Capítulo 15

—¿Qué diablos está pasando? —gritó el marqués de Redwood mientras irrumpía en la mansión Grant esa tarde.

Ayer, ocultó con maquillaje recargado la mejilla enrojecida de Diane, magullada por su propia mano, y esperó a que el archiduque Grant llegara con una propuesta de matrimonio. Tras reprender a su ingenua hija, cuyos ojos estaban rojos e hinchados de llorar todo el día, el marqués notó que los ojos de Diane se humedecieron rápidamente, como si aún le quedaran lágrimas por derramar a pesar de haber llorado tanto.

Sin embargo, incluso después de que hubiera transcurrido la hora señalada, Lyle Grant no se había presentado en la residencia del marqués.

A medida que pasaban los minutos, el rostro de Diane iba recuperando poco a poco su color mientras que el humor del marqués caía a su nivel más bajo.

Finalmente, decidió enfrentarse directamente a Lyle Grant, marchándose a su residencia y abriendo la puerta de una patada. Los sirvientes, asustados, se apresuraron a acercarse, alarmados por la rudeza del marqués.

—¿Dónde está el archiduque? ¡Que salga inmediatamente! —gritó.

Al ver acercarse al mayordomo, temblando, la voz del marqués se alzó aún más. Una simple reverencia y un gesto de desdén no bastaron para calmar su ira. Necesitaba ver a ese joven arrogante servil y disculparse profusamente.

«¡Este insolente tonto! Fui generoso con él por compasión, ¿y se atreve a burlarse de mí así?», pensó el marqués, mientras planeaba reducir la dote de Diane usando el incumplimiento del contrato como excusa.

Lyle Grant era un depredador, un rapaz como el águila. Estas aves eran entrenadas con comida, mantenidas hambrientas y alimentadas lo justo para que obedecieran.

Por muy orgulloso que estuviera, el sustento económico de Lyle estaba en manos del marqués. Al final, la única opción para Lyle sería humillarse y complacer los caprichos del marqués por un céntimo más.

—Marqués, por favor, cálmese —imploró el mayordomo.

—¿Tranquilizarme? ¿Te parezco tranquilo? ¡Trae al archiduque inmediatamente! ¿Acaso cree que puede burlarse de mí y esperar que mantenga la calma? —rugió el marqués.

En ese momento, una voz resonó desde la escalera.

—¿Qué es todo este ruido?

El marqués levantó la cabeza de golpe. Lyle estaba allí de pie, con camisa y pantalones negros, y parecía que ni siquiera había considerado salir.

El marqués, hirviendo de rabia, corrió hacia él.

—Archiduque, ¿qué significa esto? ¿Cómo puedes ser tan irrespetuoso y no cumplir tu promesa?

Aunque técnicamente Lyle era lo suficientemente joven para ser su hijo, dirigirse a él con tanta insolencia era altamente inapropiado dado el estatus de Lyle como archiduque.

El marqués se comportó como si Lyle fuera un simple sirviente. Observándolo en silencio, Lyle finalmente habló:

—La falta de respeto aquí parece ser suya, marqués.

—¿Qué... qué dijiste? ¿Estás loco? —El marqués lo miró fijamente, incrédulo—. Te equivocas. ¿Crees que seguiré con nuestros tratos después de esto? Tú me necesitas, no al revés.

Lleno de ira, el marqués no podía comprender por qué Lyle, quien había vendido el título de archiduquesa por tan solo un millón de monedas de oro y diez caballeros, actuaba ahora con tanta arrogancia. Respirando con dificultad, atacó de inmediato lo que creía que era el punto débil de Lyle.

La ira del marqués estalló de nuevo. Este pobre, necesitado de su dinero, se estaba volviendo insolente.

Siempre que surgía el tema del dinero, Lyle solía ceder, por mucho que sus ojos prometieran venganza. Siempre terminaba accediendo a las exigencias del marqués.

Pero esta vez, la respuesta de Lyle fue inesperada.

—Bueno, eso ya lo veremos —dijo Lyle.

—¿Qué… qué quieres decir?

—Veamos quién necesita realmente a quién aquí —respondió Lyle con calma.

El marqués presentía que algo no iba bien.

Hasta su último encuentro, Lyle no había sido más que un joven impetuoso para él. Su destreza marcial podría haber sido útil en el campo de batalla, pero inútil en los círculos de la nobleza, donde el dinero y el poder eran las verdaderas armas. Lyle había sido arrojado a este mundo desarmado.

Pero hoy, Lyle parecía diferente. No parecía tan desesperado, y el marqués tenía la sensación de que ya no tenía el control.

Aclarándose la garganta nerviosamente, el marqués miró a Lyle, quien todavía lo miraba sin pestañear.

—Bueno, está bien. Quizás tenías algo de urgencia. Si te disculpas, podemos dejarlo pasar. ¡Solo avísame cuándo piensas proponerme matrimonio! Necesito preparar a mi hija —dijo el marqués, intentando disimular su derrota en la lucha de poder.

Lyle soltó una risita antes de hablar.

—Marqués Redwood, ¿no entiendes lo que significa que no llegué a la hora acordada? —Su sonrisa se amplió—. Eres más inconsciente de lo que pensaba.

El marqués parpadeó sorprendido y luego su rostro se puso rojo intenso.

—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? —preguntó.

—Justo lo que entendiste. El trato se canceló. No acepto tu propuesta.

—¡Lyle Grant!

—Marqués Redwood, debiste pensar que podrías controlar el Archiducado de Grant con esa mísera suma. Me temo que eres tú quien está en desventaja. Ya no me dejaré influenciar por ti.

Lyle le hizo una leve seña al mayordomo. «Nuestro invitado se marcha. Acompáñelo a la salida», le indicó.

—¡Espere, archiduque! ¡Archiduque! —gritó el Marqués, pero Lyle no miró atrás. Caminó directo a su estudio, dejando atrás al marqués furioso.

—Te digo que elijas a alguien que pueda ofrecer más.

Casi podía oír el tono ligeramente presumido de su voz.

Lyle aún no estaba del todo seguro de si elegirla a ella en lugar del marqués de Redwood había sido la decisión correcta. Pero ver el rostro enrojecido y enojado del marqués le hizo pensar que había tomado la decisión correcta al aceptar su propuesta.

—Mi señor, el invitado se ha marchado.

El mayordomo regresó al estudio mucho después de que se calmara el alboroto para informar de la situación. Mencionó que el marqués de Redwood había armado un escándalo al negarse a irse, pero, aun así, su expresión era de alivio.

A pesar del declive de la familia, el linaje Grant, con una historia que se remontaba a la época de su fundación, fue una gran casa nobiliaria. Ver al recién ascendido noble, el marqués de Redwood, tratar a Lyle con tanta falta de respeto simplemente por su juventud era una frustración diaria para el mayordomo.

—Bien hecho, señor.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lyle.

—Os negáis a tratar con el marqués de Redwood —explicó el mayordomo.

El anciano, habitualmente reservado, parecía particularmente hablador hoy. Lyle lo miró con una leve sonrisa.

—Aunque el anterior archiduque cometió un delito, el marqués de Redwood es prácticamente un enemigo. Nunca me sentí cómodo con la idea de que su hija se convirtiera en archiduquesa —continuó el mayordomo.

El mayordomo recordó al joven Marqués de Redwood de sus primeros años. En aquel entonces, era un caballero de bajo rango al servicio del anterior Archiduque, sin siquiera tierras concedidas y con el simple título de vizconde. Su meteórico ascenso a marqués se debió a que desenmascaró la rebelión de la Casa Grant y lideró la lucha para sofocarla.

—Aún no entiendo qué pasó ese día. Una rebelión repentina... No puedo creer que el anterior archiduque hiciera algo así —dijo el mayordomo con un tono de incredulidad.

—Basta, mayordomo. No hables del pasado —ordenó Lyle, interrumpiéndolo.

El mayordomo se quedó en silencio.

—En lugar de eso, tráeme el joyero que contiene los accesorios de mi madre —ordenó Lyle.

—¿El joyero? Está en la habitación de la señora. Lo traigo enseguida —respondió el mayordomo.

—No, está bien. Lo traeré yo mismo —dijo Lyle, levantándose del asiento.

Mientras subía las escaleras, oyó pasos apresurados que se alejaban. Una puerta se cerró de golpe y un destello de cabello rubio desapareció de la vista. Lyle miró en esa dirección un instante antes de apartar la vista. La habitación de su madre estaba en la dirección opuesta.

—Por favor, incluiud un anillo, aunque sea sencillo. Mis padres podrían convencerse, pero si no recibo un anillo con la propuesta, mi madre se decepcionará. Si es necesario, puedo cubrir el costo.

—Eso es algo que puedo manejar.

—Bueno, está bien. Pero no os paséis. Es solo por las apariencias; no hay necesidad de llegar a los extremos.

Había planeado proponerle matrimonio a Elaina en unos días. Como ella sugirió, cualquier anillo adecuado serviría. Al fin y al cabo, era solo para un año de matrimonio.

Pero ahora, Lyle se encontró mirando el joyero de su madre.

—Aunque solo seré vuestra esposa por un año, haré todo lo posible para ayudar a revivir el Archiducado de Grant.

Aunque solo fuera su esposa por un año, había prometido hacer todo lo posible. Por lo tanto, como su esposo, aunque solo fuera por un año, sentía que debía mostrarle la misma sinceridad.

 

Athena: Chicos, la dinámica de estos dos me atrapa.

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