Capítulo 3
—Tengo indigestión.
Me senté en una silla en el jardín, con ropa gruesa, sintiéndome fatal. La nieve se me había acumulado hasta las rodillas.
Afortunadamente, habían creado un camino con piedras mágicas, lo que hacía fácil caminar.
El paisaje que tenía ante mí era hermoso. Si no fuera por la situación inminente, lo habría disfrutado.
Las flores, que deberían haber estado congeladas, florecían vibrantes.
Ahora que lo pensaba ¿cuándo me mudé aquí?
Aunque era una casa un poco alejada de la capital... ¿no se suponía que era la casa de unos recién casados? El carruaje había tomado una ruta directa según el mapa que me dio Isabelle, así que no sabía la ubicación exacta.
Al llegar, un guía me condujo inmediatamente a una habitación, pasé una primera noche calurosa con él y me quedé dormida.
Al despertar, estaba en la residencia del Gran Duque. Si no hubiera caído en un sueño profundo, no me habría dado cuenta de que me habían trasladado.
—¡Ahhh! ¡Isabelle!
¿Por qué me engañaste para que me casara con él?
Ella debía haber juzgado basándose en rumores sin siquiera ver la cara de Cedric, según la historia original.
Insinué tanto que no sería yo.
No pudo haber pensado que era una señal ¿verdad?
¿Pensó que tenía sentimientos por él y me envió en su lugar?
Pensándolo bien, esa era la conclusión más razonable.
¿Qué debía hacer? Necesitaba pensar.
Tenía que encontrar una manera de divorciarme amistosamente antes de que él pudiera tener una aventura.
¡Evité a Cedric para escapar del miserable destino de tener un marido infiel que me abandonaría!
No estaba segura de poder evitar enamorarme de un hombre tan guapo y fornido. Así que la única solución era el divorcio.
Decidí declararle habitaciones separadas a Cedric. También planeé abordar el tema del divorcio sutilmente.
—Eh…
Él levantó la vista de sus papeles en la oficina y me vio.
—¿Tenéis algo que decir?
—No importa cómo lo piense, no creo que debamos continuar con este matrimonio.
Los ojos azules de Cedric brillaron. Dejó el bolígrafo y apoyó la barbilla en la mano. Su mirada intensa me dejó la boca seca.
—Entonces, ¿queréis el divorcio?
—…Si es posible.
—Eso no es posible.
—El registro del matrimonio probablemente no se haya procesado correctamente todavía, y padre también dijo…
Cedric sacó un documento de su cajón.
—Me dijeron que agilizara el papeleo, y ya está aprobado. Fuisteis vos quien dijo que no era necesaria la boda, ¿verdad?
Yo no dije eso.
—Además, también hay una carta de la familia imperial. ¿No os llamáis Claire Anne Rose?
Dejó la carta sobre el escritorio. Me levanté del sofá con cautela y me acerqué al escritorio. Abrí lentamente la carta que me entregó y la miré con los ojos entrecerrados.
¿De verdad estaba escrito en mi nombre? Y tenía el sello de padre…
Definitivamente era obra de Isabelle. ¿Tanto odiaba la idea de casarse con Cedric?
Suspiré, sintiéndome mareada.
—El matrimonio es una promesa. No se puede romper. Si me veis fallando, me esforzaré más.
Cedric habló sin cambiar de expresión. No supe si tenía alguna emoción. ¿Acaso pensaba que debía mantener esta relación porque estábamos casados?
Una relación que de todos modos no duraría. Tuve que alejarme de su actitud de fortaleza.
—Yo tampoco entiendo vuestra actitud. ¿No me seguisteis a escondidas por el palacio por curiosidad?
—E-Eso es porque tenía curiosidad por el hombre con el que Isabelle se iba a casar. ¡Era pura curiosidad!
—Entonces podréis continuar observándome con curiosidad.
Era un círculo vicioso. No tenía intención de divorciarse. Pensé que aceptaría el divorcio con gusto, ya que a él tampoco le gustaba el matrimonio, pero ¿había otra razón?
—¿Hay alguna razón por la que no podéis divorciaros de mí?
—Hay muchas razones. La principal es que no soy un hombre que rompa un matrimonio reciente.
—Divorciarse de mí podría darle una oportunidad a Su Alteza. Isabelle podría cambiar de opinión.
—No me interesan los sentimientos de alguien que me entregó a otra persona porque no quería casarse conmigo. —Cedric se levantó bruscamente y me miró—. Aunque no os guste este lugar, no hay nada que podáis hacer. Este es vuestro hogar, así que acostumbraos.
—No es eso lo que quise decir.
—Estoy ocupado, ¿podríais retiraros, por favor?
Ugh. Con su claro despido, no me quedó más remedio que abandonar la oficina.
—No entiendo.
Cedric suspiró, pasándose la mano por el pelo. ¿Qué demonios la tenía tan insatisfecha como para desesperarse por el divorcio?
No había pasado ni una semana. Ella lo había estado evitando deliberadamente desde la primera noche, así que ni siquiera habían compartido la cama. Él había estado ocupado y no pudo ir a la habitación, pero cada vez que la veía, ella hablaba de divorcio, lo que solo avivaba su determinación.
«¿En qué diablos está pensando?»
Se levantó, se cruzó de brazos y miró por la ventana. Vio a Claire, abrigada con ropa gruesa, caminando como un pato por el jardín.
—Ella no debe entender lo mucho que está en juego en este matrimonio.
Se decía que era una hija ilegítima a la que ni siquiera el emperador se preocupaba. Originalmente, su pareja debía ser Isabelle, pero por alguna razón, la familia imperial envió una carta. También mencionaron que querían que el matrimonio se llevara a cabo discretamente.
Quienquiera que lo enviara, daba igual. Ya fuera que se casara con Claire o con Isabelle, lo que le daban era lo mismo. De hecho, Claire, que no contaba con la atención del emperador, era mejor para él. Si se hubiera casado con Isabelle, habría habido más vigilancia.
«¿O podría ser algo orquestado por el emperador? ¿Para obligarme a romper la promesa?»
Si el matrimonio se rompía, la libertad prometida para el Norte volvería al punto de partida. Eso no debía suceder. Había hecho todo lo que el emperador quería por la libertad.
—El divorcio está absolutamente fuera de cuestión.
Él reafirmó su determinación. No importaba lo que ella pensara, él nunca se rendiría.
—Su Alteza.
—Ah, Kaven. ¿Has terminado tu trabajo?
—Ya me encargué de los monstruos del bosque. Pero la Gran Duquesa parece bastante molesta. ¿Hay algún problema?
—Un poco.
Kaven se rascó la cabeza y asintió. Aun así, notó que la mirada de Cedric seguía fija en la ventana.
—Estaba preocupado, pero parece que a la Gran Duquesa le gusta bastante este lugar.
—¿Le… gusta?
No podía ser. Parecía estar quejándose sin parar desde la primera noche. Él cerró las cortinas bruscamente y se sentó.
—Sí, se maravillaba de la belleza del Norte. Sus ojos brillaban al contemplar el jardín.
—Entonces, ya te has acercado.
—Ella se acercó a mí primero y me preguntó sobre varias cosas, así que terminamos charlando. Incluso dijo que quería visitar el bosque mañana.
Kaven rio con ganas, rascándose la cabeza. El rostro de Cedric se ensombreció ante sus palabras. Parecía que era el único que no le gustaba.
Pensar así lo hizo sentir aún peor. Cedric frunció el ceño e intentó concentrarse en su papeleo.
—Al principio no me hacía feliz que os casarais con alguien que no fuera la princesa Isabelle, pero ahora me alegro de que viniera Claire —dijo Kaven con una sonrisa. No era una mirada desdeñosa; le gustaba de verdad cómo Claire parecía disfrutar del Norte. Aunque esperaba obtener poderes especiales al casarse con la princesa Isabelle, casarse con Claire le había traído aún más beneficios.
Así que Kaven pensó que no había nada de qué arrepentirse desde la perspectiva de Cedric. Siempre decía que no importaba con quién se casara.
¿Sabe siquiera lo que es el amor? Probablemente no.
Como nunca había estado con una mujer, Cedric podría pensar en Claire como una piedra, no como alguien a quien guardar en su corazón.
—Su Alteza, deberíais tratarla bien. Sed amable con ella. ¿Por qué no la acompañáis al bosque mañana?
—¿Por qué debería?
—Ahora es vuestra esposa. Aprovechad esta oportunidad para hablar con ella. Debe sentirse sola aquí sola. Además, para ser sincero, Su Alteza da miedo.
—¿Qué?
—Nunca sonreís, así que dais miedo. Sería problemático si se escapara.
—Sigue hablando.
—De repente, recordé que tenía un trabajo urgente. Me voy ahora mismo.
Kaven salió rápidamente de la oficina, notando que el rostro de Cedric se ensombrecía rápidamente. Cedric giró la cabeza para mirarse en el espejo de su escritorio.
Se quedó mirando su reflejo, intentando forzar una sonrisa, pero pronto dio vuelta el espejo.
Ni siquiera podía recordar la última vez que había sonreído genuinamente.
—Qué tonto.
Hizo una mueca y salió de la oficina. No podía concentrarse en su trabajo debido a la frustración.
Athena: A ver, yo lo único que sé es que la supuesta prota original es una zorra.