Capítulo 67
Cuando Leo se enteró de la llegada del carruaje de la familia Grant, pensó que era una respuesta a su carta. Así que, cuando Elaina bajó del carruaje, Leo quedó atónito.
—¿Elaina?
Elaina, que acababa de bajar del carruaje, corrió hacia Leo.
—¡Leo! ¿Qué le pasó a Lyle?
En el viaje de la capital a Mabel, innumerables pensamientos la atormentaron. Cada vez que imaginaba lo peor, se obligaba a pensar en el mejor resultado. Pero tales esfuerzos no surtían efecto; cada vez, pensamientos aún más terribles llenaban su mente.
—Espera, cálmate, Elaina.
—¿Parece que puedo tranquilizarme ahora mismo?
El intento de Leo por calmarla solo aumentó la frenesí de Elaina, y su voz se alzó con desesperación. Justo entonces, una voz la llamó a sus espaldas.
—¿Elaina?
Elaina se quedó paralizada. Su cabeza giró bruscamente, como una muñeca rota.
Allí estaba Lyle Grant, vivo e intacto. Para ser precisos, su abdomen estaba envuelto en gruesas vendas, pero al menos no era la figura ensangrentada y sin vida de sus pesadillas.
Al ver a Lyle a salvo, a Elaina se le llenaron los ojos de lágrimas, aunque no podía explicar por qué. Lyle, a su vez, la miró con expresión desconcertada.
—…Parece que la carta llegó tarde.
Pensó que ya conocía bien a Elaina, pero nunca la había visto tan vulnerable.
Elaina se secó los ojos apresuradamente y apretó los dientes. Gritó nada más bajar del carruaje, atrayendo la atención de todos los caballeros que los rodeaban.
—Leon Bonaparte.
Su voz se volvió grave y amenazante. Leo, presintiendo problemas, empezó a divagar nerviosamente en su defensa.
—¡¿Cómo iba a saberlo?! Volvió poco después de que le enviara esa carta. Dudé si decírtelo o no, pero pensé que era correcto informarte. Créeme, yo también me arrepentí; quizá debería haber esperado un poco más.
Leo juntó las manos como implorando clemencia. Al ver esto, la tensión en los hombros de Elaina se relajó y los caballeros a su alrededor comenzaron a reír entre dientes.
Solo entonces Elaina pudo observar plenamente su entorno. Aunque reían, el entusiasmo que había visto en la ceremonia de despedida había desaparecido hacía tiempo. El ánimo de los caballeros era sombrío y pesado, casi como el de soldados derrotados. Elaina se volvió hacia Leo, quien también tenía un aspecto sombrío.
—¿Qué pasó?
—La subyugación del monstruo fracasó.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, incomprensibles para Elaina.
Exigió una explicación, pero Leo solo dijo que Lyle debía decírsela, y luego desapareció. Parecía que no quería repetir la historia delante de los desanimados caballeros.
—Hace frío aquí. Entremos y hablemos.
Lyle se acercó a Elaina y le sugirió que entraran. Al mirar a su alrededor, vio que los caballeros recogían sus cosas como si se prepararan para retirarse.
Con una última mirada a sus rostros cansados, siguió a Lyle.
—¿Cómo está tu lesión? No es muy grave, ¿verdad?
Lyle condujo a Elaina a la cabaña que había estado usando. Fingió que nada había pasado, pero tenía manchas de sangre en las vendas.
—No pone en peligro la vida.
—¿Qué quiso decir Leo antes? ¿A qué te refieres con que la subyugación fracasó?
—Exactamente lo que parece. La subyugación del monstruo fracasó. —Lyle esbozó una sonrisa amarga.
Había seleccionado a los caballeros más veloces para formar un grupo de exploración y había seguido el rastro del dragón adentrándose en las montañas. Se dio cuenta de que algo andaba mal cuando los rastros del monstruo (una evidencia que debería haber sido más evidente a medida que se adentraban) empezaron a desaparecer.
—Un monstruo… Ni siquiera estoy seguro de si es la palabra correcta. Era de un nivel completamente diferente al de los otros a los que nos hemos enfrentado.
En algún momento, la niebla se apoderó de él, espesándose hasta que ni siquiera pudo ver su propia mano. Por un breve instante, los caballeros confirmaron su ubicación gritándose, pero una a una, las voces se fueron apagando hasta que Lyle se quedó solo.
Aun así, siguió adelante, tanteando el camino, atravesando la niebla cegadora.
Vagó quién sabe cuánto tiempo, hasta que de repente, como si despertara de un sueño, la niebla se disipó. Ante él se alzaba una enorme guarida enclavada entre los acantilados; o, mejor dicho, parecía una enorme pared de ramas. Pero, de alguna manera, Lyle supo instintivamente que era una guarida.
Un hombre se paró frente a él, pálido. Miró a Lyle con enojo, visiblemente molesto por haber llegado tan lejos.
El hombre habló, pero Lyle no entendió ni una palabra. Se quedaron frente a frente en un extraño impasse hasta que, con un gesto exasperado, como si espantara una mosca, el hombre agitó la mano.
Lo que siguió no fue nada trivial: una ráfaga de viento golpeó a Lyle y, aunque era simplemente aire, le cortó la cintura como una espada.
La sangre brotó como una fuente.
El hombre parecía sorprendido de que Lyle hubiera logrado evadir el ataque.
Tras un momento, el hombre sonrió con sorna y murmuró algo para sí mismo, de nuevo en un idioma desconocido. Sin embargo, Lyle lo entendió. Le habían dado una oportunidad.
El hombre, o lo que fuera, pronunció palabras que Lyle no pudo comprender:
—Vete. Y no regreses. Si regresas, seguramente morirás.
Cuando Lyle volvió a abrir los ojos, ya no estaba en la guarida del dragón, sino en el bosque cerca del campamento de los caballeros.
Tras escuchar la historia de Lyle, Elaina adoptó una expresión seria, con la mirada fija en el costado herido. Lyle se ajustó el abrigo para ocultar las vendas.
—No te preocupes. El corte fue limpio, así que sanará rápido.
—¿Cómo no voy a preocuparme? ¡Podrías haber muerto! Deberías haber regresado como los demás. ¿Por qué seguiste...?
Por muy terco que fuera, seguir adelante en esa situación parecía imprudente. Pero las siguientes palabras de Lyle dejaron a Elaina sin palabras.
—Porque podría haber otros como yo.
—¿Qué?
—Alguien más podría terminar enfrentándose a ese monstruo solo, tal como lo hice yo.
—Ja. ¿En serio…?
—Un líder no abandona a sus hombres.
La explicación de Lyle (que siguió adelante porque otro caballero podría perderse y terminar en la guarida del monstruo) reveló su inquebrantable sentido de responsabilidad.
—Entonces… ¿De verdad vas a renunciar a este lugar?
—¿Quién habló de rendirse? Solo dije que esta subyugación fracasó.
—Si subyugar al monstruo es imposible, entonces no tendremos más opción que abandonar esta tierra.
Lyle negó con la cabeza con terquedad.
—Nunca dije que fuera imposible.
—¿Qué quieres decir?
—Con solo veinte caballeros, es como intentar romper una piedra con un huevo. Nos retiraremos por ahora y regresaremos a la capital para solicitar refuerzos de otras órdenes de caballeros. En cuanto la nobleza se entere de la existencia del dragón, no podrán ignorar nuestra súplica.
Lyle habló con naturalidad, como si estuviera explicando algo obvio.
—Lo siento. Parece que nos perderemos el baile de verano.
—¿Es eso realmente importante ahora?
Elaina no pudo evitar gritar de nuevo. ¿Cómo podía ser tan indiferente ante algo tan trivial después de casi morir?
—Casi mueres, ¿y te preocupa un baile tonto?
Al ver la reacción indignada de Elaina, Lyle finalmente dejó escapar una leve risa.
—¿Por qué te ríes?
—Es solo que… ésta es la Elaina que conozco.
Elaina miró a Lyle por un momento antes de recordar algo que había dejado en el carruaje.
—Tengo algo que podría ayudar. Las hierbas que enviaste la última vez... Nathan las combinó con otras para crear bolsitas.
—¿Bolsitas?
—Espera.
Elaina abrió la puerta, y allí, frente a la entrada de la cabaña, estaba lo que buscaba. Sarah, perspicaz como siempre, había dejado el objeto en la puerta cuando Elaina lo dejó.
Elaina recogió la cesta y le mostró a Lyle la pila de papeles.
—Todas estas hierbas crecen aquí de forma natural. Podemos cultivar tantas como necesitemos.
Lyle revisó las notas que ella le entregó. Su expresión se tornó cada vez más seria.
—¿Entonces esto es realmente posible?
—Nathan está investigando cómo hacerlos seguros para uso médico. Encontrar una proporción inocua para uso humano llevará tiempo, pero para un monstruo enorme, no hay necesidad de ser preciso. ¿Qué opinas? Esto debería ser útil, ¿verdad?
Elaina le mostró la cesta llena de bolsitas, todas bien selladas para evitar que el aroma se filtrara. La expresión de Lyle cambió de forma extraña al mirarlas.
Athena: Leo va a morir a manos de Elaina en lugar de Lyle o cualquier otro a este paso jaja. Al menos, está bien.