Capítulo 129

Dimus regresó a la cama con un vaso de agua, completamente desnudo.

A pesar de que su cuerpo brillaba con fluidos y estaba marcado con un tono rojizo, seguía luciendo impresionante. Liv se sorprendió mirándolo, cautivada. Por un instante, creyó entender por qué él había admirado su desnudez.

Por supuesto, su cuerpo nunca podría ser tan perfecto como el de él.

—Gracias.

Liv aceptó el vaso y apartó la mirada. Se fijó en las largas piernas de Dimus a su lado, sus muslos musculosos y, debajo, su rodilla. Durante el sexo, nunca le había prestado mucha atención a sus piernas, pero ahora veía una enorme cicatriz allí.

Las cicatrices en su torso eran sombrías, pero el largo desgarro en su rodilla lucía particularmente espantoso. Debió de ser una herida terrible para dejar una cicatriz tan grande después de tanto tiempo.

Dimus notó dónde había aterrizado su mirada y suspiró suavemente.

—Ah.

A diferencia de las otras cicatrices, de las que había contado historias de inmediato, no explicó esta. Se miró la rodilla con el ceño fruncido y una marcada tristeza en los ojos.

—No tienes que contármelo.

Aunque Liv sentía curiosidad, no quería entrometerse. Dimus se había esforzado mucho por compartir todo lo que podía de sí mismo. Apenas habían empezado a verse de verdad, y ella no quería arruinarlo siendo demasiado codiciosa.

Dimus entrecerró los ojos ante sus palabras, luego, después de alguna vacilación, comenzó a hablar lentamente.

—Mi última batalla.

Su voz era diferente a la de antes; ya no era el tono distante de quien narra un suceso lejano. En cambio, era como si estuviera describiendo algo ocurrido el día anterior, con un tono tenso y pesado.

—…Debió haber sido una lesión grave.

—Dijeron que si el tratamiento se hubiera retrasado aunque fuera un poquito, no habría podido caminar. Pero, considerando lo ocurrido, me recuperé bien.

Aunque todavía llevaba bastón, podía desenvolverse en la vida diaria sin mucha dificultad; eso ya era un milagro. Liv se quedó mirando la cicatriz en su rodilla, sintiendo que debía haber algo más detrás que una simple lesión grave. Pero no se atrevió a preguntarle toda la historia.

Al notar su vacilación, Dimus sonrió.

—Si te lo digo, ¿me ganaré tu compasión?

—Te lo dije, yo…

—Fue una operación para asaltar el campamento enemigo.

Dimus comenzó a hablar con un tono casual.

—El pueblo estaba ardiendo, habían caído bombas y lo único que quedaba eran los cuerpos de los refugiados.

Los ojos de Liv se abrieron de par en par, sorprendida. Aunque nunca había estado cerca de un campo de batalla, al menos sabía que los soldados no debían dañar a los civiles.

—¿Por qué…?

—El comandante quería gloria y actuó basándose en información errónea. Era una trampa, y en cambio nos tendieron una emboscada. El ayudante de ese comandante insensato asumió la culpa por no haberlo apoyado adecuadamente y renunció.

La explicación de Dimus era sencilla, pero la magnitud del evento era todo lo contrario. Liv podía imaginar fácilmente que las partes omitidas estaban llenas de complejidad.

Había dicho que era su última batalla. Entonces, quizás el asesor que renunció fue...

—Pasó justo antes de que dejara de trabajar para ese idiota. Todo quedó en cenizas.

Chasqueando la lengua, Dimus miró el vaso que Liv tenía en la mano. Ella lo vació ante su tácita insistencia, y él tomó el vaso vacío y lo colocó en la mesita auxiliar.

La mano de Dimus la rodeó suavemente por la cintura, dejando claras sus intenciones. Quería continuar lo que habían interrumpido, pero Liv no podía dejarse llevar fácilmente de nuevo.

—Siento que te hice recordar algo doloroso.

—Si así te sientes, ten compasión de mí. Mejor aún, quédate a mi lado y cuídame.

Murmurando con indiferencia, Dimus hundió la cara en el cuello de Liv. Lamió su piel lentamente, succionándola hasta que su cuerpo frío volvió a calentarse.

El tiempo del placer aún no había terminado.

Stephan pensó que Dimus le había robado la gloria.

Siempre había empujado a Dimus a los campos de batalla más peligrosos, pero de repente decidió liderar un ejército él mismo, desesperado por el reconocimiento. Tras ver a Dimus ganarse elogios repetidamente, Stephan supuso que él podría lograr lo mismo si simplemente iba al frente.

Cuando Dimus se enteró de que Stephan había llevado soldados para atacar al enemigo, ya era demasiado tarde.

Stephan había aplastado brutalmente la aldea como para aterrorizar al enemigo. Cuando Dimus llegó con la segunda oleada, encontró charcos de sangre, un hedor insoportable y edificios en llamas.

Stephan, quien apenas tenía experiencia en batalla, estaba extasiado tras la masacre unilateral, y los soldados estaban convencidos de haber matado a enemigos disfrazados. Creían que su ataque había sido impecable, y por eso no habían encontrado resistencia.

Pero el problema no terminó ahí. El verdadero enemigo pronto atacó a aquellos ebrios de victoria. Solo entonces Stephan se dio cuenta de la gravedad de su error.

—¡Dimus! ¡Protégeme! ¡Necesitamos refuerzos!

Stephan escapó a duras penas con la ayuda de Dimus, pero en lugar de pedir refuerzos, se ocultó en la base trasera segura durante días, reforzando sus defensas. Incluso impidió que Dimus fuera a ayudar a los soldados atrapados, ordenándole que se quedara y lo protegiera.

Al final, los soldados aislados fueron aniquilados y el error de Stephan y la derrota fueron atribuidos enteramente a Dimus.

La última batalla fue la más vergonzosa y horrible que Dimus había librado jamás. Debería haber matado a Stephan y haberlo hecho parecer un accidente. Habría sido mejor salvar a un solo soldado más que proteger a un comandante tan inútil.

Las consecuencias de la decisión equivocada de ese momento fueron demasiado graves. Fue entonces cuando Dimus empezó a sentir hormigueo por todo el cuerpo. Empezó a tener pesadillas llenas de gritos y sangre, alucinaciones que lo atormentaban cada noche.

—…mus.

Cada vez que le dolía la rodilla sin motivo, las pesadillas eran aún peores. Ni siquiera las pastillas para dormir le ayudaban esas noches.

—…Dimus.

La vida había perdido su sentido. Perder su propósito de la noche a la mañana ya era bastante malo, pero Dimus también había perdido las ganas de vivir. Vagando de un campo de batalla a otro, finalmente se vio confinado a la fuerza en un tranquilo campo, una vida que lo hacía sentir aún más impotente. Vivía bajo el peso de esa paz monótona.

No, había sido monótono, pero ahora era un poco diferente.

—¡Dimus!

Sobresaltado, Dimus abrió los ojos y vio la habitación oscura. Podía oír débilmente el sonido de la lluvia afuera.

Hacía mucho tiempo que no sentía que despertaba de verdad. Su sueño había consistido principalmente en una serie de siestas breves, interrumpidas por sacudidas repentinas, como si lo quemara el fuego.

Dimus miró a su lado. Sintió calor: el cuerpo de otra persona, a quien inconscientemente abrazaba con fuerza.

—¿Estás bien?

Liv lo miraba con preocupación. Aunque la habitación estaba en penumbra, estaba lo suficientemente cerca como para que él pudiera ver claramente su expresión.

Ella estaba preocupada por él.

¿Preocupada?

¿Estaba soñando? Dimus apartó con suavidad el cabello que le caía sobre la frente. La sensación bajo sus dedos le indicó que ese momento era real.

Liv, brevemente nerviosa por su repentino toque, bajó la cabeza torpemente.

—Parecía que estabas teniendo una pesadilla, así que te desperté.

—…Ya veo.

Para Dimus, no era nada inusual, pero para Liv parecía ser diferente. En Buerno, había dormido plácidamente con ella a su lado, y en Adelinde, no había dormido lo suficientemente profundo como para tener pesadillas. Esta era la primera vez que ella veía cómo eran realmente sus noches.

Nunca antes le había mostrado su lado vulnerable a nadie. Incluso después de reencontrarse con Liv, no tenía intención de revelarle esa parte de sí mismo.

Pero ahora, en ese momento, Dimus se dio cuenta instintivamente de que su inestabilidad podría serle útil.

—Por eso siempre tomo las pastillas.

—¿Es un efecto secundario?

—Ha sido así desde que me dieron el alta, así que probablemente…

El rostro de Liv se ensombreció aún más. Dimus apenas logró reprimir una sonrisa. Era tan tierna que no podía dejarla ir. Tenía que mantenerla cerca, para que no desperdiciara su bondad donde nadie la apreciara.

—Pero nunca vi eso en Buerno.

—Estaba en paz contigo a mi lado.

Como no era del todo mentira las palabras fluyeron con facilidad.

—¿Y ahora?

—Debí de tener una pesadilla porque me recordó el pasado. Pero mientras estés a mi lado así, estaré bien.

Sus palabras implicaban que, sin ella, sus noches siempre serían así. Normalmente, Liv habría pensado que exageraba, pero tras presenciar su pesadilla, asintió con seriedad.

—¿Será realmente suficiente?

Dimus no pudo contener más sus emociones y la abrazó con fuerza. Su rostro se apretó contra su firme pecho, y aunque ella se retorció incómoda, él no la aflojó. La besó suavemente en la coronilla, murmurando en voz baja.

—Eso es suficiente para mí.

Dimus tenía la sensación de que, si se dormía ahora, por fin conseguiría unas buenas horas de descanso.

Y cuando despertara, Liv todavía estaría allí a su lado.

Estaba seguro de ello.

 

Athena: No puedo juzgarlo, creo que yo haría lo mismo jajajaja.

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