Capítulo 53
—Lascivo.
Los labios rojos e hinchados de Liv, ligeramente tumefactos por el beso brusco, aparecieron a la vista. No pudo distinguir si el fluido que los manchaba era su saliva, la de ella o su jugo de amor. Quizás eran las tres cosas a la vez.
¿Cómo podía algo sentirse tan erótico?
—Lascivo, maestra.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro de Dimus. Liv, jadeando y con dificultad para recuperar el aliento, lo miró con la mirada perdida.
Sus ojos, aún teñidos de emoción, lo miraban sin pestañear, con las mejillas enrojecidas. Parecía como si hubiera sido hechizada por la magia.
Liv, mirando a Dimus sin parpadear, murmuró como si hablara consigo misma:
—Tú eres el que...
La frase estaba incompleta, pero le bastó para comprender. Dimus sonrió con sorna, como si le pareciera divertido, y se desabrochó los pantalones. La mirada de Liv se dirigió naturalmente a ese punto.
Liv, que hasta entonces había estado aturdida, abrió los ojos de par en par, sorprendida. Paralizada, con la mirada fija en él, balbuceó:
—¡Espera, eso es demasiado...!
—Ja…
En cuanto se bajó la cremallera del pantalón, su pene saltó hacia adelante, impactando su sexo. No hizo falta tocarlo más: ya estaba completamente erecto y de un tamaño imponente. Agarrando el miembro, Dimus frotó la punta contra su entrada, deslizándola lentamente sobre sus pliegues. Las caderas de Liv se estremecieron como si hubieran sufrido un temblor.
—¡No puedes, no puedes ponerlo!
Dimus ignoró la súplica de pánico de Liv. Sujetó firmemente su cintura, que se retorcía, y la miró brevemente a los ojos.
—Puedo ponerlo.
El glande hinchado se abrió paso lentamente hacia la entrada herméticamente cerrada. Dimus y Liv permanecieron mirándose fijamente.
—Después de todo, este agujero está destinado a esto.
El enorme eje la penetró de repente. Su enorme tamaño la penetró de golpe, sin piedad, dejando a Liv sin poder siquiera gritar. Sus labios, entreabiertos, solo tragaron aire seco antes de cerrarse. Las lágrimas, que parecían haber desaparecido, volvieron a fluir.
Dimus se detuvo, mirándola, jadeando como un pez empalado en una lanza. Él también había sentido una sensación abrumadora que lo conmocionó momentáneamente tanto como a ella.
La carne caliente y estrecha lo apretaba con fuerza. La fuerza con la que ella apretaba su pene era dolorosa y extremadamente estimulante.
—Uf…
Dimus exhaló profundamente, liberando la excitación con su aliento. Se inclinó y le dio un beso en los labios temblorosos, y Liv lo rodeó con los brazos desesperadamente. Aceptando su abrazo, Dimus la besó profundamente y luego dejó que sus labios se deslizaran hasta su oreja.
—Si no te relajas, maestra, creo que se me romperá la polla.
—N-no es tan fácil… ¡ngh!
Dimus, que había recuperado algo de compostura, echó las caderas ligeramente hacia atrás y volvió a embestir con fuerza. Aunque sus entrañas estaban algo lubricadas, aún estaban tensas y secas, probablemente debido a su nerviosismo. Apretando los dientes, le frotó suavemente el bajo vientre.
La idea de que su polla estuviera enterrada dentro de ese pequeño vientre envió una oleada de placer a la parte superior de su cabeza.
¿Mejoraría después de sólo una vez?
Se dio cuenta de que su pensamiento anterior —que una vez sería suficiente— había sido ingenuo y demasiado relajado.
¿Sólo una vez?
—¿Cómo te sientes, maestra?
—Ugh…
—No puede ser sólo doloroso.
Dimus podía sentir las convulsiones en su bajo vientre a través de la palma de la mano. Parecía absurdo, pero sentía como si su vientre, antes plano, ahora estuviera ligeramente abultado.
Imposible.
Pero tal vez si empujara un poco más, realmente sobresaldría.
—Por favor, quédate quieto un momento…
Liv jadeaba, suplicando. La plenitud en su interior le dificultaba incluso respirar. Permaneció increíblemente tensa, su cuerpo se tensó aún más.
Mientras Dimus consideraba si ignorarla y continuar, decidió ser generoso. Le frotó el costado suavemente.
El sudor perlaba su piel mientras él aplicaba presión y movía los dedos con firmeza.
—Maestra.
—Ngh.
—Describe lo que estás sintiendo.
Su mano, que le acariciaba el costado, se deslizó aún más hacia atrás, ahuecando su suave nalga. Apretándola con fuerza, Dimus habló rápidamente en voz baja:
—Si tienes una buena razón para que pare, lo consideraré. Convénceme.
Liv, que había mantenido los ojos cerrados con fuerza, los abrió con cautela. Sus pestañas, empapadas de lágrimas, parpadearon mientras intentaba recuperar el aliento.
Ella parecía inocente, sin darse cuenta de que cada exhalación sin aliento solo lo excitaba más.
—Siento el bajo vientre demasiado lleno; me cuesta respirar…
—Está apretado, así que debemos seguir moviéndonos para aflojarlo.
—E-eres demasiado fuerte, podría romperse…
—El cuerpo humano no se desgarra tan fácilmente. Es más resistente de lo que crees.
Dimus agarró la mano de Liv y la colocó sobre su vientre. Al obligarla a presionar, la respiración de Liv se volvió entrecortada.
Jadeando, Liv habló con urgencia:
—Dijo que también le duele, marqués, así que tal vez deberíamos tomarlo con calma.
—Puede parecer que se va a romper, pero no duele.
Al darse cuenta de que, dijera lo que dijera, Dimus no se retractaría, Liv lo miró con resentimiento. Al ver su expresión, Dimus sonrió cálidamente. Su sonrisa hizo que Liv se relajara un momento, y su rostro se relajó.
Dimus no desaprovechó ese instante fugaz: movió las caderas. Su pene, que había estado retirado, se hundió de nuevo en ella sin dudarlo un instante. Sus paredes internas lo aferraron con fuerza, con espasmos en respuesta.
Los brazos de Liv se apretaron instintivamente alrededor del cuello de Dimus. Mientras sus implacables embestidas continuaban, su cuerpo se elevaba ligeramente con cada embestida.
—¡Ngh, ah!
Dimus la sujetó por el hombro, moviendo su cuerpo sin dejarla escapar. Liv, que había intentado apartarlo sutilmente subiendo, se vio obligada a aceptarlo.
Sus labios, mordidos por la vergüenza, finalmente dejaron escapar un grito involuntario. Un gemido agudo, cargado de todo tipo de emociones.
Era claramente diferente de los gritos del campo de batalla.
—¡Ah, despacio, marqués, por favor!
Su voz corta e interrumpida estaba llena de súplica. Pero Dimus se concentró únicamente en mover las caderas, ignorando sus palabras. Gotas de sudor, que se habían estado formando en su cabello platino, cayeron sobre su cuerpo sonrojado.
El cuerpo de Liv, que había estado tirando inútilmente del cuello de Dimus, se convulsionó de repente. Ocurrió justo cuando él forzó su pene completamente dentro, hasta la raíz. Dimus instintivamente siguió esa reacción, acelerando sus embestidas.
Cada vez que él la penetraba profundamente, Liv se estremecía como si se hubiera electrocutado, con las piernas temblorosas. Instintivamente, rodeó la cintura de Dimus con las piernas sin que él las levantara.
Las paredes internas, antes secas, se volvieron más resbaladizas. A medida que su tensión disminuía, la prueba de su excitación se hizo evidente. Su lubricación le facilitaba los movimientos, y el sonido de la carne rozando contra la carne se mezclaba con su respiración agitada.
—¡Ah!
Liv dejó escapar un grito breve, abriendo la boca de par en par. El sudor le corría por la garganta expuesta, arqueada hacia atrás. Dimus mordió su garganta enrojecida, sintiendo su pulso acelerado bajo sus labios.
—Es como si este agujero hubiera sido hecho sólo para mi polla.
Un espacio tan perfectamente acogedor y placentero.
Mientras él le mordía el cuello, como si intentara estrangularla, Liv tartamudeó con voz temblorosa:
—N-no digas cosas así.
—¿Demasiado crudo?
Dimus rio entre dientes contra su cuello. A pesar de la abrumadora excitación de Liv, no mostró piedad y continuó con sus feroces movimientos. Sin embargo, la voz que le susurró al oído permaneció tranquila y racional.
—¿Pero qué puedo hacer?
Aunque su aliento llevaba el calor de la excitación, Dimus aún se controlaba. Enfrentaba racionalmente la lujuria que sentía.
—Es la verdad.
Y así lo aceptó racionalmente: el hecho de que su deseo por esta mujer era mayor de lo que había imaginado.
Su padre había dicho una vez: “Dios debe haberte enviado a mí”.
Dimus nunca se había reído con tanto desprecio de nada en su vida. Había asumido que, como sacerdote, su padre interpretaba cada situación de la manera más conveniente.
Pero ahora, para su sorpresa, Dimus comprendió por qué su padre había dicho palabras tan absurdas. Tenía sentido, conocer a alguien tan idóneo para ese momento preciso.
—¡Ah, marqués, qué raro se siente, ah!
En ese preciso instante, él lo era todo para ella. Era su dios, su único apoyo.
—Este agujero fue hecho para mi polla y se siente bien, claro que sí.
—Ah, ah…
—Recuerda esta sensación. Disfrútala. El placer no es vergonzoso.
Liv, incapaz de contener su excitación, frotó sus labios contra la mejilla de Dimus.
Como un niño inocente que recibe orientación, Dimus susurró suavemente:
—Si no lo sabías, puedes aprender ahora.
Su pene, rojo e hinchado de sangre, ansiaba liberarse. Dimus mordió con fuerza el hombro de Liv, presionando sus cuerpos completamente.
Si alguien recibiera una revelación divina, así debía sentirse. Fue como si un rayo blanco le atravesara la mente. Nunca había sentido tanta certeza.
«Dios debe haberme enviado a esta mujer».
Athena: Vaya, eso fue… intenso. He ido cambiando un poco la forma de Liv de hablar de formal a informal dada la situación… supongo que es fácil que se pueda perder la compostura.