Capítulo 106
—¿Dónde está ella?
La puerta del estudio de Lyle se abrió de golpe. Knox miró rápidamente a su alrededor, con voz apremiante.
—¿Dónde está? Oí que mi cuñada estuvo aquí, pero no la encuentro por ningún lado, hermano. ¿Dónde está? ¿Eh?
Anoche, mientras dormía, Elaina había llegado. En cuanto Knox se enteró, salió corriendo a buscarla desesperadamente. Pero ni siquiera en el estudio de su hermano la encontraron.
Los ojos de Knox se llenaron de lágrimas.
Desde que escuchó que Elaina había regresado a la propiedad ducal, Knox había contenido innumerables emociones.
La intrusa que irrumpió con su cabello rosa al viento, entrando con paso seguro en su casa. La mujer malvada que le robó el anillo a su madre. La tonta que intentó ganarse su favor con dulces. Le disgustaba todo de ella. Sin embargo, antes de darse cuenta, esa mujer se había convertido en su hermana y en una figura materna.
Ella siempre lo apoyaba, pasara lo que pasara. Sin importar las travesuras que causara, lo recibía con una sonrisa. Sin darse cuenta, Elaina se había convertido en una parte preciada de su familia, a diferencia de su hermano.
Había querido preguntarle a Lyle, pero su hermano no le explicó nada. Knox se tragó la pregunta que le quedaba en la lengua. Su hermano parecía mucho más angustiado que él, así que no se atrevió a molestarlo más.
Había pensado en ello constantemente. ¿Por qué Elaina se había ido repentinamente de la casa? El mayordomo le había asegurado que su partida no tenía nada que ver con él.
—Solo por un año, sé mi familia. No puedo contarte los detalles porque es cosa de adultos.
El mayordomo tenía razón. Eso fue lo que Elaina le dijo cuando hablaron por primera vez.
Pero aún así, Knox no pudo evitar culparse a sí mismo.
Aunque ya no le agradaba su hermano, ¿tenía que odiarlo también? Además, la promesa de un año que había hecho ni siquiera había expirado.
Desde su regreso a la finca ducal, Elaina no había respondido a sus cartas. Knox esperaba su respuesta a diario, buscando razones en su interior.
¿Había sido demasiado grosero? ¿Había empezado a desagradarle porque nunca usaba honoríficos y la llamaba por su nombre? ¿Había decidido que ya no quería formar parte de la familia de un mocoso como él?
A partir de entonces, Knox se aseguró de utilizar títulos honoríficos al referirse a Elaina.
No lloró, no hizo berrinches, no se hizo el consentido. Esperó paciente y silenciosamente a que ella regresara. Si se portaba bien, tal vez regresaría. Eso era todo lo que Knox podía hacer.
Pero ahora, ella había regresado. Había venido la noche anterior mientras él dormía, solo para ver a su hermano. Corrió directo a los aposentos de la archiduquesa, pero ella no estaba. Luego, a la habitación de Lyle, al comedor; una a una, abrió todas las puertas, buscándola desesperadamente. Sin embargo, no la encontró por ningún lado.
—¿Dónde está? ¡Que vuelva! ¡Que vuelva ya!
Había intentado ser bueno, había intentado actuar con madurez. Y, sin embargo, Elaina no había regresado. La última esperanza se había extinguido. Era una realidad cruel, demasiado dura para que la soportara un niño.
—¡No! ¡Odio esto! ¡Lo odio todo! Deberíamos estar todos juntos. ¡Seguid juntos! Hip, hip...
Knox se desplomó en el suelo, gimiendo. El triste deseo que había estado conteniendo brotó entre sus sollozos.
Sobresaltado, el mayordomo entró corriendo y lo abrazó. Sintiendo el calor de otro, Knox se aferró al mayordomo y sollozó desconsoladamente.
—Te dije que no hablaras de lo que pasó anoche.
Lyle, observando a Knox con preocupación, finalmente habló. El mayordomo bajó la cabeza.
—Disculpe, Su Gracia. Parece que a las criadas se les escapó.
Los sollozos de Knox se hicieron más entrecortados. Hipó como si estuviera al borde de la hiperventilación. Al ver a su hermano menor respirar con dificultad, Lyle se levantó de la silla.
—Dámelo. Y no entres hasta que te llame.
Lyle tomó a Knox de los brazos del mayordomo y ordenó que cerraran la puerta con llave. Pronto, el estudio quedó solo con los dos hermanos.
—Knox Grant.
Una mano grande descansaba sobre la cabeza de Knox.
—Lo siento.
Ante la disculpa de su hermano, Knox no respondió. En cambio, hundió la cara en el pecho de Lyle. Podía sentir sus lágrimas calientes empapando la camisa de Lyle. Lyle no dijo nada y simplemente le acarició la espalda. El suave roce continuó hasta que los sollozos del niño se calmaron.
Tanto Elaina como Knox. Las dos personas a las que había jurado proteger, las había hecho llorar. Pensarlo llenó a Lyle de una culpa abrumadora y dejó escapar un largo suspiro.
¿Cuánto tiempo había pasado? Los sollozos de Knox se habían calmado.
—…He terminado.
Knox se frotó los ojos hinchados y levantó la cabeza. Tenía los párpados hinchados y rojos. Aunque su voz aún estaba cargada de emoción, contuvo obstinadamente las lágrimas que le quedaban.
—Lo sé. El mayordomo me dijo... que hay... asuntos de adultos. Así que ahora... ahora está bien.
En realidad, nada estaba bien. Pero Knox forzó una sonrisa incómoda, pues no quería entristecer también a su hermano.
Fingiendo madurez, Knox se apartó del abrazo de Lyle. Su hermano ya parecía tan preocupado como él; ya no podía fingir ser un consentido.
—Debería prepararme para la academia. No puedo llegar tarde.
Si se quedaba allí, mirando la cara de su hermano, podría echarse a llorar de nuevo. Con la excusa de la academia, Knox intentó salir del estudio. Pero las palabras de Lyle lo detuvieron en seco.
—Siéntate un momento, Knox. Tengo algo que decirte. Es muy importante.
Durante meses, su hermano se había negado a explicar nada. Pero ahora, ¿decía que era algo importante? Los ojos abiertos de Knox temblaron levemente.
Knox llegó a la academia mucho después de la hora habitual. Al ver sus ojos hinchados, Bark y Marion corrieron a su asiento preocupados.
—¿De verdad estás bien? ¿Estás seguro de que no pasó nada?
—Estoy bien.
Knox forzó una sonrisa al responder. Pero cuanto más los tranquilizaba, más se profundizaba la preocupación en la mirada de Marion.
—¿Bien? ¿Cómo que bien? ¿Tienes idea de lo rojos que tienes los ojos? Pareces un conejo.
—Mis ojos siempre están rojos, Marion.
—¡Eso no es lo que quise decir!
Knox soltó una pequeña risa, pero Marion estaba claramente molesta.
—Estoy bien, de verdad. Lo digo en serio.
Bark y Marion no le creyeron. Pero esta vez, Knox no mentía: de verdad se sentía bien.
En cuanto terminaron las clases, Knox salió corriendo del aula sin siquiera despedirse de sus amigos. Su destino era la biblioteca de la academia. Como las clases acababan de terminar, la biblioteca seguía relativamente vacía.
—La historia de los monstruos… ¿dónde está?
El libro, del que nunca había oído hablar, estaba guardado en el estante más apartado de la biblioteca. Nadie lo había tocado en siglos, como lo evidenciaba la gruesa capa de polvo que lo cubría.
Knox echó un vistazo rápido a su alrededor. Tras confirmar varias veces que no había nadie cerca, sacó un pequeño sobre de su bolso y lo metió dentro del libro.
Todo sucedió en un instante, tan rápido que nadie se dio cuenta. Su corazón latía con fuerza, pero se obligó a mantener la calma mientras devolvía el libro a su lugar.
De todas formas, nadie lee este libro, así que no hay posibilidad de que lo descubran. Aun así, Knox se sentía incómodo y no se atrevía a irse. En cambio, se sentó con vista despejada a la estantería y fingió trabajar en sus tareas.
Aun así, no podía concentrarse. Su mirada se dirigía al libro, temeroso de que alguien lo notara.
—Buenas tardes.
Una voz familiar llegó a sus oídos. Knox rápidamente hundió la cara en su libro de texto, pero echó un vistazo furtivo hacia quien hablaba. Justo a tiempo, Nathan llegó a la biblioteca y saludó amablemente a la bibliotecaria.
—¡Ah, Sir Hennet! ¿Está aquí hoy otra vez para revisar los libros?
—Sí. Necesito algunos para mi investigación.
Con una agradable sonrisa, Nathan terminó su conversación con la bibliotecaria y se dirigió hacia la parte trasera de la biblioteca.
Knox mantuvo la cabeza gacha, fingiendo no darse cuenta, pero su corazón latía aún más fuerte.
Nathan se dirigió directamente a la estantería donde se encontraba La Historia de los Monstruos. De pie junto a la pared del fondo, cogió el libro con cuidado.
Knox lo vio, solo por un instante. Pero fue suficiente. Había visto a Nathan deslizar suavemente el sobre en su bolsillo antes de volver a colocar el libro en su lugar.
Tan silenciosamente como había llegado, Nathan pasó de nuevo junto al asiento de Knox. No lo reconoció en absoluto, fingiendo no haberlo visto.
Entonces, justo cuando pasaba, algo aterrizó suavemente sobre el escritorio de Knox.
Sólo después de que Nathan desapareció por completo, Knox se atrevió a mirar.
Ante él yacía una pequeña nota y sus ojos se llenaron de lágrimas inesperadas.
Había un sello en la nota: un conejo sonriente con la frase "¡Buen trabajo!" impresa al lado. Era el mismo sello que Elaina usaba para marcar sus cuadernos al terminar sus estudios.
—Tch.
Siempre se quejaba de lo infantil que era cuando ella estampaba sus páginas. Pero ahora, Knox dobló la nota con cuidado y la guardó en su bolsillo.
El carruaje lo estaría esperando afuera. Necesitaba actuar con la mayor naturalidad posible, tal como le había dicho su hermano.
Al salir de la biblioteca, intentó reprimir la sonrisa que amenazaba con asomar en sus labios. Sin embargo, no pudo evitar rozar ligeramente con los dedos la nota doblada que llevaba en el bolsillo.
A cada paso, sentía los bordes crujientes del papel contra las yemas de sus dedos. La emoción que bullía en su pecho le hacía sentir los pies más ligeros que el aire mientras se apresuraba hacia el carruaje que lo esperaba.
Athena: Qué penaaaaa. El pobre nene es chiquito. Hay que cuidarlo. Para él Elaina es como su hermana ya. Pobrecito.