Capítulo 134

—¿No crees que me estás haciendo trabajar demasiado?

Kyst la miró con evidente disgusto. Elaina juntó las manos frente a él.

—Lo siento. Pero, por favor, de verdad tienes que ayudarnos. A este paso, nos divorciaremos.

Mientras Elaina pateaba con frustración, Kyst miró a Lyle. Incluso el habitualmente distante Lyle inclinó la cabeza ante Kyst.

—¿Ves? Hasta Lyle pregunta.

—…Entonces, ¿qué quieres que haga exactamente?

—Es sencillo. —Elaina respondió con orgullo—. ¿Se pueden crear letras en el cielo con magia? ¿Como con nubes o luz?

—Seguro.

¿Pedirle que formara letras? Era una petición extraña, pero Kyst asintió sin rechistar. Los ojos de Elaina brillaron al continuar.

—Quiero que escribas algo grande sobre la mansión Grant. Algo como: “Me opongo al divorcio!”

El sumo sacerdote que había dicho que un milagro anularía el divorcio era una persona terriblemente desagradable. Elaina pensó que, a menos que la señal fuera tan directa y explícita, podría intentar negarlo como un milagro, así que ideó un enfoque simple y directo.

—¿Quieres afirmar que ocurrió un milagro porque Dios escribió “Me opongo al divorcio” en el cielo?

—¿Por qué no? Los sacerdotes no reconocen su error. Mejor usaremos lo que tengamos a nuestra disposición.

—Y el que está a tu disposición soy yo.

—¿Por favor? ¿De verdad vas a ser así entre nosotros?

Kyst miró a Elaina un instante y luego se encogió de hombros en silencio. Era un gesto de asentimiento. Elaina lo abrazó con alegría. La expresión de Lyle se endureció al verlo. Una sonrisa se dibujó en los labios de Kyst. Tan solo esa expresión hizo que el milagro valiera la pena.

Unos días después, se formaron enormes nubes sobre la mansión Grant, nubes tan grandes que todos las vieron. El cielo estaba perfectamente despejado, así que la aparición de nubes solo sobre la mansión ya era bastante extraña. Pero lo que sucedió después fue realmente impactante.

Como si se escribiera en una pizarra, destellos de luz comenzaron a grabar letras en las nubes. Aunque el sol no estaba oscurecido, rayos de luz brillaban desde el interior, haciendo que las letras fueran visibles desde cualquier punto de la capital. Increíble, pero cierto.

ME OPONGO AL DIVORCIO.

Desde la fundación del Imperio, cuando, según las leyendas, los dioses descendieron para ayudar al primer emperador, no se había producido un milagro semejante. Lo más asombroso fue que la escritura permanecía en su lugar incluso al anochecer.

A la tarde siguiente, abrumado por la investigación pública, el templo se vio obligado a rendirse.

—¡Dios mío! No esperaba que un sacerdote visitara la mansión en persona.

Elaina, que había salido a saludar al sacerdote que descendía del carruaje, se sorprendió por lo que vio.

—¿Qué haces? ¿Por qué te quitas los zapatos…?

El sacerdote se arrodilló y se postró en el suelo. Durante un largo rato, no se levantó. Finalmente, con expresión solemne, se puso de pie y se dirigió a la sorprendida Elaina.

—Este es un lugar sagrado donde ocurrió un milagro. Rendir homenaje a Dios es lo correcto.

Su actitud era completamente distinta a la de la última vez que se vieron. Elaina esbozó una sonrisa incómoda ante su nueva reverencia.

—Ajá... S-sí, claro. Entremos.

Incluso dentro de la mansión, el sacerdote se mantuvo profundamente reverente. Para él, la mansión Grant era ahora un lugar sagrado, bendecido por la gloria divina.

Sólo después de llegar a la sala, el sumo sacerdote explicó el motivo de su visita.

—Para ser directo, el divorcio que ya está formalizado no se puede deshacer.

—¿Qué? Pero con el milagro…

—Sí, tenéis razón. Dije que, si Dios se oponía al divorcio, haría un milagro.

Mientras Elaina escuchaba en silencio, el sacerdote continuó su explicación.

—Tras una reunión de emergencia celebrada ayer, Su Santidad el Papa decidió modificar una cláusula de la ley matrimonial.

Presentó la cláusula enmendada, que era la misma que el Señor de Hennet había mencionado una vez: la que establecía que estaba prohibido el nuevo matrimonio entre parejas previamente divorciadas.

—Entonces…

Elaina se quedó en silencio. El sacerdote asintió.

—Sí. Ya podéis solicitar un nuevo matrimonio. El templo estará listo para aceptarlo en cualquier momento.

Elaina le explicó a Lyle lo sucedido durante el día. Lyle la observó con dulzura mientras ella hablaba triunfante.

—¿Me estás escuchando? Solo nos queda registrar el matrimonio.

—Lo sé.

—¿Entonces?

—Un sacerdote también vino a verme.

Confesó que un sacerdote había visitado el edificio recién construido de la Orden de Caballeros Grant ese mismo día.

—¿Qué? ¿Y por qué no lo dijiste antes?

—Porque escucharte fue divertido.

Elaina agitó las manos, avergonzada.

—¡En fin! Ya pasó todo. Vamos a presentar el registro de matrimonio.

—No. No lo haré.

¿Qué estaba diciendo? Elaina miró a Lyle con una expresión vacía.

—¿No lo harás?

—No.

—¿Por qué no? No me digas... ¿que no quieres casarte conmigo?

Intentó sonar despreocupada, pero la ansiedad en su voz era evidente. La sonrisa de Lyle se profundizó ante su pregunta. Elaina alzó la voz, irritada por su continuo silencio.

—No te rías, respóndeme. ¿No quieres casarte conmigo?

—No.

—¡Lyle!

Lyle miró a Elaina, que gritaba, con una calidez infinita en los ojos. Pero presentía que prolongarlo más podría molestarla.

—Elaina.

Se levantó lentamente de su asiento. Elaina hizo un puchero, como si quisiera decirle que ya debería explicarse; tenía las mejillas hinchadas.

Lyle recogió la caja que había dejado sobre el escritorio con antelación. Elaina, que había estado demasiado absorta en la conversación como para notarla, finalmente la reconoció.

—Lyle…

—La primera vez que le propuse matrimonio, usé el anillo de mi madre.

Lyle abrió lentamente la caja del anillo. Dentro había un anillo con un gran diamante amarillo en el centro y gemas rosas en forma de pétalo engastadas a su alrededor.

—¿Cuándo… preparaste algo así?

—Tan pronto como regresé a la capital.

—En aquel entonces ni siquiera sabíamos si nos casaríamos.

—Aunque el templo no lo aprobara, no habría importado. Siempre has sido mi única esposa.

A diferencia de otros títulos, un archiduque podía, si lo deseaba, declarar su territorio independiente y gobernarlo como un «principado». Ningún archiduque en la historia había ejercido ese derecho, pero Lyle siempre había estado dispuesto a hacerlo, por el bien de Elaina.

—Elaina.

En una habitación tan silenciosa que parecía como si incluso el aire se hubiera detenido, sólo se oía el eco de la voz de Lyle.

Elaina recordó de repente la misma época del año pasado. Aquel invierno, cuando conoció a Lyle. Un día frío, se puso el vestido naranja que Sarah le preparó y esperó en secreto en el pasillo para verlo.

Ella nunca imaginó que las cosas resultarían de esta manera.

Nadie lo hubiera podido hacer.

¿Quién habría pensado que se enamoraría tan profundamente del hombre que una vez creyó que era el villano de Diane?

—Nuestro matrimonio fue una sorpresa para ambos.

Quizás pensando lo mismo, Lyle repitió las mismas palabras que había usado en su primera propuesta. Elaina y Lyle estallaron en carcajadas al unísono.

—Quizás te arrepientas de nuestro matrimonio anterior. A pesar de prometerte protegerte, te puse en peligro y casi mueres.

Elaina miró en silencio a los ojos de Lyle. Estos, reflejando el atardecer carmesí, estaban fijos solo en ella.

—El amor no formaba parte de nuestro contrato. Nunca me lo pediste. Pero fue inevitable. Antes de darme cuenta, ya estaba enamorado de ti. —Lyle se arrodilló lentamente sobre una rodilla—. Haré el juramento de nuevo. Mientras seas mi esposa, te seré un esposo fiel. Esta vez, no hay necesidad de un contrato. Solo te pediré una cosa.

—¿Qué es?

—Amor.

El hombre que una vez afirmó que esas palabras tan dulces y tiernas no tenían nada que ver con él, finalmente las había dicho en voz alta.

—Si el contrato dura toda la vida… lo consideraré.

La respuesta juguetona de Elaina hizo reír a Lyle.

—¿Toda una vida? Entonces me comprometeré por cada vida que venga después. En la siguiente vida, y en la siguiente, te encontraré de nuevo.

Frente a la puesta de sol que se desvanecía tras la ventana, el rostro de Lyle lucía verdaderamente perfecto. Elaina pensó: «Este momento jamás lo olvidaría».

—¿Quieres ser mi esposa?

En lugar de responder, Elaina se arrojó a sus brazos. Sosteniéndola con suavidad para evitar que se lastimara, Lyle cayó al suelo con ella. Una extraña y radiante sonrisa iluminó su rostro.

 

Athena: Lloro de amor, de verdad. Se me saltaron las lagrimillas. ¡Vivan los noviooooooos!

PD: Kyst siempre arreglando todo jajajajajaja.

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