Capítulo 82
—Hermana…
Liv, que había estado calculando mentalmente la distancia al teatro y mirando repetidamente el reloj sobre la mesa, se giró para mirar a Corida. Corida se sujetaba las mejillas sonrojadas con ambas manos.
—Hermana, eres tan hermosa…
—¿Qué se supone que significa eso?
—¡Lo digo en serio! ¡No hay nadie tan guapa como tú en el teatro hoy! ¡El marqués probablemente no podrá prestar atención a la ópera en absoluto!
Liv finalmente se echó a reír de Corida, quien usaba cada palabra que conocía para halagarla. La mirada de Corida había perdido toda objetividad, y Liv supuso que más de la mitad de lo que decía era exagerado... pero aun así fue agradable escucharlo.
Bueno, es cierto que hoy el día era especialmente elegante en comparación con lo habitual.
Liv se miró al espejo. Su rostro, antes pálido, lucía bastante bien gracias al maquillaje, y en lugar del habitual cabello recogido, llevaba ondas sueltas. El accesorio para el cabello era bastante sencillo, pero las demás joyas eran tan lujosas que la simplicidad creaba un buen equilibrio.
La forma del collar que le cubría el cuello y la clavícula la obligaba a usar un vestido que dejaba al descubierto los hombros. Comparado con su atuendo habitual, era bastante revelador, pero era un estilo en boga entre la clase alta.
El vestido, de suave seda color crema, se ceñía firmemente a la cintura y realzaba sutilmente su figura. Sin la capa que lo acompañaba, no se habría atrevido a salir.
—¿Cómo están los zapatos? ¿Te duelen?
Naturalmente, se había comprado zapatos nuevos cuando se hizo el conjunto. Eran tan sencillos que combinaban con su vestido a medida. No eran tan cómodos como los desgastados a los que Liv estaba acostumbrada, dada su altura y horma inusuales, pero era imposible que usara zapatos viejos de cuero con un conjunto como este. Habría sido un desastre si se asomara siquiera un poco de los zapatos viejos bajo el dobladillo.
—Los zapatos se vuelven cómodos cuanto más los usas, así que tendré que caminar mucho hoy.
No importa lo que haya sido, la práctica hace al maestro.
Así que probablemente también sería más fácil salir de casa con esta vestimenta con el tiempo.
Entrar antes de que empezara la ópera significaba encontrarse con mucha gente.
Así que planearon deliberadamente su entrada para justo después del comienzo de la función. Sin embargo, por alguna razón, llegaron al teatro un poco antes de lo previsto.
Dimus estaba sentado en el carruaje, mirando distraídamente por la ventana. Liv aún no había llegado, y afuera, los invitados que habían venido a ver la ópera estaban ajetreados. Con el brillante teatro como telón de fondo, cada invitado lucía extravagante y elegante. La mayoría parecían ser nobles o miembros de la alta sociedad adinerada.
Dimus imaginó a Liv parada entre ellos.
Hasta ahora, la Liv que había visto siempre vestía con modestia y sencillez. Incluso cuando la conoció en la baronía de Pendence, así era. Su ropa para la tutoría era probablemente la mejor que llevaba, pero no ocultaba los puños desgastados ni el dobladillo deshilachado por años de uso.
La idea de que Liv estuviera allí vestida así le parecía tan fuera de lugar que lo hizo suspirar.
Le había dado ropa para vestir y joyas para lucir. Seguramente, no se obstinaría en venir vestida con su atuendo habitual, dejando que su modestia la dominara.
Dimus se arrepintió de no haber pasado antes por su casa para confirmarlo. Era una sensación inusual en él, tan inusual que casi resultaba impactante, pero no era consciente de su propio estado de ánimo.
Todavía tenía tiempo: ¿debería dar la vuelta al carruaje ahora?
—Marqués.
Los pensamientos cada vez más peculiares de Dimus fueron interrumpidos por Charles. Con un abrigo oscuro y el cuello subido, Charles se acercó a la ventanilla abierta del carruaje.
Tras asegurarse de que nadie de afuera le prestara atención, subió rápidamente al carruaje. Cerró la ventana para que nadie oyera su conversación y comenzó su informe.
—Hemos confirmado que Lady Malte está en camino hacia aquí.
Dimus frunció el ceño de inmediato.
—¿Has descubierto quién filtró mi horario?
—Sí, Sir Roman ya se ha encargado de ese individuo.
—Finalmente está demostrando su competencia.
La mayoría de las personas bajo el mando de Dimus llevaban mucho tiempo con él. Especialmente sus allegados, como ayudantes, soldados rasos y algunos empleados clave, estaban vinculados a él desde su época en el ejército. Charles y Roman también formaban parte de la trayectoria de Dimus como asesores militares.
Roman, en particular, había demostrado su destreza en combate real. Por eso, Dimus le había confiado la seguridad general, incluyendo su protección personal.
—Si es necesario, se revelará aquí-
—¿Luzia Malte?
Al detectar la sospecha en la voz de Dimus, Charles explicó en tono rígido:
—Parece que la anulación de su compromiso con la familia Zighilt terminó mal.
—Ah, entonces necesita un escándalo. —Dimus torció los labios en una sonrisa sardónica—. No es mala idea. Usar mi nombre sin duda irritaría a Stephan Zighilt.
Aunque ya no estaban comprometidos, avergonzarlo públicamente de esa manera, ella no tenía ningún reparo en hacerlo.
Bueno, Luzia Malte siempre había sido así. Rápida para cambiar de postura, siempre maniobrando con astucia.
Por supuesto, su intención con el escándalo no era solo desviar la atención de su compromiso roto. Dimus comprendió fácilmente la ventaja que buscaba.
—Parece que Malte está segura de que el cardenal Calliope se convertirá definitivamente en Gratia.
El hecho de que ella intentara provocar un escándalo que involucrara a Dimus demostró que habían hecho sus cálculos.
Hace unos años, Malte parecía favorecer las posibilidades del cardenal Augustine. Su mayor defensor había sido nada menos que Zighilt. Dimus podía imaginar fácilmente lo furioso que debía estar Zighilt ante el repentino cambio de lealtad de Malte.
Y Stephan Zighilt.
Compartían una historia tediosa y agotadora, que se remontaba a su época en la academia militar. Ni siquiera valía la pena recordarla.
—La verdad es que, con el orgullo de Malte, debía haber un límite a lo que podía tolerar de ese idiota de Stephan.
Dimus murmuró con desdén y luego miró su reloj de bolsillo. Tras fijarse en la posición del minutero, entreabrió la ventana.
La calle, que hacía un rato estaba llena de vida, ahora estaba mucho más tranquila. La ópera había comenzado.
Dimus mantuvo la mirada fija en la calle, ahora tranquila, mientras le daba una orden a Charles:
—Asegúrate de que Luzia llegue tarde, tal como estaba previsto.
—¿No sería mejor evitar que llegue por completo?
—Creo que sería más efectivo mostrarle lo hermosa que es la mujer que está a mi lado.
Charles miró a Dimus con una expresión incrédula, pero permaneció en silencio.
Cierto, Liv era una mujer hermosa, pero comparada con la belleza de Luzia Malte... la expresión de Charles dejó claro lo que pensaba. Dimus ignoró la incredulidad apenas disimulada de Charles mientras recogía el bastón que descansaba a su lado y bajaba del carruaje.
Justo al lado de su carruaje, se abrió la puerta de otro carruaje negro, que parecía recién llegado. Con un crujido, la punta de un zapato cauteloso buscó el escalón.
Era algo que él había comprado para ella.
El vestido, las joyas... todo. Dimus levantó lentamente la mirada, observando cada detalle desde los pies hacia arriba, y respiró hondo.
Contrariamente a sus preocupaciones anteriores, Liv se había vestido tal como él pretendía.
—¿Marqués? ¿Lleva mucho tiempo esperando?
Liv había estado mirando hacia abajo, asegurándose de no perder el equilibrio, y vio a Dimus un poco tarde. Lo miró con los ojos muy abiertos, luciendo un poco distinta a lo habitual. Quizás se debía a su maquillaje un poco más recargado, consciente del elegante vestido y las joyas, o quizás a su peinado, diferente de su habitual moño pulcro o sus ondas sueltas.
O tal vez fue simplemente porque ella estaba envuelta en todo lo que él le había dado.
—Me voy entonces… ¿Señorita Rodaise?
Charles, que estaba detrás de Dimus, no pudo ocultar su sorpresa y saludó a Liv. La mirada de Liv pasó de Dimus a Charles.
Hasta ahora, Adolf siempre había sido quien trataba con Liv, así que esta era la primera vez que conocía a Charles. Sin saber quién era, el rostro de Liv mostró una pizca de cautela cuando el desconocido se dirigió a ella.
—¿Quién es?
—Ah, soy… Charles, al servicio del marqués… —balbuceó Charles, inusualmente.
Dimus frunció el ceño y lo miró con frialdad.
—Déjanos.
—¿Disculpe?
Incluso en la penumbra, era evidente que el rostro de Charles se había enrojecido. La expresión de Dimus se había vuelto gélida. Al ver este cambio de cerca, Charles hizo una rápida reverencia.
—Me despido. ¡Que tenga una buena velada, marqués!
Charles se marchó apresuradamente sin mirar atrás. Dimus miró con desaprobación a la figura que se alejaba antes de volver la vista hacia Liv.
Parecía confundida por la repentina partida, observando a Charles mientras se marchaba. Dimus le tomó la mano y se la puso en el brazo.
—¿Entramos?
Liv se estremeció ante el tacto y miró el brazo que sostenía.
Athena: Me da a mí que en la mente de Charles, la Luzia esta ya no es la más hermosa tampoco…