Capítulo 108

—¿A dónde ibais, princesa?

—Estaba de regreso porque Su Alteza, el príncipe heredero, me pidió que lo viera por un tiempo.

—Jaja, los dos sois muy cercanos. ¿No es una bendición para Ubera porque los dos miembros de la familia real tienen tan buena amistad?

—En realidad no, no somos cercanos —Dorothea respondió con indiferencia.

Incluso con sus palabras que sonaron como una broma, la boca de Ethan estaba seca.

El duque de Brontë miró al rígido Ethan y se rio entre dientes.

«¡Un tipo al que le fue bien delante del emperador se convierte en un cobarde delante de la princesa!»

Quizás pensó que Ethan era tímido frente a la mujer que le gustaba, el duque de Brontë le dio una palmada en el hombro a Ethan y sonrió.

—Ahora que lo pienso, nuestro Ethan quería mucho ver a la princesa. Me preguntaba si podríais dedicar algo de tiempo hoy si no te importa…

—Padre.

Ethan detuvo apresuradamente al duque de Brontë.

Por supuesto, quería ver a Dorothea, pero nunca se lo había dicho al duque ni se lo había mostrado.

Había estado inventando historias para intentar conectar a Ethan con Dorothea de alguna manera.

Ni siquiera sabía que eso los pondría a los dos en problemas.

A Ethan todavía le costaba hablar con Dorothea con una sonrisa y seguramente Dorothea no querría hablar con él…

—Bueno. Había algo más de lo que quería hablarte, Ethan.

—¿Qué?

Los ojos de Ethan se abrieron ante la respuesta de Dorothea.

—Jaja, eso creo.

El duque se rio a carcajadas y tocó el hombro de Ethan.

Presión tácita para llevarse bien con Dorothea.

—La princesa parece querer sólo a Ethan, así que nos pondremos en marcha ahora. Mi esposa y yo tenemos que regresar pronto a Cerritian.

—Sí, habéis recorrido un largo camino hasta Lampas y espero que os sentáis cómodos y regreséis sanos y salvos.

Ante el saludo de Dorothea, el duque, la duquesa y Jonathan hicieron una reverencia y se marcharon.

Ethan miró la espalda del duque de Brontë y luego volvió a mirar a Dorothea.

—Princesa, lo que acaba de decir mi padre…

—Ethan.

—Sí, princesa.

—Entremos y hablemos.

Dorothea tomó la iniciativa en silencio y Ethan la siguió sin decir una palabra.

Siempre había conocido bien a Dorothea, pero ahora no tenía idea de lo que ella diría.

No hablaron hasta que llegaron al Palacio Converta.

Lo único que pudo oír fue un murmullo mientras seguía a Dorothea.

—¡Mira allá! ¡Es Ethan Brontë!

—¿El joven maestro de la familia Brontë?

Lo mismo ocurrió al entrar al palacio de Dorothea.

Los sirvientes que servían a Dorothea desde el palacio independiente de Cerritian no pudieron mantener la boca cerrada cuando vieron su apariencia madura.

—¡Increíble! ¡Ha crecido tan perfectamente!

—Dios mío, es aún más guapo, ¿no?

Dorothea no comprobó si Ethan la seguía, pero las reacciones de la gente indicaron que él la seguía bien.

Sin embargo, incluso en una situación en la que Ethan estaría encantado con los elogios de la gente, simplemente miró la espalda de Dorothea con una expresión firme.

Tocó nerviosamente el broche que estaba dentro del bolsillo de su chaqueta.

Dorothea llegó al salón y miró a Ethan que lo seguía.

—Siéntate, Ethan.

Dorothea se sentó primero en el sofá y Ethan se sentó frente a ella.

Clara les dio té y aperitivos.

—Tengo algo de qué hablar con Ethan en un momento.

Ante las palabras de Dorothea, Clara y Stefan abandonaron el salón.

Cuando Clara y Stefan se marcharon, el salón quedó tan silencioso que incluso se podía oír el sonido del polvo volando.

Ethan se quedó tan quieto como un hombre esperando órdenes, sin siquiera levantar su taza de té. Cada minuto pesaba sobre él como un gran peso.

Sentada frente a él, Dorothea estaba tan hermosa como siempre, dominando su tiempo.

Fue él quien hizo retroceder el reloj de la vida de Dorothea, pero fue Dorothea quien hizo retroceder el reloj.

Ya fuera que este momento fuera de alegría o de tristeza, exactamente cuándo le sobrevendría ese momento. Sólo la mujer que guardaba silencio frente a él lo sabía.

En el horror de la ignorancia, el único mundo que podía ver era el de Dorothea Milanaire.

El mundo de Ethan abrió la boca después de tragar un sorbo de té negro tibio del que se elevaba vapor blanco.

—Ethan.

Su nombre salió de su boca y el tiempo que se había detenido en silencio comenzó a fluir de nuevo.

Y…

—Siempre pensé que esta segunda vida era mi castigo.

Su voz fluyó junto con el pequeño sonido de dejar la taza de té.

Ella definió su vida y también su época. El tiempo que quería darle era castigo.

—Siempre fue doloroso. ¿Por qué soy la única que volvió con recuerdos? ¿Por qué Ray y Theon no recuerdan su primera vida? ¿Cómo es que ni siquiera tengo la posibilidad de expiación? —le dijo Dorothea a Ethan.

El pecado de no tener a quién acudir en caso de haber cometido algún delito se aferraba a sus tobillos como grilletes a un prisionero.

Y cada vez que corría hacia la felicidad, ésta le pesaba alrededor de los tobillos y preguntaba:

«¿Merezco ser feliz cuando hice infeliz a tanta gente? ¿Merezco ser amada?»

Ante esa pregunta, Dorothea nunca se mostró segura y al final se quedó en el lugar, sin poder quitarse los grilletes.

«Pensé que tenía que soportar esta vida. Con la única intención de pagar por mis pecados y arreglar todo.»

Ethan se obligó a mantener su expresión ante esas palabras.

¿Fueron en vano todos sus esfuerzos por hacerla feliz?

Sólo quería darle una nueva vida.

Sólo quería darle alas a ella, que tuvo que caer porque no tenía espíritu, y enviarla de regreso a su sueño. Y si era lo suficientemente codicioso, quería estar a su lado.

Pero Dorothea le había dicho que su amor, sus esfuerzos, eran... un castigo. No era diferente de su vida anterior.

Ethan apretó los dientes y trató de ignorar el dolor en su corazón aplastado.

Dorothea lo miró.

—Pero ahora he cambiado de opinión.

La voz de Dorothea sonaba diferente.

Ethan levantó los ojos lentamente con miedo.

Dorothea lo estaba mirando y le dijo:

—Esta vida fue una oportunidad que me diste.

Boom, sus palabras resonaron en su corazón oscurecido.

Evidentemente, hubo muchos días en los que Dorothea tuvo que tragarse las lágrimas después de regresar. Había querido morir de nuevo y se había resentido todos los días.

Pero ahora lo entendió. Esta vida era una nueva oportunidad que Ethan le brindó.

Era una oportunidad para conocer la sinceridad de Raymond, salvar a Theon y proteger a sus seres queridos, como Stefan y Clara, Joy y Poe.

Ante sus palabras, el corazón de Ethan latió y se calentó. Se mordió los labios temblorosos, aferrándose a no dejarse llevar por sus emociones.

Y finalmente.

—Gracias, Ethan.

Ante sus palabras, él bajó la cabeza y se cubrió la cara con las manos. Trató de ocultar sus lágrimas frente a Dorothea, pero ni siquiera pudo cubrir sus temblorosos hombros.

«Tengo que ocultarlo...»

Su frustración porque ella no necesitaba el regalo más atractivo que él podía ofrecerle: un espíritu. La agonía de sentir sus pecados mató a Dorothea, la mujer que soñaba con convertirse en emperador.

«No dejes que Dorothea se entere de todo eso. A ella no le gustarían ni le importarían mis feos sentimientos.»

Entonces, un brazo cálido rodeó su hombro tembloroso.

Un olor familiar flotó. Y su voz le susurró al oído.

—Lo siento mucho… —dijo Dorothea, abrazando a Ethan. No pudo contener las lágrimas

Al final, no pudo ocultar sus lágrimas y las derramó sobre sus hombros.

—No fue tu culpa, no fue tu pecado.

Aún así, sus palabras lo arrastraban.

Dorothea no pudo evitar abrazar a Ethan en silencio. Nunca aprendió a consolarlo, pero eso era lo que más deseaba cuando estaba en problemas.

Decidió no culpar a Ethan.

Ahora se dio cuenta de por qué había regresado y tenía una nueva oportunidad que Ethan le había brindado.

Después de derramar lágrimas, Ethan se limpió los ojos rojos.

Después de derramar muchas emociones, desvió la mirada sin ningún motivo, tal vez porque estaba avergonzado.

Dorothea miró fijamente a Ethan, que había llorado.

Una de las realizaciones importantes estaba ahí.

«Definitivamente pensé que nadie me amaba... pero había alguien que me amaba.»

Dorothea no podía quitar los ojos de Ethan, quien silenciosamente estaba organizando sus emociones.

«Como había pensado durante mucho tiempo, era demasiado guapo. Es una persona hermosa incluso si veo cada parte de él.»

Entonces ella tenía curiosidad.

—¿Por qué te gusto, Ethan…?

No entendía por qué, entre todas las mujeres del mundo, a él le gustaba la fea e insignificante Dorothea Millanaire.

Ella dudaba de su sinceridad y se preguntaba si simplemente estaba actuando cuando dijo que le gustaba.

Incluso recordaba a la Dorothea antes del regreso.

Dorothea Millanaire, que se había vuelto tiránica, fea e irresponsable, acabó con una vida que no podía permitirse.

Esa figura era el epítome de la fealdad que ni siquiera la propia Dorothea tuvo más remedio que odiar.

«Cada vez que pienso en ello, me siento avergonzado, culpable y arrepentido, las imágenes que quiero borrar.»

Ethan era el único que recordaba así a Dorothea.

«Entonces por qué…»

—Hicisteis que me gustarais.

Ante la pregunta de Dorothea, Ethan lentamente volvió su mirada hacia ella.

La mirada en sus ojos hizo que el corazón de Dorothea latiera con fuerza.

Después de estar mojados por las lágrimas, los ojos dorados que se volvieron transparentes, eran más peligrosos que los bultos dorados que estimulaban los más bajos deseos humanos.

 

Athena: Uh… todo empieza con la curiosidad. Jeje. Me ha gustado mucho que Ethan se haya mostrado así, que ella sea consciente de sus sentimientos (aunque dude una parte), que lo perdone, que… puedan empezar de alguna manera.

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