Capítulo 112

Mientras tanto, Anna, que había salido del estudio del marqués, bajó rápidamente las escaleras. En el recibidor, se echó la capucha para ocultar su rostro del mayordomo que la esperaba.

El mayordomo la miró con desaprobación y le entregó una bolsa de monedas. Arrebatándole la bolsa de monedas de oro tintineantes, Anna salió corriendo de la mansión.

—Como una rata sucia.

El mayordomo murmuró mientras observaba su figura alejarse. ¿De verdad creía que usar una capucha ocultaría su identidad?

El hecho de que ella fuera una simple criada de la Casa Grant y, sin embargo, recibiera más dinero que su salario mensual lo enfurecía profundamente. Frustrado, el mayordomo se desquitó con la joven criada nueva que estaba a su lado.

—¿Por qué estás ahí parada? Ve a limpiar el estudio. Subo enseguida, ¡así que adelante!

—¡S-sí, entendido…!

Debido a las dificultades económicas del Marquesado, muchas criadas tuvieron que ser despedidas. Aunque habían recibido los derechos de la medicina de Nathan Hennet, esta no les servía de mucho ahora que había comenzado el invierno.

Las criadas con experiencia exigían un salario más alto, así que las nuevas contratadas eran en su mayoría novatas con caras nuevas como ella. Con tanto personal nuevo inepto, el mayordomo tenía que estar pendiente de innumerables asuntos.

Aunque no había perdido su trabajo como los demás, la situación del mayordomo no era mejor. Le habían reducido el sueldo. Con más trabajo y menos paga, hacía tiempo que había perdido el cariño por la casa. Ya había enviado su currículum a varias familias y solo esperaba que le confirmaran un puesto para poder renunciar de inmediato.

—Eh… ¿Mayordomo?

La tímida voz de la joven sirvienta que lo miraba le hizo fruncir el ceño.

—¿No te dije que fueras a limpiar el estudio? ¿Por qué te entretienes?

Chasqueó la lengua y la miró con clara desaprobación. En lugar de contratar a esos inútiles, deberían haberle subido el sueldo. Aún indignado por la reducción de sueldo, el mayordomo habló con brusquedad.

—Debe estar muy cansado. ¿Debería ir a limpiar el estudio yo sola?

La cautelosa sugerencia de la criada alivió un poco el ánimo del mayordomo. Él la había considerado despistada, pero parecía bastante considerada.

El estudio era un espacio que el marqués apreciaba especialmente. Quizás por temor a que el personal de la casa manipulara mal su contenido, la regla era que la criada y el mayordomo siempre debían limpiarlo juntos.

—Ejem.

El mayordomo fingió un par de toses. La criada, de aspecto dócil, se sobresaltó al oír el leve sonido e inclinó la cabeza profundamente.

Una muchacha tan tímida jamás se atrevería a tocar las posesiones del marqués. Ese pensamiento hizo que el mayordomo sintiera una fatiga abrumadora y ansias de volver a su cama.

—Recuerda lo que te digo. ¡Si tocas algo en ese estudio...!

—¡Ah, ya lo sé! Solo tengo una vida, jamás haría algo así. No se preocupe. Limpiaré todo rápido y volveré enseguida.

La criada negó con la cabeza, pálida, reaccionando con inocencia. Una chica como ella no se atrevería a tocar las pertenencias del marqués. Convencido de ello, el mayordomo finalmente cedió a la tentación.

Al girar con cautela el pomo, la puerta del estudio se abrió con un crujido. Al entrar, la criada recorrió la habitación con la mirada.

—Hmm, hmm, hmm.

Tarareaba una melodía y sonreía ampliamente. Su actitud había cambiado tanto desde la chica inocente que representaba frente al mayordomo que costaba creer que fuera la misma persona.

Sus alegres pasos la llevaron al escritorio del marqués. La criada tomó el pañuelo que llevaba atado a la cabeza y sacó una horquilla que llevaba guardada para sujetar los cabellos sueltos.

—Tampoco pensé que tendría una oportunidad hoy.

La criada se llamaba Rapina. De apariencia dócil, también poseía un cuerpo flexible y manos ágiles. Con semejante talento, era natural que Rapina se convirtiera en una ladrona de primera.

—Por favor, Rapina. Ayúdame.

En el distrito de entretenimiento, la pareja Archiducal era famosa. A pesar de ser nobles de alto rango, visitaban con frecuencia la taberna de Colin y, a diferencia de los arrogantes, trataban a la gente común con amabilidad. Además, Rapina no podía ignorar la petición de Anna, con quien había crecido desde la infancia.

—¡Uf! ¡Pero ya no puedo más!

También estaba agotada con el trabajo de sirvienta, que no le sentaba bien. Ya no quería lavar tazas ni lavar ropa afuera en el frío invierno.

Por suerte, Anna lo había hecho bastante bien hoy. Tener al mayordomo esperando en la entrada con su informe hasta tarde había dado sus frutos. Dado que el mayordomo, que siempre la seguía durante la limpieza del estudio, había desaparecido, por fin era hora de que Rapina demostrara su talento.

La tarea consistía en encontrar el objeto que el marqués atesoraba. Eso era lo que Anna y la Señora de la Casa Grant querían. No le habían pedido que lo robara, solo que averiguara qué era. Rapina tuvo que esforzarse mucho para disimular su desconcierto el día que recibió esa extraña orden.

Había pasado un mes desde que se infiltró en el Marquesado como criada. Durante ese tiempo, había husmeado por todas partes buscando algo sospechoso. Con el poco personal disponible, la tarea fue relativamente fácil.

No tardó mucho en deducir que el lugar más probable para esconder «ese objeto» era el estudio. A diferencia de otras habitaciones, incluso un sirviente tenía estrictamente prohibido entrar solo; sospechoso desde cualquier punto de vista.

Por supuesto, el estudio contenía muchos objetos caros. Tal como el mayordomo advirtió que no se tocara nada, la habitación estaba repleta de libros antiguos y raros y adornos costosos. Pero Rapina no se molestó en mirar nada.

«No es como si fuera la primera vez que visito un lugar como este».

Rapina dobló con cuidado una horquilla y la insertó en la cerradura, moviéndola. Se oyó un clic. El cajón se abrió con mucha más facilidad de la que esperaba.

—¿Eh?

Rapina frunció el ceño. Fue por una luz repentina. El estudio del marqués Redwood estaba completamente oscuro, cubierto por cortinas opacas. Pero en cuanto abrió el cajón, la luz brotó de un joyero como si la atrajera.

Al día siguiente, el mayordomo hizo que Rapina hiciera recados en el mercado como castigo por no haber limpiado bien el estudio. Pero a juzgar por su falta de comentarios, parecía que nadie había descubierto que había abierto el cajón la noche anterior.

A pesar del castigo, Rapina lucía una expresión extrañamente aliviada, lo que enfureció aún más al mayordomo. Ya había sido regañado por el marqués esa mañana y estaba de mal humor por haberle confiado la tarea.

Por desgracia, ir de compras al mercado no era un castigo para Rapina. Al contrario, era justo lo que deseaba. Con paso ligero, Rapina abandonó el Marquesado y nunca regresó.

¿Brillaba? ¿Del joyero?

—Te lo dije, ¿no?

En la taberna de Colin. El sol acababa de salir y la tienda aún no había abierto. Sus voces silenciosas resonaban en el interior. Anna había llegado corriendo al recibir la noticia, y Rapina se había quitado el uniforme de sirvienta y se había puesto su ropa original.

—¿Pero cómo brilla? ¿Una joya que brilla sola en una habitación oscura?

—¡Sí! Como el sol o la luna en el cielo, brillaba por sí solo. Ahora entiendo por qué el marqués se empeña en cerrarlo todo con llave.

Rapina asintió, diciendo que incluso ella sería tacaña si tuviera algo tan valioso. Le confesó a Anna lo tentada que estuvo de robar ese anillo brillante, pero era obvio que su vida estaría en peligro si lo hacía. Confesó lo difícil que había sido reprimir su deseo.

—No sé qué pasa, pero si tu señora está buscando algo, tiene que ser ese anillo.

—No lo has tocado, ¿verdad? ¿No te lo dijo la señora claramente…?

—¿Estoy loca? A menos que quiera morir, ni hablar de algo así. Ni siquiera tienes que insistirme; lo sé mejor que nadie. En cambio, traje esto.

Temiendo que Anna continuara regañándola, Rapina rápidamente sacó un adorno de su bolsillo y se lo mostró.

 

Athena: Sabía yo que Anna no haría nada en modo traidor jajaja.

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