Capítulo 40
Este villano ahora es mío Capítulo 40
—¿Y… éste quién es?
—Ah, este es mi amigo, Leo Bonaparte —lo presentó Elaina, a pesar de su evidente incomodidad.
—Es un honor conoceros, Su Gracia —dijo Leo con una sonrisa casi perfecta, extendiendo la mano hacia Lyle. Lyle dudó, mirando la mano ofrecida un buen rato.
Leo seguramente sabía que era costumbre que alguien de mayor rango iniciara un apretón de manos con alguien de menor estatus.
Lentamente, Lyle extendió su mano, agarrando la de Leo con un agarre firme, aunque la intención detrás del gesto de Leo no estaba clara.
—En efecto. Un placer conocerlo también, Lord Bonaparte.
—Me enteré de vuestro compromiso con Elaina. Es una pareja perfecta. ¡Felicidades!
La mirada de Leo se desvió hacia el atuendo de Lyle: una prenda del Salón Marbella. A pesar de su lujo, le parecía tan fuera de lugar como cualquier otra cosa: la idea de una orden de caballeros.
Convertirse en caballero era una búsqueda sumamente honorable, pero ¿la idea de que un hombre como Lyle poseyera una orden de caballero? Era una broma llevada al extremo, pensó Leo. Este era un hombre conocido como el carnicero del campo de batalla, sin rastro alguno de honor.
Leo había tratado de mantenerse al margen de los asuntos personales de Elaina, pues no quería sobrepasar sus límites como amigo, pero escuchar que Lyle tenía la intención de formar una orden de caballeros fue la gota que colmó el vaso.
—Elaina me ha dicho que estáis planeando formar una orden de caballeros —dijo Leo con una sonrisa que ocultaba el tono cortante de sus palabras.
—En efecto.
Al percibir que la tensión aumentaba entre los dos hombres, Elaina intervino rápidamente, separándoles las manos.
—Deberías irte ya, Leo.
—¿Por qué? Acabo de llegar. Tengo muchas cosas que preguntarle a Su Excelencia.
—Interesante. Para alguien que me acaba de conocer, sin duda tiene muchas preguntas. Escuchémoslas —respondió Lyle con expresión indescifrable. Leo arqueó una ceja.
—Formar una orden de caballeros no es algo que se pueda hacer por capricho. ¿Lo sabéis?
—Sí. El duque de Winchester ha accedido a ayudar en el proceso. ¿Qué más?
—Ah, ya veo. Así que también contáis con el apoyo de la familia Winchester —comentó Leo, bajando la voz hasta casi un susurro, pero lo suficientemente alto como para que Lyle lo oyera con claridad.
—Seré sincero: deberíais abandonar ese plan.
—¿Y eso por qué?
—¿No es obvio? No uséis el honor de los caballeros solo para presumir de la riqueza de vuestra familia.
Históricamente, muchos habían creado órdenes de caballeros para mostrar su exceso de riqueza.
Leo continuó:
—Si seguís adelante con esto, muchos lo verán con recelo. Se preguntarán si tenéis segundas intenciones.
Desde su regreso a la capital después de la guerra, Lyle Grant había tomado medidas audaces. ¿Anunciar su matrimonio con alguien de una familia prestigiosa como la de Elaina y ahora planear crear una orden de caballeros? Cualquiera podría fácilmente establecer paralelismos con los acontecimientos de hace diez años.
—Dice segundas intenciones. Tomaré en serio su consejo.
Elaina, exasperada, intervino en defensa de Lyle.
—Idiota, no hay ningún motivo oculto. Te dije que es para exterminar monstruos en la cordillera Mabel.
—¿De verdad crees que es factible? —La voz de Leo se alzó con frustración—. Ninguna orden de caballeros se ha atrevido a aceptar semejante desafío.
En ese momento, una risa ahogada resonó por la sala. Cuando Leo se giró, vio a Lyle con una expresión de genuina diversión.
—Ah, disculpa. Sus comentarios fueron demasiado graciosos.
—¿Y qué es lo que os hace tanta gracia, decidme? —preguntó Leo.
—Simplemente porque, como usted no puede, asume que yo tampoco —respondió Lyle encogiéndose de hombros—. Bueno, si solo son un grupo de jóvenes lores jugando con espadas, entonces lograr cualquier cosa sería imposible.
—¿Estáis sugiriendo que podéis lograr lo que yo no puedo? —Leo apretó los dientes, luchando por mantener la compostura mientras su orgullo recibía un duro golpe.
—Eso es correcto.
—Retirad eso.
—¿Por qué lo haría? Es la verdad.
La respuesta de Lyle fue tranquila, como si ni siquiera viera la necesidad de discutir el asunto.
Furioso, Leo se quitó uno de sus guantes y lo tiró al suelo. No podía irse sin más después de que pisotearan su orgullo de caballero.
—En ese caso, dadme una lección. Sería un honor para mí aprender del gran archiduque.
Dicen que los amigos tienden a parecerse. Lyle reflexionó sobre este viejo dicho mientras pensaba en Leo. La forma en que Leo mostró los dientes con ira era sorprendentemente similar a cómo Elaina una vez se interpuso en su camino por Diane.
¿Entrar en casa de alguien sin permiso y exigir una lección de esgrima? Era una actitud tan arrogante que nadie podía creer que se tomara en serio el aprendizaje. No intentó ocultar que su orgullo estaba herido, como si dijera: «¿Cómo se atreve alguien como tú a hablarme así?».
—Lo siento. Debería haberlo detenido —se disculpó Elaina.
—No, está bien. Yo también tenía curiosidad —respondió Lyle con calma.
A los quince años, apenas unos años después de empuñar la espada, Lyle fue arrastrado al campo de batalla, donde tuvo que aprender y experimentar una violencia cruda y primitiva. Las técnicas formales que había aprendido en los libros de texto resultaron completamente inútiles allí. Así que Lyle descartó todo lo aprendido y reconstruyó sus habilidades desde cero, perfeccionando su esgrima por instinto al borde de la muerte.
Y ahora, a través de Leon Bonaparte, que había recorrido un camino completamente diferente, Lyle sintió curiosidad por ver cuán fuerte podría ser la espada afilada a través de una ruta más tradicional.
—Subcomandante de la Guardia Imperial, ¿verdad? Tengo curiosidad por ver qué tan hábil es.
Una espada asesina del campo de batalla contra la espada de un guardia, diseñada para proteger. Una espada aprendida instintivamente al filo de la muerte contra una forjada mediante un entrenamiento avanzado en la academia.
Lyle no esperaba perder. Simplemente le intrigaba ver el nivel de habilidades de la Guardia Imperial. Aunque no lo expresó, la sonrisa divertida en su rostro delató sus pensamientos.
—En serio, vosotros dos… —suspiró Elaina.
«Hombres testarudos», pensó.
Ya era demasiado tarde para intervenir. Ni el furioso Leo ni el sonriente Lyle parecían dispuestos a calmar la situación. A Elaina solo le quedaba esperar que su enfrentamiento no se agravara.
A pesar del estado ruinoso de la mansión, su gran tamaño obligó a los tres a caminar una buena distancia antes de llegar a un amplio espacio abierto. Los ojos de Elaina se abrieron de par en par, sorprendida, al contemplar el impecable campo de entrenamiento, un marcado contraste con el resto de la finca.
—Este lugar está sorprendentemente ordenado —comentó.
—Es porque necesito entrenar aquí todos los días. En lugar de limpiar las habitaciones que no se usan, les pedí que mantuvieran esta área —respondió Lyle.
Al mencionar el entrenamiento diario con la espada, Leo se burló para sus adentros. ¿Qué podría saber ese bruto sobre entrenamiento con la espada?
¿Entrenas todos los días? ¿A qué hora? —preguntó Elaina con curiosidad.
—Al amanecer. Vengo aquí en cuanto me despierto.
—Interesante. Mi padre no es guerrero, así que no sabe mucho de esgrima. ¿Qué tipo de entrenamiento haces al amanecer?
Leo miró a Elaina con incredulidad.
—¿Por qué preguntas?
«¿Desde cuándo te interesa tanto la esgrima?»
En todos los años que habían crecido juntos, Elaina jamás había mostrado interés en el entrenamiento con espada de Leo. Verla ahora, tan cerca de Lyle y charlando sin parar, lo dejó con una sensación de dolor y traición.
—¿Qué tiene de impresionante el entrenamiento con espada que practica todo espadachín? —preguntó Leo dirigiéndose a Lyle—. Yo también entreno a diario. Aunque solo sean las «travesuras de los nobles», es más que suficiente para manejar la espada de Su Gracia.
Lyle sonrió con sorna ante la expresión desafiante de Leo.
—Parece que mis palabras le han ofendido. Por eso, me disculpo.
Su actitud indiferente solo avivó aún más la ira de Leo. ¿Acaso no se da cuenta de lo exasperante que es?
—No, no os disculpéis. Sinceramente, no estoy seguro de lo efectivo que pueda ser entrenar con la espada en solitario, suponiendo, claro, que hayáis entrenado bien. El entrenamiento con la espada debería llevar tus músculos al límite, no solo con unos cuantos golpes casuales.
Lyle interrumpió antes de que Leo pudiera terminar.
—Parece que me equivoqué.
Leo, a punto de continuar su diatriba, se detuvo en seco, desconcertado por el repentino comentario de Lyle. Lyle rio suavemente, con la mirada fija en Leo.
—Pensé que había venido aquí a entrenar, no a charlar sin rumbo.
—¿Qué dijisteis? —La mano de Leo tembló levemente. No estaba acostumbrado a que le hablaran con tanto desdén.
—Como sugirió, veremos si solo he estado blandiendo mi espada casualmente una vez que crucemos espadas.
Leo le lanzó una mirada venenosa y terminó su pensamiento anterior.
—Estoy seguro de que el entrenamiento que habéis recibido no está a la altura. Sin alguien que os enseñe sistemáticamente, eso es de esperar.
La mirada de Lyle se desvió hacia el estoque que Leo llevaba en la cintura.
—Usa un estoque. Bueno, si le falta fuerza, una espada más ligera es mucho más fácil de manejar sin cansarse.
Falta de fuerza. Era lo último que Leo quería oír.
—Solo los necios creen que blandir una espada a lo loco hará que su oponente detenga mágicamente cada golpe. Ni siquiera comprenden que una estocada es mucho más efectiva que un tajo.
Leo enfatizó la palabra «tontos» al hablar, mirando a Lyle con férrea determinación. Lyle sostuvo su mirada con calma, sin que su sonrisa se viera afectada por la hostilidad de Leo.
Athena: Solo puedo decir… hombres.
Capítulo 39
Este villano ahora es mío Capítulo 39
—¿No es demasiado? —le susurró Leo a Elaina, que caminaba a su lado con los brazos cruzados. Elaina lo miró, como si le preguntara qué quería decir—. Quiero decir, ¿por qué estás aquí conmigo en lugar de con tu prometido?
—Oh, bueno, es un poco incómodo, ¿sabes?
—¿Qué es exactamente lo que te resulta incómodo?
—Si alguien que alguna vez participó en una conversación sobre el matrimonio asiste a la boda, la gente podría chismear y desviar la atención de Diane.
Leo miró a Elaina, desconcertado.
—¿Y a mí me parece bien? Yo también le propuse matrimonio una vez a Lady Redwood.
—Eso es diferente. Había unos veinte más, ¿verdad? ¿Cómo puedes vivir si te preocupas por cada detalle? —Elaina lo reprendió por ser demasiado cauteloso, lo que hizo que Leo negara con la cabeza con resignación.
Ambos se dirigieron a la gran catedral de la capital. Dentro del vasto santuario, flores frescas adornaban el espacio, dando la impresión de que una gran cantidad de primavera había sido rociada allí, a pesar del persistente frío invernal afuera.
Elaina presenció la boda de Diane y Nathan con alegría. Tal como lo había prometido, Diane estaba celebrando la boda más espléndida de la capital.
—¿Qué tengo que hacer?
—¿Qué quieres decir?
—Me siento como si estuviera a punto de llorar.
—No seas ridícula. Si empiezas a llorar, te dejo aquí. —Leo, aunque horrorizado al pensar en su llanto, le entregó un pañuelo—. ¿Por qué te has interesado tanto por Lady Redwood? —preguntó, desconcertado por la repentina preocupación de Elaina por Diane desde su debut, que había tenido lugar menos de seis meses atrás.
El repentino cariño de Elaina fue difícil de comprender para Leo, quien había crecido con ella.
—Hoy es aún más intenso, ¿sabes? —añadió.
—No puedo evitarlo. Al fin y al cabo, es una boda.
Nadie más sabía qué clase de vida había llevado Diane en “Sombra de Luna”. La boda de hoy era la felicidad que Diane, el personaje del libro, anhelaba, aunque la verdadera Diane no lo supiera.
—Leo, ¿recuerdas cuando te dije que seguía teniendo el mismo sueño?
—Ah, eso. ¿No dijo el médico que era solo un síntoma neurótico? ¿Te sientes mejor?
—Sí. Parece que el doctor tenía razón. Hoy no tuve ese sueño.
Sombra de Luna.
Al principio, cuando tuvo el sueño, fue confuso, y cuando se dio cuenta de que no era solo un sueño, se preocupó por el destino de Diane. Cada vez que leía ese libro en sueños, le dolía el corazón. Pero después de que se decidiera el matrimonio de Diane, los sueños ya no la atormentaban. Cuanto más se abría la brecha entre el sueño y la realidad, más en paz se sentía.
El sueño era solo un sueño, después de todo, y la verdadera Diane no estaba triste. Quizás por eso, como sugirió el médico, los sueños se volvieron cada vez más tenues. Anoche, por primera vez en mucho tiempo, durmió profundamente sin soñar.
Probablemente no volvería a leer ese libro. El futuro de Diane con Nathan estaría lleno de felicidad y amor, no de tristeza y soledad.
«Tal vez ese sueño fue la manera que tuvo Diane de pedir ayuda».
Ese pensamiento de repente cruzó su mente.
Tal vez los sentimientos de Diane la habían alcanzado y le habían pedido a cualquiera, a alguien, que la ayudara.
Sintiéndose inusualmente sentimental, Elaina dejó escapar una suave risa.
—Bueno, ya no importa, ¿verdad?
Lo que importaba era que Diane, frente a ella, sonreía radiante y feliz.
Bajo la bendición del oficiante, Nathan y Diane se dieron un dulce beso. Elaina aplaudió con entusiasmo, más que nadie, por su brillante futuro juntos.
—¡Diane, felicidades! Me alegro mucho por ti.
—¡Elaina! Muchas gracias por venir. —Diane, al borde de las lágrimas, abrazó a Elaina con fuerza.
—¿Diane?
—Elaina, eres como un regalo de Dios. Te prometo que, siempre que me necesites, estaré a tu lado. Prometo ser alguien en quien puedas confiar, como tú lo has sido para mí.
—No llores. Hoy, más que nadie, necesitas ser la más hermosa. Este es tu día, Diane.
Elaina le dio una suave palmadita a Diane en la espalda. A pesar de tener los ojos llenos de lágrimas, Diane logró contenerlas y sonrió radiante.
—No lloraré.
—Como ya te casaste primero, tendrás que contármelo todo después. Claro que la mía será mucho más sencilla, un pequeño evento familiar, a diferencia de la tuya.
—Lo haré —asintió Diane con entusiasmo. Una vez terminada la boda, aún quedaban la recepción y muchos otros eventos por delante. Sabiendo que no podía retener a Diane por más tiempo, Elaina se despidió con un gesto de la mano.
—Anda ya. Nos vemos a menudo antes de que te vayas a Hennet.
—Sí, vamos. Te enviaré una carta enseguida. Muchas gracias por estar aquí.
Diane le hizo un gesto a Leo, que estaba cerca, antes de regresar apresuradamente con quienes la esperaban. Necesitaba cambiarse el vestido de novia por el de la recepción, con pasos rápidos y expectantes. Elaina la observó un buen rato, absorbiendo la escena.
—Volvamos, Elaina. —Leo tiró suavemente del brazo de Elaina. Si derramaba una sola lágrima en aquella catedral abarrotada, sería el tema de conversación durante semanas. Para evitar los inevitables chismes, Leo pensó que lo mejor era irse antes de que surgieran problemas.
Elaina había insistido en asistir a la boda y le había pedido a Leo que la acompañara, así que él había ido a la finca Winchester temprano por la mañana para traerla. Dado que habían viajado en el carruaje de la familia Bonaparte, era lógico que la llevara de regreso por el mismo camino.
Poco después, Leo ayudó a Elaina a subir al carruaje y luego subió él mismo. Dio una orden clara al cochero:
—Llévanos a la finca Winchester.
Sin embargo, Elaina lo corrigió rápidamente:
—No, no a la finca Winchester. Llévanos a la residencia del archiduque Grant.
—¿Qué?
—Se suponía que nos veríamos hoy. Ha pasado tiempo desde la última vez que nos vimos.
Aunque frunció el ceño, Leo finalmente asintió, indicándole al conductor que siguiera su petición. El conductor cerró la puerta rápidamente y puso el carruaje en marcha.
—Elaina, para ser honesto, todavía no puedo aceptarlo.
—¿Qué no puedes aceptar?
—Tu decisión. ¿En qué estabas pensando cuando decidiste casarte con el archiduque Grant? —El tono de Leo se tornó serio, su expresión se ensombreció al hablar. No podía comprender qué la había llevado a tomar esa decisión.
Elaina frunció el ceño, cansada de oír el mismo sermón una y otra vez.
—Basta. Mis padres ya dieron su consentimiento. ¿Por qué te opones tanto?
¿No es obvio? No es que no haya otros hombres por ahí... —Su voz se fue apagando, incapaz de pronunciar las palabras «el hijo de un traidor». Pero su rostro delataba sus verdaderos pensamientos, y a Elaina no le costó descifrar lo que quería decir.
—Eso es solo prejuicio —señaló, refiriéndose a la actitud de Leo—. No entiendo por qué a Sarah y a ti os cae tan mal. Cuando lo conoces, no es tan raro. Es más razonable de lo que crees.
—Basta. Prefiero seguir ignorante, así que no te molestes en explicarme —replicó Leo con irritación. No entendía por qué debía escucharla si ella nunca seguía sus consejos.
—Terco como siempre.
—Mira quién habla. —Leo se encogió de hombros—. ¿Quién hubiera imaginado que la hija de un duque tendría tan poco juicio? Si insistes en meterte en apuros a pesar de mis advertencias, no me queda más remedio que dejarte en paz.
—Suena como si estuvieras seguro de que seré infeliz.
—¿Seguro? No. Estoy convencido. —Leo miraba a Elaina con seriedad—. ¿Puede un pez sobrevivir fuera del agua? ¿O puede un león vivir pastando en lugar de cazar? De eso mismo hablas. Es como un pez que intenta vivir en tierra o un león que decide comer hierba de ahora en adelante.
—Las personas son criaturas sociales. Así como los plebeyos y los nobles viven vidas distintas, los nobles también deben relacionarse con quienes comparten su rango. No se trataba de superioridad, sino de comprensión. Así como un pez que vive en el agua no puede respirar, sería increíblemente difícil para dos personas nacidas y criadas en mundos completamente diferentes vivir bajo el mismo techo.
—No vengas a llorar después diciéndome que deberías haber escuchado.
—Eres demasiado prejuicioso. ¿Cuántas veces te he dicho que tienes que arreglar eso? —Elaina negó con la cabeza, visiblemente exasperada.
Leo era un gran amigo para ella, pero su mentalidad excesivamente aristocrática era un problema. Tal como ella había mencionado antes, Leo, quien solo se relacionaba con personas de estatus similar, parecía haber tildado a Lyle de indigno incluso antes de conocerlo.
—Sería genial que os llevarais bien. Después de todo, os veréis bastante a menudo en el futuro.
—¿Yo? ¿Llevarme bien con él? ¿Por qué? —La voz de Leo rezumaba incredulidad.
Elaina continuó, su expresión suavizándose hasta convertirse en la de un guardián que intenta calmar a un niño testarudo.
—Lyle planea formar una orden de caballeros. Naturalmente, como subcomandante de la Guardia Imperial, tendrás muchas oportunidades de cruzarte con él.
—¿Una orden de caballeros? —se burló Leo, chasqueando la lengua—. Una orden de caballeros, entre otras cosas. Qué absurdo. ¿Una familia al borde del colapso intentando crear una orden de caballeros?
La conversación entre ellos terminó ahí. Pero a medida que el carruaje seguía su camino, el humor de Leo solo empeoró.
Una orden de caballeros.
Cuanto más lo pensaba, más le repugnaba. La idea de que una institución tan noble como una orden de caballería pudiera pertenecer al hijo de un traidor, un carnicero en el campo de batalla, era un insulto.
Para cuando el carruaje llegó a la residencia del archiduque, Leo estaba furioso. El carruaje se detuvo y Elaina frunció el ceño al ver a Leo descender tras ella.
—¿De qué se trata esto?
—Ya que estoy aquí, ¿no debería presentarme al futuro marido de mi amiga?
Elaina lo miró con una expresión perpleja, incapaz de comprender el repentino cambio de actitud de Leo después de que él acababa de declarar que no tenía intención de asociarse con Lyle.
Capítulo 38
Este villano ahora es mío Capítulo 38
Dos días después, un joven se encontraba en la entrada de la finca Redwood, respirando hondo. Nathan Hennet, con las manos ligeramente temblorosas, extendió la mano y llamó a la puerta.
Su cabello, antes rebelde, ahora estaba cuidadosamente peinado hacia atrás con pomada, y en lugar de su habitual bata desgastada, llevaba un traje que le resultaba extrañamente raro. Apenas unos días antes, un paquete de Salón Marbella había llegado a la torre de la academia. Aunque no se conocía el nombre del remitente, Nathan supo fácilmente que provenía de la señora que lo había mirado con fiereza.
Dicen que los chismes corren más rápido y más lejos sin piernas. Fiel a eso, la noticia de las propuestas de matrimonio en torno a Diane Redwood también llegó a Nathan. Parecía una extraña coincidencia que este revuelo hubiera ocurrido justo antes de que él pudiera proponerle matrimonio a Diane, pero a pesar de los nervios, Nathan finalmente se armó de valor para visitar la finca Redwood.
—Uf.
Mientras volvía a respirar profundamente, la puerta se abrió con un clic.
—Entonces, ¿has venido a proponerle matrimonio a mi hija?
El marqués recibió a Nathan con un entusiasmo inesperado. Nathan, que temía ser rechazado en la puerta, se sintió desconcertado por la cálida recepción.
—Sí, señor, es correcto.
—¿Y de qué familia vienes? —Los ojos del marqués brillaron con un dejo de expectación, lo que hizo que Nathan se sintiera un poco desanimado, pero respondió con resolución.
—El vizcondado de Hennet.
—Mmm. No recuerdo haber oído ese nombre. No eres de la capital, ¿verdad?
—No, somos de las afueras.
—¡Ya veo! ¡El vizcondado de Hennet, de las afueras! ¡Ja! —El marqués rio con ganas, dando una palmada al reposabrazos del sofá, con una alegría inconfundible. ¿Por qué le alegraba tanto saber que Nathan no era de la capital?
Tras una breve carcajada, el marqués se retorció el bigote, observando al joven que tenía delante con evidente satisfacción. Qué afortunado que alguien como Nathan hubiera llegado en un momento tan oportuno.
—Creo que mencionaste que eres botánico.
—Sí, es correcto —respondió Nathan, intentando mostrarse seguro. Explicó que, con algunos resultados en su investigación, podría conseguir un puesto como profesor de la Academia en unos años.
El marqués asintió como si estuviera considerando las perspectivas.
En realidad, al marqués le traía sin cuidado si Nathan Hennet se convertía en profesor o no. Una pequeña familia noble y rural como los Hennet no le interesaba, y el puesto de profesor (un título honorífico con escaso poder o riqueza) le resultaba aún menos atractivo. Normalmente, alguien como Nathan no justificaría un encuentro personal con el marqués. Pero como posible esposo para Diane, la situación era diferente.
La mirada del marqués recorrió a Nathan, evaluándolo. La piel del joven, pálida y seca por pasar demasiado tiempo en la torre, delataba una salud precaria. El comportamiento de Nathan era apacible, y el marqués lo notó.
—Así que has venido a pedirle matrimonio a mi hija. ¿Cuánto esperas de dote? —preguntó el marqués, tanteando el terreno.
No esperaba que una familia tan modesta como los Hennet exigiera una dote cuantiosa, pero dada la cantidad de sinvergüenzas con los que había lidiado últimamente, no podía estar seguro. Algunos habían hecho exigencias desmesuradas a pesar de su origen humilde, así que no le extrañaría que Nathan hiciera lo mismo.
Nathan pareció sorprendido y negó con la cabeza rápidamente.
—¿Una dote? Nunca lo había pensado.
El marqués encontró profundamente satisfactoria la respuesta inocente de Nathan.
—¿Nunca lo habías pensado? ¡Ja! Veo que has estado demasiado absorto en tus estudios. Qué ingenuo. Bueno, entonces, ¿quieres que te haga una oferta?
El marqués mencionó una suma que era la mitad de lo que le había ofrecido previamente a Lyle Grant. Como padre, negociar el matrimonio de su hija no era precisamente honorable, pero si podía ahorrar dinero, ¿para qué abrir la cartera más de lo necesario?
Al oír la cantidad, Nathan palideció. Se quedó sin palabras y el marqués chasqueó la lengua para sus adentros, decepcionado.
«Había esperado algo mejor de alguien del campo, pero parece que no es tan desorientado financieramente como había pensado».
Si Nathan decidía reconsiderarlo y marcharse, sería una pérdida enorme para el marqués. Si dejaba escapar a este joven, se vería obligado a casar a Diane con una de las familias que exigían cinco veces la dote, o peor aún, lidiar con la familia Bonaparte, que insistía especialmente.
Los Bonaparte, a pesar de ser una simple familia condal, ostentaban más poder e influencia que el Marquesado de Redwood, que solo había cobrado relevancia en la última década. El marqués no podía apartar el recuerdo de su reciente encuentro con Franz Bonaparte, hermano mayor de Leon, durante una reunión de la Cámara de los Lores.
—¿Cuándo podemos esperar una respuesta formal a la propuesta de mi hermano?
Franz había presionado insistentemente al marqués, con un tono inequívoco. Leon Bonaparte había exigido una dote diez veces superior a la oferta original, la más alta de todos los pretendientes. Rechazarla podría significar enemistarse con el poderoso Bonaparte, dejando al marqués en una situación precaria.
Pero ahora, Nathan estaba aquí: una oportunidad oportuna que el marqués no podía permitirse perder por una miseria. Con la mente acelerada, el marqués decidió cambiar de táctica y suavizar el tono para mantener a Nathan en el anzuelo.
—Debes pensar que mi oferta fue demasiado baja —empezó el marqués, casi con tono persuasivo—. Claro que no hablaba del todo en serio. Solo estaba tanteando qué clase de hombre pedía la mano de mi hija. Al fin y al cabo, incluso en el campo, los gastos no son triviales. ¿Qué tal si duplicamos la oferta original?
Una vez más, Nathan dudó, moviendo los labios antes de responder finalmente:
—No necesito dote. El honor de que Lady Diane se case conmigo es más que suficiente.
Las palabras de Nathan eran sinceras. La idea de tener a Diane como esposa, algo con lo que jamás se había atrevido a soñar, hacía que todo lo demás fuera insignificante.
Pero el marqués, siempre calculador, no se creyó las palabras de Nathan al pie de la letra. Le pareció que Nathan insinuaba que una cantidad tan pequeña de dinero estaba por debajo de su valor.
La sonrisa en el rostro del marqués se arrugó al gritar:
—¡Bien! El triple, pero no más.
—Pero eso no es… Creo que hubo algún malentendido —balbució Nathan, intentando aclararlo.
—¿No estás aquí para proponer matrimonio?
—Sí, lo estoy, pero…
Nathan asintió, aún desconcertado por la situación. Si Elaina hubiera estado observando, probablemente se habría sentido frustrada por su indecisión, pero al marqués, el comportamiento de Nathan le pareció astuto, como una serpiente jugando a la mala.
«Este joven es astuto», pensó el marqués. «No es un negociador cualquiera».
Aunque Nathan parecía imperturbable, el marqués sintió que la presión aumentaba, sabiendo que no podía permitirse dejar pasar esta oportunidad.
Con una mirada desesperada, el marqués observó a Nathan, dominado por los nervios. Finalmente, cerró los ojos y suspiró, haciendo una última oferta.
—De acuerdo. Eres un excelente negociador para ser tan joven. También me aseguraré de que Diane tenga acceso a fondos propios. Ahora, dame una respuesta. ¿Estás aquí para negociar o para proponer matrimonio?
Nathan, ansioso por ver que cada intento de aclarar las cosas sólo parecía aumentar la dote, dudó nuevamente.
—De acuerdo —dijo Nathan finalmente, incapaz de hacer nada más—. Pero en cuanto a la dote...
—Deja que nuestra familia lo decida. ¿Me lo propones o no? ¡Solo respóndeme! —El arrebato del marqués dejó a Nathan con una sola opción.
Los círculos sociales, habitualmente inactivos durante la temporada baja, de repente se encendieron con fervor, y el centro de esta emoción no era otra que Diane Redwood.
Diane siempre había sido una dama reservada, que rara vez participaba en eventos sociales. Sin embargo, al acercarse la nueva temporada social, era evidente para todos que Diane sería la estrella. Los rumores de su compromiso roto con el archiduque Grant, debido a Lady Winchester, aún estaban vigentes cuando surgió otra ola de intrigas: un grupo de jóvenes nobles de familias prominentes había llegado a la finca Redwood para proponerle matrimonio.
Todo el mundo especulaba sobre qué familia elegirían el marqués y la marquesa. Cada pretendiente provenía de un entorno distinguido, así que, sin importar a quién eligieran, se consideraría una pareja respetable.
El marqués y la marquesa eran recibidos con admiración dondequiera que iban, aunque también había un considerable interés en cómo reaccionarían las familias nobles rechazadas. Muchos especulaban que estas familias desairadas no se tomarían el rechazo a la ligera.
Pero el giro más sorprendente llegó al final. El marqués y la marquesa finalmente eligieron no a un noble de la capital, sino a Nathan Hennet, el segundo hijo de una familia de vizcondes que gobernaba una pequeña finca rural.
—Por el bien de la felicidad de nuestra hija, fue una decisión difícil pero necesaria.
La marquesa afirmó que el carácter tranquilo e introvertido de Diane no era adecuado para el exigente papel de señora de una gran familia noble. Enfatizó que habían elegido a una pareja basándose en quién le brindaría a Diane la mayor felicidad, no en el tamaño ni la influencia de la familia.
Los círculos sociales elogiaron la decisión como un acto de gran amor y sacrificio. Muchos admiraron al marqués y la marquesa por priorizar la felicidad de su hija por encima de todo, incluso si eso significaba renunciar a un matrimonio más ventajoso.
Quienes conocían a Nathan Hennet elogiaron el excelente criterio del marqués, destacando lo bien que Diane y Nathan se complementaban. Comentaron cómo sus naturalezas, igualmente amables y reservadas, prometían un matrimonio armonioso y amoroso.
—De hecho, fue una decisión necesaria —se jactaba el marqués, a menudo con una copa en la mano—. Es difícil ver a una hija, criada con tanto cariño, mudarse, pero si la felicidad de Diane está fuera de la capital, entonces debemos dejarla ir.
La decisión de pasar por alto a un archiduque y a otras numerosas familias nobles estimadas para elegir a un humilde botánico de una modesta familia de vizcondes había tomado por asalto el mundo social.
Athena: Hay que ver cómo Elaina te la ha jugado jajajajajaja.
Capítulo 37
Este villano ahora es mío Capítulo 37
La duquesa de Winchester captó la mirada de la marquesa y dijo con una cálida sonrisa:
—El hecho de que la hija del marqués haya crecido tan bien es enteramente gracias a usted, marquesa.
Todas las miradas en la sala se volvieron hacia la marquesa, quien, sorprendida, se apresuró a responder.
—Oh, no, yo…
—Pero, debo decir que me enteré tarde de las conversaciones matrimoniales entre el archiduque Grant y Lady Redwood. Me preocupaba mucho que las acciones imprudentes de mi hija la pusieran en una situación difícil —continuó la duquesa con un tono de sincera disculpa—. Sin embargo, ahora me siento mucho mejor. Me enteré de lo que pasó hoy. De verdad, felicidades, marquesa Redwood.
—¿Qué pasó hoy? Duquesa, ¿qué quiere decir? —Los presentes intercambiaron miradas curiosas entre la duquesa y la marquesa.
—Bueno, no sé si debería ser yo quien dé la noticia. No es exactamente un secreto, y estoy segura de que pronto se sabrá por toda la ciudad —empezó la duquesa, mirando brevemente a Diane antes de continuar—. He oído que muchos nobles visitaron hoy la finca Redwood para proponerle matrimonio a Lady Redwood. Se dice que fueron más de diez.
—Ah... ¿en serio? —respondió la marquesa, con la voz apagada. No esperaba que la duquesa sacara a relucir la misma noticia que ella misma planeaba divulgar.
—Parece sorprendida de que lo sepa —comentó la duquesa con una sonrisa cómplice—. Bueno, el segundo hijo del conde Bonaparte es muy cercano a mi hija.
—Dios mío, ¿estás diciendo que Leon Bonaparte…?
—Sí, escuché que fue el primero en visitar la finca Redwood hoy.
Un murmullo de asombro se extendió por la sala cuando las damas, perdiendo momentáneamente la compostura, comenzaron a susurrar entre sí. La familia Bonaparte era un linaje antiguo y poderoso con una importante influencia política.
—¡Oh, qué maravilloso, marquesa!
—¡Felicidades, la familia Bonaparte! ¡Qué gran combinación! Y el segundo hijo, nada menos, es el subcomandante de la Guardia Imperial, ¿verdad? He oído que incluso lo están considerando para el puesto de comandante.
Los ojos de las mujeres nobles brillaron de envidia cuando la duquesa enumeró varias familias prominentes, y cada nombre provocó expresiones de admiración.
—Desde que fracasaron las conversaciones matrimoniales anteriores, he estado muy preocupada. Incluso oí rumores extraños de que Lady Redwood podría acabar en un convento, y tanto el duque como yo perdimos el sueño durante días —añadió la duquesa con un suspiro, con un tono cargado de preocupación. Pero entonces sus ojos se iluminaron—. Pero al escuchar las noticias de hoy me di cuenta de que esos rumores no eran más que tonterías. Claro, no había nada de cierto en ellos, ¿verdad, marquesa?
La marquesa, sorprendida por la mención del convento, miró fijamente a la duquesa, quedándose momentáneamente atónita. La palabra convento le provocó un escalofrío que la dejó incapaz de responder.
Al percibir la vacilación de la marquesa, la condesa Deaver intervino rápidamente.
—¡Claro que no! Con tantas propuestas de matrimonio, un convento está descartado. Sería un insulto para todas las familias que se han propuesto matrimonio, ¿no?
Las demás mujeres nobles asintieron en señal de acuerdo, haciéndose eco de los sentimientos de la condesa Deaver.
—De hecho, rechazar a familias tan prestigiosas significaría romper lazos con ellas para siempre. Y con tantas casas distinguidas interesadas en su hija, no hay razón para enviarla a un convento, a menos que estuvieran decididos a arruinar su futuro —intervino otra noble, mirando a la marquesa.
—Todo esto es gracias a lo bien que ha criado a su hija, marquesa.
—Exactamente. Espero que mi hija salga tan bien como Lady Redwood. Recibir propuestas de matrimonio de familias tan prominentes, y no solo de una o dos, es un honor increíble.
La sala bullía de admiración, y las nobles competían por expresar su envidia hacia la marquesa. En semejante contexto, ¿cómo iba a mencionar enviar a Diane a un convento?
La marquesa sonrió radiante y estrechó suavemente la mano de Diane. Diane se estremeció ante la inesperada calidez del gesto, sintiendo una suave palmadita en la mano.
—Con solo hijos varones que criar, tener una hija más tarde en la vida no ha sido fácil. Pero viendo lo bien que ha salido, no podría estar más agradecida —dijo la marquesa, dirigiéndose a las demás damas presentes—. En cuanto a esos extraños rumores sobre que Diane va a un convento... No tengo ni idea de dónde empezó semejante disparate. Claro que me aseguraré de que la emparejen con la familia que mejor se adapte a sus necesidades. Mi único deseo es la felicidad de mi hija.
El rostro de la marquesa era la imagen misma de una madre devota y amorosa mientras hablaba.
—¿De qué cojones estás hablando?
El marqués miró a su esposa como si acabara de decir algo completamente absurdo. La marquesa, irritada por su reacción, replicó con dureza.
—Bueno, ¿qué se suponía que debía decir? ¿Cómo iba a decirles que mandamos a nuestra hija a un convento porque somos demasiado tacaños para pagar su dote?
—Aun así, ¿esperas que acepte que estos sinvergüenzas nos extorsionen solo para verla casada?
—¿Y crees que podría haberlo gestionado de otra manera? ¿Habría sido capaz de decir algo así si estuviera en mi lugar durante una reunión de la Cámara de los Lores?
El marqués guardó silencio. Si hubiera considerado la situación desde su perspectiva, habría sabido que él también se habría visto limitado por el decoro. La marquesa suspiró profundamente, como diciendo: «¿Ves?»
—La gente tiene razón. No es que rechazaran todas las propuestas. Hoy vinieron innumerables pretendientes. A menos que pensemos enemistarnos con todas esas familias, no podemos enviar a Diane a un convento ahora.
—Pero aun así, ¿qué se supone que debemos hacer con la dote?
—No hay otra opción. ¿Sabes cuánta gente me envidiaba, diciendo que había criado tan bien a mi hija?
La emoción de haber disfrutado momentáneamente de la admiración de las mujeres nobles, eclipsando incluso a la duquesa de Winchester, aún persistía en la marquesa.
Por mucho que le disgustara la idea de gastar tanto en una dote, sabía perfectamente que, si enviaban a Diane a un convento ahora, esas miradas envidiosas se convertirían rápidamente en miradas de desprecio. Soportar semejante humillación era mucho peor que malgastar el dinero.
—Elige la familia que menos te exija. Con eso debería bastar, ¿no?
—Incluso lo mínimo era cinco veces la cantidad original. ¿Tienes idea de cuánto dinero es eso? —espetó el marqués, con la frustración impregnada en su voz. La suma que le había prometido al archiduque Grant era relativamente modesta para la dote de la hija de un marqués, pero multiplicarla por cinco era otra historia.
—¿Entonces qué esperas que haga? Ya me da igual —resopló la marquesa, levantándose de su asiento, exasperada—. Haz lo que quieras. Si quieres arruinar nuestra reputación y convertir a tus hijos en el hazmerreír, adelante, haz lo que te plazca.
Con eso, ella salió furiosa del estudio, dejando al marqués agarrándose la nuca con frustración.
Cinco veces la dote era sin duda una suma considerable, pero no estaba fuera de sus posibilidades prepararla. Sin embargo, al marqués, con su particular avaricia, le resultaba difícil justificar gastar semejante cantidad en Diana.
Además, reunir los fondos necesarios llevaría tiempo. Si retrasaban el matrimonio por no poder aportar la dote, sin duda serían objeto de burla.
Atrapado entre la espada y la pared, el marqués descargó su frustración pateando una inocente mesa auxiliar.
Un golpe en la puerta fue seguido por la entrada de Leo en la habitación de Elaina. Estirándose perezosamente, Leo prácticamente se desplomó en el sofá de Elaina, con una sonrisa burlona en sus labios mientras hablaba.
—Hice lo que me pediste.
—Gracias, Leo.
Leo tuvo que despertarse más temprano de lo habitual para que los acontecimientos de hoy sucedieran. A pesar de bostezar, lo ignoró con indiferencia, como si no fuera nada fuera de lo común.
—No es para tanto. Todos parecían disfrutarlo. Ver al marqués Redwood luchar fue todo un espectáculo —dijo riendo.
Unos días antes, Leo había corrido la voz discretamente entre sus conocidos de confianza, sugiriendo que le propusieran matrimonio a Diane Redwood. Parecía una broma pesada, y para su sorpresa, muchos estaban ansiosos por participar. Pero el espectáculo de casi todos los nobles elegibles de la capital apresurándose a proponerle matrimonio se debía a la petición de Elaina.
—Pero sigo sin entenderlo. ¿Cuál es el verdadero motivo para pedirme esto? —preguntó Leo, con curiosidad. No podía quitarse de la cabeza la sensación de que las intenciones de Elaina iban más allá de simplemente encontrarle un buen marido a Diane.
—El marqués es un hombre avaricioso. Si todos exigen una dote alta, rechazará las propuestas —explicó Elaina, recordando la lamentable situación de Diane, que corría el riesgo de ser enviada a un convento si no se casaba pronto. Leo había accedido a ayudarla debido a la difícil situación de Diane, pero recordando el arrebato del marqués, no estaba convencido de que esto cambiara su destino.
—¿Qué es exactamente lo que estás intentando lograr?
—Como es avaricioso, sabía que se resistiría a pagar una dote tan grande. Así no se verá tentado a casar a Diane con cualquiera —dijo Elaina, arqueando ligeramente las cejas.
Ya había puesto en marcha los siguientes pasos e incluso había solicitado la ayuda de su madre. El motivo por el que la duquesa de Winchester había asistido hoy a la merienda de la condesa Deaver formaba parte del plan.
—¿No me digas que soy parte de esa categoría de “cualquiera”? —preguntó Leo, medio incrédulo.
—Sí —asintió Elaina, como si fuera lo más obvio del mundo.
—Increíble —murmuró Leo, sacudiendo la cabeza con incredulidad. Elaina Winchester era la única persona que lo trataría así.
—¿Qué clase de marido estás intentando encontrar, de todos modos? —preguntó con exasperación en la voz.
—Lo sabrás pronto —respondió Elaina con una sonrisa críptica.
Capítulo 36
Este villano ahora es mío Capítulo 36
—Lyle Grant, ese maldito idiota debe haber estado difundiendo rumores por todas partes —murmuró el marqués apretando los dientes.
La información sobre la dote solo la conocían él y el archiduque. Si se habían extendido los rumores, significaba que uno de ellos había sido ingenuo, y como el marqués no se lo había contado a nadie, el culpable estaba claro.
—Si se fija una dote así para una familia como la del archiduque Grant, seguramente se fijaría una cantidad aún mayor al concertar un matrimonio con nuestra familia.
Los jóvenes que la visitaron ese día habían insinuado lo mismo. Exigieron dotes que iban desde cinco hasta diez veces la cantidad original.
Cuando la marquesa recuperó la compostura, su expresión se volvió dura y fría.
—No seas ridículo. Esa desgraciada no recibirá ni un céntimo más de lo prometido.
—Exactamente. No tengo intención de gastar más dinero del necesario en ella.
La sola mención del dinero provocó una ola de irritación en la marquesa, haciéndola temblar de ira.
—En ese caso, ¡haz lo que te sugerí! ¡Envía a esa chica al convento inmediatamente! —le gritó a su marido.
La idea de aumentar la dote de Diane significaba que habría menos herencia para sus hijos, una noción que la marquesa no podía soportar.
—No soporto la idea, así que mejor que lo manejes con cuidado. ¿Entiendes? ¡Es como si todos estuvieran conspirando para volverme loco!
Dicho esto, la marquesa cerró la puerta de golpe y se fue furiosa a su habitación, con pasos furiosos. El marqués suspiró profundamente, con la frustración grabada en el rostro.
Por la tarde, el marqués le había ordenado a su esposa que llevara a Diane a la merienda a la que asistirían. Su sugerencia la hizo retroceder con disgusto.
—¿Por qué demonios iba a traer a esa chica a la fiesta del té? ¿Estás loco?
—¡Dije que la trajeras!
—No, no lo haré. Te lo digo, mándala al convento mañana y acaba con esto —replicó ella, visiblemente irritada.
El marqués la miró con el ceño fruncido, con la paciencia agotada.
—¿Intentas deshonrar a nuestra familia?
—¿Deshonrar a nuestra familia? ¿De qué estás hablando?
—¿Crees que la noticia de que casi veinte pretendientes se presentaron en nuestra puerta no se ha extendido por toda la capital? ¿Qué pasaría si enviáramos a Diane a un convento después de eso? —replicó.
Su esposa guardó silencio, dándose cuenta de la verdad de sus palabras. Tenía razón. Con casi veinte pretendientes que venían a proponerle matrimonio, no había forma de justificar el envío de Diane a un convento ahora.
—Pero no podemos gastar esa cantidad de dinero —protestó.
—Lo sé. Ya pensaré en cómo solucionarlo más tarde. Por ahora, llévate a Diane y hablad de lo que pasó hoy. Quedará mucho mejor si está presente en la fiesta —insistió.
Después de todo, excluyendo las exigencias de la dote, tener veinte pretendientes era todo un logro y un importante motivo de orgullo. La marquesa entrecerró los ojos, pensativa.
De hecho, criar a una hija codiciada era señal de alto estatus entre las mujeres de la nobleza. Aunque quizá no le mostrara mucho cariño a Diane, el hecho de que veinte pretendientes la hubieran atraído la elevaría tanto como una joya costosa o un vestido lujoso.
—…Muy bien —concedió finalmente la marquesa, asintiendo con renuencia.
Diane se retorcía las manos nerviosamente. La idea de salir con la marquesa la inquietaba. Normalmente, la marquesa le avisaba con antelación, pero esta salida repentina era la primera vez.
—Deja de perder el tiempo y sube al carruaje. Vamos a llegar tarde por tu culpa —espetó la marquesa, mirando a Diane desde el interior del carruaje con clara desaprobación.
Sorprendida, Diane se recompuso rápidamente y subió al carruaje. Incluso después de partir, la marquesa continuó regañando.
—Tú.
—¿S-sí?
—Mantén la cabeza alta y deja de juguetear con tu falda. ¿Crees que te voy a comer? De verdad, eres una molestia. ¿Piensas comportarte así delante de los demás también?
—N-No, lo siento. No lo haré —balbució Diane, alisándose apresuradamente la falda arrugada. La marquesa chasqueó la lengua, irritada.
—Incluso vestida con ropa fina, no puedes evitar verte desaliñada. Quizás sea cierto que el nacimiento no se puede ocultar. ¿Y te preguntas por qué soy tan reacia a gastar dinero en tu atuendo? —añadió, entrecerrando los ojos amenazadoramente mientras lanzaba una amenaza apenas disimulada—. Si cometes un solo error hoy, puedes olvidarte de cenar esta noche.
Diane asintió dócilmente; una leve, casi imperceptible sonrisa apareció en las comisuras de sus labios antes de desaparecer.
Olvídate de la cena. La vieja amenaza, una que había oído innumerables veces desde la infancia, le parecía especialmente hueca hoy.
Saltarse una comida ya no era el castigo tan grave que había sido antes. El hecho de que la marquesa aún considerara que tal amenaza tenía algún peso no hacía más que subrayar la poca atención que le prestaba a la vida de Diane.
—Tendré cuidado, madre —respondió Diane suavemente.
La palabra «madre» hizo que la expresión de la marquesa se contrajera con disgusto. Si hubiera podido deshacerse de Diane en ese preciso instante, lo habría hecho sin dudarlo.
¿Por qué las cosas habían resultado así? Se dio la vuelta bruscamente, sin querer seguir hablando con Diane.
—¡Dios mío! ¡Marquesa Redwood, ya llegó! —exclamó la efusiva condesa Deaver, saludándolas con entusiasmo. La marquesa respondió con una cálida sonrisa, y la severidad que había mostrado en el carruaje se desvaneció como si nunca hubiera existido.
Fingiendo ser una madre cariñosa, tomó a Diane del brazo y la atrajo hacia sí. Con cariño, dijo:
—Hoy traje a mi hija conmigo. Espero que esté bien.
—¡Oh! Claro que sí, qué maravilla. Cuantos más, mejor en una merienda. Solo tengo que pedirle al mayordomo que traiga otra silla —respondió la condesa alegremente.
—¿Ah, sí? Parece que tienen bastantes invitados hoy —observó la marquesa, señalando la necesidad de asientos adicionales. Su tono denotaba orgullo, como si estuviera presumiendo.
Como si anticipara la pregunta, la condesa Deaver asintió con entusiasmo y respondió rápidamente:
—¡En efecto! ¿Sabe quién está aquí hoy? ¡Nada menos que la mismísima duquesa de Winchester! ¿Se lo imagina? ¡La duquesa asistiendo a una merienda que yo ofrezco! ¡Qué honor!
Los ojos de la condesa Deaver brillaron de alegría, sus manos estaban entrelazadas como si estuviera soñando y sus palabras brotaban en un torrente rápido.
—¿Está aquí la duquesa? —preguntó la marquesa, con evidente incredulidad.
«¿Por qué?»
No entendía por qué la duquesa asistiría a una merienda tan modesta. Al fin y al cabo, si bien ella misma estaba allí por conocer a la condesa, esta reunión estaba muy por debajo de los estándares habituales de la duquesa.
Pero, para no desanimar a la anfitriona, la marquesa forzó una sonrisa y la felicitó. Radiante de orgullo, la condesa Deaver las condujo al interior.
Mientras la marquesa era conducida por el pasillo, su ánimo ya estaba agriado. La sola presencia de la duquesa de Winchester bastaba para eclipsar todo lo demás, acaparando toda la atención.
Al entrar en la sala, la mirada de la marquesa se posó de inmediato en la duquesa, sentada a la cabeza de la reunión. Los demás invitados se apiñaban a su alrededor, compitiendo por su atención, deseosos de intercambiar palabras con alguien de su talla.
«Esto no tiene sentido», pensó la marquesa con el ceño ligeramente fruncido mientras soltaba discretamente la mano de Diane. Esperaba que traer a Diane atrajera la atención, pero con la duquesa allí, eso parecía imposible.
Sin embargo, los acontecimientos tomaron un giro inesperado.
En el momento en que la duquesa de Winchester encontró la mirada de la marquesa, se levantó de su asiento para saludarla.
—Dios mío, la marquesa de Redwood está aquí y trajo a su hija con ella —dijo la duquesa con calidez.
La marquesa, sorprendida, la saludó con torpeza.
—Es un honor conocerla, duquesa.
—No hay necesidad de tantas formalidades. ¿Podrían hacerme un lugar, por favor? Marquesa, señorita, vengan, por favor.
A petición de la duquesa, las demás damas de la nobleza se apartaron, dejando espacio para que la marquesa y Diana se sentaran cerca de la cabecera de la mesa. Que les ofrecieran asientos tan cerca de la duquesa significaba que las consideraba invitadas importantes.
Aunque al principio se sorprendió, la marquesa no pudo evitar sentirse complacida por el gesto. Las miradas envidiosas de los demás invitados la hicieron levantar un poco la barbilla. Diane y la marquesa se sentaron junto a la duquesa y comenzaron a disfrutar del refrigerio.
—Tenía muchas ganas de conocerte. Es nuestra primera vez, ¿verdad? Te llamas Diane, ¿verdad? —preguntó la duquesa.
—Sí, Su Gracia. Me llamo Diane Redwood.
—Mi hija ha hablado muy bien de ti. Elaina mencionó que ha hecho una amiga maravillosa: alguien amable, hermosa y con tanta gracia y madurez que recordé tu nombre por sus elogios.
Las mejillas de Diane se sonrojaron levemente. Nunca había recibido semejantes cumplidos en público, y oírlos de la duquesa, que era tan encantadora como Elaina, la dejó tímida e insegura de cómo responder.
—¡Qué joven tan encantadora ha criado, marquesa! Es como una flor —intervino uno de los invitados, sumándose al coro de elogios.
La mirada de la duquesa se detuvo en Diane por un momento más antes de centrarse en la marquesa.
Capítulo 35
Este villano ahora es mío Capítulo 35
Temprano por la mañana, la marquesa de Redwood le pidió a su criada que le aplicara crema en la cara. La criada, siempre aduladora, comentó con una sonrisa:
—Señora, hoy tiene la piel particularmente suave.
—¿Ah, es así?
—Sí, señora. Supongo que es porque se ha sentido muy a gusto últimamente. Parece al menos cinco, no, diez años más joven.
La marquesa rio entre dientes, con una risa resonante. De hecho, como había dicho la criada, se había sentido muy relajada estos días. Después de veinte años lidiando con Diane, que había sido como una espina clavada en su uña, por fin estaba a punto de librarse de ella.
Puede que a su esposo le disgustara que el compromiso de Diane con el archiduque Grant se hubiera frustrado, pero a la marquesa no le preocupaba en absoluto. A pesar de las ambiciones de la familia, no soportaba la idea de ver a esa desdichada pavoneándose como la archiduquesa.
—Ya falta poco, ¿verdad? —preguntó la criada con tono sugerente. La marquesa asintió con una sonrisa de satisfacción.
—En efecto. Menos de un mes, creo. He hablado con el marqués y la enviaremos a un convento muy, muy lejos de la capital. A algún lugar donde no vuelva a cruzarse con nosotros en esta vida.
La marquesa siempre había sido rápida en despedir a cualquier criada que llamara la atención de su esposo, desterrarla de la casa sin pensárselo dos veces. Pero la madre de Diane había sido diferente. Había sido una simple sirvienta, haciendo tareas domésticas como lavar la ropa y los platos, alguien en quien la marquesa ni siquiera se había molestado en fijarse. No fue hasta más tarde que se dio cuenta de que la mujer había sido más hermosa de lo que jamás había imaginado.
Al recordar a la madre de Diane, que ya había fallecido hacía tiempo, la marquesa frunció el ceño.
—Señora, no frunza el ceño. ¿Por qué dejaría que una simple chica le arruinara el ánimo? —susurró la criada con dulzura. La marquesa respiró hondo y forzó una sonrisa.
—Tienes razón. No dejaré que algo así me altere. ¿Qué hay en la agenda para hoy?
—Sí, señora. Esta mañana tiene previsto asistir a la reunión del club de lectura de la condesa Settemba...
Fue entonces cuando se desató una conmoción.
—¡Señora! ¡Ha ocurrido algo terrible!
El sonido de alguien corriendo por el pasillo llegó a sus oídos antes de que el mayordomo irrumpiera en la habitación, con el rostro pálido de miedo.
—¿Qué es todo esto? ¿Qué ha pasado?
—A-algunos invitados… Ja… quiero decir, han llegado invitados —tartamudeó el mayordomo, luchando por recuperar el aliento.
—¿Invitados? ¿Esperábamos visitas hoy? —preguntó la marquesa, intercambiando una mirada con la criada, quien negó con la cabeza. No había visitas programadas para hoy.
—No fueron programados con antelación.
Las palabras del mayordomo resultaron extrañas, y la marquesa frunció el ceño, instándolo a explicarse con más claridad. El mayordomo, aún jadeante, continuó rápidamente.
—Han venido a proponerle matrimonio a la señorita Diane. Un grupo grande.
—¿Propuestas de matrimonio? ¿Un grupo grande? ¿A qué te refieres?
—Creo que debería salir y verlo usted misma. Todos le están esperando en el vestíbulo, a usted y al marqués.
Con esto, el mayordomo se apresuró a informar al marqués, dejando a la marquesa en un estado de desconcierto.
Mientras bajaba las escaleras, vio lo que había en el vestíbulo y la dejó momentáneamente sin palabras.
Uno, dos, cinco, diez… Más de diez hombres se habían reunido en el vestíbulo, charlando entre ellos. Uno de ellos vio a la marquesa al bajar y la saludó con fuerza.
—¡Marquesa!
Más de veinte pares de ojos se fijaron al instante en la marquesa mientras bajaba las escaleras. Sorprendida, forzó una sonrisa y continuó bajando, con la mente acelerada mientras observaba los rostros de quienes se habían reunido en su casa. Cada rostro le resultaba familiar, perteneciente a los descendientes de familias poderosas e influyentes; rostros que difícilmente podía ignorar.
«¿Qué demonios hace toda esta gente aquí…?»
Mientras observaba la sala con torpeza, un hombre se adelantó del grupo y le hizo una reverencia. Vestía el uniforme rojo de la Guardia Imperial, una figura que la marquesa conocía bien.
Con una cabellera dorada y brillante que relucía como la luz del sol y penetrantes ojos azules, su apariencia era tan impactante como su prometedor futuro sugería. Cuando sonrió, la marquesa apartó la mirada rápidamente. Era tan joven como para ser su hijo, pero su aspecto era tan cautivador que le dio un vuelco el corazón.
—Buenos días. Soy Leo, el segundo hijo del conde Bonaparte. Es un honor conocerla, marquesa —la saludó.
—Oh… sí, por supuesto —balbució, intentando ocultar su sorpresa mientras extendía la mano.
Leo le tomó la mano y la besó suavemente. Luego preguntó:
—Hemos venido a visitar al marqués, pero no hemos recibido ninguna indicación, así que todos hemos estado esperando aquí. ¿Tardará mucho más?
—Ah, bueno... el marqués... —dudó, al darse cuenta de lo temprano que era. No era hora de recibir visitas, y probablemente el marqués ni siquiera se había levantado.
De repente, la marquesa se dio cuenta de que acababa de aplicarse la crema matutina y que, por lo demás, no llevaba maquillaje. Aturdida, se dio la vuelta rápidamente y se cubrió la cara con las manos.
—Espere un momento, por favor. Iré a informarle al marqués yo mismo.
—Gracias, marquesa.
Mientras subía apresuradamente las escaleras, los hombres intercambiaron miradas, con expresiones que insinuaban una diversión compartida y tácita, como si todos compartieran algún secreto. Pero la marquesa, demasiado absorta en su propia vergüenza, hizo caso omiso de sus miradas cómplices.
—Mmm. Esto sí que es inusual —murmuró el marqués al bajar finalmente al vestíbulo unos treinta minutos después, ya completamente vestido y sereno.
Observó la escena con el ceño fruncido. Su esposa y el mayordomo le habían informado de que habían llegado unos diez invitados, pero ahora el número parecía haber aumentado a casi veinte jóvenes de pie ante él.
El marqués entrecerró los ojos, observando atentamente a la asamblea. Todos estos jóvenes provenían de familias prominentes, nombres que cualquier persona de posición social reconocería.
«Esto es muy extraño».
Estas eran las mismas familias que habían mostrado poco interés cuando inicialmente le propuso matrimonio a Diane. Entonces, ¿por qué habían aparecido de repente, insistiendo en proponerle matrimonio ahora?
A pesar de su confusión, el marqués sabía que no era un mal giro de los acontecimientos. Acariciándose el bigote, esbozó una leve sonrisa de satisfacción.
Después de todo, los hombres podían ser tan sencillos, y a menudo valoraban la belleza de una mujer tanto como su linaje. Él había guardado celosamente el dudoso origen de Diane, asegurándose de que la familia pareciera unida y respetable desde el exterior. Aunque aún existían rumores sobre su verdadero origen, lo que importaba era el creíble título de "hija del marqués".
—Entonces, todos han venido a proponerle matrimonio a mi hija —dijo en voz alta.
Un hombre en particular llamó la atención del marqués: Leon Bonaparte, segundo hijo del conde Bonaparte y subcomandante de la Guardia Imperial. Su familia era tan distinguida como su atractivo aspecto sugería. Ante las palabras del marqués, Leon sonrió y asintió.
—Sí, es correcto —respondió Leo.
—Pero si ni siquiera conoces a mi hija —dijo el marqués, entrecerrando aún más los ojos, intentando adivinar las intenciones de Leo.
Sin embargo, la sonrisa de Leo permaneció impenetrable, sin revelar nada de sus pensamientos.
—¡Mmm! Bueno, escuchemos lo que tienes que decir —cedió finalmente el marqués.
Poco después, unas voces fuertes surgieron del estudio.
—¡Fuera! ¡Ahora mismo! ¡Sinvergüenza!
El grito enfurecido del marqués fue tan fuerte que se oyó fuera del estudio, provocando que los hombres que esperaban su turno intercambiaran miradas divertidas. Incluso Leo, al ser acompañado fuera del estudio, compartió la risa silenciosa.
—He oído que es bastante protector con su hija, marqués, pero parece que no es del todo así —comentó Leo con calma.
—¡Fuera! ¡Sal de una vez! —bramó el marqués, con el rostro rojo de furia, mientras Leo hacía una reverencia cortés y salía del estudio.
Explosiones similares se escucharon en el estudio casi veinte veces mientras los otros jóvenes tomaban sus turnos.
Cuando todos los invitados se marcharon, el marqués se quedó solo en el estudio, con el rostro teñido de rojo y morado por la ira. La marquesa, tras despedir al último visitante, corrió hacia él.
—¿Qué demonios te tiene tan molesto? ¿No es esto justo lo que querías? —preguntó perpleja.
Después de todo, fue el propio marqués quien insistió en que enviaran a Diane a un convento, alegando que era la mejor solución. Ella no entendía por qué estaba tan furioso.
—Con tantos pretendientes potenciales, ¿por qué estás tan enojado?
—¿Pretendientes? ¡Ja! ¡No son más que unos ladrones!
El marqués no pudo contener más su ira y arrojó su taza de té contra la pared. La taza se hizo añicos con un fuerte estruendo, lanzando pedazos por todas partes.
El mayordomo entró corriendo con una escoba para limpiar el desorden, pero la marquesa todavía estaba desconcertada.
—¿Ladrones? Todos eran de familias de gran prestigio —reflexionó, repasando mentalmente la lista de jóvenes que la habían visitado, intentando identificar a los más prometedores; no para Diane, por supuesto, sino para el futuro progreso de sus hijos.
—¡No estarías tan tranquila si supieras lo que se atreven a pedirme! —espetó el marqués, alzando la voz con frustración. Su esposa, igualmente exasperada, dio una patada en el suelo.
—¿Qué pidieron exactamente? —preguntó.
Apretando los dientes, el marqués escupió su respuesta:
—Quieren que la dote de Diane se quintuplique.
La marquesa se quedó boquiabierta. Se quedó allí, atónita, intentando procesar lo que acababa de oír, con la mente dando vueltas por la incredulidad.
Capítulo 34
Este villano ahora es mío Capítulo 34
Nathan sabía que debía apartar a Diane. Pero, una vez más, no pudo. En lugar de apartarla, sus brazos, insensatos, la abrazaron con más fuerza.
—¿Esto también está fuera de mi rango? —preguntó Diane con voz ligeramente temblorosa.
—Diane... —La voz de Nathan estaba llena de confusión y vacilación. Diane respiró hondo, intentando tranquilizarse.
—Mi vida siempre ha sido una serie de resignación y rendición. Sí, soy igual que tú. Hui porque no tuve el valor de enfrentar tu rechazo. Pero… Elaina me dijo que, si hay algo que no he dicho, debería soltarlo todo para no arrepentirme.
En ese momento, una idea cruzó por la mente de Diane. Si se rendía ahora, como siempre lo había hecho, ¿cuánto lamentaría este momento dentro de diez, veinte o treinta años?
Si regresara ahora lo único que le quedaría sería el convento.
Debería regresar; normalmente, se habría resignado y lo habría hecho. Pero los sentimientos que aún albergaba por Nathan eran demasiado fuertes, y eso le impidió bajar las escaleras. Estaba atrapada a mitad de camino, incapaz de avanzar ni retroceder.
Llorar no cambiaría nada.
Huir tampoco cambiaría nada.
La única manera de cambiar algo era a través de la acción.
Así como las acciones de Elaina la habían transformado, Diane esperaba que sus acciones también transformaran a Nathan. Derramó toda su sinceridad en cada palabra que pronunciaba.
—¿Puedes decirme de verdad que no te vas a arrepentir? No puedo. Ya me arrepiento de no haberte hablado más, de no haberte intentado convencer con más ahínco, de no haberte gritado que dejaras de mentir. Incluso mientras bajaba las escaleras, solo sentía arrepentimiento.
Nathan se apretó las sienes doloridas con los dedos, con voz áspera al hablar.
—Tu padre... Fue el hombre que, hace diez años, lideró la lucha para detener la rebelión del archiduque Grant, elevando su título de barón a marqués de un salto. Un hombre como yo jamás cumpliría sus expectativas.
Pero Diane negó con la cabeza en silencio.
—No es eso lo que pregunto. No importa si soy hija de un marqués o no. Te pregunto si puedes vivir sin arrepentirte de este día.
Era una pregunta que no hacía falta. Incluso sin las palabras de Diane, Nathan sabía que su vida estaría llena de arrepentimiento después de hoy.
Su cariño había crecido con el tiempo, intercambiado a través de innumerables cartas. Aún recordaba aquel momento en el oscuro jardín, cuando ella lo sobresaltó. A pesar de la sorpresa, le había dado un pañuelo y curado su herida con tanta amabilidad que ya se había enamorado de ella.
Y ahora, allí estaba ella, de pie frente a él. La mujer que creía no volver a ver le preguntaba si realmente podía vivir sin arrepentirse de ese día.
Su silencio fue una respuesta en sí mismo.
Diane extendió la mano con cautela y tomó la de Nathan. Él se estremeció y sus miradas se cruzaron.
—Seamos valientes, aunque sea un poquito. Hagamos todo lo posible para no arrepentirnos de nada. Para que, al recordar este día, no nos quedemos con preguntas de "¿y si...?"
La determinación en los ojos de Diane era tan firme como el apretón de su mano sobre la suya. Fue suficiente para que incluso el cobarde Nathan Hennet reconociera sus sentimientos y encontrara el coraje que le faltaba.
Elaina, que esperaba en un banco bajo la torre, no aguantó más. Había pasado demasiado tiempo y la preocupación la carcomía. Justo cuando estaba a punto de subir a la torre, la puerta se abrió y apareció Diane.
—¡Diane! —gritó Elaina, corriendo hacia ella. Al ver las lágrimas en el rostro de Diane, la observó con preocupación—. ¿Estás bien? ¿Por qué tardaste tanto? ¿De qué hablaron?
Los ojos de Diane estaban hinchados y rojos, pero sonrió levemente ante la preocupación de Elaina. Los ojos de Elaina se abrieron de par en par, alarmada.
—¡No me digas que las cosas no salieron bien otra vez! ¡Ay, ese hombre! Es un inútil, ¿verdad? Diane, Nathan Hennet te quiere de verdad. Es un cobarde de remate. Espera, voy a hablar con él...
Diane agarró suavemente el brazo de Elaina y sacudió la cabeza.
—No, salió bien.
—Pero tus ojos…
—Te lo explicaré todo en el camino, Elaina —dijo Diane, con el rostro aún enrojecido y sus ojos hinchados arrugándose en una suave media luna mientras sonreía.
Una vez dentro del carruaje, Elaina instó a Diane a que le contara todo. Aunque ya podía adivinar que todo había salido bien solo por la expresión de Diane, aún quería escuchar la historia de primera mano.
—Dije todo lo que tenía que decir, tal como lo sugeriste —comenzó Diane, contando cómo finalmente había expresado sus sentimientos, incluido todo el resentimiento que había estado conteniendo.
El rostro de Elaina se iluminó de admiración.
—¡Bien por ti! Eso es justo lo que debiste haber hecho. Si fuera yo, ¡quizás le habría dado una bofetada! No fuiste nada dura.
—Gracias, Elaina. Todo es gracias a ti —dijo Diane con sinceridad, y su gratitud se hizo patente.
Elaina se rascó la cabeza, un poco avergonzada.
—Oh, no hice gran cosa.
—Sin ti, ni siquiera habría pensado en venir aquí, y ciertamente no habría tenido el coraje de decirle todo lo que quería a Nathan.
Sintiéndose un poco incómoda por las sinceras palabras de Diane, Elaina cambió rápidamente de tema.
—Bueno, eso ya no importa. Dime qué pasó. ¿Y bien? ¿Qué decidiste?
Presionada por Elaina, Diane se sonrojó levemente antes de responder:
—Dijo que pronto visitaría la finca Redwood. Me va a proponer matrimonio formalmente.
—¡Ah! —chilló Elaina de alegría, olvidando que estaban en un carruaje en movimiento. Abrazó a Diane con fuerza, casi cayéndose, pero no le importó. Diane, animada por la alegría de Elaina, sintió que su propia felicidad crecía.
Sin embargo, pronto una sombra de preocupación cruzó el rostro de Diane, opacando la emoción.
—¿Y si mi padre se opone firmemente? —preguntó, con la confianza que antes sentía. Convencer a Nathan había sido una cosa, pero enfrentarse a su padre era un desafío completamente distinto.
Pero la incertidumbre en sus ojos rápidamente dio paso a un brillo decidido.
—Entonces tal vez…
—¿Tal vez qué? —preguntó Elaina, con los ojos abiertos de sorpresa ante la repentina audacia de Diane.
—Quizás deberíamos fugarnos —respondió Diane con voz firme y seria. Era una sugerencia sorprendentemente atrevida, viniendo de alguien habitualmente tan reservado.
—¿Hablas en serio? —preguntó Elaina aturdida.
Diane asintió con firmeza.
—Sí, hablo en serio. Si mi padre sigue oponiéndose, me fugaré con Nathan. Tendremos una boda sencilla en una pequeña iglesia en el campo. Después de eso, ni siquiera mi padre podría enviarme a un convento.
La voz de Diane rebosaba resolución al hablar, firme en su decisión. Elaina solo pudo parpadear, asombrada por la nueva determinación de su amiga.
«¿Diane siempre fue tan valiente…?»
—Elaina, ¿pasa algo?
—No, no es nada. Solo me sorprende verte así, Diane —respondió Elaina, con una sonrisa en los labios.
Diane se sonrojó al oír sus palabras.
—No deberías decir esas cosas, Elaina. Todo esto es por tu culpa.
—¿Estás diciendo que esto es mi culpa?
—Por supuesto.
Elaina había sido como una piedra arrojada a las tranquilas aguas de la vida de Diane. Las ondas que esa piedra creó se habían convertido en olas, perturbando la tranquilidad que había conocido.
Diane respiró hondo.
—Se siente tan extraño.
Desafiar a su familia, especialmente a su padre, nunca había sido fácil para Diane. Desde muy pequeña, la habían tratado como poco más que una propiedad familiar, criada con la creencia de que debía estar agradecida simplemente por no ser expulsada de la finca. Seguir sus órdenes siempre le había parecido lo más natural. Siempre había creído que su padre tenía el poder de controlar su vida, como si fuera algo natural.
Pero ahora, descubrió que no era tan difícil como había imaginado. La comprensión la sorprendió. Había pensado que desafiar a su padre sería el fin del mundo, pero en cambio, la brisa era fresca, su corazón latía con fuerza de emoción y, lo más importante, tenía una amiga que disfrutaba de su felicidad como si fuera suya.
Oh.
En realidad, no fue gran cosa después de todo.
Por primera vez, Diane sintió como si se hubiera liberado del caparazón que la había envuelto y finalmente hubiera salido al mundo.
—Entonces, si todo esto es culpa mía... supongo que no tengo más remedio que asumir la responsabilidad —declaró Elaina, apretando el puño con determinación. Diane ladeó la cabeza, confundida por las palabras de su amiga.
—¿Asumir la responsabilidad? ¿Cómo?
—El matrimonio es uno de los momentos más importantes de la vida. No puedo aceptar que tengas una boda apresurada solo por la oposición de tu padre. Mereces ser una novia feliz, celebrada por todos en una boda grandiosa y alegre. Ya verás —dijo Elaina, con los ojos brillantes de entusiasmo.
Diane dudó, sabiendo que un escenario tan ideal era poco probable, pero por un momento, se permitió creer en el optimismo de Elaina.
Sin embargo, Elaina no era alguien que hiciera promesas vacías.
Unos días después de su visita a la academia, cosas increíbles comenzaron a suceder alrededor de Diane.
Capítulo 33
Este villano ahora es mío Capítulo 33
Diane estaba sentada a media escalera de la torre, hecha un ovillo con la cabeza hundida entre las rodillas. Elaina dudó, sin saber cómo consolarla. ¿Qué podría decir para aliviar el dolor de su amiga?
—Diane…
—Lo siento, Elaina. Siento que tengas que verme así, con esa pinta de tonta.
Diane lloraba. Elaina, sin saber qué hacer, se sentó con cautela a su lado y le dio una suave palmadita en el hombro. El cuerpo de Diane se estremeció aún más bajo la suave caricia.
—Fue solo mi imaginación —murmuró Diane, con la voz cargada de tristeza—. Creí... de verdad creí que yo también le gustaba.
Diane empezó a contarle sus experiencias con Nathan: cómo se conocieron, las cartas que intercambiaron a través de la paloma mensajera, Gugu. Las cartas, llenas de calidez y amabilidad, se habían convertido en su posesión más preciada. Pero cuando finalmente confrontó a Nathan cara a cara, solo recibió una disculpa.
—¡Qué tontería! Como si a alguien como él le pudiera gustar alguien como yo.
Ante esas palabras, Elaina de repente agarró firmemente los hombros de Diane.
—¿De qué estás hablando? —Elaina no pudo contener su frustración y reveló la verdad que sabía—. Le gustas a Nathan Hennet, Diane. Le gustas de verdad.
Estaba segura de ello. En el futuro, sabía por la "Sombra de Luna", que Nathan se quitaría la vida tras enterarse de la muerte de Diane. No fue la falta de sentimientos lo que lo detuvo; fue la falta de coraje.
Pero… ¿qué importa ahora?
Al final, Nathan decidió ignorar sus sentimientos en lugar de aceptarlos. Decidió dejar ir a Diane.
—Diane, volvamos ahora.
El tiempo había pasado sin que se dieran cuenta. Las escaleras de la torre estaban heladas, y Elaina temía que Diane se resfriara. Pero Diane negó con la cabeza.
—No quiero volver. Si me voy ahora... se acabará todo.
Elaina suspiró profundamente al ver que Diane todavía no podía aceptar el rechazo de Nathan.
—Diane, no puedes quedarte aquí así. Tienes que levantarte. —Elaina la sujetó firmemente del brazo y la ayudó a ponerse de pie. Diane se tambaleó, pero finalmente se levantó, tambaleándose.
Elaina ahuecó la mano sobre el rostro surcado de lágrimas de Diane, obligándola a mirarla directamente. Los rastros pegajosos de lágrimas manchaban las mejillas de Diane. La expresión de Elaina era firme al sostener la mirada de Diane.
—Llorar no cambiará nada. Así que deja de llorar.
Elaina comprendió lo doloroso y chocante que esto debía ser para Diane, pero no podía dejar que su amiga permaneciera sentada en el frío suelo de piedra, sumida en la desesperación para siempre.
—Mira hacia arriba —dijo Elaina, girando suavemente la cabeza de Diane para que mirara los escalones de piedra—. Y ahora, mira hacia abajo.
Elaina giró la cabeza de Diane hacia el otro lado, haciéndola mirar hacia abajo. Luego, con cuidado, soltó el rostro de Diane.
—Tienes dos opciones, Diane. Puedes subir o puedes bajar. O te enfrentas a Nathan de nuevo, por muy difícil que sea, o bajas conmigo y regresas a casa. Quedarse sentada en medio de las escaleras sin hacer nada no es una opción.
—Yo…
—Si no puedes decidir, yo lo haré por ti. Volvamos. Si nos quedamos aquí más tiempo, te resfriarás. —Elaina empezó a jalar la mano de Diane, instándola a irse. Pero de repente, Diane la apartó bruscamente.
—¡Oh! Lo... lo siento, Elaina. No quise... —Diane se disculpó rápidamente, sorprendida por su propia reacción. Pero Elaina la miró con dulzura y aprobación.
—Esa es tu respuesta, Diane. Ahora, subamos. Si queda algo por decir, dilo. No dejes ningún arrepentimiento.
Alentada por el apoyo de Elaina, la tristeza en los ojos de Diane comenzó a desvanecerse y fue reemplazada por una nueva determinación.
Diane abrió la puerta sin llamar. Nathan estaba ordenando el desorden de papeles esparcidos por la habitación. Al girarse y ver a Diane allí, palideció.
—¿Por qué… por qué está aquí de nuevo?
Él apartó la mirada rápidamente, buscando las palabras, como si temiera que ella hubiera olvidado algo. Sus evasivas hicieron que Diane apretara los puños con fuerza.
Dio un paso adelante, intentando calmarse.
«No te emociones. Volviste para no arrepentirte, así que dile con claridad lo que quieres decir. Agradécele los buenos recuerdos. Deséale salud y felicidad en el futuro».
Pero cuando Diane finalmente estuvo frente a Nathan, las palabras que salieron de su boca fueron completamente diferentes.
—¿Por qué lo hiciste?
Nathan parpadeó, confundido por la acusación en su voz.
—¿Qué quiere decir...?
—¿Por qué lo hiciste ese día? Ese pañuelo... podrías haberlo tirado. ¿Por qué lo devolviste?
Diane sabía lo patética que sonaba al exigir respuestas así. Era una forma humillante de dejarle su última impresión. Solo le estaba dando más motivos para sentirse aliviado de no haberse involucrado con ella.
No, ella le estaba preguntando a la persona equivocada por qué.
Si había que atribuir la culpa, la mayor parte recaía sobre ella. El problema era su insensato corazón, que se había enamorado de un hombre cuyo rostro apenas conocía. Incluso después de oírlo todo, tras verlo declararse indigno de la hija del marqués, seguía sin poder desprenderse de ese apego obstinado.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Diane, pero se obligó a no dejarlas caer.
Agarrándose el vestido, le gritó a Nathan:
—No debiste haberlo hecho. Si no te importaba, si no sentías lo mismo, ¡no debiste haberlo hecho! ¿Pensaste... creíste que era divertido jugar conmigo?
Alzó la voz, algo que nunca había hecho delante de nadie. Su rostro se sonrojó por el esfuerzo, y la paloma, Gugu, sobresaltada por sus gritos, batió las alas y salió volando por la ventana.
El rostro de Nathan se puso aún más pálido al verla.
—¡Lady Redwood! No fue así. Yo no...
—¿Me estás diciendo que todas esas cartas que intercambiamos no significaron nada para ti? ¿Se supone que debo creerlo? ¿Cómo puedes ser tan cruel? Si me rindo ahora, ¿se acabó todo?
Mientras se abría, Diane recordó a alguien que le había dicho algo parecido, no hacía mucho. Elaina estaba furiosa, insistiendo en que no podía renunciar a su futuro simplemente porque su padre lo había decidido.
«Así que así es como se siente», pensó Diane. La frustración y la ira... así es como se siente.
Se mordió el labio y fulminó a Nathan con la mirada.
—Solo una vez. Solo una vez más, te lo pregunto. ¿Es cierto? ¿De verdad no sientes nada por mí?
—¿Qué quieres de mí? ¿Sentimientos? Si los tengo… si los tengo, son sentimientos que no debería tener. ¿Por qué… por qué sigues torturándome? —Nathan se frotó la cara con frustración y continuó—: Conozco los nombres de las familias a las que tu padre les propuso matrimonio. Son prestigiosas, mucho más allá de cualquier cosa con la que la familia Hennet pudiera compararse. Mi familia es solo una pequeña casa noble del campo, ni de lejos de tu estatus. ¿Cómo podría confesar que te amo?
—Eso no es lo que estoy preguntando.
Diane se acercó un paso más.
—Nathan Hennet, quiero conocer tu corazón.
Nathan no pudo contenerse más.
—Maldita sea. —La maldición se le escapó como una confesión susurrada—. Me gustas. Me importas profundamente. Te he apreciado profundamente, y por eso me he atrevido a soñar más allá de mi posición. Pero los sueños están hechos para despertar, y las cartas que intercambiamos fueron un error mío. Un segundo hijo de un vizconde y la hija de un marqués... esto es imposible...
Antes de que pudiera terminar, Diane se arrojó a sus brazos.
Sorprendido, Nathan la abrazó instintivamente para evitar que se cayera. Mientras la sostenía, el aroma a flores que emanaba de ella llenó sus sentidos, y se sintió incapaz de decir una palabra más.
Capítulo 32
Este villano ahora es mío Capítulo 32
La vida de un botánico distaba mucho de ser glamurosa. Incapaz de ganar lo suficiente para ser independiente, Nathan había vivido bajo el techo de su hermano incluso después de alcanzar la edad adulta.
Dadas sus circunstancias, no podía permitirse dedicarse a la investigación durante todo el año; en lugar de ello, ayudaba a cuidar los cultivos de la aldea durante las temporadas agrícolas más intensas y solo lograba venir a la capital durante los meses de verano e invierno.
Si hubiera provenido de una familia adinerada, las cosas podrían haber sido diferentes. Pero en realidad, solo tenía un puesto como profesor investigador, lo que le permitía usar un laboratorio por un tiempo limitado.
—Cucú, cucú.
La paloma mensajera, Gugu, posada en el hombro de Nathan, le picoteó el lóbulo de la oreja, aunque no tan fuerte como para lastimarlo. El ave estaba irritada porque hacía tiempo que no la enviaban a hacer un reparto.
—No, Gugu, ya no puedes ir con ella —murmuró Nathan con voz abatida mientras se frotaba el lugar donde Gugu la había picoteado.
—Cucú, cucú.
Aunque una paloma no podía entender las palabras, Nathan sintió como si el arrullo de Gugu lo estuviera cuestionando: ¿por qué no?
—Pronto se casará con otro. Si sigo contactándola, solo podría complicarle las cosas.
En cuanto Nathan llegó a la capital, escuchó los rumores que se habían extendido como la pólvora. Incluso antes de que se calmara el rumor sobre su posible compromiso con el archiduque, se decía que el marqués de Redwood ya le buscaba un nuevo matrimonio.
Era una dama de familia lo suficientemente distinguida como para ser considerada para matrimonio con un archiduque. Quienquiera que encontraran después seguramente sería de una estatura similar.
—Lo supiste desde el principio. Nunca fue alguien con quien pudiera estar —susurró Nathan para sí mismo.
Cucú, cucú.
Cobarde. Cobarde.
—Aunque sea un cobarde, no hay remedio. No me molestes, Gugu. Necesito concentrarme en mi experimento.
Nathan se encontraba en la sala más alta de la torre más antigua de la academia. Agradecía tener ese espacio, aunque estuviera destartalado. Si se quedaba hasta muy tarde, a menudo tenía que soportar las miradas de los guardias al salir. Sin tiempo que perder, necesitaba terminar el experimento que había planeado para ese día.
Entonces, de repente, oyó una voz.
—¡Qué demonios! Ja... ja... ¿Por qué construyeron... ja... una torre como esta? No es que la academia tenga poco espacio.
Una voz de mujer, jadeante al hablar, sobresaltó a Nathan. Miró hacia la puerta, atónito. Alguien estaba subiendo a la torre.
«¿Quién podrá ser?»
Desde que oyó hablar de Diane, Nathan se había encerrado en la torre, sumergido en su investigación. De hecho, llevaba días sin ver a nadie. Solo salía cuando el hambre lo obligaba a salir a buscar algo de comer.
Los pasos se acercaban a la cima de la torre. Nathan se quedó paralizado al oír que llamaban a la puerta.
—Este es el lugar correcto, ¿verdad? ¿Por qué no oigo nada?
Mientras la voz expresaba confusión, la puerta se abrió de repente.
—Tú…
Las palabras de Nathan se apagaron al reconocer a la persona allí de pie, acompañada de una belleza imponente de vibrante cabello rosa. Era alguien a quien no había podido olvidar ni un instante durante su exilio autoimpuesto en la torre: Diane Redwood.
La habitación en lo alto de la torre estaba hecha un completo caos. El escritorio estaba abarrotado de frascos de vidrio y tubos de ensayo, sin espacio para colocar una mano, y hojas de papel cubiertas de notas garabateadas a toda prisa estaban esparcidas por todas partes.
—¡Cucú, cucú!
La paloma revoloteó y se posó en el hombro de Diane, frotando la cabeza contra su mejilla como si fuera una mascota. Diane acarició torpemente la cabeza del ave, sin saber cómo reaccionar. Elaina tenía razón: ver a Nathan a plena luz del día era completamente diferente del breve vistazo que había tenido por la noche.
«No lo sabía».
En realidad, no lo sabía. No se había dado cuenta de que su cabello era de un rojo tan intenso ni de que era tan alto.
Elaina había dicho que la apariencia no importaba, pero Nathan Hennet era mucho más guapo que cualquier versión que ella hubiera imaginado. A pesar de su ropa andrajosa y el entorno anodino, era impactante.
—¿Cómo… me encontraste aquí?
—Ah, yo… quiero decir…
Tanto Diane como Nathan se tambalearon, incapaces de siquiera mirarse a los ojos. Frustrada por su incomodidad, Elaina habló, mirando directamente a Nathan.
—Cuando tiene invitados, es de buena educación ofrecerles un asiento, ¿no?
—Oh, claro. Esperen un momento, por favor. —Sorprendido por el comentario de Elaina, Nathan cogió apresuradamente un taburete viejo de un rincón de la habitación.
Elaina se sentó en el taburete de madera sin respaldo y alternaba la mirada entre ambos. Diane, que había estado mirando al suelo, captó la mirada de Elaina.
Habla alto.
Elaina pronunció las palabras en silencio. Si no hablaba ahora, quizá no tendría otra oportunidad.
Diane se agarró el dobladillo del vestido y miró a Nathan. Tragando saliva con dificultad, finalmente habló como si ya hubiera tomado una decisión.
—Lleva bastante tiempo en la capital, ¿no?
—…Sí.
—Estaba preocupad porque no había recibido ninguna carta.
Nathan no respondió. Diane dudó antes de continuar.
—¿Escuchó algo que le hizo dejar de escribir?
La pregunta directa dejó a Nathan sin palabras. ¿Qué clase de respuesta esperaba? No podía decirle que desde que se enteró de su paradero, no había podido concentrarse en su trabajo ni animarse a ver a nadie.
—Escuché que el marqués de Redwood propuso un matrimonio entre usted y muchas familias nobles —respondió finalmente en tono seco.
Diane lo miró fijamente.
—La mayoría de esas propuestas han sido rechazadas.
—¿Qué? ¡Eso es imposible!
—Es cierto. Mi padre dijo que, si no aparecían pretendientes, me enviaría a un convento.
Nathan se quedó boquiabierto, sorprendido. Había oído hablar de viudas o ancianas que ingresaban en conventos, pero Diane apenas tenía veinte años.
Al ver la expresión de sorpresa de Nathan, Diane pareció reunir coraje e hizo una confesión.
—No quiero ir a un convento. Porque... porque hay alguien que me gusta desde hace mucho tiempo.
Los ojos de Elaina se abrieron de par en par, sorprendida. Había instado a Diane a ser sincera sobre sus sentimientos, pero no esperaba que su tímida amiga fuera tan atrevida.
Elaina no pudo evitar mirar a Nathan, esperando ansiosamente ver cómo respondería a la confesión de Diane.
—¿Por casualidad… siente algo por otra mujer?
—¡No! No es eso —respondió Nathan rápidamente, apretando los puños con fuerza—. Pero no soy alguien adecuado para usted.
No provenía de una familia prestigiosa ni tenía un futuro prometedor. No era digno de tener a Diane, la querida hija de un marqués, como esposa.
—Fue mi error. Nunca debí haber hecho lo que hice. Solo quería agradecerle su amabilidad esa noche, pero parece que eso provocó un malentendido. Lo siento.
—Entonces... ¿eso significa que no siente nada por mí? —La voz de Diane tembló lastimosamente. Nathan guardó silencio un momento, incapaz de responder.
—Lo siento —dijo finalmente, con palabras cargadas de arrepentimiento.
En cuanto Diane oyó su disculpa, se levantó de golpe. El taburete en el que estaba sentada se volcó con un fuerte estruendo.
Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras corría hacia la puerta. El sonido de sus pasos apresurados resonó por las escaleras antes de que nadie pudiera detenerla.
Elaina, que también se había levantado para seguir a Diane, se volvió hacia Nathan con voz fría y mordaz.
—Gracias por su tiempo, Lord Hennet. Tenía una pequeña esperanza, pero usted la desvaneció por completo.
Su mirada era penetrante mientras lo fulminaba con la mirada.
—Dudar incluso después de enterarse de que podrían enviarla a un convento... siga adelante y viva el resto de su vida como un cobarde. En silencio, como una flor silvestre a la orilla del río, sin que nadie se dé cuenta. Pero recuerde esto: lamentará este momento el resto de su vida.
Con eso, Elaina salió apresuradamente, persiguiendo a Diane por las escaleras.
La puerta se cerró de golpe detrás de ella.
Sobresaltada, Gugu regresó al hombro de Nathan. La tormenta de emociones que había invadido la habitación dejó un silencio denso, pero el corazón de Nathan estaba todo menos tranquilo.
Su mente, antes tranquila, ahora estaba en completo desorden, como un estanque perturbado por la tempestad que Diane había traído consigo.
—Este no es el momento para esto… Necesito concentrarme en mi experimento…
Pero no podía concentrarse. Su mente estaba llena de la imagen del rostro de Diane, herido y tembloroso, mientras asimilaba su rechazo.
Athena: Serás un pelirrojo guapo, pero también un cobarde.
Capítulo 31
Este villano ahora es mío Capítulo 31
—¿No ha habido ni una sola respuesta positiva a pesar de tantas propuestas de matrimonio? Por eso estás molesta. No te preocupes. Si el marqués de Redwood ha propuesto tantos matrimonios, pronto le pedirán matrimonio al caballero que mencionaste la última vez —respondió Elaina, fingiendo ignorar las palabras de Diane.
El día que Diane escuchó que Lyle vendría a proponerle matrimonio, lloró amargamente, confesando que había alguien más que le gustaba.
—No… eso no pasará —respondió Diane débilmente, moviendo apenas los labios.
Ellas dos eran las únicas en la tienda de muebles, ya que todos los demás se habían apartado para darles algo de privacidad a las nobles damas mientras miraban.
Dudando, Diane finalmente le confió su secreto a Elaina:
—La persona que me gusta no tiene el estatus suficiente como para que mi padre lo considere.
Nathan Hennet. El segundo hijo de un vizconde rural. Un hombre que ni siquiera había recibido un título, y cuya profesión era botánico. Su modesta situación no agradaba al ojo perspicaz de su padre.
El día que se habló de la propuesta de matrimonio con el archiduque, se quedó tan sorprendida que rompió a llorar. Pero ahora, poco a poco, estaba asimilando sus sentimientos.
—Solía albergar la esperanza, en el fondo de mi corazón, de que mi padre le propusiera matrimonio. Pero he dejado de albergar esas ideas absurdas. Mi padre lo dejó claro esta mañana durante el desayuno, cuando toda la familia estaba reunida.
—¿Qué dijo?
—Dijo que si todas las familias nobles de la capital rechazan las propuestas, me enviará a un convento.
—¿Qué? ¡Qué barbaridad!
Elaina se levantó de un salto, su ira era evidente. Diane, sorprendida por la furiosa reacción de su amiga, abrió mucho los ojos antes de ofrecerle una débil sonrisa.
—No puedo evitarlo. Si mi padre decide eso, no tengo poder para negarme. Al menos podré asistir a tu boda antes de irme al convento.
—¿Pero cómo puede tu padre decidir tu futuro con tanta arbitrariedad? ¡Es tu vida, Diane! —Elaina la agarró con fuerza—. ¿De verdad te parece bien? Dijiste que tienes a alguien a quien amar. ¿De verdad te parece bien ir a un convento y envejecer allí en lugar de casarte con él?
—Si eso es lo que decide mi padre…
—¡No digas eso!
Elaina sujetó el rostro de Diane, asegurándose de que no pudiera apartar la mirada.
—¿De verdad dices lo que dices?
Diane no podía mentirle a Elaina. Negó con la cabeza en silencio.
Elaina suspiró y soltó el rostro de Diane.
—No renuncies a tu futuro tan fácilmente. No importa lo que diga tu padre, eres tú quien tiene que vivir esa vida. Toma una decisión que no te deje miserable. Sé que tu padre y tu familia pueden parecer intimidantes ahora, pero si simplemente sigues sus decisiones, al final solo te quedará el arrepentimiento.
Reparar el pasado era mucho más difícil que armarse de valor para actuar en el presente. Puede que Diane hubiera evitado casarse con Lyle, pero si no cambiaba, situaciones similares seguirían surgiendo.
—Lo siento. Sé que es frustrante. Lo oigo todo el tiempo... que no tengo ningún mérito, salvo mi físico.
—¿Quién dice eso? ¿Y te quedaste ahí parada y lo aceptaste?
—Pero es cierto... Solo espero que todas las personas a las que mi padre le propuso matrimonio me rechacen. No quiero ser la esposa de nadie si no es él.
—¿Prefieres ir a un convento?
—Sí.
—¡Diane!
Elaina no pudo contenerse más y gritó. La baja autoestima que había sido pisoteada durante tanto tiempo no era fácil de sanar. Al escuchar las palabras resignadas de Diane, Elaina percibió el trato que había sufrido en casa, y eso la hizo apretar los puños con ira.
—Hay otras opciones aparte de esa.
—¿Qué quieres decir?
—Nathan. Hay un futuro en el que también podrías casarte con él.
Diane sonrió débilmente.
—Ese futuro no existe para mí.
Nathan pasaba la mayor parte del tiempo en la finca Hennet y solo venía a la academia en ciertas temporadas de invierno y verano para usar el laboratorio. Ahora que era invierno, no estaba dando clases a los estudiantes, sino que probablemente había regresado a la academia como profesor investigador.
—Probablemente ya haya oído los rumores. La noticia de mi fallida propuesta de matrimonio con el archiduque y de cómo mi padre se está proponiendo matrimonio a todas las familias nobles de la capital. Los rumores han corrido como la pólvora.
Y, sin embargo, no había una sola palabra al respecto en las cartas de Nathan.
—¿Estás enviando cartas?
—Sí, intercambiamos cartas a través de una paloma mensajera. La paloma, llamada Gugu, es muy lista —dijo Diane, forzando una sonrisa mientras entrecerraba los ojos—. Quizás podamos seguir intercambiándonos cartas incluso después de que me vaya al convento, al menos hasta que encuentre esposa...
—Escúchame, Diane. No irás a ese convento —dijo Elaina con firmeza.
En este momento, muchos podrían rechazar las propuestas, calculando sus intereses, pero Diane seguía siendo hija de un marqués. Ese título por sí solo ya era valioso en el mercado matrimonial.
A menos que todos hubieran perdido la cabeza, alguien aceptaría una propuesta pronto. Y si no, seguramente habría alguien que se la propondría directamente a Diane.
—¿Por qué no hablas con Nathan primero?
—No. No puedo cargarte con eso —respondió Diane, con la voz apenas por encima de un susurro.
—No es una carga. —Elaina reprimió su frustración.
Si Diane se casara con otro hombre, Nathan Hennet probablemente se entregaría a su investigación con un fervor obsesivo, volviéndose un recluso. Aunque podría alcanzar un éxito sin precedentes en su campo, con el tiempo, él también se quitaría la vida.
No se trataba sólo de Diane: también se trataba del futuro de Nathan Hennet.
—¿Y qué si es una carga? ¡Debería sentirse agobiado! Después de haberte irritado así, fingir que no lo sabes es una cobardía.
—Elaina…
—No. Deberíamos ir a la academia a verlo. Tienes que hablar con él cara a cara —insistió Elaina.
Diane palideció.
—¿Q-qué? Pero...
—Está en la capital, ¿no?
—Pero sólo lo he visto en persona una vez… —comenzó a tartamudear Diane, relatando rápidamente su primer encuentro.
Se conocieron hacía varios años en un baile. Nathan no había asistido para socializar; estaba allí para recolectar en secreto una planta rara que solo crecía en ese jardín.
Diane se había alejado del baile y se había dirigido al jardín, donde encontró a Nathan susurrando en la oscuridad.
Sobresaltada, gritó, y Nathan, demasiado concentrado en su tarea, se cortó accidentalmente la mano con el cuchillo que sostenía. Diane le ofreció rápidamente su pañuelo para detener la hemorragia, pero temerosa de que la marquesa la sorprendiera sola con un desconocido, huyó del lugar.
El pañuelo le fue devuelto unos días después.
El golpeteo de un pájaro en su ventana la sobresaltó. Cuando Diane la abrió, había una paloma blanca con algo atado a la pata.
—Gugu tenía un pañuelo bien lavado y una carta pegada a la pata. Fue entonces cuando empezamos a intercambiar cartas —explicó Diane, aunque Elaina ya conocía la historia.
—Diane, el hecho de que solo lo hayas visto una vez es parte del problema. Podrías decepcionarte cuando lo vuelvas a ver.
—No, no creo que lo haga.
—¿Cómo puedes estar tan segura? La verdad es que ni siquiera sé si ese hombre es compatible contigo. Pero esta es tu vida, Diane, así que tus sentimientos son lo más importante —dijo Elaina, cogiendo las manos de Diane—. Así que, conócelo en persona. Tienes derecho a elegir tu propio futuro, Diane, no solo a esperar a que alguien más lo decida por ti. Y si no es el indicado, entonces termina la relación y busca a otra persona. Deja también de enviar cartas.
Las palabras de Elaina eran sinceras. No soportaba que Nathan, consciente de la situación de Diane, se contentara con solo intercambiar cartas.
«Cobarde y despreciable cobarde», pensó.
Tras haberle provocado las emociones a Diane, no tuvo el valor de dar el siguiente paso. Por mucho que ella lo criticara en su interior, eso no alivió su frustración.
—Lady Winchester, Lady Redwood. Los muebles que pidieron, en colores brillantes, ya están preparados arriba. ¿Vamos? El dueño de la tienda se acercó, dispuesto a mostrarles los artículos.
Elaina levantó la mano para detenerlo.
—Lo siento, pero tengo que irme hoy. Regresaré en unos días, ¿podrías guardármelos hasta entonces?
El dueño de la tienda asintió con entusiasmo, accediendo a la petición. Elaina tomó la mano de Diane y la acompañó fuera de la tienda.
—E-Elaina…
—Haz lo que te digo, Diane. Habla con él cara a cara; te aclarará los sentimientos —la instó Elaina.
Diane, incapaz de responder, simplemente asintió débilmente después de una larga pausa.
Capítulo 30
Este villano ahora es mío Capítulo 30
—Basta. —Knox agarró el hombro de Elaina mientras ella se arrodillaba para ponerse a la altura de los ojos del chico—. Es solo una broma entre amigos. No lo hagas vergonzoso.
—¿Qué? ¿Una broma? ¿Cómo es que esto es una broma?
—¡N-no! ¡Es broma, de verdad! Somos amigos —convino rápidamente el chico, asintiendo con fervor ante las palabras de Knox—. ¡Nos vemos mañana en la academia! —gritó mientras salía corriendo sin mirar atrás, dejando a Elaina furiosa.
—Knox, tú…
—Estoy bien.
—¿Bien? ¿Cómo puedes estarlo? Hay que darle una lección para que no vuelva a decir esas cosas.
—Comparado con lo que suelen decir, esto no es nada.
Knox arrancó el papel de la mano de Elaina, con expresión amarga.
—No quiero que niños como ese me arruinen el día. Si mi hermano se entera, solo se sentirá peor. Sonrió débilmente, como para restarle importancia, insistiendo en que no era para tanto.
Pero cuanto más le restaba importancia Knox, más ardía la ira de Elaina. La única niña con la que había estado era Marion, y los niños que conocía en los eventos siempre se comportaban de maravilla en su presencia. Nunca imaginó que una niña de diez años pudiera decir algo tan malicioso.
«Esto no es algo que se pueda dejar pasar así como así», pensó. Pero por ahora, decidió contenerse. Hasta que se casara oficialmente con la familia Grant, no le convendría interferir demasiado en sus asuntos.
«Lo primero después de la boda», decidió, priorizando el nombre de Knox, incluso por encima de las renovaciones de la mansión. No había considerado cómo sería la vida de Knox en la academia, y estaba segura de que Lyle, menos atento a esos matices, tampoco.
—De acuerdo, si insistes —concedió finalmente—, pero no habrá una segunda vez. Si alguien, ya sea ese chico o cualquier otra persona, te dice algo grosero, debes decírmelo a mí, o a Lyle, o al menos al mayordomo. ¿Entendido?
—Realmente no es nada…
—¡Es algo! Prométeme que se lo dirás a un adulto.
El tono autoritario de Elaina hizo que Knox abriera los ojos de par en par. Extendió la mano.
—Promételo. No te lo guardarás para ti.
—Uf, en realidad no es gran cosa…
—¡Rápido! O le contaré a Lyle todo lo que vi ahora mismo.
Estaba claro que hablaba en serio. De mala gana, Knox enganchó su meñique con el de ella.
Elaina selló firmemente su promesa con el dedo meñique, reiterando su demanda varias veces mientras caminaban de regreso al carruaje.
—Mira allá.
El carruaje de la familia Winchester, visto con frecuencia por la ciudad últimamente, había llamado la atención de algunos hombres. Un amigo le dio un codazo a otro, instándolo a mirar. Enseguida comprendió lo que su amigo quería que viera.
—Lady Winchester es realmente una mujer impresionante.
—En efecto. ¿Pero es necesario que llegue tan lejos?
Detrás de Elaina Winchester quien salía del carruaje no estaba la imponente figura habitual, sino alguien completamente diferente.
—Esa es Diane Redwood.
A diferencia de Elaina, que caminaba con confianza, Diane parecía encogerse sobre sí misma, con los ojos fijos en el suelo.
—Diane, ¿te encuentras bien? No te ves bien.
La pregunta de Elaina hizo que Diane esbozara una sonrisa incómoda y negara con la cabeza.
—No, es que... estoy un poco nerviosa.
—¿Por qué estar nerviosa? Solo vamos a mirar muebles juntas.
Los hombres no podían creer lo que oían. Diane Redwood, la mujer cuyo compromiso matrimonial había sido cancelado, ahora ayudaba a elegir muebles para la boda de otra mujer con el mismo hombre. No pudieron evitar sentir lástima por ella.
—Pero Elaina, ¿de verdad está bien que alguien como yo ayude a elegir los muebles para ti y el archiduque?
Las palabras vacilantes de Diane no parecieron molestar a Elaina en absoluto.
—Claro que sí. Normalmente, haría esto con el archiduque, pero está muy ocupado y, bueno, tiene un gusto un poco... En fin, dijo que podía elegir lo que quisiera, así que no hay problema.
Elaina entrelazó su brazo con el de Diane, y la imagen era similar a la de un prisionero siendo llevado ante los espectadores.
—No tenemos tiempo que perder. Tenemos muchísimos lugares que visitar hoy. ¡Vamos!
La felicidad de Elaina contrastaba marcadamente con el rostro pálido de Diane.
—¿Oíste eso?
—Claro. Las mujeres son criaturas realmente aterradoras.
A pesar de sentir lástima por Diane, los hombres también encontraron frustrante su pasividad.
—¿Lady Redwood no tiene orgullo?
—¿Qué harías? Tendrías que hacer lo que Lady Winchester quiera por el honor de la familia.
—Cierto. Todos tendríamos que hacer lo posible por complacerla.
Se dieron cuenta de que no reaccionarían de forma muy distinta. Convertir a Lady Winchester en enemiga no era una opción. La idea les dejó un sabor amargo en la boca.
—¿Has oído las últimas noticias?
Con el interés todavía centrado en Diane, un amigo se inclinó más cerca para escuchar las palabras susurradas.
—Dicen que el marqués Redwood está buscando urgentemente una pareja para su hija.
—Yo también lo oí. Pero todas las familias a las que se ha acercado se han negado.
—De hecho, incluso se acercaron a mí con una propuesta.
—Yo también, en realidad.
Se rieron amargamente, negando con la cabeza. Era evidente que el marqués Redwood estaba desesperado.
—¿Por qué tiene tanta prisa en casar a su hija?
—No lo sé. Pero corre el rumor.
—¿Qué rumor?
—Ah, verás, corre el rumor de que Lady Redwood podría no ser la hija biológica del marqués.
—¿Qué?
La voz del hombre se alzó, sorprendida. Su compañero se llevó rápidamente un dedo a los labios, implorando silencio.
—Shh, shh. Es un viejo rumor, nunca confirmado del todo, pero se decía que Lady Redwood era hija de una doncella, no de la marquesa. En realidad, no se parece mucho a la marquesa. Aunque desconozco todos los detalles.
—Esa es una historia muy interesante. Pero si fuera cierta, no explicaría por qué la marquesa la ha protegido tanto todos estos años.
—Entonces, ¿por qué rechazaste la propuesta de matrimonio?
—¿No es obvio? —El hombre la fulminó con la mirada, con tono cortante—. Estuvo prometida al archiduque. ¿Por qué me conformaría con ser el sustituto de una persona tan tosca?
—Es cierto. Es insultante pensar que nos consideren menos importantes que la desmoronada familia Grant. Parece que están diciendo que nuestra familia es aún menos valiosa.
—Exactamente. Además, no me sienta bien aliarse con alguien tan despreciado por Lady Winchester.
—Aunque la fortuna de Redwood es tentadora, simplemente no cuadra.
—Claro que no.
El hombre asintió, temblando ligeramente ante el pensamiento.
—El archiduque tiene un hermano menor, ¿verdad? ¿Qué tal si decoramos su habitación con más alegría?
—Oh, es una idea maravillosa. También me ha parecido que los muebles actuales son demasiado anticuados —coincidió Elaina, pidiéndole al dependiente que les mostrara muebles de madera más brillantes. Diane se sonrojó.
Había pasado todo el día reflexionando sobre la carta de Elaina, pidiéndole ayuda para elegir los muebles.
—Me alegro de haber podido ayudar.
—Oh, por favor. Te agradezco mucho que hayas venido conmigo. Pero ¿de verdad estás bien? Parecías incómoda al bajar del carruaje.
—Oh… eso.
—¿Qué pasa? ¿Qué pasó?
Tras dudar un momento, Diane bajó la cabeza.
—Fue por los hombres que estaban cerca cuando bajamos del carruaje.
—¿Eh? ¿Había hombres? No vi a nadie por ahí.
Elaina estaba tan concentrada en llegar a la mueblería que no prestó atención a quién estaba cerca. Diane le explicó lo que había estado sucediendo últimamente.
—Desde que fracasó la propuesta de matrimonio con el archiduque, mi padre ha estado muy ansioso. Parece desesperado por casarme, pero no le va bien... Esos hombres pertenecían a familias a las que mi padre les envió propuestas de matrimonio recientemente.
Había visto tantos retratos de posibles pretendientes en los últimos días que apenas podía recordarlos. Pero reconoció los rostros de los dos más recientes.
—Parecía que se conocían… No entiendo por qué mi padre les enviaría propuestas a ambos.
Ella siempre había sabido que su propia dignidad le importaba poco a su padre, pero la idea de convertirse en el hazmerreír era insoportable.
Capítulo 29
Este villano ahora es mío Capítulo 29
—Es muy diferente de las tareas que tenía en la academia —comentó Elaina, con una sonrisa en sus labios.
El jardín botánico bullía de actividad. Knox, con aspecto particularmente alegre, ya se había adelantado, ansioso por comenzar su tarea de coleccionar sellos turísticos del jardín recién inaugurado.
—Es agradable salir juntos así, ¿no crees? —preguntó Elaina, volviéndose hacia Lyle.
Lyle asintió. Habían visitado la armería temprano por la mañana para encontrar algo adecuado para Knox. Como Knox aún no había recibido entrenamiento físico, no había muchas espadas apropiadas para él. El cuerpo de Knox no era muy diferente al de Elaina, lo que significaba que carecía de la musculatura necesaria para empuñar una espada correctamente.
Normalmente, Lyle habría esperado a que Knox desarrollara algo de musculatura antes de comprar una espada, pero al ver la expectación en el rostro de su hermano, no podía irse con las manos vacías. Finalmente, Lyle se decidió por un estoque delgado para Knox.
—No sabía que usabas estoques —comentó Elaina.
—No, no lo sé. El estoque es solo para Knox por ahora. La familia Grant tradicionalmente usa espadones —explicó Lyle—. Es solo una herramienta de motivación hasta que desarrolle la fuerza suficiente. La familia Grant es conocida por su esgrima basada en la fuerza.
En el campo de batalla, Lyle empuñaba una espada a dos manos, un arma pesada que requería una fuerza inmensa para arrasar con los enemigos. Aunque quizá no necesitara un arma de fuerza bruta en el futuro, una espada bastarda seguía siendo el mínimo para un Grant.
—Los estoques son espadas elegantes, diseñadas para estocadas y paradas rápidas. Ese no es mi estilo.
—Ya veo —asintió Elaina pensativa, recordando al mejor espadachín del imperio que conocía—. Espero que Knox pronto pueda manejar un tipo diferente de espada.
Lyle rio entre dientes al oír sus palabras.
—No necesitaremos comprar otra espada para Knox.
—¿Qué quieres decir?
—Le pasaré las espadas que usaron nuestro abuelo y nuestro padre a Knox cuando esté listo —dijo Lyle—. El ama de llaves las guardaba. No se atrevió a deshacerse de ellas.
Cuando Lyle mencionó llevar a Knox a la tienda de armas, el ama de llaves lo condujo al sótano donde encontraron muchas espadas valiosas que habían pertenecido a sus antepasados.
—Eso es maravilloso —comentó Elaina.
—¡Oye, daos prisa! ¿Comisteis caracoles o algo así? ¿Por qué vais tan lento? —gritó Knox, saludando desde lejos. Estaba impaciente por terminar su tarea y reunir todos los sellos.
—¿De verdad tenemos que explorar todo este jardín? —suspiró Elaina.
—Probablemente —respondió Lyle.
—Menos mal que llevaba zapatos cómodos. Si no, ya me habría dado por vencida —dijo, devolviéndole el saludo a Knox. A pesar del esfuerzo físico, ver la cara de alegría del niño le dio fuerzas a Elaina—. ¿Nos vamos entonces?
—Parece que estás apoyándote bastante en mí —señaló Lyle.
—Deme un respiro. Estoy muy cansada —respondió Elaina, apoyándose en Lyle mientras caminaban a paso ligero. Su despreocupación hizo que Lyle negara levemente con la cabeza.
Al llegar al siguiente punto de control, alguien ya estaba sellando su papel. Knox, que esperaba en la fila, encontró la espalda de la persona extrañamente familiar.
—Oye, Knox. —El niño que acababa de recibir un sello se dio la vuelta, revelando un rostro que hizo que los hombros de Knox se tensaran.
Una muchacha de cabello plateado, parecida a un conejo, reconoció a Knox y lo saludó alegremente.
—Marion… eh, hola.
—¡Hola! ¡Tú también estás aquí por la tarea! —Marion le sonrió a Knox, pero pronto su atención se centró en la persona que estaba detrás de él.
—¿Elaina? —Los ojos de Marion se abrieron de alegría.
—¿Marion? —La sorpresa de Elaina se convirtió en alegría al levantar a Marion y abrazarla con fuerza—. ¡Cuánto tiempo! Y mírate, tú y Knox tenéis la misma edad, ¿verdad?
Marion asintió, radiante de emoción.
—¡Sí!
Elaina bajó a Marion con cuidado, pensando a mil. Si Marion estaba allí, probablemente significaba que su familia estaba cerca.
—¿Con quién viniste hoy, Marion? —preguntó Elaina, observando nerviosamente la zona.
—Con mi madre. ¿Por qué? —La inocente curiosidad de Marion hizo que Elaina respirara aliviada.
—¿Y tu hermano? ¿No vino?
—¿Leo? No, está muy ocupado hoy.
Elaina sonrió aliviada.
—Bien. Marion, ¿podrías guardar el secreto de que nos vimos aquí hoy?
Marion parecía desconcertada.
—¿Por qué?
—Simplemente porque sí —respondió Elaina con torpeza. No quería explicar que si el hermano de Marion se enteraba de su encuentro sería un fastidio.
—Está bien, no se lo diré a Leo —coincidió Marion, asintiendo con seriedad.
—Qué señorita tan lista eres —dijo Elaina mientras pellizcaba suavemente la mejilla de Marion. Como hija única, Elaina siempre había estado muy unida a la familia de Marion desde pequeña. El hermano mayor de Marion tenía la misma edad que Elaina, pero tener una hermana menor también lo convertía en un hermano mayor para ella.
«Todavía no se lo he dicho bien», pensó. Solo imaginar cuánto la molestaría si se enterara le daba un vuelco la cabeza.
Marion, tras sellar su papel de viaje, le entregó el sello a Knox. Él lo aceptó, murmurando un agradecimiento.
—Nos vemos en la academia, Knox —dijo Marion con una brillante sonrisa mientras saludaba y se alejaba.
«Mírate», pensó Elaina al observar la expresión ligeramente aturdida de Knox. Él dudó, pero finalmente le devolvió el saludo.
—¿Qué estás mirando? —espetó Knox, al darse cuenta de que Elaina lo estaba mirando.
—Nada.
—¡No sonrías!
—No lo hago.
—¡No te rías!
—Está bien, está bien.
Sus divertidas disputas dibujaron una sonrisa en el rostro de Elaina mientras continuaban su recorrido por el jardín.
—Volvamos —dijo Lyle tras sellar el último papel. Miró la hora y calculó que podrían pasar por la confitería y aún así llegar a la finca para cuando le hubiera informado al mayordomo—. Iré a pedir el carruaje. Pueden caminar despacio.
Lyle se alejó con sus largas piernas, dejando que Elaina y Knox caminaran a un ritmo más pausado. Knox parecía preocupado, probablemente pensando en Marion, a quien ya conocían. Refunfuñó un poco antes de preguntarle a Elaina cómo conocía a Marion.
—Marion es la hermana menor de mi amigo. Nos conocemos desde muy jóvenes.
—¿En… serio?
—Es una chica bonita y amable, ¿no?
—Beuno…
Knox se rascó la cabeza y asintió levemente. De repente, sopló una ráfaga de viento, y el folleto turístico del jardín botánico que Knox sostenía salió volando de su mano, esparciéndose a su alrededor.
—Yo lo traeré —dijo Elaina, corriendo rápidamente tras el periódico.
Cuando regresó a Knox, un niño de la misma edad que Knox estaba de pie junto a él.
—¡Oye, mendigo! ¿También estás aquí por la tarea? —El tono burlón del chico hizo que Elaina se detuviera en seco. El chico mayor se rio burlonamente de Knox.
—Estás aquí solo, ¿verdad? ¡Mañana le diré al Sr. Jones que Knox Grant no hizo bien su tarea!
—¡No es cierto! ¡Estoy aquí con mi familia!
—¿De verdad?
Al enterarse de la familia, el niño dudó, mirando a su alrededor con nerviosismo, como si esperara la aparición de Lyle. Al no ver a ningún hombre alto, volvió a sacar pecho.
—¡Ja! ¡Mentiroso! Tu única familia es ese tipo, ¿verdad? ¡El demonio asesino que mató a un millón de personas en la guerra!
—¡No, mi hermano no es así!
—¿Qué sabes? Un nieto es un mentiroso y el otro un demonio asesino. Tu abuelo debió ser un mentiroso y un demonio asesino. ¡Con razón cometió traición!
—¡No, no es así! Si es cierto, tu padre debe ser muy tonto y malhumorado, viendo lo estúpido y desagradable que eres.
—¡Quién, quién eres! —El chico dio un salto al oír la repentina voz a sus espaldas. Elaina lo miró con severidad.
—¿Quién te crees? Soy la familia de Knox —dijo, agachándose para mirar al niño a los ojos.
El niño, al darse cuenta de que alguien había escuchado sus burlas, pareció asustado y apartó la vista de la intensa mirada de Elaina.
—A juzgar por tu cara, debes ser de la familia Verua, ¿verdad?
—¡Agh!
—Es fácil comprobar si Knox miente o no. ¿Quieres venir a confirmarlo tú mismo?
—N-no, yo…
El niño, ahora perdido, recibió una mirada fría y penetrante de Elaina.
Capítulo 28
Este villano ahora es mío Capítulo 28
—Pero tú mismo lo dijiste. Al mayordomo y a las criadas no les importas; solo miran a tu hermano. No puedo perdonarlos por lastimarte.
—¿Hacerme daño? Solo porque mi hermano acaba de regresar y necesita mucha ayuda...
—¿De verdad lo crees?
—¡Sí! ¡Yo…! —balbució Knox, desbordándose de su frustración mientras saltaba de la cama para pararse frente al mayordomo—. ¡No le hables así al mayordomo!
Knox era el único que se tomaba la situación en serio. El personal se mordía el interior de las mejillas, intentando contener la risa desesperadamente. La actuación de Elaina como la villana fue impecable. El personal inclinó la cabeza, disculpándose efusivamente con Knox. En cada ocasión, Knox, pálido, los defendía y regañaba a Elaina.
Solo cuando la última criada, que luchaba por disimular su expresión, se mordió el labio y se puso roja, Knox se dio cuenta de que Elaina estaba fingiendo. Sus orejas se sonrojaron de vergüenza.
Antes de que pudiera expresar su enojo, Elaina despidió al personal. Salió con ellos y se volvió para mirar a Knox.
—No me estoy burlando de ti, Knox. No te enfades. Estas cosas se resuelven más rápido cuando se hablan abiertamente.
Antes de cerrar la puerta, Elaina empujó suavemente a Lyle dentro de la habitación.
—Ahora sois solo vosotros dos, así que hablad —dijo, dejando atrás al sobresaltado Lyle y cerrando la puerta.
Elaina se dio la vuelta, sintiéndose satisfecha, pero quedó sorprendida por las miradas de admiración del personal.
—¿Eh? ¿Por qué me miráis así?
—Oh, nada de nada —respondieron, intentando contener la admiración. Parecían a punto de llamarla “señora” en ese instante, pero se mordieron los labios para no salirse de lugar.
«Increíble», pensó el mayordomo.
Desde el regreso de Lyle, Knox se había mostrado cada vez más rebelde. El mayordomo no sabía cómo manejar al chico, sobre todo bajo las estrictas órdenes de Lyle de dejarlo en paz. Sabía que no era la mejor estrategia, pero se sentía impotente. Sin embargo, en tan solo unos meses, la intervención de Elaina había cambiado por completo la dinámica.
Tal vez ella realmente era lo que la familia Grant necesitaba.
—¿Sabía que el amo estaba afuera? —preguntó una de las criadas.
—No estaba segura, pero presentía que podría estarlo —respondió Elaina.
Cuando hablaron de Knox antes, Lyle tenía la expresión más suave que jamás le había visto.
«Estos hermanos son muy tercos».
Lyle debió de estar preocupado por cómo se sentía Knox después de lo ocurrido en el vestíbulo. A pesar de la diferencia de quince años, era evidente que le preocupaba su relación.
«Probablemente lo escuchó todo.»
Con su agudo oído, desarrollado para la supervivencia, Lyle probablemente oyó todas las palabras llorosas de Knox. La expresión de preocupación en su rostro cuando ella lo empujó dentro de la habitación confirmó sus sospechas.
—Bajemos. Ojalá tengan una conversación seria y se reconcilien. Traje unas hojas de té deliciosas —dijo Elaina.
—¡Oh, eso suena maravilloso!
—Prepararé el té —ofreció otra criada.
—Todavía tengo algunas de las galletas que trajo el archiduque la última vez —mencionó Elaina, ante los entusiastas asentimientos de las criadas, que ahora estaban completamente enamoradas de ella. El mayordomo, aún preocupado, miraba hacia atrás una y otra vez, pero no podía ignorar los deseos de la futura archiduquesa.
—Knox.
Knox se estremeció, incapaz de sostener la mirada de Lyle, y en cambio apartó la vista. La voz de su hermano no sonaba enfadada, pero eso no hizo que Knox se sintiera menos culpable. Sabía lo mal que se había portado. Gritar y llamar calabaza a su invitada, exigiéndole que se fuera, era vergonzoso e inapropiado, y manchaba el apellido Grant.
—Lo siento.
—Lo siento.
Ambos hablaron al mismo tiempo, sorprendiendo a Knox, quien miró a su hermano.
—Debería haberte hablado sobre quitarle el anillo a mi madre. No lo pensé bien —dijo Lyle.
—Yo… bueno…
—Debería haberte contado también sobre Lady Winchester antes.
La declaración de Knox de no querer una nueva familia significaba que siempre había deseado conservar la suya. De repente, las palabras de Elaina en la confitería volvieron a la mente de Lyle.
—Pero tenías quince años cuando fuiste a la guerra. Hasta entonces, creciste rodeado del amor de tu familia.
Lyle se dio cuenta de que estaba tan abrumado por las dificultades que no se dio cuenta de que Knox solo había recibido cinco años del amor de su madre, y ninguno del de su padre ni del de su abuelo. La soledad que sentía Knox era mucho más profunda de lo que Lyle esperaba.
—Independientemente de con quién me case, tú y yo somos familia, y eso nunca cambiará.
La gran mano de Lyle descansaba sobre la cabeza de Knox, su peso se sentía extrañamente reconfortante, causando que las lágrimas brotaran de los ojos de Knox.
—Lo siento, no me di cuenta antes.
—Oh…
—De ahora en adelante, podré pasar más tiempo contigo. Si hay algo que quieras hacer... o incluso si no, si se te ocurre algo.
—Armería.
—¿Qué?
—Quiero ir a la armería —dijo Knox, con la voz aún húmeda por las lágrimas mientras se secaba los ojos con la manga—. Mi madre dijo que la familia Grant es famosa por su excepcional habilidad con la espada. Dijo que cuando mi padre y tú regresarais, yo también podría aprender.
Cada vez que oía historias sobre su hermano, pensaba en pedirle que le enseñara esgrima. Otros niños practicaban con sus padres por la mañana, pero Knox no tenía a nadie. A diferencia de los otros chicos que presumían de sus músculos en crecimiento, el cuerpo de Knox se mantenía flexible.
Cada vez que los envidiaba, pensaba: «Yo también tengo familia. Tengo un hermano».
—De acuerdo. ¿Algo más?
—Quiero ir al jardín botánico. Es para una tarea de la academia. Tenemos que visitar a la familia.
—Está bien. Mañana haré algo de tiempo libre.
—¿De verdad?
Lyle asintió.
—Entonces mañana iremos a la armería y luego al jardín botánico.
—Ya me he comido todas las galletas.
—Pasaremos por la confitería a la vuelta. ¿Algo más?
—…No.
Knox se sintió extraño al oír a su hermano actuar como si le concediera cualquier petición. Intentó apartar la mano que le sostenía la cabeza, pero la mano grande de Lyle permaneció firme.
—Knox —dijo Lyle en voz baja—. Puede que sea mayor, pero ser hermano de alguien también es nuevo para mí. Probablemente habrá más ocasiones en las que no lo haga bien.
Su relación, que debería haber sido natural desde el principio, se estaba reconstruyendo tras una pausa de diez años. Hoy no perfeccionaría su vínculo al instante.
—Cuando eso pase, dímelo directamente. Dime si estás herido o si necesitas ayuda.
—…Bueno.
—Y en cuanto a Lady Winchester, como ya habrás oído, probablemente se marchará de aquí dentro de un año.
Al mencionar esto, Knox asintió levemente.
«Qué mujer tan rara», pensó, pero no le desagradaba.
Las personas que Knox había conocido hasta entonces lo detestaban o lo compadecían. Elaina fue la primera persona diferente.
¿Un año? No entendía por qué, pero ni su hermano ni Elaina parecían dispuestos a dar más explicaciones.
—Sobre mañana —Knox miró a su hermano—. ¿Ella también viene?
—¿Lady Winchester? No, ¿por qué?
—Solo pensé... que sería bueno que ella viniera.
Knox todavía se sentía incómodo haciendo cosas a solas con su hermano. Tener a esa mujer desconocida cerca lo hacía un poco más llevadero. Ella captó rápidamente lo que quería decir.
—¿Quieres que venga con nosotros?
—No realmente, pero… de lo contrario podría aburrirse.
La ceja de Lyle se arqueó ligeramente ante la respuesta vacilante de Knox.
—Le preguntaré. Si no tiene planes, la invitaré.
—…Bueno.
—Lady Winchester te trajo unas galletas de azúcar. Si te sientes un poco mejor...
—¡Vamos! ¡Con tanta charla me dio hambre!
Con un arranque de entusiasmo, Knox abrió la puerta y los guio, casi corriendo hacia el comedor. Al observarlo, una leve sonrisa se dibujó en los labios de Lyle.
Athena: Ay… qué lindos. Son preciosos estos hermanos. Elaina es genial.
Capítulo 27
Este villano ahora es mío Capítulo 27
Los ojos de Knox se movían rápidamente mientras intentaba cambiar sus palabras.
—¡No quise decir fea! Quise decir que pareces una calabaza...
—¿Sí? ¿Cómo? ¿En qué sentido? Mi pelo es rosa, ¿significa que has visto una calabaza rosa? ¿O es el color de mis ojos? Las calabazas son más anaranjadas, y mis ojos, fíjate bien, ¿no son más amarillos? —replicó Elaina, inclinándose para enfatizar su punto.
—¡¿Por qué debería mirarte tan de cerca a los ojos?! —espetó Knox.
—Solo digo que si me llamas calabaza porque crees que me parezco a una, me gustaría saber por qué. ¿Por qué te enojas tanto? —preguntó Elaina con una sonrisa—. Si te molesta, dime dónde has visto una calabaza rosa y la comprobaré yo misma.
—Eso no es… quiero decir, calabaza… —tartamudeó Knox, y su frustración crecía a medida que Elaina seguía haciendo agujeros en su lógica.
Elaina se agachó frente a la cama, apoyando la cara en el borde para mirar a Knox. Él se estremeció y apartó la mirada.
—Sé que lo dijiste porque no te gusto.
Su labio sobresalía, el clásico puchero de un niño tratando de contener las lágrimas.
—Pero pronto seremos familia. Me caso con el Archiduque.
—¿Familia? ¿Quién quiere ser familia contigo? ¡No quiero tener nada que ver contigo!
—Knox, ¿he hecho algo que te haya molestado?
Los ojos de Knox se abrieron de sorpresa.
—¿Qué?
—Si es algo que puedo arreglar, lo haré. Vamos a vivir en la misma casa y quiero llevarme bien contigo —dijo Elaina con dulzura.
Por el bien de Knox, era mejor que se llevaran bien. Había estado solo en la mansión vacía desde los cinco años. Aunque se hacía el duro, era un niño solitario.
En "Sombra de Luna", Knox nunca contactaba con Lyle ni con Diane, pues se sentía abandonado por su familia. Demasiado duro para que lo aguantara un niño de diez años.
—Si no me lo dices, no me iré. Si quieres que me quede aquí esta noche contigo, también está bien —dijo, fingiendo amenaza.
Knox, a pesar de su bravuconería, parecía asustado. Seguía siendo un niño inocente.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¡Esta es mi habitación!
—Exacto. Entonces, háblame. Ya te habrás dado cuenta de que no me voy —dijo Elaina con firmeza.
Al ver que hablaba en serio, Knox frunció el ceño.
—Eres muy rara.
—Los insultos no me harán daño. Quiero saber por qué no te gusto.
—Es obvio —dijo Knox, señalando su mano—. Ese anillo es de mi madre. Se lo llevó sin permiso.
—Ah —Elaina miró el anillo en su dedo—. Así que, eso es todo.
La reacción serena de Elaina hizo que Knox continuara, a pesar suyo.
—Nunca quise una nueva familia. Esa persona... quiero decir...
—Hermano —corrigió Elaina suavemente.
—¿Qué? —preguntó Knox desconcertado.
—Deberías llamarlo hermano, de todas formas.
Knox guardó silencio un largo rato, y Elaina esperó pacientemente. Por fin, habló:
—...Nunca pensé que volvería. El mayordomo dijo que tenía un hermano, pero tampoco vi a mi padre. Murió en la guerra. Así que pensé que mi hermano también...
La voz de Knox tembló. Sus esperanzas siempre le habían acarreado decepciones aún mayores. Tras esperar el regreso de su padre y su hermano, y enterarse de la muerte de su padre, perdió la esperanza.
Entonces su hermano regresó, y se dio cuenta de cuánto había esperado todo ese tiempo. El resentimiento creció y sus pequeños puños se apretaron con frustración.
—Pero luego regresó, ¡como si fuera el dueño de la casa! A todos solo les importa él. Todos solo se fijan en él.
Knox se había aislado en su habitación para evitar todo lo que le disgustaba. Normalmente, el mayordomo se quedaba junto a su puerta, preocupado por él, pero con la orden de su hermano de que lo dejara en paz, Knox quedó abandonado a su suerte. La frustración y el dolor que ni siquiera sabía que sentía seguían aflorando.
Elaina simplemente asintió y ofreció palabras reconfortantes, diciendo: “Ya veo”, mientras escuchaba su arrebato.
—Debe haber sido muy duro pensar que al mayordomo no le importabas —dijo con suavidad.
—¿Eres tonta? Eso no me importa. Ya no soy un niño pequeño. No pasa nada. De todas formas, a nadie le importo —replicó Knox con voz temblorosa.
Giró la cabeza bruscamente, con lágrimas en los ojos. No quería que aquella mujer lo viera llorar. Se metió bajo la manta, creando una pequeña isla redonda en la cama.
Una voz apagada salió de debajo de las sábanas.
—Ya puedes irte. Te contesté, ¿verdad?
—Está bien, me voy —dijo Elaina suavemente.
El matrimonio y todo eso eran demasiado complicados para que Knox los entendiera. Lo único que sabía era que su lugar en la familia se sentía aún más pequeño.
Desde pequeño, el mayordomo siempre le había hablado de su increíble hermano. Una persona brillante y capaz, capaz de todo. Cada vez que lo acosaban en la academia, pensaba en él, convenciéndose de que sus propias luchas no eran nada comparadas con las que él soportaba en el campo de batalla. Creía que debía mantener la dignidad de la familia Grant.
Pero el hermano que regresó no se parecía en nada a lo que Knox había imaginado. Era feroz e indiferente, sin mostrar ningún interés en Knox.
«¿Un gran hermano? Ni siquiera pudo enfrentarse a un marqués que lo insultó llamándolo mendigo. ¿Qué clase de gran hermano es ese?»
Y luego se llevó a las criadas y al mayordomo, que eran como familia para Knox.
Y aún así…
«¿Por qué me compró galletas? ¿Por qué de repente intentó actuar como un buen hermano? ¿Todo fue para crear una nueva familia y dejarme atrás? ¿Ser parte de una familia diferente?»
Los ojos de Knox se llenaron de lágrimas. Lloró en silencio; su pequeño rincón de mantas se estremecía con sus sollozos.
—Oye, Knox. El archiduque Lyle es tu familia. Eso no cambiará jamás —dijo Elaina, sentándose en el borde de la cama y acariciando la manta—. Lo siento. Solo quieres estar en familia con tu hermano, pero me estoy entrometiendo —dijo en voz baja.
El niño no respondió nada.
—Tomaré prestado el anillo de tu madre por un año. Después, lo devolveré a su sitio. ¿Podrás soportarlo hasta entonces? —preguntó Elaina.
—¿Qué quieres decir? —se escuchó una voz apagada debajo de la manta.
—Solo por un año, sé mi familia. No puedo contarte los detalles porque es un asunto de adultos.
Elaina abrazó la manta con fuerza. Knox se retorció dentro, pero ella no lo soltó.
—No es una simple petición. A cambio, estaré de tu lado.
Al oír las palabras “de tu lado”, la lucha de Knox cesó momentáneamente.
—Cooperemos. ¿Qué te parece?
—¿Qué… tipo de cooperación? —preguntó.
—Si te llevas bien conmigo durante un año, te ayudaré con los problemas que no puedes contarle a nadie más.
Elaina se levantó y abrió la puerta. Knox, sobresaltado, se asomó por debajo de la manta.
Frente a la puerta que se abrió de repente estaban las criadas, el mayordomo y Lyle. El personal parecía ansioso, y aunque la expresión de Lyle era severa, no parecía tan enojado como en el vestíbulo.
—Bien, pasad todos, uno por uno. Mayordomo, tú primero.
—¿Sí? Ah, está bien —balbució el mayordomo.
Elaina hizo que el mayordomo se parara frente a Knox y le contó lo que Knox le había dicho.
—¿Por qué has mostrado menos cariño por Knox desde que regresó el archiduque? ¿No sabías que le dolería, Mayordomo?
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Knox.
—Espera, Knox. También necesitamos noticias del mayordomo —insistió Elaina.
El mayordomo, con aspecto arrepentido, miró a Knox. Su rostro reflejaba profundo remordimiento y compasión. Knox giró bruscamente la cabeza.
—Lo siento, joven amo Knox. No tuve en cuenta sus sentimientos.
—Mayordomo, ¿cree que basta con una disculpa? No comprender el corazón del amo es una ofensa grave —dijo Elaina, dirigiéndole una mirada significativa.
El experimentado mayordomo captó su señal y encorvó aún más los hombros.
—No tengo excusa —dijo.
—De acuerdo. Entonces, será mejor que salgas de esta casa inmediatamente —declaró Elaina.
—¡¿Estás loca?! —le gritó Knox a Elaina. Ella le había prometido estar de su lado, ¿y ahora hablaba de echar al mayordomo?
Elaina asintió con calma. «Knox, esto no es algo que se pueda pasar por alto. Encontraré un mayordomo más competente».
—¡No! ¡No quiero eso! ¡Me gusta el mayordomo! ¡Nadie puede tocarlo! ¡¿Qué haces?!
Sin comprender las maquinaciones de los adultos y sintiéndose completamente traicionado por las palabras de Elaina, Knox comenzó a gritar histéricamente.
Athena: Ay pobrecito. Ya verás como ahora vas a ser criado entre algodones, Knox.
Capítulo 26
Este villano ahora es mío Capítulo 26
—¿Qué?
Elaina ladeó la cabeza, con el rostro rígido y torpe.
«¿Calabaza? ¿Me acaba de llamar calabaza? ¿Lo oí bien? ¿Calabaza? ¿Seguramente se refería a la verdura?»
—Calabaza, calabaza. —Knox repitió la palabra en tono burlón, como si se burlara.
—¡Joven amo! —exclamó el mayordomo, intentando regañar a Knox. Pero Knox subió corriendo las escaleras, gritando por encima del hombro.
—¡No quiero verlos! El mayordomo riéndose con una calabaza es repugnante, y... —La palabra “hermano” se le quedó atascada en la garganta, incapaz de salir. Knox cerró los ojos con fuerza y gritó: —¡Os odio a todos, así que largaos de aquí!
Después de que la tormenta de conmoción se calmó, un silencio incómodo permaneció en el vestíbulo.
—…Me disculpo. Knox nunca se había comportado con tanta rudeza —dijo Lyle, con el rostro aún tenso por la decepción. No pudo ocultar su disgusto, con el ceño fruncido.
—¿Existe alguna tradición en la familia Grant donde a las personas muy guapas se les apoda “calabaza”? —preguntó Elaina, intentando aligerar el ambiente.
Nadie respondió. Aunque lo había dicho en broma, el ambiente se volvió aún más sombrío.
—Jaja, bueno, nunca había oído eso —dijo Elaina, rascándose la mejilla y mirando hacia las escaleras. El niño que había estado gritando furioso, con su cabello dorado a diferencia del de su hermano, claramente no le caía bien.
—Creo que es mejor que me vaya por ahora —dijo Lyle.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Elaina, sorprendida.
—Necesito hablar con Knox.
—¿Eso es una charla o un regaño?
Lyle no respondió. Elaina suspiró.
—Dijiste que apenas empezabas a acercarte a tu hermano. Si lo regañas ahora, todo habrá sido en vano.
—No puedo ignorar su comportamiento.
—¿Quién te dijo que lo ignoraras? Pero necesitas entender por qué actúa así.
—Señorita Elaina, te agradecería que no interfirieras en mis asuntos familiares.
—Bueno, esto también se convertirá en un asunto familiar —respondió Elaina sin dar marcha atrás.
Las sirvientas intercambiaron miradas nerviosas, sintiendo la tensión entre ambos.
—Mayordomo —llamó Elaina.
—¿Sí, Lady Winchester?
—Dirige el camino.
—¿Adónde, mi señora?
—A la habitación de Knox Grant, por supuesto.
Lyle la agarró del brazo. Elaina le arrancó los dedos uno a uno con cuidado.
—Me voy. Parece que tiene un problema conmigo.
Sonrió radiante y continuó:
—Lo siento, pero él provocó la pelea. Y en mi familia, la regla es ganar siempre una pelea una vez que empieza.
—¿Estás planeando pelear con un niño de diez años?
Elaina abrió los ojos como si hubiera oído algo sorprendente.
—Por supuesto. Si es necesario, no seré indulgente con una niña de cinco años. La edad no importa cuando se trata de ganar una pelea.
Elaina no tenía intención de pelear con Knox. Desde el momento en que lo vio, se preocupó. El niño que la había mirado con enojo desde la barandilla del piso de arriba. Sus ojos rojos eran como los de Lyle, pero su cabello rubio brillante no se parecía en nada al de la familia Grant. Debió haberlo heredado de su madre, quien falleció cuando era pequeño.
La mirada dolida en sus ojos después de haber arremetido, su actitud irritable como la de un erizo herido... Elaina no podía dejarlo así. Enfrentar a Knox con Lyle solo empeoraría las cosas.
En "Sombra de Luna", el matrimonio de Lyle con Diane era el catalizador que rompía por completo la relación entre los hermanos. Knox se sentía ignorado y enojado con Lyle por formar una nueva familia sin tenerlo en cuenta. Viviendo bajo el mismo techo, Knox mostró una flagrante falta de respeto hacia Diane. Lyle, incapaz de tolerarlo, finalmente envió a Knox a un internado.
Lyle obligó a Knox a subir a un carruaje, contra su voluntad, y lo envió lejos. Fue prácticamente un exilio.
—Ni siquiera pienses en volver hasta que te gradúes.
—¿Graduado? No me hagas reír. Aunque mueras, Lyle Grant, ¡no volveré!
Éstas fueron las últimas palabras que se dijeron el uno al otro.
Si hubiera habido un adulto para consolar a Knox, las cosas podrían haber sido diferentes. Pero, por desgracia, tanto la deprimida Diane como el indiferente Lyle estaban demasiado preocupados.
«No puedo dejar que esto siga así».
Finalmente, los pasos del mayordomo se detuvieron frente a una puerta.
—¿Aquí?
La puerta estaba cerrada con llave.
—¿Cerraba la puerta con llave? —preguntó Elaina, riendo suavemente—. ¿Sucede a menudo?
—…A veces, cuando el joven amo está muy molesto —admitió el mayordomo.
Aunque estaba claro que Knox no quería que lo molestaran, Elaina le ordenó al mayordomo que trajera la llave.
El mayordomo regresó al poco rato con un gran juego de llaves. Elaina abrió la puerta y entró. Knox estaba boca abajo en su cama. Parecía que cerrar la puerta con llave siempre había sido una forma de resolver sus problemas. No esperaba que nadie pudiera abrirla desde fuera. Sobresaltado, levantó el rostro surcado de lágrimas para ver quién había entrado. Al reconocer a Elaina, empezó a gritar furioso.
—¡Fuera! ¿Quién te dio permiso para entrar, maldito?
—Mayordomo, de ahora en adelante, nadie podrá entrar aquí. ¿Entendido? —dijo Elaina con una sonrisa, dando a entender que ni siquiera Lyle debería entrar. El mayordomo tragó saliva y asintió.
Elaina cerró la puerta y sostuvo el llavero en la mano. Volvió a cerrar con llave con calma; el clic de la cerradura resonó en la habitación.
—¡Tú… tú, calabaza!
La cara de Knox se puso roja de rabia cuando se dio cuenta de que Elaina no estaba reaccionando de la manera que él quería.
—Ah. Qué aburrido. ¿Es ese el único insulto que conoces? —se burló Elaina, bostezando dramáticamente para provocarlo aún más. Dejó el llavero sobre la mesa y le sonrió radiante a Knox—. ¿Calabaza, eh? ¿Crees que llamarme así me va a herir la sensibilidad? ¿Alguna vez has visto una calabaza tan bonita?
¿Calabaza bonita?
La reacción descarada de Elaina enfureció aún más a Knox, pero tal como ella había adivinado, él no conocía insultos peores. Para él, llamar calabaza a una mujer era el peor insulto posible. Había visto a los chicos malos de su clase llamar así a las chicas, y siempre rompían a llorar enseguida.
—¿Eres tonta? ¿Cómo puede ser bonita una calabaza? ¡Calabaza significa persona fea! —gritó Knox.
—Exactamente. A mí también me pareció extraño. Quizás necesites ver a un médico. ¿Debería llamar a tu hermano? —respondió Elaina con frialdad.
—¿Qué? ¿Por qué tendría que ir al médico?
—Porque hay algo mal contigo.
—¡Estoy sano! ¡No tengo nada malo!
—No, no estás bien.
—¡Te dije que no estoy enfermo! ¿Por qué lo repites una y otra vez?
—¿En serio? Qué raro. Debes tener problemas con la vista, o quizás con la cabeza —dijo Elaina, acercándose hasta quedar justo frente a Knox. Se inclinó, casi tocándole la cara, y dijo—: Si me ves fea, tus ojos están equivocados. Si crees que soy fea, debe ser tu cabeza el problema.
—¡Ay! —Knox tembló de ira y miró a Elaina con enojo.
«¿Quién es esta mujer que se atreve a invadir mi habitación y desafiarme así? Esperaba que llorara y saliera corriendo cuando la llamé calabaza».
—Knox, ¿estudias mucho? —preguntó.
—¿Bromeas? ¡Soy el más listo de mi clase, idiota!
—¿En serio? Entonces, ¿por qué no me explicas lógicamente por qué soy una calabaza? Porque simplemente no lo entiendo.
Knox abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua. Solo lo había dicho para molestarla, pero ahora se veía obligado a justificarlo. La mujer de cabello rosa claramente disfrutaba de su forcejeo.
Elaina negó con la cabeza para sus adentros. De cerca, Knox era un chico monísimo. Su llamativo cabello rubio y sus ojos rojos lo hacían parecer un conejito. Resistió el impulso de tocar sus mejillas hinchadas, sabiendo que eso solo haría que la odiara aún más.
—Bueno, eh… —balbució Knox.
—¿Sí?
—Eres… eres fea —dijo finalmente.
—Fea, ¿eh? Bien. Entonces, ¿qué significa eso exactamente? ¿Hay estándares específicos para determinar quién es guapo o feo? Por ejemplo, ¿es guapo o feo alguien con párpados dobles? ¿Y quién tiene labios carnosos? ¿De qué color debería ser el pelo de una persona guapa? ¿Y la talla de zapatos? ¿El color de los ojos? ¿La altura? ¿La forma del cuerpo? ¿La visión? ¿La voz?
El aluvión de preguntas de Elaina dejó a Knox perplejo.
Athena: Lo siento, pero me he reído bastante con esto. Esta mujer jajajaja.
Capítulo 25
Este villano ahora es mío Capítulo 25
—¿Qué pasa con esa mirada en tu cara? —preguntó Knox.
—Nada —respondió Lyle, dejando escapar un suspiro.
—De hecho, predije mi victoria incluso antes de que las galletas estuvieran empaquetadas. Pero nunca se puede estar demasiado segura. Tenéis que decírmelo con sinceridad, ¿de acuerdo? Al fin y al cabo, cuando nos casemos, lo descubriré directamente, así que no penséis en mentir —dijo Elaina con una sonrisa juguetona.
Lyle puso la mano sobre la cabeza de Knox, quien lo miraba.
—Anda, prueba uno. No sabía qué te gustaría, así que compré varios.
—Mmm... —Knox dudó un momento antes de coger una galleta. Naturalmente, eligió la que tenía forma de persona sonriente, hecha de chocolate negro.
—Lo supe desde el principio —dijo Elaina con tono triunfal—. ¿Galletas de jengibre, en serio? Es lo que más odian los niños. En cuanto elegisteis galletas de jengibre, mi victoria estaba asegurada.
«Claro», pensó. «Chocolate contra jengibre. Ni siquiera era una pelea justa».
—Aun así, parecía que le gustaban bastante las galletas de canela —dijo Lyle.
Tras terminar la galleta de chocolate, Knox decidió probar otra del otro lado, eligiendo una de canela. El mayordomo le informó más tarde a Lyle que Knox a veces tomaba leche tibia con canela antes de acostarse.
—Qué sorpresa. A la mayoría de los niños no les gusta ese sabor —comentó Elaina.
—A mí también me gustaba. El mayordomo me lo preparaba cuando no podía dormir —respondió Lyle.
La simple compra de dulces había desvelado una inesperada afinidad. A medida que encontraban pequeños temas de conversación, los hermanos, antes distanciados, empezaron a acercarse poco a poco. Knox, que solía retirarse a su habitación cuando Lyle llegaba a casa, empezó a salir más.
—Entonces, ¿cuál es tu deseo? —preguntó Lyle. La apuesta era que el ganador vería su deseo cumplido por el otro.
—¿Realmente haréis lo que os pida?
—Mientras sea posible.
—Está bien, entonces dejadme ver la mansión Grant.
Lyle arqueó una ceja ante la inesperada petición.
—¿De verdad es ese tu deseo?
—Sí. No puedo ir de visita libremente porque aún no nos hemos casado. Y hay muchísimo que preparar antes de mudarnos esta primavera. No sé si podremos terminarlo todo a tiempo —dijo Elaina.
El papel pintado, los muebles viejos y las reparaciones generales fueron solo el comienzo. El personal actual en la mansión Grant era insuficiente, y tendrían que traer gente de la finca Winchester y contratar personal adicional.
—Está bien.
—¿En serio? —Los ojos de Elaina se abrieron de sorpresa y Lyle asintió.
Estaban tomando el té en una de las cafeterías más famosas de la ciudad, distinta del salón de té que habían visitado antes. Lyle sabía que tenía que acostumbrarse a las miradas de los nobles, pero aun así le resultaba molesto, como moscas molestas zumbando.
—¿Nos vamos? —sugirió Elaina.
El té se había enfriado hacía tiempo. Lyle sabía que no era muy hablador, pero la conversación con Elaina fluía con naturalidad, tanto que se había olvidado del té.
Incluso en el carruaje, Elaina seguía charlando. Normalmente, la gente habladora le cansaba, pero Elaina era diferente. No lo cansaba.
—Por cierto, he estado pensando —comenzó Elaina, abriendo y cerrando la mano—. ¿Es cierto que tener las manos grandes facilita el manejo de la espada? ¿Significa eso que a alguien como yo le costaría aprender a usar la espada? —preguntó—. Ya sabéis, como que las personas con dedos largos son más aptas para tocar instrumentos.
Continuó:
—Una vez intenté levantar una espada del estudio. Era una pieza decorativa, así que pesaba más, pero aun así, me quedé atónita. Me enorgullezco de mi fuerza, pero levantarla fue todo lo que pude hacer. ¿Qué tan fuerte hay que ser para blandir una espada tan pesada...? Oye, ¿por qué os reís?
—¿Yo? No me estoy riendo —negó Lyle, aunque su rostro lo delató al darse la vuelta y taparse la boca.
—Os reísteis. Os vi girar la cabeza y taparos la boca —acusó Elaina con indignación—. ¿De verdad os hizo gracia que me costara levantar una espada?
—No fue esa parte. Me reí de algo que dijiste antes.
—¿Antes? ¿Qué dije? —Elaina frunció el ceño, confundida.
—Dijiste que te enorgulleces de tu fuerza —explicó Lyle.
—¿Y? Estoy en forma.
—Por supuesto.
—Si tenéis algo que decir, decidlo. Fingir que estáis de acuerdo es más molesto.
—Pareces saludable, pero la fuerza y la resistencia son cosas diferentes.
De repente, Lyle se acercó a ella. Su aroma la inundó, haciendo que Elaina abriera los ojos de par en par, sorprendida. Pero Lyle, ajeno a su reacción, le puso la mano en el hombro.
—La fuerza proviene de los músculos, y al blandir una espada, se necesita fuerza tanto en el brazo como en el antebrazo. Este es el brazo. Y esto es... —Su mano bajó lentamente por su brazo—. Este es el antebrazo, pero por desgracia, no tienes músculo aquí —dijo Lyle, divertido. Su boca se curvó en una leve sonrisa al notar lo suave que era su cuerpo, sin rastro de los músculos duros ni los callos a los que estaba acostumbrado.
—¿Músculos? ¡Necesito algunos, ¿no?! —protestó Elaina.
—Sí que tienes. Caminas y levantas cosas, después de todo. Pero dejémoslo ahí.
—¿Entonces puedo tocar el vuestro? —preguntó Elaina de repente, inclinándose hacia él como él lo había hecho.
Casi se cae por los zarandeos del carruaje, y Lyle la sujetó rápidamente.
—Oh, gracias. Debería sentarme aquí. —Elaina se acercó a él y empezó a tocarle el brazo—. ¡Guau, ya lo entiendo! Es muy firme, como una roca.
Entendía por qué la señora Marbella se había preocupado tanto por su físico perfecto. Esto era lo que se necesitaba para blandir una espada.
«Pero es muy diferente de Leo», pensó Elaina, imaginando a su viejo amigo. Leo Bonaparte, con su cabello dorado y ojos azules, tenía una figura esbelta, a diferencia de Lyle. Perdida en sus pensamientos, la voz de Lyle la devolvió a la realidad.
—Si has terminado, debes regresar a tu asiento.
—¿Eh?
Elaina se dio cuenta de que había estado examinando minuciosamente el brazo de Lyle. Él había girado la cabeza, visiblemente avergonzado. Al ver su reacción, ella también se sintió un poco cohibida.
«Qué extraño, considerando que él me tocó primero», pensó. Sintiéndose un poco incómoda, se aclaró la garganta.
—Bueno, bueno. Parece que sois particularmente sensible al contacto físico, igual que con la señora Marbella —refunfuñó, volviendo a su asiento. El persistente aroma de su perfume aún le hacía cosquillas en la nariz a Lyle, así que abrió la ventanilla del carruaje—. ¿No hace frío con la ventana abierta? —preguntó Elaina.
—No, tengo un poco de calor. La dejaré abierta un momento —respondió Lyle. Su rostro, en efecto, se había puesto un poco rojo.
Temprano por la mañana, Knox se puso alerta al enterarse del regreso de Lyle. Normalmente, Lyle no volvía hasta la noche, así que Knox sintió curiosidad por saber qué lo había traído de vuelta tan temprano. Echó un vistazo desde su habitación al pasillo.
—La próxima vez, ¿por qué no sale a saludar a su hermano? Seguro que se lo agradecerá —sugirió el mayordomo.
Knox oía hablar a menudo de Lyle por el mayordomo, quien sentía un profundo cariño por su hermano mayor. Siempre hablaba de cómo Lyle era su única familia y de cuánto lo quería. Quizás por eso Knox le guardaba aún más rencor. Lyle había monopolizado la atención de su madre y del mayordomo mucho antes de nacer.
«¿Debo salir a saludarlo?», se preguntó.
Cuando Knox tenía cinco años, el mayordomo organizó el funeral de la archiduquesa, como nadie más lo haría. Desde entonces, Knox no tenía a nadie a quien llamar familia. Tras el regreso de Lyle, no mostró ningún interés en Knox. Los dulces que Lyle le había comprado habían mitigado un poco su resentimiento, pero la idea de la familia seguía teniendo un gran poder para un niño solitario de diez años.
«Si voy primero, tal vez él haga lo mismo por mí», pensó Knox.
Tras dudar un momento, Knox cerró el libro y bajó las escaleras. El sonido de una risa llegó a sus oídos, haciéndole fruncir el ceño.
«¿Qué pasa?». La risa en la mansión era un sonido inusual.
Al bajar las escaleras, vio a una mujer junto a Lyle, riendo. Sus miradas se cruzaron.
«Esa mujer».
La expresión de Knox se ensombreció. Era la misma mujer que había visitado la mansión antes. Se fijó en el anillo que llevaba en la mano izquierda: el mismo que Lyle había sacado de las pertenencias de su madre.
—¡Ah! ¡Por fin nos conocemos! Mucho gusto, Knox. Soy...
Elaina empezó a presentarse, pero la voz aguda de Knox cortó el aire.
—¿Qué hace esta calabaza aquí?
Athena: Lol, Knox va a pelear por su hermano seguro jajaja. Y… a ver, yo es que me imagino a Lyle guapísimo. Esta mujer se ha fijado bien en ese cuerpo jajaja.
Capítulo 24
Este villano ahora es mío Capítulo 24
Frente a la fría expresión de Lyle, Elaina se dio cuenta de que realmente estaba con el hombre descrito en “Sombra de Luna”.
«Qué insensible», pensó. Su actitud hacia su único hermano era excesivamente indiferente. Era probable que su matrimonio con Diane hubiera sido muy parecido, centrado únicamente en la recuperación de su familia, como un caballo de carreras con anteojeras.
—Escuchad con atención. No me iré hasta que esta caja esté llena. Si queréis iros a casa rápido, llenad esta caja —dijo Elaina, entregándole a Lyle una lata de galletas. Lyle se quedó mirando la lata con forma de corazón un buen rato antes de soltar una burla.
—Ja. No le va a gustar algo así.
—¿Cómo podéis estar tan seguro? Nunca le habéis comprado dulces, así que dejad de fingir que lo sabéis. Su Gracia, necesita desarrollar el hábito de tener en cuenta a la gente que le rodea.
Lyle cerró la boca, pero Elaina continuó con una expresión seria.
—Escuchad, sé que vuestra vida ha sido dura. No fingiré entenderos. Mentiría si dijera que conozco las dificultades del campo de batalla. Pero teníais quince años cuando fuisteis a la guerra. Hasta entonces, crecisteis rodeado del amor de vuestra familia.
Al mencionar el amor, la expresión de Lyle se endureció. Sí, había habido días así, olvidados en su memoria. Días pasados en una gran mansión, aún no vieja ni deteriorada, con su abuelo antes de su ejecución, su siempre amable padre y su hermosa madre.
Un recuerdo olvidado surgió.
—Madre, ¿es cierto que hay un bebé ahí dentro? —preguntó Lyle, de quince años, colocando su mano sobre el vientre de su madre, lleno de anticipación.
—Sí. Pronto nacerá tu hermanito. Espero que sea una niña que se parezca a tu madre.
—Cariño, acordamos no decir ese tipo de cosas.
—Sí, padre. Me da igual si es hermano o hermana. Jugaré con ellos todos los días porque soy el hermano mayor.
—Podría ser un hermano, ¿sabes?
Todos se habían reído aquella cálida tarde, siguiendo la risa de su madre. La mirada de Lyle se detuvo en la lata de galletas vacía.
Elaina chasqueó los dedos ante sus ojos.
—¿Empiezo yo si no vais a hacerlo? Evitad elegir los mismos que yo. También le voy a comprar un regalo a vuestro hermano.
Al ver a Elaina absorta en la elección de dulces, Lyle cogió las pinzas en silencio. Ver al hombre corpulento seleccionando galletas para la lata era divertido, pero Elaina contuvo la risa.
«Deberías estarme verdaderamente agradecida, futura archiduquesa de Grant», pensó. Si Lyle, que no era ni divertido ni elegante, llegaba a ser al menos hábil socialmente, todo sería gracias a ella.
Lyle regresó a la mansión antes de la cena, con aspecto algo cansado y las manos llenas de varios paquetes. El mayordomo, tomando su abrigo, echó un vistazo a los paquetes y preguntó:
—Amo, ¿qué es todo esto?
—Galletas.
«¿Galletas? ¿Dijiste galletas?» El rostro del mayordomo se mostró perplejo ante la palabra inesperada. Lyle tomó uno de los paquetes y se lo entregó.
—Lady Winchester sugirió que la gente agradecería un pequeño regalo cuando volviera a casa —explicó Lyle.
El mayordomo, todavía en shock, aceptó el paquete.
—No dijiste nada, pero siempre trabajas mucho. Esto es para todos vosotros; compartidlo y tomad un té.
El mayordomo, atónito, sostuvo el paquete. Pero ¿qué había pasado con ese pequeño bulto? Miró a Lyle con curiosidad. Mientras Lyle subía las escaleras, aún tenía un pequeño paquete en la mano.
Lyle dudó frente a la puerta. Habían pasado meses desde que regresó de aquella maldita guerra, pero rara vez venía a ese piso. Solo había subido una vez para recuperar el anillo de su madre.
—A veces, necesitas mirar a tu alrededor y ver dónde estás. Así sabrás cuánto te llevas —dijo Elaina al bajar del carruaje—. La vida es para recorrerla juntos. En ese sentido, os agradecería que dierais pasos más cortos la próxima vez que nos veamos. ¿Sabéis cuánto medís? Cuando dais un paso, yo tengo que dar dos o tres con tacones —añadió con una sonrisa—- La próxima vez que nos veamos, contadme cómo reaccionó vuestro hermano. Decidme qué regalo le gustó más.
Al recordar el rostro sonriente de Elaina, Lyle se armó de valor y llamó a la puerta.
—¿Quién es? —dijo la voz de un niño desde adentro, sin esperar que fuera Lyle quien tocara—. ¿Quién es? —repitió la voz, ahora un poco molesta por la falta de respuesta.
Se oyeron pasos acercándose y la puerta se abrió de golpe.
—¿Por qué no respondiste?
El tono irritado se suavizó al reconocer a Lyle. Parecía tan sorprendido como el día que le arrojó un vaso a los pies, rompiéndolo.
—¿Qué quieres? —A pesar de su tono irritado, el chico no cerró la puerta. Lyle se quedó momentáneamente sin palabras.
Había pensado que no importaba. Que cualquier vínculo con su hermano era imposible de forjar a estas alturas. Creía que solo compartían la misma línea de sangre y nada más.
Su hermano, nacido mucho después, desconocía la gloria del apellido Grant antes de su nacimiento. Lo que Lyle podía hacer por él era asegurarse de que heredara un apellido restaurado. Que su hermano lo quisiera o no era irrelevante. Tampoco importaba si odiaba o no a Lyle. Restaurar el prestigio del ducado de Grant era la prioridad.
Pero ahora, al ver la expresión insegura de su hermano, Lyle se preguntaba si se había equivocado. No estaba seguro de si todo aquello en lo que se había fijado valía la pena o si las cosas que descartaba como insignificantes lo eran realmente.
—Knox.
Era la primera vez que Lyle llamaba a su hermano por su nombre. Una oleada de emoción se reflejó en los ojos de Knox.
—Compré unos dulces. —Lyle le entregó el paquete a Knox. Nunca lo había hecho; parecía una tarea trivial comparada con sus otras obligaciones urgentes. Lo había ignorado, olvidando la promesa que había hecho años atrás de proteger a su hermano pequeño, que ni siquiera había nacido.
Knox, torpemente, extendió la mano y tomó el paquete.
—Es de un lugar conocido.
—Lo sé. Soy el único de mi clase que no lo ha probado. —La respuesta fue brusca, pero la incredulidad en los ojos del chico era evidente—. ¿Esto realmente es para mí?
—Sí.
—¿De verdad?
—Sí.
Las mejillas de Knox se enrojecieron lentamente. Aunque intentó actuar con indiferencia, no pudo ocultar por completo su emoción.
Si hubiera sabido que lo haría tan feliz... Si hubiera sido tan fácil, debería haberlo hecho antes. El día que regresó del campo de batalla, debería haber traído un regalo. Debería haberse acercado a su hermano primero, incluso cuando le lanzó un vaso.
—¿Te gustan los dulces?
—…No precisamente.
—Entonces, ¿debería comprarte algo más?
Cuando Lyle intentó recuperar el paquete, Knox rápidamente escondió los dulces tras su espalda.
—Dije que no, que no los odiaba.
—No lo habías abierto, así que pensé que no te gustaban.
Knox no respondió. Claro que no lo entenderías, hermano tonto. Era la primera vez que recibía un regalo así. Aunque solo eran dulces, era la primera vez que recibía algo tan bien envuelto de un familiar.
No quería abrirlo porque era demasiado preciado, pero sabía que su hermano no se iría hasta que lo hiciera. Mientras Knox dudaba, una mano grande cubrió la suya y rasgó el envoltorio sin vacilar.
—¡Qué estás haciendo!
—Los compraré a menudo de ahora en adelante, así que simplemente ábrelo.
Dentro del paquete había dos cajas de dulces.
—¿Dos?
Knox abrió con cautela una de las latas de galletas. Dentro, con forma de corazón, había varias galletas. Inspeccionó el contenido e hizo una mueca.
«¿Qué es esto? ¿Jengibre? ¿Avena? ¿Quién come esto?»
Por otro lado, la otra lata estaba llena de galletas con mermelada de fresa, chocolate y frutos secos. Con solo ver la expresión de Knox mientras miraba entre las dos latas, Lyle supo quién había ganado la apuesta con Elaina.
Athena: ¡Eh! Las galletas de jengibre están buenas…
Capítulo 23
Este villano ahora es mío Capítulo 23
—¿Todas del mismo color? Lady Elaina, ¿qué quiere decir? —La señora Marbella abrió mucho los ojos como si hubiera oído algo absurdo.
—En efecto. Parece que Su Gracia aún no comprende que no hay un solo tono bajo el cielo que sea exactamente igual —dijo Elaina, señalando cada tela con la mano—. Este verde se llama Viridian. Recuerda al color que se ve cuando la niebla se cierne sobre las montañas. La textura también es importante; en este caso, se usa terciopelo para darle un tacto más suave y brillante. Y esto es turquesa. Aunque no sepas nada de piedras preciosas, seguro que has visto turquesas antes.
Elaina continuó explicando los distintos tonos de verde (verde pavo real, verde oliva, verde azulado, verde esmeralda, ópalo, albahaca, algas y musgo) mientras comparaba cuidadosamente cada tela con el cuerpo de Lyle.
—Creo que el verde viridiano le sienta mejor. ¿No le parece, señora Marbella?
—Por supuesto, mi señora. También pensé que esta tela le quedaría mejor cuando la compré.
—Bien, entonces un cuello estrecho, botones con un acabado mate ligeramente bronceado y una chaqueta de tres botones. Los pantalones deben quedar perfectos en la cintura.
—Teniendo en cuenta su altura, ese estilo le quedará perfecto.
—¿Qué tal los alfileres para corbata? ¿Puedo ver algunos?
—Sí, los traeré enseguida, mi señora.
Elaina seguía dando órdenes meticulosas sobre la tela de la camisa y el corte de la chaqueta. Para Lyle, la conversación estaba llena de términos que sonaban tan extraños como la magia antigua.
La animada conversación entre la señora Marbella y Elaina continuó. Al final, se decidieron por trajes adicionales en gris oscuro, negro y beige claro.
—Gracias como siempre, mi señora. ¿Dónde debemos entregar la ropa una vez que esté lista?
—Por favor, envíalos a la residencia de Grant. Como puede ver, la ropa que lleva Su Gracia es bastante inapropiada. Sería estupendo que la tuvieran lista lo antes posible.
—Por supuesto, mi señora. Su palabra es una orden.
Tras la cortés despedida de la señora Marbella, Lyle y Elaina salieron del edificio. La expresión de Lyle era ligeramente aturdida.
Elaina agitó la mano frente a su rostro.
—¿Os encontráis bien, Su Gracia?
—¿Normalmente se tarda tanto en comprar ropa?
—Me llevó menos tiempo de lo habitual. No hay tantas decisiones que tomar con la ropa de hombre. ¿Por qué?
Lyle suspiró y se frotó la frente. Ver a un hombre que había sobrevivido a los campos de batalla luchando con las compras era divertido. Elaina contuvo la risa y dijo:
—Habría elegido más si no os vierais tan agotado. ¿Creéis que está bien recibir un anillo y luego darlo por hecho? No me criaron para ser tan desagradecida. —Añadió—: Si no os gusta cuánto tiempo lleva, pensad en vuestras preferencias. Se tarda más porque no sabéis qué os gusta. No conocéis los colores de moda ni vuestros propios gustos. Incluso la ropa que lleváis ahora lo refleja.
Elaina le ajustó el atuendo a Lyle. Aun así, arreglar la ropa que no le quedaba bien tenía sus límites.
—Con vuestro físico, necesitáis ropa a medida. La ropa de confección no os queda bien. Al menos vuestro mayordomo parece haber hecho un buen trabajo con lo que tenía.
—Mi mayordomo se encarga de mi ropa.
—Lo pensé. Es pasable gracias a él, pero eso ya no basta. Pasable no basta.
Ella sonrió levemente y le ajustó la manga.
—Confiad en mí. Os gustará. La ropa también será mucho más cómoda.
Lyle permaneció en silencio, absorbiendo su confianza y seguridad.
—¿Ya regresamos?
—Claro que no. Si lo fuéramos, habría elegido otro atuendo. Tenemos otro sitio a donde ir. No está lejos a pie. ¿Os parece bien?
Si él decía que no estaba bien, Elaina parecía dispuesta a pedir un carruaje. Al darse cuenta de que no había otra respuesta aceptable, Lyle asintió.
Elaina lo llevó a una confitería. ¿Comprar ropa y luego visitar una tienda de dulces? Lyle la miró desconcertado.
—¿Te gustan los dulces?
Se arrepintió de haber preguntado de inmediato. Temía que lo bombardeara con preguntas sobre sus preferencias y lo inundara con sus propias opiniones no consultadas.
—Ya que me preguntaste sobre mis preferencias, debo decir que realmente no me gustan los dulces —declaró Lyle preventivamente, con la esperanza de evitar sus duras reprimendas.
El gusto era un aspecto en el que Lyle sí tenía opiniones. En el campo de batalla, la sal era cuestión de vida o muerte, pero el azúcar era un lujo. Esos recuerdos hicieron que a Lyle le disgustaran los dulces.
Elaina negó con la cabeza.
—Me gustan los dulces. En esta tienda hay unos muy buenos. Pero hoy no estoy aquí para comprar para mí. Ni para ti tampoco.
—¿Entonces para quién?
—Hermano.
¿Hermano? Que Lyle supiera, el duque de Winchester solo tenía una hija, Elaina. No había nadie más a quien pudiera llamar hermano. Lyle la miró confundido.
—No es mi hermano. Es vuestro hermano —aclaró.
Lyle recordó al niño que había visto mirándolo desde la ventana del piso superior durante su visita anterior a la finca.
—Solo tiene diez años, ¿verdad?
Por la vestimenta de Lyle y la modestia del hogar, era evidente lo difícil que había sido su vida. El niño probablemente no había experimentado las pequeñas alegrías que otros niños daban por sentado, al igual que la falta de familiaridad de Lyle con la compra de ropa.
Pensando en el niño que la había mirado fijamente, Elaina pensó: "¿A qué niño no le gustan los dulces?"
Esto fue, en esencia, un soborno para el hermano de Lyle, alguien que pronto compartiría casa con ella.
—Vamos a comprar dulces y a envolverlos. Siempre es un placer traer algo al volver de una excursión.
El niño era diez años menor que Lyle. Durante la rebelión, la archiduquesa estaba embarazada y dio a luz sola después de que su esposo e hijo fueran llevados a la guerra. Antes de que el niño cumpliera cinco años, la archiduquesa falleció, y el archiduque murió en batalla sin ver jamás a su hijo. Lyle era la única familia que le quedaba al niño.
Elaina no tenía hermanos, así que no podía comprender del todo el vínculo. Pero conocía bien la soledad de una niña abandonada en una casa grande.
—Cuando era pequeña, mis padres traían dulces cada vez que salían.
Aunque el cocinero de la residencia ducal era habilidoso, las delicias que sus padres traían de sus salidas siempre conmovían el corazón de la joven Elaina.
—¿Por qué no decís nada? No me digáis que nunca le habéis comprado dulces a vuestro hermano.
Una vez más, Lyle no respondió. Elaina lo miró con insistencia.
A regañadientes, Lyle habló:
—Así es.
—Dios mío —murmuró Elaina para sí misma, dándose una palmada en la frente—. ¿No estáis en buenos términos con vuestro hermano?
—Yo no diría que lo estamos.
Recordó el día que regresó a la finca. La mansión, abandonada hacía una década, estaba más deteriorada de lo que recordaba. Los innumerables sirvientes se habían reducido a menos de cinco.
Al entrar en la mansión con el mayordomo encantado, le arrojaron un vaso a los pies. Un niño sobresaltado se quedó en la escalera, con los ojos abiertos de par en par al oír el estruendo. Cuando sus miradas se cruzaron, los ojos azules del niño temblaron de miedo. Lyle lo supo al instante.
Ese niño era el “hermano” del que sólo había oído hablar.
—¡No te considero familia! —gritó el niño antes de subir corriendo las escaleras y encerrarse en su habitación.
Para Lyle, el chico era solo un recordatorio de su linaje Grant, con sus ojos rojos. Eran hermanos que nunca se habían conocido. El odio del chico era tan insignificante para Lyle como su existencia para el niño.
—Deberíamos regresar. Esto no es necesario —dijo Lyle.
Elaina lo agarró de la manga con fuerza.
—Prometisteis ser un esposo fiel, ¿recordáis? Basta de excusas, elegid algunos dulces.
—¿Qué?
—Quiero llevarme bien con vuestro hermano. No quiero vivir en la misma casa con tanta incomodidad entre nosotros.
La expresión determinada de Elaina dejó claro que no daría otro paso hasta que él eligiera algunos dulces.
Capítulo 22
Este villano ahora es mío Capítulo 22
Desde aquel día en el anexo de la mansión Redwood, donde encontró a Diane llorando, Elaina no la había visto. Por eso, no había oído el secreto que Diane prometió compartir. Sin embargo, Elaina estaba segura de que, fuera cual fuese el secreto, ya lo conocía. Ya fuera un linaje desconocido o las cartas que se acumulaban en su cajón.
«Nathan Hennet».
La expresión de Elaina se enfrió al pensar en ese nombre. Antes de su sueño, ni siquiera sabía que existía tal persona. Su investigación reveló que la familia Hennet sí existía, aunque se trataba de un pequeño vizcondado rural lejos de la capital.
Nathan era el segundo hijo, incapaz de heredar el título. Como botánico, gozaba de cierto reconocimiento; sus amigos de la academia conocían su nombre. Sin embargo, Elaina no necesitaba saber si era un botánico experto o no.
Para ella, Nathan Hennet era simplemente un hombre indeciso: ni lo suficientemente valiente como para fugarse con la mujer propuesta por el archiduque ni lo suficientemente decidido como para rendirse. Era simplemente un hombre que vigiló a Diane hasta su muerte, sin otra virtud que la de ser amable.
—Elaina, escúchame bien. Hay mucha gente amable en el mundo. Pero la amabilidad por sí sola no basta —le había aconsejado su madre de pequeña.
Hoy, las palabras de su madre resonaron más que nunca. Tenía razón. La bondad es importante, pero no lo es todo.
«La amabilidad por sí sola no bastará, Nathan Hennet.»
Por el bien de Diane, necesitaba un hombre que la protegiera en momentos críticos. Si solo era un hombre lamentable que se rindió y se convirtió en un ermitaño obsesionado con la investigación, como se describía en "Sombra de Luna", jamás podría ser aceptado como su pareja ideal. Elaina había preparado el terreno lo suficiente. Si no actúa ahora, es simplemente un cobarde.
—Dejemos de preocuparnos por los asuntos de los demás y centrémonos en los nuestros —afirmó.
—¿Nuestros?
—Acabo de mencionarlo. La señora Marbella nos espera.
Elaina le tiró del brazo.
—No está lejos de aquí. Caminemos; nos ayudará con la digestión. Y si nos vemos por el camino, mucho mejor.
La señora Marbella siempre esperaba con ansias la llegada de Elaina y Lyle. Cuando finalmente llegaron a su salón, sus ojos brillaban de emoción.
—Oh Dios, ¿es este el caballero del que hablan…?
El personal del salón tomó hábilmente el abrigo de Lyle.
—Disculpen un momento —dijo la señora Marbella, guiándolos a una habitación privada. En cuanto se cerró la puerta, se acercó rápidamente a Lyle y comenzó a acariciarlo desde los hombros hasta los brazos. Sorprendido por el repentino toque, Lyle retrocedió instintivamente.
—Ay, ¿os sorprendí? Lo siento.
—No, está bien. Debería haberte dicho antes que esta es la primera vez que el archiduque Grant manda a hacer ropa aquí —intervino Elaina rápidamente, empujando a Lyle con suavidad—. Por favor, quédate quieto un momento.
—¿De qué se trata esto?
—¿Qué te parece? Se trata de hacerte ropa.
La señora Marbella rio entre dientes ante su intercambio, disfrutando de su aparente falta de coordinación.
—Lo siento muchísimo, Su Gracia. Fui muy grosera al tocaros sin presentación. Pero al ver un físico tan atractivo, no puedo evitarlo. —Se presentó a Lyle—. La gente suele llamarme Señora Araña. Prefiero usar los dedos para medir en lugar de solo mirar con los ojos —dijo, moviendo sus largos dedos arácnidos con una sonrisa—. Por favor, tened paciencia conmigo un momento, Su Gracia. Os haré la ropa que mejor os sienta y que jamás hayáis usado.
A regañadientes, Lyle la dejó continuar. La señora Marbella midió el contorno de su cuerpo antes de salir. Justo cuando creía que había terminado, sus asistentes entraron con cintas métricas para tomarle las medidas detalladamente.
Después de que se fueron, Lyle miró a Elaina con el ceño fruncido.
—¿Ropa?
Había asumido que visitar la peluquería de la señora Marbella era para comprar la ropa de Elaina. Fue una experiencia inesperada y desconcertante.
—Es un agradecimiento por el anillo —explicó Elaina—. Siempre he pensado que vuestra ropa no es la adecuada. Nunca parecen tener en cuenta vuestra complexión musculosa: demasiado apretada en algunas partes, demasiado suelta en otras. Y los botones —continuó, hojeando un grueso libro sobre la mesa—. Aunque los diseños sencillos están bien, los más ornamentados son muy populares hoy en día.
Ella lo miró.
—Decidme, ¿cuál es vuestro color favorito? Elegiré las telas según vuestra preferencia.
—¿Color favorito? —Lyle frunció el ceño en respuesta.
—¿No tenéis uno?
—Nunca lo he pensado mucho.
—Bien, ¿entonces qué color no os gusta? Seguro que hay algún color que no os gusta.
—Rojo. Siempre que no sea rojo.
¿Un color favorito? Algo tan trivial nunca había sido un lujo en su vida. Elaina asintió, comprensiva.
—Mmm. Bueno, a partir de ahora, digamos que os gusta el verde.
Lyle la miró desconcertado.
—¿Por qué verde?
—Dijisteis que no os gusta el rojo. Tomé clases de arte de pequeña, así que sé que el verde contrasta más con el rojo. Si odiáis el rojo, que os guste el verde tiene sentido, ¿no?
Lyle se quedó sin palabras. Elaina pasó a las páginas que mostraban telas verdes.
—A mí también me gusta el verde. O, mejor dicho, un verde claro, pastel. Es perfecto. Suena muy romántico que una pareja comparta un color favorito, ¿verdad?
—Dios mío, ¿esto creará más rumores innecesarios?
—Mmm... Bueno, de hecho, esos chismes podrían complicarle las cosas al marqués de Redwood.
Se encogió de hombros y empezó a seleccionar cuidadosamente las telas. Sus preguntas continuaban, la mayoría sobre la ropa. Qué tipo de cuello prefería. Si le gustaban las piedras brillantes o los botones de metal mate. Si prefería un corbatín o una pajarita. Si quería una chaqueta de dos o tres botones.
Éstas eran preguntas que nunca le habían hecho antes.
—¿No puedes hacerlo como quieras?
Como nunca le habían importado los cuellos ni los botones, era natural que desconociera sus preferencias. Su respuesta estuvo teñida de incomodidad.
Elaina levantó las manos en señal de rendición.
—Esto no es solo falta de preferencias, Su Gracia, es falta de gustos.
—¿Está mal no tener preferencias?
—No está mal, pero no es muy interesante, ¿verdad?
Mientras hablaba, Elaina se sentó en el sofá frente a él y miró fijamente a Lyle. Su mirada era intensa, sin pestañear. Lyle no pudo evitar preguntar:
—¿Qué estás haciendo?
—No me habléis. Estoy calculando.
—¿Calculando?
—De verdad, deberíais estar agradecido de haber elegido una esposa tan perspicaz.
—¿Qué? ¿De qué manera?
—En todos los sentidos, en realidad, pero hoy especialmente porque elegiste una esposa que conoce las últimas tendencias y tiene buen ojo.
Cuando la señora Marbella regresó a la sala privada, Elaina comenzó a enumerar las especificaciones de la ropa sin dudarlo.
—Las telas deberían ser en verde y azul marino. El invierno casi termina, pero todavía hace frío, así que un verde un poco más oscuro quedaría bien. Y el azul marino debería ser intenso, como el color del océano. ¿Tienes esas telas? No las vi en el libro.
—Ah, justo ayer llegó la tela que describiste. Haré que la traigan. ¿Puedo enseñarte también otras telas que recomiendo?
—Claro. Tu gusto es el mejor del Imperio.
Un momento después, su asistente llegó con lo que parecían más de una docena de telas diferentes. Lyle, que observaba, estaba desconcertado. A sus ojos, todas las telas parecían casi del mismo color.
Elaina no pudo evitar reírse entre dientes ante la expresión confusa de Lyle. Prácticamente podía leer dentro de la mente del hombre sencillo a su lado.
—Sé lo que estás pensando. Te preguntas por qué hay tanto revuelo por lo que parece ser la misma tela verde, ¿verdad?
Una expresión de sorpresa cruzó brevemente el rostro de Lyle antes de desaparecer. Elaina, sin pasar por alto el sutil cambio, lo miró con ojos divertidos.
Athena: Em… no sé. Me encanta esta dinámica.
Capítulo 21
Este villano ahora es mío Capítulo 21
—¡Oye! Mira allá.
Al oír la voz atónita de su compañero, el hombre giró la cabeza. Sus ojos se abrieron como platos.
—¿Qué, qué es eso? ¡Esos dos!
—Lyle Grant y Elaina Winchester —susurró alguien cerca.
Los dos temas más populares de la última temporada social fueron caminar juntos. Y estaban cariñosamente abrazados.
—¿Podrían ser ciertos los rumores? —murmuró el hombre para sí mismo, desconcertado.
Su aparición llamó la atención de muchos. Todos los que los vieron tenían la misma expresión de asombro que el hombre. Parecía que no podían creer lo que veían.
Elaina, pensando que valía la pena bajarse del carruaje en la bulliciosa ciudad para ser vista, susurró suavemente:
—Acercaos, Su Gracia. —Se acercó más al brazo rígido de Lyle y sonrió radiante—. No queremos que la gente dude de nuestra relación, ¿verdad? Rápido, acércate.
Lyle la miró con expresión cansada.
—¿De verdad es necesario llegar tan lejos?
—Claro —respondió Elaina—. Se supone que nos vamos a casar, así que tenemos que parecer cercanos, ¿no? Todo esto es por Diane. No habéis olvidado nuestro acuerdo, ¿verdad?
Reprimiendo el impulso de preguntar por qué Lady Redwood necesitaba estar cerca de él, Lyle cerró la boca. Al mirar el brazo de Elaina, que lo rodeaba, notó un brillante anillo rosa en su dedo. Elaina apretó y aflojó la mano, mostrando el anillo.
Su mirada parecía decir: "Prometiste ser un marido fiel, ¿no?"
Lyle la atrajo más cerca, haciéndolos parecer tan cariñosos y cercanos como su futura esposa deseaba.
Elaina condujo a Lyle al salón de té más famoso de la capital. En cuanto entraron, el ambiente cambió.
«Como era de esperar, todos están aquí», pensó Elaina, sonriendo para sus adentros. Le pidió al camarero que los guiara a una mesa. El camarero los condujo al mejor sitio del salón de té.
El salón de té estaba lleno de personalidades de la alta sociedad, muchas de las cuales Elaina reconoció. Pronto, un té fino y exquisitos bocadillos se sirvieron en la mesa. Tras humedecerse los labios con el té, Elaina miró a su alrededor y habló en voz alta, como a propósito.
—¡Madre mía! Reservar un lugar así. Me conmueve mucho.
Mientras se sentaba con una sonrisa tímida, Lyle arqueó una ceja. La expresión de Elaina cambió por un instante, instándolo en silencio a seguirle el juego.
—¡Es muy bonito salir juntos así!
—…Cuando quieras —respondió Lyle.
Elaina apoyó la barbilla en la mano y miró a Lyle con cariño. El anillo en su mano brillaba con fuerza. Una de las personas que lo notó no pudo contener la curiosidad y se levantó bruscamente. Se acercó a su mesa y los saludó alegremente.
—Oh Dios mío, Elaina.
—¿Eh? Gavi. Ha pasado tiempo.
Gavi Baercret, uno de los chismosos más conocidos, saludó a Elaina con un rostro radiante.
—Desde el Festival de la Fundación, ¿verdad? ¿Cómo has estado?
—Estoy bien. ¿Y tú, Elaina?
—Yo también —respondió Elaina, asintiendo con una brillante sonrisa.
Los ojos de Gavi Baercret no dejaban de mirar la mano de Elaina.
—Pero ese anillo que llevas en la mano, ¿te parece especial?
—¡Ay! Tienes buen ojo. ¿Verdad, Lyle? —Elaina lo miró con cariño, y Gavi abrió mucho los ojos—. Es el anillo de la difunta duquesa. No es una pieza cualquiera, obviamente.
—¿La difunta duquesa?
Al instante, todos los presentes en el salón de té se pusieron alerta.
—Dices la difunta duquesa. ¿A qué te refieres, Elaina?
—¡Jaja! —Elaina rio suavemente, tapándose la boca con la mano—. Recibí una propuesta de matrimonio. Con el anillo de su madre, nada menos.
—¡¿Qué?!
La voz de Gavi se elevó con sorpresa.
—No era necesario, pero insistió en regalarme un anillo con significado. Fue muy romántico.
—Señorita.
—Oh, vamos, acordamos llamarnos por nuestros nombres, Lyle. —Elaina volvió a reír, como si él todavía fuera bastante tímido.
—Entonces, Elaina, tú y el archiduque Grant…
—Sí.
—¿En serio? ¿Dices que es verdad?
—Sí, lo es.
Gavi miró a su alrededor con nerviosismo. Era de las que no podían contener la curiosidad, y todos estaban claramente interesados en su conversación.
—Felicidades, Elaina. Pero... ¿eso significa que todos los rumores anteriores eran falsos?
Elaina se sintió afortunada de que fuera Gavi quien se acercara. Ladeó la cabeza, fingiendo no entender.
—¿Rumores previos?
—Ya sabes, sobre Lady Redwood.
—Ah, eso. Sí, había rumores.
Elaina tomó la mano de Lyle. Se puso rígida al tacto, pero no dio señales de notarlo y le habló a Gavi como si nada.
—Es cierto que se habló de un compromiso. Pero lo importante es cómo se sienten los dos, ¿no?
—¡Claro que sí! Los sentimientos de las personas involucradas son lo más importante.
—Naturalmente, siento un poco de pena por Diane. Lyle es un buen hombre. Pero esto no afectará nuestra amistad. Diane sigue siendo una querida amiga para mí.
Parecía que el rumoreado triángulo amoroso entre Diane Redwood, Lyle Grant y Elaina Winchester tenía algo de cierto. Según se supo, Elaina había interceptado a Lyle en medio de sus conversaciones de compromiso con Diane y había conseguido una propuesta de matrimonio.
«Pobrecita».
Muchos pensaban que Diane Redwood era algo desafortunada. Tuvo que felicitarlos en nombre de la amistad a pesar de haber perdido a su hombre. Aunque Diane era hija de un marqués y tenía una vida envidiable, su rival, Elaina Winchester, lo empeoraba.
—Ay, mira la hora. —Elaina miró a Lyle, que seguía sosteniéndole la mano—. Vamos, Lyle. La señora Marbella debe estar esperando.
Los ojos de Gavi se abrieron de par en par.
—¿Marbella? ¿Te refieres al salón de Marbella?
—Sí, ¿por qué?
Gavi tragó saliva con dificultad.
—¿No es ese el sitio donde hay que reservar con un año de antelación solo para hacer un pedido?
—Sí, es cierto. Pero cuando le conté la noticia, la señora Marbella quiso felicitarnos y nos invitó a su salón.
Elaina se levantó, fingiendo preocupación.
—Apenas probamos el té. Qué lástima. Volvamos otro día, Lyle.
Tomando del brazo a Lyle, Elaina asintió levemente a Gavi.
—Que lo pases bien, Gavi.
Gavi y muchos otros observaron en silencio y atónitos cómo los dos se alejaban cariñosamente.
—Dios mío.
—¿Puedes creerlo?
—¿Lady Winchester y el archiduque Grant? ¿Es esto real?
—¿Por qué el duque de Winchester tomaría semejante decisión…?
—No es momento de perder el tiempo. Necesitamos difundir la noticia.
Después de que ambos se fueron, el tranquilo salón de té zumbó de emoción y la animada charla resonó más allá de la puerta.
—Vámonos, Su Gracia. —Su tono previamente afectuoso volvió a su formalidad habitual.
Lyle la miró con incredulidad.
—¿Por qué?
—¿Qué queréis decir con por qué?
—Esa conversación de ahora.
—Ah, eso. Se llama actuar. El arma más poderosa en los círculos sociales.
—Actuar. ¿Con qué propósito?
—Claro que es por Diane —le explicó Elaina con paciencia a Lyle, quien parecía tener dificultades para comprender—. Aunque el compromiso con vos fracasó, el marqués de Redwood nunca se rendirá. Ignorará los deseos de Diane y le buscará otro pretendiente.
Desafortunadamente, el marqués de Redwood era lo suficientemente poderoso como para presionar a Lyle a comprometerse.
—No tendrá muchos problemas para encontrar un sustituto adecuado, incluso si no es alguien tan prominente como el archiduque.
—…Ya veo.
—Por eso hago esto —continuó Elaina—. ¿Os gustaría escuchar una historia interesante? Aparte de que mis padres no me presionaron demasiado, nunca he recibido una propuesta de matrimonio ni siquiera una propuesta de compromiso en común.
Ella miró a Lyle, invitándolo a adivinar la razón.
—Es demasiado intimidante acercarme a ti precipitadamente —supuso Lyle.
—Exactamente. A todos les intimida. Desean con todas sus fuerzas el apellido Winchester, pero también temen que las cosas salgan mal. Se observan constantemente, dudando. —Le dedicó a Lyle una sonrisa traviesa—. Así que hice a Diane igual de intimidante. Imaginad ser la hija del marqués, liada con Elaina Winchester, quien tuvo una conversación de compromiso con el archiduque. Por muy tentador que sea el poder del marqués de Redwood, nadie se casará fácilmente con ella. Ni hablar.