Capítulo 114
La sala de conferencias se convirtió inmediatamente en un caos cuando la gente reconoció a Lyle.
—¡No, Su-Su Gracia el archiduque!
—¿Cómo es posible que estéis aquí…?
Todos intercambiaron miradas, cada una con una expresión que indicaba que tenían mucho que decir. Al darse cuenta de que los rumores que corrían eran completamente falsos, sus miradas se dirigieron naturalmente al marqués.
El marqués, sentado en el asiento del presidente, tenía el rostro desencajado hasta resultar irreconocible.
«¡Esa sirvienta…!»
El marqués rechinó los dientes audiblemente. ¿Cómo se atrevía una simple criada a mentirle?
—Disculpen la demora. Tenía algunas cosas que preparar antes de asistir a la reunión.
—¡N-no! No llegáis tarde para nada. La reunión ni siquiera ha empezado. Y lo más importante, ¿cómo estáis...?
Uno de los nobles se armó de valor para hablar con Lyle. La curiosidad lo venció, esperando que Lyle le explicara la situación reciente.
Lyle lo miró en silencio antes de sonreír levemente.
—Escuché un rumor bastante curioso que se extendió por la capital sobre mi salud. Parece que muchos lo creyeron.
—P-pero no hubo confirmación por parte de los Grant sobre la veracidad del asunto, así que…
—Era una tontería tan grande que ni me molesté en comentarlo. No vi la necesidad de desmentir cada rumor infundado.
Ante las palabras de Lyle, todos volvieron a fijarse en el marqués Redwood. En su memoria, el origen del rumor en torno a Lyle Grant no había sido otro que el propio marqués.
Todos en el consejo sabían que la relación entre Lyle y el marqués no era precisamente amistosa. Pero, aun así, ¿no había sido el rumor demasiado malicioso?
—Entonces, ¿estáis diciendo que los rumores eran completamente falsos?
—Si el rumor en cuestión es que mi esposa se volvió loca y provocó un incendio que puso en peligro mi vida, seguramente todos saben mejor que nadie que la archiduquesa no es el tipo de persona que haría algo así.
Se produjo un revuelo entre los nobles.
Tenía razón. Elaina siempre había sido inteligente y sabia. La idea de que una persona así cometiera un incendio de repente era muy improbable. Además, pensándolo bien, Elaina no tenía un motivo claro para tal acto.
El murmullo alrededor de Lyle se intensificó. De pie entre la multitud, Lyle miró fijamente al marqués. Parecía que saltaban chispas entre los ojos de ambos hombres.
—Creo que no será demasiado tarde para responder a vuestras preguntas después de la reunión, así que comencemos por ahora.
Lyle agitó los documentos en su mano, impidiendo que los nobles hicieran más preguntas.
—Lo que tengo que decir durante esta reunión también será muy interesante.
Su mirada no se apartó ni un instante del marqués.
Comenzó la reunión del consejo. El marqués abordó el orden del día con calma, sin mostrar ningún signo de agitación interna. Tras resolver varios asuntos pendientes, la reunión pasó al segmento final: el turno de palabra.
Normalmente, este tiempo transcurría sin mayor trascendencia. Pero hoy fue diferente. Todos dirigieron su atención a Lyle, quien había dicho que tenía algo que compartir.
Lyle se levantó de su asiento y tomó un documento del sobre que tenía en la mano.
¿Qué demonios planeaba decir con esa expresión tan sombría? La curiosidad aumentó entre los nobles reunidos cuando Lyle finalmente abrió la boca.
—Creo que todos aquí han oído los rumores que circulan últimamente en la capital. Sin embargo, la razón por la que la Casa Grant no los abordó no fue simplemente porque fueran infundados.
Lyle levantó el documento que tenía en la mano.
—Esto es algo escrito en el diario de mi abuelo.
—Vuestro abuelo… ¿Os referís al difunto archiduque Grant?
Alguien respondió sorprendido. Para la Casa Grant, el difunto archiduque representaba un pasado y una historia vergonzosos. Su caída se debió a su insensata rebelión.
Nadie parecía resentir más a su abuelo que el propio Lyle. Por eso fue tan sorprendente oírlo mencionarlo ahora.
—Antes de que ocurriera ese incidente, mi abuelo había escrito en su diario que llevaba mucho tiempo teniendo el mismo sueño. Este documento es un informe de análisis grafológico que prueba que el contenido del diario fue escrito por él.
Lyle leyó lentamente el diario de su abuelo. Los nobles quedaron profundamente asombrados por las anotaciones del difunto archiduque, quien expresó su lealtad al emperador aun cuando dudaba de su propia cordura.
Sin embargo, eso por sí solo no fue suficiente para comprender lo que Lyle quería transmitir. ¿Qué podría cambiar al mencionar algo que ya había sucedido hacía diez años?
Incluso si el diario del archiduque revelaba su lealtad al emperador, en última instancia no era más que un traidor que había desafiado al emperador y había reunido un ejército hacia la capital.
—Sé lo que están pensando. No estoy aquí para disculpar a mi abuelo. —Lyle dejó el documento sobre la mesa y miró a los nobles—. La razón por la que asistí a esta reunión es para dar una advertencia.
¿Una advertencia? ¿Qué clase de advertencia? Quienes no entendieron las palabras de Lyle fruncieron el ceño.
—Hace unos días, mi esposa comenzó a experimentar síntomas similares.
—Síntomas similares, decís…
—Al igual que mi abuelo, ella empezó a tener sueños que no podía distinguir de la realidad.
Un silencio sepulcral invadió la sala. Los ojos de quienes estaban en shock se abrieron de par en par.
—Mi esposa dijo que soñaba lo mismo todas las noches. Un sueño en el que incendiaba la villa y moría conmigo. Según ella, el fuego que derretía carne y huesos era tan intenso que aún sentía dolor en la piel incluso al despertar.
—¡Qué absurdo! ¿Cómo es posible?
—Bueno. Quien pudiera responder a eso... —Lyle volvió su mirada hacia el marqués Redwood—. Sólo hay una persona que lo sabría.
No dijo ningún nombre, pero todos ya habían entendido lo que Lyle quería decir.
El incidente de hace diez años y lo que le estaba sucediendo ahora a la archiduquesa.
Por lo menos, el archiduque Grant creía que estos incidentes habían sido causados deliberadamente por alguien, y sospechaba que ese alguien era el marqués Redwood.
El marqués se levantó de su asiento indignado.
—¡Esto es ridículo! ¡¿Me estáis acusando de semejante disparate?!
—No esperaba oírte admitir que no había ninguna razón.
—¡Sí! ¡De verdad que no lo sé! El difunto archiduque era el señor al que serví. Ocupé un puesto crucial en su orden de caballeros. Ni siquiera un perro leal muerde a su amo. ¿Por qué iba a…?
—Porque eras peor que un perro. —Lyle miró al marqués con una mirada fría—. Como dijiste, ni un perro muerde a su amo. Pero, marqués Redwood, fuiste el primero en alzar la mano contra mi abuelo hace diez años. Mírate ahora.
Una sonrisa amarga tiró de los labios de Lyle.
—Si no fuera por ese incidente, ¿alguien de una humilde casa del norte como la suya habría llegado a ser presidente del consejo?
—¡Eso es absurdo…!
—¿Y quién llegó a poseer todos los bienes de la Casa Grant? Fuiste tú, marqués Redwood.
La multitud contuvo la respiración y se esforzó por escuchar el intercambio. Tal como había dicho Lyle, la mayor parte de la vasta fortuna de la familia Archiducal había acabado en manos del marqués. Incluso sus bienes y territorios privados.
—Y no es que tu relación con la archiduquesa sea particularmente buena.
Los rumores comenzaron a extenderse entre los nobles. Incluso el marqués podía oírlos.
Apretó los dientes.
—¿Tienes pruebas?
—¿Pruebas? Qué pregunta tan curiosa. Pareces muy seguro de que no las hay.
Ante el comentario de Lyle, la mirada del marqués vaciló. Aunque había asumido que no había ninguna, una parte de él se sentía inquieta.
—Desafortunadamente, no hay pruebas. Solo tengo el diario de mi abuelo y el testimonio de mi esposa; solo pruebas circunstanciales.
El alivio se reflejó en el rostro del marqués por un instante. Pero su expresión se contrajo de nuevo ante las siguientes palabras de Lyle.
—Como dije, vine hoy a advertir, no a acusar. Como dijo el marqués, todavía no tengo pruebas.
—Una advertencia, dices…
—Si alguien realmente posee tanto poder, ¿no te das cuenta de que mi esposa puede no ser el único objetivo posible?
Solo entonces los rostros de los nobles reunidos en la cámara palidecieron. Abrieron los ojos de par en par, incapaces de ocultar su alarma.
—Entre nosotros, reunidos hoy, se encuentran aquellos capaces de usar ese poder, y aquellos que podrían ser controlados a través de los sueños en cualquier momento.
Al ver su reacción, Lyle torció una comisura de su boca en una sonrisa torcida.
—Vine a entregar una advertencia a ambas partes.
Athena: Ah… es inteligente. Así empiezas a poner al resto a tu favor.