Capítulo 20
—Elaina Winchester.
El timbre profundo de su voz era agradable al oído. Ver al hombre corpulento arrodillado ante ella en el pasillo familiar de su casa le pareció casi surrealista. Lyle Grant proponiéndole matrimonio en su propia casa: era una escena que no había imaginado del todo.
—Nuestro matrimonio es inesperado para ambos. Puede que te arrepientas pronto de este matrimonio, porque será muy diferente a la vida que estabas destinada a tener.
Desde el principio, a este matrimonio le faltó el elemento más crucial: el amor. El amor era un sentimiento que Lyle había olvidado hacía tiempo, algo que nunca había recibido realmente y, por lo tanto, no sabía cómo dar. Elaina tenía razón. Era natural que una mujer a su lado no encontrara la felicidad.
—El amor… no forma parte de nuestro contrato. Así que no me lo pidas. No puedo cumplirlo. Pero —dijo Lyle, sacando un estuche de anillos de su bolsillo—, te prometo esto: mientras seas mi esposa, seré un esposo fiel para ti.
Elaina Winchester era una buena persona, a diferencia de él. Aunque no era amor, él podía ofrecerle algo más importante y sincero: fidelidad.
—Estabas preocupada por la infelicidad de Diane Redwood. No puedo prometerte que seas feliz, pero haré todo lo posible para que no seas infeliz.
«Mientras no pidas amor».
No dijo la última parte en voz alta. Elaina miró a Lyle, con la mirada fija en él. Abrió el estuche del anillo, revelando un anillo de oro con un intrincado diseño de enredaderas. Los pequeños diamantes rosas, engastados como capullos de rosa bañados por el rocío, brillaban con delicadeza.
—Este anillo… no es un anillo cualquiera, ¿verdad?
A simple vista, era evidente que no era algo que se pudiera preparar en un día. Aunque sentía curiosidad por su origen, no quería herir su orgullo, así que preguntó indirectamente.
—Era el anillo de mi madre.
—¿Qué? ¿Por qué me regalasteis un anillo así...? —Elaina se quedó callada, visiblemente nerviosa—. Un anillo de vuestra difunta madre... ¿Quién le da un anillo tan preciado a una esposa por solo un año? Ya os dije que algo común habría bastado...
—Te lo acabo de decir —interrumpió Lyle.
—¿Perdón?
—Dije que sería un esposo fiel. Es un contrato de un año, pero nunca lo he considerado falso.
Nunca lo pensé como falso.
Esas palabras resonaron en la mente de Elaina. Tenía razón. No importaba cómo empezara ni cómo terminara, sin importar las intenciones, el matrimonio es matrimonio. No era falso.
—Elaina Winchester —su voz, resonando como un eco en una cueva, la llamó por su nombre—, ¿quieres ser mi esposa, por favor?
Pensó que la propuesta no significaría mucho, pero la sinceridad en sus ojos era mucho más profunda de lo que había anticipado. A pesar de su sincera propuesta, Elaina dudó en extender la mano.
La última vez que visitó la finca Grant, quedó claro que la familia había estado vendiendo muebles para llegar a fin de mes. Fue evidente desde el momento en que entró en la mansión.
Para solucionar problemas financieros, vender joyas habría sido mucho más práctico que muebles a mitad de precio. Sin embargo, este precioso anillo se había conservado, lo que sugería su valor sentimental.
«Dije que me encargaría de ello...»
¿Quién habría pensado que lo manejaría tan bien? Aun así, Elaina no tuvo el valor de rechazar el anillo del hombre arrodillado ante ella. Era precioso y caro, traído como anillo de compromiso. No podía ofrecer amor, pero prometió ser un esposo fiel.
La excesiva consideración podía ser más insultante que la grosería absoluta. No podía desestimar su gesto sincero como una carga.
Elaina finalmente extendió la mano. El anillo de la difunta archiduquesa le quedaba perfecto en el dedo anular, como si hubiera sido hecho a medida.
—Me queda perfecto. ¿Cómo supisteis mi talla?
—Bailar contigo me dio una buena idea de tu talla de anillo. Me alegra que te quede perfecto.
Elaina se quedó mirando el anillo brillante en su dedo.
—Gracias. Lo guardaré como un tesoro.
Este anillo simboliza su compromiso de convertirse en la esposa de Lyle Grant. Por ahora, era suyo.
«Piensa que es algo prestado. Incluso las cosas prestadas son mías por un tiempo», pensó. No era complicado. Había decidido casarse con Lyle por el bien de Diane, con la intención de separarse al cabo de un año. Simplemente estaba tomando prestado a Lyle de su futura esposa.
—Yo también lo prometo. No es que lleguemos a esto, pero jamás os pediré amor.
Qué apropiado, pensó. Sus primeras palabras al proponerle matrimonio fueron para decirle que no esperara amor. Era absurdo y, al mismo tiempo, completamente típico de él.
«Amor», reflexionó. ¿Podría este hombre, que solo prometía ser un esposo fiel y nada más, llegar a enamorarse de alguien? No podía imaginárselo. No podía imaginarlo mirando a alguien con cariño y afecto.
«¿A quién le importa quién, Elaina Winchester?» Negó con la cabeza, riéndose de sí misma.
Ella tampoco había conocido el amor. Se decía que era una emoción apasionada y ciega. Pero nadie había despertado en ella esos sentimientos. La probabilidad de que desarrollara esos sentimientos por Lyle era prácticamente nula.
—Será mejor que tengáis cuidado —dijo.
—¿Qué quieres decir?
—Aseguraos de no enamoraros de mí. Sería mejor que nos separáramos amistosamente. Espero que este matrimonio no sea un mal recuerdo para ninguno de los dos.
—Ah —suspiró Lyle, como si no lo pudiera creer.
—¿Verdad? Aunque nos divorciemos, dadas nuestras posiciones, nos veremos a menudo en eventos sociales. Imaginaos lo incómodo que sería para quienes nos rodean si estuviéramos constantemente peleándonos. ¿No sería mejor para ambos si pudiéramos separarnos amistosamente y saludarnos con una sonrisa? —argumentó Elaina.
—De acuerdo, lo prometo. —Sus ojos, normalmente tan severos, ahora tenían un raro destello de diversión—. Me aseguraré de no enamorarme nunca de ti.
Escuchar la palabra "amor" de él, incluso en broma, le sonrojó las mejillas. No estaba acostumbrada a verlo sonreír así. Apartó la mirada y murmuró rápidamente:
—Solo aseguraos de que nunca suceda, por el bien de ambos.
—Acordado.
—Bien. —Elaina le agarró la mano grande y la estrechó suavemente—. Ahora, deberíais iros.
—¿No me despedirás?
—Oh.
—Es broma. Pareces tener mucho frío. Deberías volver adentro.
—¡No! Os despido. No puedo descuidaros justo después de aceptar la propuesta.
Elaina insistió obstinadamente y se sorprendió cuando Lyle le puso la chaqueta sobre los hombros.
—¿Qué es esto?
—Todavía hace frío. Ese vestido no te abrigará.
Su chaqueta estaba caliente por el calor corporal. Elaina quiso negarse, pero tenía frío, y no le vendría mal que los sirvientes la vieran con su chaqueta puesta. Decidió guardar silencio.
—Sorprendente. Pensé que te pondrías furiosa.
—Bueno, hace bastante frío.
—Tal vez debería haberte propuesto matrimonio en tu habitación entonces.
—No. Sarah está ahí. Si se enterara de la propuesta, se habría puesto histérica.
—Ah, la criada que se opone a nuestro matrimonio.
—¿Cómo lo supisteis?
Fue una conversación trivial, pero fluyó con naturalidad. Se dio cuenta de que hablar con Lyle era más agradable de lo que esperaba. Sin darse cuenta, llegaron a la puerta principal.
—Debería devolveros la chaqueta —dijo Elaina.
—Quédatela. Devuélvela la próxima vez que nos veamos.
A pesar de su camisa fina, Lyle le ajustó la chaqueta sobre los hombros. No insinuaba nada; simplemente se sentía mal por obligarla a quedarse parada en el frío pasillo.
—El carruaje está listo, Su Gracia —anunció un sirviente.
—De acuerdo. Me voy —dijo Lyle, besando suavemente la mano de Elaina. El inesperado gesto caballeroso la dejó nerviosa. Antes de que pudiera responder, Lyle ya había salido por la puerta principal.
Elaina miró su mano. El calor del contacto de sus labios persistía, haciéndole un cosquilleo en la piel.
Athena: Con decir eso del divorcio y que no os enamoréis mutuamente habéis sentenciado que pasará todo lo contrario. Pero si Lyle se ve que precisamente malo no es… sino un buen partido.