Capítulo 16
Durante diez largos años, el mayordomo había mantenido meticulosamente la casa de los Grant. A pesar de las difíciles circunstancias, jamás había tocado la habitación de la señora. Esta habitación estaba destinada a la nueva dueña de la casa. Aunque la familia había caído, quería transmitir el legado de la otrora gloriosa familia Grant a la nueva dueña.
Así, el joyero aún albergaba una gran variedad de accesorios. Entre los muchos anillos, uno en particular llamó la atención de Lyle. Era de una elaboración intrincada, con múltiples bandas entrelazadas que parecían enredaderas, y estaba adornado con diminutos diamantes rosas que parecían flores.
El color combinaba perfectamente con el cabello de Elaina.
Lyle se guardó el anillo en el bolsillo y se levantó. Al bajar las escaleras, un suave crujido resonó en el pasillo, previamente silencioso, anunciando la apertura de una puerta.
Una pequeña figura se asomó, mirando a su alrededor con cautela. El niño entró de puntillas en la habitación de la archiduquesa, se subió a una silla y abrió el joyero del tocador. Su rostro se contorsionó de frustración.
—El anillo se ha ido.
Apretando los dientes, el niño miró fijamente a la puerta, murmurando para sí mismo. Sus ojos estaban llenos de resentimiento hacia alguien.
El duque y la duquesa de Winchester disfrutaban de un momento tranquilo juntos en su carruaje. Regresaban de un viaje para celebrar el exitoso baile de debut de su hija y una feliz conclusión de la temporada social.
La conversación derivó naturalmente hacia los posibles pretendientes de Elaina. Cuando el duque mencionó a León Bonaparte, la duquesa rio y golpeó juguetonamente el hombro de su esposo.
—Ay, cariño, solo son amigos. ¿Casarse? ¿En serio?
—¿De verdad? ¿En quién piensas entonces? —preguntó el duque.
—Bueno, para empezar, tiene que ser alguien que le guste a Elaina. No pido mucho. Solo alguien que la quiera y la aprecie —respondió la duquesa.
A pesar de sus palabras, un hombre cruzó por su mente. Quería decirle a su esposo que cualquiera menos él estaría bien, pero se mordió la lengua. Las palabras tenían poder, y la sola idea de que Elaina estuviera enredada con él le resecaba la boca.
Al regresar a su mansión, Elaina los esperaba en la entrada para recibirlos. Al ver a su hija adulta, la duquesa sintió un gran afecto.
Tenía veinte años. ¿Cuánto tiempo más se quedaría Elaina en la mansión ahora que es adulta? La idea de casarse y marcharse pronto llenó de melancolía a la duquesa.
—¡Bienvenidos de nuevo! ¿Disfrutasteis vuestro viaje? —preguntó Elaina.
—Claro. Incluso te trajimos unos chocolates que te gustan. Pero Elaina, dejemos la charla para después de cambiarnos, ¿vale? El viaje de vuelta fue bastante movido y me duele un poco la cabeza —respondió la Duquesa.
—Está bien. Pero tengo algo importante que deciros ahora mismo.
—¿Ahora mismo? ¿Es urgente? —preguntó el duque, percibiendo la gravedad en la voz de Elaina.
—Sí, lo es —confirmó Elaina, tomándose un momento antes de continuar—. Me caso.
La sorpresa de que su hija, aparentemente ingenua, hablara de matrimonio duró poco. Lo que siguió fue una sorpresa aún mayor.
—Me caso con el archiduque Grant. Me casaré con él.
En cuanto esas palabras salieron de su boca, la duquesa se tambaleó, casi desplomándose. El duque la sostuvo rápidamente, igualmente desconcertado. Los sirvientes también estaban en shock. ¿La joven, casada con quién?
Mientras todos permanecían en un silencio atónito, el duque fue el primero en recuperar la compostura.
—Discutamos esto adentro, Elaina. Este no es el lugar para una conversación así —dijo, guiándolos a todos hacia la mansión.
Al llegar al salón, la duquesa de Winchester se tumbó en el sofá con la cabeza apoyada en el regazo de su esposo. Estaba demasiado conmocionada para cambiarse de ropa, pues le temblaba el cuerpo. Mientras el duque abanicaba a su esposa y observaba atentamente el rostro de su hija, se dio cuenta de inmediato de que Elaina no bromeaba. Aunque alegre, Elaina no era de las que inventaban historias solo para escandalizar a sus padres.
—Elaina.
—¿Sí, padre?
—Explícate bien. De repente, hablar de matrimonio así...
Elaina sonrió radiante. Para ser sincera, se sentía aliviada de que fuera a su padre y no a su madre a quien tuviera que explicarle las cosas. Si su madre hubiera reaccionado con ira ciega y se hubiera negado a escuchar, habría sido mucho más difícil. Agradecida por la disposición de su padre a escuchar, Elaina fingió timidez al responder.
—Sabes con quién he estado bailando durante toda esta temporada social, ¿no?
Sí, lo sabía. En algún momento, su primer baile siempre había estado reservado para ese hombre.
Lyle Grant.
—Sé con quién has estado bailando. ¿Pero de repente, matrimonio? ¿De verdad sientes algo por él?
—Sí. Me gusta mucho. Lo adoro con pasión.
—¡Elaina Winchester! ¿Quieres verme muerta? —La duquesa se incorporó bruscamente, gritando—. ¿Por qué él, entre todos? ¿Por qué? Hay tantos hombres mejores. ¿Qué te falta para elegirlo?
La duquesa se arrepintió profundamente. Debería haber alejado a Elaina de ese hombre desde el principio.
—No, en absoluto. Jamás lo permitiré.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Cómo puedes siquiera preguntar por qué? ¿No lo ves?
—Es muy guapo, ¿verdad? Alto y confiable —dijo Elaina, bromeando.
La duquesa se golpeó el pecho con frustración. ¿Cómo podía su inteligente hija decir semejantes disparates?
—¿No sabes qué clase de lugar es el Archiducado de Grant? Es una casa de traidores.
—Pero han sido restaurados. El propio emperador los indultó.
—¡Elaina!
—Por favor, confía en mi juicio solo por esta vez.
—¿Juicio? ¿Acabas de decir juicio? —A punto de desmayarse de la exasperación, la duquesa buscó el apoyo de su esposo—. ¡Di algo! ¿No has oído lo que acaba de decir?
Sintiéndose completamente traicionada, la duquesa tembló. El duque la acompañó con delicadeza de vuelta a su asiento y, con expresión seria, miró a Elaina.
—Parece que no ignoras lo que dice tu madre y aun así quieres casarte con el archiduque Grant. Así que, dinos qué te hace pensar que debería ser tu esposo.
—¡Cariño! ¿Qué hay que escuchar?
—Aun así, deberíamos escuchar lo que Elaina tiene que decir.
El duque tomó la mano de su esposa con suavidad, tranquilizándola mientras volvía su atención a Elaina.
—Como tu padre, priorizo tu felicidad por encima de todo. Tu madre opina lo mismo. Desde nuestra perspectiva, Lyle Grant no parece un buen partido.
—Exactamente. ¿Cómo pudiste elegir a alguien como él? —La voz de la duquesa se alzó con el apoyo de su esposo.
A pesar de su firme oposición, Elaina se mantuvo firme.
—¿Por qué os casasteis? ¿Acaso pensasteis que el otro tenía las mejores condiciones?
—¡Ay, ay, ay! Escucha lo que dice, querido —dijo la duquesa, sin creer lo que oía.
—No, no lo fue. Fue porque ambos sentíais algo el uno por el otro. Escuché historias de la abuela. Sobre cómo os cortejabais en secreto —añadió Elaina.
Mientras la duquesa se tambaleaba, Elaina continuó:
—Condiciones. Lo entiendo. Puede que Lyle no tenga las mejores condiciones. Pero ¿por qué tengo que elegir a alguien solo por sus condiciones?
—¡Cómo puedes decir eso! —exclamó la duquesa.
—Sí. Te lo pregunto con sinceridad. Soy tu única hija. La única hija de la familia Winchester. Podrías convertir una piedra de la calle en algo más valioso que una joya. ¿Por qué debería rebajarme eligiendo a alguien por mis condiciones, como otras hijas de nobles?
La duquesa guardó silencio. No podía negarlo. El orgullo y la confianza ligeramente arrogante que Elaina exhibía en la familia Winchester habían sido inculcados por ella.
Desesperada, miró a su esposo en busca de ayuda. Pero las palabras que salieron de la boca del duque no fueron las que ella esperaba.
—Está bien. Si esa es tu decisión.
—¡Cariño!
—Espera, querida. Aún no he terminado. Pero Elaina, ¿qué harás si te das cuenta de que lo que recogiste es solo una piedra sin valor? Por mucho que la decores, sigue siendo una piedra. ¿Crees que seguirás siendo feliz con ella?
—Estoy de acuerdo contigo, padre. Pero ¿y si resulta que la piedra que recogí es en realidad un diamante en bruto?
A pesar de su comportamiento frustrante, Lyle Grant era un hombre bastante decente. Su desesperado deseo de recuperar a su familia a veces lo volvía imprudente, pero con el entorno adecuado, tenía potencial para crecer.
«Tengo un plan, después de todo».
Elaina pensó para sí misma y le sonrió a su padre. Al ver la sonrisa segura de su hija, la duquesa cerró los ojos con fuerza.
La habían criado para ser la joven más bella y educada, pero resultó ser la más ingrata.
Athena: Pues… una reacción de padres bastante normal y lógica. Creo que es tan normal que hasta me sorprende. Mi madre sería como la duquesa jajajajaj