Capítulo 126

Kyst se acercó a Elaina y se arrodilló ante ella. Puso la mano en el dobladillo de su vestido. Fue un gesto repentino, sin tiempo para detenerlo.

—¿K-Kyst?

Elaina, nerviosa, lo llamó por su nombre, pero Kyst no le prestó atención. Mientras murmuraba palabras incomprensibles, una luz brillante surgió de su mano. Pronto, la luz se desvaneció.

Kyst le arrebató el bastón a Elaina, quien lo miraba con ojos de conejo muy abiertos. Sarah soltó un grito de sorpresa, pero Kyst aceleró el paso.

Elaina apenas podía mantenerse en pie sin su bastón. Sarah corrió rápidamente hacia ella.

Pero Elaina no se cayó. Se tocó el muslo con la mano. La herida que antes le escocía como una quemadura incluso al más mínimo roce, extrañamente, ya no dolía en absoluto.

—No me extraña. Me preguntaba por qué tenías tanta prisa.

Colin, apenas habiendo dejado de vomitar, meneó la cabeza.

Tan pronto como Colin llegó a Mabel, le entregó el anillo y la carta a Kyst como Elaina había solicitado.

—¿Cómo está el estado de Su Gracia la archiduquesa?

—Ah. Por suerte, ha encontrado mucha estabilidad, pero que pueda volver a caminar bien dependerá del tratamiento de rehabilitación de ahora en adelante...

Lo que pasó por alto fue el hecho de que, aunque el dragón no hablaba directamente el idioma humano, después de pasar casi medio año entre los humanos, había aprendido a entenderlo.

Kyst, que había estado jugando con el anillo con una mirada desinteresada, como si no le interesara la conversación de Colin y Drane, se detuvo de repente.

Kyst miró a Colin en silencio. Aunque no eran hostiles, la abrumadora presencia del dragón lo ponía tan tenso que apenas podía respirar.

—L-Lord Drane. ¿Por qué Lord Kyst me mira así?

La voz de Colin tembló. Drane también miró a Kyst con expresión perpleja.

—Lord Kyst, ¿pasa algo?

Sin parpadear, Kyst, que había estado mirando a Colin, se levantó lentamente.

—Acabo de recordar un lugar al que tengo que ir.

—¿Adónde ir?

—La capital.

Sin entender la lengua del dragón, Colin miró fijamente a Drane y a Kyst. Drane se encogió de hombros, como si no pudiera hacer nada ante la respuesta de Kyst.

—¿Qué está diciendo? Me da la sensación de que tiene algo que ver conmigo.

—Ah, por favor espere un momento.

En respuesta al ansioso Colin, Drane levantó la mano y continuó la conversación con Kyst.

—¿Vas a la capital? Pero sabes lo que podría pasar si los monstruos se desatan.

—¿No fuiste tú quien dijo que una hora estaría bien?

—¿Una hora? Bueno, sí. Quise decir que podrías moverte libremente a una hora de Mabel.

—Volveré en una hora.

Ni siquiera Drane entendió lo que quería decir y frunció el ceño, pero Kyst se acercó de repente a Colin. Le agarró el hombro, rígido por la tensión.

Justo cuando su mano tocó el hombro de Colin, los dos desaparecieron en un instante.

Chasqueando la lengua con exasperación, Drane murmuró para sí mismo:

—Teletransportación espacial.

El nivel más alto de magia que sólo los dragones podían usar.

—No me extraña que esté tan inquieto desde que se enteró de que la archiduquesa estaba herida.

El incidente en la capital también había llegado a oídos de Mabel. Gracias a eso, también tenían una idea general de lo ocurrido en la torre. Desde que se enteró de que Elaina había sido secuestrada por los Redwood y que su vida corría peligro, Kyst actuaba como si algo se hubiera roto en su interior. Fingía calma, pero parecía que finalmente había llegado a su límite.

—¿Hay otras heridas? —preguntó Kyst con un rostro inexpresivo.

Elaina, aún aturdida, negó con la cabeza.

—No. Justo ahora, ¿qué fue eso? ¿Fue magia?

Ante la pregunta de Elaina, los labios de Kyst se curvaron levemente.

—Si no fue magia, ¿qué crees que fue?

—¡Dios mío! ¡Estoy curada de verdad! ¡Mira esto!

Elaina saltó en el sitio. Sus piernas, que antes se sentían pesadas como algodón empapado, ahora estaban llenas de energía. Kyst esbozó una leve sonrisa al verlo.

—Claro. Acabo de verter en tu cuerpo el maná de un dragón equivalente a cinco años.

Elaina, que había estado saltando alegremente, dejó caer la mandíbula.

—¿Q-qué dijiste?

—Dije que era el equivalente a cinco años de maná.

—¿Necesitabas cinco años de maná solo para curar mis heridas?

—No. Curar las heridas no me costó mucho. Añadí más magia por si acaso.

Kyst le había lanzado un hechizo de rastreo en caso de que fuera secuestrada.

Hechizos de congelación y calentamiento para protegerla del calor y el frío. Además, había superpuesto varios hechizos más.

Aunque no se lo explicó a Elaina, Kyst se había preparado para cualquier accidente que pudiera imaginar.

—Los padres humanos en Mabel les dicen a sus crías que no sigan a desconocidos. ¿Son diferentes los nobles?

Ante la pregunta extrañamente molesta, Elaina se rascó la mejilla con una mirada avergonzada.

—No… Mis padres también dijeron eso.

—Deberías tomártelo más en serio.

—Sé que fui descuidada. Pero era tan brillante, tan abierto... Nunca imaginé que algo así pudiera pasar.

Kyst le dio un golpecito a Elaina en la frente. Se oyó un fuerte golpe, y Elaina soltó un grito. No le dolió mucho, pero su piel se enrojeció y sintió calor.

—Todos deben haber estado demasiado preocupados por ti como para regañarte.

¿Regañarla? ¿Quién la regañaría cuando fuera adulta y archiduquesa?

—En el sueño que Profeta nos mostró, Lyle Grant trajo la ruina al imperio. Quien cambió ese futuro fuiste tú. Sin ti, quién sabe en qué se habría convertido Lyle Grant, o qué habría sido de la gente del norte que deposita sus esperanzas en él. Debes asumir más responsabilidad.

Cada palabra de Kyst pesaba mucho en Elaina.

Ella asintió con rostro apagado.

—De acuerdo. Tendré más cuidado de ahora en adelante.

—Una cosa más.

—¿Qué pasa?

—¿El humano que te hizo esto no era el marqués de Redwood?

En ese momento, las pupilas de Kyst se estrecharon verticalmente. Su expresión se volvió fría y la temperatura de la habitación bajó varios grados en un instante.

—¿Lo mato por ti?

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—No hay razón para mantenerlo con vida. Aún me queda tiempo de mi promesa a Drane. Si quieres, puedo encargarme de él también.

Elaina negó con la cabeza frenéticamente.

—Rotundamente no.

—¿Por qué no?

—Su Majestad el emperador le hizo una promesa a Lyle. Si lograba demostrar la verdad de lo ocurrido hace diez años, Su Majestad prometió permanecer neutral.

Si el marqués de Redwood muriera ahora, la Casa Grant jamás podría librarse del estigma de traición. Elaina sabía mejor que nadie cuánto se había esforzado Lyle por conseguirlo.

—Lo agradezco, pero paso. El marqués Redwood pagará por sus crímenes. Como los humanos.

—El camino de los humanos, ¿eh?

—Sí. Matarlo sería demasiado fácil. Debe pagar por cada uno de sus pecados.

Claro, por ahora, parecía que se estaban topando con un muro. Habían pasado diez años, y el marqués había hecho todo lo posible por borrar todo rastro. No quedaban muchas pruebas.

Ante las palabras de Elaina, Kyst asintió levemente. Sus pupilas se dilataron de nuevo y recuperó su expresión habitual.

—Si insistes, esperaré por ahora. Pero si no puede ser juzgado por medios humanos, entonces lo trataré a mi manera. Él también deberá responder por codiciar la posesión de un dragón.

—Está bien.

Elaina asintió, esperando que un futuro así nunca llegara.

La existencia de Kyst debía mantenerse en secreto, si era posible. Por el emperador que había confesado su temor al poderío militar del norte, por Lyle y el norte, y por el dragón que finalmente había encontrado la paz.

—Puede que necesites esto, así que te lo prestaré por ahora.

Kyst le tendió la mano a Elaina. Ella, por reflejo, extendió la mano y algo pesado aterrizó en su palma. Elaina reconoció lo que Kyst le había dado. Se quedó boquiabierta.

—Esto es…

—El anillo de Profeta. La magia en sí es compleja, pero el principio es simple. Una vez infundido el maná, recupera su poder.

El anillo brillaba con los brillantes colores del arcoíris en su palma. Sin saber qué decir, Elaina miraba alternativamente el anillo y a Kyst.

—No queda mucho tiempo. Debo regresar ahora.

Antes de que pudiera siquiera expresar su negativa, Kyst arqueó levemente la ceja en señal de despedida. Y así, desapareció. Su salida fue tan abrupta como su llegada. De no ser por Colin, que aún sostenía el cubo, habría parecido un sueño.

Pero no era un sueño. El cálido anillo en su mano le recordaba que era real.

Elaina tragó saliva con dificultad y bajó la mirada hacia su mano. Al cerrar el puño, una luz radiante brilló entre los dedos.

 

Athena: Ooooh, Kyst es muy tierno a su manera.

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