Capítulo 84
Elaina, acurrucada en los brazos de Lyle, lo miró mientras avanzaba con cuidado. A diferencia de su corazón palpitante, el rostro de Lyle estaba tranquilo, concentrado únicamente en descender la montaña sano y salvo. Claro que ella no podía conocer sus pensamientos, pero al menos por fuera, así lo aparentaba.
Al final, ninguno de los preocupantes escenarios que había imaginado se hizo realidad mientras descendían de la montaña.
—Por favor, subid al carruaje rápidamente.
Drane, tras enterarse por Kyst de que ambos habían descendido de la montaña, envió a un cochero a esperarlos. El cochero corrió en cuanto los vio.
Lyle cargó a Elaina hasta el carruaje. A pesar de sus reiteradas peticiones de que la bajara, él no le hizo caso y solo la bajó al llegar a la puerta del carruaje.
—Su Gracia, aquí tenéis una toalla.
El cochero le entregó a Lyle una toalla al subir al carruaje, siguiendo a Elaina. Aunque había parado de llover, Lyle aún tenía el pelo mojado. Cargar a Elaina por los senderos montañosos, resbaladizos y ásperos, le había hecho sudar.
Si hubiera estado solo, tal esfuerzo no le habría hecho sudar ni una gota. Pero esta vez era diferente. Se había concentrado por completo en descender con cuidado para garantizar la seguridad de Elaina, sabiendo que un paso en falso podría ponerla en peligro.
Mientras se secaba el pelo y la cara con la toalla, un suspiro cansado escapó de sus labios. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan tenso. Ni siquiera al desenvainar su espada contra Kyst se había sentido así.
El aliento de Elaina había estado tan cerca, rozándole el cuello. Si no hubiera estado alerta, podría haberla besado en medio de la intimidad.
Lyle miró a Elaina. Ella miraba por la ventana, todavía envuelta en su capa. El recuerdo de la cueva afloró, y Lyle se tapó la boca con la mano, asegurándose de que su expresión permaneciera oculta. No podía dejar que Elaina viera sus sentimientos.
Pero Elaina estaba demasiado preocupada para notar las acciones sutiles de Lyle.
«Me he vuelto loca», pensó, apretando los ojos y castigándose repetidamente.
Cuando miró a Lyle por primera vez, la imagen de su camisa empapada de sudor pegada a su musculoso cuerpo le aceleró el corazón. A diferencia de Lyle, que parecía tranquilo, se sentía como la única que albergaba pensamientos inapropiados. Incluso sin espejo, sabía que debía de estar sonrojada.
Los serenos días del otoño transcurrieron en paz, salvo algunos cambios notables.
Desde ese día, el llamado "tiempo en familia" se había convertido tácitamente en cosa del pasado. Elaina nunca volvió a mencionarlo, y Lyle se dedicó por completo a su trabajo.
Sin embargo, el cambio más notable, sin duda, fue que Elaina ya no compartía habitación con Lyle. La razón que dio fue que sentía escalofríos, como si se estuviera resfriando. Para no contagiar a Lyle, se cambió de habitación. Y hasta el día de hoy, seguía durmiendo por separado.
Habían pasado tres semanas desde entonces, tiempo más que suficiente para que incluso el peor resfriado hubiera pasado.
—Toma, llévate esto de vuelta.
La boca de Drane se abrió levemente al ver la montaña de documentos completos.
—¿Habéis revisado todo esto?
—Sí.
La respuesta indiferente de Lyle hizo que los ojos de Drane se abrieran de par en par.
—¿Pasa algo malo?
Ante la pregunta inesperada, Lyle miró a Drane.
—Sería mejor que fueras más específico. ¿A qué te refieres con "algo anda mal"?
—Quiero decir… —Drane se rascó la cabeza torpemente.
Aunque no tenía intención de entrometerse en la vida personal de su superior, la atmósfera incómoda se había vuelto demasiado insoportable.
—¿Pasó algo con Su Gracia?
Lyle miró a Drane en silencio cuando se mencionó el nombre de Elaina.
—No.
Tras un momento de silencio, Lyle respondió. Sin embargo, esa breve pausa lo dijo todo, mucho más que sus propias palabras.
—Desde aquel día, tanto vos como Su Gracia os habéis comportado como almas atormentadas que no han podido resolver algún asunto pendiente.
Desde el mismo día que regresaron de la montaña, Elaina había solicitado trabajar por separado en su propia habitación. Lyle no había mostrado ninguna reacción a su decisión.
Elaina dijo que trabajaría por separado en su habitación desde el día que regresara de la montaña. Lyle no respondió en absoluto.
Durante las últimas tres semanas, ambos se habían sumergido en sus respectivas tareas como si estuvieran poseídos por demonios.
Gracias a eso, el mapa de las Montañas Mabel se completó rápidamente, y en solo unos días, uno de los gremios mercantiles del norte finalmente utilizaría la ruta terrestre por primera vez bajo la escolta de monstruos.
Por supuesto, era una época muy ocupada, pero su comportamiento era excesivo, incluso para un período tan agitado.
—Muchos están preocupados de que hayáis tenido una pelea.
—Deben tener demasiado tiempo libre para entrometerse en los asuntos de los demás.
Drane frunció el ceño. Ya sabía lo que había ocurrido en la montaña por Kyst. Al principio, pensó que el comportamiento de Elaina se debía a la vergüenza. Sin embargo, la situación le parecía más inusual cuanto más la pensaba.
«Ha pasado medio año desde su matrimonio», reflexionó Drane. Había oído que compartían cama en la mansión de la capital. Entonces, ¿por qué había esta extraña tensión entre ellos ahora?
Si no fuera por vergüenza, ¿podría ser que se hubieran peleado? Pero al observarlos durante las comidas y otras ocasiones en que estaban juntos, no parecía que hubieran peleado.
—Su Gracia.
Drane abrió la boca para decir algo, pero Lyle lo interrumpió antes de que pudiera hablar.
—No hay nada malo entre la archiduquesa y yo. Ahora vete. No quiero hablar más de este asunto.
Fue una despedida clara. Drane no tuvo más remedio que contenerse e irse.
—Entendido. Me despido.
El sonido de la puerta cerrándose hizo que Lyle se reclinara en su silla y mirara el techo.
Tal como Drane lo había notado, Lyle era plenamente consciente de que el comportamiento de Elaina hacia él había cambiado. Aunque ella intentaba ocultarlo, la sensibilidad de Lyle hacia ella le hizo muy consciente del cambio.
Su puño cerrado se apretó aún más.
Todo había empezado ese día. El día que Elaina empezó a evitarlo.
«Ella debió haberse dado cuenta».
Eso no debía pasar. Debería haber sido más cauteloso para evitar que ella percibiera sus sentimientos.
Sabiendo que Elaina tenía la intención de divorciarse de él una vez que su contrato terminara, Lyle comprendía perfectamente cómo ella podría haber percibido sus acciones. Su evasión fue una respuesta tácita, lo que significaba que sus sentimientos eran una carga y algo que ella deseaba evadir.
Por suerte, no lo había evitado por completo. Fue un verdadero alivio. Si lo hubiera hecho, él no habría podido predecir las acciones desesperadas que tomaría.
Había sido una suerte contenerse antes de caer en la peor situación posible. Si Elaina hubiera seguido cerca, su deseo abrumador podría haberle causado más angustia. Mantener esa distancia era lo mejor.
Tras mirar fijamente al techo un momento, Lyle hizo sonar la campanilla de su escritorio. Un sirviente entró enseguida en la habitación.
—Llama a Sarah. Necesito hablar con ella.
Poco después, llegó Sarah, llamó a la puerta antes de entrar. Al notar su expresión nerviosa, Lyle habló rápidamente.
—La ruta de la montaña Mabel se inaugurará en unos días.
—¿Sí?
—Una vez que sepamos que los comerciantes han cruzado sanos y salvos, no habrá asuntos urgentes por el momento.
Sarah parpadeó, sin comprender el contexto. La habían llamado tan apresuradamente que no tenía ni idea de qué pensar de las palabras de Lyle.
Al ver su expresión confusa, Lyle se dio cuenta de que ella no había comprendido su significado.
—Significa que ya no hay más trabajo que Elaina pueda hacer aquí.
—…Oh.
Sarah dejó escapar un breve suspiro de comprensión.
—Entendido. Me pedís que prepare nuestro regreso a la capital. Le informaré también a Su Gracia.
Mientras calculaba cuántos carruajes serían necesarios para su equipaje, Sarah asumió que viajaría por separado de Lyle y Elaina.
—Daré instrucciones a los cocheros para que preparen tres carruajes.
Sonriendo mientras terminaba sus cálculos, Sarah recibió una respuesta inesperada.
—No.
—¿Perdón? ¿Necesitáis más carruajes? Puedo conseguir uno.
—Eso no es todo. —Mirando directamente a Sarah, Lyle continuó—: Solo tú y Elaina regresaréis. Yo no voy a volver.
Athena: Ains… empiezan estas acciones tontas y malentendidos.