Capítulo 108
—Me niego.
La expresión del marqués se oscureció con disgusto, como si la oferta ni siquiera valiera la pena considerarla.
—Dijisteis que era una oferta que no podía rechazar, ¿y esto es lo que me traéis?
¿Qué confianza tenía para suponer que él le entregaría la villa Deftia? Era absurdo.
—Debería escucharme primero. Es bastante impaciente, ¿verdad? Si pongo una condición a este intercambio, seguro que le gustará. —Elaina habló clara y deliberadamente—. Este contrato quedará anulado en el momento en que se finalice el divorcio de Elaina Grant.
El marqués frunció el ceño mientras observaba a Elaina, intentando descifrar el verdadero significado de sus palabras. Luego, sus ojos se abrieron lentamente. Volvió a sentarse, abandonando su intento inicial de marcharse. Al ver esto, Elaina sonrió levemente, como si hubiera esperado su reacción.
—Aunque lo llame derecho a usar la medicina, usted mejor que nadie sabe que es esencialmente propiedad. Obtendrá pleno conocimiento de su composición y fórmula. Y, sin embargo, solo tiene que prestarme temporalmente una villa a cambio. ¿De verdad va a rechazar semejante trato, marqués?
—¿La razón?
—¿Disculpe?
—¿Cuál es vuestra razón?
Elaina se encogió de hombros.
—Pensé que era un buen trato. ¿De verdad necesita una explicación semejante?
El marqués no parecía complacido. Su mirada penetrante la escrutó de cerca, llena de sospecha. Incluso Elaina, que había conservado la compostura, sintió una punzada de inquietud.
—El cebo siempre se presenta para parecer apetitoso. Llamadlo paranoia de viejo si queréis. Pero si no me decís la razón exacta, me veré obligado a averiguarlo yo mismo. Y debéis saber que, en el proceso, suelen ocurrir cosas desagradables.
La cautela del marqués fue inesperada. Elaina pensó que mordería el anzuelo de inmediato.
Tras el intercambio de innumerables cartas entre Knox y Nathan, habían preparado cuidadosamente el escenario. Ella había llegado al extremo de arrojarle agua a Lyle en el salón de té, alzar la voz en público e incluso gritar sin control, todo para convencer al marqués.
«Debería haber sido suficiente».
Por un breve instante, la ansiedad se reflejó en los ojos de Elaina. Pero permanecer en silencio por más tiempo solo despertaría más sospechas. El marqués ya dudaba; no podía permitirse empeorar las cosas.
Elaina dejó escapar un profundo suspiro. No le quedaba más remedio que enfrentarlo de frente.
—Si quiere saberlo, solo hay una razón: porque Lyle Grant lo quiere. Simplemente quiero ver su cara cuando se dé cuenta de que no puede tenerlo.
—Por algo tan trivial…
—Por supuesto, también sé otras cosas. Por ejemplo, que la villa Deftia está profundamente conectada con lo que ocurrió hace diez años.
La expresión del marqués se volvió gélida. Elaina luchó por mantener la compostura, reprimiendo la tensión que le subía por la espalda.
—¿Hace diez años?
—Sí. Es un auténtico imbécil. ¿De qué sirve vivir en el pasado? Sin embargo, se niega a olvidarlo. Estoy agotada. Elegí al hombre equivocado para casarme. Quería divorciarme, pero ¿ahora lo usa para chantajearme? ¿Cómo podría tolerarlo?
Elaina habló como si estuviera desahogándose con una noble chismosa en lugar de con un peligroso marqués.
—Lyle Grant debió de perder la cabeza. Supongo que era inevitable: heredó la sangre de ese archiduque loco. ¿Qué conexión podría tener una villa con un suceso de hace diez años? ¿Acaso cree que existe la magia? ¿Que alguien puede perder la cabeza en un instante? ¡Ja!
Ella meneó la cabeza con incredulidad.
—Le dije lo mismo. Si existiera tal poder, ¿por qué el marqués Redwood no ha asumido ya el trono del emperador? Es completamente absurdo.
Sus palabras daban la impresión de que no creía ni una sola palabra de lo que Lyle le había dicho. Incluso llegó a afirmar que muchos en la Casa Grant estaban hartos del comportamiento excéntrico de Lyle.
—Por mucho que mi padre y yo intentáramos ayudar a la Casa Grant, ¿de qué servía? Por fin me he dado cuenta de que echar agua a un árbol podrido no lo resucitará. ¿Y ahora ese hombre tiene la audacia de chantajearme? ¿Por qué debería aguantar eso?
Poco a poco, la expresión del marqués se suavizó. Para él, Elaina no parecía más que una noble ingenua, y su insensatez fue minando poco a poco su recelo inicial.
—Debo ver cómo la desesperación desgarra el rostro de ese hombre detestable. Si adquiero la villa Deftia, Lyle Grant la exigirá como condición para nuestro divorcio. Pero según nuestro contrato…
—En el momento en que se divorcie, la villa volverá a mí.
—Exactamente. Imagínese cómo reaccionará cuando se dé cuenta de que todo fue en vano. Ya alardea de que el marqués Redwood estuvo detrás de todo lo que pasó hace diez años. ¿Qué cree que hará cuando descubra que la villa está de nuevo en sus manos?
—Hmph.
—Me preguntó por qué le hago esta propuesta. Por eso. He decidido que, como pensión alimenticia para este matrimonio miserable, disfrutaré viendo a Lyle Grant caer en la desesperación.
Elaina torció sus labios en una sonrisa, esperando que él no notara cuán forzada era.
—Cariño, ¿cómo te fue?
En cuanto Elaina se marchó, la marquesa corrió tras su esposo, presionándolo para que le contara detalles sobre cómo habían ido las cosas. Al enterarse de que habían acordado intercambiar los derechos de medicina de Nathan por la villa Deftia, se le iluminó el rostro.
—¿En serio? ¿Está cambiando algo tan valioso por solo una villa? ¿Por qué haría una tontería tan grande? Bueno, es una gran noticia para nosotros, claro.
Para la marquesa, que solo consideraba Deftia como una simple villa, su reacción fue natural. Al ver el deleite de su esposa, el marqués no pudo evitar una extraña sensación en el fondo de su mente. Todo había ido demasiado bien.
Sí, se sentía como si hubiera sido un espectador involuntario en una actuación creada únicamente para un público.
—Dijo que es porque Lyle Grant quiere esa villa. Que quiere vengarse de él.
Ante sus palabras, la marquesa frunció el ceño, perpleja.
—¿Elaina Grant dijo eso? Es bastante sorprendente. ¿Tanto ha cambiado su personalidad desde que se casó?
Como figura central de la alta sociedad, la marquesa se había topado con Elaina en numerosas ocasiones. Al menos por lo que había observado, Elaina nunca fue de las que actúan impulsivamente por la emoción.
—Cariño, ¿qué pasa si Elaina Grant cambia de opinión?
—¿Cambiar de opinión? ¿A qué te refieres?
—¿Está renunciando a algo tan valioso por una simple villa? Ya lo he visto antes: gente que toma decisiones precipitadas por sus emociones.
—Ja. Se firmó un contrato. Aunque se arrepienta después, no puede echarse atrás ahora. Solo las multas serían enormes.
Al oír esto, la marquesa suspiró aliviada.
—Qué alivio. Aunque Lyle Grant y Elaina Grant se reconcilien, este acuerdo no se verá afectado, ¿verdad?
—¡Qué tontería! Su relación está completamente destrozada; todo el mundo en la capital lo sabe.
—Ay, cariño. ¿Ya te olvidaste del vizconde Origin? ¿Y qué hay del conde August?
La marquesa enumeró varios nombres en respuesta, todos ellos individuos de notable reputación.
—Recuerdas lo encarnizadas que eran las peleas de esas parejas, ¿verdad? Sobre todo, el conde August; incluso trajo a su hijo ilegítimo a casa, y su esposa se indignó tanto que casi se tira por la ventana.
Al ver que su marido permanecía en silencio, la marquesa siguió adelante.
—Y, sin embargo, míralos ahora. Hace unos años, la condesa August organizó personalmente el matrimonio de esa misma niña. Nadie sabe qué pasará entre marido y mujer. Sabes que tengo razón.
Incluso mientras hablaba, parecía algo tranquilizada por la mención de la cláusula penal del contrato.
—Qué alivio, entonces. Un día como este merece una celebración. Le diré al chef que prepare una cena espectacular. No olvides venir pronto.
Con un gesto exagerado, la marquesa abandonó la habitación. Sin embargo, incluso después de marcharse, el rostro del marqués permaneció inquieto.
«¿Tal vez no se divorcien…?»
De alguna manera, la incesante charla de su esposa había arrojado luz sobre un rincón de su mente que no había considerado antes.
Pero justo cuando sintió que había descubierto algo, el pensamiento se desvaneció, desapareciendo en las profundidades de la incertidumbre.
—No, eso es imposible.
El marqués reflexionó largo rato, frustrado. Al final, negó con la cabeza. Su esposa tenía razón, pero él decidió confiar en lo que había visto con sus propios ojos.
El odio de Elaina hacia Lyle Grant había sido real. Convencido de ello, el marqués ignoró la persistente inquietud que lo atormentaba.
No fue hasta mucho después que se dio cuenta de su error.
Athena: A ver si cae ya este ser inmundo.