Capítulo 101
Por fin, los pasos que se acercaban se detuvieron justo detrás de ella. En el silencio, pudo oír su respiración.
Una respiración tranquila.
El aroma de un bosque empapado por la lluvia.
Podía sentir su presencia detrás de ella con todos sus sentidos.
Elaina se giró lentamente. El dolor en las palmas de las manos apretadas la ayudó a mantener la compostura.
—Ha pasado un tiempo.
Esta vez no hubo lágrimas. Pero tampoco sonrisa. Quería parecer más serena, pero esto era lo máximo que podía lograr.
—¿Podemos… hablar un momento?
La voz de Lyle era ronca. Su rostro estaba aún peor. Tenía las mejillas hundidas, ojeras y tez pálida. Su camisa, que antes le quedaba bien, ahora le colgaba suelta.
Lyle, conocido por su extraordinaria resistencia, nunca había mostrado signos de agotamiento, ni siquiera durante las agotadoras jornadas en el Norte. El estado de su cuerpo ahora dejaba claro cuánto se había esforzado.
Sin embargo.
Esto ya no era asunto suyo. Y lo mismo se aplicaba a él.
—No tengo nada que deciros.
Afortunadamente, la voz de Elaina salió suavemente, a diferencia de sus turbulentas emociones.
—Ese día dijimos todo lo que necesitábamos. ¿No pensasteis eso también?
—Elaina.
—Lo siento. No tenía intención de volver a veros. Debería haberle avisado a Diane con antelación, pero había mucho movimiento. Fue mi error.
Elaina se levantó el dobladillo del vestido y le ofreció a Lyle una reverencia formal. Los sirvientes a su alrededor quedaron boquiabiertos, con la respiración entrecortada. Estaban conmocionados por el comportamiento de Elaina, como si se dirigiera a un desconocido.
—Ya que nos volvimos a ver, tengo una petición. Por favor, finalizad el proceso de divorcio rápidamente. Ha pasado bastante tiempo desde que se firmaron los documentos, pero aún no se ha procesado nada. No quiero presionaros, pero tengo mis propias circunstancias. No puedo rechazar invitaciones a eventos sociales indefinidamente.
Lyle la miró en silencio antes de finalmente hablar:
—He estado ocupado. Me encargaré de ello pronto.
Desafortunadamente, su respuesta no fue la que Elaina esperaba. Su corazón se encogió dolorosamente ante sus palabras distantes. Pensó que ya no había nada que pudiera herirla, pero una sola frase de Lyle volvió a trastornarla.
—Si es así, dádmelos. Me encargo yo.
—Eso no será necesario. Y lo más importante...
Estaba a punto de pedirle un momento de su tiempo cuando el sorprendido mayordomo interrumpió su conversación.
—E-esperen un momento. ¿Qué están diciendo? ¿D-divorcio? Eso no puede ser cierto... ¿Verdad? Esto no es...
Los labios del anciano mayordomo temblaron. Abrumado por la conmoción, sus piernas cedieron y se desplomó en el suelo. Unas criadas corrieron a sostenerlo.
Fue entonces cuando Elaina se dio cuenta de que el mayordomo había estado cerca todo el tiempo. Apretó los labios. No quería causarle más sufrimiento al anciano mayordomo.
—Diane, vámonos.
Elaina habló en voz baja, sin levantar la mirada. No quería ver más a Lyle.
—Un momento. Tengo algo que decir.
Al darse la vuelta para irse, la mano de Lyle la agarró del hombro. Elaina le apartó la mano de inmediato.
—Os lo advierto: no me toquéis.
Su voz era firme y sus palabras cortantes como una cuchilla.
—Ya no tenéis ese derecho.
El carruaje de Winchester partió. Diane, que había estado mirando a Lyle con enojo, Nathan, que se encontraba en medio con expresión nerviosa, y finalmente Elaina, desaparecieron de su vista.
Después de ordenarle al mayordomo que descansara, Lyle se retiró a su estudio.
—¿De verdad se están divorciando…?
—¿Cómo es posible? Nunca había visto a la señora tan furiosa...
—Me impactó aún más la reacción del Maestro. Parecía completamente impasible ante lo que ella dijo.
Una de las criadas, desanimada por la actitud fría de Lyle, negó con la cabeza.
—Exactamente. Ahora que lo pienso, desde que la señora se fue, solo ha estado durmiendo en su estudio.
Los dos habían compartido una habitación y su relación era cálida y afectuosa.
—Desde que la señora se fue, no ha vuelto a pisar esa habitación. Ahora sabemos por qué.
Ante esas palabras, otro sirviente se quedó sin aliento al darse cuenta.
—Es increíble. Pase lo que pase, después de tanto tiempo juntos, ¿cómo puede seguir adelante tan fácilmente?
Algunos incluso lloraron, evidente su decepción. Aunque nadie lo expresó en voz alta, todos los sirvientes de la mansión Grant asintieron en silencio.
Sin embargo, al regresar al estudio, Lyle distaba mucho de estar en un estado normal, contrariamente a lo que creían los sirvientes. Aunque no se notaba en el exterior.
—Ya no tenéis ese derecho.
Él lo sabía. Lo que le había hecho era un acto imperdonable. Aunque hubiera sido para proteger a Elaina de convertirse en el objetivo del marqués, había cortado lazos con ella sin ninguna explicación.
Pero confirmar con sus propios ojos que ella realmente lo despreciaba fue un dolor más allá de lo que se había preparado para soportar.
Lyle estaba sentado en su silla, con la mirada perdida en el techo. Se sentía como si hubiera regresado al campo de batalla, atrapado en la niebla, buscando una salida, rodeado de enemigos. Esa misma sensación sofocante de no poder avanzar ni retroceder lo invadió.
¿Debería haber sido honesto con Elaina?
No. Lyle la conocía demasiado bien. Si le hubiera contado todo, no le habría guardado rencor, pero la habría puesto en mayor peligro.
Si tan solo hubiera sido como otras nobles que esperaban la protección de los hombres, las cosas habrían sido más fáciles.
Pero Elaina era la mujer más valiente que Lyle había conocido. En lugar de quedarse atrás para que la protegieran, nunca dudó en arriesgarse por sus seres queridos.
Fue Elaina quien le propuso matrimonio para proteger a Diane. Considerando su infame reputación en aquel entonces, ninguna dama noble se atrevería a sugerirlo, ni siquiera en broma.
Y ahora, no podía predecir qué riesgos podría correr ella por él.
Si no lograba protegerla cuando llegara el momento...
Lyle cerró los ojos. Ante la disyuntiva entre el mal menor y el mayor, la decisión era obvia.
Así que estuvo bien. Que Elaina la odiara y lo resintiera era mucho mejor que perderla para siempre.
La forma en que ella le había quitado la mano de encima, como si estuviera espantando un insecto repugnante...
Al final, Lyle no pudo llamarla.
—Os lo explicaré bien. No os preocupéis demasiado, por favor.
Al salir de la mansión, Nathan tranquilizó a Lyle. Con la esperanza de que Nathan convenciera a Elaina, Lyle dejó escapar un profundo suspiro. Más allá de su figura que se alejaba, el cielo del atardecer se tiñó de un tono carmesí, como sangre derramada.
Al llegar a la mansión Winchester, Nathan le contó su conversación con Lyle a Elaina y Diane.
—Entonces, Nathan, ¿estás diciendo que Su Gracia está actualmente obstruyendo los negocios de mi padre?
—Por lo que tengo entendido, sí.
—¿Pero por qué?
Diane miró a Nathan con incredulidad. La relación entre ambas familias nunca había sido cordial, pero no había razón para una hostilidad tan manifiesta.
Ni siquiera Nathan conocía los detalles exactos. Simplemente transmitía lo que había inferido de su conversación con Lyle.
—Su Gracia quiere que Elaina renuncie a los derechos de uso de la medicina. Y estoy de acuerdo con él.
Si Elaina presentara una patente y monopolizara el medicamento ahora, arrinconaría al marqués Redwood.
El marqués de Redwood se encontraba en una situación precaria. Al haber descuidado la administración de sus propiedades, la mayor parte de su riqueza provenía de negocios. Pero con el colapso de las empresas en las que había invertido, el golpe financiero fue innegable.
—Incluso el hecho de que nos haya invitado a Diane y a mí a su finca demuestra lo desesperado que está. Esto significa que se ha visto envuelto en una situación realmente peligrosa. Elaina, lo mejor sería seguir el consejo de Su Gracia y dejarlo pasar.
Una vez resuelto el asunto, podrían volver a tratar la cuestión de los derechos de propiedad más tarde. Si actuaban imprudentemente ahora, quién sabía qué le haría el marqués Redwood a Elaina.
Sin embargo, incluso después de escuchar el argumento racional de Nathan, Elaina negó firmemente con la cabeza.
—No.
—¿Qué?
—Este fue un trato entre tú y yo, Nathan. Lo que sea que haya dicho Lyle, es mi decisión. Sabes que nos vamos a divorciar, ¿verdad? Lyle Grant ya no tiene derecho a meterse en mis asuntos.
—Elaina, creo que Su Gracia tiene sus razones, tal vez para protegerte.
Nathan tenía intención de decir eso, pero fue interrumpido.
Elaina golpeó la mesa con la mano.
—¡Eso es justo lo que más odio!
Su voz se elevó ligeramente.
—¿Le preocupa que corra peligro por culpa del marqués Redwood? ¿Por qué? ¿Por qué?
—Eso es…
—¿Ves? Ni siquiera tú lo sabes. Eso es lo que más me enoja. No explica nada, pero espera que siga sus decisiones ciegamente. ¡Qué arrogancia!
Ella se levantó bruscamente.
—Gracias por explicarme, Nathan. Me has ayudado a organizar mis ideas. Pero esta es mi decisión. No renunciaré a la patente.
La frialdad en su voz dejó claro que no habría más discusión sobre el asunto.
Nathan miró a Diane consternado, pero incluso ella dudó en hablar. Creía conocer bien a Elaina, pero nunca la había visto tan furiosa.
Athena: Pues es que es lógico. Claro que no va a ceder los derechos a nadie, menos ahora. Aquí cada uno actúa por la cuenta de ella, pero no dejan a ella decidir. Obvio que se va a negar.