Capítulo 29
—¿Amabilidad?
Dimus se burló involuntariamente. ¿Acaso había alguna palabra menos apropiada para él?
—¿No te dijo Adolf que el contrato no se había rescindido?
—¿Está sugiriendo que este lugar será el nuevo lugar de trabajo?
—Por supuesto que no.
Esta pequeña casa estaba lejos del gusto de Dimus.
—Quiero que nuestro contrato se desarrolle sin problemas.
Dimus cruzó sus largas piernas y juntó las manos sobre sus rodillas.
—La razón principal por la que insistí en hacer un contrato contigo fue porque me pareció atractiva tu forma simple. No quiero dañarla. Y, además, no quiero verte distraída con preocupaciones innecesarias que afecten tu trabajo.
Las palabras directas de Dimus hicieron que Liv se sonrojara. La cautela que solía mantener se había desvanecido, dejándola indefensa y visiblemente nerviosa.
Parecía tener dificultades para comprender siquiera lo que decía Dimus, y a Dimus le pareció bastante divertida su reacción. Ver cómo su orgullo, tan desesperadamente contenido, se desmoronaba poco a poco fue bastante satisfactorio.
—Por eso me encargué de ello.
—¿Se encargó de ello…?
—Sí. Esta casa. El matón, claro, no fue intencionado, pero también fue tu mala suerte.
Liv tenía una expresión confusa. Normalmente, se habría negado cortésmente, diciendo que estaba bien. Pero después de la reciente experiencia, estaba inquieta, con un aspecto tan frágil que podría romperse si la empujaban ligeramente. Era como si fuera a seguirla si la jalaban con suavidad.
—Dio la casualidad de que visité tu vecindario hoy, un momento bastante sorprendente, ¿no crees?
—¿Qué le trajo hoy a mi barrio? Si se trataba de esta casa, podría haberlo mencionado durante el trabajo extra.
Liv logró preguntar con calma, fingiendo que había recuperado la compostura.
Dimus miró perezosamente las manos de Liv, pálidas por la tensión, y respondió con tono lánguido:
—¿Quién sabe? Quizás me llamabas desesperadamente.
Los ojos de Liv vacilaron considerablemente. Abrió la boca como si fuera a hablar, pero luego bajó la mirada sin decir nada.
Dimus la observó en silencio, con su expresión agotada, absorta en sus pensamientos. Se recostó conscientemente, apoyándose en el sofá destartalado. Aunque el sofá barato era incómodo, se desplomó en él deliberadamente, hablando con tono despreocupado.
—¿Todavía buscas a Dios en la capilla?
A veces, lidiar con un enemigo requiere paciencia.
Esperas hasta que estén a su alcance. Hasta que estés seguro de que tu bala les cortará el aliento por completo.
Esta no era solo una regla del campo de batalla. Para capturar algo, había que tener paciencia. El objetivo no siempre tenía que ser un enemigo. Ya fuera una presa o cualquier otra cosa.
Los profundos ojos azules de Dimus, tranquilos y bajos, recordaron lo sucedido antes. La mujer temblando, acelerando el paso, y el matón persiguiéndola.
—¿Debo ir a ayudar?
Fue Dimus quien impidió que Adolf interviniera de inmediato con un gesto. Dimus, de pie en silencio en la oscuridad, contuvo la respiración. Hacía mucho tiempo que no sostenía un arma, pero le hervía la sangre como si hubiera disparado ayer.
Sí, ese sentimiento.
Él podría haber pensado eso.
El cañón apuntó al objetivo sin el menor temblor. La oscuridad no le impidió disparar.
Incluso cuando la mujer cayó al suelo de forma antiestética, Dimus no apretó el gatillo. Esperó un poco más. Esperó hasta estar a tiro, hasta que Liv Rodaise cayó en sus manos, calculando el momento en que estaría completamente a su merced.
Y finalmente, cuando el matón levantó la mano, el terror se dibujó en su rostro.
La mujer, que parecía a punto de estallar en lágrimas en cualquier momento, levantó la cabeza en cuanto sonó el disparo. Sus ojos, abiertos de par en par por la incredulidad, contemplaron el milagro que se había desplegado ante ella.
Aquella misma mujer volvió a levantar la vista y se sentó frente a él.
Dimus se dio cuenta de que buscaba una respuesta. Quería saber quién la había salvado. ¿Había sido algún dios de arriba, o...?
Esta vez, Dimus le dio una respuesta clara.
—Yo fui quien disparó el arma.
Dimus observó cómo su rostro se desmoronaba sin poder hacer nada y permitió que una leve sonrisa se formara en sus labios.
Fue una sensación de victoria largamente esperada y satisfactoria.
La nueva casa estaba en un barrio residencial tranquilo y normal, muy lejos de donde solían vivir.
Su casa anterior era estrecha, las casas vecinas estaban apiñadas como gallineros. Pero la nueva casa era enteramente de Liv, sin paredes contiguas. Naturalmente, era mejor en todos los sentidos comparada con su antigua casa.
Anoche, se mudaron aquí con tanta prisa que a Liv ni siquiera se le ocurrió echar un vistazo a la casa. Después de que la tensión se hubiera aliviado y de dormir hasta tarde, ya era mediodía cuando abrió los ojos. No fue hasta la tarde que Liv y Corida por fin empezaron a explorar la casa a fondo.
—Hermana, ¿de verdad vamos a vivir aquí ahora?
—Sí.
Corida parecía asombrada por la amplitud, dado que siempre habían vivido en una casa pequeña de una sola habitación. Estaba ocupada explorando, con los ojos llenos de curiosidad. Liv sonrió ante la emoción de Corida y se alejó en silencio.
La casa tenía todo lo necesario, así que solo les quedaba mudarse. Aun así, a Liv no le parecía real que fueran a vivir allí. El marqués les había sugerido, casualmente, que se quedaran en esta casa, y aunque todo estaba mucho mejor ahora, el alquiler no había cambiado.
El nuevo lugar incluso tenía un pequeño patio. El mercado estaba más cerca y el camino a la urbanización Pendence era mucho más seguro. Como las casas vecinas estaban a cierta distancia, había menos preocupación por las miradas indiscretas. La comisaría también estaba cerca.
Claro, estaba lejos de la capilla a la que solían ir, pero dada la incertidumbre de si alguna vez volvería, la distancia no la incomodó. De hecho, se sintió aliviada. La distancia le dio una excusa para no ir.
—¿De verdad tengo esta habitación para mí sola?
—¿Te gusta?
—¡Por supuesto!
Corida sonreía radiante mientras hablaba, colocando con cuidado la caja de música que había traído, su posesión más preciada, en el alféizar de la ventana. Parecía genuinamente feliz.
Si Liv hubiera sabido que Corida sería tan feliz, se habría mudado antes a un lugar con una habitación separada para ella.
Sumida en sus pensamientos, Liv soltó una risa hueca. Sin el marqués, jamás habría podido permitirse el lujo de elegir habitaciones. La idea no era más que un sueño vano.
—Yo fui quien disparó el arma.
La voz escalofriante resonó en su mente. Liv no tenía ni idea de cómo alejar a un hombre que la había salvado sin dudarlo. Había mantenido la guardia alta, reacia a aceptar más atención de la que podía soportar, pero anoche, todas sus defensas se habían derrumbado.
Liv lo admitió para sí misma: el marqués había cruzado fácilmente la línea que ella había trazado.
Era un hombre que podía proporcionarle todo lo que necesitaba en ese momento, y mientras Liv pudiera mantener su interés, parecía dispuesto a ofrecerle aún más generosidad.
Todos lo llamaban impredecible, sensible y antisocial, pero al menos Liv era más cercana a él que ellos.
«Quizás tenga una afición inusual, pero quizá sea mejor de lo que pensaba».
Quizás simplemente era alguien que se rodeaba de poca gente, pero era una persona genuinamente buena. Al menos, eso era cierto para Liv.
Para ella, él era una presencia mayor que Dios.
—Por cierto, hermana, ¿quién era ese hombre que vimos ayer?
—¿Ese hombre?
—Sí, el que me trajo aquí.
Quien había traído a Corida a la nueva casa era Adolf. Había regresado con Corida justo cuando Liv terminaba su conversación con el marqués. Era absurdo desde la perspectiva de Liv, sobre todo porque le había advertido a Corida que no confiara en desconocidos. Al parecer, Adolf le había informado a Corida que Liv se había lesionado la pierna.
Aun así, era inquietante la facilidad con la que Adolf había encantado a Corida.
Tras dejar atrás a Liv, quien estaba demasiado aturdida para reaccionar, Adolf sonrió cálidamente y se marchó. Corida parecía haber tenido una conversación memorable con él.
—Lo conocí mientras organizaba esta casa.
—¿El propietario?
—No, no es el propietario… solo un agente.
El marqués se había marchado antes de encontrarse con Corida. Tras su partida, Liv pasó un buen rato sentada sin hacer nada en su recién adquirida casa.
Si no fuera por el dolor en la pierna, tal vez habría descartado todo lo que había sucedido en las últimas horas como una mera ilusión.
—Ese hombre era mucho más genial que el Sr. Pomel.
—¿En serio?
—¡Sí!
Al menos Adolf no había tratado mal a Liv, lo cual era un alivio.
Pensándolo bien, Adolf había tratado a Liv como un caballero desde el primer encuentro. Incluso el marqués… aunque sus palabras a menudo eran duras, sus acciones siempre fueron consideradas. Le había prestado un pañuelo, la había salvado de un matón…
«Hablando de eso, ¿qué pasó con ese matón al que le dispararon ayer?»
Liv dudaba que el marqués hubiera dejado las cosas sin resolver, pero ¿qué pasaría si el matón sobrevivía y buscaba venganza?
Liv había visto con sus propios ojos al matón escupir sangre y desplomarse, así que sabía lo improbable que era. Pero una vez que la posibilidad cruzó por su mente, no pudo evitar la inquietud.
—Corida, voy a salir un rato, así que quédate en casa.
Athena: Qué calculador. Agh. ¡No te aproveches de ella! Aunque claro, esta historia siempre va a ir de esa diferencia de poder. Solo espero que Liv lo haga suplicar a futuro.