Capítulo 57
Barnetsa inicialmente pensó que estaba soñando.
Leticia hablaba de una herida que incluso él había olvidado.
Pero no fue un sueño.
—Barnetsa, vamos. Muéstrame la herida.
—Eh.
Barnetsa retrocedió involuntariamente. La mirada de Leticia era desconcertantemente firme.
«¿Cómo podría saberlo?»
Lo había ocultado con todas sus fuerzas. Se suponía que nadie debía saberlo. Logró hablar, con la voz tensa.
—¿Por qué preguntáis por la herida en mi pierna?
—Necesito ver si está completamente curada. Con mis propios ojos.
El rostro de Barnetsa se puso pálido.
Leticia lo observó en silencio.
Barnetsa sacudió rápidamente la cabeza, tratando de sonreír.
—No hace falta. Se curó hace mucho. Incluso puedo correr perfectamente. ¿Queréis que os lo enseñe?
Barnetsa giró su pie lesionado para colocarlo en su lugar. El dolor le subía hasta la cabeza, pero lo soportó con desesperación.
—Ja, ja, ¿veis? Estoy muy bien.
Mientras hablaba, la ansiedad lo carcomía. Tras observarlo atentamente, Leticia suspiró y cerró los ojos.
—Entonces, esta vez también estabas ocultando tu lesión.
Barnetsa apretó los dientes.
De repente, los ojos de Leticia miraron acusadoramente a Barnetsa.
—¿Hasta cuándo seguirás ocultando tus heridas?
—¿Ocultándolas? No entiendo lo que decís.
—Necesita tratamiento, inmediatamente.
—Su Alteza.
—No sirve de nada fingir. Todo saldrá a la luz tarde o temprano.
—No lo entendéis. Ya se ha curado. Ya no duele nada…
—Entonces no lo mostrarás hasta el final.
Leticia interrumpió las palabras de Barnetsa y se dio la vuelta.
—No importa. Le informaré a Su Alteza en cuanto regrese.
—¡No, no puedes!
Barnetsa, presa del pánico, la agarró rápidamente. Leticia lo miró fijamente.
—¿Qué no puedo hacer?
—Bueno, es solo que…
Barnetsa no pudo mirar a Leticia a los ojos. Soltó una excusa incoherente.
—No quiero molestar a Su Alteza innecesariamente. Puedo soportarlo. En cambio, prometo recibir tratamiento inmediatamente al llegar al Principado.
—¿Estás hablando de otro tratamiento inútil?
Barnetsa tragó saliva con dificultad. Leticia habló con una sonrisa amarga.
—Esperar hasta entonces será demasiado tarde. Lo sabes.
—Su Alteza.
—Necesitamos usar el poder divino antes de que sea demasiado tarde.
—¿Cómo proponéis utilizar el poder divino?
—Hay dos Alas de la Diosa aquí. Sus habilidades deberían ser suficientes para curar tu herida.
—¿Queréis que les pida que me curen la herida? No es posible. Sin duda, me harán una exigencia desmesurada.
—Si no te gusta esa idea, volvamos al imperio.
—Por favor, Su Alteza.
—No te preocupes por ser una carga para Su Alteza. Hay alguien en el imperio que puede ayudarte con el tratamiento. No te preocupes y...
Barnetsa cerró los ojos con fuerza. Su mano, que sujetaba la túnica de Leticia, cayó flácida.
—Me niego.
—Barnetsa.
Leticia lo llamó con tono de reproche. Barnetsa bajó la cabeza.
—Sé que es una locura.
Renunciar a su pierna lesionada. Fue una decisión irracional para un caballero.
Sin embargo, a pesar de esto…
—Prefiero sufrir antes que aceptar la ayuda de esos bastardos imperiales.
Su voz temblaba mientras hablaba.
—Mi sobrino murió por su culpa. ¿Cómo podré vivir conmigo mismo si acepto su ayuda?
Barnetsa cayó de rodillas y pronto apoyó la frente en la grava.
—Su Alteza, por favor, haced como si no lo supiérais.
Mientras decía esto, estaba aterrorizado.
Ni siquiera podía imaginar una vida sin una pierna.
También estaba preocupado. Temía sucumbir al miedo y suplicar ayuda a los sacerdotes imperiales.
Leticia, observándolo con mirada sombría, se arrodilló a su lado. Su tacto era suave mientras lo ayudaba a levantarse, pero su voz era firme.
—Lo siento. No puedo cumplir con esa solicitud. Por tu hermana, no puedo. Recuerdas sus últimas palabras, ¿verdad? Quería que tuvieras una vida digna.
Los ojos de Barnetsa se abrieron de par en par.
Sus iris de color rojo brillante se sacudieron violentamente, como si no lo pudieran creer.
—¿Cómo sabes las últimas palabras de mi hermana?
—No importa cómo lo sé. —Leticia susurró—. No puedes renunciar a tu futuro tan fácilmente. El orgullo es pasajero. Si aguantas un poco, podrás proteger lo que es verdaderamente importante. Su Alteza te necesita. ¿Lo dejarás solo para defender el Principado? Debes seguir siendo su espada, apoyándolo.
Su voz estaba llena de desesperación. El rostro de Barnetsa se contorsionó. Finalmente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Leticia susurró con seriedad.
—Te ayudaré. Solo confía en mí esta vez. No te arrepentirás. Por favor.
—Su Alteza…
Cerró los ojos con fuerza.
Lágrimas gruesas dejaron rastros en la arena.
Una pequeña mano le dio una suave palmadita en el hombro tembloroso.
—No te preocupes. Todo estará bien.
Ese ligero toque hizo que Barnetsa apretara los dientes.
Sintió como si una mano blanca lo sacara de un pantano y lo rescatara.
En ese momento, instintivamente se dio cuenta.
Nunca olvidaría este sentimiento mientras viviera. Incluso podría convertirse en el momento más importante de su vida.
También sintió que esta noble mujer sería la salvadora no sólo para él, sino para todos.
Ella había salvado a Enoch, y ahora parecía ser su salvación.
Ella sería el milagro de todos.
—No necesitas preocuparte por Su Alteza.
Leticia sonrió levemente.
—Seré yo quien se arrodille, no él.