Capítulo 28
Ya no intentaba ocultar su presencia. Liv se mordió el labio hasta que sangró. Miró a su alrededor nerviosa, agarrándose la falda, luego apretó los dientes y echó a correr.
El sonido de alguien persiguiéndola la dejó completamente en blanco. Normalmente, habría al menos una o dos personas en esta calle, pero ¿por qué estaba vacía precisamente hoy?
Buscó desesperadamente un lugar donde pedir ayuda, pero no encontró ninguno. Las casas estaban cerradas herméticamente, con las cortinas corridas en las ventanas, como si los residentes no quisieran saber nada de lo que sucedía afuera.
¿Saldría alguien si ella gritara?
La gente de aquí estaba demasiado preocupada por su propia supervivencia. Si se veían envueltos en los problemas de otros y resultaban heridos, su sustento podría verse directamente afectado.
Incluso si Liv estuviera en su lugar, no saldría al oír un grito. De todas formas, su intervención no serviría de nada, y si se involucraba, Corida también podría estar en peligro.
Lo más probable es que cerrara la puerta aún más fuerte…
En el instante en que ese pensamiento cruzó por su mente, sus pies al correr se torcieron bruscamente. Perdió el equilibrio y resbaló en un charco de barro.
—¡Agh!
Su cuerpo se inclinó hacia adelante. Instintivamente apoyó las manos en el suelo, apenas salvando la cara, pero sus rodillas recibieron un fuerte golpe. El hedor de la suciedad mezclada con el barro le asaltó la nariz.
No había tiempo para sentir dolor. Liv se apresuró a levantarse, pero sus piernas no le cooperaron. Mientras tanto, los pasos que la perseguían se acercaban, deteniéndose justo detrás de ella.
Liv, pálida de miedo, se giró donde había caído. En la oscuridad, vio una figura enorme que se alzaba sobre ella. Despedía un olor desagradable al acercarse.
—Que alguien salve…
Su voz tembló mientras intentaba gritar, pero sintió como si su garganta estuviera bloqueada y no saliera ningún sonido.
El hombre levantó lentamente la mano. Liv vio que sostenía algo parecido a un garrote y cerró los ojos con fuerza.
Un disparo agudo resonó en el tranquilo callejón. Al mismo tiempo, algo caliente le salpicó la cara a Liv. El olor metálico de la sangre le llegó a la nariz.
Liv tembló mientras abría lentamente los ojos.
—Ah...
El hombre tosió sangre y su enorme cuerpo se desplomó hacia un lado.
—Ah, ah…
Liv jadeó, con la mirada perdida en la figura caída. Tras un instante, se frotó la mejilla. Algo húmedo y pegajoso le había manchado la mano. Incluso en la penumbra, supo que era sangre.
La sangre brotaba del hombre, formando un charco en el suelo. Aunque no estaba del todo muerto, su cuerpo se convulsionaba esporádicamente. Liv se estremeció y se deslizó hacia atrás, aún sentada en el suelo. Sentía los brazos y las piernas tan débiles que le costaba moverse.
Mientras luchaba por alejarse de él, de repente escuchó una voz encima de ella.
—¿Está bien?
—¡Ugh!
Liv dio un salto al oír la voz y levantó la cabeza de golpe. El hombre que apareció suspiró, como compadeciéndose de ella al observar su rostro pálido.
—¿Adolf?
—Parece muy conmocionada.
Adolf sacó un pañuelo de su abrigo y se lo entregó. Liv, apenas capaz de aceptarlo en su aturdimiento, lo miró con expresión desconcertada. Adolf habló con amabilidad, ignorando al hombre que sangraba en el suelo.
—Por ahora, debería limpiar la sangre.
—¿Por qué… por qué está aquí, señor Adolf?
Adolf miró alrededor del callejón.
A pesar del fuerte disparo, nadie había salido. Las pocas casas con las luces encendidas se habían quedado a oscuras, y parecía que sus residentes contenían la respiración, fingiendo que no había nadie.
Si esto se prolongaba demasiado, alguien podría estar vigilando. O quizá ya lo estaban, escondidos tras gruesas cortinas.
—Deberíamos mudarnos a otro lugar.
—¿Qué…?
Adolf se bajó un poco más el sombrero y le dedicó una leve sonrisa.
—El marqués está esperando.
Dimus poseía varias propiedades. Algunas eran de dominio público, mientras que otras estaban bajo nombres ajenos.
La pequeña casa en la que se encontraban ahora era una de estas últimas. Aunque la había comprado con un alias, nunca le había encontrado un uso particular.
Hoy, eso podría cambiar.
Dimus recorrió con la mirada el diminuto interior de la casa, preguntándose si finalmente tendría un propósito. En realidad, no la estaba inspeccionando; su mirada distraída vagaba sin rumbo.
—Traje a la señorita Rodaise.
Dimus, que había estado mirando distraídamente la chimenea, miró hacia la puerta. En el umbral había una mujer pálida. Aunque se había lavado y cambiado de ropa, su tez aún reflejaba la conmoción de lo sucedido.
Una mujer que había estado cubierta con la sangre de otra persona, temblando incontrolablemente, con su ropa completamente desordenada.
—Llegas tarde.
Dimus miró el reloj sobre la repisa y habló con indiferencia. Ante sus palabras, los pálidos labios de Liv se entreabrieron ligeramente.
—Tuvimos que hacernos cargo de algún tratamiento.
—¿Tratamiento?
La mirada de Dimus se dirigió a Adolf, que estaba detrás de Liv.
—Solo un pequeño moretón.
Pensó que había llegado a tiempo.
—Un moretón…
A pesar de la irritación evidente en la voz de Dimus, Liv no parecía especialmente preocupada. O, mejor dicho, no parecía tener la capacidad de preocuparse por su estado de ánimo en ese momento.
Es comprensible. Después de casi ser atacada, ver a su agresor disparar justo delante de ella y quedar cubierta de sangre a corta distancia, ¿cómo podía preocuparse por el estado de ánimo de Dimus?
Dimus señaló el sofá que estaba frente a él.
—Toma el asiento.
—Por favor, siéntese aquí, señorita Rodaise.
Adolf sujetó a Liv del brazo y la condujo hasta el sofá. Dimus la observó cojeando con cuidado hasta el asiento, entrecerrando los ojos.
—¿No dijiste que era un pequeño moretón?
—Se torció el tobillo al caerse. Solo necesita descansar bien y se pondrá bien.
Los ojos de Dimus siguieron su delgado tobillo, que asomó brevemente debajo de su falda y luego desapareció nuevamente.
—Por favor, tenga su conversación.
Tras ayudarla a sentarse, Adolf hizo una reverencia cortés y se retiró. Liv, todavía algo desanimada, lo miró con una mirada insegura y suplicante. En el poco tiempo que habían pasado juntos, parecía haber llegado a confiar mucho en él.
Dimus la observó en silencio. Liv observó a Adolf mientras se marchaba, dejando escapar un leve suspiro cuando la puerta se cerró con firmeza tras él.
—¿Estás bien, Maestra?
—Ah, sí.
—No te ves bien.
—Es porque experimenté algo desagradable.
Las manos de Liv temblaban al hablar, sus dedos aferraban su falda como si intentara detener el temblor. No parecía la misma compostura de siempre.
—Fue realmente un acontecimiento inesperado.
—Tengo una deuda con usted. No sé cómo podré pagárselo.
Las palabras de gratitud de Liv parecían más producto de su imaginación que un sentimiento genuino. Su ansiedad se reflejaba en cada gesto: sus hombros encorvados, su mirada inquieta, sus labios pálidos.
—Si hubiera sabido que ibas a lastimarte, habría actuado más rápido.
Liv, que había estado dando las gracias sin parar, se detuvo de repente. Por primera vez desde que entró en la habitación, levantó lentamente la cabeza. Sus grandes ojos verdes se clavaron en los de él.
—¿Fue usted quien disparó el arma, marqués?
La incredulidad en su voz hizo que Dimus ladeara ligeramente la cabeza.
—¿Quién creías que era?
—Yo... yo pensé que era el señor Adolf, claro...
Las palabras balbuceantes de Liv dieron paso gradualmente a una actitud más fría. La sorpresa en su mirada cambió, dando paso a una leve sospecha. Parecía que no podía imaginarse al propio Dimus tomando medidas directas.
Por supuesto, nadie pensaría que Dimus interviniera personalmente en una situación como ésta.
Dimus miró alrededor de la habitación, ignorando su mirada interrogativa.
—Es un barrio peligroso. Dudo que el incidente de hoy sea el último, pero quizá soy pesimista.
El rostro de Liv se oscureció.
—Lo que pasó hoy es inusual. Nunca había sido tan peligroso...
—El problema es que te has convertido en un objetivo.
Ante el contundente comentario de Dimus, Liv guardó silencio.
—¿Crees que podrás seguir usando esa carretera cómodamente?
Claro que no. Dudaba en caminar por allí cada vez que oscurecía un poco. Cada vez que pasaba por ese callejón, con sus manchas de sangre invisibles, el miedo resurgía: esa figura sombría, el entorno desolado que no ofrecía ayuda, el aire frío y oscuro.
Incluso ahora, sólo considerar la posibilidad hacía que el rostro de Liv se congelara de miedo.
Dimus la miró y le habló con un tono aparentemente generoso:
—Deberías quedarte en esta casa. Te cobraré el mismo alquiler que has estado pagando.
—¿Esta… casa?
Liv finalmente se tomó un momento para mirar a su alrededor. Parecía que solo ahora se daba cuenta de que esta no era la típica mansión aislada. En cambio, era una casa típica, aunque deshabitada, lo que le daba una sensación desolada y vacía.
—No creo que sea una mala oferta.
Los ojos de Liv se movían con inquietud mientras observaba la habitación, frunciendo el ceño. Su voz transmitía claramente su confusión.
—Este favor es demasiado generoso para mí. ¿Por qué me muestra tanta... amabilidad?
Athena: Bueno, pues ahí estaba. Solo que iba acompañado de Adolf jaja.