Capítulo 310

Tras las fuertes lluvias provocadas por Theresa, se produjo una transformación radical en la finca de Clyde.

—¿Qué es ese olor?

Los sirvientes, atraídos por una dulce fragancia, se encontraron, sin saberlo, dirigiéndose hacia el anexo, donde presenciaron una escena asombrosa.

—¿Dónde estamos?

Alrededor del anexo familiar, había brotado un bosque de plantas que nunca antes habían visto. Pero eso no era todo. Había pájaros que planeaban con gracia, dejando tras de sí estelas doradas, un ciervo blanco con cuernos transparentes pastando en la hierba y un gato que dormitaba perezosamente mientras esparcía una luz brillante; todas criaturas que parecían salidas directamente de un cuento de hadas.

Los sirvientes parpadearon atónitos, todos con la misma expresión de desconcierto.

—Esto no es un sueño, ¿verdad?

—Sí… ¿parece real…?

En ese instante, la espesa maleza se apartó de repente, como si la hubieran cortado limpiamente, formando un sendero. Cuando todos se volvieron a mirar, aparecieron Theresa y Clyde, caminando por el sendero recién formado.

Clyde frunció el ceño al ver a los sirvientes reunidos.

—¿Qué hacéis todos aquí? —Les había dado instrucciones precisas de no acercarse a esa zona sin un motivo especial. Aun así, los sirvientes parecían haber perdido el miedo y buscaban a Theresa con frecuencia.

Aunque los criados solían comportarse con recato en presencia de Clyde, hoy, por alguna razón, se habían congregado allí a primera hora de la mañana. Su expresión se ensombreció aún más al percatarse de que la mayoría de los criados reunidos eran hombres.

Los sirvientes se apresuraron a explicarse antes de que él pudiera reprenderlos.

—De repente apareció un bosque cerca del anexo, así que vinimos a investigar… También hay algunos animales inusuales.

—Son criaturas inteligentes y benevolentes, así que no hay nada de qué preocuparse —respondió Clyde.

Theresa le dio un ligero codazo en el costado, regañándolo.

—¿Cómo puedes decir que no hay nada de qué preocuparse cuando estas criaturas que nadie había visto antes aparecieron de repente? ¡Estabas tan asustado que me arrastraste desde el amanecer!

—Eso es diferente.

—¿En qué se diferencia? Deberías explicarlo bien.

—No te preocupes, yo me encargo —dijo Clyde, dándole un suave golpecito en la nariz antes de que pudiera decir nada más—. Tengo que irme a trabajar, así que duerme hasta que vuelva. Y no causes problemas.

—¿Qué problemas voy a causar?

—¿Que me haga pasar la noche en vela por culpa de este bosque y luego tener que ir a trabajar no es problema?

—¿Quién te pidió que te quedaras despierto toda la noche para ir a trabajar…? Tú decidiste hacerlo por tu cuenta…

—Deja de quejarte y entra.

Clyde acompañó a Theresa de regreso al anexo, hablando con una voz sorprendentemente suave que los sirvientes nunca habían oído antes.

—Hoy llegaré temprano a casa, así que te despertaré cuando regrese.

—De acuerdo. Que tengas buen viaje —respondió ella, frotándose los ojos adormilados y saludando con la mano. Clyde soltó una risita y le despeinó el cabello.

Los sirvientes, que habían estado escuchando su conversación, de repente se dieron cuenta de lo privada e íntima que había sido la escena. Avergonzados, se retiraron rápidamente. Sintieron como si hubieran irrumpido en algo sumamente personal, por lo que sus rostros se enrojecieron de vergüenza. Mientras se alejaban apresuradamente, no podían dejar de pensar en lo que acababan de presenciar.

—Eso… parece claro que el amo tiene sentimientos, ¿verdad?

Aunque no habían mencionado el nombre, todos sabían que estaban hablando de Theresa.

—Se le notaba en la cara. Fue muy conmovedor verlo.

—Nunca supe que mi amo pudiera hablar con tanta ternura.

—…Volvamos al trabajo.

Más impactante que el bosque de cuento de hadas fue la actitud de Clyde. Los sirvientes, como si les hubieran dado un golpe en la cabeza, se dispersaron como zombis.

En el palacio imperial, donde el emperador estaba ausente, se celebró una reunión. Altos funcionarios, sacerdotisas influyentes y Clyde estuvieron presentes. El tema urgente de la discusión era: ¿Cuáles son exactamente las habilidades de Theresa?

A pesar de sus esfuerzos por mantenerlo en secreto, los drásticos cambios que se estaban produciendo en la finca de Clyde se habían filtrado. La repentina aparición de plantas extrañas y hermosas, junto con historias de criaturas míticas que se propagaron como leyendas, pronto inundaron toda la capital.

Frea, una de las figuras más prominentes de la sala, preguntó con rostro severo:

—He oído que la forastera está usando un poder peculiar. Ha creado flora y fauna que no existían en el planeta Signio.

Clyde era muy consciente de la particular antipatía que Frea sentía por la forastera, especialmente de su mayor vigilancia hacia aquel a quien el emperador había ordenado capturar. Por ello, había invocado deliberadamente su posición como caballero del emperador para proteger a Theresa en su finca.

Dada la situación actual, la desconfianza de Frea hacia la forastera había aumentado, y podría intentar confinar a Theresa en las mazmorras imperiales por cualquier medio necesario. Pero Clyde no tenía ninguna intención de permitirlo.

Clyde se dirigió con seguridad a la sala.

—Sí, es correcto. He estado observando a la extranjera, Theresa, y estudiando las habilidades que utiliza. Estoy convencido de que sus poderes podrían beneficiar enormemente a nuestro planeta.

En realidad, no estaba del todo seguro. Revivir el planeta era, sin duda, algo bueno. El problema era que estaba alterando el ecosistema. Para ser más precisos, estaba transformando el planeta en un entorno extremadamente favorable para ella. Aunque parece que lo hacía inconscientemente.

Clyde no estaba seguro de cómo se desarrollaría esto en el futuro, pero permitió que continuara. De hecho, incluso animó a Theresa a propagar más plantas mágicas lo más rápido posible. Por eso la había entrenado rigurosamente para usar el poder sagrado libremente.

Habían pasado dos meses juntos, enseñándose mutuamente: ella le enseñó magia y él le enseñó el poder sagrado. Al observar a Theresa de cerca, la consideró una persona única y extraordinaria.

Cuando Theresa notó que la magia era absorbida por el poder sagrado, formuló la hipótesis de que ambas fuerzas podrían compartir la misma esencia e inmediatamente se sumergió en la investigación. En tan solo una semana, descubrió que, en efecto, ambas fuerzas tenían el mismo origen.

—La magia puede ejercer habilidades similares sin agotar la energía del planeta. La desventaja es que requiere aprender técnicas específicas, a diferencia del poder sagrado, que se basa en la fuerza mental.

Entonces Clyde realizó un hechizo y conjuró llamas. Ante tal método, todos los presentes quedaron impresionados.

Tras observar que todos, excepto Frea, parecían estar a favor de la magia, Clyde expuso su punto final:

—Aprender algo nuevo puede ser un poco complicado, pero si podemos usar la magia, ya no necesitaremos buscar nuevos planetas a los que mudarnos.

—¡Oh…!

La sala se llenó de murmullos de admiración y entusiasmo, pero Frea seguía escéptica.

—¿Existe alguna garantía de que este poder no causará daño?

—¿Qué daño podría haber en un poder que convierte tierras áridas en suelo donde puedan crecer árboles y plantas? —El tono de Clyde era cortés, pero su sarcasmo era evidente.

Antes de que Frea pudiera replicar con el ceño fruncido, Clyde jugó su mejor carta, la que había guardado para el momento crítico.

—Incluso he confirmado que los monstruos no pueden acercarse a las plantas mágicas que Theresa ha cultivado.

—¿¡Eso es cierto?!

—Parece que el emperador tenía una buena razón para emitir una orden de arresto contra esta forastera.

—Si todo esto es cierto, ¡no necesitaremos buscar un nuevo planeta al que mudarnos!

Los ancianos imperiales, sin excepción, prorrumpieron en exclamaciones de júbilo.

Desde que Ozworld ascendió al trono, se habían mudado a nuevos planetas siete veces, luchando por adaptarse a cada nuevo entorno. Trasladarse a un nuevo planeta suponía una carga inmensa, tanto física como mental. Incluso con la replicación de las ciudades, el entorno nunca podía ser el mismo, lo que provocaba numerosas muertes por la incapacidad de adaptación. El rápido declive de la población en los planetas donde residía el emperador debilitaba inevitablemente a la nación, haciendo que las frecuentes reubicaciones fueran sumamente indeseables.

Los ancianos ahora veían a Theresa como una salvadora que había aparecido en el planeta Signio.

—Nos gustaría pedirle ayuda formalmente a esta persona externa. ¿Podríamos concertar una reunión?

Clyde, plenamente consciente de su desesperación, habló con cautela.

—Ahora que la guerra ha terminado, Su Majestad regresará pronto. Aún no sería demasiado tarde para informarle y hablar del asunto como es debido.

—La recuperación del planeta es mucho más urgente. Asumiré la responsabilidad de este asunto, así que espero que podamos proceder con las conversaciones formales lo antes posible.

Presionado por los ancianos, Clyde asintió a regañadientes.

—Entendido. Obtendré una respuesta suya hoy mismo y os informaré.

Solo entonces la sala se llenó de sonrisas de alivio.

Los ancianos elogiaron repetidamente a Clyde, afirmando que muchas cosas buenas habían sucedido en el imperio desde que se convirtió en uno de los trece caballeros. Su actitud contrastaba enormemente con la de cuando se habían opuesto vehementemente a romper la tradición de los doce caballeros.

—Me voy ya —dijo Clyde, asintiendo levemente con la cabeza a Frea, que lo observaba con una expresión compleja, antes de salir de la sala de reuniones.

¡Uf! La reunión había valido la pena todo el esfuerzo que había invertido.

Antes de volver a casa, Clyde se detuvo en una calle concurrida llena de tiendas de lujo. Al entrar en una pequeña joyería regentada por un solo artesano, llamó a la puerta para llamar la atención del dueño.

El joyero, que había estado martillando algo en el taller, se quitó las gafas protectoras y se acercó al mostrador.

—Estás aquí.

Al reconocer a Clyde, el joyero sacó una caja de un cajón.

—Lo terminé esta mañana.

Clyde aceptó la caja y la abrió. Dentro había un anillo de bodas de mujer, hecho a medida para que combinara con el anillo de hombre que había recibido de Theresa.

Aunque Clyde era conocido como el más guapo de los trece caballeros, el joyero, normalmente indiferente, no pudo evitar preguntar:

—¿Piensas proponerle matrimonio?

Clyde cerró la caja del anillo y respondió:

—No.

Aunque había medido en secreto la talla del anillo de Theresa mientras ella dormía y había mandado a hacer la alianza, no tenía intención de dársela. No había razón para compartir los anillos. Así que planeaba quedárselo para sí mismo.

Clyde se puso el anillo de la mujer en el meñique de la mano izquierda. Aunque no le quedaba bien, la visión de los anillos iguales le complació, y no pudo evitar reírse de sí mismo.

—Esto realmente…

Clyde no tuvo más remedio que admitir su amor no correspondido.

 

Athena: Ay, chico… Yo te apoyo. Porque… eres el más sano, el que no se impone, el que la ha cuidado sin buscar nada a cambio (obviemos tu parte demonio que parece que ha desaparecido y no sé si volverá o eres otro ser nuevo) y has tenido un desarrollo saludable y no obsesivo hacia ella. Si al final esta historia ha de quedarse con alguno, espero que sea con Clyde.

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