Historia paralela 8
Dimus, momentáneamente sin palabras, ofreció una débil excusa.
—Eso solo fue un intento de atarte a mí.
—Ahora entiendo que tu forma de expresar afecto es un poco inusual.
Liv habló con una expresión sorprendentemente tranquila. No parecía alguien que intentara expresar resentimientos latentes ni lanzar una acusación tardía. Simplemente exponía los hechos, abierta y honestamente.
—Pero no fue agradable.
Y por eso, incluso sin enfadarse, le hizo imposible justificarse.
Dimus, con los labios entreabiertos, dejó escapar un suspiro leve. Lo sucedido era irreversible. Además, Liv había dejado claro que su comportamiento le había resultado desagradable. Seguir poniendo excusas solo serviría para perder el tiempo.
Dimus se decidió rápidamente.
—…Te pido disculpas por no haberte respetado. Fue un error de juicio por mi parte.
Las palabras, desconocidas para él, salieron en un tono inusualmente directo. Aun así, eran sinceras.
Ahora, Dimus había perdido toda confianza en su relación con Liv. Aunque aún tenía el poder de controlarla, no era algo que deseara usar con ella, algo que sí haría con sus subordinados. No quería que Liv fuera como ellos ni parecida a las estatuas que guardaba en su galería privada. Su deseo iba mucho más allá, y la experiencia le había dejado esto meridianamente claro.
—Ahora que he reconocido el problema, no lo repetiré.
Sus manos, que se habían detenido brevemente, volvieron a moverse lentamente, más para tranquilizar a Liv, cuyo ánimo había decaído, que para satisfacer su propio deseo.
—Por eso me he esforzado por ofrecerte lo que te gusta.
Ante sus palabras, Liv ladeó levemente la cabeza. Su larga cabellera se movió con el gesto, rozando suavemente el pecho desnudo de Dimus, como la cola traviesa de una zorra astuta que sabía lo hermosa que era.
—¿De verdad?
—Por supuesto.
—¿Qué es lo que me gusta?
Los ojos de Liv brillaron con interés.
De vez en cuando, Philip interrogaba a Dimus sobre las preferencias de Liv, como si fuera una pregunta de examen. La primera vez que Philip preguntó, Liv se sintió más avergonzada que Dimus, pero ahora tenía una expresión de intriga similar a la de Philip, esperando la respuesta de Dimus.
Esa era precisamente la expresión que Liv tenía ahora mientras estaba sentada sobre su estómago. No parecía desear que él diera la respuesta correcta, sino más bien estar expectante ante cualquier respuesta absurda que pudiera dar.
—Mi cuerpo.
Los ojos de Liv se abrieron de par en par ante su respuesta, dada sin titubear. Miró fijamente a Dimus por un instante, luego entreabrió los labios lentamente. Su cuello descubierto comenzó a sonrojarse.
Liv, moviendo levemente los labios, habló con voz avergonzada:
—…Si lo planteas así, parezco una mujer lasciva que solo desea tu cuerpo.
Dada su posición actual —Liv a horcajadas sobre él— su respuesta parecía aún más creíble.
Liv, al parecer consciente de lo sugerente de su postura, intentó deslizarse de él, moviéndose lentamente hacia un lado. Pero con Dimus sujetándola firmemente por la cintura, no pudo hacer lo que deseaba.
Cada vez que Liv movía las caderas, un calor intenso recorría su cuerpo. Dimus presionaba sutilmente su cintura, rozando su erección contra la piel desnuda de Liv, con una voz tan tranquila que resultaba casi insensible.
—Pero no fue mi personalidad lo que te enamoró, ¿verdad?
—Bueno…
Liv pareció quedarse sin palabras ante su comentario autocrítico. Se la vio tan sorprendida que olvidó su intento anterior de apartarse de él. Dimus aprovechó la oportunidad para acercarla más, ajustando su posición.
Sus suaves y turgentes pechos se apretaban contra su pecho, sus vientres se rozaban. Su glande, hinchado y húmedo por el líquido preseminal, rozaba su entrada, listo para penetrarla.
Dimus, pasando sus manos de la cintura de ella a acariciar sus suaves nalgas, de repente curvó los labios en una sonrisa pícara.
—Ah, tal vez no fue mi cuerpo, sino mi rostro.
—No, eso no es… ¡Ah!
Liv, que parecía a punto de protestar, se calló cuando él la penetró, haciendo que su cuerpo se inclinara hacia adelante. Liv también debió de excitarse mientras sus cuerpos estaban en contacto, pues sus paredes internas estaban húmedas y resbaladizas.
Quizás fue porque él entraba en ella casi todos los días.
Le fue fácil penetrarla hasta el fondo de una sola vez. Sentía como si su interior se hubiera moldeado a la perfección a su forma. Tan solo imaginar las paredes idénticas a su miembro le llenaba el corazón de una satisfacción inmensa.
Dimus se detuvo un instante con su pilar completamente enterrado. Sentirse envuelto por su calor era una sensación increíble.
Pero el momento de respiro no duró mucho. La sutil presión de sus paredes continuó estimulando sus sentidos.
—Mm, ah…
Liv, recostada sobre él, frotaba sus pechos contra su pecho, su aliento caliente contra su piel. Parecía intentar controlar su creciente excitación, pero para Dimus, solo parecía que lo incitaba.
Así que decidió acceder a su petición tácita.
—¡Ah!
Apretó las piernas, empujando hacia arriba. Su pene salió apenas un poco de la base, para luego volver a entrar. No fue un movimiento de entrada y salida explícito, pero incluso ese leve movimiento bastó, dada la fuerza con la que las paredes de ella lo apretaban.
Con cada embestida, los muslos de Liv temblaban, su lubricación se derramaba y empapaba el espacio entre ellos. Mientras se aferraba a él, gimiendo, sus labios rozaban su pecho marcado por las cicatrices.
Daba igual si fue intencional o no. Lo que importaba era que aquella pequeña y juguetona caricia había despertado algo primitivo en él.
Dimus, apoyándose sobre sus rodillas, comenzó a embestir con más fuerza. El cuerpo de Liv se desplomó completamente sobre el suyo, arqueando la espalda.
El crujido de la cama, el roce de su piel y sus jadeos llenaban la habitación. Dimus, sujetando a Liv con fuerza, clavó los dientes en su cuello sonrojado. La marca rojiza que dejó resaltaba sobre su piel caliente.
Tras lamer la marca, Dimus volvió a morder.
Le resultó fácil cubrir su cuello de chupetones, marcando desde sus hombros redondeados hasta justo debajo de la oreja. Sin embargo, incluso con la piel enrojecida, no sintió alivio, solo un hambre creciente.
Un anhelo desconocido se apoderó de mí.
Era extraño. No importaba cuánto se entregara a ella ni cuántas marcas dejara en ella, nunca era suficiente. El leve deseo parecía crecer.
Dimus lamió el borde de la oreja de Liv, con un aliento cálido. Cuando su aliento le hizo cosquillas en la oreja, Liv se estremeció y lo abrazó con fuerza, casi con desesperación.
—Ah, Dimus…
Pronunciando su nombre con voz cargada de placer, Liv besó su mandíbula y su mejilla.
—…Dimus.
—Sí.
Sus embestidas se aceleraron, y el sonido húmedo del roce de sus cuerpos se hizo más fuerte. Estaba a punto de correrse, con el miembro palpitando. Las paredes estrechas de Liv lo apretaban, y Dimus apretó los dientes, reprimiendo una maldición.
Con la voz tensa por el clímax inminente, Dimus susurró al oído de ella:
—Me llamaste. Así que dilo.
—¡Oh!
—¿Hm?
—¡Haa, ah! ¡Ah!
Ante la fuerza de su embestida, el gemido de Liv se hizo más agudo. Dimus, con los dientes apretados, gruñó en voz baja.
—Liv.
—Ja, Dimus…
Entre sus muslos temblorosos, un chorro de líquido caliente brotó. Lágrimas y sudor empaparon el rostro de Liv mientras jadeaba durante su orgasmo.
Aun cuando ella alcanzó el clímax, sus embestidas no disminuyeron, haciéndola tambalear de una ola de placer a otra. Incapaz de seguirle el ritmo, el cuerpo de Liv se relajó, y sus labios murmuraron repetidamente su nombre, aturdida.
—…Bien.
En ese instante, sus embestidas bruscas cesaron. Con su miembro profundamente dentro de ella, Dimus dejó escapar un gemido. Una oleada de calor pareció estallar en su cabeza, cegándolo momentáneamente.
Con su miembro enterrado hasta el fondo, eyaculó dentro de ella, marcándola como suya. Su pene se contrajo repetidamente, bombeando su semen profundamente. Pero lo que realmente intensificó su placer no fue la sensación física, sino el murmullo somnoliento de Liv.
Sin retirarse, Dimus preguntó en voz baja:
—¿Te gustó?
—Ah…
—Liv.
—Mmm…
Con el cuerpo inerte, Liv frotó su frente contra el cuello de él en un gesto que parecía más fruto del agotamiento que del cariño. Sin embargo, Dimus, reacio a que la cosa terminara ahí, le frotó la espalda pegajosa con insistencia, presionándola.
—¿Te gustó?
—Qué…
Sus dedos rozaron su entrada, aún llena de su pene. Comenzó a abrirla con suavidad.
—¿Te gustó tenerme dentro de ti?