Capítulo 86
Elaina estaba sentada en el sofá. Abrazada con fuerza una almohada contra el pecho, había estado medio dormida hasta que el sonido de la puerta la despertó sobresaltada.
Lyle entró por la puerta abierta. Su expresión cansada hizo que Elaina olvidara por un momento que se suponía que debía estar molesta.
—¿Dónde has estado? ¿Y por qué regresas tan tarde?
Había pasado casi medio día desde que salió. Sarah había informado que se había marchado imprudentemente a pesar de que le habían dicho que llevara caballeros. Conociendo a este hombre testarudo, probablemente tampoco había comido bien.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Lyle mientras se quitaba el abrigo, sin volverse hacia ella. Su reacción hizo que Elaina alzara la voz con incredulidad.
—¡Porque tengo algo que decir! ¿Qué pasa con esa declaración unilateral? ¡No soy uno de tus caballeros! Bueno, hablemos de eso más tarde. Por ahora, comamos primero.
Su sueño se evaporó. Elaina colocó la almohada que sostenía en el sofá y se levantó.
—No tengo hambre.
—Pero yo sí. ¿Y no sabes que odio comer sola? Aunque no tengas hambre, siéntate conmigo. ¿Quién crees que me hizo saltarme la comida?
Elaina le refunfuñó a Lyle. Finalmente, él se giró para mirarla.
—¿Te saltaste la comida? ¿Por qué?
—¡Porque dijiste algo tan repentino y luego no respondiste! ¿Cómo podría no preocuparme?
Sarah le había asegurado que no había de qué preocuparse, así que no envió a nadie a buscarlo. Aun así, su regreso se retrasó demasiado.
—Vamos, bajemos. Comamos algo.
Elaina agarró a Lyle del brazo y tiró de él. Debería haber estado enojada, pero en cuanto vio su rostro cansado, su irritación desapareció sin dejar rastro.
Lyle miró con la mirada perdida la mano delgada y delicada de Elaina que tiraba de su brazo. Podría haberse librado fácilmente de ella con su fuerza, pero sus palabras eran irrefutables para él. Como una bestia domesticada, el hombre salvaje siguió obedientemente la dirección de su esposa hasta el comedor.
—Lo siento.
—¿El qué?
—Quiero decir… no sé cocinar nada.
Ella lo había llevado con confianza al comedor, pero el problema era que no quedaba personal para preparar una comida.
Para no despertar a Sarah, que probablemente ya estaba dormida, Elaina tuvo que arreglárselas sola.
Aunque la cocina estaba bien organizada, le parecía un laberinto sin solución, pues no sabía dónde guardaba nada. Además, la única fuente de luz era una lámpara, y le costaba ver en la habitación en penumbra. Su altura también le dificultaba revisar el interior de los armarios.
Al final, fue Lyle quien terminó cocinando. Encendió el fuego con destreza y frio huevos y pan en una sartén. Elaina lo observaba en silencio mientras trabajaba.
—Aquí.
Sumida en trance observándolo, Elaina se sobresaltó cuando Lyle le entregó un plato, como si despertara de un sueño. Lo aceptó rápidamente.
—Gracias.
El camino de regreso al comedor era largo y complicado, por lo que los dos se sentaron en el suelo de la cocina y comieron.
¿Se debía a que tenía mucha hambre o al ambiente? Comparado con sus comidas habituales, era un plato sencillo, pero sabía increíble.
—¿Debo hacer más si no es suficiente?
La idea de que Elaina se saltara la comida por su culpa pesaba mucho en la mente de Lyle. Su preocupación por ella era evidente en su voz. El rostro de Elaina se iluminó con una sonrisa.
—A mí me basta con esto. ¿Y tú? ¿Te lavo una manzana? Al menos puedo con eso.
El torpe intento de Elaina de ayudar hizo que Lyle riera suavemente.
—No hace falta. A mí también me basta con esto.
La conversación se sumió en un breve silencio. Fue entonces cuando Elaina recordó por qué lo había estado esperando todo el día. Carraspeando, intentó cambiar el ambiente.
—¿Qué pasa? ¿Me dices de la nada que regrese a la capital? No te molestes en inventar excusas; ya lo escuché todo de Drane.
Ella le lanzó una mirada severa. Drane le había dicho que, en cuanto se confirmara la seguridad de la nueva ruta de montaña, Lyle no tendría más trabajo en Mabel.
—Para ser sincero, Su Gracia, creo que es mejor que regrese a la capital. Para mí, es la decisión correcta.
La supervisión de la propiedad era importante, pero la posición del Archiducado como familia noble central todavía era precaria.
En el caso del archiduque anterior, su hijo había vivido en la capital para cubrir esta carencia. Pero Lyle no contaba con un sucesor. Knox era demasiado joven y aún no había heredero.
—Puedo ocuparme de los asuntos de la propiedad, pero solo Su Gracia puede asistir a las reuniones del consejo noble.
La reacción de Drane había sido casi una súplica para que Lyle regresara.
—Francamente hablando, no confío en que la condición de Su Gracia mejore después de que la archiduquesa se vaya.
Juntó las manos en un gesto de sinceridad. Aunque desconocía qué había pasado entre ellos, le imploró que resolviera la situación.
Cuando Elaina insistió en que no había pasado nada, Drane reaccionó con incredulidad.
—No pasó nada, pero Su Gracia se mudó de la habitación que siempre había usado, ¿y Su Gracia le dijo que regresara a la capital?
Tras semanas de agitación emocional, Drane había llegado a su límite. Cansado de andarse con pies de plomo, le habló con franqueza a Elaina.
—¿Recordáis que Su Gracia me pidió una vez que fuera su vasallo? No puedo trabajar en estas condiciones. ¡Por el bien del Norte, por favor! Aseguraos de llevarlo de vuelta a la capital.
—Regresaré a la capital. No puedo quedarme aquí para siempre. No podemos seguir dejando la finca vacía, y aunque Knox parece estar bien, sigo preocupada. Pero —dijo Elaina, señalando directamente el pecho de Lyle—, volveremos juntos.
La palabra "juntos" pareció resonar en los oídos de Lyle. Miró a Elaina con la mirada perdida antes de hablar en voz baja.
—No lo entiendo. ¿No te sentías incómoda conmigo?
La boca de Elaina se cerró con fuerza ante sus palabras.
—Te mudaste de la habitación y me has estado evitando desde entonces.
—Eso es porque… había razones para ello.
Su voz se redujo a un susurro.
Desde que lo conoció, ya no podía interactuar con Lyle con la misma naturalidad de antes. La forma en que lo había tratado antes era un recuerdo lejano. Compartir la misma cama y pasar todo el día juntos era ahora impensable.
—Yo también tengo mis razones.
Mientras hablaba, Lyle colocó un mechón de cabello de Elaina detrás de su oreja, una acción suave y deliberada.
En el pesado silencio, Elaina pronunció palabras que ni siquiera ella pudo entender.
—¿Te acuerdas de lo que dijiste en el carruaje durante nuestra luna de miel?
Lyle no respondió, pero Elaina sabía que estaba recordando el mismo momento.
—Cuando bromeé sobre lo que harías si te enamoraras de mí, dijiste que no te preocuparas.
Ella aún podía imaginar la sonrisa satisfecha en su rostro mientras descartaba la idea.
Se sentía surrealista. ¿Cómo pudo haber desarrollado sentimientos por un hombre como él?
Elaina miró a Lyle. La luz parpadeante de la lámpara proyectaba sombras en su rostro, y ella pudo ver la confusión en sus ojos.
En el sofocante silencio, Elaina encontró una pequeña medida de coraje.
—¿Aún piensas eso?
—No.
La rapidez de su respuesta hizo que el silencio anterior pareciera una mentira.
—Debería haber escuchado tu advertencia en ese entonces.
—¿Por… qué?
Su corazón latía con fuerza mientras su voz tensa temblaba.
—Porque si lo hubiera hecho, no estaría pensando en besarte ahora mismo.
Oh.
Lyle se dio cuenta de nuevo. Nunca le ganaría a Elaina.
A pesar de su decisión de mantener sus sentimientos ocultos y evitar molestarla, el simple hecho de que ella lo hubiera esperado todo el día había hecho que todas sus promesas se disolvieran como la niebla.
Bajo la luz parpadeante, pudo ver el rostro de Elaina enrojecerse.
—Si no quieres esto, dímelo. No haré nada que te disguste.
Lentamente, se inclinó hacia ella. Lo decía en serio. Si ella se resistía, aunque fuera por un instante...
Pero Elaina no lo apartó. En cambio, cerró los ojos.
Esta vez, no fue una ilusión como en el bosque. Sus labios se encontraron con los suyos: secos, pero ardientes.
Athena: ¡Vengaaaaa! ¡Que hablando se entiende la gente! ¡Oleeeeee!