Capítulo 64

Leticia no tenía energías para reconocer quién la asistía. En un estado frágil, entró en la tienda.

Fue Barnetsa quien sostuvo a Leticia. Junto con Enoch, Barnetsa la acostó cuidadosamente en un saco de dormir.

Leticia parecía haber agotado todas sus fuerzas con solo dar unos pasos. Yacía allí con los ojos cerrados, respirando con dificultad.

Al verla así, la expresión de Barnetsa era de frustración apenas contenida. Enoch decidió calmar la situación primero.

—Hermano, yo me encargaré de Su Alteza. Por favor, márchate. Tu presencia no ayuda. Si armas un alboroto como el de antes, solo empeorará las cosas. Si no tienes nada más que hacer, al menos calienta unas piedras. Las manos de Su Alteza están heladas.

—…Está bien.

Barnetsa, que había estado en silencio hasta ahora, se levantó de un salto y abandonó la tienda tan pronto como escuchó que Leticia estaba en peligro.

Enoch, sonriendo amargamente a sus espaldas, trajo una manta y cubrió cuidadosamente a Leticia.

«Ahora es exactamente lo contrario. Antes, era Su Alteza quien me cuidaba».

Mientras envolvía los brazos de Leticia en la manta, Enoch los masajeó suavemente, con la esperanza de generar algo de calor.

—Es un agradecimiento tardío, pero agradecí mucho vuestra ayuda. Nunca olvidaré la gracia de salvarme la vida. ¿Su Alteza?

No hubo respuesta. Leticia yacía allí, flácida y con los ojos cerrados.

—¡Su Alteza!

Alarmado, Enoch revisó rápidamente el pulso y la respiración de Leticia. Afortunadamente, su respiración era estable.

—Uf.

Aliviado, Enoch suspiró. Parecía haberse quedado dormida, agotada por los acontecimientos que acababan de ocurrir.

Aunque sabía que ella estaría bien después de descansar un poco, Enoch no pudo evitar sentir una profunda sensación de tristeza.

El pasado que Yulken le había revelado sobre ella seguía dando vueltas en su interior.

Cuanto más pensaba en ello, más lastimosa y desgarradora le parecía la nueva reina de su reino.

—Su Alteza, prometió protegerme a mí, a Su Majestad y al Principado, ¿no es así?

Sosteniendo con ternura su mano flácida, Enoch habló en voz baja.

—Gracias por protegernos a todos. Así que os prometo esto. A partir de ahora, es nuestro turno de protegeros, Su Alteza.

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