Capítulo 24

Frente a la fría expresión de Lyle, Elaina se dio cuenta de que realmente estaba con el hombre descrito en “Sombra de Luna”.

«Qué insensible», pensó. Su actitud hacia su único hermano era excesivamente indiferente. Era probable que su matrimonio con Diane hubiera sido muy parecido, centrado únicamente en la recuperación de su familia, como un caballo de carreras con anteojeras.

—Escuchad con atención. No me iré hasta que esta caja esté llena. Si queréis iros a casa rápido, llenad esta caja —dijo Elaina, entregándole a Lyle una lata de galletas. Lyle se quedó mirando la lata con forma de corazón un buen rato antes de soltar una burla.

—Ja. No le va a gustar algo así.

—¿Cómo podéis estar tan seguro? Nunca le habéis comprado dulces, así que dejad de fingir que lo sabéis. Su Gracia, necesita desarrollar el hábito de tener en cuenta a la gente que le rodea.

Lyle cerró la boca, pero Elaina continuó con una expresión seria.

—Escuchad, sé que vuestra vida ha sido dura. No fingiré entenderos. Mentiría si dijera que conozco las dificultades del campo de batalla. Pero teníais quince años cuando fuisteis a la guerra. Hasta entonces, crecisteis rodeado del amor de vuestra familia.

Al mencionar el amor, la expresión de Lyle se endureció. Sí, había habido días así, olvidados en su memoria. Días pasados ​​en una gran mansión, aún no vieja ni deteriorada, con su abuelo antes de su ejecución, su siempre amable padre y su hermosa madre.

Un recuerdo olvidado surgió.

—Madre, ¿es cierto que hay un bebé ahí dentro? —preguntó Lyle, de quince años, colocando su mano sobre el vientre de su madre, lleno de anticipación.

—Sí. Pronto nacerá tu hermanito. Espero que sea una niña que se parezca a tu madre.

—Cariño, acordamos no decir ese tipo de cosas.

—Sí, padre. Me da igual si es hermano o hermana. Jugaré con ellos todos los días porque soy el hermano mayor.

—Podría ser un hermano, ¿sabes?

Todos se habían reído aquella cálida tarde, siguiendo la risa de su madre. La mirada de Lyle se detuvo en la lata de galletas vacía.

Elaina chasqueó los dedos ante sus ojos.

—¿Empiezo yo si no vais a hacerlo? Evitad elegir los mismos que yo. También le voy a comprar un regalo a vuestro hermano.

Al ver a Elaina absorta en la elección de dulces, Lyle cogió las pinzas en silencio. Ver al hombre corpulento seleccionando galletas para la lata era divertido, pero Elaina contuvo la risa.

«Deberías estarme verdaderamente agradecida, futura archiduquesa de Grant», pensó. Si Lyle, que no era ni divertido ni elegante, llegaba a ser al menos hábil socialmente, todo sería gracias a ella.

Lyle regresó a la mansión antes de la cena, con aspecto algo cansado y las manos llenas de varios paquetes. El mayordomo, tomando su abrigo, echó un vistazo a los paquetes y preguntó:

—Amo, ¿qué es todo esto?

—Galletas.

«¿Galletas? ¿Dijiste galletas?» El rostro del mayordomo se mostró perplejo ante la palabra inesperada. Lyle tomó uno de los paquetes y se lo entregó.

—Lady Winchester sugirió que la gente agradecería un pequeño regalo cuando volviera a casa —explicó Lyle.

El mayordomo, todavía en shock, aceptó el paquete.

—No dijiste nada, pero siempre trabajas mucho. Esto es para todos vosotros; compartidlo y tomad un té.

El mayordomo, atónito, sostuvo el paquete. Pero ¿qué había pasado con ese pequeño bulto? Miró a Lyle con curiosidad. Mientras Lyle subía las escaleras, aún tenía un pequeño paquete en la mano.

Lyle dudó frente a la puerta. Habían pasado meses desde que regresó de aquella maldita guerra, pero rara vez venía a ese piso. Solo había subido una vez para recuperar el anillo de su madre.

—A veces, necesitas mirar a tu alrededor y ver dónde estás. Así sabrás cuánto te llevas —dijo Elaina al bajar del carruaje—. La vida es para recorrerla juntos. En ese sentido, os agradecería que dierais pasos más cortos la próxima vez que nos veamos. ¿Sabéis cuánto medís? Cuando dais un paso, yo tengo que dar dos o tres con tacones —añadió con una sonrisa—- La próxima vez que nos veamos, contadme cómo reaccionó vuestro hermano. Decidme qué regalo le gustó más.

Al recordar el rostro sonriente de Elaina, Lyle se armó de valor y llamó a la puerta.

—¿Quién es? —dijo la voz de un niño desde adentro, sin esperar que fuera Lyle quien tocara—. ¿Quién es? —repitió la voz, ahora un poco molesta por la falta de respuesta.

Se oyeron pasos acercándose y la puerta se abrió de golpe.

—¿Por qué no respondiste?

El tono irritado se suavizó al reconocer a Lyle. Parecía tan sorprendido como el día que le arrojó un vaso a los pies, rompiéndolo.

—¿Qué quieres? —A pesar de su tono irritado, el chico no cerró la puerta. Lyle se quedó momentáneamente sin palabras.

Había pensado que no importaba. Que cualquier vínculo con su hermano era imposible de forjar a estas alturas. Creía que solo compartían la misma línea de sangre y nada más.

Su hermano, nacido mucho después, desconocía la gloria del apellido Grant antes de su nacimiento. Lo que Lyle podía hacer por él era asegurarse de que heredara un apellido restaurado. Que su hermano lo quisiera o no era irrelevante. Tampoco importaba si odiaba o no a Lyle. Restaurar el prestigio del ducado de Grant era la prioridad.

Pero ahora, al ver la expresión insegura de su hermano, Lyle se preguntaba si se había equivocado. No estaba seguro de si todo aquello en lo que se había fijado valía la pena o si las cosas que descartaba como insignificantes lo eran realmente.

—Knox.

Era la primera vez que Lyle llamaba a su hermano por su nombre. Una oleada de emoción se reflejó en los ojos de Knox.

—Compré unos dulces. —Lyle le entregó el paquete a Knox. Nunca lo había hecho; parecía una tarea trivial comparada con sus otras obligaciones urgentes. Lo había ignorado, olvidando la promesa que había hecho años atrás de proteger a su hermano pequeño, que ni siquiera había nacido.

Knox, torpemente, extendió la mano y tomó el paquete.

—Es de un lugar conocido.

—Lo sé. Soy el único de mi clase que no lo ha probado. —La respuesta fue brusca, pero la incredulidad en los ojos del chico era evidente—. ¿Esto realmente es para mí?

—Sí.

—¿De verdad?

—Sí.

Las mejillas de Knox se enrojecieron lentamente. Aunque intentó actuar con indiferencia, no pudo ocultar por completo su emoción.

Si hubiera sabido que lo haría tan feliz... Si hubiera sido tan fácil, debería haberlo hecho antes. El día que regresó del campo de batalla, debería haber traído un regalo. Debería haberse acercado a su hermano primero, incluso cuando le lanzó un vaso.

—¿Te gustan los dulces?

—…No precisamente.

—Entonces, ¿debería comprarte algo más?

Cuando Lyle intentó recuperar el paquete, Knox rápidamente escondió los dulces tras su espalda.

—Dije que no, que no los odiaba.

—No lo habías abierto, así que pensé que no te gustaban.

Knox no respondió. Claro que no lo entenderías, hermano tonto. Era la primera vez que recibía un regalo así. Aunque solo eran dulces, era la primera vez que recibía algo tan bien envuelto de un familiar.

No quería abrirlo porque era demasiado preciado, pero sabía que su hermano no se iría hasta que lo hiciera. Mientras Knox dudaba, una mano grande cubrió la suya y rasgó el envoltorio sin vacilar.

—¡Qué estás haciendo!

—Los compraré a menudo de ahora en adelante, así que simplemente ábrelo.

Dentro del paquete había dos cajas de dulces.

—¿Dos?

Knox abrió con cautela una de las latas de galletas. Dentro, con forma de corazón, había varias galletas. Inspeccionó el contenido e hizo una mueca.

«¿Qué es esto? ¿Jengibre? ¿Avena? ¿Quién come esto?»

Por otro lado, la otra lata estaba llena de galletas con mermelada de fresa, chocolate y frutos secos. Con solo ver la expresión de Knox mientras miraba entre las dos latas, Lyle supo quién había ganado la apuesta con Elaina.

 

Athena: ¡Eh! Las galletas de jengibre están buenas…

Anterior
Anterior

Capítulo 25

Siguiente
Siguiente

Capítulo 23