Capítulo 155

—Por favor, continúa.

—¿Sabe Julieta sobre esa terrible maldición transmitida en tu familia?

Lionel Lebatan preguntó tan casualmente como si estuviera hablando del clima.

Lennox tuvo el presentimiento de que ese momento llegaría cuando escuchó que el Rey Rojo había regresado apresuradamente al este.

A Lionel Lebatan le pareció que el silencio de Lennox era respuesta suficiente.

—Es una historia muy conocida entre los ancianos. Me pregunto por qué no se me ocurrió antes.

El astuto rey, que gobernaba eficazmente el este, sabía dónde buscar la respuesta.

El Ducado de Carlyle siempre estuvo plagado de rumores siniestros.

Había historias absurdas como que bebían sangre humana o que, si el heredero era considerado indigno, sería abandonado.

Pero Lionel Lebatan era un anciano sabio que percibió la verdad oculta entre esos rumores.

—La última vez, Julieta mencionó de repente algo sobre un demonio. Me recordó que nunca ha habido una sucesión fluida en el Ducado.

Lionel Lebatan parecía tenerlo todo ya resuelto.

—Y eso, ¿tiene algo que ver con la maldición que dicen que pesa sobre tu familia? ¿No es así?

—…No pondré a Julieta en peligro.

Esa fue la única respuesta que Lennox pudo dar.

—No, esa no es la respuesta que quiero oír. —Lionel Lebatan meneó la cabeza—. Mira, duque Carlyle, ¿qué podría desear este anciano indefenso? Solo desearía que pudiera vivir una vida despreocupada y feliz.

Aunque Lionel Lebatan era una figura alta, su voz sonaba solitaria.

—No ser ignorado ni despreciado, sin tener que preocuparme por lo que piensen los demás. Puede que no sea importante para ti, pero para mí es importante.

También era importante para Lennox.

Había prometido asegurarse de que individuos inmerecedores no subestimaran a Julieta. Sin embargo, frente a Lionel Lebatan, quien expresó sus sentimientos con tanto dolor, Lennox no estaba seguro de si tenía derecho a decir esas cosas.

—Y no me gusta el tipo que sólo puede mantenerla cerca durante siete años sin siquiera casarse con ella. Sería un desperdicio ver a mi preciosa nieta, en algún lugar de la casa de otra persona, arrastrándose por el suelo. —Con las cejas levantadas, Lionel Lebatan mostró abiertamente sus genuinas preocupaciones—. Quizás la haya conquistado esa ascendencia norteña. ¿Qué le falta para tener que soportar un lugar tan frío y duro?

Lionel Lebatan ya no fingió compasión.

—De hecho, cuando se trata de pretendientes para una nieta, un hombre considerado y obediente es el mejor…

Lennox interrumpió tranquilamente sus flagrantes quejas.

—Entonces quizá lo sepas.

—¿Saber qué?

—Eso le he propuesto a Julieta.

—¿Qué… dijiste?

Por un breve instante, Lennox lo vio con claridad. Las venas de la frente del siempre sereno Lionel Lebatan se hincharon.

Lennox sonrió y agregó:

—Sí, le propuse matrimonio dos veces.

—¡No, con autoridad de quién!

Lionel Lebatan saltó de su asiento. Fue una reacción marcadamente diferente a sus palabras anteriores.

Lennox observó el cambio de tez de Lionel Lebatan y luego respondió tranquilamente.

—Y fui rechazado.

—¿Rechazado?

—Sí, ambas veces.

Y de manera bastante decisiva.

Lennox sonrió.

A pesar de todos sus esfuerzos y ofertas, Julieta había declarado repetidamente que no quería casarse con él.

—Mmm. Qué lástima.

Lionel se calmó rápidamente y volvió a sentarse, aparentemente divertido.

La atmósfera se aligeró.

Aunque todavía no estaba contento con el hombre que le había quitado a su nieta, había un vínculo innegable entre ellos. El sentimiento compartido de atesorar a Julieta como si fuera su propia vida.

—Entonces, ¿hiciste llorar a nuestra niña?

Ante esa pregunta, Lennox levantó la mirada.

Fue la respuesta que Lionel Lebatan había estado esperando y, por primera vez, Lennox Carlyle pareció de su edad.

Lionel Lebatan sintió una peculiar satisfacción.

«Mira a este joven inexperto y arrogante. Actúa de forma inestable, impropia de su edad».

Al verlo perder la calma por primera vez, Lionel pensó: "Después de todo, sí le importa", y sonrió para sus adentros.

—Para ser honesto, duque, no me gustas. —Lionel Lebatan se levantó majestuosamente, apoyándose en su bastón—. Y no sé con qué medios mantienes a Julieta a tu lado.

—…Ese es un acuerdo entre Julieta y yo.

—Bueno, está bien. Para ser sincero, no soy tan cerrado de mente. —Lionel Lebatan tocó el hombro del duque que estaba frente a él—. Solo recuerda esto: si alguna vez haces llorar a nuestra nieta o la vuelves a poner en peligro...

Desde lejos, la escena parecía como si estuviera mostrando un tierno afecto a un nieto, pero las palabras intercambiadas fueron completamente duras.

—Será mejor que estés preparado para las consecuencias.

Lennox, que había estado mirando fríamente a Lionel Lebatan, sonrió levemente.

—Lo tendré en cuenta.

Lionel se fue después de dejar una significativa advertencia.

—Ah, y no le digas a Julieta que vine.

Después de que Lionel Lebatan se fue, Lennox no pudo salir de la sala de recepción por un largo tiempo.

Pudo escuchar el sonido de un carruaje que salía afuera, y permaneció quieto en la sala de recepción hasta que escuchó el sonido de alguien que regresaba a la mansión a toda velocidad.

Pronto, escuchó pasos ligeros que se acercaban a la puerta.

Reprimiendo el impulso de levantarse e irse, cerró los ojos por un momento y esperó al dueño de aquellos pasos.

Esperar algo era para él lo menos familiar en su vida.

No tenía sentido estar tan inquieto sólo por sentir la presencia de alguien.

—Su Alteza.

Aunque acababa de cerrar y abrir los ojos, la mujer que hacía posible lo imposible estaba frente a él.

—¿Habéis estado aquí?

Julieta, que había regresado del exterior, vestía un tranquilo vestido azul.

Ella sostenía un bebé dragón que parecía un gran gato negro.

—¿Tuvisteis alguna visita?

Julieta preguntó, notando los restos de un invitado en la sala de recepción.

—Sí.

—Su Alteza, tengo algo que preguntaros.

Con indiferencia, Julieta sacó el tema a colación. No lograba entender quién había donado una cantidad asombrosa de dinero a su nombre.

—¿Es algo que hicisteis?

Entonces Lennox se dio cuenta.

El “honor de la nieta” que mencionó Lionel Lebatan parecía referirse a este asunto.

Lennox se dio cuenta de que la cuantiosa donación hecha bajo el nombre de Julieta era obra de Lionel. Sin embargo, recordando el pedido de Lionel de mantener su visita en secreto, decidió no revelarla.

—¿Estáis escuchando?

—…Sí.

Lennox Carlyle estaba reflexionando sobre algo que nunca le había intrigado en su vida.

Proponerle matrimonio a una mujer significaba aceptar a su familia y al mundo.

Familias y parientes. Incluso sus preocupaciones e intervenciones apasionadas pero amorosas.

De repente, pensó que el rechazo de Julieta a su propuesta estaba justificado.

Y al mismo tiempo, pensó que el punto de Lionel Lebatan era válido.

—¿No tenéis nada que decirme? —Julieta preguntó con sospecha.

—Sí.

Con esa respuesta, Lennox apoyó su frente en el hombro de Julieta mientras se acercaba a ella.

Julieta se estremeció pero no lo apartó.

El bebé dragón, despertando de su sueño, dejó escapar un grito irritado y saltó al suelo.

—Julieta.

—Sí.

—Cuando te vi por primera vez.

El momento en esta vida cuando se conocieron por primera vez.

Nunca olvidaría a Julieta, que vestía una túnica negra y tenía un rostro inexpresivo, que emanaba un aura pálida y venenosa.

Él no lo sabía entonces, pero ahora lo entendía.

La razón por la que se acercó a Julieta en ese momento fue porque se sintió atraído por su soledad, sin nadie en quien apoyarse o en quien confiar.

Lennox se dio cuenta de lo que quería.

Quería darle una familia a Julieta.

Pero eso fue imposible desde el principio.

No puedes explicarle los colores del arco iris a alguien ciego.

Nunca conoció el amor paternal ni lo que era una familia normal ni sus límites. ¿Cómo podía ofrecerle esas cosas?

Además, Julieta ya no tenía ninguna expectativa puesta en él. Ahora que tenía una familia decente, era natural que no se aferrara a lo que él podía ofrecerle.

Mirando hacia atrás, su amor siempre fue superficial y patético.

Él siempre rondaba a su alrededor, preocupándose si darle regalos o bienes costosos finalmente le ganaría su sonrisa.

Pero esas cosas palidecieron en comparación con la risa de Julieta.

—¿Qué pasa?

—…Nada.

Él siempre tenía mucho que decir.

«No te vayas Quédate a mi lado para siempre».

Pero eran palabras que nunca podría verbalizar.

Dentro de él todavía existía un niño astuto, ansiando afecto.

Aunque él se aferró a ella con codicia y terquedad, Julieta lo abandonaría una vez que pasara el tiempo prometido.

Julieta siempre fue demasiado buena para él, y él siempre fue el que se aferraba con avidez y no la soltaba.

Anterior
Anterior

Capítulo 156

Siguiente
Siguiente

Capítulo 154