Capítulo 78

Definitivamente parece estar en mejor forma. Incluso sonriendo así.

Kyst parecía casi irreconocible comparado con cuando Elaina lo conoció. Le pareció curioso que un dragón viejo pudiera reír a carcajadas, pero no le prestó demasiada atención a por qué había cambiado.

Lyle, que había permanecido en silencio junto a Elaina, de repente habló:

—¿Te queda algo por hacer?

Elaina negó con la cabeza ante su pregunta. No tenía nada más que hacer.

—Knox fue con Drane a aprender las señales con las manos, y Diane está con Nathan, así que no hay nada en particular.

—¿Estás cansada? El viaje en carruaje hasta aquí debió ser agotador.

—No, estoy bien. ¿Por qué preguntas? ¿Hay algo que debamos hacer?

Lyle pareció a punto de decir algo, pero cerró la boca. Elaina lo observó un rato, preguntándose qué se estaba guardando.

—No, no es nada.

Al final, Lyle ignoró sus palabras anteriores, dejando a Elaina con una mirada inquisitiva en sus ojos claros. Lyle, fingiendo no darse cuenta, cambió de tema.

—Has hecho un largo viaje. Deberías volver a tu habitación y descansar.

—¿Qué pasa contigo?

—Necesito volver al trabajo. Aún queda mucho por hacer. Tengo que revisar el nuevo método de cálculo de impuestos de Drane y revisar las propuestas comerciales de los comerciantes.

No exageraba: realmente había mucho trabajo por hacer.

Sabiendo que Elaina llegaría hoy, Lyle incluso había subido a la montaña para entrenar al halcón esa misma mañana, desperdiciando un tiempo valioso, que solo se sumó a la pila de trabajo sin terminar.

Sin embargo, a pesar de todo eso, todavía quería pasar más tiempo con Elaina, incluso si eso significaba ignorar sus responsabilidades.

«Peligroso».

Lyle era instintivamente consciente del peligro que había en sus sentimientos.

Su matrimonio con Elaina era como una carrera con una meta fija. Una vez que la cruzaran, se acabaría. Su matrimonio terminaría en cuanto expirara el contrato, y no podrían continuar más allá de ese punto.

Hacía medio año, en su boda, él había caminado hacia el altar del brazo de Elaina y le había prometido que nunca se enamorarían el uno del otro.

En aquel momento, realmente creía que era posible. Pensaba que podría llegar a simpatizar con Elaina y la gente de la Casa Winchester, pero que nunca desarrollaría sentimientos más allá de eso.

En retrospectiva, no tenía idea de qué le había dado tanta confianza.

La rebelión liderada por su abuelo, la caída de su familia, diez años pasados en el campo de batalla: estas experiencias lo habían dejado profundamente marcados, heridas que parecían imposibles de curar.

El amor, la amistad... ese tipo de emociones fugaces y triviales no eran para alguien como él. Siempre lo había creído.

Y, sin embargo, cuando recobró el sentido, descubrió que ya no estaba solo.

Leo había renunciado a su puesto de vicecomandante de la Guardia Imperial para hacerse cargo de la orden de caballeros en su lugar.

Nathan había viajado hasta Mabel para examinar la condición de Kyst y crear la medicina.

Knox, que ni siquiera lo miró cuando Lyle regresó a casa, ahora lo saludó con una brillante sonrisa y lo llamó "hermano".

Y hubo más.

El vasallo capaz que había hecho realidad la vaga esperanza de Lyle de restaurar su territorio.

Todo eso, toda esa gente, había llegado a su vida gracias a Elaina.

—¿Lyle?

En ese momento, algo se movió ante los ojos de Lyle, devolviéndolo al presente. Elaina agitaba la mano frente a su rostro, intentando llamar su atención.

—¿En qué estás pensando tan profundamente?

—No es nada. ¿Qué decías hace un momento?

—¿Qué? ¿No me escuchabas para nada? —Elaina lo miró con picardía.

—Dije que te ayudaría. Al menos puedo revisar las propuestas de intercambio —dijo Elaina con una sonrisa. La luz que entraba por la ventana la iluminaba, envolviéndola en un resplandor radiante.

En ese momento, Lyle no pudo evitar admitirlo.

«Ah. Estoy enamorado. De esta mujer».

Era una sensación que nunca había experimentado antes, pero la reconoció sin lugar a dudas.

—¿Qué pasa? No te ves bien.

Elaina frunció el ceño levemente, con la preocupación grabada en el rostro mientras observaba su expresión. Sorprendido, Lyle se dio la vuelta rápidamente.

—¿Lyle?

Elaina lo llamó, desconcertada. Sus orejas se habían enrojecido profundamente. Se giró para mirarlo, solo para verlo cubriéndose la cara con la mano enguantada.

—¿Qué está sucediendo?

—…No es nada.

—Tienes la cara roja. Mencionaste que subiste a la montaña esta mañana, ¿te excediste?

Para alguien como Lyle, con su increíble resistencia, escalar la montaña no era precisamente una hazaña agotadora. Sin embargo, Lyle no se atrevió a responder y se quedó quieto sin decir palabra.

Al encontrar su reacción inusual, Elaina se arremangó y agarró su mano.

—Vamos. Deberías descansar. Yo me encargo del trabajo, así que al menos tómate una siesta.

Lyle sabía que debería haberle explicado, haberle dicho que estaba equivocada y que él no estaba enfermo. Pero, en cambio, decidió dejarse guiar por ella.

Que ella se preocupara por él se sintió mejor de lo esperado, y ser arrastrado por su mano se sintió aún mejor.

—No te atrevas a levantarte. ¿Entendido?

Tras asegurarse de que Lyle estuviera acostado, Elaina insistió con firmeza. Incluso estaba un poco enojada por su insistencia en trabajar.

—No es que tomarse un día libre vaya a acabar con el mundo. A veces también necesitas tiempo para ti.

Con esas palabras, arropó cuidadosamente a Lyle con la manta.

—Si te encuentro fuera de la cama, me enfadaré mucho. Descansa tranquilo.

Ella lo había entendido completamente mal.

Hasta que le dio el halcón, Lyle se había comportado como ella esperaba: el Lyle que conocía. Pero después de salir de la habitación de Kyst, había estado actuando de forma extraña.

—Te lo dije, estoy bien.

—¿No? Claramente tenías fiebre. Aunque ya te sientas mejor, ¿quién sabe si podría volver?

Elaina cortó firmemente la protesta de Lyle.

Ya le había bajado la fiebre, pero ella había visto su rostro enrojecerse frente a la habitación de Kyst. Dado lo estoico que solía ser su rostro, incluso el más mínimo cambio le parecía significativo.

Mientras iban y venían, llamaron a la puerta. Drane entró con una montaña de documentos y puso los ojos en blanco al ver lo que tenía delante.

—Eh… ¿Debería volver más tarde?

—No, Drane. Deja los papeles en el escritorio. Los revisaré.

—Elaina.

—El paciente se queda en cama. ¿Por qué insistes tanto?

Drane preguntó con curiosidad ante las palabras de Elaina.

—¿Un paciente? ¿Su Gracia el archiduque no se encuentra bien?

—Tenía fiebre, pero se niega a admitirlo.

—Una fiebre…

Drane frunció el ceño ligeramente, dubitativo.

¿Podría el archiduque, un hombre que no se había inmutado por acampar constantemente en el camino a Mabel y que había atrapado un halcón después de pasar tres noches sin dormir en las montañas, realmente contraer fiebre?

Drane miró a Lyle. Durante el tiempo que habían pasado juntos, Drane había aprendido bastante sobre él. Una cosa estaba clara: el archiduque era un hombre increíblemente testarudo.

Al verlo influenciado por las palabras de Elaina, Drane no pudo evitar comprender la naturaleza de su relación.

—¡Así que así es! —exclamó Drane con una sonrisa radiante—. He estado muy preocupado por vos, Su Gracia. Os esforzáis demasiado con tanto entrenamiento y cetrería; no me extraña que hayáis enfermado.

—Oh Dios.

—Con vuestro estilo de vida, me sorprende que no os hayáis enfermado antes. Solo gracias a vuestra buena salud lo habéis logrado hasta ahora.

Drane asintió con seriedad y la expresión de Elaina se volvió seria.

—Esta es una buena oportunidad. Mientras Su Gracia la archiduquesa esté aquí, ¿por qué no descansar un rato?

—Sí, Lyle. Te ayudaré mientras esté aquí, así que descansa un poco, por favor.

Desde detrás de Elaina, Lyle observó a Drane mordiéndose el labio, claramente divertido, y lo miró con una expresión compleja.

“Simplemente acéptalo", parecían decir los ojos de Drane.

—…Bien.

Lyle dejó escapar un suspiro. Luego se volvió hacia Elaina.

—De acuerdo.

En el momento en que se rindió, el rostro de Elaina se iluminó triunfalmente.

—¿Ves? Te dije que volvería. ¿Quieres agua? ¿Te la traigo?

Incluso Drane, observando desde lejos, pudo ver que el rostro del archiduque se había puesto un poco rojo.

—Bueno entonces me despido.

Drane colocó rápidamente los documentos en el escritorio y salió de la habitación a toda prisa.

—Uf.

Una vez cerrada la puerta, se frotó los brazos como si sintiera un escalofrío. Aunque ya era verano, se le puso la piel de gallina.

Aunque él había orquestado la situación, presenciar un momento tan íntimo entre su típicamente frío superior y su esposa tuvo un gran efecto en él.

 

Athena: ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAH!!! ¡Lo admitió! ¡Tenemos hombre caído! ¡Ahora solo necesitamos que de un paso más!

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