Capítulo 30

Llamas negras

La emperatriz Adrianne cerró los ojos, saboreando el momento que tanto había esperado.

La emperatriz hizo un gesto para que Rollise Lebeloia se acercara.

Rollise, con su cabello rizado como el de una muñeca y sus ojos azules infinitamente grandes, se acercó a la emperatriz con ojos brillantes.

Cuando la emperatriz la miró con aire reservado, Rollise inclinó la cabeza y acercó su oído a los labios de la emperatriz.

La emperatriz habló en voz muy baja.

—¿Puedes jurar serme fiel día y noche y nunca olvidar que todo lo que disfrutas viene de mí?

Rollise Lebeloia respondió con una voz que parecía el canto de un pequeño pájaro.

—Mis ojos, oídos, boca y mente pertenecen a Su Majestad la emperatriz. ¿Cómo podría pensar de otra manera?

La emperatriz sonrió con satisfacción.

Las palabras de Rollise eran ciertas.

Rollise fue una creación moldeada perfectamente a los deseos de la emperatriz.

La emperatriz le había dado a Rollise la educación suficiente para satisfacer sus necesidades.

Con su inocente belleza, Rollise serviría a Charles, y con su apropiada ingenuidad, mantendría a Adrianne en el trono por mucho tiempo.

Lo que Rollise deseaba no era poder sino el esplendor eterno que Charles y Adrianne le darían como regalo.

Con una sonrisa benévola, la emperatriz Adrianne le entregó una caja a Rollise.

—Llévale esto a Su Majestad.

Así pues, Rollise sostuvo respetuosamente la caja y se acercó al emperador.

El emperador, sentado en el trono con una expresión compleja después de tomar una decisión importante, miró a Rollise.

—Rollise, ¿qué pasa?

Rollise abrió cuidadosamente la caja y se la presentó al emperador.

Dentro de la caja había un pequeño orbe negro, no más grande que una uña.

Justo cuando el emperador estaba a punto de recogerlo, la emperatriz, que ahora se acercaba a su lado, habló.

—Su Majestad, tened cuidado. Parece una pequeña cuenta, pero es un arma poderosa capaz de destruir a todos vuestros enemigos.

El emperador vaciló y retiró la mano.

—¿Este orbe es un arma?

—Hemos preparado una pequeña demostración para que podáis presenciar su poder.

La emperatriz Adrianne guio al emperador hasta el balcón. Debajo del balcón, en un amplio espacio abierto, había un foso, y dentro, Rollard y Xenon, inconsciente, estaban atados a postes.

Al verlos el emperador se rio de buena gana.

—¡Éstos son los que se burlaron del Juicio de Incandescencia de hoy!

Rollard gritó al ver al emperador de pie en el balcón.

—¡Su Majestad el emperador! ¡Su Majestad la emperatriz! ¡Por favor, perdonadnos!

Rollise, riendo como si le pareciera divertido, le entregó la caja con el orbe negro al emperador.

Con movimientos cautelosos, el emperador recogió el orbe negro y lo examinó.

El orbe semitransparente estaba lleno de una sustancia negra, cuyo material era difícil de discernir.

El emperador apuntó a Xenon y Rollard y la lanzó. Por un instante, pareció que nada había pasado.

Rollard gritó.

—¡Su Majestad, tened piedad!

Al instante siguiente, la oscuridad se encendió y envolvió lentamente a Xenon. Rollard lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Q-Qué es esto…?

El inconsciente Xenon ardía vivo como una marioneta de madera.

Al ver esta escena, Rollard gritó de angustia.

—¡No, no! ¡Hemos trabajado tan duro por el Imperio, y así termina todo! ¡Sir Xenon!

Las llamas negras que habían consumido a Xenon ahora se dirigían hacia él. Envuelto en ellas, Rollard maldijo al emperador y a la emperatriz mientras ardía vivo.

—¡Estáis locos! ¡Tú, emperador y emperatriz! ¡Moriréis con una agonía mucho peor que la mía!

Lamentablemente, sin embargo, sus palabras sólo sonaron como sus gritos moribundos.

El emperador, que había estado observando la escena, levantó las manos y comenzó a aplaudir.

—¡Hermoso, absolutamente hermoso!

La emperatriz Adrianne hizo una profunda reverencia antes de hablar.

—Gracias, Su Majestad.

—Pero, emperatriz, tengo muchos enemigos. Aunque esta arma demoníaca es poderosa, ¿podrá quemarlos a todos?

La emperatriz hizo un gesto y un hombre con una capa negra y una máscara blanca salió lentamente de las sombras.

Llevaba una gran caja en sus manos.

El hombre de la máscara blanca colocó la caja a los pies del emperador y abrió la tapa.

—¡Oh!

La caja estaba llena de orbes negros, cada uno del tamaño de un huevo. El hombre de la máscara blanca habló.

—Su Majestad, con esta cantidad de orbes negros, podríais derribar un castillo entero con solo un movimiento de vuestro dedo.

—¿Cuántas de estas cajas tenemos?

El hombre de la máscara blanca sonrió.

—Hemos preparado veinte cajas. Y si Su Majestad lo desea, podemos preparar aún más.

El emperador puso su mano sobre el hombro del hombre de la máscara blanca y se rio de buena gana.

—¡Excelente, realmente excelente!

El emperador rio a carcajadas mientras abrazaba el hombro de Rollise. Rollise también rio con regocijo, y la emperatriz esbozó una sonrisa de satisfacción.

El emperador, al regresar al salón de banquetes, hizo una orgullosa declaración:

—Hoy parece ser el día más feliz de mi vida. Deseo compartir esta alegría con mis leales súbditos. ¡Así que escuchad atentamente otra feliz noticia! Por la presente declaro a mi primer hijo, Charles Arpend, príncipe heredero. Y la mujer idónea para ser su consorte no es otra que esta hermosa dama, Rollise Lebeloia. ¡Anuncio oficialmente su compromiso!

Habiendo salido solo del salón de banquetes, Radis primero fue a buscar a Regia a la armería.

Tal como lo había solicitado, Regia estaba acostada sobre un suave cojín.

Mientras Radis recogía a Regia, notó que el asistente la miraba con una expresión muy curiosa.

Radis pensó que entendía por qué.

Probablemente ella era la única persona en el mundo que pediría que le colocaran una espada sobre un cojín.

«Oh, esto es vergonzoso…»

Ignorando la mirada curiosa del asistente, Radis sujetó a Regia a su cinturón. En ese momento, la voz apremiante de Regia resonó en su mente.

[¡Radis, Radis!]

«¿Qué?»

[¡Es Alexis!]

«¿Qué? ¿Dónde?»

¡Sentí su leve presencia! Pero no era ella. Debía estar en la dirección de donde venían.

«Vamos».

Radis inmediatamente dejó de lado sus pensamientos y comenzó a caminar en la dirección que Regia le indicó.

Moviéndose sigilosamente a través de las sombras entre los edificios brillantes, pasó por un jardín oscuro no revelado y edificios en desuso, llegando finalmente a una torre abandonada.

Regia habló:

[Ya la siento. ¡Alexis está ahí abajo!]

De pie frente a la torre oscura, oculta detrás de los espléndidos edificios del palacio imperial, Radis sintió una extraña sensación de déjà vu.

«La cámara subterránea secreta debajo del palacio imperial...»

La escena ante sus ojos le recordó las historias de fantasmas que Daniel le había contado cuando era niña y los cuentos que había compartido con las criadas en la propiedad del marqués.

—Más allá de los hermosos y relucientes edificios del palacio imperial, en lo más profundo, se encuentra una torre sin luz. Y en esa cámara subterránea se esconde el secreto más oscuro del palacio. Ese secreto es una joven que una vez fue llamada bruja...

Radis quedó impactada por la verdad que indicaba la historia que conocía desde hacía tanto tiempo.

Daniel ya le había dicho dónde estaba Alexis.

«Ya veo».

Radis se escondió en las sombras del árbol y trató de encontrar la entrada.

No hubo necesidad de buscarlo con dificultad.

Un grupo de personas ya estaba peleando ruidosamente en lo que parecía ser la entrada al sótano.

«¿Qué está sucediendo?»

Radis observó la situación con ojos perplejos.

Al principio era difícil distinguirlos ya que todos iban vestidos de negro como si lo hubieran planeado de antemano.

Pero al observar más de cerca, un grupo vestía trajes ajustados y estilizados, típicos de los asesinos, mientras que el otro vestía capuchas negras largas y drapeadas.

Regia evaluó brevemente la situación.

[Los encapuchados, todos van a morir…]

Radis estuvo de acuerdo.

Los asesinos parecían ser muy hábiles.

Cada vez que sus afiladas hojas como agujas brillaban en la oscuridad, una figura encapuchada caía.

Parecía que las figuras encapuchadas eran personas comunes y corrientes que ni siquiera habían aprendido defensa personal.

Regia tartamudeó.

[El líder… sólo está viendo morir a la gente…]

Radis respondió con cautela:

«Regia, ya sean los que protegen a Alexis aquí o los que tienen este lugar como objetivo, todos son enemigos.»

[¡Guau, hermana mayor…! ¡Te respeto!]

Pronto, todas las figuras encapuchadas cayeron y los asesinos descendieron rápidamente al sótano sin mirar atrás.

Radis se levantó inmediatamente y entró en la entrada por donde habían desaparecido los asesinos.

Manteniendo cierta distancia de los asesinos, bajó lentamente las escaleras, cubriéndose instintivamente la nariz y la boca con la mano.

«¿Miasma…?»

Cuanto más se acercaba al sótano, más fuerte sentía la energía demoníaca del miasma.

Era una presencia espesa y opresiva, similar a la que había sentido en la región prohibida antes de que cambiara.

Y era aún más vívido, como si pudiera explotar si se encendiera en llamas.

En medio de todo, oyó el entrechocar de armas y gritos desesperados. También se oyó el sonido de alguien riendo.

—¡Jajajaja! ¡Por fin lo encontré!

Radis echó un vistazo al sótano desde la entrada y casi dejó escapar un grito ahogado.

La escena dentro era la más extraña y horrorosa que jamás había visto.

A lo largo de las paredes, los monstruos gritaban en jaulas, y había trozos de carne esparcidos por todas partes que ella ni siquiera quería identificar.

En este lugar infernal, atacantes y defensores luchaban ferozmente.

Los encapuchados y los caballeros de Lebeloia estaban defendiendo algo que parecía un tosco artefacto mágico.

Uno de los caballeros gritó.

—¡Aguantad un poco más! ¡Llegan refuerzos! ¡Debemos proteger la piedra mágica!

En ese momento, un asesino se abalanzó sobre él.

El caballero bloqueó la hoja con su casco y clavó su espada en el estómago del asesino.

Pero el asesino, sin siquiera gritar, apuñaló el cuello expuesto del caballero.

Los dos cayeron enredándose el uno con el otro.

Caminando sobre el camino hecho de sangre, el hombre en el centro de los asesinos gritó.

—¡Esta es la piedra mágica de todas las piedras mágicas…!

Escondida entre las jaulas que contenían a los monstruos, Radis caminó lentamente hacia el centro.

El hombre, mirando el objeto dentro del artefacto mágico con una mirada de éxtasis, gritó.

—¡Esta es la piedra mágica definitiva!

Mientras la sostenía en alto, el resplandor de la piedra iluminó la horrible escena que los rodeaba.

Radis se armó de valor, sabiendo que tenía que actuar con rapidez y decisión para salvar a Alexis.

—¡Hestia!

Radis también lo vio.

Sus ojos se abrieron en estado de shock.

Se mordió el labio con tanta fuerza que sangró. Dentro del rudimentario artefacto mágico, parecido al útero, estaba «eso».

Era una masa pequeña y arrugada de enredaderas espinosas, enroscada como un niño pequeño.

Radis vio hojas muy afiladas incrustadas en esas espinas.

Desde los lugares donde estaban incrustadas las hojas, goteaba un líquido negro, acumulándose en un recipiente debajo del artefacto.

[¿Alexis? ¡Alexis…!]

Regia gimió de agonía.

[Oh, ¿qué le han hecho? ¿Por qué? ¿Quién hizo esto?]

Radis apretó los dientes y sacó a Regia.

La espada negra tembló violentamente, emitiendo un maná de color rojo sangre.

—¿Qué?

Ante su furia, los enemigos ni siquiera podían gritar.

Regia se movió suave y silenciosamente.

Cada vez que la luz roja se dispersaba, asesinos, figuras encapuchadas y caballeros que custodiaban el artefacto caían en silencio como si estuvieran destinados a perecer aquí hoy.

—¡¿Quién eres?!

El hombre parado frente al artefacto gritó. Sus ojos se abrieron de par en par al ver el rostro de Radis.

—¡Tú! ¿Eres la de la arena? ¿Por qué estás aquí? Bueno, no importa. Si puedes usar técnicas tan poderosas, podremos comunicarnos.

El hombre levantó la mano, mostrando un anillo.

—¡Mira esto!

Radis miró el anillo en su dedo con una mirada fría y habló.

—¿Qué es eso?

El hombre abrió la boca con incredulidad.

—¿No lo sabes? ¡Este es el sello del Árbol del Mundo que ya no existe! ¡Soy un mago de la Torre Mágica!

El mago señaló la masa espinosa dentro del artefacto.

—¡Vine aquí para mover esto a su lugar correcto!

—¿El lugar correcto?

—Alguien de tu calibre debe haber descubierto qué es este objeto. ¡Es la Piedra Mágica de Hestia! Estos sinvergüenzas del Imperio Cardia están locos. ¡Poseen una piedra mágica tan preciosa y peligrosa y solo pueden usarla de forma tan rudimentaria!

El mago, aparentemente emocionado, examinó el objeto dentro del artefacto mientras continuaba su apasionado discurso.

—Como era de esperar, tiene enormes sellos y prohibiciones. Pero con la tecnología de nuestra Torre Mágica, sin duda podemos deshacerlos. Una vez que lo hagamos, ¡nuestro Rafal dominará todo el continente!

El mago volvió su mirada hacia Radis y gritó.

—¿Ahora entiendes cuál es el lugar correcto para esta piedra mágica?

Radis levantó a Regia y golpeó suavemente el cuello del mago con la espada.

—No la llames piedra mágica.

—¡Ack! ¡Usemos palabras para comunicarnos, ¿sí?!

—Si no quieres morir, respóndeme. ¿Qué le pasará a Alexis si se deshacen los sellos y las prohibiciones?

La mirada del mago se movía nerviosamente a su alrededor. Radis volvió a golpearle el cuello con su espada y le habló con dureza.

—Puedo oír el sonido de tu cerebro desde aquí. ¿Quieres que lo haga funcionar de verdad? Responde rápido.

—¡Ajá! ¡Hablaré! Ese objeto tiene un sello extremadamente complejo y sólido. Es un sello que detiene el tiempo. Es una técnica increíble, pero ninguna técnica es permanente. Con el tiempo, el sello debe haberse debilitado.

El mago continuó balbuceando.

—Y hay una prohibición. Es más parecida a un castigo divino o a una maldición... Requeriría más investigación para deshacerla. ¡Pero no hay técnica que los magos de nuestra Torre Mágica no puedan deshacer!

Radis entrecerró los ojos y preguntó.

—¿Cómo planeas transportarla?

—Eso… bueno…

En ese momento, una voz baja la llamó por su nombre.

—Radis.

Radis, todavía apuntando con su espada al mago, giró la cabeza para mirar hacia atrás.

A la entrada de la mazmorra se encontraba Olivier.

Habló una vez más.

—Es peligroso. Ven aquí.

Radis se volvió hacia el mago. En ese momento, el hombre sacó algo de su pecho y gritó.

—…así, ¡tómalo todo!

Arrancó algo y metió la mano en el artefacto mágico. Al tocar la masa espinosa, Regia le cortó el brazo.

—¡Aaah!

Con un grito espantoso, el hombre desapareció. Olivier habló en voz baja.

—Un pergamino de teletransportación... Con eso, podría haber trasladado la piedra mágica a la Torre Mágica al instante. Los pergaminos de larga distancia son raros, incluso en la Torre Mágica. Fue un intento decente.

Radis blandió a Regia, cercenando rápidamente el brazo del mago, incrustado en el artefacto. Luego, miró la masa espinosa con expresión de dolor.

—¡Alexis…!

Olivier la agarró del hombro.

—Los caballeros de la emperatriz llegarán pronto. Tenemos que irnos.

—No puedo dejarla.

Olivier miró a Radis con ojos tristes.

—Lo siento, pero no podemos hacerlo ahora. El sello ya está al límite de su capacidad. No sabemos qué pasará si sacamos a Hestia de ese rudimentario artefacto mágico. Radis, te lo explicaré todo. Tenemos que salir de aquí primero.

Apretando los dientes, Radis le preguntó a Regia en su mente.

«Regia, ¿puedes romper ese sello?»

Regia respondió con voz desesperada.

[No. Es un sello de Cronos. Ni siquiera yo puedo romperlo. Y si ese sello se rompe, Alexis podría... ¡podría volverse loca...! No, definitivamente lo hará...]

Radis se dio cuenta de que quedarse no ayudaría.

A regañadientes, siguió a Olivier. Los lamentos de Regia le dolían el corazón.

[¡Nooooo! ¡Alexis, Alexis…!]

Tan pronto como salieron de la mazmorra, vieron a los caballeros de Lebeloia dirigiéndose hacia la torre.

Moviéndose como si conociera el terreno, Olivier la condujo a través de la maleza, evitando las miradas de los caballeros.

Radis lo siguió sin decir palabra.

Se detuvo en un claro iluminado por la luna.

Radis habló mientras miraba su espalda.

—Ahora, por favor explíquemelo todo.

Olivier se giró para mirarla frente a un mirador destartalado y sin techo.

Radis se sorprendió al ver a un hombre tan hermoso con un rostro marcado por una miseria tan dolorosa.

Olivier comenzó a hablar.

—Todo... Siento que puedo contártelo todo. ¿Por dónde debería empezar? Quizás por la muerte de mi madre.

Con una mirada etérea, comenzó a contarle una historia de hace mucho tiempo.

—Mi madre, Ziartine Pelletier, me dio a luz en esa torre y luego murió. Después, corrieron rumores de que su fantasma rondaba este lugar, y nadie se atrevía a venir.

En la oscuridad, sus ojos se volvieron más oscuros.

—Yo era el único que quería ver su fantasma. Cada noche, como un ratón, me colaba en la torre buscando el fantasma de Ziartine. Pero lo que encontré no fue un fantasma, sino la verdad... La verdad: que la emperatriz había robado el tesoro del emperador y estaba realizando experimentos horribles bajo esta torre.

Olivier continuó su relato con una voz sin emociones.

—Hace trece años, se produjo un cambio en el sello de Alexis, que había permanecido inactivo durante casi quinientos años. Ese fue el primer caso de las "llamas negras". La emperatriz quedó profundamente cautivada por esas llamas aterradoras y a la vez maravillosas.

Ante la mención de "llamas negras", Radis hizo una mueca y frunció el ceño.

Ella había visto un fenómeno similar dentro del útero.

Esa intensa tentación la esperaba al final del dolor cuando todo su cuerpo parecía que sería destrozado por el inmenso maná.

«Quemarlo todo».

Fue pura suerte que lograra resistir esa tentación.

Si el collar no hubiera brillado en ese momento. Si la pequeña flor que Yves le había regalado no estuviera dentro. Si Luu no la hubiera ayudado y le hubiera entregado Regia.

…Sin duda habría sucumbido a la fascinación de las llamas negras.

Olivier continuó.

—La emperatriz conspiró con los magos negros, fugitivos de la Torre Mágica, para robar el sello de Alexis. Luego, comenzó a experimentar en esta torre para convertir las llamas negras en armas.

Al recordar la horrible escena en la mazmorra, Radis suspiró.

—¿Por qué? ¿Por qué querría la emperatriz crear semejante arma?

Una sonrisa amarga apareció en sus labios.

—Ambición. Esa es la razón.

—¿Y los magos negros? ¿No se dan cuenta de las consecuencias que esto podría acarrear?

Olivier respondió con una expresión sombría.

—Los magos son como la emperatriz. También ellos se dejan llevar por sus propias ambiciones. La Torre Mágica y los magos negros pueden usar métodos diferentes, pero sus objetivos son los mismos. Lo que buscan es el resurgimiento de la Era de la Magia.

—¿La Era de la Magia…?

—Hace mucho tiempo, las raíces del Árbol del Mundo se extendieron por el continente, llenando la atmósfera de maná. Los magos anhelan que esa era regrese.

—¿Y qué tiene eso que ver con Alexis?

En voz ligeramente baja, Olivier continuó:

—Porque Alexis es la mayordoma y está conectada con el infinito. Solo la mayordoma puede manipular verdadera y libremente la fuente de todas las cosas: el maná. Lo que los magos de la Torre Mágica desean es controlar el poder infinito mediante la piedra mágica de Hestia. Mientras tanto, los magos negros quieren algo mucho más radical, pero seguro.

—¿Cómo…?

—Están esperando que Alexis se vuelva loca.

Los ojos de Radis se abrieron de par en par.

—¿Qué dijiste?

Olivier habló con voz melancólica.

—Las “llamas negras” son el poder del reino demoníaco. Si se vuelve loca, aunque sea temporalmente, se abrirá un pasaje al reino demoníaco. Al igual que en el pasado, los seres del reino demoníaco no desaprovecharán la oportunidad. Las puertas del inframundo se abrirán y el caos se apoderará de todo el continente a medida que las criaturas del reino demoníaco se arraiguen de nuevo.

Radis miró fijamente a Olivier, incapaz de comprender lo que estaba diciendo.

—¿Por qué? Los magos negros también son personas. Si Alexis se vuelve loca y abre las puertas del inframundo, ellos también correrían peligro. ¿Cómo pueden desear eso?

Una sonrisa peculiar se dibujó en los labios de Olivier. Habló con dulzura, como si le enseñara a un niño que uno más uno es igual a dos.

—Radis, ser egocéntrico y buscar la destrucción a pesar de saber que conduce a la ruina, eso es lo que significa ser humano.

Con voz grave, Radis preguntó:

—¿Tú también eres así? ¿Por eso no lo detuviste, aunque lo sabías todo?

Olivier inclinó ligeramente la cabeza.

Su rostro, bañado por la luz de la luna, era tan hermoso como el de un ángel que sostenía una trompeta del juicio.

—Sí —susurró suavemente.

Una sonrisa conmovedora se extendió por sus labios.

—Radis, odiaba este lugar. Me revolvía el estómago. Quería convertirlo en algo que me gustara. A veces, para lograrlo, tenía que hacer cosas que no me gustaban. —Olivier parpadeó con tristeza y continuó—. Quizás tuve suerte: tenía talento para la magia. Gracias a eso, pude recopilar información y llegar hasta aquí. Pero eso era todo lo que sabía. Hasta ahora, creía que todo esto era obra de la emperatriz.

Los labios de Olivier se torcieron.

—Radis, me salvaste.

—¿Qué?

—Daniel Sheldon. Todos creían que desapareció para ocultar su arrebato de Geas.

Él negó con la cabeza lentamente.

—No. Se infiltró en la familia Tilrod bajo el alias de Armano. ¿Por qué?

Olivier levantó dos dedos.

—La familia Tilrod, “Dama Angela”… Estaba investigando a Alexis Tilrod. Por supuesto, bajo las órdenes del emperador.

—¡¿Qué…?!

—El emperador lo sabía. Sabía que Hestia era Alexis Tilrod y que su ataque era inminente.

La sonrisa de Olivier estaba llena de absoluto vacío.

—Lo sabía todo y aun así permitió los experimentos de la emperatriz. ¿Cómo puede alguien ser tan egoísta?

Olivier empezó a reír. Sus hombros temblaron levemente y sus ojos oscuros se llenaron de desesperación.

En ese momento, Radis se dio cuenta de que la persona que estaba frente a ella era el verdadero Olivier.

El verdadero Olivier, que había vivido una vida retorcida y llena de oscura desesperación.

Radis soltó a Regia de su mano y corrió a abrazarlo.

—Radis, Radis…

Olivier se desplomó débilmente en sus brazos.

—En este lugar, cada uno sigue sus propios deseos. Pero yo no tenía eso. Solo quería sobrevivir. Era la única forma que conocía de vivir —suplicó con una voz tan triste e impotente como la de un niño que ha perdido a su madre—. No me casaré con Lady Ruthwell. El emperador tomó esa decisión porque quería que fuera infeliz. Así que lo arreglaré todo. Espera un poco más. No tardaré mucho.

—Olivier…

—Por favor… Por favor no me abandones.

Al leer la luz triste en su rostro, los ojos de Olivier se abrieron.

Ahora empezó a suplicar fervientemente.

—Si no te hubiera conocido, no habría desesperado. Saber que la primavera nunca llegará hace menos doloroso morir en un invierno eterno. Me diste esperanza. Me hiciste creer que este invierno tiene un fin.

Divagaba como un hombre que tiene fiebre.

—Todos los años, en mi cumpleaños, el día que mi madre murió al darme a luz, el emperador me enviaba un vestido de luto negro a mi medida. Hasta que crecí, tuve que asistir a mi banquete de cumpleaños envuelto en pruebas de que el emperador, mi padre biológico, aborrecía mi existencia.

—Olivier…

—Escucha lo que pensé. Hubo un tiempo en que yo también quise ser feliz. Quise irme de este lugar. Pero no pude. Hicieron que mi madre muriera miserablemente y luego intentaron matarme incontables veces con veneno, espadas, miradas y sus corazones. Si hubiera levantado la bandera blanca y me hubiera ido, sin duda me habrían quitado la vida.

—No dejaré que eso pase.

—No, Radis. En aquel entonces, estaba solo y no podía escapar. Tuve que fingir ser lo que querían. El hermoso Olivier, la encarnación de una muñeca de cristal. Escondí mis emociones tras un rostro inexpresivo, agaché la cabeza y lamí las partes más sucias de la alcantarilla para sobrevivir.

Su voz, empapada de tristeza, desgarró el corazón de Radis. Abrazó fuertemente el rostro de Olivier y le susurró al oído.

—No, eso no es cierto.

Una leve sonrisa se extendió por los labios de Olivier.

—Pero sabes, Radis, vivir así no era tan malo hasta que me di cuenta de que era infelicidad. Porque mucha gente vive de una forma tan dolorosa.

Olivier levantó la mirada para mirarla y susurró.

—Tú también lo hiciste, ¿no?

La suave sonrisa de Olivier reapareció mientras miraba al sin palabras Radis.

Lo que encontró en ella cuando se conocieron fue él mismo, en su totalidad.

Olivier continuó:

—Pero, aun así, sonreíste. No puedo sonreír así.

Agarró la ropa de Radis como si fuera a destrozarla y usó esa fuerza para ponerse de pie tambaleándose.

Olivier abrazó fuertemente los hombros de Radis.

—Eres la única persona que puede hacerme sonreír. Solo tu calor me hace sentir vivo.

Ella sintió sus labios tocar su frente.

Mientras le confesaba su amor, sus labios se movieron.

—Radis, te lo daré todo. No, si quieres, te daré el mundo entero. Así que, por favor, quédate a mi lado.

Radis levantó la cabeza.

Ella lo miró a los hermosos ojos que parecían joyas. Esa belleza se sentía tan vasta como su desesperación, desgarrando su corazón.

Pero ella no podía engañarse a sí misma.

—Olivier, lo siento. No te quiero.

Vio que los ojos de Olivier se hundían profundamente en la desesperación.

Radis abrazó su cintura con fuerza. Para evitar que cayera por el precipicio de la desesperación.

Su suave mejilla tocó lentamente sus ojos. Su mejilla estaba fría como el hielo y húmeda por las lágrimas. No podía distinguir si esas lágrimas eran de Olivier o suyas.

—No intentes alejarme con esas palabras —susurró Olivier.

—Lo siento. Lo siento mucho…

Olivier habló, sus labios casi tocando los de ella.

—Te daré una última oportunidad. Por favor, dime que me amas.

Soportando un dolor que parecía como si le estuvieran arrancando el corazón, Radis respondió:

—No, Olivier. No te amo.

Cerró los ojos con dolor. La fuerza abandonó sus brazos.

Radis se apartó lentamente de su abrazo. Olivier puso su mano sobre su pecho y habló.

—¿Qué debo hacer?

—Olivier…

—Esto me duele mucho y, sin embargo, no puedo llegar a odiarte. —Olivier habló en un tono autocrítico—. ¿Acaso ese hombre, Yves Russel, sabía tanto? ¿Que jamás podría hacerte daño?

Su hermoso rostro, mojado por las lágrimas, brillaba plateado bajo la luz de la luna.

Una sonrisa amarga apareció en los labios de Olivier.

—Te arrepentirás de esto. Nadie puede amarte tan desesperadamente como yo.

Radis no pudo decirle nada más. Olivier habló suavemente con una sonrisa.

—Te esperaré.

Se giró y comenzó a alejarse.

Sus pasos eran tan pesados ​​que parecía un hombre caminando por un profundo lodazal.

Al observar la figura de Olivier que se alejaba, Radis se tapó la boca.

Tenía miedo de que sus sollozos pudieran alcanzarlo y obstaculizar sus pasos.

Ella usó toda su fuerza para taparse la boca con las manos.

Palabras que no podía pronunciar se arremolinaban en su boca.

«Sentí lo mismo. Cuando nos conocimos, sufría tanto que pensé que sería mejor morir. De hecho, todos los días, sin excepción, me sentía así. Pero me dijiste que fuera valiente, y gracias a eso, pude aguantar...»

Las lágrimas corrieron entre sus dedos como gotas de lluvia.

«Tú también sufriste así. Por eso pudiste hacer eso. Por eso le diste dulces a mi yo de doce años».

Cuando la figura de Olivier desapareció por completo de la vista, Radis se hundió lentamente en el suelo.

Le dolió como si le hubieran arrancado una parte del cuerpo.

Se dio cuenta de que había rechazado algo más que su confesión.

Radis sintió que comprendía por qué se sentían tan intensamente atraídos el uno por el otro.

Eran personas que habían rastreado interminablemente sus propias heridas dentro de su miseria.

Antes de familiarizarse con sus rostros, habrían reconocido las formas de las heridas grabadas en sus almas.

Sus heridas eran tan parecidas que, al ver las formas familiares, podrían haber esperado que el otro fuera su salvación.

Pero una deficiencia no podía llenar otra.

Incluso si sus heridas fueran similares, lo único que entraría sería vacío.

Radis recordó algo que Mariel había dicho una vez.

—A veces, las personas más cercanas pueden hacerte mucho daño. Es desgarrador, pero esas heridas serían difíciles de sanar. La cuestión no es cuándo te recuperarás, sino si te harás más fuerte mientras sigues viviendo con esas heridas.

Tal como ella había dicho, se trataba de si uno podía seguir viviendo con la herida.

Ella no podía consolarlo, ya que estaba tan herida, con mera compasión y simpatía.

Necesitaba a alguien lo suficientemente fuerte como para no soltarle nunca la mano.

Y esa persona no era ella.

 

Athena: Oh… Realmente me ha apenado todo esto. Sabemos que Olivier también lo ha pasado mal, no le deseo que sea infeliz ni nada de eso, pero tampoco se pueden obligar los sentimientos y Radis ya siente que encontró a esa persona especial. Ains.

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Capítulo 29