Capítulo 124
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 124
—Mii.
La mirada de Eden se volvió fría.
—No pregunté tu nombre.
Las pupilas de la chica temblaban, quizá asustadas por su comportamiento. Como suele ocurrir con los niños nerviosos, no dejaba de juguetear con las manos y retorcerse el cuerpo.
Eden sintió que se le aceleraba el pulso ante la actitud infantil. Preguntó débilmente:
—¿Cómo sabes ese nombre? Yo... ese nombre...
—¿Nunca se lo has dicho a nadie excepto a una persona?
Cuando ella lo interrumpió antes de que pudiera terminar, Eden preguntó con bastante ferocidad:
v¿Quién eres realmente? ¿Cómo lo sabes?
Los ojos de Mii se abrieron mientras daba unos pasos hacia atrás.
—Simplemente me vino a la mente.
Ante esas palabras, una sutil sensación de déjà vu le recorrió la espalda mientras observaba en silencio a la chica. Era un rostro que nunca había visto antes, así que ¿de dónde provenía ese déjà vu?
Suavizó un poco la voz.
—¿Qué haces aquí? No hay razón para que un niño venga a este viejo santuario.
Aun así, la niña parecía un poco asustada. Bajó la mirada hacia los dedos de sus pies y murmuró:
—Eso es solo…
—¿Porque te vino a la mente?
Mii asintió rápidamente.
Entablar una discusión filosófica con un niño era lo último que quería. Eden frunció el ceño. A pesar de que una extraña sensación aún le aferraba la nuca, no veía motivo para continuar la conversación.
—Vete a casa. Tengo cosas que hacer aquí.
Pero Mii no se fue. Miró a Eden con sus ojos redondos antes de abrir la boca.
—Angélica mató a Actila, obtuvo poder divino e hizo un trato con la Providencia.
Sintió que la sangre le abandonaba el cuerpo. Su voz tembló ligeramente al preguntar:
—¿Lo dices porque también te vino a la mente?
—Sí…
Cerró los ojos.
Cuando Angélica comenzó a escuchar la voz de Dios, explicó el fenómeno diciendo que "simplemente lo supe".
«...Ella es la nueva santa».
Tunia debió haber enviado a la santa aquí para entregarle un mensaje. Al pensarlo, Eden susurró con la mano apoyada en el pomo de la puerta.
—Está bien, sigue hablando.
Mii le contó lo que Angélica le había pedido a la Providencia y le explicó que hacer un trato con la Providencia requería un precio equivalente ya que implicaba torcer el orden natural del mundo.
Eden chasqueó la lengua.
—Ella había tenido mucho miedo, pero sin dudarlo, hizo algo increíblemente peligroso y temerario.
Después de escuchar cuál era la petición de Angélica, Eden le preguntó a Mii:
—Entonces, ¿cuál fue el precio?
—Un sueño lo suficientemente largo… Hasta que el mundo cambie incontables veces, hasta que la comprensión de la muerte de los dioses malvados carezca de sentido para la humanidad, y la línea entre la historia y la leyenda se difumine.
Angélica caminó hasta el fondo del lago para poder dormir sin ser molestada por nadie.
—Un precio razonable.
Eden comentó secamente, pero aún quedaban preguntas.
—¿Y qué pasa con el otro precio?
La niña parpadeó.
—Dijiste que Angélica recibió dos cosas de la Providencia, así que debe haber dos precios que pagar. ¿Cuál es el otro precio?
—No lo sé. —Mii susurró—. Parece que solo lo sabremos cuando Angélica despierte.
Ha pasado tanto tiempo que el mundo ha cambiado innumerables veces, y toda comprensión de la muerte del dios malvado se ha vuelto insignificante para la humanidad, y las líneas entre la historia y la leyenda se han vuelto borrosas.
En la antigüedad, la región conocida como Hecata de Actilus estuvo aislada durante un tiempo. Esto se debía a que el veneno emitido por el cadáver del dios maligno tenía un efecto adverso en todos los seres vivos.
Al principio, muchas personas valientes, con la voluntad de reclamar las tierras abandonadas, alzaron la mano. Pero, sin excepción, se descontrolaron, echando espuma por la boca como perros y atacando a otros, por lo que tuvieron que ser aisladas.
Ellos languidecieron y murieron.
La única persona que sobrevivió incluso tras pisar la tierra contaminada fue Richard III, entonces rey de Sombinia. De hecho, en rigor, no fue el único, pero para un relato más dramático, los historiadores omitieron los humildes nombres de Cisen y Sylvia.
Esto no significó que pudieran avanzar más allá de la tierra contaminada hacia el lago Hecata. La tierra los repelía continuamente, como si se negara a acercarse. Finalmente, Richard III selló cuidadosamente el camino más allá de la puerta oriental de la capital de Actilus, y se transmitieron historias aterradoras para evitar que los niños se dirigieran por accidente hacia allí.
Los acontecimientos que siguieron dejaron la capital de Actilus inhabitable y estéril, y el camino hacia Hecata permaneció intacto sin ninguna interferencia humana durante mucho tiempo.
Con el paso del tiempo se produjeron cambios en la tierra.
La primera petición que Angélica hizo a la Providencia fue la resurrección de todas las cosas que habían desaparecido en el cadáver de Actila.
Su largo sueño fue el precio que pagó por esto.
Con el paso del tiempo, empezaron a aparecer insectos bajo la tierra contaminada. Estas criaturas, que habían desarrollado resistencia al veneno, se alimentaron del cadáver del dios. En cuanto el aire se volvió respirable, las semillas empezaron a germinar y las aves pudieron venir y posarse.
Y el hermoso joven que había perdido la vida sobre el cadáver de Actila también abrió los ojos al sonido de los pájaros cantando molestamente.
La brillante luz del sol caía sobre sus ojos entrecerrados, tan deslumbrante que casi lo abrumaba.
Su último recuerdo fue haber sido apuñalado en el cuello por la flecha de Angélica en una noche lluviosa. Sin embargo, inexplicablemente, el suelo estaba seco y no tenía heridas en el cuello.
Raniero palpó a su alrededor con las manos.
Como para demostrar que no estaba soñando, una flecha yacía junto a su cuello. Sin embargo, en cuanto la tocó, se desmoronó y se convirtió en polvo.
Parpadeó.
No podía entender qué estaba pasando. No era solo la flecha la que había desaparecido.
Su mente estaba sorprendentemente clara.
Algo que lo había perturbado con frecuencia había desaparecido. Parpadeando confundido, concluyó que era natural, dado que el Dios estaba muerto. El Dios, que era el fundamento de la ideología de Actilus y le había otorgado un poder inmenso, había desaparecido, pero no sentía remordimientos.
Se tambaleó hasta ponerse de pie.
Aunque todo a su alrededor había cambiado, el lago Hecata seguía igual. El agua no subía ni bajaba, permaneciendo constante en su sitio.
…Fue porque era un lugar de descanso para alguien que había caído en un sueño profundo.
Raniero se acercó al lago.
En la superficie del agua, Angélica estaba durmiendo.
Aunque se metió en el lago para sacarla, el agua lo empujó hacia atrás. El lago parecía protestar, insistiendo en que no la despertaran.
Tras innumerables intentos, Raniero se dio por vencido. Miró a Angélica con los pies aún mojados.
Ella no mostró signos de despertar.
Raniero no abandonó la zona, sino que siguió esperando a que Angélica despertara de su sueño en el lago. No le quedaba otra opción que esperar.
Mientras esperaba sin cesar a que despertara, se dio cuenta de que su cuerpo había cambiado. No sentía hambre ni somnolencia. Todo lo que se ponía en la lengua no tenía sabor, e incluso cerrando los ojos, no conseguía conciliar el sueño. Incluso al presionarse suavemente la muñeca, no percibía el pulso.
Fue porque era un cadáver resucitado.
Mantuvo su mirada fija en el lago, dejando que el tiempo transcurriera sin rumbo y sin fin.
El mundo hizo esperar a Raniero un tiempo considerable. Tuvo que esperar hasta que los narcisos y las prímulas florecieran y se marchitaran sucesivamente, y los lirios comenzaran a brotar junto al lago. Entonces, el día en que todos los lirios del lago abrieron sus capullos y llegó el verano, Angélica finalmente despertó, habiendo completado el pago de su precio como por un milagro.
—Angie.
Ella giró la cabeza en dirección a la llamada de Raniero cuando abrió los ojos.
Raniero estaba feliz de que Angélica hubiera despertado…
Caminó con agilidad sobre el agua. Cuando por fin salió del lago, Raniero se levantó instintivamente e intentó atraerla hacia él.
—No.
Pero en ese momento, su cuerpo se congeló.
Un poder mucho más poderoso que los susurros que había oído cuando Actila lo instó a seguir lo atrapó. Podía resistir la voz de Actila a costa del castigo divino, pero esto era diferente... Antes de que pudiera decidir si resistirse o no, su cuerpo se movió solo.
No tenía nada que ver con su voluntad.
Una voz suave le ordenó a Raniero:
—Arrodíllate y baja la cabeza.
Raniero obedeció aturdido.
Apoyó las rodillas en la tierra verde y pronto inclinó la cabeza profundamente. Sintió como si su cuerpo no le perteneciera. Era una sensación muy extraña, pero, aun así, no era desagradable. Obedeció con naturalidad, sin resistencia.
Angélica lo miró por un rato y luego sonrió levemente.
La segunda petición que le hizo a la Providencia no fue otra que el control absoluto.
Ahora ella había puesto a Raniero de pie.
No había por qué temerle ni envidiarlo. Sin importar los pensamientos o intenciones que Raniero pudiera tener en el futuro, no podía actuar contra su voluntad. La Providencia le preguntó a Angélica si quería controlar la mente de Raniero, pero ella negó con la cabeza. El lavado de cerebro no le parecía una opción atractiva.
En cambio, la obediencia de Raniero a sus órdenes debía ser permanente.
Raniero permaneció en una postura de sumisión, incapaz de moverse, pues ella aún no le había dado permiso para levantarse. Mientras tanto, Angélica, aún sin concederle permiso, se dio la vuelta. Se alejó lentamente.
No podía decir exactamente qué tan lejos había llegado porque estaba obedeciendo su orden de mantener la vista en el suelo…
Estaba cada vez más ansioso.
A medida que pasaba el tiempo, su cuerpo comenzó a temblar.
¿Acaso Angélica lo dejaría así, dejándolo arrodillado para siempre? Una emoción enterrada en lo profundo de su inconsciente (el miedo), que había sido reprimida por la bendición de Actila, emergió a la superficie y lo envolvió. No se parecía en nada a la ira, el aburrimiento, las preferencias y las aversiones que lo habían dominado antes.
El miedo era como un pantano… Cuanto más luchaba por escapar, más le agarraba el tobillo y lo arrastraba hacia abajo.
Comprendió lo que pasaba por su mente. Después de todo, Raniero había manipulado esa emoción a menudo. Sin embargo, experimentarla era algo completamente distinto.
Angélica, que lo observaba en silencio, habló en voz baja:
—Levántate.
Solo entonces Raniero pudo ponerse de pie. Miró a Angélica, que parecía a punto de desaparecer entre los árboles del otro lado.
—Ahora, sígueme —dijo ella.
Raniero dio un paso. Sus movimientos eran impacientes.
Habría sido genial si hubiera podido conseguir todo lo que quería sin perder nada, pero, por desgracia, el mundo que había conocido no había sido tan mágico. Siempre di lo mejor de mí en cada momento, lo mejor que pude. Por lo tanto, no me arrepentía de lo que había perdido y estaba contenta con lo que había ganado.
Mis pasos se sentían ligeros y mi mente estaba clara.
Esa ligera sensación amarga no era tan mala.
Esposo Villano, la que te Obsesiona Está Allí
<Fin>
Athena: Guao… vaya final. Me quedo… bastante pensativa. Chicos, he disfrutado esta novela, pero no os voy a engañar, el amor que aparece aquí no es nada sano y casi podría decir que no hay nada de romántico aquí.
Raniero era un tipo completamente ido de la cabeza que no dudaba en ejercer el mal simplemente para su divertimento. Sí que creo que en su forma retorcida de pensar amaba a Angie, pero es un amor tan oscuro y dañino que solo quebró a Angélica. Y ella es una protagonista muy débil de mente. No es que quiera criticarla por ello; hay muchas personas así en el mundo. Lo difícil es ser valiente, ser resiliente, sobreponerse a la adversidad. Y más cuando estás rodeado de muerte y lo único que ves como opción a sobrevivir es someterte completamente a tu captor. Y… a su manera, creo que ella también quería a Raniero, pero también una forma poco saludable.
El poder, la sumisión, el maltrato, sadismo y dependencia han estado aquí todo el tiempo bailando con nosotros.
Me ha gustado que al final ella haya acabado con todo esto aun siendo como es. No esperaba un final feliz aquí como acostumbramos. ¿Cómo podría haberlo? La historia nos ha ido preparando una y otra vez a ello.
Así que estoy satisfecha con el final y cómo acabó todo.
Tal vez ahora… bueno, ya no podrá ir en contra de los deseos de Angélica.
Espero que hayáis disfrutado de la novela, chicos. Y también que hayáis tenido presente el dark romance que es esto. Porque todo es bandera negra aquí jaja.
Algún día pondré los extras jajaj.
¡Hasta la próxima!
PD: Si os fijáis, la portada de la novela está cargada de simbolismo del final de la novela. Los dos en agua (probablemente del lago), ambos sujetando una flecha y las flores que narran que había al final del capítulo. Nos estaban diciendo el final… solo que no lo sabíamos.
Capítulo 123
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 123
Un grito resonó en mi cabeza.
«¡No!»
Era la voz de Dios. Me agarré la cabeza mientras un dolor de cabeza punzante me invadía.
«El contrato con la Providencia siempre tiene un precio, ¡sin siquiera saber lo que tendrás que dar a cambio!»
Más duro que nunca, me regañó como si de repente yo fuera a tener miedo y dar marcha atrás.
Este método ni siquiera funcionó con Seraphina, tu fiel corderita.
—Dios, si crees que he llegado hasta aquí por amor a ti, estás muy equivocado…
Comprendí su valor, pero no pude amarte. Y más aún porque era un ser que conocía la compasión y la tolerancia.
Dios de Misericordia que fue duro sólo conmigo…
«Me da mucha alegría pensar que podría decepcionarte».
Cerré los ojos.
Y convoqué el concepto que existía en el lugar más alto.
Deseé...
La fuerte lluvia había parado.
Eden, temblando con los labios pálidos, empezó a moverse. Siguió el curso del agua, pues toda la de la zona desembocaba en el lago Hecata. Amanecía. La oscuridad se retiraba gradualmente del cielo, y la luz del amanecer comenzó a iluminar el suelo bajo sus pies. Si pudiera aguantar un poco más, la luz del sol disiparía el frío.
Mientras recuperaba el aliento y continuaba siguiendo el agua, de repente se detuvo.
El suelo se sentía extraño. Era como si alguien hubiera derramado pintura negra sobre la tierra. No había nada vivo en esa tierra ennegrecida: ni hierba, ni una sola brizna de hierba, ni un solo insecto.
Le resultó muy incómodo pisarlo.
Eden intentó ignorar el extraño terreno y siguió adelante, pero en algún momento le fue imposible apartar la mirada. Era porque la vasta tierra que rodeaba el lago Hecata se había vuelto completamente negra. Miró a su alrededor confundido y luego levantó la cabeza.
En medio del suelo contaminado, sólo el lago brillaba de manera antinatural.
A la orilla del lago, Angélica estaba sentada.
Él gritó.
—Yeonji.
Angélica se dio la vuelta.
A pocos pasos de ella, Raniero yacía desplomado con una flecha clavada en el cuello. No se movió en absoluto.
Los pelos de su nuca se erizaron mientras su corazón latía con fuerza.
Angélica lo logró. Al final, lo logró.
El viento que soplaba desde el lago era cálido. Casi parecía primavera. Descongeló ligeramente su cuerpo, congelado por la lluvia, y le trajo la voz de Angélica.
—Se acabó.
Su voz sonaba extrañamente cerca. Eden frunció el ceño ligeramente, sintiendo que algo no cuadraba.
—La sangre de Actila está lista. Puedes regresar.
¿Tú?
Justo cuando estaba pensando que su elección de palabras era bastante peculiar, Angélica se puso de pie y se sacudió las rodillas.
—Gracias por decir que me ayudarías con lo que necesitara. Pero, sinceramente, no tengo nada que hacer cuando regrese. Por eso no pude decir nada en ese momento.
Había un dejo de vergüenza en su voz.
—Hay gente que deja pasar cada día sin sueños ni metas. Es un poco patético, ¿verdad?
El comentario autocrítico parecía fuera de lugar, considerando que provenía de alguien que había logrado la hazaña de matar a un dios. Quería discrepar con ella. Quería decirle que esas cosas podrían encontrarse a su regreso. ¿Era por eso que quería quedarse allí...?
—Por favor, no digas tonterías. Aquí solo hay desgracias.
Sin embargo, no encontraba las palabras. ¿Cómo podía garantizar que sus metas de vida se materializarían al regresar? ¿Cómo podía juzgar eso?
Tales comentarios fueron demasiado irresponsables.
De la misma manera, la afirmación de que aquí no hubo más que desgracias…
—Soo-hyun, tengo algo que quiero probar aquí. Es algo impuro y siniestro, pero...
Angélica pronunció esto mientras sumergía sus pies en el lago.
Eden murmuró en voz baja.
—¿Cuánto tiempo tomará hacer todo?
—Bueno, no lo sé. Quizás mucho tiempo.
Cómo escuchó ese débil sonido fue un misterio, aunque la respuesta llegó fácilmente.
—Así que no esperes y vete.
—En ese caso, ve a Sombinia y quédate allí. Lleva a tu doncella contigo.
Angélica no respondió de inmediato, sino que sonrió y dio otro paso hacia el lago. Como antes, su voz se apagó.
—No hay nadie vivo más allá de este punto. Es por culpa de Actila... Así que ahora, aunque este lugar esté sellado, ningún desafortunado extraviado saldrá.
—Yeonji.
La voz de Angélica era tan ligera como las esporas que arrastraba el viento. Parecía infinitamente aliviada.
—Muchas gracias. Me alegra haberte sido útil.
Dio otro paso adelante como si nada. Entonces, sin hacer ruido, cayó al agua. No parecía que alguien hubiera caído. Más bien, fue como si una piedra hubiera caído al agua. Sin tambalearse ni flotar, simplemente se hundió.
Sobresaltado, Eden pisó el suelo contaminado e intentó acercarse al lago. Pero en ese momento, el suelo negro lo apartó.
Inmediatamente fue empujado de nuevo a su posición original.
Era lo mismo, por mucho que lo intentara. El suelo contaminado rechazaba el Eden, y ya no podía avanzar hacia el lago Hécate.
Eden miró el lago con incredulidad.
Al lado del lago que se había tragado a Angélica, sólo yacía el cadáver de Raniero.
Unas horas después, Richard, Sylvia y los demás compañeros llegaron cerca del lago, siguiendo el curso del agua. Sin embargo, al igual que Eden, ninguno pudo pisar la tierra contaminada.
—Que descanse en paz.
Richard Sombinia susurró mientras echaba otra palada de tierra sobre el túmulo. Eden no dijo nada y bajó la cabeza con los ojos bien cerrados. Detrás de ellos, una docena de personas formaban fila, guardando un momento de silencio, igual que Eden.
En medio del momento de silencio se escuchó un débil sollozo.
El arzobispo se acercó tambaleándose y cubrió la tumba con un velo blanco. Seraphina regresó así a la tierra donde estaba enterrada su familia.
«¿Estás satisfecho?»
Eden preguntó interiormente.
«¿Estás satisfecho con tomar parte de mi destino para fracasar y desvanecerme así?»
Los muertos no podían responder.
El arzobispo y otros fieles querían celebrar el funeral de Angélica según el Templo, pero Cisen, a quien se podría llamar su única familia, se negó.
Eden recordó a Cisen, quien lloró desconsoladamente al enterarse de que Angélica no regresaría. Mientras ella se desplomaba en el suelo, gimiendo y buscando a su «princesa», sintió la lengua áspera mientras observaba la escena. Desde el momento en que abrió los ojos, Yeonji, quien era una «emperatriz» en lugar de una «princesa», no era, en realidad, objeto de su afecto y lealtad.
Incluso después de que la gente se dispersara, Eden permaneció como una estatua frente a la tumba de Seraphina por un rato. Richard permaneció a su lado.
—Vamos a comer.
Fue sólo cuando el sol se ponía en el horizonte que Eden habló.
Los dos caminaron uno al lado del otro.
Debido al hablador Richard, hubo muchos murmullos y conversaciones.
Richard sabía bastante sobre cosas que Eden desconocía: el regreso de Cisen, Sylvia y el exilio del joven Lord Nerma a Sombinia. Aunque no le interesaba especialmente nada, Eden le respondía constantemente, manteniendo la conversación lo suficiente como para no incomodarlo.
El silencio llegó primero a Richard. La puesta de sol le dio una mirada severa.
—Tengo una confesión que hacer.
Eden respondió con indiferencia.
—Adelante.
Richard dudó por su actitud indiferente. Dudó al dar nueve pasos, y en el décimo, susurró suavemente.
—La gente cree que fui yo quien mató a Raniero Actilus.
—¿Y?
La actitud de Eden seguía siendo casual y Richard quedó desconcertado por su reacción.
—No fui yo. Cuando Angélica se enfrentó al emperador en el lago Hecata, me dirigía a la puerta norte, como ella me indicó. Ni siquiera estaba cerca del lago Hecata.
—No eres el tipo de persona que se guarda eso para sí mismo, así que debiste haber estado corrigiendo a la gente y saltando frente a ellos y corrigiéndolos.
—Pero no sirvió de nada.
—Claro. Tú también sabes la razón.
Una expresión compleja apareció en el rostro de Richard, iluminado por el sol poniente. Él también había estudiado el arte de gobernar y podía interpretar la situación.
—Lo entiendo, pero…
—Entonces déjalo así. Los libros de historia necesitan un nuevo punto focal para registrar las historias heroicas y al caído Actilus.
—Eden.
—En lugar de decir la verdad, creo que es más importante que tú, que tienes legitimidad, tomes la iniciativa para resolver la situación rápidamente.
Cuando Eden dijo eso, Richard no tuvo más que decir.
Eden se encogió de hombros.
—Considera esto como parte de tu suerte. Incluso si esa mujer estuviera viva, probablemente no habría dicho nada si te hubieras atribuido el mérito de sus logros.
Richard preguntó, mirando a Eden con sospecha.
—¿Estás bien?
Eden lo miró como si se preguntara por qué preguntaba tal cosa.
—¿Por qué no estaría bien?
La biblioteca del antiguo santuario.
La puerta seguía allí en pie y, de modo similar, la irritante frase que estaba estampada como un estigma permanecía inalterada.
Cuando la sangre de Actila esté lista, ábrela con la espada de Tunia.
Eden trazó la frase con los dedos y luego giró la manija de la puerta. A diferencia del invierno pasado, la puerta se abrió con mucha suavidad. Más allá de la puerta había un largo pasillo con una luz blanca brillando al final.
Una vez que pasara por aquí, se despediría de ese terrible mundo.
—Lo he conseguido.
Debería considerarlo un éxito. Al pensarlo, Eden respiró hondo hasta quedarse sin aliento y luego exhaló de golpe.
Fue entonces.
—Así es.
Al oír la voz de una chica a sus espaldas, se giró sorprendido. Allí estaba una chica delgada, de suave cabello castaño y pecas en su piel blanca como la leche.
Preguntó con incredulidad.
—¿Me… llamaste?
La chica asintió.
—Entonces…
La chica luchó, pero al final se rindió. Era natural. La palabra "Hyun" no solo se usaba poco en nombres en este mundo, sino que también era difícil de pronunciar.
Eden miró a la chica con una sensación extraña.
—¿Quién eres?
Capítulo 122
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 122
«Hace frío».
Las gotas de lluvia que caían sobre mi cuero cabelludo y mi nuca me quitaban el calor corporal.
Mis dedos congelados se sentían más firmes que de costumbre. Con las manos entumecidas, agarré la flecha y la coloqué en la cuerda del arco.
Al levantar el brazo que sostenía el arco paralelo al suelo, tensé la cuerda lo máximo posible y contuve la respiración. Curiosamente, la influencia de la presencia de Actila no me contuvo en absoluto. Mi mente estaba despejada, y nada que Actila pudiera hacer podía interferir con mi voluntad.
Ni siquiera las sombras de la desilusión o la resignación pudieron tocarme.
«Sí, soy el arma que eliminará a Actila».
Moví mis labios rígidos.
—Actila.
Ante mi llamado, el dios se estremeció y emitió un sonido terrible. Era como si clavos arañaran una placa de hierro oxidada.
Fruncí el ceño.
El contrato con la Providencia tenía un precio. Me di cuenta de lo que Actila había pagado como costo del contrato.
«Estás atrapado en ese cuerpo».
Fue un principio establecido por la Providencia que Dios no podía ser asesinado directamente. Era natural.
Una idea no podía ser dañada siendo atravesada por una espada.
Los dioses, incapaces de matarse entre sí, imploraron a la Providencia un arma para matar a Actila, aunque incluso esa arma funcionaba de forma indirecta. Si la Santa de Tunia mataba al sucesor de Actila, el núcleo de la fe se derrumbaría, y Actila, incapaz de alimentarse de la tierra, caería como resultado.
Sin embargo, Actila ahora había descendido al cuerpo de Raniero para ejercer influencia directa en el mundo y ha quedado prisionero dentro de él.
Si matara el cuerpo físico de Raniero aquí, Actila también moriría.
«Tengo miedo».
Me estremecí y levanté los labios. Era extraño. Mi miedo no provenía de Actila, sino de Raniero.
Me burlé de mí misma.
¿Acaso le temía a un humano incluso cuando me enfrentaba a Dios? Al pensarlo, solté la cuerda del arco y la flecha voló por el aire lluvioso de la noche.
La primera flecha le atravesó el tobillo.
Así como las flechas de Raniero me habían herido una vez en el antiguo santuario.
No hacía falta decirlo, pero Raniero estaba armado. Aunque era una armadura ligera, protegía las partes de su cuerpo que podían resultar mortalmente heridas, así que dudé, sin saber adónde apuntar.
La zona a la que apunté a regañadientes fue el tobillo, pero tuvo un efecto más significativo de lo esperado. Actila, que sintió el insoportable dolor de su carne al ser desgarrada por primera vez en su vida, gritó. Se retorció salvajemente. Sin embargo, cuanto más forcejeaba, más se agrandaba la herida.
La herida infligida por la Santa no sanó.
El dolor continuaba y Actila sufría una terrible agonía. Habiendo poseído un cuerpo físico por primera vez, no tenía idea de cómo manejar el dolor.
La segunda flecha voló.
Aunque le apunté a los ojos, fallé por poco porque Actila se retorcía y gritaba. Pronto le salió sangre de la oreja.
—¡AAAAAAAAAHHH!
Un destello rojo brilló en sus ojos, que habían estado envueltos en una niebla oscura. Esos ojos brillaron con intensidad, igual que cuando apenas nos conocíamos.
Los finos pelos de mi espalda se erizaron al unísono.
Cada vez que Actila intentaba escapar, consumido por el dolor, la consciencia de Raniero afloraba brevemente antes de desvanecerse. Por un instante fugaz, recuperó brevemente el control de su propio cuerpo, solo para que Dios se lo arrebatara.
Respiré profundamente.
El calor empezó a subir en mi cuerpo frío.
Mi cabello mojado se pegaba a mis mejillas.
Tiré el arco al suelo. En su lugar, tenía una flecha en la mano.
—Raniero.
En poco tiempo, se cumpliría un año desde que lo conocí. Sin embargo, esta era la primera vez que pronunciaba su nombre en voz alta.
Raniero respondió a mi llamado.
Mientras Actila, atormentado por el dolor, no sabía qué hacer, sus pies comenzaron a moverse. Una luz roja más allá de la oscuridad se dirigía hacia mí.
Susurré mientras me acercaba.
—Sí... ven aquí. Ven aquí...
Los pies de Raniero se arrastraban de forma antinatural por el suelo, y se acercó a mí poco a poco. Temiendo perderla, abrí los brazos, agarrando la flecha con fuerza.
—Ven aquí.
Aprovechando la confusión de Actila, Raniero recuperó la consciencia y finalmente recuperó el control de su cuerpo, aunque de forma imperfecta. Como una lámpara parpadeante en un día frío, sus iris buscaban y perdían la luz repetidamente. Se tambaleaba como si estuviera a punto de caer en cualquier momento. A pesar de ello, no se rindió y acortó la distancia.
Aquella lucha ciega evocaba diversas imágenes.
Finalmente, estaba lo suficientemente cerca para tocarlo.
Cuando extendí lentamente la mano hacia él, el aliento que rozó mis dedos era cálido, como el de alguien con fiebre, antes de que sus ojos rojos fueran devorados por el abismo. Actila, que había recuperado la consciencia, gruñó con un sonido escalofriante y me agarró la garganta.
Tosí convulsivamente y agarré su muñeca.
Actila me enseñó los dientes como si fuera a morderme. La oscuridad dentro de su boca era más fría y desolada que la lluvia nocturna.
Mi pecho se agitó pesadamente.
Mientras la cabeza me palpitaba de dolor y perdía la consciencia, su mano me soltó el cuello de repente. Al desplomarme en los brazos de Raniero, oí el crujido antinatural de las articulaciones. Parecía que una lucha feroz se libraba en algún lugar más allá de mi percepción.
—Ah, ah…
Me aferré a Raniero y sentí su espalda.
La razón por la que llamé a Raniero fue para quitarle la armadura. Sin embargo, no podía desabrochar los cierres con las manos. La estructura era más compleja de lo que esperaba, y tenía las manos entumecidas por la lluvia nocturna. Además, el cuerpo de Raniero seguía moviéndose...
—Shh, quédate quieto. Quédate quieto…
Nos transferimos el calor corporal el uno al otro.
Lo consolé, sin saber si me oía. Era una escena extrañamente silenciosa y anodina para un duelo trascendental. Desde la distancia, podría parecer un tierno abrazo entre amantes.
Mientras gemidos sin sentido escapaban de los dientes de Raniero, lo miré distraídamente.
Él también me miró.
Su expresión cambiaba constantemente según quién controlaba el cuerpo. Quedé cautivada por un momento por sus expresiones siempre cambiantes y luego sonreí.
—Ahora que lo pienso, he estado mirando tu cara todo el tiempo.
Porque se había quitado el casco.
No hubo necesidad de quitarle la armadura.
La luz del objeto luminiscente en el lago se reflejó en la punta de flecha que estaba agarrando, haciendo que brillara, y hundí la punta de flecha en el cuello de Raniero con todas mis fuerzas.
Sangre negra brotó y fluyó sobre mi mano.
Las gotas de lluvia se volvieron pesadas y ásperas. Me golpeaban la cabeza y los hombros dolorosamente, lavando la sangre de mi cuello y dejándome hipnotizada. Al apretar los dientes y clavar la punta de la flecha más profundamente, la sangre brotó a borbotones. Raniero se inclinó y tosió sangre negra como la pólvora.
Mis manos temblaban cuando solté la flecha.
Raniero perdió el equilibrio y cayó hacia mí. Incapaz de soportar su peso, me desplomé en el suelo, abrazándolo.
—Uuk…
Ajusté mi posición y lo acomodé directamente sobre mi regazo.
La sangre seguía fluyendo sin cesar, excediendo con creces la cantidad normal en un cuerpo humano, tanto que podría describirse como explosiva. El suelo se volvió negro y la hierba que acababa de brotar se derritió. Su sangre tenía un olor extraño, no exactamente lo que se llamaría hedor a sangre. Además, se aglutinaba como alquitrán pegajoso y tenía una desagradable adherencia.
La boca de Raniero se abrió y se cerró en silencio. Me miró con ojos cuya neblina negra se había disipado.
La supervivencia del mundo dependía de esta muerte. Actilus caería hoy.
Un reino que debía colapsar.
Una persona que debía morir.
La expectativa de que Raniero pudiera ser rehabilitado y obligado a coexistir con los débiles era más que una ilusión: era un delirio. La idea de que era un tirano inofensivo y amable solo conmigo también era un delirio. Aunque ese tirano me apreciara, no cambiaba nada.
Esa persona pensaba de forma diferente a la mía. No podíamos entendernos.
Seguimos chocando por nuestras diferencias. Como él era fuerte y yo débil, al final, fui yo quien se quebró y se desgastó.
Observé en silencio la flecha clavada en su cuello y luego junté sus manos con las mías. Su piel mostraba cicatrices dispersas de heridas pasadas que ya habían sanado, pero sus manos estaban completamente prístinas, sin siquiera un rasguño de las heridas infligidas por la Santa.
Era la prueba de que no se resistió. Mis torpes movimientos debieron ser obvios para él. Debió saberlo todo.
¿Por qué hiciste eso?
Realmente no sabía por qué. ¿Por qué lo hizo?
Siempre se había preocupado más por sí mismo. Mis sentimientos no significaban nada para él, así que los sostuvo con descuido en sus manos y los aplastó sin pensarlo dos veces.
—¿Por qué… de repente decidiste morir?
No pude oír ninguna respuesta mientras la sangre brotaba y salía a borbotones de su boca abierta nuevamente.
Esta vez, era sangre roja brillante.
—¿Fue solo un capricho? Me has estado atormentando a tu antojo, y lo he soportado...
La mano de Raniero se crispó. Hasta un necio podía percibir lo que esos ojos moribundos imploraban desesperadamente mientras la vida se desvanecía gradualmente.
Concedí el deseo de un hombre al borde de la muerte. Me incliné hacia él y lo abracé.
Su latido del corazón era débil y lento.
Su aspecto era más bien lamentable de ver.
Incliné la cabeza y acaricié su cabello mojado. El hombre que siempre cautivaba la atención con tanto esplendor ahora moría pálido. En su mirada y sus gestos no había ni una pizca de disculpa ni un atisbo de arrepentimiento. Incluso con Actila, quien una vez dominó su mente, muerto, seguía siendo el mismo.
Una persona cuya capacidad para distinguir el bien del mal había sido completamente destruida.
Si muriera así, sería su fin. Sin comprender nada, se iría a descansar en paz tras un breve momento de sufrimiento.
Por eso Tunia dijo que matarlo sería un acto de liberación misericordiosa...
Una lágrima cayó sobre su mejilla.
Con esta muerte, todo lo que todos anhelaban se lograría. La venganza que Sylvia anhelaba se acabaría, la anhelada paz de Richard se encontraría y el anhelado regreso del Eden sería posible... Pero después de todo eso, ¿qué quedaría en mis manos?
—Quería una disculpa tuya…
Las lágrimas corrían incontrolablemente por mi rostro. No podía distinguir si lo que caía sobre su rostro eran gotas de lluvia o lágrimas.
—Si eso no fuera posible, quería devolver el dolor recibido de la misma manera…
No pude hacerlo… porque él estaba en un lugar demasiado alto, fuera de mi alcance. Por eso, al final, no pude entregarte todo mi corazón. Podía oír la débil respiración de Raniero mientras lloraba de pena, injusticia y lástima inútil.
En medio de todo esto, me vino a la mente un nombre bastante inesperado.
«Seraphina».
Miré hacia atrás, al suelo ennegrecido.
Mi cuerpo, empapado por la lluvia, temblaba. En ese instante, mi memoria repasó todo lo ocurrido en el Templo de Tunia.
Una voz amable y clara que me había contado una larga historia mientras estaba sentada en la cama.
[Los hechizos escritos aquí tienen cada uno su propio nombre y se decía que tenían diferentes efectos, pero en realidad, todos producían un solo resultado si tenían éxito...]
Fue un encuentro con la Providencia.
El libro de tapa dura con cubierta morada que descansaba sobre mi regazo.
Mi memoria saltó aún más atrás.
La frase de la página que Eden me había entregado quedó vívidamente grabada ante mis ojos.
[La precisión de la técnica es importante, aunque lo que es más importante que eso es la fuerza y el deseo del ejecutante.]
El libro contenía una mezcla de verdad y mentiras.
La técnica no importaba en absoluto. Si los resultados de todas las técnicas convergían en una sola conclusión, entonces el método en sí carecía de sentido.
Lo que importaba era el poder del intérprete.
Yo era alguien a quien se le había concedido el poder de matar a un dios.
Y el deseo.
Capítulo 121
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 121
El impacto del mensaje de Tunia fue mucho más abrumador de lo habitual. La intensa fuerza que resonó en todo mi cuerpo me hizo ponerme rígida y la cabeza se me echó hacia atrás.
Pude sentir la alarma de Richard.
—¡Angélica, Angélica!
El hombre que siempre me había llamado “Emperatriz” ahora me sacudía los hombros, llamándome con urgencia. Sin embargo, mi espíritu ya había abandonado la tierra y estaba atrapado en el reino divino. Como si me hubieran arrancado el alma del cuerpo, ascendí sin cesar.
Miré hacia la tierra con la visión de un dios.
Hecata en ruinas.
En medio de todo, estaba Raniero, cuya conciencia había sido superada por Actila.
Mi mirada se sintió atraída hacia él.
Destacaba, como siempre. Pero la confianza y el esplendor que lo simbolizaban no se encontraban por ningún lado. El aire a su alrededor era turbio y opresivo.
Sin embargo, su presencia era mucho más abrumadora de lo habitual.
La simple sensación de su presencia les impedía invisiblemente las manos y los pies. Una mano sin forma les apretaba el cuello, dificultándoles la respiración. En el momento en que sus miradas se cruzaron, diversas ilusiones de desesperación se aferraron a sus párpados.
Actila, con la piel de Raniero, simplemente dio un paso. El impacto de la zancada de un dios fue inmenso.
Un infierno viviente se aferraba a sus hombros.
La visión de Tunia y la de Angélica se alternaban, apareciendo cada una con unos segundos de diferencia. Entonces, como si llegara al límite, fui expulsada repentinamente de la vista que el dios me mostraba. Sentí una opresión enorme en el pecho y me tambaleé, incapaz de mantener el equilibrio por un instante.
—¿Estás bien? ¿Estás consciente? ¿Me reconoces?
El sorprendido Richard preguntó con urgencia.
Jadeaba con dificultad, buscando aire. Tenía el cuero cabelludo empapado de sudor frío.
—Tengo que ir…Tengo que ir a Hecata.
—Por supuesto que vamos a Hecata, Angélica, pero descansemos primero.
Rápidamente se desató la capa corta que llevaba y la puso en el suelo.
—Siéntate aquí.
Negué con la cabeza.
—Me tengo que ir ahora…
Ante mis palabras, Richard pareció preocupado.
—El sol se está poniendo.
Viajar de noche no solo era peligroso, sino que también consumía mucha más energía. Entendí sus preocupaciones.
—Voy.
Pude sentir la inquietud de las tres personas, incluido Richard.
—No, no puedes.
La opinión de Richard no importaba.
Me iba a ir.
Empujé a Richard y me obligué a dar un paso. Los demás compañeros se unieron a él para intentar detenerme al ver eso, pero, aun así, seguí caminando con paso firme. Cuando mi terquedad no flaqueó fácilmente, Richard intercambió miradas con los dos compañeros.
—Está bien, vámonos.
Al final, suspiró como si levantara las manos y los pies. Pero no, no era un “vamos”.
No le estaba pidiendo que fuera conmigo.
Miré directamente a los ojos verdes de Richard y separé mis labios.
—Voy sola.
Él también me miró directamente.
—Eso no es posible. Eden te confió a mí y debo asumir la responsabilidad.
Lo miré en silencio.
¿Sabía por qué Eden me confió? Fue porque era una persona con una gran suerte que compensaba incluso el “fracaso fatal” que conllevaba ser la “Espada de Tunia”. Eden debía de tener la esperanza de que, si me quedaba con él, al menos tendría una posibilidad de llegar sana y salva a Raniero.
Pero precisamente por eso no pude ir con él.
«Si Richard viene conmigo, se enfrentará a Actila, quien vestía la coraza exterior de Raniero.»
En ese caso, Richard seguramente moriría.
No podía permitir que eso sucediera.
Miré hacia el noroeste, temblando ligeramente por el frío que de repente empezó a invadir mi ropa. Unas pocas volutas de humo aún se elevaban, como el intenso calor del atardecer.
—Tienes que ir por ahí. A la capital. A luchar.
Su fortuna no debería ser utilizada únicamente para mí.
—Gracias por acompañarme hasta aquí. Ahora debemos separarnos.
Dije eso y pasé junto a Richard. Caminé y luego corrí, hasta quedarme sin aliento. Aunque Richard me llamaba desde atrás, no respondí. Me siguió y me llamó.
Su voz pronto se desvaneció.
Mientras las gotas de lluvia empezaban a caer una o dos a la vez sobre mi cabeza, las gotas redondas se me quedaban grabadas en los hombros. Disminuí la velocidad lentamente, bajé el torso y puse las manos sobre las rodillas.
Por primera vez desde que llegué a este mundo, tomé una decisión completamente altruista.
Ni siquiera sabía por qué hice eso.
Quizás me puse sentimental a medida que se acercaba el final.
No quería pensar que había tomado una decisión heroica. Sería demasiado extraño y poco propio de mí.
Aunque fue reducido a un recipiente para Dios, la consciencia de Raniero permaneció despierta. Sin embargo, no podía intervenir en absoluto en los movimientos de su cuerpo.
El control de su forma física estaba enteramente en manos de Actila.
Pero justo cuando su consciencia despertaba, sus sentidos también permanecían intactos. Así, Raniero experimentó una sensación muy extraña y desagradable. Un gorgoteo en su garganta, como si tuviera flema atrapada, y un zumbido agudo, mezclado con los sonidos del exterior, le hacía sentir la cabeza a punto de partirse.
El mero cuerpo humano no era suficiente para contener a un dios.
Incluso el cuerpo de Raniero, considerado el más cercano a un dios en la Tierra, no fue la excepción: venas y piel se rompieron por todas partes, pero sanaron de inmediato gracias al poder inherente de Actila. Además, un dolor leve aparecía y desaparecía repetidamente, y las heridas estaban marcadas con sangre seca.
El rostro, una vez bello, comenzó a cubrirse de manchas de sangre y costras que aún no se habían caído.
Su visión se nubló y se volvió borrosa. Sin embargo, aún podía ver con claridad lo que sucedía.
Actila simplemente caminó.
Aunque solo caminaba, lamentos y llantos llenaban las ruinas de Hecata. Raniero no podía entender las palabras de los soldados que aullaban.
Era natural. Era un lamento sin sentido.
Todos gritaban con sonidos que podían ser de súplica o súplica, sonidos que solo ellos podían entender. Era un caos absoluto. Una mente humana normal no podía soportar la presencia de Actila, así que, imprudentemente, se arrancaron los ojos, que habían presenciado su forma, y los oídos, que habían oído su presencia.
Sin embargo, no importaba lo que hicieran, no podían alejarse de la existencia del dios.
El frío inquietante y la desolación que se sentía en la piel...
Incluso el aroma y el sabor del aire se habían vuelto extraños. Un olor penetrante y desagradable, como a fruta podrida, y un olor desconocido a pescado impregnaban la nariz y la boca.
Quienes presenciaron a Actila ya no pudieron soportarlo. Sus ojos se volvieron locos mientras se atacaban y se perforaban indiscriminadamente. Algunos gritaban y se retorcían como si los quemaran en la hoguera. A Raniero, a quien el dios le había arrebatado la soberanía, la escena no le hizo mucha gracia. Quizás se debía a que él mismo estaba privado de libertad y atrapado en la consciencia.
Actila marchó hacia la capital, dejando atrás a la gente enloquecida. Como compartían un cuerpo, podía comprender plenamente lo que Actila sabía y pensaba.
Angélica venía.
Los invasores la liberaron para matarlo.
Actila planeó matarla y luego entrar a la capital, revelándose a los seres de la Tierra.
Entonces, sin distinguir entre los Actilus y los rebeldes, todos enloquecerían como los soldados de Hecata. Quienes estaban bajo la influencia de Actila ni siquiera podían atreverse a adorarle, pues el miedo primitivo y las pesadillas sacudían a los humanos, erosionando su cordura y convirtiéndolos en bestias.
Actila les ordenaría que “vayan y traigan la calamidad a su lugar de nacimiento”. Luego, regresarían a sus adorados pueblos con la maldición del miedo en la boca y lo vomitarían todo delante de sus seres queridos. Era imposible resistirse a esta desesperanzada perspectiva. Después de todo, la voluntad humana no bastaba.
Incluso Raniero sólo podía observar la situación, atrapado en su propio cuerpo.
Negociar con Actila era impensable. Aun siendo su sucesor y el humano más cercano a él, no era la excepción. No había que olvidar que incluso dioses de igual rango fracasaron a pesar de los innumerables intentos de comunicarse con él y que suplicaron a la Providencia un arma para matar a Actila.
Armas, Angélica…
De repente, Raniero sintió una punzada de miedo.
Actila pretendía aplastarla y destruirla.
Era inaceptable. Angélica tenía que vivir sin ir a ningún lado, mirándolo solo a él. Aunque la había dañado deliberadamente, era por el “futuro ideal” que compartirían... ¡Con cuánta delicadeza había actuado para asegurarse de que todo le fuera de utilidad!
Raniero gritó.
Sin embargo, no se parecía en nada a un sonido, así que, naturalmente, no llegó a Actila. Al igual que había confinado a Angélica en el dormitorio, Actila lo había atrapado en lo más profundo de su cuerpo. Raniero sintió una impotencia similar a la que sintió Angélica mientras estaba atrapada.
No podía hacer nada. Todo dependía de la voluntad de quien lo controlaba.
A pesar de que estaba abrumado por la sensación de aislamiento, solo podía observar cómo la situación empeoraba.
Aunque Actila parecía caminar despacio y tambaleándose, su ritmo era mucho más rápido de lo esperado. En un abrir y cerrar de ojos, llegó al lago Hecata. El lago, donde las criaturas acuáticas absorbían la luz durante el día y emitían un extraño resplandor verde cada noche. Al caer la noche y oscurecerse el bosque, el lago Hecata comenzó a brillar en la oscuridad del bosque al ponerse el sol.
De repente, Actila dejó de caminar.
Raniero compartió su visión.
Una sombra rosa parpadeaba a sólo unos pasos de distancia.
Ah, una silueta familiar. Pero, por alguna razón, también era desconocida. Angélica vestía ropa que él nunca había visto y lo miraba con una expresión que nunca antes había visto.
Raniero pensó que se sentía como si ella lo estuviera mirando directamente, atravesando su exterior.
Athena: Pues así sabes lo que se siente ser privado de tu libertad, Raniero. Y… bueno, creo que vamos a ver algo trágico, chicos.
Capítulo 120
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 120
El sonido de los cascos de los caballos de los dos perseguidores era estridente. Cuando recuperé el sentido, iba con Richard y otras dos personas.
—¡Más rápido! ¡Ve más rápido!
Las tres personas que huyeron conmigo me animaron. Priorizaron mi protección por encima de todo.
Me di cuenta de que seguían intentando que me adelantara, pero pensé que debía usarme como escudo y avanzar. Aunque era extremadamente peligroso, irónicamente, calculé que sería la opción más segura.
Los perseguidores se instruían mutuamente para “mantener con vida a la emperatriz”. Esa declaración no solo significaba mantenerme con vida. Era porque, incluso si regresaba con vida a Raniero, se enojaría si no estaba en buenas condiciones. En su mente, la única persona que podía quebrarme era él mismo, y eso significaba que no toleraría que alguien más me hiciera daño.
Tiré de Richard detrás de mí y me puse delante de él.
«Deben tener miedo de la ira de Raniero.»
Odiaba y temía sentir dolor. Sin embargo, en el momento en que me abalancé frente a las armas centelleantes, ni siquiera pensé en la posibilidad de lastimarme. Fue porque no era lo suficientemente libre como para evitarlo por miedo.
Como era de esperar, los perseguidores no pudieron cortarme imprudentemente.
Richard y el resto de mi grupo no pasaron por alto la vacilación que mostraron.
Escoltarme hasta Hecata, matar a Raniero y luchar contra las fuerzas restantes de Actilus era una misión crucial. Por lo tanto, todos los movilizados eran lo suficientemente fuertes como para no ser repelidos por la gente de Actilus.
Dos de los perseguidores cayeron y el caballo, que había perdido a su amo, se asustó y pateó indiscriminadamente y salió corriendo.
Milagrosamente, ninguno de nosotros (Richard, yo y los dos aliados que me seguían) sufrimos heridas graves. Aunque Richard solo se torció la muñeca tras bloquear el ataque con la espada de uno de los perseguidores desde un caballo, fue a verme primero como si el dolor en su muñeca no fuera nada.
—Estoy, estoy bien —murmuré.
Sus ojos se iluminaron con culpa.
—Lo siento mucho. No eres un soldado entrenado.
Solo entonces comprendí de dónde provenía el profundo sentimiento de culpa de Richard. Me trataba como a un civil.
Hice una pausa y sonreí levemente, esperando aliviar su culpa.
—Yo también soy de Actilus.
Significaba que había aprendido los conceptos básicos de cómo usar armas, pero parecía que Richard y los demás interpretaron mis palabras de forma un poco diferente.
Sus expresiones se oscurecieron ligeramente.
—Por supuesto, no siento ningún sentido de pertenencia o patriotismo hacia este país —agregué rápidamente—. Vete al infierno con Actilus.
La broma logró hacer sonreír un poco a Richard.
—Vámonos rápido —susurré.
Me pregunté si los demás que estaban separados de nosotros estaban bien.
«No, no pensemos en ello».
Cerré los ojos con fuerza.
Tenía miedo de imaginar lo peor. Por ejemplo, si alguno de ellos hubiera muerto...
¡No!
Tenía que pensar con la mayor esperanza posible. Aunque las situaciones adversas me afectaban mucho mentalmente, tendía a recuperarme rápidamente si lograba escapar de un entorno desesperado y tenía tareas claras en las que concentrarme... En cualquier caso, ahora mismo, necesitaba concentrarme en Hecata en lugar del destino de mis compañeros, cuya vida o muerte desconocía. La responsabilidad que tenía era demasiado importante como para ponerla en peligro perdiéndome en pensamientos extraños.
A pesar del agotamiento por la lucha con los perseguidores y la dispersión de nuestro grupo, continuamos avanzando constantemente hacia el este.
—¿Cuánto falta para Hecata?
La respuesta no llegó fácilmente.
Encontré un arroyo y bebí agua. Quizás por la tensión, no tenía hambre, aunque sí un poco fatigado.
¿Cuánto tiempo más tardaría?
El cielo se tornaba rojo poco a poco y el aire empezó a enfriarse. Justo cuando pensé que debíamos detenernos y buscar un lugar donde escondernos y descansar, Richard levantó la cabeza bruscamente. Sorprendido, yo también miré hacia arriba y vi humo saliendo de allí.
Había tres columnas de humo.
Era evidente que se enviaba alguna señal. Estaba tenso, preguntándome si sería una señal ominosa, pero el rostro de Richard se iluminó al instante.
—¡Han abierto la puerta norte!
Aunque no entendí del todo lo que decía, en ese momento sentí un escalofrío en las yemas de los dedos de las manos y los pies. Mi corazón empezó a latir con fuerza.
—¿Dijiste que se abrió la puerta norte?
—Así es. El conde Tocino lo hizo.
—¿Conde Tocino?
—El conde Tocino lleva algún tiempo aliado con la coalición anti-Actilus.
Cuando me quedé paralizada, Richard me dio una palmadita en la espalda y me instó a seguir adelante.
Pregunté mientras me empujaban hacia adelante.
—¿Cómo acabó el conde Tocino uniéndose a la coalición anti-Actilus?
—Parece que consideró que no podría establecerse en el país. Si el país se derrumba, planea asegurar un lugar entre las ruinas. Es una apuesta arriesgada.
—Ah…
—Probablemente trajo a los paladines del Templo de Tunia y los disfrazó de trabajadores para reclutarlos para trabajar en la capital.
Cuando miré hacia atrás, el humo seguía elevándose.
—¿Qué pasa después de recuperar la puerta norte?
—Tendremos que tomar el palacio imperial.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Entonces, sacaste a Raniero para rescatarme y tomar el control del palacio imperial mientras él estaba fuera.
—Sí. Originalmente, el plan era acercarlo a la frontera. Si extendía su alcance hasta allí, sería mucho más fácil lanzar la operación desde la capital.
Pero Raniero no tenía intención de llegar tan lejos… porque me había encerrado en el dormitorio.
—Tuvimos que actuar con cierta rapidez porque ya se había fijado la ubicación de Hecata, pero todo va bien.
Richard me dio otra palmadita en la espalda y sonrió.
—Avancemos un poco más. Después, tendremos que acampar. Hará frío, ya que no podemos encender una fogata...
Asentí ligeramente.
Sin embargo, no pude seguir su sugerencia de ir un poco más allá. Como si me pusieran grilletes pesados en brazos y piernas, mi cuerpo se puso rígido de repente. La voz reveladora, que había permanecido en silencio un rato en mi cabeza, irrumpió en mi mente, en las yemas de los dedos, en los dedos de los pies... y llenó todo mi ser.
Mi Dios me advirtió.
«¡Actila ha hecho un trato con la Providencia!»
Raniero respiró profundamente, apartando el pelo que tenía pegado en la mejilla.
Sus ojos brillaban de éxtasis.
Los gritos y gemidos de los moribundos aún resonaban en sus oídos.
La voz en su cabeza vibraba de alegría. Como si estuviera ebrio, se sintió profundamente somnoliento y eufórico. Mientras blandía su arma, destrozando huesos y atravesando carne, una familiar sensación de placer sacudió todo su cuerpo. Era alguien que disfrutaba de esas cosas.
Su Dios se regocijaba y recompensó tales actos.
Distinguir entre rebeldes y civiles le resultaba engorroso. Si mataba indiscriminadamente, el trabajo se haría rápido y sin problemas. No había necesidad de pensar racionalmente, así que la lucha era agradable.
Para Raniero, los humanos eran como hormigas.
Así como los niños no sentían remordimientos cuando desenterraban un hormiguero y aplastaban un enjambre de hormigas, él no sentía culpa cuando mataba personas.
Actila, después de mucho tiempo, quedó satisfecho con el entretenimiento.
Los caballeros de Actilus, traídos por Raniero, estaban llenos de miedo y admiración. De hecho, esas dos palabras eran casi sinónimos en Actilus.
Vieron la imagen de Dios en Raniero.
Su Dios parecía ser tan hermoso como él: con un cabello que parecía hecho de oro, un rostro y un cuerpo meticulosamente refinados y una voz que era al mismo tiempo escalofriante y profunda.
Un dios hermoso y fuerte merecía ser adorado.
Los caballeros se sentían honrados de servir de cerca al sucesor de Actila y acompañarlo en la realización de las hazañas más propias de Actila. Mientras observaban fijamente a su soberano con incredulidad, Raniero se giró repentinamente.
Su expresión se endureció rápidamente y su tez se volvió pálida.
—Angie.
Nadie escuchó las palabras que salieron como un gemido.
Las cabezas de los caballeros también se giraron en la misma dirección. Podían ver humo elevándose desde la capital. Era una señal enviada a alguien. Los Actilus no usaban fuego para avisarse. En cambio, hacían sonar pesadas campanas desde las torres de vigilancia ubicadas junto a todas las puertas de la capital.
Una aguda premonición les dio escalofríos. Era evidente que algo había sucedido en la capital.
…Tan pronto como Raniero se fue.
¿Podría ser que atraer a Raniero hacia Hecata fuera parte del plan de los rebeldes?
La comprensión llegó demasiado tarde.
—¡Su, Su Majestad!
Alguien se volvió hacia él con desesperación. Sin embargo, su emperador parecía un tanto inusual. Raniero había dejado caer su arma y se tambaleaba con los hombros encorvados. Verlo tambalearse extrañamente de un lado a otro entre los cuerpos dispersos era extremadamente escalofriante.
Un sonido horrible escapó de sus labios.
Lo que empezó como un ruido parecido al grito de un gato en una pelea pronto se transformó en un grito enorme que pareció resonar por todo el mundo. Era difícil creer que el sonido provenía de un cuerpo humano.
Las piernas de los caballeros temblaron y cayeron de rodillas.
Después de un momento, Raniero levantó la cabeza.
Su andar seguía siendo zigzagueante e inestable, y su postura, habitualmente erguida, estaba extrañamente encorvada. Parecía como si una niebla oscura hubiera llenado sus ojos, antes brillantes, y sus cuencas estaban completamente negras. El interior de su boca abierta parecía igualmente oscuro.
En el momento en que Actila se dio cuenta de que algo andaba mal en la capital, el desconcertado Actila finalmente levantó la cabeza ligeramente y apartó la vista de la espalda de Raniero. Actila, quien amplió su visión para abarcar toda la capital, se dio cuenta de la huida de la Santa y de la crisis en la capital.
La Santa que mataría a Raniero se dirigía a Hecata, y en su ausencia, las tropas de la capital se vieron superadas por el ataque sorpresa. Al ver esto, Actila se impacientó y llegó a un acuerdo con la Providencia sin considerar las consecuencias.
Las reglas que abarcaban los reinos mortal y divino fueron rotas.
Descendió al mundo mortal usando el cuerpo de su sucesor como recipiente.
Athena: Aiba, entonces ahora Raniero no es él, sino Actila. Bueno, así da menos pena matarlo.
Capítulo 119
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 119
El arma que aprendí a usar para entrar en el terreno de caza tras caer en Actilus a finales de la primavera. En retrospectiva, la razón por la que aprendí a usar un arma fue gracias a Raniero, quien me había puesto en el terreno de caza como cazadora. Aprendí a disparar un arco para sobrevivir inmediatamente en aquellos tiempos.
Después de eso, seguí practicando tiro con arco, con la esperanza de que me ayudara al escapar, y me ayudó un poco contra los bandidos. También recordé haber apuntado y sujetado a Raniero frente al antiguo santuario.
En ese momento no tenía intención de disparar una flecha porque el papel de Eden era derribar a Raniero.
Pero esta vez, tendría que disparar.
El arma que Raniero me dio para divertirme ahora iba a dejarle una herida fatal.
—Se tarda aproximadamente un día en llegar a Hecata caminando. Si caminamos de noche, llegaremos más rápido, aunque no nos esforzaremos tanto.
Asentí ante las palabras de Eden mientras colgaba mi arco y mi carcaj sobre mi hombro.
—Las probabilidades de encontrarnos con el enemigo durante el viaje son altas. La clave para minimizar nuestras bajas es...
—Matar a Raniero lo más rápido y preciso posible.
Al final, significaba que mi misión era la más importante.
El sudor me corría por las manos enguantadas tras pronunciar esas palabras. En cuanto yo, la más lenta, terminé de cambiarme, la gente empezó a moverse. Mis pasos crujían un poco por la preocupación y la presión.
En ese momento, Eden caminó a mi lado y susurró.
—Todo irá bien. Porque él está aquí.
Al final de su mirada estaba Richard.
Fruncí el ceño con perplejidad.
—¿Por qué él?
—Porque tiene suerte.
Su historia era inusualmente ilógica y supersticiosa.
—Tanto es así que puede aplastar incluso mi destino “destinado al fracaso”.
Yo también miré a Richard que seguía su ejemplo.
Una figura imponente y poderosa, un hombre afortunado que derrocó al imperio del mal de la gran potencia. Poseía las características de un protagonista de una epopeya clásica. En tales historias, alguien como él finalmente triunfaba y regresaba a casa con gloria. Por supuesto, el sucesor de Actila era, sin duda, un villano irredimible.
Me quedó un regusto ligeramente desagradable. ¿Éramos, en última instancia, solo engranajes en la vasta rueda del destino? Como que ahora iba a cumplir el papel de una santa.
Debería dejar de pensar en ello.
Ahora que las tareas apresuradas habían terminado y comenzamos a caminar, parecía que había empezado a tener muchos pensamientos innecesarios. Quizás fue porque recibí un arma.
Caminamos con el cuerpo agachado por el bosque.
Incluso después de cruzar la puerta, no pudimos revelarnos en el camino principal. El grupo sospechoso que trajo Seraphina era muy hábil para orientarse en el bosque.
Me susurraron, señalando un pequeño arroyo.
—Este arroyo finalmente conduce al lago Hecata.
—Puedes pensar en ello como toda el agua de esta zona fluyendo hacia allá.
Gracias al reservorio natural que era el lago, la tierra de Hécata era fértil. Gracias a la abundante sombra del bosque y al aire húmedo, incluso los cultivos que se quemaban fácilmente al sol crecían bien, y un pueblo rural se enriqueció con productos de gran valor comercial. Pero ahora, era el bastión de los rebeldes, un lugar donde azota una tormenta de sangre.
Tragué saliva con fuerza.
El sentimiento de traición por haberme dejado Raniero para una misión de varios días se desvaneció rápidamente, no por buena voluntad hacia él, sino porque pensaba en lo que estaba por venir.
¿Cómo luciría Hecata ahora?
Conocía bien a Raniero, quizás mejor que nadie en el mundo. Quizás incluso mejor que el propio Raniero.
—Actila estará sembrando el caos. La represión de los rebeldes no tiene nada que ver conmigo, Angélica, así que no había razón para que Actila y Raniero estuvieran enfrentados. Él sería más fuerte que cuando lo conocí el invierno pasado en el Templo de Tunia; más fuerte y mucho más cruel.
—¿Realmente tenemos fuerzas de nuestro lado en Hecata? —pregunté con cautela.
—Sí. Tras luchar un rato, se dispersaron por el bosque para ganar tiempo.
—¿Cuánto tiempo planeaban demorarse?
—Alrededor de… dos o tres días.
—De dos a tres días…
—Estamos planeando tomar la capital durante ese tiempo.
Estas personas parecían preparadas para la posibilidad de que me negara a ir a Hecata y optara por refugiarme en un escondite. Incluso si me dejaban fuera de la operación, se podía inferir que su objetivo era mantener a Raniero atado en Hecata y sumir la capital en el caos tanto como fuera posible.
Mientras Raniero viviera, era imposible “apoderarse” de la capital. Dañarla sería solo una medida provisional y probablemente acabaría avivando su ira.
Como Seraphina estaba aquí, ellos también debieron saberlo.
Aún así, no podían dejar que Actilus devorara el mundo, por lo que debieron haber hecho lo mejor que pudieron.
Incluso fuera de mi vista, la gente apretaba los dientes y hacía todo lo posible, cada uno con sus propias aspiraciones y propósitos, intentando llevar sus historias al mejor final posible. Una historia que fluía de un lugar completamente distinto me afectó, y mis decisiones y acciones se convirtieron en la clave del éxito o el fracaso de su arriesgada operación.
Me sentí muy extraña.
Todos actuaban de manera egoísta, pero como sus acciones estaban alineadas, estas personas desconocidas se sentían como camaradas de toda la vida.
Justo cuando estaba a punto de ponerme un poco sentimental, el sonido de los cascos de los caballos empezó a indicar que el camino a Hécate no sería fácil. El sonido provenía de la puerta.
El color desapareció del rostro de Seraphina.
Alguien murmuró.
—Maldita sea.
Oré y oré para que no fueran los perseguidores, pero las cosas no salieron como esperaba.
—¡Allí!
—¡Capturad viva a la emperatriz! ¡Matad al resto!
Una flecha voló entre los árboles.
—¡Angie! —Eden gritó.
Instintivamente intenté seguirlo. En medio de todo esto, lo miré a los ojos. En un instante, innumerables posibilidades y cálculos pasaron por sus ojos oscuros.
De repente, se abalanzó sobre mí y me empujó con fuerza en el hombro. Una flecha voló hacia donde había estado mi cabeza, y caí en los brazos de Richard. Mientras Richard me rodeaba con sus brazos y se hundía en el suelo, miré a Eden por encima del hombro.
Corría con solo su trasero visible.
Richard se levantó, me agarró la muñeca y echó a correr. Como un pez joven atrapado en una ola, seguí su ejemplo.
En cuanto los perseguidores los alcanzaron, Eden comprendió que Angélica necesitaba alejarse de la mala suerte y acercarse a la buena. Por eso, bruscamente, la entregó a Richard y se alejó sin mirar atrás.
Fue la elección correcta adentrarse en el bosque.
Los árboles eran densos, lo que dificultaba que los caballos alcanzaran la velocidad. Era frecuente que las ramas chocaran con los jinetes.
Eden siguió corriendo hasta que se quedó sin aliento y miró hacia atrás.
Cuando los perseguidores dispararon sus primeras flechas, calculó rápidamente que eran unas seis o siete. Dos personas lo perseguían en ese momento. Como su bando estaba dividido en tres grupos, parecía que el otro también lo estaba.
«Maldita sea, debería haber enviado solo a una persona con la doncella principal».
Sus fuerzas eran algo deficientes para enfrentarse a quienes iban incluso a caballo, aunque tampoco era una situación para ser puramente pesimistas. Los hombres que guiarían a la Santa hasta Hecata eran todos hábiles en combate. Dado que Eden también tenía gran experiencia en el manejo de armas como paladín, podría ser una lucha que valiera la pena.
Lo único que necesitaba hacer era hacerlos caer de sus caballos.
Estas personas no eran monstruos como Raniero. Eran simplemente gente común que había recibido la bendición de Actila, lo que les había proporcionado una condición física ligeramente mejor.
Eden y el grupo tenían pensamientos similares.
Las flechas volaban hacia los jinetes. Una flecha impactó en el flanco del caballo y otra en el cuello. Mientras el caballo corcoveaba de dolor, el jinete intentó calmarlo, pero las flechas seguían lloviendo. Aunque no lograron derribar al jinete como pretendían, les convenía que el jinete soltara el arma y tomara las riendas.
La adrenalina estaba bombeando.
Uno de los jinetes restantes dudó porque su camino estaba obstruido.
Sin pensárselo dos veces, Eden se abalanzó sobre él y desenvainó su espada. Golpeó la rodilla del caballo, haciéndole perder el equilibrio. Al inclinarse el cuerpo del segundo jinete hacia él, apretó los dientes y blandió su espada, apuntando al cuello del jinete.
Para Eden, que había perdido el ojo y la oreja izquierdos, el lado izquierdo era un punto ciego.
—¡No!
Alguien gritó, pero no pudo calcular la distancia de la voz.
Estaba concentrado únicamente en el cuello del jinete, pues necesitaba eliminar esta amenaza y controlar la situación rápidamente por todos los medios. Los ojos del segundo jinete se abrieron de par en par, sorprendido, cuando la espada de Eden le atravesó el cuello con éxito.
En ese momento, algo surgió repentinamente del lado izquierdo, donde su campo de visión era estrecho.
Eden se sobresaltó y dio un rápido paso atrás.
La sombra que emergió se tambaleó.
Un breve gemido se escuchó a poca distancia, en la dirección de donde emergió la sombra. Cuando Eden, sin darse cuenta, atrapó a la figura tambaleante, vio el caballo caído y al primer jinete. Los dos que lo acompañaban lo miraron con el rostro pálido.
Sólo entonces bajó la mirada.
El cabello negro colgaba en largos mechones.
Una flecha se clavó en su pecho, que subía y bajaba rápidamente con el sonido del aire que se escapaba. Había dos flechas a sus pies. Parecía que, mientras apretaba los dientes y apuntaba al cuello del segundo jinete, este último pretendía quitarse la vida, incluso si eso significaba caer él mismo.
Seraphina fue alcanzada por esa flecha en su lugar.
No había esperanza.
La flecha parecía haberle atravesado los pulmones, y mientras seguía tosiendo sangre. Mientras su vida se desvanecía a un ritmo acelerado, sus ojos, que antes eran tan claros como el cielo del amanecer, se nublaron. Sonrió torpemente a Eden cuando sus miradas se cruzaron.
Comprendiendo lo que ella esperaba, él le devolvió una leve sonrisa.
Seraphina dejó el mundo con un fragmento de la sonrisa que siempre había deseado tener. Aunque el alma que albergaba no fuera la que amaba, esa sonrisa aún tenía valor.
Athena: ¡No! Ay nooooo. No quería que ella muriera. Joder, después de lo que ha sufrido y muere así. No me parece nada justo.
Capítulo 118
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 118
La atmósfera se volvió extraña.
Dejando a un lado a Cisen, el resto de la gente debía de estar desesperada por la muerte de Raniero, pero nadie se alegró abiertamente. Mientras tanto, Cisen, quien consideraba mi bienestar lo más importante, no pudo discutir con Eden, diciendo que mi descanso y mi tratamiento debían ser prioritarios.
Ella también sabía que no podíamos tener todo lo que queríamos. Incluso con el cuerpo quebrado, tenía que moverme para desempeñar el papel que me habían asignado.
Sin embargo, Cisen no pudo evitar expresar sus preocupaciones.
—Si vamos a Hecata, habrá soldados… A-aun si logramos matar al emperador, ¿no estará Su Majestad en peligro?
—Hay refuerzos que ayudarán a Angélica a avanzar hasta que cruce la puerta. Después de cruzar la puerta, habrá soldados entrenados escondidos.
Aunque probablemente no estaba del todo convencida, Cisen mantuvo la boca cerrada.
No pude decir nada.
Después de decir que iría a Hecata, mi cuerpo empezó a temblar. Supuse que tenía miedo, pero aun así, no me arrepentí de haber dicho que iría.
Raniero debía morir y Actilus debía caer.
Porque yo era la única que podía hacerlo.
Aunque todo mi cuerpo se enfrió por la tensión varias veces, no estaba tan confundida como cuando supe por primera vez que era la Santa.
Richard me miró con una cara llena de emociones encontradas.
Luego hizo una profunda reverencia.
—Muchas gracias.
Fue una sensación tan extraña recibir un agradecimiento a pesar de que no había hecho nada más que hablar.
Agité mi mano.
—Por favor, no hagas esto. No tenemos tiempo para esto. Tenemos que actuar rápido, ya que los equipos de búsqueda siguen ahí fuera.
La movilización de los equipos de búsqueda resultó eficaz.
Richard asintió, con las comisuras de los ojos humedeciéndose. El destino era la puerta este. Eden seguía mirando el reloj y la brújula.
Lo miré de reojo.
—¿Qué hora es ahora?
Ante mi pregunta, Eden me entregó el reloj con naturalidad. Por alguna razón, casi lloré en ese momento, aunque logré contenerme.
La distancia absoluta desde el palacio imperial hasta la puerta este era bastante corta.
La razón por la que era difícil ir directamente del palacio imperial a la puerta era que teníamos que atravesar un bosque sin camino. Para cuando tenía hambre y me dolían los pies porque había digerido la comida rápidamente, el observatorio de la puerta empezó a aparecer.
—Ya no oigo ladrar a los perros. Deben pensar que nos hemos escapado a donde vive la gente.
Sylvia susurró.
—Parece que no hay nadie que cruce a Hecata para informar al emperador.
Richard respondió a sus palabras.
—Esa era, en realidad, mi mayor preocupación. La vieja "Santa" me dijo que no me preocupara, así que no demostré mi ansiedad...
—Apenas hemos creado el ambiente para que demuestre su fuerza. Si informan de inmediato de la desaparición de la emperatriz, dejará todo lo posible por sofocar a los rebeldes y volverá corriendo al palacio.
Mientras Eden regañaba a Richard como si dijera: "¿Por qué te preocupas por algo tan obvio?", una sola palabra perforó mis oídos y recuperé el sentido.
—¿Santa?
Por el flujo de la conversación, quedó claro que la "Santa" que mencionaron no se refería a mí.
¿Podría ser?
—¿Está Seraphina aquí?
Eden se giró para mirarme y asintió.
—Sí. Está aquí para ayudar. Deberíamos poder encontrarla en la puerta.
Esas sencillas palabras me llenaron de una oleada de emociones indescriptible. Si tuviera que nombrar esa emoción, sería la más cercana a un sentimiento de parentesco.
Después de caminar un poco más, Richard nos condujo al "lugar de encuentro".
Seraphina fue vista cerca de un viejo árbol caído por una violenta tormenta. Estaba con varias personas que se suponía pertenecían a la coalición anti-Actilus. Aunque no era una situación para reírse, esbozó una sonrisa. Todos llevaban capas con capuchas muy caladas, con un aspecto sospechoso de estar tramando una conspiración.
—Sephafina —exclamé con suavidad.
Seraphina levantó la cabeza bruscamente al oír mi voz.
Cuando se quitó la capucha, estaba pálida como si hubiera visto un fantasma. Seraphina se acercó lentamente, como si no pudiera creerlo, y luego corrió hacia mí y me abrazó.
—Llegaste a la puerta este. ¡Dios mío...!
Su voz estaba teñida de alivio y culpa.
—Viniste aquí porque decidiste ir a Hecata. Ah, Angélica. Angélica...
Mientras me llamaba un rato, la abracé torpemente antes de extender la mano y acariciarle el pelo. Su pelo, que antes brillaba como seda negra cuando la vi en el templo, ahora se sentía áspero y enredado como paja. Debió de haber pasado por un mal momento.
Ella fue la primera persona que me habló de mi destino. Mantuvimos nuestro egoísmo como una espada y nos engañamos mutuamente.
Cuando salí del Templo de Tunia, pensé que nunca nos volveríamos a encontrar.
—Entonces, has venido a Actilus…
Entendí por qué estaba allí. Debía ser por Eden. Sentía más culpa por Eden que por mí, pero ya no importaba para quién se moviera.
Eden y Richard debieron haber sido más activos en rescatarme porque querían que matara a Raniero.
Eso tampoco importaba.
Incluso si estuvieran haciendo un favor con la esperanza de obtener algo a cambio, ¿qué importaba?
Ese favor era algo que necesitaba desesperadamente.
Abracé a Seraphina y miré a los desconocidos encapuchados. Los habían movilizado para protegerme y ayudarme en caso de que decidiera ir a Hecata. Sus ojos brillaban bajo las capuchas. Era evidente que se habían preparado a fondo para hoy. Su determinación por cumplir con sus deberes era inmensa.
Sintiéndome un poco intimidada por su determinación, pregunté con cautela.
—¿Has preparado una forma de cruzar la puerta?
Richard me dio una palmadita en la espalda.
—Por supuesto.
Había algo en las palabras de este hombre que infundió confianza en mí.
Miré a Richard y sonreí.
Y poco después, me arrepentí de haber confiado en él. Fue porque no había una manera fácil de cruzar la puerta. Teníamos que pasar por un canal de desagüe.
—Era el método más seguro y menos cauteloso. Lo elegí después de pensarlo mucho —dijo Richard hoscamente mientras arrugaba el puente de mi nariz frente al apestoso canal de drenaje.
—No podemos abrirnos paso a través de la puerta. —Eden tomó la iniciativa entrando primero al agua contaminada y añadió—: Se supone que el otro lado debe iniciar la pelea.
Aunque no estaba del todo segura de qué hablaba, entendí a grandes rasgos el contexto. La operación para matar al emperador y capturar la capital de Actilus parecía más grande de lo que vagamente imaginaba. Parecía que iniciar la lucha era responsabilidad del otro bando, no nuestra.
Dado que la clave era desempeñar las funciones que nos fueron asignadas con la mayor precisión posible, no deberíamos actuar por insatisfacción.
«Bueno, está bien. Hacer lo que me dicen es lo que mejor hago».
Sin embargo, había algo que hacer antes de cruzar la puerta. Conté la gente. Eran doce en total.
—¿Es necesario que toda esta gente pase por la puerta?
—¿Por qué lo preguntas? —Seraphina cuestionó.
La miré por un momento y luego miré a Cisen.
—Cisen, en lugar de cruzar la puerta e ir a Hecata, escóndete en otro lugar.
Ahora, rastreando los recuerdos ahora muy descoloridos de la dueña del cuerpo, di instrucciones en el tono refinado que usaba cuando era la princesa del Reino de Unro.
Cisen me miró con ojos ligeramente heridos. Era obvio que quería acompañarme en lo que estaba a punto de hacer, pero al final, solo pudo asentir. Pensó que sería una carga. No solo no tenía armas que usar, sino que su cuerpo no era tan robusto como el de Actilus.
La única arma que tenía era su amor por mí.
Para ser precisos, no era para mí, pero…
La pobre Angélica ya no estaba por ningún lado.
En realidad, no intentaba deshacerme de ella porque pensara que era una carga. Más bien, quería que viviera su propia vida ahora. Sabía que no sería fácil, y para que esto sucediera, debería haberla dejado ir antes.
«Ojalá no la hubieran atrapado en invierno».
Aunque desconocía cuándo ni cómo la atraparon... habría sido mejor que simplemente hubiera escapado, vagado por el sur de Actilus, encontrado una oportunidad propicia y aprovechado para subir al Templo de Tunia. Debió de haber una historia detrás de su captura, pero fue lamentable.
Aun así, estaba realmente agradecida de tener a Cisen. Quizás la huida de hoy hubiera sido imposible sin ella. Lamentaba no haber podido hacer más por ella.
—Entonces os veré cuando hayáis terminado —dijo Cisen pesadamente.
Del grupo que trajo Seraphina, dos personas decidieron quedarse con ella. Una de ellas me dijo que la llevarían a un escondite donde estaba el niño y lo protegerían después de que nos fuéramos.
Asentí y entré en el fétido canal.
El desagüe era poco profundo. Como era pequeña, pude agacharme para entrar, pero las personas altas tenían que doblar las rodillas y agarrarse a la pared en una posición incómoda.
Richard, con su físico de oso, parecía estar atravesando un momento muy difícil.
El olor acre no se hacía más tolerable y seguía acosándome la nariz. Al mirar hacia abajo, incluso pude ver pelaje podrido flotando lentamente. La corriente había disminuido debido a la acumulación de materia en descomposición.
—Parece que ni siquiera limpian este lugar… A este paso se va a colapsar…
Alguien del grupo de Seraphina se quejó. No pude evitar reírme un poco.
Lo bueno era que no tendríamos que usar ropa con olor a agua podrida después de pasar por el canal. Parecía que alguien se había anticipado y metió ropa limpia en un saco, que enterró en la tierra cercana.
—¿No tienes miedo de que si haces algo así mientras estás en una investigación, te puedan atrapar las fuerzas de seguridad?
Eden respondió mi pregunta.
—Entonces, pusimos algunos elementos siniestros para que pareciera un ritual de maldición realizado por alguien que le guardaba rencor al dueño de la ropa.
—Ah.
—Aunque no fuera por eso, no creo que nadie lo hubiera desenterrado.
No podíamos esperar un probador mientras nos cambiábamos de ropa al aire libre. Fue irónico que me hubiera aferrado con tanta fuerza a mi ropa al saltar del dormitorio, solo para que todos se cambiaran rápidamente a la vista de todos.
De hecho, ni siquiera tuve tiempo de sentir vergüenza. Tuvimos que cambiarnos rápido porque no había tiempo que perder. Aunque la ropa de la bolsa también me quedaba grande, me quedaba mejor que la túnica de Raniero. Además, me gustó el traje de cazador con parches de cuero en las rodillas y los codos.
Mientras me apretaba las mangas con las correas de cuero, de repente Eden me ofreció algo.
Lo miré en silencio.
Era un arco y flechas.
Capítulo 117
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 117
No había tiempo que perder en sentimentalismos. Como también había guardias patrullando el bosque, nos atraparían de nuevo si nos quedábamos allí, lo que frustraría nuestro intento de escape. Aunque tenía muchas preguntas, era consciente de que debía posponerlas para más tarde.
Me preocupaba que Sylvia, quien me había dado sus zapatos, ahora estuviera en calcetines, pero no había tiempo para discutir sobre quién debería usar los zapatos.
Los cinco nos alejamos apresuradamente del palacio imperial. Nos escondimos bajo rocas, arbustos y árboles altos, intentando evitar la mirada de los guardias que pudieran estar en la atalaya. También pisamos las piedras a propósito para no dejar huellas.
—Tenemos suerte.
Oí a Eden murmurar desde atrás. Eso era exactamente lo que estaba pensando.
Tuvimos suerte.
Increíblemente así.
Una vez que nos alejamos un poco del palacio imperial, Richard insistió en que tomáramos un breve descanso.
—Descansemos diez minutos y luego nos vamos.
Esperaba que Eden se opusiera, pero, sorprendentemente, asintió. Sacó un reloj de bolsillo de su chaqueta y miró la hora.
—El cuerpo ya debería haber sido descubierto.
Ante las palabras de Eden, Sylvia y Cisen intercambiaron miradas significativas.
«¿Qué cuerpo?»
Contuve la respiración.
Sylvia suspiró.
—Sí. Pusimos como excusa que se fue por el atajo debido a una llamada urgente, pero...
Cisen murmuró.
—Entonces vendrán directo al baño a buscarlo, ¿no?
—Como no pudimos encontrar el dispositivo para abrir el pasaje secreto y terminamos rompiendo la puerta, pronto se darán cuenta de que estamos en el bosque.
Aunque no entendí del todo la situación de la que hablaban los cuatro, mi expresión se oscureció involuntariamente.
—Entonces Raniero vendrá a buscarnos pronto.
Mientras los cuatro se congelaban simultáneamente ante mis palabras, los miré de un lado a otro confundido.
Richard respondió mi pregunta.
—Emperatriz, el emperador no está en el palacio imperial en este momento.
Parpadeé.
Parecía que por eso había estado ausente durante tanto tiempo. Aun así, ¿no deberíamos ser cautelosos?
—Claro, puede que solo haya salido un rato… pero volverá pronto.
Richard meneó la cabeza con firmeza.
—No es una salida breve. Lleva varios días fuera del palacio.
Al ver mi desconcierto, Cisen me explicó cuidadosamente.
—Se dice que se propuso enfrentarse a los rebeldes estacionados cerca de la capital.
—¿Dejar que se ocupara de ellos? No me dijo nada parecido.
Mientras murmuraba con voz temblorosa, Cisen de repente hizo una expresión de culpabilidad, aunque no era su culpa.
Eden explicó con calma y brevedad.
—Debido a la tiranía indiscriminada de Actilus, se había organizado una coalición anti-Actilus a nivel mundial. Richard era una figura clave en ella, y se movilizaban para derrocar a Actilus. Difundieron el rumor sobre rebeldes estacionados en Hecata para realizar operaciones en la capital y desviar la atención de Raniero hacia allí.
Sin embargo, me costó asimilar su explicación. La sorpresa de que Raniero hubiera planeado ausentarse varios días sin avisarme fue abrumadora.
De hecho, era casi ridículo sentirme traicionada porque significaba que todavía tenía expectativas.
«¿Hasta dónde pretendía derribarme? ¿No le bastó con romperme así?»
Ah. Entonces, la razón por la que vino temprano para pasar tiempo conmigo fue simplemente porque se iba.
Cuando le pregunté cuándo volvería, ¿en qué estaba pensando al darme esa respuesta sin sentido? ¿Sentía lástima por mí? Sabía que no, porque, al fin y al cabo, carecía de esas emociones. Las únicas que tenía Raniero eran deseo, ira, placer y aburrimiento...
Mi boca se amargó al recordar la conversación que tuve con el Dios de Tunia.
Le gustaba. Le gustaba, pero…
—Vamos a movernos.
Richard habló en un tono pesado.
Me levanté débilmente.
Mientras caminaba por el bosque, cubierto de raíces y rocas que sobresalían abruptamente, pensé en Raniero. A la ira que me invadía, le siguieron inmediatamente la resignación y el miedo que siempre me había dominado desde el verano.
Miedo.
El miedo temido.
Si yo huía, él me perseguiría otra vez.
¿Qué me haría esta vez si me atrapaba? Tenía que huir lejos. Según Eden, habría una guerra, y debía aprovecharla para irme a otro país y vivir tranquilamente, tal como lo había planeado al llegar a este mundo. Me puse nerviosa en cuanto oí ladrar a un perro a lo lejos.
Parecía que habían comenzado a buscar en el bosque.
No fui la única que oyó a los perros de búsqueda. Todos aceleraron el paso, intentando no dejar huellas. Sin embargo, el bosque parecía extenderse demasiado. Probablemente se debía a que seguíamos hacia el este.
Estaba un poco desconcertada.
—Um, ¿no deberíamos salir del bosque y mezclarnos con la multitud? —pregunté, mirando la ancha espalda de Richard—. Podríamos quedar atrapados de esta manera…
—De todos modos, tenemos que seguir en esta dirección.
La voz de Richard se volvió un poco áspera y ronca. También sentí que sentía lástima por mí.
¿Qué estaba pasando?
—¿Por qué? —pregunté.
Eden, que caminaba a mi lado, de repente tomó mi mano.
Lo miré con sorpresa.
—¿Sabes lo que nos espera si seguimos por este camino? —preguntó.
Los ladridos de los perros de búsqueda habían cesado. Parecía que el grupo se había alejado un poco, quizá tomando la dirección equivocada.
Respondí nerviosamente.
—¿A la puerta del este...?
Tras pronunciar esas palabras, me tapé la boca, desconcertada. Más allá de la puerta oriental estaba Hecata, donde se encontraba Raniero.
—¿Vamos a Hecata?
Estaba tan nerviosa que casi levanté la voz. Podría haber gritado si Eden no me hubiera tapado la boca tan rápido.
—Podríamos ir a Hecata o escondernos en algún lugar de la capital. Esa decisión es tuya.
—¡Claro que deberíamos escondernos! ¿Por qué iría a Hecata? ¡Apenas escapé...!
Mi mente se quedó en blanco.
Entendí por qué íbamos allí. Recordé que Eden planeó algo así en invierno, pero fracasamos estrepitosamente en aquel entonces. La razón por la que me encontraba en este estado ahora mismo se debía a ese fracaso.
—¡No podemos matarlo!
Distorsioné mi rostro. Solo pensar en Raniero endureciendo su rostro me paralizaba.
—S-sabes que es un monstruo que…
—Podrías matarlo.
Eden habló con calma, aunque de manera molesta.
Negué con la cabeza vigorosamente.
—No, si hubiera podido matarlo, lo habría hecho hace mucho. En el Templo de Tunia, de regreso... pero me detuvo con demasiada facilidad, como si yo no fuera nada. No pude realizar el ritual…
Sabiendo que no podía matar a Raniero, dejé de lado bruscamente cualquier plan inútil y traté de concentrarme en salvar mi vida. Capté la mirada de Eden, que me observaba en silencio. No es que le tuviera miedo, pero aun así me quedé paralizada.
Sentí una sensación de extrañeza.
Comparado con cuando habíamos actuado juntos durante el otoño y el invierno, parecía algo diferente. No podía distinguir adónde miraba exactamente. No era solo porque sus ojos fueran tan oscuros como el abismo. Su rostro estaba claramente dirigido hacia mí, pero era difícil discernir la dirección de su mirada.
De repente, recordé que Eden había enviado a Richard primero al pasillo oscuro.
Extendí la mano con manos temblorosas.
La razón por la que no estaba claro hacia dónde miraba era que su mirada estaba desenfocada. Como no podía ver en la oscuridad, habría enviado a Richard primero. Uno de sus ojos me miraba directa y honestamente, pero el otro vagaba sin rumbo en el aire, sin saber qué enfocar.
Le cubrí el ojo derecho.
—¿Puedes verlo?
Eden no respondió.
Ese silencio en sí mismo se convirtió en la respuesta.
Se me revolvió el estómago.
—¿Puedes escuchar con tu oído izquierdo?
Eden tampoco respondió esta vez.
Me cubrí la cara con las manos. Era evidente cuando esto ocurrió en el antiguo santuario en invierno, donde el sonido de los golpes despiadados y los sollozos de Seraphina se reflejaban en las paredes de piedra y resonaban horriblemente.
Me sentí herida, como si mis intestinos se retorcieran, y las visiones del pasado entrelazadas de forma compleja con la vista presente me marearon.
Debido a lo ocurrido ese día, Eden perdió el ojo y el oído izquierdos. Sospechaba que su ojo derecho tampoco estaba en buen estado. Había llegado tan lejos con semejante cuerpo, aunque era incierto si las cosas llegarían a buen puerto con la determinación de regresar.
Si ese fuera el caso, entonces yo...
«Debo devolver a esta persona».
Un pensamiento así me asaltó con fuerza. Me impactó como una revelación, pero no era la voz del Dios de Tunia. Era mi voluntad.
«Ah…»
Miré a cada persona que me ayudó, una tras otra.
Sylvia.
Deseaba fervientemente la muerte de Raniero, por eso me ayudó a escapar en invierno. Y ahora, rescatándome también...
Esperaba que su deseo se hiciera realidad.
Cisen.
Mi leal doncella. Aunque, por desgracia, no era la princesa Angélica, a quien ella le había dedicado su corazón. Desapareció cuando Seraphina regresó al pasado. Aunque no podría traerla de vuelta, esperaba que al menos pudiera ser libre.
Richard.
Ni siquiera me conocía, pero se aventuró y me rescató. Era un buen tipo. Se notaba con solo mirarlo. Ayudó a alguien sin contactos como yo...
Su objetivo es el colapso de Actilus.
La imagen de Actila, que estaba agazapado en el mundo de los dioses y susurraba palabras malvadas a la tierra, parpadeó brevemente detrás de los párpados.
Tenía las puntas de los dedos de las manos y de los pies calientes.
Actilus era un reino que debía caer, y Raniero era una persona que debía morir. Donde él pisaba, solo quedaba la calamidad. Incluso yo, a quien trataba con bondad, caería en una desesperación insondable a su lado, y la única arma que podía matarlo era yo, la Santa de Tunia.
Intenté desafiar y alejarme del Dios que me había impuesto un destino tan doloroso. Encontré la manera de sentirme cómoda, con la excusa de que no tenía tiempo para mirar a mi alrededor. Me resigné y solo supe huir... aunque eso significara renunciar a mi dignidad humana.
Pero no debería haber sido así. ¿No era demasiado vergonzoso enfrentarme a las cuatro personas que me rodeaban? Se movían mientras yo...
Era humillante. Era realmente insoportablemente humillante...
La dependencia y el miedo que Raniero había impuesto fueron desprendidos, reemplazados por una vergüenza humana, y se arraigó una fuerte determinación de eliminar al sucesor de Actila.
Fue tal como dijo Tunia.
Una figura dedicada a despertar a la Santa...
Ah, así que este era el ritual de la Espada de Angélica. A Seraphina la motivaba la venganza, y a mí la vergüenza me motivó a enfrentarme a Raniero.
Me aclaré la garganta.
Huir solo avivaba el miedo hacia Raniero. Cada vez que decidía que no podía resistirme a él e intentaba huir, su influencia se hacía cada vez más fuerte. Entonces, me sometía a esa influencia y me sentía impotente... y seguía pensando en volver a huir.
Era hora de romper la cadena de huida.
«Vamos a clavarle un cuchillo en el corazón».
—Me voy a Hecata —pronuncié.
Athena: Dios, ¡POR FIN! Estaba muy frustrada con todo esto. Hale, a acabar con esto. Si además a esa bandera negra no le veo solución tal como está.
Capítulo 116
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 116
De Raniero, mío.
Dejé caer las dos almohadas una tras otra.
El sonido de los objetos pesados y blandos al golpear el suelo con un golpe sordo era ciertamente apagado, pero no sonaba distante, como si me animara a pensar que era una altura desde la que podía saltar fácilmente.
—Lo estás haciendo genial.
Aún no había hecho nada, cuando oí una voz que me alababa desde abajo. También saqué la manta gruesa de la cama. Empujarla dentro del hueco del ascensor no fue tarea fácil, ya que era pesada y la entrada no era muy grande, pero aun así tenía que hacerlo.
Tenía que hacerlo sola.
Al pensarlo, gruñí y dejé caer la manta en el hueco.
—Eh, ¿cuánto falta?
Pregunté con torpeza, ya que no estaba seguro de si sería lo suficientemente suave.
—Ahora, solo necesitas tener coraje.
Una voz suave y tranquilizadora se alzó desde abajo.
Aunque también podía oír los vítores de Cisen, estaba tan emocionada y hablaba tan rápido que no podía entender bien lo que decía. Respiré hondo y metí una pierna en la entrada del ascensor. Al instante siguiente, reprimí un grito ahogado y retrocedí rápidamente.
Me di cuenta de que no llevaba nada puesto.
De repente, mi cara se sonrojó de vergüenza. Por un instante, sentí que había pasado de ser un animal a ser humano.
Mientras rebuscaba apresuradamente en el cajón, agarré la primera prenda de Raniero que encontré y me la puse rápidamente. La ropa me quedaba grande y se me resbalaba constantemente. Sin embargo, no podía perder el tiempo entreteniéndola por un poco de vergüenza. La situación era urgente.
Apreté la cinturilla con todas mis fuerzas y volví a meter la pierna en el hueco del ascensor.
—Ya... ya he metido la pierna.
—Bien hecho.
Lo que oí fue la voz tranquila y serena de Eden. Sabiendo lo parco que era con sus elogios, me ardieron las comisuras de los ojos.
—Ten cuidado.
Me agarré a la puerta del ascensor y metí la otra pierna con cuidado; solo me quedaba saltar. El suelo se sentía increíblemente lejano.
Cerré los ojos con fuerza.
«Puedo hacerlo. Puedo hacerlo».
Pensamientos negativos no dejaban de venir a mi mente.
¿Y si me rompía la pierna?
«No, hay dos hombres ahí abajo, así que podrán sacarme. Me dolerá si me rompo la pierna, pero...»
Sin embargo, si Raniero irrumpiera de repente...
Di un salto en cuanto el nombre de Raniero me vino a la mente. Fue porque si empezaba a pensar en él, sentía que no podría reunir más valor.
El estrecho pasillo estaba húmedo y tenía un olor desagradable.
—¡Aaaakk!
Era tan estrecho que caí torpemente. Mi cabeza golpeó la pared, y mis codos y rodillas, instintivamente doblados, también golpearon las paredes en todas direcciones. Sin embargo, no hubo tiempo para sentir miedo, ya que la caída terminó demasiado rápido. Caí de rodillas sobre la ropa de cama que había tirado. No era una sensación agradable. Me dolían terriblemente las rodillas y las espinillas.
Temblando, abrí los ojos con cautela.
Frente a mí había cuatro personas: Eden, Cisen, Sylvia y un desconocido. El desconocido parecía ser el protagonista con una voz solemne. Sin embargo, curiosamente, el desconocido parecía el más feliz. Con un rostro radiante, me agarró de la mano y me sacó del pasillo.
—¡Bien hecho! ¡Muy bien hecho! ¡Qué valiente eres!
Cisen corrió hacia mí y me tocó el cuerpo aquí y allá.
—Oh, Su Majestad… Vuestro cuerpo está así…
—Cisen, puedo moverme…
—Ese maldito bastardo trató así a Su Majestad… Qué preciosa sois, mi princesa…
Me sonrojé.
Sylvia, al ver que mi ropa me quedaba grande, se desató la cinturilla y la ató a mi cintura.
—Ahora, el problema es salir.
La voz de Eden era fría, podría considerarse seria.
—Si nos movemos los cinco juntos, parecerá sospechoso quien nos vea. ¿Deberíamos separarnos?
—Eso podría ser necesario. Ah, Su Majestad, por favor, conservad las fuerzas aunque sea un poco. Os he traído algo de comida, pero puede que no tengáis tiempo de comérosla toda.
Dicho esto, Cisen rápidamente puso los cubiertos en mi mano. La comida estaba un poco fría, pero aun así se veía deliciosa. Ligeramente confundida, obedientemente me la llevé a la boca como me habían indicado.
—¿Q-quién eres?
Solo entonces sentí curiosidad por la identidad del desconocido. Sonrió con sorna mientras cogía un hacha asesina que desconocía por completo.
—Soy el rey de la nación enemiga. Me llamo Richard.
—¿Eh?
Eden intervino antes de que me sorprendiera.
—Parece que tendremos que separarnos, así que deberíais ir con la emperatriz. Parece que seríais más adecuado que yo.
Mientras Cisen me instaba a comer rápido y a no conversar, llené el estómago a toda prisa. Aun así, mis ojos seguían dando vueltas. Si se tratara de la nación enemiga, sin duda sería Sombinia. ¿Cómo había acabado el rey de Sombinia en un palacio imperial en medio de Actilus? ¿Cómo demonios había entrado? Un momento, ¿era ese el uniforme de los caballeros de Actilus? ¿De dónde lo había sacado?
Eden nos instó a separarnos y escapar rápidamente, pero Richard parecía no tener intención de hacerlo.
—Espera un segundo.
Miró el baño con el hacha en la mano.
—Un emperador vigilante… Un lugar conectado directamente con el dormitorio del emperador…
Golpeó varias partes de las paredes del baño con el dorso del hacha.
—Si se tratara de nuestros antepasados, habrían creado un pasaje aquí en alguna parte, que condujera directamente al exterior… Es probable que todos los países tengan algo similar. En caso de que el palacio sea tomado, sería necesaria una ruta de escape…
Era difícil imaginar a Raniero escapando por un pasaje secreto, ya que luchar y ganar le parecía más apropiado. Sin embargo, Actilus no siempre fue tan fuerte como ahora, y puede que hubiera habido momentos en que el vínculo con Actila no fuera tan fuerte. Los emperadores de entonces podrían haber querido proporcionar un lugar al que escapar en caso de una situación peligrosa.
Tras escuchar las palabras de Richard, Eden actuó de inmediato. Lo mismo ocurrió con Sylvia. Mientras Cisen se sentaba a mi lado y me cuidaba, los tres golpeaban diligentemente las paredes, pegando las orejas a ellas y buscando cualquier pasadizo oculto.
Fue Richard quien logró el resultado.
Exclamó con seguridad.
—¡Aquí!
Había descubierto una grieta ingeniosamente disimulada dentro de un complejo patrón tallado en la pared. Richard afirmó que por ahí se escapaba el viento.
Sin duda significaba que estaba conectada con el exterior.
Tanteó la pared alrededor del área, pensando que debía haber una manera de abrirla antes de apretar el hacha con más fuerza, como si se hubiera dado por vencido.
—¡Apartaos!
Todos retrocedieron en silencio.
Un momento después, se escuchó el sonido de una pared derrumbándose y Richard exclamó alegremente:
—¡Es una puerta, así que debe ser delgada y fácil de romper!
Sin embargo, le temblaban los brazos al decirlo.
Entendí. La única persona capaz de derribar un muro con tanta alegría y seguir sano de pie era Raniero. Al verlo así, fingí ignorar la dignidad de Richard y jugueteé con la cuchara una última vez. Deliberadamente, no toqué el pan que podía comer mientras lo llevaba, así que lo sujeté con ambas manos.
Más allá de la puerta que Richard derribó había un sendero estrecho. Era demasiado estrecho para caminar uno al lado del otro o correr, pero por suerte, era lo suficientemente alto como para no tener que arrastrarnos. Los cinco entramos inmediatamente.
Eden le pidió a Richard que nos guiara.
—Parece oscuro adentro, así que adelante, por favor.
Richard asintió.
Mientras caminaba, cortando trozos de pan, podía oír el sonido del agua fluyendo de algún lugar, ya fuera por encima de mi cabeza o bajo mis pies.
Richard era una persona habladora.
Mientras seguía escuchando a Sylvia y Richard hablando en voz alta delante de mí, sin querer me enteré de que Richard tenía una hija de mi edad, aproximadamente, y que su esposa e hija gobernaban el país mientras él estaba fuera. El orgullo por su familia se notaba en su voz.
Por alguna razón, se me hizo un nudo en la garganta, pero seguí comiendo el pan con diligencia.
El pasillo resultó ser más corto de lo esperado. Después de que Richard empujara con su cuerpo una puerta de barrotes chirriantes, una luz deslumbrante nos iluminó a los cinco.
Era la luz del sol.
No más allá de una ventana, sino la luz del sol que caía directamente del cielo sobre mi cabeza.
Abrí la boca y miré fijamente al cielo.
La primavera ya había llegado, y se percibía un agradable aroma proveniente de los árboles y la hierba que brotaban. Al mirar a mi alrededor, me giré y me quedé paralizada de la sorpresa. Había un pequeño acantilado de rocas afiladas, más allá del cual podía ver un edificio con una pequeña ventana.
Me di cuenta de que había quedado atrapada allí.
«Este lugar…»
Estaba frente al muro este que miraba todos los días, por donde nadie pasaba.
Había una pequeña puerta en un lugar recóndito, oculta entre árboles y arbustos, que solo se podía cruzar agachándose. Richard raspó el musgo de la puerta con un hacha que había perdido el filo al atravesar la pared, y luego empujó la puerta con todas sus fuerzas. Más allá de la pequeña puerta, oculta por enredaderas colgantes, había un bosque.
—Menos mal que vinimos aquí. —Escuché la voz de Richard.
Sabía aproximadamente dónde estábamos. Era un bosque propiedad de la familia imperial. El bosque continuaba hacia el este, y si ibas al norte o al sur, te topabas con zonas habitadas. No me parecía real que hubiera escapado, así que estaba aturdido.
¿De verdad fue tan rápido y sencillo?
Sylvia me quitó los zapatos mientras aún estaba aturdida antes de tomarme de la mano y guiarme.
—Gracias…
Sylvia sonrió radiante ante mis palabras. Aunque sabía que necesitaba conservar mis fuerzas, de repente se me saltaron las lágrimas.
Había escapado.
Con la ayuda de estas personas, pude salir de allí.
—Gracias…
Tomé la mano de Sylvia mientras caminábamos, las lágrimas empapando mi manga.
—Muchas gracias. He recibido un gran favor… De verdad, gracias.
No había hecho nada, y no valía la pena arriesgarme a que me rescataran así... Ni siquiera pensé en salir de allí hasta que vinieron a salvarme.
—Pensé que iba a vivir allí para siempre... Nunca pensé que saldría…
Al decir esas palabras, me sentí increíblemente pequeña. Las cuatro personas que vinieron a rescatarme parecían tan importantes, mientras que yo me sentía tan insignificante y sin valor.
—No merezco esto…
Richard, que iba delante, me miró. Se acercó con una expresión extraña y me tocó el hombro. Aunque sentía que iba a desplomarme, me agarré con todas mis fuerzas. Luego, me metí todo el pan que me quedaba en la boca.
Capítulo 115
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 115
A medida que la distancia se acortaba, Sylvia corría con todas sus fuerzas.
El vigilante, que estaba de espaldas a Sylvia, oyó sus pasos y se giró sorprendido. Como un caballero de Actilus bien entrenado, intentó instintivamente desenvainar su espada, pero ya era demasiado tarde cuando la esquina del joyero de ébano lo golpeó de lleno en la frente.
El observador se tambaleó sin siquiera poder gritar. Afortunadamente para los cuatro restantes.
Sylvia ajustó su agarre sobre el joyero y golpeó al observador repetidamente con una expresión furiosa y fantasmal.
Tras unos sonidos sordos, el observador se desplomó en el suelo. Un charco de sangre se formó alrededor de su cadáver; sus ojos ni siquiera estaban cerrados.
Cisen se tapó la boca y contempló el cadáver. En medio de la conmoción y el horror, una punzada de satisfacción emergió.
Mientras tanto, Sylvia, aún con el joyero de ébano en la mano, observaba al hombre que estaba detrás de Eden. Quizás encontrando su mirada algo escalofriante, el hombre corpulento frunció los labios antes de esbozar una sonrisa amistosa, aunque su sonrisa apenas era perceptible a través de su barba rojiza.
—Soy un aliado.
Hizo gestos entre él y Eden como si se conocieran bien. Sin embargo, curiosamente, no parecía inclinado a mencionar su nombre.
Sólo entonces Sylvia hizo rodar el joyero de ébano hacia un lado.
—Conseguiste el uniforme y la armadura de un caballero de Actilus. Debió de ser difícil.
—No realmente. Debido a las guerras civiles que estallan por todas partes, este país está reclutando muchos soldados nuevos.
Eden le quitó el sombrero manchado de sangre al observador. Parecía querer ver si podía tomar la insignia de rango y ponérsela él mismo. Sin embargo, como la insignia también estaba salpicada de sangre, suspiró y se rindió.
Dejó caer el sombrero al suelo y miró a su alrededor. Se hizo el silencio.
—Lo que dijo ese niño es cierto. Las criadas implicadas en la fuga han sido liberadas y se alojan en el Palacio de la Emperatriz.
—¿Niño?
Eden no respondió la pregunta de Cisen.
—¿Dónde está Angélica?
Esa pregunta le puso la piel de gallina en la nuca.
No podía creer su suerte. Si Eden hubiera llegado anteayer, no habría podido responder a esa pregunta. Incluso si hubiera llegado hoy a esta hora, el resultado habría sido el mismo si Raniero no se hubiera marchado después de asignarle la tarea.
Ella respondió con voz temblorosa.
—Tienes suerte. Yo misma me enteré ayer.
Eden frunció el ceño.
—¿No hasta ayer? ¿Por qué?
—Porque el emperador la aisló de nosotras.
Tras la respuesta de Cisen, rápidamente siguió la pregunta de Sylvia.
—Entonces, ¿por qué estás aquí?
Eden dio una gran respuesta en un tono profesional.
—Para rescatar a Angélica, matar al emperador y lograr la paz mundial.
A Cisen le gustó la parte sobre salvar a Angélica, mientras que a Sylvia le gustó la parte sobre matar al emperador. A pesar de que sentían curiosidad por muchas cosas, no era momento de hacer preguntas tranquilamente.
Necesitaban moverse rápidamente.
—¿Deberíamos esconder el cuerpo?
Richard preguntó.
Cisen y Sylvia estuvieron de acuerdo en que no sería necesario.
—Los guardias que nos vigilan no entran al Palacio de la Emperatriz. Creen que se contagiarán si entran en la zona donde viven los pecadores.
Raniero aún no había llegado.
Me quedé indefensa en la cama, mirando sólo al techo.
Le extrañaba.
Lo extrañaba mucho.
Era frustrante no saber por qué no había venido. Por muy ocupado que estuviera, esto no tenía sentido. Durante todo un día, no apareció ni una sola vez.
¿Qué hice mal?
Entonces, ¿qué hice mal?
Si alguna vez hice algo que no le gustó, desearía que me lo hubiera dicho entonces para poder solucionarlo de inmediato...
Esos pensamientos dolorosos seguían viniendo y ni siquiera tenía hambre.
Seguí especulando sobre por qué Raniero no había venido sin quejarse de que el tiempo se hubiera detenido. Se me ocurrieron numerosas posibilidades. La mayoría giraban en torno a mis defectos, imaginando repetidamente que era porque no le gustaba.
Parpadeé aturdida y me quedé dormida por un momento.
En mi sueño, Raniero me miró a la cara un instante y luego se fue sin mirar atrás. Lloré desconsoladamente, diciendo frases como: «Espera un momento, no te vayas, quédate a mi lado, por favor».
Aunque quería seguirlo, no pude. Había innumerables candados en los barrotes de la ventana que bloqueaban el paso entre él y yo. En el lugar donde desapareció, solo quedaba una profunda oscuridad y un aire gélido, y miré fijamente esa oscuridad a pesar de saber que no regresaría.
La desesperación que crecía en mi corazón me atravesó el pecho y se arrastró hacia afuera. La desesperación era roja. Podría haberse alimentado de toda mi sangre y haberse vuelto más grande por ello...
En ese momento escuché un sonido extraño.
Fue un fuerte repique de campanas.
El sonido de la campana me irritaba.
Estaba demasiado fuerte. ¿No podía dejar de sonar?
—¡Choi Yeonji!
Abrí los ojos de golpe.
Richard golpeó la pared con un hacha.
Sabiendo que el edificio era robusto, consideraron que romper un poco la pared no causaría el derrumbe de toda la estructura. Las dos mujeres quedaron fascinadas al ver la pared y el ascensor demolidos, y rápidamente olvidaron que Eden había llamado a Angélica con un apodo extraño.
Richard y Eden retiraron los escombros de la pared rota y del ascensor antes de apartarlos. Al quedar destruida una parte de la pared, se evidenció claramente el tamaño del hueco del ascensor.
Richard encorvó los hombros y asomó la cabeza por el pasillo, pero rápidamente sacudió la cabeza y salió.
—No puedo. Es demasiado estrecho para mí.
El hueco del ascensor era igualmente estrecho para Eden.
Era un espacio difícil de recorrer incluso para una mujer como Sylvia. Sin embargo, midió las dimensiones del pasillo con su cuerpo y luego habló con voz algo vacilante.
—La emperatriz es menuda. Debería poder pasar fácilmente.
—Eso si cabe por la puerta del ascensor. Desconocemos el tamaño de las puertas del otro lado.
En ese momento, Cisen gritó desde arriba.
—¡Majestad! ¡Soy Cisen! ¡Majestad! ¡Por favor, responded!
—¿Cisen…?
Murmuré.
¿Cisen? ¿Estaba oyendo cosas?
¿Cómo llegó aquí? ¿No se suponía que estaba atrapada... en la prisión subterránea? ¿No dijo que estaba en la mazmorra? ¿Se escapó? No, ¿la liberó Raniero? No recordaba nada. Me levanté de la cama y abrí la puerta del ascensor, asomando la cabeza por el pasillo y gritando hacia abajo.
—¡C-Cisen…!
Al instante, se escuchó un alboroto desde abajo. Parecía que Cisen no estaba solo, pues también podía oír la voz de un hombre.
Me sentí confundida.
La voz emocionada de Cisen resonó nuevamente desde abajo.
—Su Majestad, ¿os encontráis bien? ¿Cómo os sentís allá arriba? ¿Qué tal vuestra salud?
—Yo…
Intenté responder, pero mi mente se quedó en blanco. ¿Cómo estaba aquí arriba?
No hace falta decir que fue terrible.
Salud...
Me miré la muñeca. Mis huesos se habían vuelto tan delgados que sobresalían notablemente.
—Su Majestad, ¿os encontráis bien? ¡Su Majestad!
—Yo... yo estoy…
A pesar de que derramé un torrente de lágrimas amargas por Raniero, que no vino, mis lagrimales no mostraban signos de fatiga. Gemí y hundí la cara entre las manos.
—No estoy bien…
Se oyó de nuevo un golpeteo desde abajo. Entonces, una voz masculina, profunda y digna, que nunca había oído en mi vida, pronunció algo.
—A juzgar por el lugar de donde proviene el sonido, la habitación donde se encuentra la emperatriz no es muy alta.
Entonces, otra voz masculina intervino.
—¿Puedes oír mi voz? ¿Me entiendes?
Ah...
Mis piernas cedieron y me hundí.
—Eden…
El sonido que salió como un gemido no fue suficiente para llegar al fondo.
No tenía ni idea de cómo había entrado. ¿Cómo había logrado evadir la mirada de Raniero? Claro, no reconocía la cara de nadie más que la mía...
—Esta es una puerta de hierro, así que no se puede forzar. Aunque lo intentáramos, la cerradura está por dentro...
Una voz masculina grave se escuchó de nuevo desde un lugar un poco más lejano que antes. A juzgar por el contenido de la conversación, parecía que intentaban sacarme de la habitación.
¿Pero cómo?
Como dijo la persona, la puerta era de un material irrompible, y la cerradura estaba colocada en el interior para evitar que la forzaran desde afuera. Cuando Raniero la abrió desde afuera, metió la mano por un agujero apenas lo suficientemente grande para ella y la manipuló.
Como respondiendo a mi pregunta, Eden preguntó desde abajo.
—¿Hay una puerta de ascensor ahí? ¿Qué tal? ¿Es lo suficientemente grande como para que quepan tus hombros?
Pensé que sería posible si encorvaba los hombros. Al pensarlo, palpé la pared interior del pasillo. Quizás por la humedad del baño, pero estaba resbaladiza. No parecía haber nada más a lo que agarrarse.
Un hombre con voz profunda habló desde abajo.
—¿Para qué se utiliza el espacio de arriba?
—Es... es el dormitorio. Originalmente era la habitación del emperador.
—Entonces, debe haber buena ropa de cama.
Volví la mirada hacia la cama y calculé con los ojos el tamaño de la manta.
—Sería imposible usar la manta como cuerda para bajar. Parece demasiado corta. Aquí tampoco hay cortinas.
—Bueno entonces no hay otra opción.
Un hombre con voz profunda habló con firmeza.
—Tira toda la ropa de cama que encuentres y salta encima de ella.
Me dio vueltas la cabeza al oír esas palabras. Yo también tenía miedo. Aunque no era tan alto, tenía entre dos y tres pisos.
…para saltar desde allí.
Pero si dudaba y no podía hacerlo, tal vez nunca pudiera salir de aquí.
Mis manos temblaban como locas.
Apreté fuertemente la almohada con manos temblorosas.
Capítulo 114
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 114
Después de que se fue, caí en un sueño profundo.
Fue un sueño verdaderamente dulce. Monstruos como el aburrimiento y la soledad no podían tocarme mientras dormía. En días de suerte, podía dormir en silencio hasta justo antes del regreso de Raniero.
En momentos como ese me sentí mucho mejor.
Escuché débilmente el sonido de una campana.
La comida debió haber llegado a la hora del almuerzo, pero no tenía intención de despertarme para almorzar. Era porque, una vez que me despertaba, me costaba volver a dormirme.
No sabía exactamente quién me trajo la comida.
Bueno, debía ser alguien en quien Raniero pudiera confiar. Aun así, probablemente no era una confianza sana. Probablemente se ganó con violencia y lavado de cerebro. En fin, quienquiera que fuera esa persona, ya no intentaba despertarme si no respondía.
Presioné suavemente mi conciencia ligeramente retorcida y me hundí nuevamente en el sueño.
Pero entonces.
Justo cuando mi consciencia estaba a punto de desvanecerse, la campana empezó a sonar con fuerza. El sueño que me había estado asaltando se escabulló como un gato asustado.
—¡Aaah!
Me levanté, despeinándome frustrada.
¿Por qué me hacían esto? Solo intentaba dormir. Lo único que tenía a mi disposición aquí era el sueño, ¿y ahora tenían que quitármelo también? La campana seguía sonando como si se burlara de mí.
Al pensarlo, abrí de golpe la puerta del ascensor.
Como aún no habían tirado de la polea desde abajo, no había nada a la vista. Grité hacia el pasillo que conducía al ascensor.
—¡Déjame en paz! ¡Déjame en paz!
Sentí como si mi garganta fuera a sangrar.
Después de gritar así, mi corazón se relajó por completo.
—Dejad de hacer tanto ruido…
Así que lo siguiente que dije sonó débil y desanimado, incluso para mí.
La persona de abajo no dijo nada. El único sonido era el de la polea rodando. Al tirar de la cuerda, el ascensor, cortado a la medida del pasillo, se elevó en forma de caja con aberturas delanteras y traseras.
Allí se colocó la comida, traída caliente.
Me mordí el labio y fruncí el ceño antes de girarme rápidamente y volver a acostarme en la cama, con la esperanza de que el sueño que se había esfumado regresara milagrosamente. Deseaba poder dormir profundamente hasta que Raniero regresara. Pero, completamente despierta, no pude volver a dormirme ni siquiera después de varias horas.
Me pasé el tiempo mirando fijamente y con los ojos bien abiertos.
¿Ya terminó Raniero sus reuniones políticas? ¿Tendría tiempo para venir a verme hoy también?
Una vez más, el tiempo pasó insoportablemente lento hoy, tan lento que me pregunté si realmente pasaba. Todo fue por culpa de la campana que me despertó con su innecesario sonido metálico. ¿Por qué me odiaban tanto como para tener que despertarme de mi profundo sueño? Debieron hacerlo solo para atormentarme, ¿verdad?
Era tan injusto. ¿Qué hice mal para merecer este tormento?
Me sentí insoportablemente frustrada, me hice un ovillo y rompí a llorar.
«Ojalá Raniero viniera pronto… Le contaré todo enseguida.»
Esperaba que regañara a esa persona.
Si me aferraba a él y actuaba como un tonto, me escucharía, ya fuera decapitando a los demás como un tirano o aniquilando a toda su familia. Mi psicología estaba al límite, y ahora me sentía cómodo con pensamientos horribles que jamás habría soñado.
Por más que esperé, Raniero no regresó.
Incluso cuando las sombras de los árboles se alargaron gradualmente, el cielo y el suelo se volvieron rojos y la oscuridad descendió, haciendo que las hojas se volvieran de un color plateado oscuro, él todavía no vino.
Pensé que debía ser otro de los caprichos de Raniero.
Asustada y ansiosa, me acurruqué en la cama y lloré. Por mucho que llorara, no había nadie que me consolara... hasta que regresó Raniero.
A medida que mi tristeza crecía, también lo hacían mis llantos.
Lloré incontrolablemente durante mucho tiempo hasta que me desplomé hacia adelante y me desmayé por agotamiento.
La inconsciente luz del sol brilla sobre mi cabeza como si estuviera alardeando de que el invierno finalmente ha pasado.
Estiré mi cuerpo con los ojos cerrados.
A estas alturas, Raniero ya debía haber regresado.
Al pensarlo, extiendo los brazos y palpo la cama con una leve sonrisa, esperando que me tome la mano… pero lo único que logré agarrar eran sábanas suaves y mantas gruesas.
Mis ojos se abrieron de golpe.
Sólo saliva seca se deslizó por mi garganta.
Intenté llamarlo lentamente.
—¿Su Majestad...?
No hubo respuesta
No había ninguna señal de presencia. La habitación estaba extrañamente silenciosa.
Un presentimiento siniestro se apoderó de mí.
Finalmente me puse de pie de un salto y miré alrededor de la habitación.
Raniero no estaba allí.
Era la primera vez que no regresaba en tanto tiempo. ¿Sería que me estaba "domesticando"? Solo pensarlo me ensombrecía por completo.
¿De nuevo?
¿No debería esto ser suficiente?
La mañana en que Angélica descubrió la ausencia de Raniero.
En el baño conectado al dormitorio de Raniero, una mujer tocó el timbre con expresión de dolor.
Junto al carrito de comida de Angélica, había un caballero Actilus, vigilándola. Mientras abría la puerta del ascensor y colocaba la comida con la mayor naturalidad posible, no dejaba de mirar al caballero Actilus que la acompañaba.
Desde ayer, la mujer encargada de las comidas de Angélica se llamaba Cisen, y era la persona en el palacio que más amaba a Angélica.
A Cisen se le concedió permiso para encargarse de las comidas de Angélica durante la semana que Raniero estaría fuera. Justo antes de partir, visitó el Palacio de la Emperatriz y le informó que dejaría su puesto. Luego le ordenó que verificara indirectamente el estado de Angélica durante su ausencia y que tomara medidas si se sentía demasiado acorralada.
La persona que anteriormente se encargaba de las comidas de Angélica no pudo desempeñar esa función, por lo que se le confió a ella.
—Porque no tienen orejas ni lengua.
Un escalofrío recorrió su espalda al escuchar la razón, pero mantuvo la cabeza ligeramente gacha y trató de ocultar su agitación lo mejor que pudo.
Raniero explicó brevemente a Cisen los detalles de su trabajo para la semana.
—No puedes ver a Angie directamente. Por principio, ni siquiera deberías hablar con ella.
Sin embargo, si se hacía evidente que las emociones de Angélica eran extremadamente inestables, se le permitía revelar su identidad y tener una breve conversación. No obstante, el tema de conversación estaba estrictamente limitado. Dado que un observador escucharía constantemente los movimientos de Angélica del palacio de la Emperatriz a otro, no podía romper las reglas.
—¿Y si… y si una conversación en el hueco del ascensor no la calma?
—Consigue un gatito y envíalo arriba.
La simple solución hizo que a Cisen se le hiciera un nudo en la garganta. Se preguntó qué sería del gato, que se volvería «inútil» al regresar Raniero.
En ese momento, el shock que experimentaría Angélica parecía inimaginable.
Ella asintió como si entendiera, pero en secreto se prometió a sí misma que nunca haría algo como enviarle un gato a Angélica.
Y así, Raniero partió para realizar una sencilla operación militar en Hecata, al este de la capital.
Ese día, desde la hora del almuerzo, le llevó la comida a Angélica. A pesar de tocar el timbre varias veces sin obtener respuesta, se oyeron gritos estridentes desde arriba. El hecho de que Angélica no comiera fue una complicación añadida.
Cisen se desplomó en estado de shock y estalló en lágrimas.
Incluso sin ver su rostro directamente, podía sentir cuán roto estaba el espíritu de su ama.
Se sentía frustrada y furiosa por cómo el emperador la había llevado hasta tal extremo. De regreso al Palacio de la Emperatriz, se aferró al brazo del caballero que hacía de vigilante y suplicó desesperadamente. Insistió en que hablara con Angélica, enfatizando lo inquieta que estaba.
Sin embargo, el observador respondió con frialdad.
—Espera y verás.
—He pasado los últimos catorce años de mi vida cuidándola. Esto solo se volverá más peligroso e irreversible.
El observador ignoró sus palabras.
Angélica se saltó la cena y solo durmió. A la mañana siguiente, mientras escuchaba atentamente desde el hueco del ascensor, oyó sollozos. Naturalmente, ni siquiera probó su comida.
Aunque ella le rogó al observador una vez más que hablara con Angélica, el observador se mantuvo firme.
—Espera y verás.
«Maldito bastardo, ¿cuánto tiempo más vas a quedarte mirando?»
Cisen apretó los dientes mientras imaginaba apuñalar al observador hasta la muerte en ese mismo momento.
A las 12,30 de esa tarde, el vigilante apareció como de costumbre.
—Ve.
Mientras la tomaba y la sacaba del Palacio de la Emperatriz, de repente, otros dos caballeros Actilus entraron en el palacio. Cisen se tensó instintivamente. Incluso Sylvia, sentada cerca, tenía una mirada cautelosa.
Uno de ellos habló con el observador.
—Señor, el vicecapitán ha solicitado urgentemente su presencia.
—¿El vicecapitán? ¿Por qué de repente?
—No lo sé exactamente.
—Dile que me iré después de cumplir las órdenes dadas por Su Majestad el emperador.
—Insiste en que vengas de inmediato. Nos encargaremos del trabajo temporalmente.
Sylvia y Cisen, que escuchaban atentamente la conversación intercambiada entre ambos con la respiración contenida, se pusieron tensos.
Una voz seca y tranquila…
Les resultaba demasiado familiar. Los ojos que se vislumbran bajo el sombrero son profundos y completamente negros, sin una profundidad perceptible.
—¿Un sustituto?
Había un matiz de sospecha en la voz del observador.
—Así es.
El rostro de Cisen se puso pálido antes de mirar rápidamente a Sylvia.
Sin embargo, Sylvia ya se movía. Con un pesado joyero de ébano en la mano, se acercaba sigilosamente por detrás del observador.
Capítulo 113
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 113
—¡Su Majestad, os ruego que vayáis al epicentro del rumor aunque sea una vez y dejéis constancia de vuestra brillantez!
El caballero comandante habló con franqueza, dispuesto a afrontar la muerte. Sin embargo, la respuesta del Emperador fue fría.
—¿Y por qué debería conceder ese ruego?
—El caos está creciendo…
La voz del caballero comandante estaba cargada de amargura.
Aún así, Raniero era como un muro enorme.
—Envío a un candidato idóneo. ¿Crees que mi juicio es erróneo? ¿Insistes otra vez en que debo abandonar el palacio por un largo tiempo?
Las palabras escupidas con voz fría eran razonables.
Si partiera para encargarse de la situación cerca de la frontera, era muy probable que tuviera que abandonar la capital durante varias semanas. Sin embargo, ¿desde cuándo Raniero gobernaba el país con racionalidad? ¿Quién esperaría lógica y serenidad del sucesor de Actila?
Ni siquiera Actila esperaría algo así.
El caballero comandante sintió que el monarca al que había servido lealmente ahora parecía una persona muy desconocida, pero, por supuesto, al monarca no le importaban sus sentimientos.
El rostro del caballero comandante estaba demacrado por el terror, pero no se acobardó fácilmente. Quizás era el miedo a que Actilla abandonara a Actilus lo que lo corroía. El miedo más profundo del pueblo de Actilus también se apoderó del caballero comandante, aumentando su ansiedad.
Mientras tanto, Raniero se irritó al ver que el caballero comandante se mantenía firme. No entendía por qué tanta rebeldía.
Sus ojos brillaron.
—Está bien, si quieres que sea el sucesor de Actila…
Justo cuando estaba a punto de sacar su espada, diciendo que sacrificaría su cabeza en el altar, un dolor de cabeza que hizo que su cerebro se congelara golpeó a Raniero.
Su rostro se torció en una mueca.
—Sal.
—Su Majestad…
—¡Sal ahora!
Su grito furioso atrapó al caballero comandante, quien se tambaleó hacia atrás y retrocedió antes de abandonar apresuradamente la sala de audiencias.
Raniero, que se quedó solo, se sentó en el trono y se agarró la cabeza.
Sintió como si una mano gigante le penetrara el cráneo y le aplastara el cerebro con fuerza. Un gemido desesperado y extraño escapó de su garganta.
Palabras fragmentadas se derramaron por los pliegues de su cerebro.
No era un castigo divino. El dolor del castigo divino le afectaba todo el cuerpo. Era como romperle y aplastar cada hueso, moler la médula hasta convertirla en pulpa. Lo que lo había dominado ahora parecía más una palabra muy poderosa que un castigo divino.
Actila estaba hambriento.
Estaba causando estragos y gritando maldiciones dentro de la cabeza de su sucesor.
—Actila no piensa en el futuro y tiene una perspectiva estrecha.
La voz de Seraphina era tranquila, pero los rastros de su inconfundible odio no podían ocultarse.
Todos escucharon sus palabras en silencio.
Según ella, Actila carecía de sabiduría; afirmaba que la racionalidad y la planificación eran las palabras más distantes de Actila. Además, estaba demasiado cerca del mundo mortal. Por lo tanto, a diferencia de otros dioses, no podía ignorar el mundo entero. Siempre vigilaba de cerca a su sucesor.
Esta proximidad al mundo mortal le otorgó a Actila una influencia abrumadora, aunque también le quitó mucho.
Así que no paraba de molestar a Raniero. «Salgamos. Acabemos con ellos...». Hace tiempo que no veía nada divertido.
—Y con todo el país en crisis, para sofocar este malestar problemático, el emperador tendrá que tomar medidas al menos una vez.
Seraphina asintió ante las palabras de Eden.
—Pero él no quiere salir del palacio.
Eden miró el mapa.
—La distancia es la clave. Una distancia donde el emperador pueda llegar a un acuerdo con Actila.
Richard añadió una condición más a esa afirmación.
—Una expedición lo suficientemente ligera como para ser considerada un paseo por el emperador, pero de una escala suficiente para calmar el descontento interno y satisfacer a Actila hasta cierto punto.
Susurró como para recordarles que no lo olvidaran.
—Aun así, debemos minimizar las bajas entre nuestros aliados.
Mantis golpeó el suelo con el pie.
—¡Pero el emperador no debe terminar la tarea demasiado rápido! Necesitamos tiempo para recuperar a la Santa y abrir la puerta norte.
Como no había condiciones para ceder, determinar un lugar para atraer a Raniero fue un gran obstáculo.
Sin embargo, no había tiempo que perder. Tras acalorados debates, finalmente se decidió la ubicación. A pesar de que Mantis expresó su descontento por su proximidad a la capital, lo que dificultaba a las fuerzas aliadas conseguir tiempo para la operación, seguía siendo la mejor opción.
Después de pasar por la puerta oriental de la capital y viajar durante aproximadamente un día, se encontraba la hermosa ciudad rural de Hecata, con su hermoso lago esmeralda.
Sin embargo, incluso Hecata cayó víctima de los reaccionarios.
Según el "virtuoso pueblo de Actilus" que arriesgó su vida para informar, los reaccionarios se habían infiltrado secretamente en Hécate y sólo esperaban la oportunidad de atacar la capital.
La historia de tal amenaza acechando cerca de la capital no podía descartarse como otra cosa que una amenaza. El número de reaccionarios que ocupaban Hecata era de unos quinientos. Si bien aún no representaba una amenaza significativa, podría convertirse en una fuerza de tamaño desconocido si no se la controlaba.
Alguien preguntó con cautela al Emperador durante la reunión del consejo:
—¿Su Majestad enviará refuerzos de nuevo esta vez? ¿Les informamos?
Raniero frunció el ceño ligeramente mientras miraba fijamente el mapa. Su expresión parecía alternar entre la calculadora y la simple resistencia al dolor. Los presentes en la sala de conferencias del consejo esperaron en silencio a que abriera la boca.
Después de una pausa prolongada, finalmente habló.
—Iré yo mismo.
Fue un momento en el que estaba acostada en la cama y me preguntaba cuándo oscurecería el cielo hoy.
De repente se oyeron unos pasos débiles.
Me incorporé bruscamente y abrí la puerta. Al mismo tiempo, temía que, si los pasos eran una alucinación, ¿qué haría? De hecho, a veces oía alucinaciones de la voz o los pasos de Raniero.
¡Cuán desesperadamente anhelaba su presencia!
Pero esta vez no fue una alucinación.
Miré a los ojos a Raniero mientras subía las escaleras.
Al menos por ese momento la tortura había terminado.
Mientras bajaba corriendo las escaleras con una gran sonrisa en mi rostro, él me atrajo hacia un abrazo familiar y cómodo y lentamente acarició mi espalda desnuda.
—¿Qué hora es ahora?
Siempre preguntaba esto.
—Las cuatro y media.
Ya debía ser hora de la reunión del consejo. Aun así, no me molesté en señalarlo.
—¿Cuándo te vas?
—No voy hoy.
—¿De verdad?
Raniero asintió.
Me quedé aturdida.
Era raro que él transmitiera seguridad con palabras agradables de oír.
Siempre que le preguntaba cuándo se iba, casi siempre respondía que no sabía. A veces, me amenazaba juguetonamente: "¿Me voy?", solo para bromear. Entonces recurría a cualquier medio para retenerlo a mi lado el mayor tiempo posible.
Me sentí aliviada por un momento al pensar que no tendría que estar nerviosa hoy, pero pronto me sentí ansiosa al pensar que podría romper su promesa.
Apreté mis manos fuertemente alrededor del cuello de Raniero.
—¿De verdad?
—Sí.
Aunque sabía que no debía creerle, no pude evitar aferrarme a sus palabras.
—No puedes cambiar de opinión… Tienes que quedarte aquí todo el día como prometiste.
Supliqué con todas mis fuerzas, aunque sabía que Raniero era alguien que carecía de culpa y compasión.
Sin embargo, le gustó mi súplica porque mi devoción ciega era encantadora. Las cosas no salieron como esperaba, pero no me importó. Acababa de aprender de nuevo que no debía esperar que se sintiera conmovido por mí. Así que me hice la tierna sin oponer resistencia. Tenía demasiado miedo de que, si actuaba en contra de sus expectativas, me dejara sola en esa habitación.
—Te amo.
Le dije lo que más le gustaba oír.
Una ligera risa escapó de los labios de Raniero.
¿Cuándo vienes? ¿Cuándo te vas? Te quiero.
No pensé que fueran necesarias otras palabras entre él y yo. Si lo hubiera pensado mejor, no habría creído necesario un "¿Cuándo vienes?" ni un "¿Cuándo te vas?". En fin, podía cambiar de opinión según su humor. Así que, al final, solo me quedó un "Te quiero".
Repetí esas palabras una y otra vez como un mantra.
Los ojos de Raniero se entrecerraron hermosamente. Mientras le recorría las comisuras de los ojos con el pulgar, inclinó la cabeza para besarme las yemas de los dedos. Separé ligeramente los labios y lo miré a la cara. Sus ojos estaban fijos en los míos, completamente concentrados en mí.
Sólo entonces me sentí apaciguada, arqueé las cejas y sonreí suavemente.
—¿Cuándo volverás mañana?
Hice una pregunta sin sentido.
Raniero respondió.
—Bueno…
Sabía que no daría una respuesta precisa. Pensé vagamente que volvería al atardecer.
Como siempre.
Así que, a la mañana siguiente, cuando lo despedí, miré hacia la puerta con mi habitual sensación de decepción y desesperación, como siempre.
Capítulo 112
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 112
La capital de Actilus y la lejana región fronteriza.
Era un lugar donde estallaban pequeñas rebeliones todo el tiempo.
Las fuerzas reaccionarias parecían seguir proliferando con persistencia, como niños, a pesar de los repetidos esfuerzos por reprimirlas. Incluso las fuerzas de seguridad locales y los caballeros enviados desde la capital percibieron algo extraño.
Pero los levantamientos siempre habían sido esporádicos.
A medida que Raniero ascendía al trono y Actilus expandía su influencia con gran vigor, era natural que la región fronteriza se sumiera en la agitación. Sin embargo, al continuar la represión, las brasas de la rebelión se extinguirían.
Sin embargo, el calor no disminuyó como si alguien estuviera usando fuelles.
Por mucho que a la gente de Actilus le gustara pelear, estaba destinado a cansarse de la interminable caza de topos.
Alguien empezó a tener dudas.
¿Por qué no se cansaban?
¿Quizás había alguien tras ellos, potenciándolos constantemente? La existencia de semejante mente maestra solo se había mencionado como una posibilidad, pero los oficiales aliados que habían liderado hábilmente las oleadas de rebelión en la región estaban visiblemente nerviosos.
Todavía era un secreto altamente clasificado que los países vecinos de Actilus cooperaban para formar una coalición antiactiliana. Era obvio lo que sucedería si la noticia de la existencia de la alianza antiactiliana llegaba a oídos de Raniero Actilus.
Las mentes del ejecutivo local estaban confusas.
«¡Por eso sugerí que no se prolongara el retraso de la operación!»
Si iban a atacar Actilus, lo mejor sería lanzar un ataque rápido con tropas mínimas, con el objetivo de ocupar rápidamente fortalezas clave.
Después de todo, enfrentarse a Actilus en una guerra total parecía imposible.
Sin embargo, a medida que las fuerzas de la coalición crecían, numerosos intereses se entrelazaron, y la fuerza principal, Sombinia, sufrió una enfermedad infecciosa el verano pasado, lo que provocó que la operación se pospusiera indefinidamente. De hecho, los oficiales locales estaban descontentos con la falta de un plan concreto.
A este ritmo, las fuerzas de la coalición seguramente se cansarían…
Pero en ese momento, una orden asombrosa descendió del centro. Resumida en una sola frase, la orden fue la siguiente...
—¡Difunde propaganda negra!
En realidad, como las fuerzas de la coalición profesaban resistencia, siempre estaban haciendo propaganda negra.
Aún así, el efecto no fue particularmente notable.
El pueblo de Actilus, que disfrutaba de la emoción de la victoria, nunca se había dejado disuadir por las conspiraciones. Incluso ahora, aunque les resultara un poco tedioso, no había indicios de que quisieran dejar de luchar. Sin embargo, el eslogan de la propaganda negra ordenada desde el mando central era asombroso.
[La Emperatriz del pequeño reino está realmente viva.
El sucesor de Actila está locamente enamorado de una mujer y no logra cumplir su papel como sucesor.
Entonces Actila pronto abandonará Actilus.]
Las fuerzas de seguridad locales ya estaban frustradas porque Raniero no se presentaba para manejar la situación él mismo. Aunque no fuera en esta región, esperaban que apareciera en circunstancias similares para crear historias heroicas y levantar la moral de las tropas.
Hasta entonces, Raniero sí había levantado la moral de las tropas con esos medios. Sin embargo, casualmente, su apoyo a la frontera desapareció tras su matrimonio, por lo que parecía que la propaganda dirigida a esa zona sería poderosa.
La coalición anti-Actilus difundió rápidamente esa maldita palabra por todos lados.
Y funcionó.
La gente empezó a vacilar.
—¿Cómo es posible que corran rumores tan absurdos de que Actila abandonaría Actilus?
Los nobles de la capital se congregaron indignados y enfurecidos. Sin embargo, sus discípulos vacilaban.
Era porque era cierto que la emperatriz estaba viva y que el emperador estaba enamorado de ella. La idea de que la presencia de la emperatriz perjudicaría a Actilus a largo plazo era algo que todos los nobles, hasta cierto punto, reconocían. Temían en secreto que Actilus perdiera la confianza del Dios de la Guerra.
En realidad, lo único que realmente temía el pueblo de Actilus era eso. Sin la protección de Actila, el único futuro para Actilus era la ruina.
Si solo fueran afirmaciones infundadas, lo habrían restado importancia con una sonrisa, pero con ojos y oídos, no pudieron desmentir los rumores, lo que los dejó naturalmente ansiosos. ¿No fue por eso que el Duque de Nerma y el Conde de Fallon intentaron deshacerse de ella a riesgo de su propia muerte?
Como no querían ser castigados tan cruelmente, no tuvieron más remedio que tener cuidado con todo lo que decían y hacían, por lo que no pudieron tomar ninguna acción más.
Era realmente frustrante.
El rumor de que Actila había abandonado a Actilus debió haber llegado a oídos de Raniero, pero él permaneció sin responder.
Claro que, tras bambalinas, respondían enviando personal para encontrar la fuente de la propaganda negra, pero en realidad, eso no era lo que la gente esperaba de Raniero. Lo que querían era una foto suya apareciendo espléndidamente con su cabello dorado y barriendo a todos los reaccionarios de un solo golpe.
Sin embargo, Raniero no abandonó el palacio imperial en la capital.
La razón era obvia.
Él no quería dejar su asiento.
Por culpa de la emperatriz, que estaba disfrazada de muerta, escondida en el dormitorio del emperador.
—Actilus está alborotado.
La sede de la operación capitalina de la coalición anti-Actilus.
Todos rieron suavemente y se dieron palmaditas en los hombros al recibir la noticia traída por el mensajero con una sonrisa.
Eden, el cerebro detrás de los lemas de propaganda negra, fue el mayor contribuyente a esta rara buena noticia, y, sin embargo, se mantuvo al margen, casi como un extraño con los brazos cruzados.
Richard no era de los que se quedaban sentados viendo algo así. Se rio mientras le daba una palmada en la espalda a Eden con su mano grande y gruesa, una bofetada tan fuerte que el cuerpo de Eden se tambaleó hacia adelante y casi se cae.
Luego agarró el brazo de Eden.
—Ten cuidado. Tu cuerpo no es tan robusto.
Eden se quejó para sí mismo. ¿Por qué tropezó así?
Y aunque su condición física no era particularmente buena, no quería que Richard se preocupara por él, pues la amabilidad que Richard mostraba con facilidad le resultaba algo pesada. Por otro lado, a diferencia de Edén, el joven Lord Nerma aceptaba de buen grado la bondad de Richard. Olvidando el paradero de sus padres, el chico le tomó cariño.
Richard no era el único en quien confiaba el niño.
El niño sentía mucho cariño por la nueva persona que había corrido el riesgo de bajar del Norte hacía unos días y se había incorporado al cuartel general operativo.
Eden pensó amargamente.
«Tiene buen ojo para la belleza y le gustan las mujeres hermosas».
En realidad, cualquiera que no fuera Eden lo habría pensado. La persona amada por el Joven Señor era una belleza capaz de hacer ruborizar de vergüenza incluso a las rosas.
Seraphina, la "antigua" Santa de Tunia, fue una figura esencial en la operación del cuartel general, ya que era quien podía completar la información que Eden tenía sobre Raniero. Con la ayuda de Seraphina y Eden, descubrieron información mediante diversas actividades de espionaje e incluso obtuvieron pistas sobre cómo someter a Raniero, lo que revitalizó todo.
Como él deseaba, Angélica se convirtió en el centro de la esperanza, aunque probablemente no tenía idea de que las cosas se estaban desarrollando de esa manera.
Eden se acercó a la gente que todavía intercambiaba elogios y les arrojó agua fría.
—No es momento de celebrar. El emperador ha desatado a los sabuesos.
—Sí, sí. Lo sabemos.
Cuando la atmósfera se volvió ligeramente sombría, Richard reprendió a Eden con voz animada.
—Debemos proceder con la operación antes de que le pisen la cola a la propaganda negra.
—A partir de ahora, la velocidad lo es todo.
La operación ya estaba preparada. Su esencia, que podría resumirse como «Atraer al emperador, rescatar a la Santa y abrir la puerta», consistía en numerosas maniobras coordinadas.
Atrayendo al emperador fuera del palacio.
Aprovechando esta oportunidad, se infiltrarían en el palacio imperial y rescatarían a la Santa.
En ese momento, la coalición anti-Actilus dispersa dentro de Actilus lanzaría simultáneamente una guerra de guerrillas para crear caos, asegurar la puerta y abrirla.
La Santa mataría al emperador, y las fuerzas de la coalición estacionadas fuera de las fronteras de Actilus lanzarían un ataque coordinado a través del portal. El contexto que permitió la formulación de tal operación fue la historia de Seraphina.
—La muerte del sucesor de Actila no podía considerarse simplemente como una pérdida de fe o el punto focal del sentimiento público.
Ella era la que más sabía de los asuntos de los dioses.
El intermediario que conectaba a Actila con el mundo desaparecería, por lo que las bendiciones otorgadas al pueblo de Actilus se retirarían y sus capacidades físicas se deteriorarían.
—Es una lucha que vale la pena pelear.
—Sí... Pero solo es posible si asumimos que el sucesor de Actila muere.
—¿Es posible idear un plan suponiendo que el sucesor de Actila no muera?
Seraphina respondió con una suave sonrisa en su rostro.
—Por si sirve de algo, hiciste lo mejor que pudiste, pero mi juicio es…
—Entiendo…
Richard respondió hoscamente.
Al final, tuvieron que apostarlo todo a la Santa. De todas formas, nadie podía garantizar si la Santa, quien era el núcleo de la operación, cooperaría voluntariamente.
De hecho, la persona que más se preocupaba por ello era Seraphina.
Estaba surgiendo una corriente colosal.
A veces se sentía sofocada bajo la presión.
Extraer y usar los terribles recuerdos de la línea temporal pasada que ya no existía también era agotador para su mente y cuerpo. En esos momentos, se refugiaba en secreto en un almacén donde nadie podía encontrarla. No se arrepentía de unirse a la coalición anti-Actilus. Porque ahora, ya no quería huir...
—Seraphina.
Seraphina levantó la cabeza de repente ante la voz seca y agradable.
Eden parpadeó lentamente, sin estar seguro exactamente de dónde estaba mirando.
—¿Me está buscando la Mantis?
Eden meneó la cabeza.
—¿Entonces?
Mientras la voz de Seraphina temblaba, respondió con calma en un tono desprovisto de emoción.
—Vine a darte las gracias por compartir tus conocimientos. Pensé que si no decía gracias ahora, no tendría ninguna oportunidad.
Cuando el aire estaba a punto de tomar un tono ligeramente romántico con la reconciliación y la gratitud, Eden volvió a echar agua fría con las palabras que siguieron.
—Me iré pronto.
Seraphina frunció los labios y miró de reojo a Edén.
—Eden, ¿qué pasa si Angélica no intenta matar a Raniero?
Eden frunció el ceño.
—Eso no puede ser posible, ¿verdad?
No tenía ninguna duda de que Angélica también estaría cansada de este mundo ya que ella también había pasado por muchas dificultades.
—En el improbable caso de que su corazón…
Seraphina intentó intervenir con sus preocupaciones, pero Eden no era ni lo suficientemente gentil ni relajado como para aceptar tales palabras.
—No quiero imaginar eso, así que no lo voy a hacer.
Seraphina, cuyas palabras habían sido interrumpidas, respondió en un tono de voz innecesario.
—Entiendo.
Capítulo 111
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 111
Después de llorar durante un largo rato, finalmente me desplomé por agotamiento en el suelo frío.
Bien...
Incluso si por algún milagro lograba desbloquear esta cerradura, todavía quedaban dos cerraduras más.
Renunciemos. No iba a funcionar.
Mi cuerpo empezó a temblar. Parecía que mi cuerpo, que se había calentado por el llanto, se enfrió de repente. Mientras mi visión se nublaba, todo a la vista se volvía borroso.
Parpadeé lentamente.
Mi respiración entrecortada se estabilizó poco a poco, y sentí como si mi espalda se pegara al suelo. En ese momento, pensé en perder la consciencia. Fue un poco diferente a desmayarse. Fue como si simplemente dejara de pensar en nada.
Como un animal al que sólo le quedaba el instinto.
Quizás estaba demasiado exhausta como para encontrar el aburrimiento angustiante.
Mientras permanecí así, mi audición se agudizó. Podía oír no solo el latido de mi corazón y mi respiración, sino incluso los mechones de mi cabello al caer mientras mi pecho subía y bajaba. Podía oír pasos a lo lejos e incluso sentir las vibraciones de un hombre caminando por el suelo.
«Es Raniero».
Me quedé acostada. Raniero pronto se acercó.
Al poco rato, oí un traqueteo. Su mano se deslizó por el pequeño agujero de la puerta y usó la sensación de las yemas de los dedos para abrir la cerradura.
El sonido de la puerta gruesa abriéndose.
Mientras parpadeaba, pude escuchar una pequeña risita sobre mi cabeza.
—¿Estabas aquí afuera?
Aunque mi intención no era dar una dulce bienvenida, tampoco la negué.
Raniero me habló con amabilidad, diciendo cosas como que sería problemático si me resfriaba y me levantó con facilidad, como si fuera la persona más amable. Me sujetó las caderas como si fuera un niño y me hizo rodear sus hombros con los brazos. Nuestros torsos estaban fuertemente apretados.
Después de cerrar la puerta mientras me sostenía, me dio unas palmaditas en las nalgas mientras avanzaba.
Me aferré a él con los brazos y las piernas fuertemente a su alrededor, con los ojos llenos de lágrimas. Cuando volvimos a la habitación con ventana, la luz de la luna inundaba la habitación. Como no había reloj, no había forma de saber si eran las 9 de la noche o las 3 de la mañana.
Hablé en voz baja mientras olía el aroma de corteza y fuego de su cuerpo.
—Han pasado más de dos horas…
—Lo lamento.
Había un dejo de risa en su voz mientras se disculpaba como si me encontrara encantador.
Aunque no explicó por qué llegaba tarde, supe que no era por circunstancias inevitables. Si hubiera querido venir pero no pudo, sus pasos no habrían sido tan pausados al abrir la puerta y subir.
Esto fue intencional.
Me dejó sola a propósito un buen rato para ver mi reacción... y cumplí con sus expectativas. Ni siquiera pude esperar en la habitación y me acerqué a la cerradura que no podía abrir.
Pensé que ya no quedaban lágrimas que derramar, pero mi visión se volvió borrosa otra vez.
—Angie, disculpa la tardanza. Me equivoqué, ¿vale?
Gemí, aferrándome a él.
—Este…
Había un matiz de alegría no disimulada en su voz mientras parecía murmurar para sí mismo, mezclado con vergüenza.
Aunque intentó acostarme en la cama, me mantuve firme.
Como si le pareciera entrañable, Raniero llenó mis labios de repetidos besos.
Él parecía feliz, pero yo no.
Lo que importaba era que Raniero podía romper promesas según su humor. Sí, así era él. Siempre se dejaba llevar por sus sentimientos. Si de repente quería verme tocar fondo, intentando alcanzarlo y luchando por él, simplemente lo haría.
Probablemente pensó que esto era divertido.
Lo cual significaba...
«Ya no puedo confiar en sus promesas».
Dependiendo de su estado de ánimo, podía cumplir su promesa o no.
Mientras recordaba el momento en que Raniero resultó herido por mi intento de matarlo y estaba ansioso por cada una de mis palabras y acciones, pensé que finalmente entendía lo que significaba.
Él simplemente tenía miedo de que yo me fuera a algún lugar fuera de su esfera de influencia.
Tenía miedo de que yo lo odiara y volviera a huir, de que nunca más me tuviera a su lado…
Él no quería que yo estuviera completa.
Lo que le importaba era que tenía control sobre mí, sin importar lo destrozada que estuviera. No veía salida por ningún lado.
Él había tomado posesión completamente de mí.
Temprano en la mañana, Raniero abrió los ojos ante Angélica bajo la implacable luz del sol.
Angélica, desnuda, se aferraba a su costado. Parecía un animal joven. Era una vista desgarradoramente hermosa. Su larga cabellera suelta estaba esparcida por toda la cama, y entre ella, asomaban sus hombros blancos.
Raniero sonrió y le acarició suavemente el hombro.
El cuerpo de Angélica, ahora mucho más delgado, carecía de la suavidad que antes tenía. Sus huesos sobresalían marcadamente. Su cuerpo ahora daba la impresión de fragilidad.
—Angie.
Acercó sus labios a su oído y la llamó.
Podía sentir su cuerpo tenso. Eran los nervios, pero fingió estar dormida. Temía que se fuera después de darle los buenos días.
A él le gustó.
Raniero susurró.
—Como llegué tarde, estoy pensando en irme más tarde…
Definitivamente hubo una reacción.
Aun así, Angélica seguía sin abrir los ojos. Parecía que no estaba convencida porque él rompió su promesa de ayer.
«Sé que ella está fingiendo estar dormida a propósito desde que rompí mi promesa».
Tenía una mente brillante y solo era ingeniosa en situaciones como esta. Por supuesto, a Raniero le parecía adorable ese aspecto de Angélica.
—No tiene sentido a menos que abras los ojos. ¿Me voy?
No fue hasta que finalmente la amenazó que Angélica abrió los ojos.
Sus pupilas temblaron y sus labios se separaron.
Raniero estaba muy contento con la ansiedad que mostraba. No poder ver su rostro durante casi veinte horas era lamentable para él; lo haría una y otra vez si la recompensa por su paciencia fuera tan dulce.
Cuando su estado de ánimo mejoró, se rio a carcajadas y se inclinó para plantar un beso en la frente de Angélica.
—Vamos a desayunar y a bañarnos.
Los ojos de Angélica cambiaron levemente ante la mención de tomar un baño.
Le gustaba bañarse. Más precisamente, parecía disfrutar de estar en un ambiente diferente a esta habitación. Incluso después de bañarse, no parecía tener ganas de volver a la habitación, quizá porque observar las ondas en el agua hacía que el tiempo pareciera pasar.
A veces, pensaba en dejarla pasear por el jardín cuando ella perdía completamente la voluntad y quedaba indefensa.
Por supuesto, nunca se permitió la indulgencia excesiva.
Sólo cuando estaba a punto de ser acorralada hasta el punto de tener el coraje de lastimarse, él le daría el último destello de felicidad.
Sólo por un momento.
«Angie sabe quién puede dárselo de nuevo».
Como era tan tentador, probablemente le rogaría con cariño por más. Ya era bastante obvio.
Mientras imaginaban escenarios agradables, Raniero y Angélica comieron algo sencillo en el dormitorio. Ahora, Angélica había empezado a usar sus cubiertos y a comer sola, lo cual era un poco decepcionante.
Raniero me apaciguaba constantemente, alternando entre un cariño infinito y una crueldad implacable. Cuando le rogué que no me tratara así mientras lloraba, dejó de ser cruel. Entonces, una orden se programó en mi cuerpo: llorar y aferrarme a él como una niña.
Porque le gustaban ese tipo de cosas.
Lo odiaba de verdad. Lo detestaba de verdad, sobre todo cuando lo esperaba ansiosamente, sin saber cuándo llegaría. Sin embargo, cuando oí pasos afuera y la puerta cerrada se abrió, olvidé ese odio por unas horas, sabiendo que ya no estaba sola.
Una vez me trajo una rama de flor que había cogido del exterior.
Los capullos de las primeras flores de primavera estaban en plena floración. Llenó un jarrón de agua y colocó la rama, diciendo que pensaba en mí y que la había traído. En ese momento, no pude evitar sentirme abrumada por la emoción, susurrando innumerables veces que lo amaba mientras lo abrazaba con fuerza.
Raniero se alegró mucho al escuchar esas palabras.
Mi proceso de pensamiento se hizo más simple con cada minuto y segundo.
¿Cuándo vendría Raniero? ¿Le gustaría esto a Raniero? ¿Sería más indulgente si lo hiciera? ¿Traería otra vez algo así como una rama de flores?
Si hiciera algo mal, ¿rompería esta rama de flores y se la llevaría? No, no podía, ni siquiera había terminado de florecer...
Al final de cada nervio crispado, Raniero siempre estaba allí.
Era lo que quería de mí. En lugar de seguir siendo un ser humano, quería que me convirtiera en una bestia instintiva, persiguiéndolo solo a él.
Y él me estaba empujando hacia eso.
Obedientemente perdí mi humanidad.
No me molesté en ponerme ropa porque era incómoda. Mis palabras también se redujeron, ya que todos los días aquí eran iguales y no había mucho que decir.
Sentía celos cuando Raniero hablaba del mundo exterior, así que me aseguré de que él tampoco pudiera hablar de ello. Besos, abrazos y contacto sexual eran herramientas excelentes; usar mi cuerpo como tentación también ayudaba a Raniero a quedarse en esa habitación un poco más. Y, por supuesto, había beneficios adicionales...
También me hizo sentir mejor.
El odio hacia mí misma y el autodesprecio que una vez me envolvieron como un reguero de pólvora y me hicieron llorar, hace mucho que me abandonaron.
Tales emociones eran demasiado humanas, demasiado lujosas.
Athena: Pues… qué triste. Esta está quebrada. Estoy un poco frustrada, la verdad. No hay dignidad aquí. Angie siempre ha sabido que es débil, pero se ha dejado vencer y perdido la dignidad como persona. No tienes que saber pelear con una espada ni ser muy inteligente, nada de eso… pero al menos hazte valer como persona. Es que es lo único que te queda. Vivir así no es vivir.
Capítulo 110
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 110
Viajando hacia el sur desde el Templo de Tunia hasta Actilus.
Eden y Richard atravesaron el territorio del Condado de Tocino.
Por suerte, el conde Tocino escapó del castigo de Raniero. Quizás porque Raniero, quien regresó con Angélica, no parecía dispuesto a castigarlos. Sin embargo, ser incorporado a la facción de Actilus estaba condenado al fracaso. Además, a medida que corrían rumores sobre la fuga de la Emperatriz, su reputación se deterioró hasta el punto de no poder desplomarse aún más.
Los señores de otros territorios vecinos comenzaron a evitar abiertamente socializar con el conde Tocino y su esposa.
Era seguro decir que estaban siendo marginados.
Eden ya sabía que la situación en las tierras del Condado de Tocino era así.
Esto se debió a que la noticia de que estaban pasando por dificultades llegó incluso al Templo de Tunia. Tras enterarse de que el destino de Eden y Angélica era el Templo de Tunia, el conde Tocino y su esposa, como era natural, sintieron resentimiento hacia el templo.
Al Condado de Tocino solo le quedaba la decadencia a menos que se produjera un cambio significativo.
Richard, que había oído la historia de Eden mientras atravesaban el desierto, preguntó si podía persuadir al conde Tocino para que traicionara a su país. Se decía que la frontera norte de Actilus habría sido violada si hubiera conseguido el territorio, aumentando así su libertad táctica.
Eden se quedó desconcertado, pensando que Richard se estaba dejando llevar por cuentos fantásticos.
—Se acabará si el conde y la condesa de Tocino informan del asunto al emperador.
—Tiene sentido.
Aunque reconoció la razón, Richard no podía renunciar a la idea de persuadir a la pareja del Condado de Tocino. Parecía firme en su convicción de que tenía que hacerlo.
Para ser sincero, Eden estaba molesto. No sabía por qué estaba obsesionado con cosas extrañas.
—Entonces, puedes encontrarte con el conde solo. Yo encontraré mi propio camino, sin pasar por aquí.
—De acuerdo. Nos vemos aquí entonces.
Dicho esto, Richard extendió el mapa y señaló un lugar adyacente a la puerta sur del territorio del conde Tocino.
Eden se encontró con Richard en ese lugar dos días después. Y de alguna manera, por arte de magia, Richard había cautivado por completo al conde Tocino y a su esposa.
Rio entre dientes ante el asombrado Eden.
Un mensajero fue enviado desde el Condado de Tocino al cuartel general de operaciones en la Capital. Contenía un mensaje que indicaba que los paladines del Templo de Tunia habían viajado al sur y que estacionarían tropas secretamente en el territorio del Condado.
Adjunto al mensaje había una carta de Seraphina con todos los detalles de lo sucedido hasta el momento. El primero en abrirla fue «Mantis», y la expresión que puso al ver a Eden fue realmente impresionante.
Yacía en la cama como muerta.
Habían pasado días desde que desperté.
Reflexioné sobre los últimos días. De todas las cosas que podía hacer cuando estaba sola, esa era la más inteligente. El día en que Raniero sonrió radiantemente y declaró mi aislamiento eterno, me arrojó al abismo de la desesperación y se fue momentos después. Fue porque tenía deberes como emperador del reino.
Eso me dejó realmente indefensa.
Lloré sin parar mientras miraba la puerta. Me gustara o no, estaba atrapada en esa habitación. Sin embargo, él tenía otras cosas de las que ocuparse y preocuparse además de mí.
Se había convertido en mi mundo entero, mientras que yo solo ocupaba una pequeña parte del suyo.
Dejándome sola, llegó justo cuando la habitación empezaba a oscurecerse. A juzgar por el color de la luz que caía sobre los árboles y las piedras al otro lado de la ventana, parecía que el anochecer aún estaba lejos.
Me acurruqué en la cama, sin siquiera mirarlo.
—Angie.
Me llamó como si fuera una niña.
Su tono relajado me entristeció.
—Tienes que comer, ¿de acuerdo?
Raniero me ayudó a incorporarme con facilidad. Aunque intenté apartarlo, no funcionó.
Ni siquiera pestañeó. Me costaba creer que hace tan solo unos días, se hería tan fácilmente con mis palabras y acciones.
Me sentí abatida.
Se sentó frente a la cama, sosteniendo una cuchara y un tazón como si fuera parte de una rutina. Como un dulce amante sin defectos, tomó una cucharada de gachas de arroz.
—Vamos, pruébalo.
Su actitud me hizo sentir como si estuviera jugando a las casitas, y la ira me invadió.
—¡No lo quiero!
Grité furiosa y aparté el tazón con el dorso de la mano. Mientras las gachas de arroz aguadas dejaban una mancha desagradable en el pecho de Raniero, el tazón rodó por la alfombra.
Resoplé.
Raniero se encargaba él mismo de esta habitación, hasta el último detalle, así que tendría que limpiar él mismo la alfombra sucia y las gachas de arroz salpicadas en la colcha. Pero no mostró ningún enojo. Simplemente se quitó la ropa húmeda, sacó un pañuelo de lino de uno de los cajones y se limpió.
—Parece que no tienes apetito.
Comentó de esta manera.
Me desplomé y me acurruqué en la cama.
¿Pero cuánto tiempo había pasado?
Mi estómago comenzó a revolverse.
El hambre, un fenómeno fisiológico natural para cualquier ser humano, me invadió. Al principio, cerré los ojos y aguanté, rezando para que mi estómago no rugiera. Pero como resultado, tomé plena conciencia de mi estómago vacío, y el hambre se sintió aún más fuerte.
Raniero fingió no oír el gruñido audible que provenía de mi estómago. Me besó la sien y dijo que volvería al anochecer.
Después de eso, hubo otra espera interminable.
La espera fue tan tortuosa como la interminable espera de la mañana. Era por el hambre. Mientras yacía en la cama y lloraba en silencio, me arrepentí de haber tirado el tazón de gachas de arroz. ¿Por qué lo hice? Solo me haría daño si no comía. ¿Acaso esperaba inconscientemente que Raniero se sintiera culpable?
Pero lo sabía.
Lo que dominaba mi relación con él siempre sería prerrogativa de Raniero. Ya no tenía motivos para dudar ahora que tenía el control de todo. Y más aún porque yo era una miserable patética que ni siquiera podía usar mi cuerpo para amenazar adecuadamente...
Admitámoslo ahora. Estaba volviendo al verano otra vez, intentando vivir complaciendo a los demás.
Me ardían los párpados.
En ese momento, pensé que todo terminaría con la llegada del invierno. Pensé que por eso podía soportarlo con tanta alegría.
Pero ahora, parecía no haber fin.
Raniero regresó por la noche, como había prometido.
Lo que trajo esta vez fue comida demasiado viscosa para llamarse gachas de arroz, más bien como unas gachas. La acepté con docilidad, sin mostrar la rudeza habitual durante el día, y comí. Estaba algo condimentada y los ingredientes estaban triturados. Mis instintos se llenaron de alegría, olvidé mi dignidad y vacié el tazón apresuradamente, animándolo a continuar.
Sonrió suavemente y me besó en los labios. Fue un beso muy suave.
No lo rechacé.
—Te escucharé.
Al apoyar la cabeza en su hombro, diciendo algo que ni siquiera me pidió, una sensación cálida me inundó el pecho.
De todas formas, era la única persona en la que podía confiar.
Su cuerpo, que siempre estaba frío, hoy estaba extrañamente cálido.
Raniero sonrió.
—Me haces feliz.
Al día siguiente, me encontré meditando sobre la palabra «peor».
De hecho, quizá no había nada en el mundo que mereciera ser llamado «lo peor». Al mirar hacia abajo, en el momento en que creías que lo peor estaba sucediendo, veías una desesperación aún más profunda abrir sus fauces y mirar hacia arriba desde aún más abajo.
En realidad, incluso ese podría no ser el fondo definitivo. Seguramente, debía haber una desesperación aún más terrible abajo.
La razón por la que repentinamente tuve estos pensamientos fue porque Raniero había roto su promesa.
Anoche, me bañé con Raniero y me dormí en sus brazos. Por la mañana, me trajeron agua caliente y el desayuno con el ascensor instalado en la habitación. Mientras me ayudaba a comer y me limpiaba los labios, dijo que volvería en dos horas.
Qué terribles serían esas dos horas.
Asentí, temblando de miedo.
Habiendo experimentado la espera y el hambre, me había vuelto realmente dócil. Desde entonces, ni siquiera soñé con rebelarme contra él. Al fin y al cabo, ser discreta con Raniero había sido mi especialidad desde el verano. Le agarré la mano, dándole besos repetidos en el dorso como si un pajarito la picoteara, y le susurré:
—Podrías venir antes...
Aunque era una voz sin orgullo ni agallas, él y yo éramos los únicos que la oíamos. Ah, quizá incluso Tunia, que llevaba un rato muy callado, estuviera escuchando. Aun así, mi fe me había dicho que mi dios me perdonaría hiciera lo que hiciera.
Raniero parecía muy feliz al oír mis palabras. No sabía lo decepcionado que estaba de irse, así que albergé la esperanza de que viniera antes de lo prometido.
Aunque mi predicción fue completamente errónea.
No solo pasaron dos horas, sino medio día sin que apareciera.
Durante ese tiempo, sonó la campana de la habitación y solo trajeron dos comidas.
Mientras me ponía ansiosa, llené el estómago primero y me obligué a echarme una siesta. De alguna manera, logré dormirme.
Cuando desperté, la habitación estaba teñida de rojo. El sol se ponía.
Aún no había rastro de Raniero.
Sentí un miedo repentino.
¿Podría pasar algo?
Sin embargo, no tenía forma de saber las circunstancias.
Jadeé en busca de aire y tiré de la cuerda. Ya fuera el baño o cualquier otro lugar conectado, el timbre seguramente habría sonado, pero no hubo respuesta.
Solté un grito de dolor y me deslicé fuera de la cama, abriendo la puerta a ciegas.
Mientras bajaba las escaleras y atravesaba el pasillo descalzo, me recibió la cerradura de la puerta del fondo: la cerradura que solo podía abrirse resolviendo un complejo rompecabezas cuya respuesta solo Raniero conocía.
Apreté los dientes y me aferré a ella.
Pero, por supuesto, la cerradura no se movió.
Por mucho que lloré como un niño y jugueteé con la cerradura, no recibí respuesta.
Capítulo 109
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 109
Hacía tiempo que había descartado la idea de que el emperador hubiera matado a Angélica.
Eden recordó lo sucedido en el Templo de Tunia. Era fácil de recordar, pues lo sentía tan vívido como si hubiera sido ayer.
Incluso en el apogeo de su ira, la única herida que Raniero le infligió a Angélica fue una herida en el tobillo causada por una flecha perdida. Eden, que desconocía la voz de Actila y el castigo divino que acechaba en la mente de Raniero, concluyó que Angélica, quien había regresado a Actilo, no enfrentaría ninguna amenaza para su vida por parte de él.
En cualquier caso, parecía extraño que la muerte de la Emperatriz no fuera la voluntad del Emperador.
¿No fue el funeral demasiado modesto?
Richard, que se había enterado del fallecimiento de la emperatriz, dijo con tono perplejo.
—La emperatriz de una nación ha recorrido un largo camino, pero ¿no hay procesión en su honor? ¿Se limita a anunciar su “muerte” y nada más?
No era solo él quien consideraba insuficiente el procedimiento de duelo para la familia imperial. Personas de países distintos a Sombinia también parecían algo perplejas por ese aspecto. Algunos han planteado con cautela la posibilidad de que el Emperador se mostrara indiferente ante la muerte de la Emperatriz.
«Pero el emperador no ha salido del palacio ni una sola vez desde la muerte de la emperatriz, y parecía vivir en reclusión...»
Eden, que había reflexionado hasta aquí, sintió un fuerte dolor de cabeza y cerró los ojos con fuerza.
«No vivía una vida aislada por tristeza».
…El emperador, que había escondido a su esposa en algún lugar, se negaba a abandonar su santuario.
Casi bajó corriendo las escaleras al pensarlo.
En la sala de estar del primer piso, Richard calmaba a un niño que lloraba. Eden, que presenció la escena, sintió asombro por primera vez ante el hombre que tenía delante. Era como si el destino lo hubiera llevado hoy afuera para encontrarse con ese niño y sentir el impulso de traerlo de vuelta.
—¿Hasta dónde llegará su suerte?
Richard miró a Eden con una expresión extraña. Le habló en silencio, solo moviendo los labios.
—En cuanto el niño deje de llorar, preguntaré con cuidado si podemos averiguar algo más.
Eden asintió, sin molestarse en añadir que no tenía que tener cuidado. Luego, se dirigió a la sala de conferencias del sótano a través del pasadizo secreto de la escalera y el armario.
Al atravesar el estrecho y oscuro pasadizo, su determinación se fortaleció.
Si Angélica estaba viva, tenía que moverse.
Tenía que encontrar la manera de contactarla.
Pero ella estaba en el palacio, y Raniero tampoco saldría.
Debía estar muy alerta ahora. Existía una alta probabilidad de que hubiera bloqueado todos sus canales de contacto externos debido a su anterior escape. Si a todo esto se sumaba un intento de asesinato, sería casi imposible contactar con Angélica mientras Raniero mantuviera el poder en el palacio.
Al final, solo quedaba una opción.
«Tenemos que sacarlo del palacio».
Al entrar en la sala de conferencias subterránea, varios de los que conversaban levantaron la vista para confirmar su presencia. Desde que se enteró de la muerte de la emperatriz, Eden no había estado ni una sola vez en la cámara subterránea. Por eso, fruncieron ligeramente el ceño, encontrando su presencia extraña y desconocida.
Eden lo miró a los ojos, imperturbable.
Tenía un propósito claro.
Tenía que encontrarse con Angélica, la Santa de Tunia, lograr que matara a Raniero y regresar a casa abriendo la puerta del antiguo santuario.
Sin Angélica, nada se lograría.
Eden era muy consciente de las limitaciones de sus habilidades. Era imposible encontrarse con ella a solas en la situación actual. Así que, en última instancia, necesitaba la ayuda de la coalición anti-Actilus. Sin embargo, no le ofrecerían ayuda sin interrogarlo ni indagarlo.
No esperaba un escenario tan mágico. ¿No sería recuperar a Angélica un trato igualmente atractivo para ellos?
Su corazón latía con fuerza.
Era hora de sacar a relucir la historia de la Santa de Tunia, que había ocultado hasta ahora. Entonces, se aclaró la voz ronca y abrió la boca.
—Hay una manera de matar al emperador de Actilus.
Los presentes en la sala de conferencias fruncieron el ceño ante sus palabras.
—¿No fuiste tú quien dijo que no había forma de matarlo? El león lo dijo.
El término «león» se refería a Richard. Se acuñó porque vivía bajo el mando de Actilus, enemigo de Sombinia, y era difícil llamarlo rey de Sombinia directamente.
Eden respiró hondo.
—De hecho, hay una.
La mano derecha de Richard, comúnmente conocida como «Mantis», preguntó con irritación.
—¿De qué estás hablando de repente?
Eden no explicó todos los detalles de por qué decía eso, ni por qué lo había mantenido oculto hasta ahora. Mantuvo sus palabras muy simples y solo expuso lo esencial hasta el punto de parecer algo inesperado.
—La Santa de Tunia puede matar al heredero de Actila.
Mantis, enfurecido por estas palabras, se golpeó contra la pared.
—¡¿Qué tontería es esta de repente?! ¿No deberías haber hablado de eso en el Templo de Tunia? ¿Sugieres que pasemos por el engorroso proceso de contactar con el templo de nuevo?
—No hay necesidad de contactar con el templo. La Santa está en la capital de Actilus.
Eden habló directamente, como si le cerrara la boca a la Mantis.
—La emperatriz, Angélica, es la Santa de Tunia. Si queréis matar a Raniero Actilus, tenéis que recapturarla.
—No, pero la emperatriz...
—Está viva.
Una serie de miradas desagradables se dirigieron a Eden.
—Tenemos que rescatarla.
Alguien preguntó con recelo.
—Una santa, o lo que sea, son puras historias inventadas... ¿Será por motivos personales relacionados con la emperatriz?
Los demás asintieron con la cabeza. La mayoría de los presentes en la sala sabían que Eden tenía una conexión personal con la emperatriz, así que era una sospecha razonable.
Quienes estaban a cargo de organizar las operaciones y dirigir a la gente en el corazón de Actilus tenían mucha experiencia. No sería la primera ni la segunda vez que veían a alguien intentar satisfacer sus deseos personales involucrándolos en una operación, solo para arruinar toda la misión.
Ni siquiera le enfadaron las miradas sospechosas. Incluso el propio Eden admitió que su historia sonaba fuera de lugar y vaga.
Simplemente estaba perdido.
A pesar de ser un pensador agudo e intuitivo, distaba mucho de ser elocuente. Si bien le era fácil comprender algo, convencer a los demás le resultaba difícil. Lamentaba no haberse ganado su confianza de antemano.
Quizás confesar que Angélica era la santa fue demasiado precipitado.
«¿Debería haber hablado primero con Richard Sombinia?»
Aun así, no había garantía de que Richard creyera todas sus palabras.
Aunque tenía una personalidad compasiva, no era tan insensato como para creer ciegamente las afirmaciones individuales sobre la seguridad del mundo y luego ajustar el curso de acción en consecuencia.
Eden finalmente dio un paso atrás.
No consideró la idea de renunciar a contactar con Angélica. Simplemente se dio cuenta de que necesitaba pensar más a fondo cómo persuadirlos.
Pero era una preocupación innecesaria.
El problema se resolvió gracias a la ayuda de una fuente inesperada.
Seraphina salió de la sala de oración.
La ayuda alimentaria de Sombinia iluminó los rostros de la mayoría de los miembros del templo. Solo su rostro estaba sombrío.
—Todos.
Incluso su voz, normalmente tan clara como el amanecer, sonaba ronca.
—Tengo algo que deciros.
Aunque los sacerdotes y paladines, cada uno ocupado en sus propias tareas, soltaron lo que sostenían en sus manos sin decir nada.
Las palabras de la Santa poseían una gran autoridad.
Al reunirse a su alrededor, Seraphina observó los rostros de su familia uno por uno. Su valor era la misericordia, aunque a veces implicara transigir con la realidad y ser hipócrita. No quería culparlos por su fe imperfecta.
Era porque la hipocresía y la pretensión siempre eran mejores que la certeza arrogante.
Los quería. A veces se sentía harta de ellos, pero no ahora. Por eso tenía miedo de estar allí. Después de que esta historia terminara, le guardarían rencor.
Seraphina abrió la boca con voz temblorosa.
—Nuestra Santa está en Actilus.
—¿Qué?
Tras la exclamación inmodesta de alguien, los fieles de Tunia se miraron confundidos. Aunque sus reacciones eran intimidantes, Seraphina tuvo que seguir hablando.
—Desde el verano pasado, perdí la cualificación de santa. Desde entonces, no he recibido ninguna revelación… Me disculpo por haberos engañado todo este tiempo.
Como si no fuera cierto, uno de los sacerdotes preguntó en voz alta:
—Pero sí recibiste revelaciones, ¿verdad? Previste la llegada de la gente de Actilus en invierno, ¿verdad?
—Lo siento… Lo aprendí de otra manera. No era la palabra de Dios…
La agitación de la gente aumentó.
En medio de todo, Seraphina se preguntó si ella sería la mayor pecadora de todas. Nunca debería haber retrocedido en el tiempo. Intentar escapar de la dura realidad siempre traía los peores resultados: el contrato con la Providencia y mantener la boca cerrada frente a Angélica… e incluso intentar detener la partida de Edén.
—La Santa se encuentra actualmente en el palacio imperial de Actilus.
Se armó una gran conmoción.
—Ella es la emperatriz de Actilus. Está ahí como la única arma para asesinar al heredero de Actila.
Luego se hizo un silencio profundo.
Seraphina se mordió el labio e hizo una profunda reverencia.
—Aceptaré el castigo por engañaros. Fingí ser una santa sin ninguna cualificación. Me disculpo. Aun así, la historia que os cuento ahora no es más que la verdad.
Al igual que el día que regresó del antiguo santuario, comenzó una larga historia.
Athena: Pues… a Seraphina no puedo odiarla. Ha pasado por muchísimo, fue humana, intentó conseguir lo que le arrebataron de forma injusta, pero siguió perdiendo. Y ahora… creo que solo busca hacer lo correcto. Se ha equivocado, y lo admite.
Capítulo 108
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 108
Las repercusiones de las palabras de Raniero fueron tremendas. Angélica luchó como si esta fuera su última oportunidad.
Ella se lamentó.
—¡Va a ser miserable!
Ella maldijo a Raniero.
—¡Nunca te amaré! ¡Te maldeciré y te odiaré por siempre!
Incluso ante sus palabras, él todavía la miraba con una sonrisa deslumbrante dibujada en su rostro.
A pesar de su falta de fuerza, Angélica se abalanzó sobre Raniero como si quisiera matarlo. Su intención detrás del gesto no era tanto matarlo, sino herirlo.
También sabía que no podría irse de allí si de verdad lo mataba, porque tenía que atravesar tres puertas robustas para llegar al baño, cada una cerrada con un candado que solo Raniero podía abrir. Así que los dedos que rodeaban el cuello de Raniero, como para dejarlo sin aliento, pronto perdieron fuerza y se desprendieron.
Angélica temblaba de miedo. Parecía tener más miedo de la situación en la que se encontraba que del propio Raniero.
¡Qué emocionante fue ver cómo se desarrollaba todo esto!
El aroma de la dulce fruta, que pronto sería poseída exclusivamente, parecía ya hacerle cosquillas en la nariz. No importaba si no lo amaba ahora, pues pronto llegaría a amarlo de todas formas. Era porque no soportaba estar sola.
La naturaleza de Angélica era confiar en alguien.
Así que Raniero pudo simplemente sonreír incluso cuando ella intentó estrangularlo. Era producto de su compostura.
Angélica también percibió claramente esta serenidad, pues las lágrimas, contenidas por el asombro, comenzaron a fluir abundantemente debido a su sufrimiento. Cuando sus aullidos, maldiciones e intentos de matarlo no surtieron efecto, finalmente recurrió a su última arma.
—Voy a morir.
Las cejas de Raniero se movieron brevemente ante sus palabras.
El rostro de Angélica, al presenciar esa vacilación momentánea, se iluminó como si hubiera captado una pista.
—No miento. Prefiero morir, prefiero morir.
—¿Cómo?
Cuando preguntó con una voz ligeramente más seca que antes, Angélica se estremeció ante el cambio, aunque cuadró los hombros para agudizar aún más su voz.
—De una forma u otra. Me ahorcaré o me morderé la lengua.
Cuando la mirada carmesí fija en su rostro se entrecerró levemente, la tensión creció entre ellos.
Tras el ultimátum de Angélica, nadie abrió la boca ni actuó precipitadamente. Raniero tenía los labios secos. Claro que no deseaba que muriera. ¿Cómo habían sido los últimos diez días, cuando ella dormía sin despertar? No quería volver a pasar por esa interminable interacción unilateral sin respuesta.
Sin embargo, se negó a concederle su desesperada petición.
—Pruébalo.
Él la miró a los ojos verde claro y sacó una daga de su abrazo antes de entregársela.
Las pupilas de Angélica temblaron ante esta acción inesperada.
—No estoy bromeando. De verdad que voy a morir.
La razón por la que pudo entregarle la daga a pesar de sus terribles palabras fue que cada vez que ella mencionaba "muerte", tropezaba con sus palabras.
¡Qué transparente y entrañable era su comportamiento!
Puede que la muerte en sí no le asuste. Sin embargo, los inevitables momentos de dolor que acompañan al proceso de morir probablemente sí le resultarían aterradores.
—Está bien. Pruébalo.
Angélica contempló la daga conteniendo la respiración. Temblando como un árbol marchito, desenvainó su espada como para demostrar que hablaba en serio.
De alguna manera, la hoja parecía inusualmente afilada hoy.
No podía apartar la mirada de la daga. Sabiendo lo doloroso que podía ser ser herida, el recuerdo del dolor la hizo dudar.
Raniero tampoco podía apartar la vista de la espada.
—Huueuk… uuk …
Angélica forcejeó para levantar la daga como si fuera un objeto pesado. Al llevar la punta afilada de la hoja contra el interior de su muñeca, su respiración se aceleró considerablemente. No hubo progreso significativo en sus acciones, pues solo emitía gemidos.
Raniero ni intervino ni la presionó.
A pesar de sus mejores esfuerzos, Angélica lloró sin parar, hasta el punto de que el poco coraje que había reunido se volvió inútil. Incluso después de mucho tiempo, seguía sin atreverse a cortarse la piel, y la daga pronto cayó sobre la sábana limpia.
Angélica sollozó, aferrándose a la sábana mientras se agachaba.
El arrepentimiento y el odio hacia sí misma eran evidentes en su rostro.
Ella ni siquiera era capaz de hacerse daño a sí misma.
Mientras tanto, Raniero recuperó la daga. Al igual que antes, la guardó entre sus ropas y acarició suavemente la espalda de Angélica mientras susurraba.
—No me importa si no puedes hacer nada. Me gustas así.
Para Raniero, que despreciaba la debilidad, Angélica no parecía patética en absoluto.
—Pero este es el final de tu terquedad, ¿de acuerdo?
Mientras trazaba el contorno de su delgada columna con la palma de la mano, Raniero susurró fríamente, disfrutando del tacto.
—Si la próxima vez sigues así de terca, no te diré cuándo volveré. Me aseguraré de que te quedes sola, sin saber la hora por la dirección de las sombras ni la altura del sol.
La columna vertebral de Angélica se puso rígida con honestidad.
Le gustó la respuesta sincera. No había lugar para que ella ocultara nada. Raniero abrazó a Angélica, que estaba acurrucada, y le devolvió el beso. Ahora que la habían llevado al límite, sentía que todo por fin volvía a su cauce.
Al igual que en el verano, le dieron la correa.
Era familiar y cómodo.
Para conseguir lo que quería, la destrucción seguía siendo más útil que la tolerancia. Nunca se dio cuenta de que la respuesta fuera tan obvia.
«Todo lo que tenía que hacer era ser el único en tu mundo».
A partir de ahora, Raniero monopolizaría todas las emociones, incluido el amor y el odio de la encantadora Angélica.
En la mesa del comedor, solo se oía el murmullo del joven lord, que se prolongó un rato, incapaz de superar su frustración. Parecía inverosímil que el nombre y los títulos fueran demasiado pragmáticos para que un niño de diez años los hubiera inventado en un instante.
No, no era sólo una cuestión de pragmatismo.
El niño sabía exactamente: el apellido y el título.
Eden había oído el nombre de Dorothea Nerma cuando se hizo pasar por sirviente de Cisen y vivió en Actilus, y esa duquesa Nerma era una figura fundamental.
Miró la cara del niño.
El niño de rostro enrojecido mostraba una actitud de gran confianza, y su mirada, arrogante. Trataba a Richard y a Eden como si fueran completamente inferiores. Tenía la firme intuición de que este niño era, en efecto, el preciado hijo del Duque de Nerma.
Aun así, sabía que tenían que ser cautelosos.
Mientras se levantaba, Eden agarró la manga del niño, quien le dio un manotazo en la mano como si estuviera disgustado.
—La ropa que llevas puesta no es ropa de noble, ¿verdad?
Eden preguntó con voz ronca.
Una mirada de desdén cruzó el rostro del muchacho en respuesta a su pregunta.
—Esta es ropa de sirviente. Mira esto.
Diciendo esto, colocó su manga suelta frente a los ojos de Eden.
—La talla no me queda, ¿verdad? Porque no es mi ropa.
—Los sirvientes jóvenes como tú suelen llevar ropa un par de tallas más grande. Es normal usar ropa usada, así que, claro, les queda grande.
Eden observó atentamente la expresión cambiante del niño. Su rostro denotaba que no tenía ni idea.
—E-entonces... ¡Bien! Dame una espada. ¡Te enseñaré a manejarla! Dicen que los niños de baja cuna ni siquiera tienen maestros de esgrima, y solo se golpean con piedras, ¿verdad?
—¿El hecho de que uses una espada prueba que eres el hijo del duque de Nerma?
—¡Claro! Lo repito, niños humildes...
—Eso solo significa que no eres un “niño de baja cuna”, no necesariamente hijo de un duque. Quizás seas algún pariente lejano de la nobleza de un pueblo lejos de la capital.
El chico pareció más avergonzado por este comentario que cuando lo criticaron por llevar ropa de sirviente. No solo su cara, sino incluso su cuello se pusieron rojos, y ahora estaba a punto de estallar de ira.
—¡Entonces, pregúntame lo que quieras! Sé todo sobre nuestra familia, así que te responderé con seguridad.
—Eden.
Tal vez intuyendo que Eden estaba provocando demasiado al niño, Richard intervino para interponerse entre ellos. Sin embargo, a menos que tuviera la boca tapada, Eden había decidido lanzar una última pregunta.
—Bien. Ya que eres tan genial, ¿dónde está tu madre ahora mismo? Preguntémosle directamente.
La boca del niño se abrió.
Su rostro palideció y luego volvió a enrojecerse. Lo primero que enrojeció fueron sus ojos, y pronto, las lágrimas brotaron de sus ojos, dilatados y redondos. El recuerdo del carruaje, que había olvidado por un tiempo debido a las agotadoras caminatas y las pedradas, lo golpeó con fuerza.
Richard levantó al niño en un instante antes de bajar apresuradamente las escaleras con el niño en sus brazos.
Eden gritó con fuerza a sus espaldas.
—¡No dejes ir al niño ni lo envíes a ningún lado!
Richard miró a Eden por encima del hombro. En realidad, incluso si no hubiera dicho esas palabras, ahora que las cosas habían llegado a este punto, no habría enviado al niño lejos.
No fue hasta que los pasos de Richard se hicieron un poco más silenciosos que Eden enterró su rostro entre sus manos.
Fue real.
El flujo de la conversación parecía muy genuino. Se necesitaría más verificación para confiar plenamente en él, pero no parecía que el niño mintiera. A través de sus reacciones, pudo captar hechos más allá de lo que se intercambiaba en la conversación.
«Algo malo le pasó a la duquesa Nerma.»
La ropa de sirviente que vestía el niño podría haber sido confeccionada por la propia duquesa Nerma. Existía una gran posibilidad de que ocultara su identidad e intentara escapar.
«¿Por qué intentó huir? ¡Por supuesto, debe haber algo involucrado en la muerte de la emperatriz!»
Si ese fuera el caso, le daría un poco más de peso a la idea de que la «muerte» de Angélica fue un asesinato.
Eden frunció el ceño. La cabeza le daba tantas vueltas que le dolía.
—Pero la emperatriz no murió. Los padres del niño lo dijeron...
En medio de la desesperación que le produjo la impactante noticia, empezó a notar el extraño punto que había quedado oscurecido.
Athena: Pues chica, es que la única opción que tienes con este loco es precisamente que él tema que te vas a hacer daño. Yo también odio el dolor, y obviamente no es sencillo hacerse daño a uno mismo, pero es que aquí es eso o que vivas así. Está completamente ido de la cabeza ahora. ¿Lo peor? Que le veo poca solución a esto por ahora para que acabe bien.
Capítulo 107
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 107
Después de lo que pareció una eternidad, habían pasado varias horas, y justo cuando las sombras que se inclinaban hacia abajo comenzaron a inclinarse hacia arriba...
Raniero abrió la puerta.
Intenté levantarme y correr hacia él, olvidando que mis piernas no tenían fuerza y me tambaleé hacia adelante. Por suerte, la alfombra amortiguó mi caída. Si hubiera sido un suelo duro, podría haberme roto la frente.
—Angie.
Raniero se acercó y me ayudó.
Aunque me dolió la caída, la alegría de ver a Raniero superó el dolor. Me apoyé en él y me reí como un loco al levantarme.
Fue realmente astuto. No podía creerlo. ¿Cómo podía ser tan fácil?
¿De verdad no tenía agallas? ¿De verdad iba a correr hacia él como un perro meneando la cola después de solo unas horas de aislamiento? Mi racionalidad me reprendía, pero era inútil.
Incluso si quien estaba frente a mí no hubiese sido Raniero sino Roberta Jacques, que había regresado con vida, igualmente me habría sentido momentáneamente feliz.
Era una persona.
Alguien con quien pudiera hablar.
No fue como si hubiera estado aislada durante días. Fueron solo unas horas, y, aun así, la presencia de los demás era dulce como la miel. En una habitación sin siquiera un reloj, no saber el paso del tiempo lo hacía aún más intenso.
Me incliné hacia Raniero y le pregunté.
—¿Cuántas horas he estado sola…?
Raniero pareció desconcertado por mi comportamiento repentinamente más suave, luego cepilló suavemente mi cabello.
—Alrededor de medio día.
—Mediodía…
—¿Tienes hambre?
Por supuesto.
Una sopa aguada o ligera debía tomarse poco a poco y con frecuencia. Aun así, el hambre no fue lo que más me atormentó durante las últimas seis horas.
Entonces negué con la cabeza.
—Todavía necesitas comer.
Raniero me levantó y me sentó en la cama antes de empezar a darme la comida insípida y tibia. No tenía sabor, pero sabía que quejarse era un lujo.
Terminé la comida rápidamente.
Aunque no sentí ninguna sensación de saciedad en el estómago, el hambre disminuyó un poco. Raniero dejó el tazón vacío en la mesita de noche y me acarició suavemente la frente.
—Mis pensamientos se quedaron cortos. Necesitas comer más a menudo.
Su tono era increíblemente tierno.
Asentí.
¿Pensaba seguir dándome de comer así? Entonces, ¿comer más frecuentemente podría acortar un poco el temido aislamiento?
—Entonces… ¿vendrás a menudo?
Me miró a los ojos por un momento.
Mis ojos se llenaron de lágrimas con emociones encontradas mientras su pulgar me rozaba suavemente el rabillo del ojo. Parecía estar considerando el verdadero significado de mi pregunta. ¿Le estaba pidiendo que no viniera a menudo o que viniera a menudo? O...
Queriendo obtener una respuesta rápida, la agregué inmediatamente.
—Deseo que vinieras a menudo…
En ese momento, pude sentir claramente cómo la tensión de Raniero se disipaba. No ocultó su cambio de emociones. No había necesidad de que lo hiciera. Como era una persona fuerte dondequiera que iba, tenía todo el derecho a expresar sus sentimientos libremente.
Preguntó incrédulo.
—¿De verdad?
Asentí.
En ese momento, Raniero Actilus parecía más feliz que nadie en el mundo.
—Por supuesto.
—Eh... ¿Qué tan pronto volverás?
En respuesta a mi pregunta, su voz ahora parecía estar teñida de alegría.
—¿Con qué frecuencia debo venir?
—Lo más frecuentemente posible…
Me encontré riéndome de mí misma por cambiar de actitud, como si hubiera volteado la palma de la mano en tan solo unas horas. ¿Qué tan ridículo debía parecerle a Raniero?
Eden…
Si Eden pudiera verme ahora ¿Qué tan patética pensaría que soy?
Mientras le rogaba a Raniero que me visitara con más frecuencia, sentí que algo fundamental en mi personalidad se estaba desmoronando…
«Está bien. Ya me he acostumbrado».
Desde que estuve a su lado en el pasillo, la obsequiosidad siempre había sido mi arma más utilizada.
—Lo más frecuentemente posible…
Raniero repitió mis palabras con entusiasmo. Me alivió verlo de tan buen humor. Quizás me escucharía... ¿quizás incluso me haría otro favor esta vez? Tenía que dejarme llevar cuando el ritmo era bueno.
Incliné la parte superior de mi cuerpo hacia él y coloqué mis manos sobre sus rodillas.
—Yo, eh, tengo un favor que pedirte…
—¿Qué es?
—¿Me escucharás?
—Dime qué es.
—¿Puedes darme permiso primero?
—No puedo hacer eso porque podrías llorar y pedirme que te deje salir.
—No se trata de eso… Ni siquiera lo deseo… Es muy simple.
—Cuéntame si realmente es tan fácil.
Quería obtener una respuesta definitiva primero…
Pero quizá eso era pedir demasiado.
Al final, abrí la boca obedientemente. Era un favor tan fácil de pedir para cualquiera, así que estaría encantado de complacerlo.
—Me gustaría tener un reloj en la habitación. Eso, y algo para leer. Cualquier libro de la biblioteca...
Si tuviera un reloj y un libro, no tendría que pasar por la terrible situación de antes. Aunque no quería expresarlo con tanta desesperación, los músculos de mis mejillas se contrajeron involuntariamente.
Un leve signo de interrogación apareció en el rostro de Raniero ante mi petición.
Parecía que intentaba comprender la importancia de por qué necesitaba un reloj y algo para leer. Pero con solo pensarlo un poco, la respuesta era evidente.
Finalmente, sus ojos se apartaron de mi rostro y examinó la habitación.
Una habitación que solo funcionaba como dormitorio, sin nada con qué pasar el tiempo. La habitación conservaba rastros de mi desesperado intento de mirar por la ventana, arrastrando una silla hasta ella a pesar de que mi cuerpo no se recuperaba del todo. Puede que Raniero no entendiera la mentalidad de una persona común y corriente, pero no era tan tonto como para no comprender la conexión entre mi petición y este entorno.
—Su Majestad…
Me quejé, instándolo a responder.
Seguro que me traería un reloj y un libro, ¿verdad? Le gustaba lo suficiente como para querer complacerme, lo suficiente como para sentir una alegría inmensa al verme feliz de verlo.
Sí, la razón por la que me encerró aquí fue para protegerme porque era peligroso afuera…
Podría ser una bomba de relojería que podría explotar en cualquier momento bajo el control de Actila, pero por ahora, ansiaba recibir un pequeño favor mío. Ahora que conocía mis circunstancias, sin duda cumpliría mi petición para complacerme.
Raniero me miró en silencio a los ojos expectantes y susurró:
—Ya veo. Debiste estar terriblemente aburrida y angustiada mientras yo no estaba. Qué lástima...
Entonces, sentí unos labios fríos rozando mi frente. Fue el beso más dulce de mi vida.
Su actitud sugería que escucharía todo lo que dijera. Podía sentir cuánto me amaba: en sus labios, en su tacto, en su voz...
Sin darme cuenta, bajé la guardia y actué como una tonta.
—Sí, así es… Fue muy doloroso.
En cuanto empecé a soltarlo, las palabras me salieron a borbotones, expresando lo angustioso que era estar sola en esa habitación vacía. Raniero no dijo nada mientras me besaba la frente y me acariciaba los hombros, la nuca y el pelo.
Cuando mi divagante historia llegó a su fin, él separó los labios y me miró a los ojos.
Empezó a hablar como si simpatizara.
—En un lugar donde no hay nada agradable, sentir el paso del tiempo en soledad no es nada menos que una tortura.
Una voz demasiado suave.
No creía que él hubiera sentido jamás mi dolor. De todas formas, su expresión de que reconocía que esta situación era terriblemente dolorosa me dio esperanza.
Las comisuras de mis ojos estaban calientes.
—Gracias por entender…
Sucedió tan rápido que la persona que había sido la peor amenaza para mi vida ahora se sentía como mi salvadora. ¿Me estaba precipitando?
Aún así, ¿por qué importaba?
Como santa que no había pasado por el ritual del despertar a través de la espada, no podía matarlo de todos modos, y tenía que confiar en él para sobrevivir en esta habitación.
Sí, pensándolo bien, el miedo no parecía ser la respuesta.
Si de todos modos tuviera que vivir así, necesitaría cambiar mi mentalidad.
Si seguía viviendo con miedo, mi vida sería demasiado agonizante. Quizás era mejor creer que él soportaría todo el castigo divino en el futuro y abriría mi corazón. A diferencia de mí, Raniero era una persona fuerte. Podría mantener la cordura incluso bajo una tortura interminable.
Me di cuenta de que si él fuera igual que era ahora y si me cuidara, finalmente podría aceptarlo y amarlo verdaderamente.
Bueno, eso sería genial ya que Raniero quería oírme decir que lo amaba.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Supliqué con mi mirada.
—Por favor, convierte este estrecho mundo mío en un paraíso.
No tenía confianza ni orgullo, así que tal vez podría vivir sin sentir curiosidad por el mundo exterior.
—¿Me recibiste porque tenías dolor?
Raniero, que estaba secando mis lágrimas con la palma de la mano, me susurró con una sonrisa tan hermosa que me hizo derretir.
En un instante, mi cabeza se entumeció antes de enfriarse por completo. No sabía qué diría a continuación, pero parecía que sería diferente a mis deseos.
—Cuanto más tediosa y dolorosa sea tu espera, más me anhelarás y esperarás…
La leve sonrisa que se asomaba en la comisura de sus labios se transformó en alegría en todo su rostro. La emoción tiñó su voz al encontrar la respuesta.
No hay reloj. Ni material de lectura, claro.
Mientras lo escuchaba, mi corazón latía con fuerza y las lágrimas se habían detenido. Lo miré con la mirada perdida y los labios entreabiertos.
—Haz que mi visita sea tu alegría y tu salvación.
La locura y la alegría brillaron en sus ojos carmesí, y de repente comprendí de nuevo lo que significaba ser cruel por naturaleza.
Una mano suave me empujó más profundamente hacia el pozo de la desesperación.
—Cuanto más te atormente la soledad, más se convertirá mi presencia en una luz deslumbrante para ti…
Raniero parecía un niño que había recibido un montón de regalos de cumpleaños. Me llenó de besos sin cesar las mejillas y la frente.
—El tiempo que pasemos juntos será feliz y dulce.
La "respuesta correcta" que eligió me pareció completamente errónea.
Athena: Todo mal. Es lo mismo que el loco de la colina que te secuestra en el sótano jaja.
Capítulo 106
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 106
A Eden y Richard no les quedó más remedio que tener suerte hasta que entraron en el Actilus.
Parecía que, casualmente, la ruta que tomaron era negligente en la verificación, y que, accidentalmente, se topaban con camaradas que les ofrecían ayuda cuando estaban en apuros. Además, las negociaciones, cuyas negociaciones no estaban seguras de que prosperaran, coincidieron favorablemente debido a intereses mutuos.
Eden pensó que, técnicamente, era "suerte de Richard".
Por las experiencias de las últimas semanas, Richard parecía alguien capaz de sacar un seis en al menos ocho de cada diez tiradas de dados. Era como si los misterios del mundo lo favorecieran.
Tal vez su suerte se extendió a las repentinas condiciones climáticas de este año, que impidieron que Raniero atacara a Sombinia.
Como persona con suerte en todo, Richard era optimista y alegre. También era considerado. Por eso, durante su viaje juntos, la ansiedad de Eden, que los agobiaba, pareció disiparse.
Parecía que todo iba a estar bien.
Eden disfrutaba de la tranquilidad que emanaba de un optimismo inusual.
Sin embargo, duró poco.
Después de unas semanas de buena suerte, llegaron noticias terribles.
La emperatriz había muerto.
A pesar del vigoroso viaje desde el Templo de Tunia y de viajar tan duro como pudieron durante varias semanas, la noticia de la muerte de la Emperatriz los golpeó fuertemente cuando entraron en Actilus.
La identidad del cuerpo, un secreto a voces dentro de la corte imperial de Actilus, no se filtró fuera del palacio imperial.
Por lo tanto, Eden no tuvo más remedio que creer que Angélica estaba muerta.
El objetivo de las fuerzas de la coalición, incluyendo a Richard, era el colapso de Actilus y el alivio de las tensiones globales. Sin embargo, el objetivo de Eden era diferente. Su único objetivo era regresar a casa.
Cuando la sangre de Actila estuvo lista, había que abrir la puerta del antiguo santuario con la espada de Tunia.
Era posible que Actilus se derrumbara sin la muerte de Raniero, aunque era una posibilidad poco común. Aun así, la única que podía preparar la sangre de Actila era la Santa de Tunia, Angélica. Y en este mundo extraño y desconocido, ella era la única que podía siquiera empatizar con él.
¿Por qué murió? ¿Quién la mató?
Dos preguntas dominaban cada minuto, cada segundo. ¿Murió de debilidad? Pero no era tan frágil.
¿La mató el emperador?
No, si hubiera querido matarla ya lo habría hecho en el Templo de Tunia.
Entonces, ¿era otra facción? Era posible. Desde la perspectiva de los altos mandos de Actilus, Angélica era una espina clavada.
«…Entonces, ¿fue un asesinato?»
Si Angélica estaba realmente muerta, necesitaba abandonar Actilus de inmediato. Renunciar a regresar a casa y aceptar su identidad como «Eden» en este mundo sería la mejor opción.
Sin embargo, no podía decir fácilmente que se iría. Simplemente le daba vueltas una y otra vez, como si fuera un tornillo suelto. Así que, aunque a otros en la base de operaciones no les gustaba que arruinara el ambiente, Edén ni siquiera era consciente de ello.
Fue porque Richard lo había encubierto.
Incluso ahora, Richard era el único que se encargaba de sus comidas, aunque la mayor parte del tiempo, Eden permanecía inmóvil con los cubiertos en sus manos, perdido en sus pensamientos.
Era lo mismo ahora.
El joven señor, que había estado llenándose el estómago con ruidos inusualmente fuertes para un muchacho noble, miró a Eden, quien permanecía inmóvil como una estatua. Quizás porque poco a poco se iba calentando por dentro, la visión del joven inmóvil se le hacía cada vez más molesta.
El joven señor tiró de la manga de Richard.
—¿Por qué está así?
—Tienes mala boca.
Ante el comentario de Richard, el joven noble arrugó la nariz con desdén. Aunque sintió una punzada de culpa, su orgullo como hijo mayor del Ducado de Nerma no le permitió simplemente reconocerlo e inclinó la cabeza.
—Bueno… ¿Qué? ¿Pasa algo malo?
—¿No puedes ser educado?
—Ey.
El joven señor, que rápidamente había adaptado su tono como si fuera a recibir un postre dulce, se quejó interiormente por el alboroto innecesario por algo tan pequeño.
—Si mi padre estuviera aquí todo el mundo me estaría besando los zapatos.
El joven señor rascó el fondo de su plato con una mueca. Quizás interpretando de otra manera el torbellino infantil del niño, Richard habló con un tono ligeramente más suave.
—Parece que el corazón de nuestro hermano está herido por la noticia del fallecimiento de la emperatriz.
La suave indagación tenía una intención clara. Al haber recibido una respuesta, la ingenua curiosidad del joven señor se alivió en parte, y no indagó más porque la historia era demasiado pesada.
Era un comportamiento elegante y propio de un adulto.
Sin embargo, la situación dio un giro inesperado a los cálculos de Richard. Fue porque el niño frente a él levantó la vista y contraatacó.
—¿La emperatriz no está muerta?
Richard rio torpemente ante sus palabras.
—¿Eso es lo que dicen los niños?
El joven señor se enojó mucho con Richard, quien lo tomó como un rumor que los niños estaban chismorreando.
—No, fue la falsa emperatriz quien entró en el ataúd. Mi madre se lo contó a mi padre, así que debe ser cierto.
Hasta entonces, Richard había desestimado las palabras del joven señor como insignificantes, y Eden se limitaba a contemplar su comida fría, escuchando distraídamente la conversación entre ambos. El joven señor, cohibido, no soportaba semejante atmósfera. Finalmente, en un ataque de frustración, soltó lo que había mantenido en secreto hasta entonces.
—¡Es cierto! ¡Mi madre es Dorothea Nerma, la doncella principal del Palacio de la Emperatriz! ¡Estoy arriesgando el honor de nuestro ducado! ¡No me faltes el respeto!
En el momento en que esas palabras cayeron, los ojos de Eden, que habían estado mirando el cuenco, finalmente se movieron.
Raniero parecía muy terco y no me dejaba ir.
Bueno, él no era una persona que dijera palabras vacías.
Al amanecer, dijo que se marchaba, y yo simplemente asentí lentamente. Si fuéramos una pareja normal con una relación normal, este momento de despedir a mi marido habría sido dulce. Sin embargo, como no fue así, el ambiente era agobiantemente incómodo.
—Volveré. Espérame.
Raniero, que volvió a hablar, dudó y retrocedió, completamente diferente de su actitud confiada de hace un momento, y salió de la habitación como si huyera.
Cuando la puerta se cerró, me quedé completamente sola.
Me sentí más tranquila estando sola. Al menos la bomba había desaparecido.
Al pensarlo, levanté con cuidado la manta y estiré las piernas fuera de la cama. Al intentar subirme a la alfombra, mis piernas perdieron la fuerza de repente, tropecé y caí.
—Ay…
Debería haberme quedado tranquilamente en la cama.
Dejé escapar un largo suspiro como si la tierra estuviera a punto de tragarme.
—Debería haberme vuelto a dormir.
Aun así, mientras decía esto, sabía que no me dormiría. Probablemente era porque había dormido demasiado.
No importaba cuánto me sentaba allí y miraba alrededor de la habitación, no podía ver nada en esta habitación que pudiera llamarse entretenimiento.
No fue sorprendente. Raniero no pasaba mucho tiempo en esa habitación.
Se bañó en el baño del semisótano conectado aquí, luego subió a descansar un rato y desayunar antes de salir. Ni siquiera tenía la costumbre de leer antes de acostarse, así que era poco probable que hubiera algo para leer en la habitación...
Lo único que podría considerarse una "vista" sería el paisaje al otro lado de la pequeña ventana. Había sirvientes pasando por el callejón.
Entonces intenté ir hacia la ventana, pero no pude encontrar la fuerza en mi cuerpo…
Aunque sabía que no había nada que valiera la pena ver, volví a mirar alrededor de la habitación y me sentí desanimado.
«Ni siquiera hay un reloj en la habitación…»
Reclinándome contra la cama, apoyé la cabeza y conté el patrón en el techo.
Finalmente, empecé a arrastrarme hacia la ventana, poco a poco. Como la ventana era más alta que mi altura sentada, arrastré la silla de la mesa donde Raniero había dejado su lavabo para lavarse la cara.
Quizás porque estuve acostada durante diez días y solo comí arroz aguado, perdí rápidamente la resistencia y sentí hambre.
Pero al quedarme quieta otra vez, no sabía si el tiempo pasaba o no, y era muy aburrido. Reuní todas mis fuerzas, me agarré a la silla, me puse de pie y me arrodillé. Y lo que vi al estirar la cintura hasta el punto de poder ver por la ventana fue...
—Ah.
Solo un pequeño acantilado de rocas afiladas, árboles altos y una pared a cierta distancia. Hasta donde alcanzaba la vista, no había ningún sendero por donde la gente pudiera pasar. Obviamente, estaba diseñado así a propósito. Por mucho que mirara, solo cambiaba ligeramente, hasta el punto de que ni siquiera podía notar la dirección de las sombras.
No era diferente a mirar un cuadro bien dibujado.
Me enteré de que esa habitación no estaba tan alta como pensaba, pero eso era todo.
¿De qué servía esa información?
No era como si fuera a saltar.
Miré por la ventana con una sonrisa irónica antes de que me fallara la espalda y me desplomara en la silla. Al final, el único entretenimiento que encontré fue trenzarme y destrenzarme el pelo sin parar.
¿Cuánto tiempo llevaba así? Al final, incluso dejé de jugar con mi pelo.
Aburrido.
Me aburría mortalmente.
Probablemente no había pasado tanto tiempo. Como mucho, dos o tres horas. Quizás incluso menos. Cuando mi madre gritaba: "¡Mantén las manos en alto durante 30 minutos!", me dolían muchísimo los brazos, y era tan aburrido que pensé que habían pasado al menos diez minutos, pero cuando miré el reloj, me pareció que solo habían pasado tres.
De hecho, mirando hacia afuera, noté que la dirección de las sombras no parecía muy diferente a antes.
El vacío absoluto que me rodeaba en esa habitación me resultaba sofocante.
Hubo una vez que me quedé sola en la habitación de Seraphina en el Templo de Tunia durante unos días, pero las cosas eran mejores entonces que ahora. Podía sumergirme en mi «historia original» o incluso garabatear con la tinta de color y el pincel que había en la habitación. Al mirar por la ventana, veía a la gente entrar y salir del templo.
Pero ahora lo único que me dieron fue un silencio terrible.
—Esto es ridículo…
Las lágrimas calientes brotaron y gotearon.
Cuando supe que tenía que quedarme atrapada aquí, pensé que el único miedo que tendría que superar sería el miedo a Raniero. Pensé que preferiría estar tranquila estando sola, ya que no tenía por qué temer sus intentos de matarme. Sin embargo, nunca imaginé que el aburrimiento y el aislamiento sofocantes que conllevaba el aislamiento total del mundo exterior serían tan abrumadores.
—¿Por qué soy tan débil así?
¿Por qué era tan patética, incapaz de soportar un dolor tan insignificante? Si Sylvia o Eden estuvieran aquí... ni siquiera considerarían esto como dolor...
¿Por qué no podía ser fuerte como ellos?
Me quedé allí sentada durante un buen rato, con lágrimas interminables corriendo por mi cara.
¿Cuándo vendría Raniero?
¿Tal vez no regresaría hasta que terminara el trabajo y fuera de noche? ¿Tendría que quedarme así en esta habitación hasta entonces? Aunque gritara de frustración por el aburrimiento y el silencio, solo volvía el eco de mi voz.
No podía soportar quedarme quieto, caminaba en círculos por la habitación sin parar.
Dando vueltas sin fin…
Capítulo 105
Esposo villano, la que te obsesiona está allí Capítulo 105
Menos de treinta minutos después de que ambos se sentaran juntos, Richard empezó a codiciar el talento de Eden. Su comprensión del emperador Actilus era profunda. Si bien comprendía bien lo que significaba ser el sucesor de Actilus, recordaba vagamente el aspecto de Raniero en el campo de batalla.
—Disfruta debilitando la fuerza mental de su oponente con ideas siniestras. Sin embargo, si eliminas la intensidad del impacto de encontrarse con alguien así por primera vez y piensas racionalmente, sus tácticas son bastante simples y claras...
El torso de Richard se inclinó pesadamente hacia Eden. Sin embargo, Eden no lo miró directamente y continuó hablando.
—Su potencia de fuego es abrumadora. Es el método más eficiente que puede elegir.
—Porque al ejército de Actilus no le falta de nada.
—Es cierto, pero... Así es como se fortalece el vínculo con Actila. Para ellos, la guerra es un verdadero sacramento. La victoria prometida entusiasma a Actila, haciendo aún más resplandeciente la gloria del Emperador y elevando la moral de las tropas.
La especialidad de Raniero era el asalto frontal. Desde la evaluación hasta la ejecución de la estrategia y la consecución de la victoria, todo era rápido. Por eso, Actilus era insuperable en un asalto frontal.
Cuando Eden finalmente lo miró a los ojos, Richard se estremeció un instante. Había una extraña sensación de incomodidad en sus ojos negros como la brea.
Eden fingió no darse cuenta y bajó la mirada.
—Soy consciente de que el conflicto entre Actilus y Sombinia ha sido relativamente tenso hasta ahora.
—Sombinia ha mantenido hasta ahora la posición de defensa superior. —Richard reconoció con calma—. Originalmente, en la guerra, quien defendía solía estar en mejor posición que quien atacaba. Además, Sombinia ha aprovechado al máximo la ventaja del terreno más allá de las montañas.
—Aún así, incluso resistir de esta manera tiene sus límites.
—Raniero es un joven emperador, de veintitantos años. Su talento es brillante y su naturaleza cruel. Si sigue creciendo, se volverá imparable, así que debemos ponerle fin ya.
Eden asintió.
Desde la perspectiva de Richard, era una conclusión natural. Si se demoraban más, Sombinia sería absorbida por completo. No solo Sombinia, sino muchos países más allá de ella que dependían de Sombinia como escudo para protegerse, correrían la misma suerte.
—En realidad, prepararse para el final requirió un gran esfuerzo y numerosos sacrificios, y la acción decisiva también se ha retrasado considerablemente debido a diversas circunstancias. Ya no puedo decirles a mis compatriotas que se esconden en Actilus que esperen.
La última frase fue lanzada deliberadamente como cebo para atraer a Eden. A pesar de conocer las intenciones de Richard, mordió el anzuelo.
—Hay compatriotas escondidos en Actilus. ¿Significa eso que ya hay influencia sombiniana en Actilus? ¿Conseguiste una vía de acceso a Actilus?
—Así es. Estamos revolucionando la región iniciando una rebelión local en la zona fronteriza y usando el caos para atraer a más compatriotas. También hemos creado varias identidades falsas.
Un escalofrío recorrió la columna de Eden.
—¿Insinuáis que los países vecinos de Actilus se están utilizando como puntos de tránsito para el ejército sombiniano? ¿Han dado permiso para ello...?
—Esta cooperación existe desde hace mucho tiempo.
—¿Pero no se enfrentarían al castigo de Actilus si los descubrieran? ¿Acaso decís que, a pesar del riesgo, abrieron sus puertas al ejército sombiniano?
Richard soltó una carcajada.
—Incluso sin excusas, Actilus convierte los países vecinos en páramos y los conquista sin motivo aparente. Es solo cuestión de tiempo antes de que los devoren. Ellos mismos lo saben...
—Preferirían correr el riesgo y apostar a que Sombinia derrotará a Actilus.
Eden murmuró sin comprender.
Todas las esperanzas estaban puestas en Richard, rey de Sombinia. Las pequeñas naciones al otro lado de las montañas quieren que Sombinia fuera su escudo, y los países más pequeños que limitaban con Actilus habían elegido Sombinia como una ventana contra la expansión de Actilus.
Richard rio torpemente.
Eden mantuvo la boca cerrada y observó el rostro de Richard. Aún le desconcertaban el encanto y el carácter de este hombre, pero había algo que podía determinar.
El mundo puso sus esperanzas en este rey.
Y su resolución parecía inquebrantable.
—Pero estoy en apuros. Como un demonio imperecedero en el campo de batalla... De verdad no entiendo cómo resolver esto. La decapitación podría parecer una solución, pero incluso separarle la cabeza solo es posible si primero lo sometemos...
Eden comenzó a hablar pero luego cerró la boca.
El único medio para matar a Raniero, la historia de la Santa, debía mantenerse como una carta sin girar por ahora.
—¡Eden!
A pesar del tono suplicante en la voz clara que lo llamaba, Eden no se dio la vuelta.
La mujer, que fue ignorada sin miramientos, le agarró la mano con firmeza mientras él metía la ropa en una bolsa.
Los sentimientos de Eden hacia Seraphina estaban en su peor momento. Además de los remanentes de emociones que le había dejado su dueño, el resentimiento de que Seraphina se ocultara a sabiendas lo hizo estremecer. Cerró los ojos y contó hasta tres, intentando no frustrarse demasiado. Sus pestañas temblaron levemente.
—Si haces esto, seré la única en problemas.
Ante estas palabras, la mano del otro vaciló y se retiró. Eden gritó con un dejo de petulancia.
—Santa.
Nunca escuchó ninguna explicación adicional de Seraphina. Era la primera vez que se veían así desde que regresaron del antiguo santuario. Sin embargo, Eden no era un idiota que no pudiera comprender la situación sin una explicación.
Se dio cuenta de que la "intuición" que Angélica había comenzado a exhibir y las "revelaciones" que Seraphina ya no podía oír significaban esencialmente lo mismo.
Seraphina también sabía que él se había dado cuenta.
Eden sabría muchas cosas. Aunque no comprendiera la compleja historia entre dioses y humanos, probablemente sabía que el tiempo se había revertido gracias a ella. Por suerte para ella, él no informó al templo de que había perdido su título de santa.
No, ¿realmente fue una suerte…?
Quizás no importe. Después de todo, nadie creería las palabras de Eden.
Seraphina tembló de miedo y miró directamente a los ojos negros que ahora albergaban abiertamente hostilidad sin evitarlos.
—Escuché que seguirás al Rey de Sombinia.
Eden ni siquiera respondió. Parecía que no creía que valiera la pena.
Seraphina cayó de rodillas, incapaz de soportarlo.
—No te vayas. Por favor, te lo ruego. Por favor, no te vayas.
Eden la trataba como si fuera invisible. Seraphina, tambaleándose, se levantó de su asiento y tiró todo el equipaje que él había estado empacando.
Sólo entonces la miró con cara de enojo.
—El Rey de Sombinia fracasará. Eden, no te vayas.
Sus ojos, llenos de lágrimas, eran demasiado claros. Edén se vio reflejado en los ojos de Seraphina. El “Eden” al que se aferraba y al que suplicaba era el mismo Eden de siempre.
Sin siquiera ocultar su disgusto, su expresión comenzó a cambiar.
—No te vayas... Han cambiado muchas cosas. Sombinia ganó la última vez, pero esta vez no será igual.
Sus palabras eran inconexas y carecían de coherencia, pero transmitían una idea general de lo que quería decir. «La última vez» debía referirse a la línea temporal anterior. ¿Hubo también una guerra entre Sombinia y Actilus en aquel entonces? ¿Ganó Actilus?
¿Porque murió Raniero?
Aun así, la línea temporal anterior no tenía nada que ver con él. Mientras Eden recogía los objetos esparcidos por el suelo, Seraphina, furiosa, se acercó y le agarró las manos con ambas.
—Raniero lleva demasiado tiempo con vida. La última vez, Sombinia ganó porque murió, y el eje central de la fe de Actilus desapareció. Tú también lo sabes, mientras Raniero viva...
Eden se quitó la mano de encima sin piedad. Apretó los músculos de la mandíbula con fuerza, mostrando el alcance de su severidad.
A pesar de sentirse herida por su crueldad, Seraphina le suplicó aún más desesperadamente.
—Por favor, Eden. Si te vas, solo serás consumido por la voluntad de los dioses con la espada. Esto solo terminará en fracaso...
Incapaz de contenerse más, entreabrió los labios. Pensó en gritar, pero en cambio, una voz gélida y escalofriante salió de su boca.
—¿Fracaso? ¿No puedes callarte ya?
Fue una diatriba que realmente transmitió lo terriblemente cansador que se sentía.
—Sí, el último plan falló. ¿Por qué? Porque, Seraphina, lo sabías todo y no dijiste nada.
Ante sus palabras, Seraphina respiró profundamente.
De repente, Eden arrojó la bolsa al suelo y la señaló directamente, pronunciando cada palabra con brusquedad.
—Tú eres la causa de mi fracaso.
Grandes lágrimas rodaron por sus mejillas de porcelana blanca.
—Si hubieras hablado bien entonces, ese maldito emperador estaría muerto, Actilus habría caído y la paz habría llegado al mundo. Pero como mantuviste la boca cerrada... —Había un brillo frío en los ojos de Eden—. Lo has arruinado todo.
Seraphina se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Quería replicar a su manera.
—No lo hice con mala intención.
De todos modos, nadie podría haber matado a Raniero en aquel entonces.
Así como Angélica no pudo animarse a contarle sobre el "original", Seraphina también evitó el tema.
—Aunque lo hubiera dicho, el emperador no podría haber sido asesinado porque la Santa tenía que realizar el ritual con la espada…
—Entonces deberías habérmelo dicho también, ¿no? Si me lo hubieras dicho, ni siquiera se me habría ocurrido un plan tan imprudente. Habría escapado para ganar tiempo. Ese maldito ritual o lo que fuera...
—¡Tú tampoco me dijiste nada!
Al final, Seraphina alzó la voz. Pero al instante, bajo la mirada fría y penetrante, comprendió que sería mejor no decir nada. Inmediatamente cambió de actitud y empezó a suplicar.
—Lo... lo siento. Pero de verdad desearía que no te fueras, por tu bien.
Sabía que el joven que tenía frente a ella ya no era el Eden que había amado, sino un extraño. Pensó que ya no tenía nada que ver con ella, así que los observó a Angélica y a él desde la barrera. Sin embargo, cuando fue expuesto a la violencia despiadada en el antiguo santuario, sintió un profundo terror.
Ahora que había retrocedido en el tiempo, todo eso debería haber quedado olvidado en el pasado, entonces ¿por qué la perseguía, ahogándole la garganta como un espectro?
Aunque había huido del destino, Seraphina todavía era infeliz.
—¿De verdad tienes que ir…?
Sus labios temblaron.
Era un escenario dolorosamente familiar. La Santa estaba retenida en Raniero, y la espada de Tunia se dispuso a recuperarla.
…El final parecía demasiado obvio.
Ella frunció los labios con desesperación.
—No te vayas…
Aunque sabía con dolor que esa persona no era aquella, estaba confundida y angustiada. Pero no había razón para que Eden se hiciera responsable del corazón de Seraphina.
—Si has huido de ese destino, no intervengas más. No maldigas a quien lucha por hacer algo, diciendo que fracasará sin duda.
Ante la punzada de sus palabras, ya no pudo contenerlo. Al final, Eden se fue con Richard ese día, y Seraphina se encerró en la sala de oración, llorando. Incluso clamó en nombre de Dios. Sin embargo, el Dios al que había abandonado hacía tanto tiempo nunca le respondió.
Mientras tanto, Eden apretó los dientes, decidido a desafiar la profecía de que la espada de Tunia fallaría y lograr el éxito a toda costa.
Su determinación continuó hasta que escuchó la noticia de la muerte de la emperatriz de Actilus.