Capítulo 104
Tras descubrir el quinto alias de Camille, se enteraron de que las hermanas Rodaise se habían disfrazado de hombres durante su huida. Camille había usado su quinto alias para comprar ropa de hombre de la talla de las hermanas.
Habían pensado que solo era un cambio de ropa, pero resultó ser un plan de escape mucho más serio. Esa revelación solo avivó la ira de Dimus. Era como si pudiera verla esforzándose al máximo para escapar de su control.
—Aún no hemos recibido ningún informe significativo de Arburn.
Arburn era el destino del billete de tren que Camille había conseguido para las hermanas. En cuanto lo encontraron, contactaron con Arburn y le enviaron una descripción de Liv, pero seguían sin obtener información útil.
Dimus presionó sus dedos contra sus sienes en silencio.
—¿Qué estaciones de la ruta a Arburn hemos revisado hasta ahora?
—Acabamos de recibir un informe de que han llegado a Elke. Es una ciudad con muchos vagabundos de paso, así que está tardando. Además, la clientela de alto perfil del casino dificulta la intervención de la policía.
Charles, que estaba informando, se detuvo de repente. Tragó saliva con nerviosismo, eligiendo cuidadosamente sus palabras al observar la expresión aguda de Dimus.
—Además, parece que el hijo mayor del vizconde Karin se encuentra actualmente en Elke.
Los ojos de Dimus, ya oscuros, parecieron convertirse en hielo puro. Sus labios permanecieron firmemente cerrados, pero su mandíbula delataba la fuerza con la que apretaba los dientes.
—¿Deberíamos asignar a alguien para que lo vigile, por si acaso…?
—Nunca pensé que mis subordinados creerían la tontería de una loca que dice: «La amante, añorando a un hombre que era cercano hace años, abandonó al marqués y huyó».
Charles asintió, pálido. Pensar en la «loca» que mencionó Dimus le provocó escalofríos.
Luzia, quien había difundido los falsos rumores y había sido descubierta, ahora pagaba el precio de sus acciones. Lo había llamado "una broma inofensiva", pero considerando la furia de Dimus al descubrirla, Charles sabía que debía actuar con mucha cautela.
—Por supuesto que no lo creo.
—Bien. Entonces no hay necesidad de malgastar mano de obra en eso —respondió Dimus con frialdad, mordiendo un puro antes de estrellarlo contra el escritorio con rabia.
Liv había trabajado como tutora interna para la familia Karin hace unos años, y la razón pública de su despido fue que había intentado seducir al hijo mayor. Sin embargo, esa era la versión de Karin, y en opinión de Dimus, era todo lo contrario.
Al menos, eso era lo que Dimus había concluido. ¿Pero cómo podía estar seguro?
Liv Rodaise lo había engañado y había escapado. ¿Cómo podía estar seguro de que no albergaba sentimientos secretos por el hijo desconocido del vizconde Karin?
Ella lo había engañado tan fácilmente.
La idea de que ella mirara con cariño a alguien más le revolvía las entrañas. Si el hijo mayor del vizconde Karin estuviera frente a él ahora, Dimus lo aplastaría como ese puro.
—…No le asignes a nadie que lo vigile, pero sí vigila sus movimientos regularmente.
—Sí, señor.
Había pasado menos de una semana desde que Liv había desaparecido, pero para Dimus cada día parecía un año.
Pensó que podría encontrarla al día siguiente, pero había demasiadas parejas de "hermanas" viajando en tren. Y solo más tarde se dieron cuenta de que deberían haber buscado hermanos en lugar de hermanas.
Aun así, no era seguro que Liv hubiera ido a Arburn. Si no lo había hecho, significaba que se había bajado en una de las estaciones de la línea Arburn. Sin forma de determinar la estación exacta, tuvieron que registrarlas una por una, una estrategia poco práctica.
Era demasiado ineficiente. Sin una guía adecuada, perseguir sin rumbo solo conduciría al fracaso.
Dimus se presionó las sienes y murmuró para sí mismo:
—Dinero, medicinas, armas.
Tras revolucionar la casa de Liv, descubrió que solo se había llevado esas tres cosas. Al principio, Dimus supuso que no llegaría muy lejos solo con eso.
—…Dinero, medicinas, armas…
Dimus repitió las tres palabras una y otra vez, entrecerrando los ojos.
Liv no era ingenua; intentaría alejarse lo más posible de Buerno. Pero no podría esconderse en una zona rural tranquila.
Porque no estaba sola.
—Corida Rodaise.
Una ciudad donde pudiera establecerse con su hermana Corida, que aún no estaba totalmente recuperada y necesitaba los nuevos medicamentos que se estaban distribuyendo en ese momento.
La primera condición para que un nuevo lugar pudiera establecerse sería una ciudad lo suficientemente grande como para tener acceso a esas nuevas medicinas.
¿Pero era esa la única condición?
Dimus recordó el momento en que la actitud de Liv cambió: el día en que lloró amargamente con el rostro pálido.
—En lo que respecta al futuro de Corida, no debería haberme excluido.
Con la salud de su querida hermana menor mejorando, era natural que Liv tuviera planes y consideraciones para su futuro. Antes, cuando se concentraba solo en mantener con vida a su hermana, no había lugar para tales pensamientos. Pero ahora las cosas eran diferentes. La condición de Corida había mejorado, y mientras tomara sus medicamentos, podría vivir como cualquier otra persona.
—¿Cuántas escuelas en Beren aceptan plebeyos?
—¿Disculpe?
—Investígalo.
Charles dudó por un momento, aparentemente tratando de comprender la intención de Dimus, luego asintió y se fue.
Mirando la espalda de Charles, Adolf llamó a Dimus con un suspiro.
—Marqués…
—¿Y qué pasa con Eleonore?
—Siguen siendo cautelosos. Parece que tampoco comprenden del todo la situación.
—Idiotas. Quizás debería mostrarles lo que pasa cuando confías en Malte.
A Dimus nunca le importó con quién se aliaban. Todo este caos se debía a que Eleonore unió fuerzas con Malte, intentando adaptarse a la política internacional, pero Dimus hablaba como si fuera puramente resultado de un error de juicio personal de Camille Eleonore.
Adolf, con la mirada preocupada, habló con cautela:
—¿Está planeando tomar medidas serias?
—¿Medidas serias?
—Si descubren lo que tiene, todo lo que han construido hasta ahora perderá su sentido.
—¿Qué clase de vida han tenido para que siquiera se den cuenta, atrapados en este lugar remoto?
Adolf no tuvo respuesta a esa amarga réplica y cerró la boca. Dimus lo saludó con irritación.
Tras despedir a ambos ayudantes, Dimus se quedó solo en su oficina, absorto en sus pensamientos. El último lugar donde había visto a Liv fue allí. Naturalmente, la imagen de Liv de aquel día le vino a la mente.
Ella se había aferrado a él inesperadamente, su rostro sereno pronunciaba palabras dulces con facilidad; había sido extraño.
Si ella hubiera sido una espía enemiga que intentara quitarle la vida, él le habría ofrecido su cuello con gusto. Para alguien que había sobrevivido a territorio enemigo, eso habría sido un error fatal.
No debería haberla dejado actuar así desde el principio. No debería haberse quedado mirando, asumiendo que ella entendía su lugar.
Debería haberle demostrado que era solo Dimus quien decidía si su relación continuaba o terminaba.
¿Podría haberle hecho lo mismo a Camille para obtener su ayuda?
Solo habían pasado poco tiempo a solas juntos, no lo suficiente como para hacer algo significativo, pero para alguien como esa debilucha de Camille, incluso un momento era más que suficiente.
Y había muchas maneras de conseguir lo que querías sin llegar al límite. El propio Dimus le había enseñado que había maneras fáciles y rápidas de satisfacer el deseo de un hombre sin desnudarse.
Sus pensamientos se salieron de control.
—Maldita sea.
La maldición se escapó de sus labios mientras imaginaba a Liv arrodillada frente a Camille, abrazando su cuello, susurrando suavemente con su frágil voz, o incluso simplemente parada frente a otro hombre, sonrojándose como lo había hecho frente a él.
Si ella se hubiera parado así delante de otro hombre, o si hubiera planeado hacerlo en el futuro…
Apretando los dientes, Dimus fulminó con la mirada el escritorio que tenía delante. Por mucho que repitiera que pronto la atraparía, su ira se negaba a amainar.
Al final, se levantó violentamente. Salió de su oficina, encaminándose a la sala de exposiciones subterránea, el lugar al que siempre iba para calmar su mente.
Athena: Yo estoy disfrutando tu ira y frustración jajaja.