Capítulo 25
—¿Qué pasa con esa mirada en tu cara? —preguntó Knox.
—Nada —respondió Lyle, dejando escapar un suspiro.
—De hecho, predije mi victoria incluso antes de que las galletas estuvieran empaquetadas. Pero nunca se puede estar demasiado segura. Tenéis que decírmelo con sinceridad, ¿de acuerdo? Al fin y al cabo, cuando nos casemos, lo descubriré directamente, así que no penséis en mentir —dijo Elaina con una sonrisa juguetona.
Lyle puso la mano sobre la cabeza de Knox, quien lo miraba.
—Anda, prueba uno. No sabía qué te gustaría, así que compré varios.
—Mmm... —Knox dudó un momento antes de coger una galleta. Naturalmente, eligió la que tenía forma de persona sonriente, hecha de chocolate negro.
—Lo supe desde el principio —dijo Elaina con tono triunfal—. ¿Galletas de jengibre, en serio? Es lo que más odian los niños. En cuanto elegisteis galletas de jengibre, mi victoria estaba asegurada.
«Claro», pensó. «Chocolate contra jengibre. Ni siquiera era una pelea justa».
—Aun así, parecía que le gustaban bastante las galletas de canela —dijo Lyle.
Tras terminar la galleta de chocolate, Knox decidió probar otra del otro lado, eligiendo una de canela. El mayordomo le informó más tarde a Lyle que Knox a veces tomaba leche tibia con canela antes de acostarse.
—Qué sorpresa. A la mayoría de los niños no les gusta ese sabor —comentó Elaina.
—A mí también me gustaba. El mayordomo me lo preparaba cuando no podía dormir —respondió Lyle.
La simple compra de dulces había desvelado una inesperada afinidad. A medida que encontraban pequeños temas de conversación, los hermanos, antes distanciados, empezaron a acercarse poco a poco. Knox, que solía retirarse a su habitación cuando Lyle llegaba a casa, empezó a salir más.
—Entonces, ¿cuál es tu deseo? —preguntó Lyle. La apuesta era que el ganador vería su deseo cumplido por el otro.
—¿Realmente haréis lo que os pida?
—Mientras sea posible.
—Está bien, entonces dejadme ver la mansión Grant.
Lyle arqueó una ceja ante la inesperada petición.
—¿De verdad es ese tu deseo?
—Sí. No puedo ir de visita libremente porque aún no nos hemos casado. Y hay muchísimo que preparar antes de mudarnos esta primavera. No sé si podremos terminarlo todo a tiempo —dijo Elaina.
El papel pintado, los muebles viejos y las reparaciones generales fueron solo el comienzo. El personal actual en la mansión Grant era insuficiente, y tendrían que traer gente de la finca Winchester y contratar personal adicional.
—Está bien.
—¿En serio? —Los ojos de Elaina se abrieron de sorpresa y Lyle asintió.
Estaban tomando el té en una de las cafeterías más famosas de la ciudad, distinta del salón de té que habían visitado antes. Lyle sabía que tenía que acostumbrarse a las miradas de los nobles, pero aun así le resultaba molesto, como moscas molestas zumbando.
—¿Nos vamos? —sugirió Elaina.
El té se había enfriado hacía tiempo. Lyle sabía que no era muy hablador, pero la conversación con Elaina fluía con naturalidad, tanto que se había olvidado del té.
Incluso en el carruaje, Elaina seguía charlando. Normalmente, la gente habladora le cansaba, pero Elaina era diferente. No lo cansaba.
—Por cierto, he estado pensando —comenzó Elaina, abriendo y cerrando la mano—. ¿Es cierto que tener las manos grandes facilita el manejo de la espada? ¿Significa eso que a alguien como yo le costaría aprender a usar la espada? —preguntó—. Ya sabéis, como que las personas con dedos largos son más aptas para tocar instrumentos.
Continuó:
—Una vez intenté levantar una espada del estudio. Era una pieza decorativa, así que pesaba más, pero aun así, me quedé atónita. Me enorgullezco de mi fuerza, pero levantarla fue todo lo que pude hacer. ¿Qué tan fuerte hay que ser para blandir una espada tan pesada...? Oye, ¿por qué os reís?
—¿Yo? No me estoy riendo —negó Lyle, aunque su rostro lo delató al darse la vuelta y taparse la boca.
—Os reísteis. Os vi girar la cabeza y taparos la boca —acusó Elaina con indignación—. ¿De verdad os hizo gracia que me costara levantar una espada?
—No fue esa parte. Me reí de algo que dijiste antes.
—¿Antes? ¿Qué dije? —Elaina frunció el ceño, confundida.
—Dijiste que te enorgulleces de tu fuerza —explicó Lyle.
—¿Y? Estoy en forma.
—Por supuesto.
—Si tenéis algo que decir, decidlo. Fingir que estáis de acuerdo es más molesto.
—Pareces saludable, pero la fuerza y la resistencia son cosas diferentes.
De repente, Lyle se acercó a ella. Su aroma la inundó, haciendo que Elaina abriera los ojos de par en par, sorprendida. Pero Lyle, ajeno a su reacción, le puso la mano en el hombro.
—La fuerza proviene de los músculos, y al blandir una espada, se necesita fuerza tanto en el brazo como en el antebrazo. Este es el brazo. Y esto es... —Su mano bajó lentamente por su brazo—. Este es el antebrazo, pero por desgracia, no tienes músculo aquí —dijo Lyle, divertido. Su boca se curvó en una leve sonrisa al notar lo suave que era su cuerpo, sin rastro de los músculos duros ni los callos a los que estaba acostumbrado.
—¿Músculos? ¡Necesito algunos, ¿no?! —protestó Elaina.
—Sí que tienes. Caminas y levantas cosas, después de todo. Pero dejémoslo ahí.
—¿Entonces puedo tocar el vuestro? —preguntó Elaina de repente, inclinándose hacia él como él lo había hecho.
Casi se cae por los zarandeos del carruaje, y Lyle la sujetó rápidamente.
—Oh, gracias. Debería sentarme aquí. —Elaina se acercó a él y empezó a tocarle el brazo—. ¡Guau, ya lo entiendo! Es muy firme, como una roca.
Entendía por qué la señora Marbella se había preocupado tanto por su físico perfecto. Esto era lo que se necesitaba para blandir una espada.
«Pero es muy diferente de Leo», pensó Elaina, imaginando a su viejo amigo. Leo Bonaparte, con su cabello dorado y ojos azules, tenía una figura esbelta, a diferencia de Lyle. Perdida en sus pensamientos, la voz de Lyle la devolvió a la realidad.
—Si has terminado, debes regresar a tu asiento.
—¿Eh?
Elaina se dio cuenta de que había estado examinando minuciosamente el brazo de Lyle. Él había girado la cabeza, visiblemente avergonzado. Al ver su reacción, ella también se sintió un poco cohibida.
«Qué extraño, considerando que él me tocó primero», pensó. Sintiéndose un poco incómoda, se aclaró la garganta.
—Bueno, bueno. Parece que sois particularmente sensible al contacto físico, igual que con la señora Marbella —refunfuñó, volviendo a su asiento. El persistente aroma de su perfume aún le hacía cosquillas en la nariz a Lyle, así que abrió la ventanilla del carruaje—. ¿No hace frío con la ventana abierta? —preguntó Elaina.
—No, tengo un poco de calor. La dejaré abierta un momento —respondió Lyle. Su rostro, en efecto, se había puesto un poco rojo.
Temprano por la mañana, Knox se puso alerta al enterarse del regreso de Lyle. Normalmente, Lyle no volvía hasta la noche, así que Knox sintió curiosidad por saber qué lo había traído de vuelta tan temprano. Echó un vistazo desde su habitación al pasillo.
—La próxima vez, ¿por qué no sale a saludar a su hermano? Seguro que se lo agradecerá —sugirió el mayordomo.
Knox oía hablar a menudo de Lyle por el mayordomo, quien sentía un profundo cariño por su hermano mayor. Siempre hablaba de cómo Lyle era su única familia y de cuánto lo quería. Quizás por eso Knox le guardaba aún más rencor. Lyle había monopolizado la atención de su madre y del mayordomo mucho antes de nacer.
«¿Debo salir a saludarlo?», se preguntó.
Cuando Knox tenía cinco años, el mayordomo organizó el funeral de la archiduquesa, como nadie más lo haría. Desde entonces, Knox no tenía a nadie a quien llamar familia. Tras el regreso de Lyle, no mostró ningún interés en Knox. Los dulces que Lyle le había comprado habían mitigado un poco su resentimiento, pero la idea de la familia seguía teniendo un gran poder para un niño solitario de diez años.
«Si voy primero, tal vez él haga lo mismo por mí», pensó Knox.
Tras dudar un momento, Knox cerró el libro y bajó las escaleras. El sonido de una risa llegó a sus oídos, haciéndole fruncir el ceño.
«¿Qué pasa?». La risa en la mansión era un sonido inusual.
Al bajar las escaleras, vio a una mujer junto a Lyle, riendo. Sus miradas se cruzaron.
«Esa mujer».
La expresión de Knox se ensombreció. Era la misma mujer que había visitado la mansión antes. Se fijó en el anillo que llevaba en la mano izquierda: el mismo que Lyle había sacado de las pertenencias de su madre.
—¡Ah! ¡Por fin nos conocemos! Mucho gusto, Knox. Soy...
Elaina empezó a presentarse, pero la voz aguda de Knox cortó el aire.
—¿Qué hace esta calabaza aquí?
Athena: Lol, Knox va a pelear por su hermano seguro jajaja. Y… a ver, yo es que me imagino a Lyle guapísimo. Esta mujer se ha fijado bien en ese cuerpo jajaja.