Capítulo 24

«Dominiano».

Era el nombre que buscaba. La Academia Dominiana era un lugar al que solo podían asistir los hijos de la alta nobleza, y a menudo era utilizada como material de chismes por los periódicos. Naturalmente, su nombre también apareció en el periódico de hoy.

Lo lamentable fue que sólo se habló de la Academia Dominiana, sin noticias del instituto de investigación médica.

¿Era imposible, después de todo, confiar en los periódicos para obtener información sobre el nuevo medicamento?

La expresión de Liv se tornó sombría. Tras descargar su frustración con Corida, decidió investigar más sobre la supuesta nueva medicina. Si se había desarrollado con éxito, esperaba que los periódicos hablaran de ella constantemente, por eso había consultado la más destacada.

Estaba a punto de cerrar el periódico, pero como ya lo había pagado, decidió hojear el resto. Como era de esperar de un periódico importante, estaba lleno de noticias de todo tipo, perfectamente clasificadas.

Incluso había artículos sobre noticias internacionales. Historias sobre nobles de alto rango de un país vecino que rompían un compromiso o un cardenal que planeaba visitar este país pronto. Nada de esto tenía que ver con Liv; todo era demasiado ajeno a ella, incluso como chismes vanos. Liv suspiró mientras doblaba el periódico, desinteresada.

Su siguiente destino fue la Botica Hyrob, ubicada en el Bulevar Central. Era la farmacia más grande de Buerno y famosa por abastecer medicamentos directamente a las familias nobles.

El dueño de su farmacia habitual solía envidiar la gran cantidad de ingredientes raros y la cantidad de clientes que Hyrob atendía. Cuando Liv preguntó por el nuevo medicamento, él insinuó que podría aprender más en Hyrob.

Como era de esperar de una tienda en el Bulevar Central, el exterior de Hyrob era deslumbrante. Parecía más una boutique o una joyería que una farmacia.

Manteniendo inconscientemente su distancia, Liv respiró profundamente antes de tomar una decisión y acercarse a la tienda.

Pero antes de que pudiera tocar la manija de la puerta, alguien se interpuso frente a ella.

—¿De dónde eres?

—¿Perdón?

Liv parpadeó al ver al hombre que tenía delante. Antes de que pudiera responder, él miró el papel que tenía en la mano y volvió a preguntar:

—¿Por casualidad eres de la finca Poin?

—…Oh.

¿Qué tamaño debía tener este lugar para que pueda haber un portero en la entrada?

Al ver la confusión momentánea de Liv, la sonrisa amistosa del portero se volvió más seria.

—¿Tiene una cita?

—No he concertado cita.

—En ese caso, me temo que primero debo confirmar su identidad. ¿Podría decirme a qué familia pertenece?

—…No trabajo para ninguna familia noble.

La sonrisa desapareció por completo del rostro del portero.

—¿Puedo preguntarle el propósito de su visita?

Habló con tono profesional, retrocediendo un poco, como si estuviera acostumbrado a lidiar con situaciones como esta. Por supuesto, seguía bloqueándole el paso.

Liv sintió que se encogía por un momento, pero se mordió el labio y levantó la cabeza.

—¿No es el propósito el mismo para cualquiera que visita una farmacia?

—Ah, un cliente.

Había algo extraño en la mirada del portero. Antes de que Liv pudiera captar el matiz, volvió a hablar rápidamente:

—Hyrob guarda una gran cantidad de medicamentos sensibles, así que no se permite curiosear en el interior. Le pido su comprensión.

—No estoy aquí para curiosear…

—Si el medicamento que desea comprar es poco común, debe pedir cita y esperar. De lo contrario, sería más prudente que los clientes buscaran un lugar más conveniente para acudir.

La cara de Liv se puso roja. No esperaba que la rechazaran en la puerta. Apenas conteniendo la ira ante la repentina humillación, preguntó con la voz más tranquila que pudo.

—¿No puedo al menos conseguir una consulta?

—Ya le he proporcionado la información que necesita.

—¿Cómo puedo hacer una cita?

El portero frunció el ceño levemente ante la pregunta de Liv. Bajó la vista hacia su periódico y suspiró con un tono aparentemente arrepentido.

—Lo siento, pero parece que las citas están completas por ahora.

Ni siquiera se permitían citas. Liv sintió que su frustración se desbordaba. Era evidente que el portero nunca tuvo la intención de dejarla entrar a la tienda. Debió de pensar que era una simple transeúnte sin valor y sin poder adquisitivo, alguien que solo había venido a curiosear.

¿Cómo debería abordar esta grosería?

Después de mirar fijamente la tienda por un momento, Liv apretó los dientes y asintió.

—Está bien. Lo entiendo.

Cuando ella retrocedió voluntariamente, el portero retiró su atención con una expresión desinteresada. Su actitud la hizo querer protestar en la tienda de alguna manera.

Pero ese sentimiento pasó rápidamente.

Después de todo, el portero tenía razón: era imposible que Liv se convirtiera en una clienta importante de Hyrob. Solo había venido con la esperanza de encontrar información sobre la nueva medicina, no de comprar remedios caros. Protestar por el trato injusto no haría más que fortalecer su orgullo.

Desde que le había contado a Corida sobre el nuevo medicamento, Liv quería obtener información más concreta y realista.

El largo y difícil camino a casa, con las manos vacías, fue desalentador. Como no quería regresar sin nada, se detuvo en una pastelería. Era la misma tienda donde la baronesa Pendence le había comprado aquellos exquisitos dulces.

No podía permitirse los mismos caprichos caros, pero le quedaba suficiente dinero para comprar algo decente. Calculando mentalmente el dinero que le quedaba, Liv siguió adelante.

Debería pagarle a Pomel el alquiler del mes que viene por adelantado. No quería que Pomel y Corida se pelearan por dinero.

—¡Liv!

Sumida en sus pensamientos, Liv levantó la vista al oír que alguien la llamaba. Parpadeó sorprendida al reconocer a la mujer que corría hacia ella con la cesta en la mano.

—Rita.

Ah, cierto. Había algo que también necesitaba hablar con Rita.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me cuesta tanto verte últimamente?

Parecía que Rita aún no había tenido noticias de Corida. Miró la bolsa de pasteles que sostenía Liv y se quedó sin aliento, abriendo mucho los ojos.

—Dios mío, esos pasteles son caros, ¿no?

—Escucha, Rita…

—¡Vaya! Y ese periódico es el que venden en el Bulevar Central, ¿verdad? ¿Fuiste allí?

Ignorando las palabras de Liv, la voz de Rita se elevó con emoción.

—¿Por qué fuiste al Bulevar Central…? ¡Espera, no me digas! ¿Cambiaste de farmacia?

Rita pensó de inmediato en Hyrob. Había visto a Liv preocupada por Corida a menudo, así que parecía haber acertado.

Al ver los ojos abiertos de Rita, Liv negó rápidamente con la cabeza.

—No, claro que no. Solo quería revisar el periódico, nada más. Y lo más importante, Rita...

Liv intentó hablar de nuevo, pero Rita, demasiado emocionada, la interrumpió:

—¡Vaya, Liv! ¡Así que es cierto que tu situación ha mejorado últimamente!

Liv, a punto de estallar, se quedó paralizada ante esas palabras.

—No, Rita. ¿A qué te refieres con rumores?

—¿Mmm? Alguien dijo que te vio bajar de un carruaje lujoso después del trabajo hace poco.

—¿Yo, bajando de un carruaje lujoso…?

Liv empezó a interrogarla, pero de repente se quedó en silencio. La visión de un carruaje completamente oscuro cruzó por su mente.

El lugar donde la dejaron apenas tenía farolas de gas, y era de noche, así que casi no había gente. Y el vagón era negro, así que habría sido difícil verlo.

La idea de que alguien la hubiera visto la hizo estremecer, pero se tranquilizó rápidamente. El carruaje no tenía ninguna marca, así que no había forma de relacionarla con el marqués Dietrion. Y, después de todo, no podía ser el único que usara un carruaje negro.

—Es solo un trabajo temporal. En fin, Rita, ¿le enseñaste a coser a Corida?

En lugar de dar una larga explicación sobre el carruaje, Liv decidió cambiar de tema. Rita sabía cuánto quería a Corida, así que su expresión se tornó preocupada al instante y frunció el ceño.

—Ay, Liv, ¿no te enojas por eso? Corida ya tiene quince años.

—Pero está enferma. Es una paciente.

—Aun así, Corida ha crecido demasiado para pasarse el día entero encerrada en esa casita. Un poco de costura le sirve de distracción. Sabes que siempre se sentía culpable porque tenías que cubrir todos los gastos sola. Y como últimamente llegas tarde tan a menudo, ha estado muy preocupada.

—No tengo intención de obligar a Corida a trabajar. Si se aburre, le compraré algunos libros para leer. Eso le vendría mucho mejor.

Cuando luchaban por llegar a fin de mes, ni siquiera podía pensar en comprar libros, pero si la situación seguía así, podría comprar algunos sin que fuera una carga. Si la salud de Corida lo permitía, Liv incluso podría darle clases sencillas en casa.

Rita se quedó boquiabierta.

—¿Ya puedes comprar libros?

Liv volvió a cerrar la boca. La conversación había tomado un giro inesperado.

Ignorando la expresión incómoda de Liv, Rita la agarró del hombro con preocupación y susurró:

—Ay, Liv. No estarás haciendo nada peligroso, ¿verdad?

 

Athena: El clasismo… Me apenan mucho estas cosas, incluso ocurren hoy día. Al final no puedes juzgar a nadie por su imagen, pero la gran mayoría lo hace.

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