Capítulo 73
El mayordomo miró al emperador con expresión atónita, y el emperador, aparentemente divertido por su reacción, le dirigió una mirada juguetona.
—¿Creéis eso y aun así lo mantenéis cerca?
—¿Ya olvidaste lo poderosa que era la familia archiducal Grant en aquel entonces?
La Casa Grant era una de las familias más antiguas del imperio, junto con la familia imperial. La fuerza militar que acumularon durante tanto tiempo gobernando la región norte era casi equivalente a la del resto del ejército imperial, excluyendo las fuerzas norteñas.
—El difunto archiduque era un hombre leal y bueno. ¿Que cometió traición? Ja. Un burro poniendo huevos suena más plausible.
El difunto archiduque había sido amigo del emperador durante mucho tiempo. Este era una de las personas que mejor conocía su carácter.
—Entonces por qué…
En lugar de responder, el emperador desvió la mirada hacia la ventana.
Estar en esta posición a veces requería tomar decisiones despiadadas. Expulsar a la Casa Grant había sido una de esas necesidades para el emperador.
Al ver que el emperador no tenía intención de responder, el mayordomo inclinó la cabeza. Justo entonces, la voz del emperador le llegó.
—La incompetencia es, por mucho, el mayor pecado.
El marqués Redwood era como un lobo. Se desconocía cómo había logrado atrapar al archiduque, pero si alguien de su talla había caído en las artimañas de un marqués, revelaba una incompetencia de otro tipo. Esa fue la primera razón por la que el archiduque tuvo que morir.
La segunda razón fue que el emperador no podía permitirse el lujo de revelar su propia incompetencia a los demás.
El archiduque que instigó la rebelión marchó sobre la capital con todo el ejército del norte. Fue el marqués Redwood quien derrotó al archiduque y a su formidable fuerza. En ese momento, el emperador tuvo una idea:
Puede que el archiduque no fuera ese tipo de hombre, pero ¿qué pasa con sus descendientes?
Si albergaban pensamientos desleales, si tenían intenciones de traición, no porque fueran engañados por las maquinaciones del marqués sino por genuina convicción, entonces quien en el futuro llevaría la corona del emperador podría no ser él, sino el linaje del archiduque.
Así, el emperador rompió resueltamente los lazos con su amigo, le quitó la vida y envió a sus hijos y nietos al campo de batalla.
Los lazos que había cortado cruelmente regresaron a él después de diez años. Incluso después de despojar a la gran familia archiducal Grant del título, Lyle había aniquilado a los enemigos del imperio y había ganado méritos.
«La lección que aprendí es que ni siquiera a quienes poseen grandes habilidades se les debe dar demasiada autoridad. Sin embargo, tampoco puedo tratarlos demasiado mal. Después de todo, el destino de un gobernante que pierde la confianza del pueblo siempre es miserable».
—Si dejas una hoja afilada envainada, se oxidará. Pero si la usas demasiado, dañará a quienes te rodean.
En el momento adecuado y en la medida adecuada.
—Este tipo de delicado equilibrio es realmente agotador.
El emperador se hundió cansadamente en el lujoso asiento del carruaje.
Todos los días eran ajetreados. Las invitaciones llegaban a diario a la Mansión Archiducal de Grant, y las solicitudes de quienes aspiraban a unirse a la Orden de Caballeros de Grant no dejaban de llegar.
Demostraba lo especial que había sido la recompensa del emperador: tres propiedades de primera en el norte, junto con un estipendio anual de un millón de oro.
Por supuesto, la recompensa para el archiduque Grant era esperada dados sus logros, pero incluso las recompensas para la orden de caballero no eran insignificantes.
Leon Bonaparte, por ejemplo, era el tema de conversación más candente en la alta sociedad. Como segundo hijo de un conde, inicialmente no estaba en la sucesión para recibir un título. Con su futuro como próximo comandante de la Guardia Imperial, un vizcondado estaba prácticamente garantizado, lo cual no era una mala perspectiva.
Sin embargo, gracias a sus contribuciones, recibió un título de barón. El día que se convirtiera en comandante de la Guardia Imperial, sería natural que se le otorgara, como mínimo, el título de conde. Además, el estipendio anual de quinientos mil de oro no era poca cosa. Las noticias de las innumerables propuestas de matrimonio que le llegaban al joven recién enriquecido llegaron incluso a oídos de Elaina.
—Pareces estar de buen humor.
—¿Sí?
Lyle había estado ocupado todo el día reuniéndose con quienes aspiraban a unirse a la orden de caballeros. No fue hasta la hora de la cena que Elaina finalmente lo vio. Le dio una palmadita en la cabeza a Knox a modo de saludo antes de sentarse. Tal como Elaina notó, parecía estar de buen humor.
Elaina sabía por qué.
Gran, Prix y, sobre todo, Pendita: estas tierras tenían un significado especial para Lyle. Pendita, a menudo llamada la capital del norte, albergaba un antiguo castillo. Llevaba diez años abandonado, prácticamente reducido a ruinas.
—¿Cuándo planeas visitar el Castillo Grant?
Lyle soltó una media risa ante la pregunta de Elaina, como si ella hubiera leído su mente.
—¿Castillo Grant? —Knox le preguntó a Elaina, curioso.
Sonrió radiante ante la pregunta del chico.
—Pendita tiene el Castillo Grant. Cuando el archiduque Grant gobernaba las tierras del norte, era el castillo donde se alojaban él y sus vasallos.
—¿Ah, sí?
Los ojos de Knox se abrieron de par en par, asombrados. Miró a Lyle, como preguntándole si era cierto, y Lyle asintió.
—Ha estado descuidado durante tanto tiempo que es peligroso entrar sin reparaciones, pero planeo visitarlo antes de que termine el año.
—¿P-puedo ir también? —preguntó Knox con cautela, su emoción era palpable.
Un castillo.
La idea de un castillo usado por antepasados que nunca había visto llenó al niño de orgullo y curiosidad.
—Claro. Planeo la visita durante tus vacaciones académicas.
—¿De verdad? ¿De verdad? ¡¿De verdad?!
Knox se levantó de un salto, sin poder ocultar su emoción. Esperaba que lo rechazaran por razones de seguridad, y su voz rebosaba alegría.
—Sí, de verdad.
Los labios de Lyle se curvaron en una suave sonrisa.
Después de cenar, de vuelta en su habitación, Elaina volvió a hablar con Lyle.
—Un millón de oro al año es mucho, pero no será suficiente para las reparaciones del castillo.
Una propiedad, especialmente una mansión, se deteriora rápidamente si no se usa. El Castillo Grant ya era viejo, y tras diez años de abandono, debió de deteriorarse considerablemente.
—Bueno, hay alguien que me gustaría presentarte: el primo de Nathan, a quien mencioné en una carta.
Elaina le contó a Lyle sobre Drane, incluyendo las cosas que Drane le había insinuado a Nathan. La expresión de Lyle se tornó seria mientras escuchaba.
—¿Qué opinas?
—No veo ninguna razón para negarme.
Aunque Lyle podía dominar monstruos para su gente, las finanzas no eran su especialidad. Podía recurrir al duque Winchester en busca de ayuda, pero depender de él indefinidamente no era una opción.
«Así que ahora queda aproximadamente medio año».
El verano estaba pasando. Solo faltaba medio año para que se divorciara de Elaina.
—La exención fiscal de cinco años concedida por Su Majestad es la clave.
Sin percatarse de los pensamientos de Lyle, Elaina apretó los puños con determinación. La exención de impuestos de cinco años era un privilegio enorme.
Los sobres de Nathan y el plan de Drane de desarrollar una ruta terrestre a través de Mabel proporcionarían a la Casa Grant una fuente estable de ingresos.
«Y, sin embargo, la medicina original que le solicité a Nathan aún no está terminada».
Cuando Elaina planeó inicialmente este matrimonio, solo pensaba en la medicina que Nathan había preparado en Sombra de Luna. Sin embargo, la realidad resultó ser aún más dramática que la historia.
Las tres tierras otorgadas por el emperador habían sufrido malas cosechas durante años. Ella no lo había previsto al pedirle a Nathan que elaborara la medicina, pero si lo conseguía, sin duda sería de gran ayuda para las tierras de Lyle.
—Está bien, enviaré una invitación formal.
—¿Una invitación?
—No me digas que lo has olvidado.
Elaina fulminó a Lyle con la mirada. Aunque hubiera estado ocupado con la orden de caballeros, había cosas que uno no debía olvidar. Lyle se rio de su silenciosa presión, revelando que bromeaba.
—Eso no tiene gracia.
—Como si pudiera olvidarlo.
Lo primero que hizo Lyle al regresar a la capital fue observar las masas de onagras que florecían junto a la fuente. La vista de las brillantes flores amarillas meciéndose con la brisa veraniega era realmente impresionante.
—Es el primer evento en el que presentaremos el Salón de Banquetes Archiducales Grant, así que, por supuesto, es importante. Y alguien me lo recordó constantemente.
El “alguien” respondió seriamente a la broma de Lyle.
—Es realmente importante, así que no importa lo ocupado que estés, asegúrate de no saltarte la práctica de baile.
Lyle levantó las manos en señal de rendición ante la severa advertencia de Elaina. Satisfecha, Elaina arqueó las cejas, complacida con su reacción.
Athena: Obviamente el emperador tiene algo que ver, claro… Ains.