año duro trabajado parecía que no llegarían nunca, y, mucho menos, haber podido juntarnos todos para estas vacaciones. El trabajo solía imposibilitarlo, pero parece que esta vez no fue el caso (por fin).
Y es que, desde hace un tiempo, habíamos querido hacer un viaje todos juntos. Oh, ¡y por fin había llegado ese día! Quince días donde íbamos a disfrutar viajando, haciendo turismo, haciendo fotos, relajarnos y vivir un montón de experiencias. Y para ello habíamos decidido irnos lejos, al otro lado del océano, a un país extenso y desconocido para nosotros: ¡Argentina!
El país, itinerario, fechas y todo habían estado abiertas a un gran debate, pero, tras muchas discusiones, cambios de itinerarios, planes, rutas y hasta comida, llegamos a un consenso y fijamos objetivo. De esa manera Argentina se convirtió en nuestro destino final, y, tras prepararlo todo, debía decir que estaba bastante satisfecha y emocionada, aunque debía admitir que fui de las que más pegas puso al principio. Me encantaban los monumentos, imperios, ruinas y ese tipo de cosas, así que, al principio el país no me llamaba tanto la atención, pero admitía ahora que se veía interesante con toda esa naturaleza, la cultura y gastronomía. El resto de países tendrían que esperar por ahora.
Aunque, en el fondo, seguía llorando internamente porque habría amado ir a Egipto. Casi me faltó suplicar. Pero… bueno, en otra ocasión. Oh, que no se me malinterprete, es que estaba obsesionada con el Antiguo Egipto. Era mi cultura antigua favorita y desde pequeña había deseado ir, aunque por h o por b, nunca se había dado el caso.
«Algún día», me dije mientras me paraba cerca del pequeño bar que había instalado dentro del avión, con una Coca Cola Zero que pensaba tomarme despacio mientras continuaba sumida en mis pensamientos.
Sonreí un poco mientras miraba por una de las oscuras ventanillas, armando mentalmente los retazos del siguiente viaje. Aunque ahora debía pensar en este. Solo esperaba que no tuviese jet lag cuando aterricemos, o mis amigos, lo cual era más probable dado que yo no había presentado dicho problema en mis anteriores viajes. Ventajas de ser un animalillo nocturno, tal vez.
Y pensar que aún quedaba más de la mitad del viaje… Suspiré internamente al recordar eso. No se me daba bien esto de tener periodos de vuelo tan largos, sobre todo, porque me acababa aburriendo e impacientando. En parte creo que por eso decidimos escoger un vuelo que tuviera gran parte del viaje nocturno, porque así perderíamos menos tiempo de acción cuando llegásemos y porque… dormiríamos casi todo el viaje. Claro, a menos que esa persona fuera yo, que me costaba ya dormir de por sí, y dormía poco.
Para las guardias era estupendo, para la vida normal, no.
Ahora que lo pensaba, en realidad, gran parte del grupo lo formábamos sanitarios, médicos en su gran mayoría, a excepción de León, Carmen, Marcos o Héctor, que eran informático, arquitecta, traductor e ingeniero químico respectivamente. Y también debía puntualizar, que en realidad, la mayoría de los médicos aún estábamos en nuestra etapa de residencia, el MIR, como era conocido en España. Sí, ese maravilloso y esclavista momento de tu vida.
A diferencia de Victoria o Sofía, que habían terminado ya su residencia de ginecología y radiología al ser un poco mayores que el resto, Aina, Edith, Adriana, Alejandro y yo seguíamos en nuestra etapa de esclav… de formación.
Alejandro y yo éramos de la misma edad, y también mismo año de residencia, R5 que se dice, o quinto año de especialidad. ¿Cinco años de formación? Oh, sí, puede sonar maravilloso y horripilante a partes iguales. Cinco años de tu vida donde casi todo gira en torno al trabajo, te absorbe, te aísla a veces y te hace entrar en una realidad profesional que dista un poco de ser el trabajo ideal. Sobre todo porque se aprovechan muchas veces del residente y acabas sufriendo de un estrés que no se lo recomiendo a nadie.
Ah… pero supongo que nos gusta nuestro trabajo. Porque… sí, al final del día, aunque a veces fuera una mierda, ver tu progreso, a los pacientes agradecidos, saber que has hecho algo bien y que has podido salvar la vida de una persona es… muy gratificante. Y es verdad que a veces, solo un gracias te recarga mucha energía positiva que no sabías que te faltaba.
Tal vez por eso, al final, merece la pena.
Eso… o somos unos masoquistas de cuidado. No todos soportarían cinco años de esclavitud de esa manera. Oh, bueno, no es tan horrible, en serio.
Y menos ahora que solo nos quedaba un año… aunque podría haber sido menos, la verdad. Porque habitualmente ese periodo formativo es de cuatro años, salvo algunas especialidades que son de un año más porque necesitan más formación. Y… claro, fuimos de esos que querían una especialidad de cinco años. Cómo no.
¿Y a qué nos dedicamos? Pues Alejandro forma parte del mundo de la cardiología, así que siempre supe que tendría mi cardiólogo de confianza por si me daba un chungo. ¿Y yo? Oh… a mi me va más el quirófano, así que me fui hacia el mundo de la cirugía, concretamente a cirugía general y aparato digestivo. Así que bueno, casi cualquier cosa que le pase a la tripa de la gente puede acabar en nuestras manos. Desde la apendicitis hasta el trasplante hepático había mucho camino.
Y en mi aventura hospitalaria me acompañaban también Edith y Aina, que eran mis pequeñas residentes, pues eran actualmente R3 y R2 respectivamente. Mis pequeñas y lindas que adoraba ver crecer cada día. Sabía que serían grandes cirujanas porque las veía crecer día a día.
Bueno, y entonces, ¿qué hace Adriana? Pues ella es también R3 como Edith, y decidió irse hacia el mundo de la oftalmología. Sinceramente, la admiraba por ello porque era una especialidad que no podría hacer. Me daba demasiado repelús el ojo. Es tan delicado, pequeño e importante que me da impresión cuando le ocurre algo. Aunque sea cirujana, no me veréis por ahí si algo le pasa a un ojo, no quiero saberlo ni verlo. Así que, en definitiva, todos mis respetos para la maravillosa Adriana.
Y, ¿cómo hemos acabado todos juntos en este viaje?
Bueno, todo comenzó cuando conocí a Victoria y Sofía al inicio de mi residencia, y, aunque eran un año superior, nos hicimos amigas enseguida tras coincidir varias veces. De ahí conocería a Carmen, León, Marcos y Héctor, pues venían de su grupo de amigos. Alejandro y yo nos hicimos amigos tras esas largas y horribles guardias en urgencias y se unió al grupo al ver que coincidíamos en temas similares.
Edith y Aina acabaron aquí por influencia mía, ya que en cuanto llegaron al servicio en sus años, conectamos al momento y nos hicimos amigas. Lo demás ya vino solo. Y de forma similar ocurrió con Adriana, pues al ser del mismo año que Edith, se hicieron amigas y una vez se unió al grupo y… lo demás ya se puede imaginar.
Así que, en definitiva, éramos un grupo variopinto, con varios intereses comunes y muchas diferencias en otros aspectos pero que habíamos conseguido formar un bonito grupo donde sentirnos unidos y a gusto.
Y finalmente, por fin, habíamos podido organizar un viaje todos juntos. Oh, no podía estar más contenta. Por eso esperaba, deseaba, que este viaje fuera uno que recordara toda mi vida.
Pensando en ello con una sonrisa tenue en el rostro, miré por la ventanilla del avión. La noche se había hecho nuestra compañera en el viaje hacía un tiempo, y, lamentablemente no podía ver mucho más allá que la oscuridad. Me quedé observando, por si pudiese ver alguna estrella, pero el cielo parecía estar nublado, pues me era imposible ver más allá que simple oscuridad.
—¿Demasiado interesada en la ventana?
Ahogué un grito, sorprendida ante la voz que me había sacado de mis pensamientos y puesto mi corazón a mil por el susto. Me giré a mi espalda con el ceño fruncido, solo para encontrarme a Alejandro con esa sonrisa burlona característica y sus ojos azules divertidos.
—Oh, por dios, Alejandro, me asustaste —me quejé mientras hacía un mohín—. Casi derramo el vaso.
En el fondo era mentira, pero siendo yo, podría haber pasado perfectamente.
—Bueno, no ocurrió —respondió relajadamente, pero al ver mi mirada de reproche añadió—: Va, va, mi error. Bueno, ¿qué estás haciendo aquí?
—Estaba aburrida… —contesté, alargando las palabras—. Un poco cansada de estar sentada, así que quise estirar un poco las piernas.
—¿Ya te terminaste el libro?
—No, aún no. Quiero que me dure a lo largo del viaje.
—Conociéndote seguro que necesitarás otro en medio del viaje —dijo con una sonrisa—. ¿No deberías tener uno en reserva?
—Bueno…
Sí, tenía otro guardado en la maleta por si acaso. Pero… en el fondo no pensaba que me diese tiempo a leerlo, más que nada porque esperaba estar tan entretenida o cansada de hacer cosas en el viaje que no pudiera leer nada. Pero en algún rato libre o de descanso… qué sabía yo.
—¿Y por qué estás tú aquí? —pregunté, cambiando de tema.
—No podía dormir y cuando quise darme cuenta, te habías ido a otro lugar. Así que pensé que podríamos tener una pequeña conversación —explicó, sin abandonar su sonrisa relajada, que, en mi opinión, siempre le había dado ese punto atractivo de más.
—¿Quieres algo también? —pregunté señalando mi bebida.
—Estoy bien de momento —contestó él, sentándose frente a mí en aquella mesita minúscula del bar del avión—. ¿En qué pensabas tan ensimismada?
—En el viaje, realmente —dije tras beber un poco del vaso—. Estoy bastante emocionada por esto.
—¿Repasando al milímetro nuestro itinerario?
—No, no esta vez —dije esbozando una pequeña sonrisa, pues él sabía perfectamente lo que me gustaba hacer cumplir los horarios—. Solo estaba… pensando en nuestra trayectoria como grupo, lo complicado que ha sido poder juntarnos y… lo contenta que estoy por poder hacer este viaje todos juntos. Lo siento como un regalo que no olvidaremos.
—Yo también tengo esa sensación, a decir verdad —asintió, mientras apoyaba una mano sobre su barbilla—. Creo que va a ser un viaje muy interesante.
—Solo espero que no haya imprevistos —añadí, frunciendo un poco el ceño, pues en realidad, odiaba ese tipo de cosas.
—A veces son inevitables —se rio—. Precisamente nos dedicamos a algo que está lleno de imprevistos. Deberías ya estar acostumbrada.
—Oh, vamos, no me compares el trabajo con esto —me reí, aunque puse los ojos en blanco.
—No es tan distinto de la realidad. —Se encogió de hombros—. No se puede tener todo bajo control, ya sabes que eso te causa estrés.
—Hay cosas que son difíciles de cambiar —respondí, un poco reflexiva—. De todas formas, de verdad que me he prometido relajarme. Y, además, esta vez comparto ese control con Victoria.
—Cierto, las reinas del orden —se mofó.
—También es necesario un poco de orden.
—No digo que no.
—En fin, de todas formas solo espero que el vuelo acabe pronto —dije, cambiando de tema—. Ya estoy cansada de estar aquí.
—Pues aún quedan horas.
—Si al menos pudiera haber estado sentada con alguno de vosotros… —suspiré.
—Debe ser más aburrido todavía. Aunque la mayoría duermen ahora.
—Cierto —secundé, recordando la imagen del resto del grupo—. Al menos ahora hemos podido hablar un poco.
—Siempre a tu rescate.
—Creo que suele ser al revés…
—Solo por eso no implica que no pueda ser recíproco —se quejó.
—Va, va —me reí—. Solo dime cuándo tenemos nuestra próxima cita.
—Hey, ya llevo un tiempo que no preciso de tus sesiones de psicología.
—Mi paciente mejora día a día —dije tras terminarme finalmente mi bebida—. Aunque no me haga caso muchas veces.
—Podrías aplicarte el cuento.
Esta vez fui yo quien se encogió de hombros. Ambos teníamos razón. Aunque era cierto que me había convertido casi en su psicóloga personal. Supongo que eso que me decían de que sabía escuchar a la gente era en parte cierto, ya que era algo que se había repetido a lo largo de mi vida.
Realmente me gustaba poder ayudar y escuchar, así que no era un problema para mí. El problema era cuando había tenido que escuchar seriadamente los problemas amoroso de aquí mi buen amigo el cardiólogo, el terror de las mujeres. Demasiado carismático y atractivo para su propio bien a veces. Y un desastre muchas veces en las relaciones.
Aunque este último año de soltería y tranquilidad creo que le vino bastante bien. Parecía más centrado en ese aspecto.
En fin, para resumir, le ayudaba a veces con sus problemas como buena amiga, daba consejos y ánimo que luego, si algo me pasaba a mí, no aplicaba en mí misma.
“Consejos doy, para mí no tengo”, o eso se solía decir.
Pero eso no era lo importante ahora.
—Tal vez —respondí finalmente mientras desviaba la mirada de nuevo a la ventana.
Sorprendentemente, el cielo se iluminó con los colores del blanco y azul, dejándonos ver momentáneamente ese cielo oscuro y tapado por las nubes.
—Parece que va a haber tormenta —comentó Alejandro, en un tono algo más serio.
—Sí, eso parece…
Ahogué un pequeño sonido de sorpresa cuando el avión se sacudió un poco. Turbulencias, algo normal si justo íbamos a atravesar una tormenta.
¿La atravesaríamos o rodearíamos? No sería la primera vez que atravesaba una tormenta en avión, pero en esos momentos era un avión mucho más pequeño e iba con destino a sacar un hígado de un donante para un trasplante. Aún recuerdo a mi adjunto algo nervioso mientras yo hacía fotos y vídeos, ya que me parecían imágenes bastante bonitas e impresionantes.
Obviamente no pasó nada, aunque las turbulencias en ese momento me pusieron un poco nerviosa, debía admitir.
Sintiéndome así un poco más tranquila, miré de nuevo por la ventanilla, pudiendo vislumbrar entonces un rayo, hermoso, poderoso y azulado, en la distancia.
—Parece que nuestra pequeña conversación ha terminado —habló entonces Alejandro, señalando las luces que se habían encendido, recomendando que volviéramos a nuestros asientos y nos pusiésemos el cinturón.
—Sí… qué pena —dije con cierta decepción, pues no quería volver a mi asiento solitario.
—De que pasemos esta tormenta podemos volver aquí, si quieres. Esta vez te acompaño en la bebida. Total, no creo que pueda dormirme —se ofreció.
—De acuerdo —le respondí con una sonrisa.
Con ese acuerdo, nos despedimos, no sin antes él darme unos leves golpecitos en la cabeza en un gesto cariñoso, un gesto que llevaba haciendo tiempo, y que siempre había pensado que lo hacía porque, en fin, era mucho más alto que yo, con su metro ochenta lejos de mi escaso metro cincuenta y cuatro centímetros.
Sí, era la más baja del grupo, y del servicio, y prácticamente de todos los que conocía. Solo superaba (escasamente) a mi madre y hermana pequeña. Eh, pero me encantaba mi pequeña estatura, así que todo en orden. Aunque a veces daba a situaciones algo cómicas.
Finalmente, y tambaleándome un poco por esas turbulencias, llegué a mi asiento. El hombre que estaba a mi lado se había despertado por el traqueteo, así que le pedí amablemente que me dejara sentarme y, tras ello, me senté en mi sitio.
Con un leve suspiro, me puse y ajusté rápidamente el cinturón de seguridad. Fugazmente, me vino a la mente una conversación que tuve una vez con un amigo, hablando precisamente de la inutilidad de los cinturones de seguridad en los aviones, a lo que él me respondió que en realidad, solo servían para que en caso de accidente, se pudiera encontrar los cuerpos con mayor facilidad.
Tragué un poco de saliva al recordar eso y, negando levemente con la cabeza, centré mis pensamientos de nuevo en el libro.
No iba a pasar nada, me dije a mí misma, acallando el lejano runrún de preocupación que pasó por mi mente.
No temía volar, pero era cierto que cuando pasaban estas cosas me daba cierta intranquilidad momentánea si el avión se agitaba.
Abrí el libro, dispuesta a leer, con la torpeza de que se me cayó el marcapáginas al suelo. Entrecerré los ojos con fastidio y, tras un nuevo suspiro, me agaché para recogerlo. Por suerte, se había quedado apoyado entre mis pies, ataviados con esas botas de montaña que había decidido portar en el avión y que, había que decirlo, eran un poco incómodas en este espacio reducido. Pero era el calzado más robusto que llevaba y que quitaba más espacio en el equipaje, así que varios de nosotros nos habíamos puesto ese calzado para ahorrar espacio.
No es que fuera espectacular precisamente en este avión. Mis botas de montaña grises y azules, unos pantalones vaqueros grisáceos y una camiseta de manga corta de cualquiera de mis frikadas de videojuegos y poco más. Al final lo que buscaba era ir cómoda, así que era más que suficiente.
Con el marcapáginas de nuevo en mis manos, me dispuse a continuar leyendo esa novela de fantasía que aún tenía a medias, con nuevas ganas de averiguar si, finalmente, pasaría ese evento tan esperado en la historia.
Sin embargo… parece que eso no estaba destinado para este día.
Una turbulencia más fuerte me hizo literalmente botar de mi asiento, provocando que el libro se cerrara y perdiera la página en la que me encontraba.
Pero eso no fue lo importante.
Otra nueva sacudida me sorprendió, y varios pasajeros del avión se removieron intranquilos. El fuerte retumbar de mi corazón penetró en mis oídos a medida que mis sentidos se volvieron más agudos, un retumbar que se hacía más fuerte a medida que otro par de turbulencias sacudieron el avión.
Cálmate, cálmate, me dije a mí misma, intentando aplacar el nerviosismo modulando la respiración. Aunque nunca había sido buena en eso. De hecho, era horrible.
Un nuevo resplandor llamó mi atención a través de la ventanilla, seguido por otros relámpagos sacudidas. Casi me pareció escuchar el sonido del trueno entonces.
Pude escuchar varios murmullos a lo largo del avión; pasajeros nerviosos se miraban entre sí y por las ventanas. Un sonido de un niño pequeño rompió el silencio incómodo que nos envolvía, y su madre que susurraba para calmar a su hijo, en un también evidente estado de nerviosismo.
Tragué saliva, con una mala sensación interior. Los fuertes y rápidos latidos de mi corazón no me habían abandonado, y más bien, se habían acrecentado, martilleándome los oídos. Mi interior se encontraba ansioso, mi piel se puso de gallina y mi visión se aguzó, encontrando a cada uno de mis amigos entre los pasajeros, ahora todos despiertos y con la misma cara de preocupación. Nuestras miradas se fueron encontrando alternativamente, y mis ojos, se posaron finalmente en los de Alejandro, que también me miraba, como si quisiera infundirme una calma que él mismo no se creía.
Una nueva sacudida, esta vez acompañada de unos gritos ahogados, de una pequeña histeria colectiva que comenzaba a sitiarnos.
Algo estaba pasando.
Cuando la siguiente agitación me hizo prácticamente estamparme contra la ventanilla, super que esto no era normal. Todos lo sentíamos.
Y cuando apareció esa luz, sentí que mi piel, ya demasiado blanca de por sí, se volvía lívida.
Al otro lado, por varias ventanillas, comenzó a vislumbrarse una luz, una brillante, poderosa, incandescente y que, al contrario que los relámpagos, se hacía más grande.
Varios murmullos, susurros, elucubraciones, un llanto aislado, las miradas posadas ante esa luz y luego…
—¡Es fuego!
Alguien dijo lo que todos probablemente pensábamos, pero no dijimos.
Tragué saliva, inmóvil ante esa imagen, sintiéndome rígida y bloqueada mientras observaba esa luz que parecía provenir de una de las alas.
Y fue entonces cuando comenzó el desastre.
Una sacudida que hizo que me golpeara la cabeza contra la pared del avión, después comenzaron los gritos.
Varias personas comenzaron a levantarse, otros se mantuvieron en sus sitios, unos gritaban, otros parecían enmudecidos. El personal del avión comenzó a intentar poner orden, pero cuando un nuevo rayo alcanzó el aeroplano y este comenzó a caer, cundió el pánico general.
Las mascarillas de oxígeno descendieron abruptamente de nuestras cabezas, algunos empezaron a correr, gritos de horror, de súplica, implorando a un dios que los salvara.
Como si de una película a cámara lenta se tratase, eché un vistazo a cada rincón, a cada momento, a cada persona de ese avión con un destino ahora incierto. Y solo pude ver miedo, ira, desesperación, pavor. Cada persona actuaba distinto, cada murmullo o grito imploraba por algo diferente, pero cada expresión, esos ojos de todos, estaban muy abiertos y consumidos por este horror.
Así vi a mis amigos, cerca y tan lejos al mismo tiempo. Vislumbré a Victoria y León, él consolándola a ella mientras se aseguraba que el cinturón estuviera bien apretado; a Marcos y Sofía, él con gesto protector mientras parecía envolverla en sus brazos; Hector y Carmen que, tras apretarse el cinturón, parecían estar cogidos de la mano mientras a Carmen se le resbalaba una lágrima por la mejilla; Edith y Aina, que parecían atravesar un ataque de pánico pero que, aun así, se agarraban a sus cinturones. Y, Adriana y Alejandro que, mientras él la abrazaba para calmarla, me seguía mirando lleno de ansiedad.
Sus labios parecieron decir algo, pero, desgraciadamente, no pude entenderlo.
Y entonces, ocurrió.
Como si de la fuerza de un dios se tratara o una criatura cruelmente poderosa, algo atravesó este pájaro de metal y… nos separó.
Mientras caía en picado y todo comenzaba a dar vueltas, el cielo oscuro pareció reírse de nosotros mientras nos envolvía con esa lluvia glacial y la luz cegadora eléctrica. La piel dolía, el viento me arañaba, el oxígeno parecía poco dispuesto a entrar en mis pulmones, la caída había ensordecido los gritos del hombre que se encontraba a mi lado, el olor de la humedad y el humo parecían asfixiarme.
Todo se hacía pedazos, todo caía, se acercaba a un final trágico y demoledor.
Perdida en esa noche inquebrantable, en medio de esa tormenta asesina, mientras caía hacia mi final, no emití ningún sonido, ninguna súplica, ningún grito, pues, las palabras no podrían mostrar lo que sentía en esos momentos, esa sensación de perderlo todo, de ver cómo se escapaba mi vida entre mis dedos mientras caía a un vacío y una muerte seguras, sola y sin poder decir adiós.
Mientras lamentaba que esto hubiera acabado así, y esas aventuras, ese futuro, esos sueños que anhelaba, veía que se esfumaban en miles de pedazos, como este avión que caía y se llevaba nuestras vidas.
Y un arrepentimiento que me atormentaba ahora. Ya no solo por todo lo que se iba y no tendría, sino también por lo que se quedaría atrás.
Ojalá… ojalá les hubiera dicho a mis padres, a mis hermanos… cuánto los quería antes de subirme a este avión.
Ya… no podría decírselo.
Con una única lágrima brotando tras ese pensamiento, todo se volvió negro.
Y mi conciencia, se sumió en un profundo sueño.
Prólogo
Una ciudad de sangre y mentiras Prólogo
¿Alguna vez pensaste en vivir una aventura?
Ah… Yo lo había pensado alguna vez. No, no una sola vez, sino muchas veces. Desde que era una niña hasta años después, incluso ya adulta, en medio del trabajo, de los problemas, de la compleja vida llena de responsabilidades, siempre tuve mi momento de pensamiento fantasioso.
Un lugar lejano, desconocido, oculto y llenos de secretos. Un lugar olvidado, mítico y fantasioso. Tal vez lleno de cosas increíbles o de terribles amenazas; un lugar donde soñar o donde llorar. Una región llena de personajes variopintos, de aliados, de enemigos, de traiciones y alianzas; un juego dinámico en el que, al final, siempre me imaginaba como protagonista.
Porque, ¿quién no ha pensado alguna vez en todo eso? Ah, la grandeza de la imaginación, los deseos de ser esa princesa de los libros, o esa guerrera de las historias, esas escenas donde una persona era el centro de todo y seguía hacia delante, haciéndose más fuerte, más capaz, más heroica. Aunque eso también implicase heridas, pérdidas, sacrificios, enseñanzas crueles de la vida. Pero, ¿no era eso lo que tenía toda buena historia? Esos cambios dramáticos, esos giros inesperados, esas tensiones, esas sorpresas agrias… y otras extremadamente dulces.
Oh, cuántas veces había pensado en ello para evadirme de esta realidad; para huir de este lugar que muchas veces creí como cruel, aburrido, monótono y poco glorioso. Un mundo en el que yo no era más que alguien más del montón y en el que sentía que no llegaría a hacer nada excepcional por mucho que me esforzara.
La protagonista de una vida normal, sencilla, con sus logros, sus fracasos, sus alegrías y sus penas. Nada grandioso, nada que se saliera del tiesto, nada que se asemejara a esas historias que leía, que me embargaban y me sacaban de este mundo, que me habían hecho gritar de emoción o llorar de tristeza; nada como esos videojuegos donde celebraba mi victoria tras derrotar a ese boss tan complicado después de horas o donde exploraba mundos y escenarios que me encantaría ver y vivir en persona. Nada… como esas historias que yo misma escribía e imaginaba.
Siempre he sido muy soñadora. Desde pequeña siempre me decían que podía llegar a estar ensimismada, que tenía mucha imaginación, que por ello aquello que escribía con mis propias manos se volvía interesante; algo que yo negaba sin parar mientras seguía imaginando, lejos de una grandeza que creía que nunca tendría. Porque yo era alguien normal, alguien que había seguido su camino establecido, que había logrado lo que quería dentro de su vida establecida, pero de la que no saldría nada más. Preocupaciones normales, el trabajo, la salud, la familia, los amigos, el amor… Alcanzar una buena vida profesional, asegurarte de hacer bien tu trabajo, ser una mano amiga para quienes me necesitaran, lidiar con mis emociones mundanas, avanzar mientras buscaba mi felicidad dentro de esa normalidad. Sin grandes cosas, sin grandes cambios, sin nada extraordinario.
Porque así seguiría siendo. Una vida ordinaria.
Ah…
—¡Cuidado! ¡Nos atacan!
Sí.
—¡No os separéis! ¡Si lo atrapan estamos perdidos!
Ojalá.
—¡Lo han herido!
—¡Tenemos que salir de aquí!
—¡No puedo dejarlo!
Ojalá…
Ojalá eso siguiera siendo así.